Teoría
del carácter. V
Análisis
del carácter, de Wilhelm Reich: La
acorazada herencia freudiana.
Y en estas, llegó el cursor (la acepción más cercana sería
“escribano de diligencias”…): Freud. Antes de él hubo otros que, visto
retrospectivamente el proceso, y a pesar de su importancia objetiva, la
historia de la ciencia nos los relega a la condición de precursores; del mismo
modo, sus *cursorcuaces son tenidos
por simples epígonos, a pesar de su importancia, como la del propio Reich de
quien de aquí a nada hablamos, o la de Jung, del que ya hablaremos, quizás. Hasta
la irrupción de Freud y su atractivo sistema, habían dado, los precursores,
ciertos rodeos interesantes, sin acabar de encontrar el verdadero método que
permitiera avances en los tratamientos de las patologías psicológicas; de ahí
la importancia de una visión como la de Freud, auténtico pionero de ese último
continente inexplorado: el inconsciente, descubierto por Josef Breuer, con
quien Freud firmó su decisiva obra sobre la histeria, prólogo de la
impresionante obra freudiana.
El
carácter de la persona se contemplaba como un equipaje con el que se nacía, una
maleta de actitudes, de rasgos de personalidad que iban apareciendo poco a
poco, aunque se preterían las primeras
manifestaciones y se escogían como consolidación del carácter las que se
declaraban al arribar el individuo a la madurez,
una vez dejados atrás los duros tiempos mudables de la adolescencia y la
juventud, personalidades aún en agraz. La revolución de Freud, como todo el
mundo sabe, consistió en conceder a la niñez la importancia decisiva en el
proceso de formación del carácter, de tal manera que desde el mismo instante
del nacimiento y el amamantamiento se inician ya las diferentes fases en las
que, por carencias o excesos, se forjará dicho carácter. Recuérdese que en
nuestra entrada sobre Jacob Moreno hablábamos de la importancia trascendental
que concedía Moreno al momento del parto. De hecho, él presumía de tener
memoria del suyo…
El
hecho de que Freud pusiera el acento en la preeminencia del disfrute o la
frustración sexual del ser humano desde su nacimiento constituyó una transgresión de tal naturaleza en la sociedad
conservadora en la que comenzó a publicar sus investigaciones, que difícilmente
nos podemos imaginar hoy, en que nada es ya capaz de sorprendernos, salvo el
fanatismo de la estulticia, lo que supusieron tales revelaciones y la enemiga
eterna que le declaró el conservadurismo social e ideológico al sabio judío
vienés. La variante sexual introduce en la teoría del carácter un factor de
enorme complejidad, a pesar de que en los últimos tiempos, ha perdido mucho
valor aquella posición inicial de Freud, de la misma manera que la han perdido
supuestos aciertos suyos tan capitales en su teoría como el complejo de Edipo,
la envidia femenina del pene o el tánatos, como fuerza contraria al eros.
Su discípulo predilecto, pero después
repudiado, Reich, fue el encargado de llevar hasta los límites de la locura la
materialización de la libido y su posibilidad de acumularla como quien almacena
cualquier otro tipo de energía, esa libido a la que él llamó orgón y para el
que inventó sus “acumuladores de orgón” por cuya comercialización fraudulenta
dio con sus huesos en la cárcel, donde falleció, como un profeta-mártir de la
psicología científica, constituyeron una deriva hacia el delirio que acaso
nació de una opresiva culpa infantil, cuando fue traicionado por su madre, al
revelar a su marido que su hijo fumaba, lo que le valió una salvaje tunda de
palos, y él, para vengarse, acusó a su madre de adulterio con el preceptor que
vivía con ellos, lo cual era cierto, traición que acabó llevando a la madre al
suicidio. La contemplación, por cierto, según cuenta el propio Reich en su
curiosa autobiografía, de los pechos yertos de su madre le produjeron una
vivísima impresión. Tal fue, que solo sabía que estaba enamorado cuando sentía
deseos de besar los pechos de su enamorada.
