Alfred Andersch: El
padre de un asesino
Ödön von Horváth: Juventud
sin Dios
Franz Werfel: Reunión
de bachilleres o Aniversario
Resulta llamativo el poco
juego literario que la etapa del bachillerato ha dado en nuestra literatura,
frente a la importancia de la misma en las letras alemanas (en las cuales se ha
de incluir a los austriacos, a algún checo, como Kafka, húngaros como von
Horváth, y a no pocos suizos, como
Walser y Frisch, por ejemplo, porque todos ellos se sienten incluidos en la
literatura alemana, independientemente del país donde hayan nacido; algo que,
sin embargo, no ocurre cuando hablamos de la literatura española, en la que no
caben argentinos, mejicanos o colombianos, entre muchos otros, sino
indirectamente y en análisis, a veces, propiamente de literatura comparada,
como el paradigmático caso del peruano José María Arguedas nos recuerda). Piensa
uno en Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, por ejemplo, y percibe en el acto
un abismo literario entre esa obra tan
ajustada al realismo de mesa de camilla, al realismo “garbancero”, que decía
Valle, y las obras cuya lectura aquí propongo. La vida de internado, en los
diferentes niveles de enseñanza sí han tenido un cierto éxito literario, como A.M.D.G. de Ayala, tan provocativa en su
momento auroral republicano como ahora mismo, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, entre otras, por poner
ejemplos a uno y otro lado del océano; pero esa etapa concreta del paso del bachillerato
a la universidad, de la adolescencia acomplejada a la madurez problemática ha quedado como un
vacío, difícil de llenar, por otra parte, porque en nuestro país los conflictos
a esa edad tienen una limitada dimensión: o bien reflejan crisis de fe o bien
describen la dura lucha por el acceso a la sexualidad plena, sin culpas ni
compromisos losales. Nada nos habla ya de una universitaria,
del mismo modo que una película magistral como Nueve cartas a Berta nos muestra la desesperanza casi irremediable
de un universitario cuya mirada desencantada a lo que le rodea es capaz,
literalmente, de acongojarnos hasta las lágrimas, sobre todo a quienes hemos
vivido esa España negra, represiva y sin futuro inmediato liberador, en aquel
entonces de los años 60, que se describe tan acertadamente en la película.
Quienes quieran saber exactamente qué significaba la dictadura franquista y el
yermo moral y cultural español que impusieron, heredero de la intolerancia y el
oscurantismo secular españoles, sólo tiene que asomarse a esa película, y luego
pensarse dos veces si a esta democracia tan deturpada que vivimos se la puede o
no comparar con esa etapa siniestra de nuestra historia reciente. Sí que
algunas novelas de Martín Vigil podrían ser tenidas en cuenta a la hora de
buscar un ejemplo en nuestras letras del subgénero alemán del Gymnasium, pero se entenderá que excuse
entrar en comparaciones absolutamente heteróclitas.
Son tres las novelas sobre
las que quiero hablar: Aniversario o Reunión de bachilleres, de Franz Werfel,
según leamos la edición de Luis de Caralt, 1962, publicada por Plaza y Janés o
la de la editorial Minúscula, 2005, cuyo loable empeño por acercarnos la mejor
literatura centroeuropea merece los mejores elogios. El padre de un asesino, de Alfred Andersch, en Círculo de lectores,
colección Onda joven y Juventud sin Dios, de Ödön von Horváth,
en BackList, del grupo Planeta. En los tres casos, se ajustan cuentas
autobiográficas con un sistema educativo autoritario hasta la crueldad,
nacionalista hasta la perversidad y humanamente deplorable.
