Según el CIS, ningún lector español tiene entre sus manos
Paradiso, de Lezama Lima, entre otras…
En la última
estadística del CIS dedicada al análisis exhaustivo de lo que leemos los
españoles, una investigación que forma parte de la oleada de estudios que
analizan nuestros comportamientos culturales, no se ha detectado ningún lector de la novela Paradiso, de José Lezama Lima. El dato,
aunque relevante e impactante, no ha sorprendido a los demoscópicos que
cocinaban la encuesta, a pesar de tratarse de un dato escasamente nutritivo y
que, como dicen entre ellos, “nos saca los colores”, por su difícil digestión,
colores a los que acompañan, usual e impíamente, algunos aires mefíticos, por
cierto. No se trata, sin embargo, de un caso excepcional, porque en esa dudosa
categoría de los libros huérfanos de lectores se incluyen algunas docenas cuya
sola enumeración bastaría para subir el tono de esos colores sacados a las
mejillas que, al decir de las encuestas, rarísima vez se apoyan en las falanges de la mano recogida en puño
mientras se lee, porque el descenso del número de lectores es tan alarmante
como imparable su progresión. Al decir de los técnicos, no puede considerarse
una profecía descabellada la de que dentro de cincuenta años el lector, tal y
como lo conocemos ahora, una especie en peligro de extinción, haya desaparecido
o queden rarísimos ejemplares sobreviviendo en la soledad en la que, sin
embargo, gustosamente se forjaron.
No me cabe duda de que los
autores de la encuesta han querido recabar la paternidad de lo que, desde esta
que acaba de publicarse, podría denominarse “el síndrome Paradiso”, del mismo modo que hablamos del “síndrome de Stendhal”,
por ejemplo, aunque sean síndromes absolutamente opuestos, es decir, que el
síndrome Paradiso sería el reverso
del síndrome Stendhal: en este caso queda uno afectado por el exceso; en el
otro, por la carencia. Mientras que en la convalecencia del segundo nos visitan
ecos de bellezas innúmeras; en la desvalecencia
del primero, asistimos ciegos a la confirmación de nuestra oquedad inane. Podrían
haber escogido La saga/Fuga de J.B., de Gonzalo Torrente Ballester, que comparte con Paradiso la
condición de libro huérfano de lectores, pero hay en el título del libro del
cubano un brillante juego de pérdidas, recuperaciones, deseos y añoranzas que
no puede darse en el del gallego.
Después de analizada la encuesta
con minuciosidad y con una voluntad esclarecedora de buscar un impensable
consuelo en las explicaciones lógicamente fundadas, he llegado, sin embargo, a
la conclusión de que los autores de esos libros huérfanos, si ya fallecidos, se
hubieran sentido halagados por formar parte de ese nicho estadístico de los
libros huérfanos, y si vivos, ninguna noticia podrá hinchar más su ego, acaso
maltrecho por el lugar apartado que ocupa en nuestros días la literatura. No se
crea que esta situación es exclusiva de nuestra literatura, pero sí lo es, y
ello se ve como una particularidad netamente española, como las corridas de
toros, el hecho de que obras literarias que forman parte del canon primordial
de nuestra lengua sean obras para las que en todo el país no hay ni un solo
lector. Porque llegan noticias, de encuestas similares, que sí arrojan
resultados positivos tanto para Paradiso
como incluso (¡bendito apostolado de los hispanistas urbi et orbe!) para La
Saga/Fuga de J.B., aunque –el que no se consuela es porque no quiere…– en
otros países ocupa el lugar de Paradiso
la obra completa de Claude Simon, por ejemplo. Claro que quien dijo que la señal
inequívoca de inteligencia consiste en leer dos páginas, en las que no haya
ningún punto, sin perderse… pues como que ha hecho, al decir de los
encuestados, merecimientos para ocupar tan alto honor.
La encuesta se ha hecho,
como es habitual en el CIS sobre un total de 20.000 entrevistados, lo que deja
poco lugar a dudas, y aunque se trata de una conclusión excesivamente
arriesgada, queda en la despensa de la cocina una notabilísima cantidad de ¿Qué? ¿La disco? ¿Cómo? ¿A cuála? ¿La Sa…qué?
¿De Vanessa, me pregunta usté, de la Paradis, verdad?, que fueron descartadas
de la muestra base para que los famosos colores no mutaran al cian claro,
primero y al lamentable blanco marmóreo después.
Dará que hablar y poco que
leer, esta encuesta, desde luego, y es muy posible que pocos se aventuren a
desentrañar todos los horrores que nos lanzan a los ojos con abrasivo realismo.
En otro momento me tomaré la molestia acongojada de extractar algunas
realidades de nuestros (pésimos) hábitos de consumo cultural, pero por hoy ya hay
suficiente como para llorar a raudales, ahora que avispados editores han tenido
a bien fabricar libros sumergibles que podemos llevar a la playa con toda
confianza. Esperemos que no haya patrullas policiales antivicio, en pantalones
cortos, que nos los requisen…
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