Casa de Hitler en Múnich. Hoy, cuartel de policía. |
Hitler, el meu veí: La memoria
pertinente de Edgar Feuchtwanger o la ascensión del nazismo contemplada por un
niño.
Cuando compré Mi lucha, de Adolf Hitler, adquirí dos libros más, uno de memorias
de Jean Rhys, Una sonrisa, por favor, y otro de Edgar Feuchtwanger, Hitler, el meu veí, cuya lectura he
adelantado única y exclusivamente por haber hecho ya la del libro de Hitler, de
manera que la próxima en aparecer en este Diario será la peripatética y
guadianesca Jean Rhys, de quien, en el ínterin de la lectura de este libro de Feuchtwanger y
mientras pergeñaba esta entrada, leo con interés su Viaje a la oscuridad, que, sin ser Viaje al fin de la noche, no deja de tener atractivo. Ahora he de
centrarme en un libro de memorias compuesto al alimón por el suministrador del
material en bruto, Edgar Feuchtwanger, perezoso memorialista, y por el
periodista Bertil Scali, quien le dio la forma de biografía novelada o de
novela biográfica en que se lee con amenidad, sorpresa e indignación
Ser el vecino de enfrente de Adolf
Hiter solo tiene interés si el niño que fue Edgar tiene, como así sucede, una
memoria privilegiada, capaz de, al tiempo que va contando su historia personal,
contar la de una época que lleva camino de ser la mayor generadora de bibliografía
en Occidente. Es evidente que el hecho de pertenecer a una familia de intelectuales
reconocidos, su padre, amigo personal de Thomas Mann y editor de Duncker & Humblot,
en la que se publicaba a Carl Schmitt; su tío, Lion Feuchtwanger, escritor convertido
en enemigo público número uno del régimen nazi, al que se desposeyó de la
nacionalidad alemana, cuya vivienda se allanó y cuyos libros se quemaron, autor
de una novela aún, me parece, no
traducida en España, Erfolg Drei Jahre Geschichte einer Provinz: “Éxito. Tres años
de la historia de una Provincia”, 800 páginas de novela en clave en la que
aparece un retrato despiadado de Hitler bajo el nombre del mecánico Rupert
Kutzner, creador de un partido alemán de ultraderecha; que formar parte de una
familia tan representativa, digo, ayudó o
suyo a que aquel niño guardara como oro en paño unas vivencias a las que
el lector ahora asiste con curiosidad e interés, porque se nos describe en
ellas la vivencia cotidiana, a la par que intelectual, de una época de infausta
memoria, pero que no hemos de permitir que caiga en el olvido.
Lion
Feuchtwanger fue también autor de una obra muy ligada a los recuerdos de su
sobrino: Los hermanos Oppermann, de
inequívoco interés para quienes quieran saber cómo fue posible que se gestara
un movimiento genocida como el nazismo durante la República de Weimar. El trío
de referencias lo completa otra obra sobre la que es posible que los
intelectores hayan oído hablar más: Historia
de un alemán. Memorias 1914-1933, de Sebastian Haffner, un periodista que
nos describe cómo, casi imperceptiblemente, fue calando en la sociedad el
discurso antisistema y liberticida de los nazis, a pesar de la repulsa moral
con que fue acogido en sus inicios. Ya mencioné en la entrada dedicada a Mi lucha que Gustavo el férreo, de Hans Fallada es otra obra capital para
abordar aquel nefasto periodo de la historia de Alemania, de Europa y del
mundo.
Con esas fuentes se alza ante el intelector un fresco
histórico y unas peripecias individuales que nos permiten aproximarnos a los
efectos que produjeron en la sociedad alemana los postulados racistas que
Hitler había expuesto en su libro, al que no solo hay constantes referencias en
la obra de Edgar Feuchtwanger, sino que cada uno de los años en que se
organizan los capítulos del libro va encabezado por una cita de Mi lucha. Como el libro apareció, al
menos la edición catalana que yo he leído, en mayo de 2014, casi puede decirse
que voy a escribir una crítica de una “novedad”, para lo que la entrada
dedicada a Mi lucha puede ser una
lectura complementaria adecuada y esclarecedora.