Respecto de la primera, ha de decirse
que en el original contiene titulo y subtítulo: Der Abituriententag, que puede entenderse, en efecto, como “Aniversario”
o “Reunión de viejos alumnos” y Die
Geschichte einer Jugendschuld, que bien podría traducirse por “La historia
o la anécdota de una culpa de juventud” o algo por el estilo. En cualquier
caso, en las dos traducciones se ha optado por evitar un subtítulo tan
explícito y se ha optado bien por el Aniversario,
demasiado aséptico, bien por la Reunión
de bachilleres, que se acerca más al original. Que ambas desdeñen el
subtítulo explícito es una curiosa coincidencia. Ya se sabe que un titulo
enigmático atrae más lectores que uno que da a entender claramente el tema de
la obra. Aunque en Reunión de bachilleres, la etapa del Gymnasium ha quedado
veinte años atrás, lo cierto es que el
comedor reservado del Adria se había convertido de pronto en la vieja aula del
colegio y en él, en efecto, se representan a través de la evocación
aquellos años llenos de esperanzas, frustraciones, miserias y maldades. Werfel
construye la novela como un flash back que nunca abandona, sin embargo, el
presente deteriorado desde el que se evocan aquellos años de la adolescencia,
por eso el contraste entre el ayer y el presente acentúa el carácter dramático
de la novela, llena de reflexiones sobre la inocencia, y su pérdida, y sobre la
maldad, y la ausencia de castigo, salvo el infligido por la propia conciencia.
Los cuarentones adolescentes componen un entramado de clases sociales, de
relativos éxitos y fracasos espectaculares que nos retratan con serena
frialdad, por parte del narrador, un mundo abocado al fracaso después de la
terrible experiencia de la primera guerra mundial, saldada con un fracaso, por
parte alemana, que sólo sirvió para incubar el deseo de venganza con que
aplacar el inmenso resentimiento. Reunión
de bachilleres no es, sin embargo, una novela social, sino psicológica,
porque a través de la rivalidad de dos personajes que destacan se nos hace un
retrato implacable de uno de ellos, juez de profesión. Y por aquí viene lo del
subtítulo: la “culpa de juventud”. Esta novela, como ya he indicado, fue
publicada nada menos que en 1962 por Luis de Caralt, un editor inquieto y
atento (para quien trabajo, por cierto, Gonzalo Suárez, quien cuenta en Jot Down algunas graciosas anécdotas de
aquella relación) al que quizás no se le ha concedido la importancia cultural
que tuvo en su momento. La edición de editorial minúscula es de 2005, sin
embargo. Como uno es de natural pesquisidor, he tenido la ocurrencia de hacer
un breve cotejo de ambas traducciones, a ver qué salía, y, sin sorpresa alguna,
porque no desconozco el oficio de traductor, he hallado algunos resultados la
mar de llamativos. Helos aquí (que no vienen saltando por las montañas, sino
emergiendo del teclear): (Indico con los números las ediciones del 62 y la del
2005)
62. Llevaba una barba
redonda del mismo color.
2005. La barba de rabino
era del mismo color.
……………………………………………………
62.Siempre resulta tonto
fotografiarse.
2005. Nunca deberíamos
dejar que nos fotografiaran.
…………………………………………………….
62.Se sentaba entre estas
sombras del diario purgatorio de la vida.
2005. Se agazapaba en las
sombras de ese Hades vulgar.
……………………………………………………….
62. Su fuego catiliniano
2005. Su fogosidad
catilinaria.
………………………………………………………
62.Llevaba ya trabajando
cuatro horas, vistiendo a sus hermanos.
2005. Llevaba a sus
espaldas muchas horas de trabajo.
………………………………………………………
62. La falta de carácter
era también un don de los dioses
2005. La falta de carácter
era un regalo para los afortunados.
……………………………………………………………
62. escupitajos en algunos
casos que le arrojaban diariamente a uno a la cara.
2005. escupirse en la
propia cara todos los días.
………………………………………………………………
62. Silencio
2005. Nada
…………………………………………………………………
62.El Estado, para él,
desempeñaba un papel mítico, casi divino.
2005. El Estado
desempeñaba un papel místico, casi divino.