Pero no nos desviemos, que
lo nuestro es la importancia de Freud y de Reich en la construcción de una
teoría del carácter que, desde ellos, se revistió de una terminología que ya no
le suena extraña a casi nadie, aunque pocos, realmente, pueden manejarla con la
soltura necesaria para no caer en alguna de sus muchas trampas conceptuales. A
los antiguos caracteres determinados por la teoría de los humores les sucede,
desde el psicoanálisis, un repertorio de personalidades traumáticas, porque la
esencia del carácter, para el psicoanálisis se fundamenta en las frustraciones
que se convierten en fijaciones que acaban definiéndonos. Los tipos
caracterológicos definidos por el psicoanálisis tiene su fundamento en los tres
estadios que definen la estructura psíquica de la persona: el yo, el ello y el
superyó, un juego de relaciones en el que se fraguan caracteres cuyas
manifestaciones dependen de esas interrelaciones a lo largo de la cinco etapas
fundamentales en el desarrollo e la persona:
La etapa oral, hasta los 18
meses; la etapa anal, entre los 18 meses y los tres o cuatro años. La etapa fálica,
que va desde los tres o cuatro años hasta los cinco, seis o siete. La etapa de
latencia abarca desde los cinco, seis o siete años de edad hasta la pubertad, alrededor
de los 12 años. La etapa genital empieza en la pubertad y representa el
resurgimiento de la pulsión sexual en la adolescencia, dirigida más
específicamente hacia las relacione sexuales.
A diferencia, pues, de la
concepción estática del carácter, el psicoanálisis introduce una concepción
dinámica según la cual es la experiencia acumulada lo que contribuye a
consolidar la personalidad del adulto. Desde esta perspectiva, la influencia de
lo exterior al yo, el mundo que nos limita y condiciona, adquiere una
importancia trascendental. El sujeto, en consecuencia, suele definir su
personalidad en lucha contra todos los factores que intentan limitar sus
deseos, y que vive como amenazas o represiones frente a las que ha de articular
unos mecanismos de defensa que le permitan no sucumbir ante las fuerzas,
internas y externas, del ello y del superyó. Esas defensas, tan conocidas,
porque, en su versión divulgativa, forman parte de las páginas de psicología de
los suplementos dominicales de los periódicos de gran tirada, han de entenderse
como la fragua de donde salen caracteres tan específicos como los
orales-pasivos, los anales-agresivos, los fálicos-narcisistas, los histéricos,
etc. Lo que el psicoanálisis contribuyó a difundir fue, más allá de la
constatación objetiva de la aparición de los rasgos caracterológicos, la
posibilidad de rastrear en la biografía del sujeto el momento de la fijación en
su personalidad de tales rasgos y la posibilidad de luchar contra ellos y
transformarlos a través de la “cura por la palabra” o de la “limpieza de
chimenea”, como tan expresivamente se refirió a la nueva psicología la
protopaciente psicoanalítica Anna O. es decir, Bertha Pappenheim, cuyo caso
sirvió de levadura para el desarrollo del psicoanálisis freudiano, una de las
grandes conquistas de la inteligencia en la historia de la humanidad. La
irrupción de la sexualidad en el tratamiento de Anna O., que tanto asustó a
Breuer, hombre recatado y hasta cierto punto puritano, fue, sin embargo, un
motivo sobre el que Freud supo construir sus brillantes teorías.
Reich, un verdadero
apóstol de la liberación sexual, aunque hasta cierto punto, porque es conocida
su animadversión a la homosexualidad –incluso se negó a tratar pacientes que lo
fueran– no tardó en descubrir que el carácter, como sostiene: consiste en una alteración crónica del yo, a
la que podríamos calificar de rigidez. Es la base de la cronicidad del modo de
reacción característico de una persona. Su significado es la protección del yo
contra peligros exteriores e interiores. Como mecanismo de protección que se ha
hecho crónico, puede denominársele con todo derecho una coraza. Esta coraza
significa inevitablemente una disminución de la movilidad psíquica total,
disminución mitigada por relaciones con el mundo exterior, no condicionadas por
el carácter y, por ello, atípicas. Existen en la coraza “brechas” a través de
las cuales se envían al exterior y se retraen, como pseudopodios, intereses
libidinales y de otros tipos. Sin embargo, debe concebirse la coraza como algo
móvil. Opera conforme al principio del placer-displacer. En situaciones poco
placenteras, la coraza aumenta; en situaciones placenteras, disminuye. El grado
de movilidad caracterológica, la capacidad de abrirse a una situación o de
cerrarse ante ella, constituye la diferencia entre la estructura de carácter
sana y la neurótica. Prototipos de un acorazamiento patológicamente rígido son
el carácter compulsivo con bloqueo afectivo y el autismo esquizofrénico, que
tienden hacia la rigidez catatónica.