Año tras año, desde 129 hasta 1939 en que los Feuchtwanger
logran escapar de Alemania, no sin que antes el padre de Edgar haya sido
internado temporalmente en Dachau, el primer campo de concentración creado en
Alemania, en 1933, el libro va siguiendo la vida cotidiana de un niño muy
especial, porque el círculo intelectual en que el padre se desenvuelve le
permiten tener un conocimiento de la realidad con una calidad de percepción muy
diferente de la de otros niños de su edad. Además, el hecho de tener una niñera
que se declara espartaquista, que compra, lee y subraya un ejemplar de Mi lucha
y que odia a los nazis, cierra el círculo de influencias que le predisponen
contra el ridículo hombre del bigotito ridículo, frente al que las opiniones van
variando a medida que pasan los años. Frente a la cachaza del padre, que no
cree que lleguen a materializarse las amenazas de NSDAP, La tia Bobbie li deia que l’oncle ens portaría problemas si no anava
amb compte amb els llibres. L’oncle Lion pensa que un dia l’Adolf Hitler manarà
i que, aquest dia, matarà tots els jueus. Jo no sé qui és aquest Hitler. Lion
Feuchtwanger, con una lucidez de la que carecieron los observadores políticos
europeos, caló enseguida la naturaleza del movimiento acaudillado por Hitler: En Hitler és in facinerós, un expresoner, un
conspirador al capdavant d’una colla de desgraciats. (…) Són com els barons de
l’edat mitjana a a recerca de un reialme més. Volen castells, or i serfs.(…)
Quan pensó que abans, quan encara no l’havien tancat a la presó, el teu veí em
tractava de Herr Doctor al Hofgarten Café de Munic, on anàvem tan sovint, amb
en Bertolt Brecht.
Hay, como en toda obra basada en la memoria, diversos
niveles de lectura, desde la superestructura política hasta los detalles más
nimios de la vida cotidiana que, para quien los vivió, conservan la verdadera
imagen del pasado. No de otra manera puede entenderse la fascinación del niño
Edgar ante la madre acicalándose frente al espejo del tocador, al que ella
llama Psyché. Amigo como soy de este
tipo de informaciones propias de aquella magnífica Historia de la vida privada, de Ariés y Duby, me parece sustancial
saber que el origen del término procede del armario de tres lunas, heredero del
espejo de cuerpo entero al que así se denominaba. Verse de cuerpo entero era,
pues, verse de alma entera. Los tres cuerpos del espejo del tocador permitían
verse de perfil, y si se ve la cara completa, completa se ve el alma, pues.
Dentro de esa vida cotidiana ha de entenderse que, al par
que ascendía su NSDAP en popularidad, porque prestigio nunca lo tuvo, Hitler
devino comidilla de vecindad, como se desprende de todo lo que se comentaba
acerca de su oscura relación con su sobrina Geli,
hija de su hermanastra Angela. No era ningún secreto que, por razones de
seguridad ni siqueira el nombre de Hitler figuraba en la puerta de su casa en
el 16 de la Prinzregentenplatz, sino el de su ama de llaves, Anny
Kramer-Winter: La Dorle de seguida ha
explicat que en Hitler tenia un nom fals a la porta. Però el Papa ja ho sabia.
Allí fue donde su sobrina se disparó mortalmente para liberarse de la reclusión
forzada en la que la mantenía su tío. Tras la muerte de Geli, Hitler clausuró la habitación tal y como ella la dejó, sin
tocar nada, y cada aniversario entraba a sollozar en aquella cama. Y se volvió
vegetariano. Actualmente, la que fue su vivienda es una comisaría de policía,
para evitar que el lugar fuese convertido en un centro de peregrinación. Hcia
1931, después de la fortísima recesión sufrida tras el crash del 29 en
Usamérica, Lion Feuchtwanger hizo un diagnóstico de la situación cuya carga
profética advertimos enseguida, no solo para los acontecimientos que se sucederían
a partir de 1933, sino incluso para nuestro presente de hoy: El dijous negre de Wall Street no para
d’escampar les seves cendres sobre el nostre país. Le empreses alemanyes ja no
venen res, perden liquiditat. Els banc ja no donen préstecs y els seus client
van fent fallida els uns rere els altres. La gent està desesperada. Com que en
Hitler i la seva colla encara no han governat mai, els atribueixen totes les
virtuts. I diguem també que n’hi ha que creuen (o esperen) que amb ells el món
anirà millor. Ante aquella situación desesperada, no nos dejan de parecer,
desde nuestra perspectiva actual, lamentablemente ingenuas opiniones como la
del tío Heinrich de Edgar: –Vivim al
1932, caram! La gent està informada. Ningú no vol una dictadura. No, no em
preocupen. Creer que uno vive casi en la culminación de la Historia, con
todas las lecciones aprendidas de ella, es un tópico cuya contenido trágico
hemos conocido, conocemos y seguiremos conociendo: ¡Estamos
en el siglo XXI! ¡Pero tú crees que
en pleno siglo XXI…? Son expresiones paralelas a aquella ingenuidad de 1932
proferida por el tío Heinrich.