…………………………………………………………….
62. y estaban las
indolentes offenbaccantes fumando cigarrillos.
2005. había alumnos de
sexto que ya fumaban y bacantes impúdicas.
……………………………………………………………..
62. De modo que ha
decidido usted ser un inmigrante. Debe usted procurar entonces convertirse en
un ciudadano tan pronto como sea posible. No es fácil.
2005. Usted ha emprendido
un éxodo. Aspire ahora a convertirse en sedentario. No es fácil.
Como se advierte, brota
enseguida la sonrisa, al comparar ambas traducciones. Como si se intuyera que
alguno de los traductores, Ignacio Rived, de la del 62 o Eugenio Bou, de la del
2005, flaquean en su alemán o en la búsqueda de las equivalencias en
castellano. Lo que no es fácil es traducir, sin duda, aunque tengamos y hayamos
tenido muy buenos traductores. Hace tiempo, incluso se lanzó al mercado una
loable Biblioteca de traductores por
parte de Ediciones Júcar que, como otras buenas iniciativas editoriales no
acabó cuajando en este país que parece haberle dado la espalda a todo lo que de
bueno y necesario pueda haber en el mundo de la literatura.
Lo que llama poderosamente
la atención de los personajes de Reunión
de bachilleres es la acendrada reflexión moral de los mismos y su nivel de
aspiraciones y de expresión, provocados, sin duda, por exigencias académicas
que les abrían horizontes de realización
personal desconocidos para nuestros sistema educativo. Quien haya leído Los monederos falsos y recuerde la
descripción que en esa novela se hace del ejercicio de francés que realiza el
protagonista para superar el examen de estado que le dé el título de bachiller tendrá
una idea exacta de ese abismo del que hablo. De igual modo lo sabrá quien haya
visto Au revoire les enfants y
recuerde los ejercicios académicos de Julien Quentin. El modo como se acercan a
la realidad esos bachilleres, para los que la “cuestión judía” formaba parte de
su día a día, como en la película de Malle, presupone una madurez que resulta
casi impensable en nuestros lares, hechas las excepciones de rigor, claro está:
No podía soportar su superioridad,
precisamente por ser suya. ¿Por qué? Las explicaciones de un hecho no son nunca
demasiado convincentes.(…) ¿Venía mi resistencia del hecho de que yo veía en él
al judío, la raza de la que uno puede soportar todo, excepto la dominación?
O, más adelante, en otra fase de esa rivalidad a muerte entre los dos
adolescentes: Había algo más que burla de
sí mismo en aquella risa; había inmolación total. Era el eco de mi propia risa,
con la que yo le había destruido. Era algo que había permanecido en su alma
como un dardo envenenado. Desde el mismo momento en que estalló, él dejó que
fuese trabajando su aniquilamiento. No eran sólo los otros los que se habían
alejado de él; él también se había apartado de sí mismo. Es cierto que el
protagonista redacta sus vivencias de aquella época a partir de la reunión con
sus condiscípulos, en un ejercicio de redacción febril e insomne, y que, de
alguna manera su presente condiciona su pasado, pero la recreación está hecha
con tal fidelidad a sus años adolescentes que se nos habla desde aquella
mentalidad y aquellas experiencias con una voz de verdad y una sinceridad que
logran transmitirnos la verdad profunda de los personajes y el drama angustioso
del protagonista, atormentado por los remordimientos.
