Del mito a la
realidad: un libro de obligada lectura, Història
mínima de Catalunya, para tener auténticos
y verdaderos elementos de juicio.
A pesar de su innegable interés, sobre todo por lo
que tiene de historia desmitificadora de los pseudohistoricistas panfletos
secesionistas del catalanismo
tradicionalista actualmente en el poder como institución autonómica y aspirante
a continuar manteniéndolo como estado propio tan aislado políticamente como
Corea del Norte, he de confesar que la lectura serena que he hecho de la Història mínima de Catalunya, de Jordi
Canal, me ha renovado la insatisfacción que siempre me ha producido esa
disciplina a medio camino entre las ciencias sociales, el periodismo poco
exigente, la literatura y el panfleto político, es decir, la indefinición genérica
por excelencia. Sería ingenuo que, a pesar de la descalificación precedente, no
reconociera el prestigio que tiene la Historia en todas las sociedades, como
eco del que tuvo en las pasadas, como bien lo señaló Cicerón: La Historia es testigo de las edades, luz de
la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y heraldo de la Antigüedad.
Ahora bien si consideramos que los testigos no son siempre de fiar, que la
verdad anda más fragmentada que el átomo, que la memoria es de suyo flaca y
quebradiza, que el magisterio suele caer en saco roto y que al heraldo le sobra
heráldica y le faltan datos, de poco consuelo nos sirve el elogio ciceroniano.
Más cerca andamos de la verdad si reconocemos, con Sartre, que incluso el pasado puede modificarse; los
historiadores no paran de demostrarlo. En cualquier caso, y ya que de haberla,
hayla, Historia, lo más adecuado sería que la
Historia se ajustara a la condición que a sus practicantes les impone aquel precursor
de la Revolución Francesa que fue Fenelon: el
buen historiador no es de ninguna época ni de ninguna nación; si bien me
temo que en el caso que nos ocupa, la Historia de Cataluña, eso chocaría
frontalmente con la convicción sectaria y facciosa de los apologetas
secesionistas que no dudan en considerarse a sí mismo no solo historiadores,
sino, además, los únicos objetivos y poseedores del relato histórico que se
ajusta a la verdad como el famoso guante, aunque ellos le hayan aplicado a la
historia de Cataluña la túnica de Deyanira, el lecho de Procusto y el buey de
Falaris. Usan la Historia como “demostración”, más que como “mostración”.
No voy
a centrar esta entrada de mi Diario
en una argumentación contra la Historia, por más que la tentación de ajustar
cuentas con una disciplina tan tramposa sea harto poderosa. No excluso, como en
el párrafo precedente, que aquí, allá y acullá deje caer, incidentalmente,
alguna que otra crítica contra ella y contra sus terribles efectos en el seno
de las sociedades cuando, como hemos visto en los fastos nefastos del Tricentenari de la Guerra de Sucesión
(convertida por esos fastuosos despilfarradores de los dineros públicos en
Guerra de Secesión), se utiliza como poderoso combustible por insensatos pirómanos
políticos a quienes nada les importan los males, e incluso las tragedias, que de
tales actividades se puedan derivar. Hay cultos patrióticos que arrasan incluso
con la patria que pretenden preservar y defender.
Ramón
de Campoamor quizás no posea la auctoritas
que este asunto de la Historia requiere, para que su opinión sea considerada
libre de toda sospecha, pero cuando afirma: no
creo en la historia antigua desde que he visto escribir la historia moderna,
me siento inclinado a reconocérsela, sobre todo después de la lectura de un
libro como Historia de un alemán, de
Sebastian Haffner, quien vive la Historia trágica del pueblo alemán en la época
de la conquista del poder por parte del NSDAP de Hitler sin apenas darse ni
cuenta de cómo, casi insensiblemente, se iba extendiendo el dominio social del
partido racista. Es obvio que Campoamor se refiere a la falta de nobleza e
incluso a la trilería y a la corrupción políticas de su época, que es la de todas
las épocas, por otro lado; pero a mí me interesa más esa vertiente de lo que
Unamuno denominaba la “intrahistoria”, cuya representación en ese constructo
indigerible y pretencioso al que llamamos Historia es mínima o inexistente. De
hecho, incluso se ha editado ya una interesantísima Historia de la vida privada que se acercaría, más o menos, a lo que
le interesaba a Unamuno, pero sin cubrirlo por completo. Ahí está el arte, y
sobre todo la novela, para remediar las carencias de la Historia. Lo peor de
ese remedio es la facilidad con la que los historiadores han acabado creyendo
que lo suyo era construir un “relato” verosímil, antes que indagar sobre la verdad
inequívoca de los hechos para ofrecérselos a los lectores en su elocuente
desnudez. Hay un mucho de cocina demoscópica, digámoslo así, en ciertas elaboradas
narraciones históricas.