Hay una parte del libro muy interesante desde la perspectiva
de los nacionalismos actuales: la vivencia de Edgar Feuchtwanger en la escuela
dominada por los nazis y utilizada como instrumento de germanización, siguiendo
los conceptos establecidos en la hoja de
ruta del partido de Hitler: identificación total con la patria, con las
glorias de la patria y con el caudillo máximo. Desde esta perspectiva, llama
mucho la atención cómo el joven Edgar, a quien por ser judío sus antiguos
compañeros le hacen el vacío, se va adhiriendo a la visión nacional que le
ofrece la escuela y asume con entusiasmo los logros del régimen, las victorias
de sus atletas y la fortaleza de su ejército. Ese adoctrinamiento que, en 1933,
llevó al pueblo a votar en masa que sí (algo más del 90%) a la pregunta
formulada en el referéndum que concedía el poder absoluto a Adolf Hitler: Home alemany, dona alemanya, aproves la
política del teu govern, estàs disposat a reconèixer-la com l’expressió de la
teva concepció i de la teva voluntat i a declarar-t’hi solemnement a favor?
Aquel tipo de educación en el espíritu patriótico que lleva al niño judío a
hacerse planteamientos tan aterradores como el siguiente: De vegades em pregunto si podria marxar de casa i deixar de ser jueu,
ser simplement un alemany com els altres. M’agradaria poder decidir qui sóc i
tornar a anar amb en Ralph. Qui sap si demà tornarem a ser amics. Y a participar
con entusiasmo en las exaltaciones patrióticas promovidas por los docentes: M’enorgulleixo del meu país. El nostre Führer
ha conquerit un país sense disparar ni un tret
-ha dit el mestre. Ha afegit que l’havíem de saludar. Tots ens hem
aixecat i hem cridat: “Heil Hitler”. De igual manera se sentirá orgulloso
de todos aquellos hechos “históricos” destacados en el NO~DO alemán, por el que
el niño Edgar siente pasión y quién sabe si orientó, de alguna manera, sus
pasos hacia la Historia como disciplina a la que se dedicó profesionalmente: Hem anat a veure la seva última pel•lícula,
El triomf de la voluntat. (...) M’apassionen les actualitats al cinema. En
1936, ya en pleno nazismo triunfante, entra la radio en casa de Edgar, y recuerda
al padre escuchando las noticias: El papa
escolta les notícies, posa Ràdio Luxemburg, una emissora estrangera que fa
programes en alemany que parlen del nostre país, lo que indica claramente
la imposibilidad de informarse libremente en un estado totalitario como el que
devino Alemania una vez Hindenburg tuvo que pasar por el trago de nombrar
Canciller al “cabo austriaco”, a quien no mucho antes, por cierto, se le había
concedido la nacionalidad alemana.
Por suerte, cuando e le hace evidente, por lo que viven en
su propia casa, el saqueo de la de su tio Lion, la represión de los judios, la
privación de los derechos, la estrella roja que, en Múnic, deben llevar, etc.,
el niño Edgar “despierta” de su alienación nacional y afronta un duro destino: Sol al pati, mentre tots s’expliquen les
proeses dels nostres esportistes, em consolo recordant que un estranger, Jese
Owens, ha guanyat quatre medalles d’or sota la mirada furiosa del nostre vei.
Esa soledad del “otro”, del “marcado” es lo que le lleva a sentirse mayor mucho
antes de que le corresponda asumir tales responsabilidades: Al mirall, no tinc el nas de ganxo. No
m’assemblo als dibuixos que veig als diaris. Tincs dotze anys i em sento molt
vell. Este choque con el mal se manifiesta de forma desagarradora cuando su
padre es arrestado en casa y conducido al campo de concentración de Dachau, a
una hora escasa de distancia de Múnic: Ha
dit que no em preocupi. El mataran. (…) Estem sols. La seva veu ja no hi és, no
hi ha soroll. Vull tornar a veure’l. Vull que sigui aquí. No vull que es mori.
No em vull morir. Per què nosaltres? Vull obrir els ulls, despertar-me. Però no
és un somni. És la realitat. Han arrestat el pare. Han empresonat el meu pare.
Se l’han endut. Aquel primer campo de concentración bávaro lo dirigía
Heinrich Himmler sobre cuyo padre, el Director del centro de donde fue
expulsado el autor Alfred Andersch, es el protagonista de la más que
interesante novela El padre de un asesino.
Heinrich Himmler fue el hijo díscolo que le salió a un profesor de Humanidades
de Secundaria, y con quien solo se reconciliaría cuando llegó a convertirse en
un capitoste del régimen. Quede dicho, de nuevo, porque de verdad que cuesta
mucho hacerse a la idea de que el partido de Hitler se vio en sus días como un
partido antisistema que iba a acabar con toda la carroña falazmente democrática
de la República de Weimar… Bien está recordarlo.
Cuando el padre es liberado y consiguen huir de Múnic, Edgar
ni siquiera es capaz de manifestar su alegría, su alivio: He perdut el costum d’alegrar-me i no m’atreveixo fer-ho. En el fondo, la visión que él
tuvo del proceso nazi, sobre todo, a través de la contemplación de las entradas
y salidas de su vecino, es lo que otro testigo singular de aquella historia,
Sebastian Haffner, dejó escrito en su libro: Lo que ‘sabe cualquier crío’ suele ser casi siempre la última y más
innegable quintaesencia de un proceso político.