Juventud sin Dios, de Ödön
von Horváth, escritor austrohúngaro en lengua alemana, apátrida confeso: No tengo Patria Y, como es natural, no sufro
por ello, sino que me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de
sentimentalismos innecesarios –lo que le priva de un 20% de lectores
catalanes secesionistas…–, nos ofrece una novela de Gymnasium pero desde el punto de vista de un profesor inadaptado
que revela el descrédito moral del sistema y anuncia el advenimiento de un
nuevo régimen basado en la fe ciega, la obediencia sumisa, la crueldad y la
hipocresía. Su inequívoca actitud de denuncia del nacionalismo criminal
emergente le acarreó no sólo la enemiga de los nazis, sino la necesidad
imperiosa de poner tierra por medio para que al lado de la hoguera de sus
libros no lo quemaran a él en persona. Exiliado en París tuvo la desgracia de
que la rama de un árbol desgajada por un rayo le golpeara en la cabeza y lo
matara, a la temprana edad de 37 años. Otras versiones de su muerte hablan de
que el rayo mismo lo calcinó, pero cuando las versiones se suceden es que se ha
entrado en la leyenda.
La novela de Horváth está
construida sobre un monólogo en tiempo presente que transmite al espectador el
mundo de sensaciones, sentimientos, ideas, neurosis, temores, etc., del
protagonista, asediado en su integridad moral por la perversión nacionalista,
como se demuestra ya desde el primer capítulo, cuando corrige los ejercicios de
sus alumnos: “Todos los negros son
astutos, cobardes y vagos.” Esto es del género idiota. ¡Lo tacharé! Y cuando me
dispongo a escribir con tinta roja en el margen: “Esto son generalizaciones
absurdas…, me paro. Atención, esta frase sobre los negros, ¿no la he oído
últimamente en alguna ocasión? ¿Dónde? ¡Claro, ya está! Retumbaba a través del
altavoz del restaurante y estuvo a punto de hacerme perder el apetito. Dejo por
tanto la frase tal como está, pues lo que dicen en la radio ningún maestro
tiene derecho a tacharlo en el cuaderno escolar. Por cierto, cámbiese negro
por andaluz, extremeño o murciano y
sabremos si la situación es extrapolable a los discursos nacionalistas
catalanes desde su jefe de gobierno hasta sus mass media paniaguados, y
comprobaremos la actualidad y vigencia de esta novela. El joven profesor de
treinta y cuatro años se queja de que haya un abismo entre su generación y la
de los jóvenes que serán alienada carne de cañón en la inevitable segunda
guerra mundial: Que estos críos rechacen
todo lo que para mí es sagrado no me parece tan grave. Lo que resulta más grave
es cómo lo rechazan, sin conocerlo. Y lo peor de tofo s que no quieren
conocerlo de ningún modo. Para ellos, pensar es odioso, dice el
protagonista para fijar la situación en sus justos términos, esto es, para
explicarse la raíz de la barbarie que protagonizarán. El argumento gira en
torno a una muerte ocurrida en un campamento paramilitar al que van los jóvenes
recién iniciado el verano. Las miserias morales de una juventud educada en la
obediencia ciega y en la despersonalización chocan con la responsabilidad ética
de un maestro que ha de arriesgar su carrera profesional y su estatus social
para que prevalezca la verdad. La novela transmite una tenue esperanza, porque
ciertos jóvenes, en sintonía con su represaliado profesor, deciden crear una
sociedad de resistencia ante la barbarie que se impone socialmente por la
fuerza y la adhesión de quienes solo conciben la patria como la esclavitud del
diferente, e incluso su desaparición.