Desde
el punto de vista del novelista, un libro de Historia es siempre un trampolín.
Su interés siempre se dispara a lo que no se dice, hacia donde vuela disparado,
acaso como el hombre-bala, desde el cañón de ciertos hechos o conductas a
menudo incomprensibles o carentes de motivaciones plausibles. Lo que cualquier
lector, sea novelista o no, no puede hacer es limitarse a asentir a una
catarata de nombres y hechos tras los que se adivinan situaciones tan complejas
como las propias que se viven, que vive cada cual, en el momento presente de la
lectura. No discuto que la inclusión de “Mínima” en el título puede descargar
de responsabilidad al historiador, Jordi Canal, en el caso de que no queden
suficientemente colmadas las expectativas de los lectores respecto de lo que el
resto del título promete, nada menos que una Historia de Cataluña; pero, en
términos generales, y por encima de las virtudes de este libro, que son muchas,
desde el punto de visto del afán de objetividad, sobre todo, queda un poso de
insatisfacción que se acrecienta a medida que nos acercamos al siglo XXI. No sé
si el afán sintético es incompatible con la Historia, aunque Pierre Villar lo
cultivó con maestría y éxito, pero no me cabe duda de que la poda excesiva
también impide ver el bosque (en todo su esplendor).
Si
alguna impresión indeleble deja esta Història
mínima de Catalunya en el lector es la de que la sociedad catalana puede
ser cualquier cosa menos un todo homogéneo y que se trata de una sociedad
permanentemente “en obras”, es decir, en permanente formación, es decir, lo más
alejado de ese hilo patriótico que se remonta casi a los neandertales y que poco
menos que atraviesa las épocas históricas fiel a su trenzado y a su trazado
lineal. La historia conjunta de Aragón y el Principado de Cataluña que
desemboca en la unión de Castilla y Aragón para formar lo que nominalmente se
conocía como España antes de esa unión, es un laberinto de casamientos,
herencias, enfrentamientos y conquistas cuyo potencial narrativo tiene más peso
que el propiamente histórico, sobre todo cuando pensamos en el referente exacto
de las realidades sociales de las que se habla en términos de poder real, población,
riqueza, etc. Que a los catalanes en el Poema del Mío Cid se les denomina “francos”
nos indica ya, bien a las claras, de qué hablamos, o el hecho de que el rey de
Mallorca, Jaume II, hijo de Jaume I el Conquistador, residiera en Perpiñán,
aunque la capital del reino fuera Mallorca. Todo, en Cataluña, se ha ido
haciendo poco a poco y no sin mezclar en exceso la leyenda con los hechos
ciertos. Incluso la fijación del número de barras sobre el fondo dorado, o, en
términos heráldicos que recoge el libro: El
blasó d’or amb quatre pals de gules no se acaba de fijar hasta el siglo XV.
Compárese esa tradición con la “invención reciente” de la estelada, de 1918, y
veremos el mundo de mixtificaciones que rodea lo que podríamos considerar la
verdadera Historia de Cataluña.
Me
ha llamado la atención de esta Història
mínima de Catalunya la visión clara de lo que podría considerarse la permanente
división de los catalanes a lo largo de su historia. Las cataluñas de los señores
feudales y de los siervos de la gleba, del absolutismo real y de las Cortes, la
del seny
y la de la rauxa, de los austracistas
y los borbones, de los liberales y los carlistas, de los republicanos y los
nacionalistas (españoles), de los revolucionarios y los moderados…, una
Cataluña dividida –en un momento dado incluso llegó a haber dos Generalitats
enfrentadas y operativas, reclamando cada una ser la representante fiel de la
Cataluña real– habitualmente por
motivos de clase y nunca, como sucede ahora mismo, por motivos identitarios con
tintes etnicistas y supremacistas.