Ese será el concepto clave
de Reich: la coraza, y desde él construirá su teoría del análisis del carácter
y la terapia consiguiente, de modo que se habla de terapia reichiana como de
terapia freudiana, si bien en el caso de la reichiana la palabra pierde su
preeminencia como vehículo de exploración y diagnóstico y gana terreno una
consideración casi holística de la persona: El
carácter del yo puede concebirse como la armadura que protege al ello de la
acción del mundo exterior. Según el sentido que le diera Freud, el yo es un
elemento estructural. Por carácter entendemos aquí no sólo la manifestación
exterior de este elemento, sino también la sumatoria de los modos de reacción
específicos de tal o cual personalidad, es decir, un factor determinado, en esencia,
en forma funcional que se expresa en los modos característicos de hablar, de la
expresión facial, de la postura, de la manera de caminar, etc. Este carácter
del yo consta de varios elementos del mundo exterior, de prohibiciones,
inhibiciones de los instintos e identificaciones de distintos tipos. Los
contenidos de la coraza caracterológica son, pues, de origen externo, social.
Es curioso percibir la
formación del carácter en términos de la
vieja respuesta dictada por el cerebro reptiliano: enfrentarse o huir, porque
el yo se asemeja mucho a ese individuo primitivo enfrentado a peligros que lo
superan y ante los que se ha de inventar estrategias de caza, de escapatoria o
de disimulo. Esas respuestas llevan anejas, desde el punto de vista
psicoanalítico, una descarga libidinal o una retención que servirán para
definir los caracteres básicos:
La cualidad final del carácter se determina de dos
formas. Primero cualitativamente, según la etapa del desarrollo libidinal en el
cual el proceso de formación del carácter recibió las influencias más
decisivas, en otras palabras, según el punto específico de fijación de la
libido. De conformidad con esto, distinguimos:
Caracteres depresivos (orales)
Masoquistas, genital-narcisistas (fálicos)
Histéricos (genital-incestuosos)
Compulsivos (fijación sádico-anal)
Lo que nos interesa, no obstante, más allá
de la ostentación terminológica (que es una forma pedante de sacerdocio laico),
es qué rasgos de carácter comunes y corrientes se manifiestan a través de esas
clasificaciones psicoanalíticas, porque, junto a que sean sádicos, fálicos,
anales u orales, la diligencia, la pigricia, la envidia, la cólera, la abulia,
el histerismo, el arrojo, la temeridad o la circunspección siguen siendo
conceptos que nos permiten entender y clasificar a nuestros semejantes, de ahí
que nos sintamos gratificados, al avanzar en las casi 1000 páginas del libro
preferido de Fritz Perls: el Análisis del
carácter, de Reich y nos reconozcamos en los viejos conceptos remozados,
como cuando analiza el masoquismo, la otra cara del sadismo:
Al volverse contra uno mismo, el sadismo se convierte en masoquismo; el
superyó, la representación de la persona frustrante, de las demandas que la
sociedad plantea al yo, se convierte en agente punitivo (conciencia mortal). El
masoquismo primaria o erógeno se convirtió más tarde en el de “instinto de
muerte”, el antagonista del eros. (…) Rasgos típicos del carácter masoquista
son los siguientes: subjetivamente, una sensación crónica de sufrimiento, que
aparece objetivamente cono una tendencia a lamentarse; tendencias crónicas a
dañarse a sí mismo y al automenosprecio (“masoquismo moral”), y una compulsión
a torturar a los demás, que hace sufrir al paciente no menos que al objeto.
Todos los caracteres masoquistas muestran una conducta específicamente torpe,
de escaso tacto en sus modales y en su relación con los demás, a menudo tan
acentuada hasta dar la impresión de una deficiencia mental.(…) El carácter
masoquista intenta mitigar la tensión interna y la amenazante angustia con un
método inadecuado, es decir, exigiendo cariño mediante la provocación y el desprecio.
(…) Debe
mencionarse un rasgo de carácter común en los masoquistas y en niños con
tendencias masoquistas: sentirse tonto, o hacerse el tonto. Explotar todas las
inhibiciones con miras al menosprecio de sí mismo, está en absoluta
concordancia con el carácter masoquista. Un paciente dijo en una ocasión que no
podía soportar el elogio, pues le hacía sentirse como si estuviera sin
pantalones.