El padre de un asesino,
de Alfred Andersch, es un libro declaradamente autobiográfico, si bien el autor
se disfraza de un personaje, Franz Kien, que es protagonista de varias novelas
cortas igualmente autobiográficas. La anécdota que da pie a la narración es la
vivencia de un joven que tiene como profesor al padre de Heinrich Himmler el
melifluo pero cruel y sádico asesino al servicio del proyecto Hitleriano de
exterminio, un padre que vive enfrentado al hijo y con el que solo al final de
sus días se reconcilia. La acción de la novela, como Solo ante el peligro, dura una hora, el lapso temporal de una clase,
el mismo en que puede ser leído el libro. La supervisión del Director, el Rex, como lo llaman los alumnos, el
enfrentamiento entre el Director y el profesor de griego, y, finalmente, del
Director con los alumnos, nos dibuja un mapa humano exacto de la educación en
tiempo de los nazis y de la repercusión en la vida cotidiana de aquella
turbulenta y despiadada época. Kien, el protagonista, hijo de un nazi, se
resiste al estudio y prefiere instalarse en la lectura de Karl May. Soporta con
la entereza del alumno que pasa del sistema, el chorreo de su prusiano Director,
quien exhibe un autoritarismo sin mayor fundamento que el propio poder, con
independencia del mérito, como lo demuestra la vejación, ante los alumnos, a la
que somete al profesor que acaba de obtener el doctorado y, posteriormente, la
expulsión de Franz de la escuela. Llama la atención la naturalidad de una
referencia a los judíos nacionalsocialistas, que los hubo, a pesar de los
pesares, porque amantes de los “hombres providenciales” y de las “políticas de
mano de hierro” los hay en todas las sociedades, independientemente de la
religión que profesen o la minoría a la que pertenezcan. La edición de la
novela incluye un epílogo muy interesante en el que el autor reflexiona sobre
la ficción autobiográfica. A su juicio, Los
asuntos más personales pierden –así se lo imagina cuando menos el autor– algo
de su penoso carácter de confesión cuando se atribuyen a un terceo, por leve
que sea el disfraz con que se le vista. (…) contar algo en tercera persona
permite al escritor ser muchísimo más sincero. Y más adelante: Por otra parte, he escrito una novela,
Effraim, en primera persona y, al contrario de Franz Kien, Efraim n o es en
nada idéntico a mi, al contrario, es muy diferente a como sy yo. (…) Por lo
demás, dicho libro concluye con la reflexión de que quizás el yo sea la mejor
de todas las máscaras. Así de contradictorio es todo en el oficio de escribir.
Finalmente, Andersch, reflexiona sobre los Himmler y expone una idea sobre la
que no pocos intelectuales han mostrado su total perplejidad: Heinrich Himmler –mis recuerdos me lo
confirman– no creció entre los hombres del proletariado más bajo y a cuya
hipnosis él se rindió, sino en una familia burguesa de antigua y fina educación
humanística. ¿El humanismo, pues, no protege de nada?
Contestar a esa duda nos
ha de llevar, forzosamente a una meditación compleja y triste. La dejo para
otro día, aunque voces autorizadas como la de Gabriel Jackson podrán orientar
mejor al lector que las caóticas elucubraciones de un artista desencajado. De
Jackson puede leerse un libro espléndido: Civilización
y barbarie en la Europa del siglo XX, editorial Crítica. Bon appètit.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTodo intento de alienación por parte de los dirigentes, invariablemente, anuncia el advenimiento de un nuevo sistema que exigirá fe ciega, obediencia sumisa, crueldad máxima y obscenos tratos de favor...
ResponderEliminarCataluña o Catalunya o País Vasco con sus escolas e ikástolas ¿no llevan décadas haciendo algo parecido?...
Y todo aquel quien trate de denunciar la intención criminal de este tipo Estado tendrá que retractarse o exiliarse si no quiere ser anulado o, incluso, ejecutado ... (Boadella y tantos otros tuvieron que abandonar la tierra que los vio nacer)...
¿Acaso Ud., durante su periodo de docencia, no sufrió algo así? No responda, conozco la respuesta por lo que llevo leído...
Un placer seguir leyéndolo, infatigable pensador y divulgador...
Permítame añadir, en todo caso, que nunca me callé y siempre planté cara a los talibanes nacionalistas, incluso, aquí entre nosotros, jugándome el tipo, porque sufrí la amenaza de la agresión física. Mi respuesta -en aquel entonces en mi apogeo como maratoniano- fue escueta y honesta: no les arriendo las ganancias a los cinco primeros que den el paso al frente contra mí...; después, todo se andará...
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