Jordi
Canal se ha propuesto escribir una historia desmitificadora, ¡y vaya si lo ha conseguido! El hecho, por ejemplo, de que se atreva a romper el tabú de la lengua “propia”
y que hable de que lenguas propias de Cataluña a lo largo del tiempo ha habido no pocas, ¡hasta el vasco!, y destacadamente el castellano, es suficiente para que se granjee la
ojeriza e incluso el odio eterno de los mixtificadores de su gremio y del gremio ignaro
de los contertulios, opinadores y politólogos varios que invaden los medios de
comunicación públicos y privados (si es que, a día de hoy, puede trazarse una línea
divisoria entre ambos en Cataluña, la verdad). Que el libro nos ofrezca una
visión ajustada a la realidad de la obra nada edificante de lo que los
mixtificadores han construido, en términos religiosos, como el martirio del
Presidente Companys, un dechado intachable de aventurerismo político a quien el
actual Presidente de la institución, el Nada Honorable Artur Mas quiere imitar,
dice mucho y bueno de los valores cívicos de su autor y de su valentía
intelectual. Solo por ello el libro merece la compra y la lectura atenta, más
allá de las insatisfacciones que a los detractores de la disciplina nos pueda
dejar.
El tema me satura ya y no deseo imbuirme más en él. Me congratulo de que exista este libro de planteamiento disidente y por ello presumiblemente honrado porque en esta Cataluña mafiosa y facciosa enfrentarse al Think Tank nacionalista tiene sus costes. Las náuseas que me produce el Honorable con la mano en el pecho y los bastones de mando de los alcaldes independentistas alzándose al cielo son difíciles de soportar y no vomitar. Todo el constructo nacionalista es de una doblez, de una deslealtad, de una impostura y fingimiento tal que uno siente vergüenza de vivir en una tierra tan ruin. ¿Esta es la nueva Cataluña que nos anuncian en que saldrá el arcoiris y se extenderá la felicidad sobre la tierra catalana? ¿La de Artur Mas, la de Forcadell, la de la monja Forcades, la de esta banda que lleva la voz cantante y atemoriza a cualquiera que se sienta disidente íntimo y reconozca en lo español una dignidad más amplia y compleja que este reducto de enanos saltarines con espardeñas y esteladas? No quiero pensar más en ello. Una de las razones por que he eliminado mi cuenta de FB es por mi propensión a hablar sobre el tema y no quiero hacerlo públicamente.
ResponderEliminarCualquiera que quiera debelar la impostura nacionalista sabe que se expone al vacío y a la artillería (subvencionada) del Think Tank. Me alegro que Jordi Canal haya estado a la altura del asunto. No todos son cobardes. Y hay historiadores decentes.
Pues sí, a quienes por haber vivido buena parte de nuestra vida bajo el franquismo no nos era especialmente grata la idea de España, después del impune secuestro que de ella hizo el Movimiento Nacional, como ahora y aquí, en CAT, lo hace este otro Movimiento Nacional en todo idéntico, hasta con sus demostraciones sindicales y sus coros y danzas, al franquista, la verdad es que hasta podemos sentir un cierto modesto orgullo de la España constitucional, donde el nacimiento de un nuevo Movimiento Nacional idéntico al de CAT se vería como lo que sería: el resurgir del fascismo.
EliminarTienes toda la razón: la "tema" satura y aburre incluso a los más combativos. Pero como soy curioso hasta la impertinencia, y tengo tiempo, ¡por fin!, me he echado este volumen entre pecho y espalda y lo he sentido como un tónico que me ha devuelto la esperanza en que la racionalidad vuelva a abrirse camino en este rincón noreste de España.
La historia siempre la escriben los mismos y no suele importarles retorcer los datos. Este tema agota porque sinceramente la clave nunca está detrás sino en el futuro que un pueblo quiera darse y ese es un debate que también se hurta tanto a unos como a otros.