¿Verdad
que ya nos vamos entendiendo mejor? El hecho de que haya una frustración original
en la creación del carácter, que nos tengamos que ver impelidos a reaccionar,
sitúa en el ámbito de nuestra relativa libertad la decisión de cuál sea la
naturaleza de esa reacción que acabará definiéndonos, porque el psicoanálisis
no es en modo alguno un determinismo, sino una aventura en las raíces más
profundas de nuestras motivaciones. El psicoanálisis, contra las últimas
tendencias de la investigación genética y bioquímica, que tienden a
considerarnos marionetas de nuestros procesos orgánicos inapelables,
incontestables e inmodificables, nos concede no sólo la oportunidad de una
exploración de mundos insospechados, sino, también, la posibilidad de cauterizar las heridas
psicológicas que puedan haber contribuido decisivamente a cronificar ciertas
reacciones a las que, con no pocas limitaciones, llamamos nuestro carácter o,
en el colmo de la pedantería, nuestra personalidad.
Es evidente la ingrata limitación del
género bloguense a la hora de desarrollar un tema, aunque se haga por entregas,
así como también la facilidad con que el Artista puede perder lectores, casi como
si las entradas de este Diario se llamaran homilías…, y la propia bitácora se convirtiera
en púlpito, de ahí que, como en el Congreso, haya de decir: “voy acabando,
señor Presidente…”, pero no quiero hacerlo sin que esta aventura por el
triángulo supereyoyoéllico deje un repertorio de rasgos de
carácter/comportamiento que denotan, al decir de Reich una impostura, porque,
como es bien sabido, los mecanismos de defensa del yo nos obligan a cubrirlo
con esa férrea coraza bajo la que censuramos vergonzosamente nuestros fracasos
existenciales:
En
términos generales podemos decir que cuando una actitud se destaca en la
personalidad total como si estuviese aislada o en conflicto con esa totalidad,
se trata de una función sustitutiva que oculta una falta de contacto de mayor o
menor profundidad. He aquí algunos ejemplos de comportamiento no auténtico:
risa demasiado estridente, molesta.
Apretón de manos forzado, rígido.
Afabilidad tibia, uniforme.
Ostentación narcisista de conocimiento superficial.
Expresión estereotipada, carente de significado, de
sorpresa o deleite.
Adhesión rígida a determinados puntos de vista, planes u
objetivos.
Modestia ostentosa en la conducta.
Gestos de grandiosidad en la conversación.
Búsqueda infantil del favor de los demás.
Jactancia sexual.
Cabriolas con encantos sexuales.
Coquetería indiscriminada.
Sexualidad promiscua y, desde el punto de vista de la
economía sexual, nada sana.
Conducta exageradamente altanera.
Conversación afectada, patética o exageradamente
refinada.
Comportamiento dictatorial o condescendiente.
Comportamiento exageradamente jovial.
Conversación rígida.
Comportamiento rufianesco o lascivo.
Risas sexuales y conversación sucia.
Donjuanismo.
Desasosiego.
Como se advierte, este repertorio da de sí lo suficiente como para extendernos en su relación con la tipología al uso, de las cuales son también manifestaciones destacadas. Renuncio, sin embargo. Prefiero acabar con una reflexión sobre la compleja taxonomía de los caracteres y la tendencia a la simplificación que supuso el psicoanálisis, reducción que aún se acentuará más en el caso de Weininger, lo que multiplica, paradójicamente, la posibilidad de errar profundamente. Pero todo eso lo leerán los intelectores de este Diario cuando el Artista Desencajado acabe la entrada dedicada al suicida vienés, un ejemplo paradigmático de la imposibilidad de sobrevivir que tiene una mente excepcional, incapaz de habitar, sin caer en la desesperación, en un cuerpo que se vive como deficiente soporte de un exasperado, desaforado y brillantísimo desarrollo intelectual. Coming soon…
Como se advierte, este repertorio da de sí lo suficiente como para extendernos en su relación con la tipología al uso, de las cuales son también manifestaciones destacadas. Renuncio, sin embargo. Prefiero acabar con una reflexión sobre la compleja taxonomía de los caracteres y la tendencia a la simplificación que supuso el psicoanálisis, reducción que aún se acentuará más en el caso de Weininger, lo que multiplica, paradójicamente, la posibilidad de errar profundamente. Pero todo eso lo leerán los intelectores de este Diario cuando el Artista Desencajado acabe la entrada dedicada al suicida vienés, un ejemplo paradigmático de la imposibilidad de sobrevivir que tiene una mente excepcional, incapaz de habitar, sin caer en la desesperación, en un cuerpo que se vive como deficiente soporte de un exasperado, desaforado y brillantísimo desarrollo intelectual. Coming soon…
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