El abracadabra
aforístico: teoría y práctica sucintas.
Al hilo de una tesis doctoral que amenaza con castrarme
intelectualmente con mi propia mano…, inicié una práctica aforística sin otra
aspiración que conocer los entresijos
del género que yo defiendo como cuarto género esencial de una Historia de la
literatura española con auténtica voluntad de totalidad. Quería explorar los
resortes de dicha creación, conocer los ritos, el proceso de alumbramiento de
esa diminuta obra completa y autosuficiente, comprender, en definitiva, que,
como sostienen algunos reputados representantes del género, es literalmente
im-po-si-ble (así mismo, en cuatro palabras…) ponerse en situación de querer
escribir un aforismo: abrir el cuaderno de notas, desenroscar el capuchón de la
pluma y “autoforzarse” a escribir… ¿qué? Nada. Nada, en efecto, puede esperarse de un método tan ridículo como
el descrito paródicamente, porque el aforismo, como la poesía, es ese abracadabra: “envía tu rayo hasta la
muerte” significa exactamente la mágica palabra, que nos ordena transcribirlo
en el papel, no crearlo: el proceso de
creación, por asociación tan fortuita como la propia vida sobre el planeta, se
ha producido no sabemos dónde ni cómo, porque nuestro consciente no lo registra
entre sus actividades. ¿Se sueñan, entonces? Alguno he escrito en sueños, es
cierto, pero de forma tangencial a la trama del propio sueño, es decir,
reproduciendo en perfecta mímesis la actividad de la vigilia y los tortuosos e
ignotos caminos por los que el escritor acaba hilando palabras sobre el
bastidor. Son casi innumerables los modos como un aforismo emerge ante la mente
despierta del aforista, siempre con las antenas dispuestas para recibirlos y a
mano el recado de escribir para transcribirlos antes de que se esfumen como
vinieron. Desde el provocado por la visión calamburesca de una palabra: El aforismo es, entre la
sombra y la luz, un prodigioso istmo; “lo callo” es la divisa del lacayo, hasta
el valetudinario recurso de las antítesis: ¿No
es candoroso que el sujeto se identifique con la libertad?; Oxímoron: Temperamento levantisco,
pasando por los juegos de palabras, las agudezas, las greguerías: Himpar no es lo contrario de par..., El músico narciso solo compone en mi mayor,
El insomnio es nuestro diablo de la
guardia, la creación del aforismo es una epifanía constante y discontinua.
Si nos ponemos clásicos, algo tiene que ver con la caza de altanería mística de
Juan de la Cruz y mucho con el mosto de granadas de las subidas cavernas de la
piedra. Si se hace camino al andar, se hace aforismo al aforismar, pero, a
diferencia del caminar, este aforismar es un encontrar el camino hecho, el
aforismo completo. Es raro, a mi parecer, que se dé un proceso de construcción del
aforismo, al modo como se construye un soneto, un cuento o un ensayo, aunque es
evidente que puede haber correcciones que los ayuden a encontrar su forma
definitiva, pero tampoco se vuelve sobre ellos como sí se vuelve, sin la
neurosis juanramoniana, sobre los poemas por pura ambición de la obra perfecta.
Los aforismos están más cerca que los poemas y la narrativa de hallar su forma
perfecta apenas han nacido. Es más, sólo suelen rechazarse aquellos aforismos
que no nos llegan en ese grado de perfección, y no es infrecuente la
insatisfacción que produce querer enmendar un aforismo maltrecho, desangelado,
soso, mustio: Cámaras de la esperanza es la juventud sólo resultó
medianamente aceptable cuando se transformó en Cámaras de esperanza es la juventud, a pesar de su excesivo contenido
escatológico. El aforismo: escritura acezante; distendida lectura, aún tiene
en el cuaderno tres variantes para acezante y tres para distendida sin que
hasta el presente ninguna de ellas me haya convencido lo suficiente para darlo
por acabado, es decir, hablo de un aforismo frustrado, un monstruo, un aborto.
Con
los aforismos es más fácil tropezarse que descubrirlos, porque tropiezo es También la placenta acaba volviéndose
desapacible, llegado como impone el rayo abracadabrense desde la placenta
hasta desapacible en un golpe de expresión; y tropiezo es, así mismo, La pereza no es un mal perecedero, que
se recoge en el papel sin tener la conciencia de haberlo creado, sino de
haberlo tomado prestado. Es frecuente tener la sensación de que alguien, detrás
de nosotros, como el esclavo que le recordaba al triunfador romano su condición
mortal, nos los dicta con artes suasorias frente a las que no queremos defensa
alguna: Si para los políticos las
personas tienen género, para los escritores las palabras tienen sexo. Y a
menudo hasta se queda el aforista vuelto hacia la nada de una dimensión
desconocida con un pasmo propio del tonto de remate, porque le ha sido dicho
que A la estupefacción no siempre se
llega por lo estupefaciente, y se lo ha creído a pies juntillas. La prueba
inequívoca de la naturaleza invasiva del aforismo me parece el hecho de que sea
indistinta la lengua en la que le llegue al aforista, porque la predisposición lúdica
que anida en la base del género puede manifestarse en las lenguas que conozca
el aforista. Dos ejemplos: El sospir és un tendre crit d’ajut, más
visual que auditivo; Mass is always a mess, u Often the course of History means the curse
of History, as everybody knows. Se trata,
así pues, más de receptividad que propiamente de creatividad. El aforista es
aquel que ve las figuras en los desconchones de la pared, según el ejercicio que
imponía Leonardo a sus discípulos.
Expuesto
este sucinto esbozo, y perdóneseme la redundancia, de teoría compositiva del
aforismo, he aquí algunos resultados prácticos de la paciencia y la curiosidad:
El
olvido es un recuerdo perezoso
La
entereza es una de las máscaras de la identidad
Las palabras
son el camino más corto entre dos malentendidos
En el
amor halla quien se pierde
Hay veces en que nuestro diccionario peca
de una dicción aria…
¡Ay, si alguna vez el ego fuese un hago!
La senda de los años seda los daños
Los seres anodinos tienen autobviografías
El discurso político puede ser político, pero
en modo alguno discurre…
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