ResponderEliminarUn saludo
Los esfuerzos inútiles tienen su épica y su lírica, pero los adoctrinamientos, además de aburridos, tienen fecha de caducidad... "Cuando el dormido despierte" es título de novela, de Wells, pero en CAT será un momento terrible en la vida de cada uno de los miembros de estas generaciones de niños a los que les están alienando delictiva e impunemente sus mayores.
EliminarLas noticias de los últimos días, especialmente ayer y hoy, me sumen en la desolación, como te puedes suponer. Vi tu tuit genial sobre tu insumisión respecto a este nuevo parlamento. ¡Qué náusea me produce todo esto! Ojalá pudiera irme de este país y no volver a oír -si es que ello fuera posible- de esta Insula Barataria, sus gentes, sus políticos y sus deseos freudianos de no ser tan pequeños en todos los sentidos como son. De ahí sus delirios de grandeza, su solemnidad, su megalomanía. Pero no consigo que me interesen. Recibo información de SCC pero no soy militante. Me hastía la militancia, pero a ellos les encantan las actividades cumbayás que sonrojan a cualquier cerebro independiente. No sé qué se puede hacer en una etapa de debilidad nacional, máxime con la disolución del Parlamento, y la previsión de un gobierno débil. Espero que Podemos reciba lo que merece a tenor de lo que han hecho aquí en Cataluña. Ya me di cuenta de que CSiqesPot era el caballo de Troya del independentismo, pero puedo asegurarte que en mitin que estuve en el valle Hebrón no había nacionalistas ni independentistas. Más bien todo lo contrario. A esto se lo llama entrismo. Y yo a punto de ser pensionista. Genial. Tú tienes claro que te pagarán, pero yo lo dudo no mucho, sino muchísimo. Seremos arma arrojadiza entre las dos entidades si esto no se remedia. En fin. Mal. Camino del desastre.
ResponderEliminarMe parece, a tenor de tu estado de ánimo, que la obra más revolucionaria contra estos secesionistas de salón sería La boda de los pequeños burgueses, de Brecht. Solo de imaginármela en clave antisecesonista sobre las tablas babeo de gusto... Por lo demás, los antecedentes históricos dejan muy claro, y más ahora como miembros de la UE, que poca broma con la unidad de España. Estos descerebrados del nuevo estado corrupto antes de nacer saldrán de escena esposados y aquí paz y después gloria, como ha sucedido con anterioridad. Lo que han de plantear en el Parlament los partidos constitucionalistas, ese es el modo como más có modo me siento al referirme a ellos, que no les dolerán prendas a la hora de denuncia ante la justicia lo que es, sin ningún genero de dudas, un golpe de estado, y que cada cual aguante su vela, y si van a chirona por golpistas, que sepan que Tejero fue antes que ellos, y que como segundo intento de golpismo anticonstitucional serán recordados en la Hª, Tejero en el XX y ellos en el XXI. Y a lo mejor hasta los internan en Figueras, donde también estuvo Tejero. Lo que han de saber, además, es que el pueblo, nosotros, estaremos al lado de nuestros representantes constitucionales, y ya hay, según he oido, hasta caceroladas contra los golpistas... A la que los de la oposición empiecen a llamarles golpistas en el Parlament, y caigan las caretas de la diplomacia de baratillo y se miren a cara de perro, estaremos en el buen camino: somos más y mejor armados. ¿Política? Pues que empiecen por reconocer que han perdido las elecciones, o mejor, que elijan de una puta ve un President, a ver si son capaces, y, si no, a elecciones de nuevo, y ya veremos qué pasará...
EliminarHas de reconocer, Joselu, que ahora es cuando la cosa se pone emocionante, como poco; porque defender la vigencia de la Constitución del 78, aunque se hayan de hacer muchos cambios en ella, empezando por la liquidación del Senado, por ejemplo, aviva la sangre de cualquiera, y si se es combativo, más. En fin esperemos que, como ha pasado con la Guardia Civil moviéndose a sus anchas por donde le han indicado los jueces se baste y sobre para reconducir constitucionalmente este breve episodio de heroísmo independentista de pacotilla...