jueves, 18 de octubre de 2012

¿Aforrefranes o Refraforismos?





Baciyelmos del género lacónico.                   

                

                  Quienes frecuentan este Diario de un artista desencajado son conocedores de mi dedicación al fenómeno del aforismo, sobre el que he escrito reiteradamente aquí desde hace mucho. Hay un abordaje teórico, con su derivada académica, en el que no voy a entrar ahora, pero en el que sigo acumulando lecturas, notas y borradores. Hoy pretendo reflexionar brevemente sobre la más que estrecha relación existente entre el aforismo y el refrán. 

                  En apariencia, puede parecer que haya entre ellos un abismo, y que la anonimia del segundo y la autoría del primero marquen una diferencia que, definitivamente, los conforme como “géneros” distintos, aunque no distantes. He de dejar claro desde el principio que la anonimia del refrán es  un mero fenómeno circunstancial, anecdótico. Dicho de otra manera, alguien ha tenido que elaborar alguna vez y en algún sitio los refranes que después han pasado de boca en boca a través de generaciones hasta llegar a la nuestra. Digo elaborar y no escribir, aunque en el decurso de la creación del refranero bien puede intuirse que algunos de ellos incluso hayan podido ser escritos antes que elaborados oralmente. 

                    Que los refranes vienen de muy lejos y que pueden ser considerados como “universales” de la experiencia popular es algo casi inobjetable. Ahora bien, al margen de las turbadoras coincidencias que hay entre los refranes de culturas distintas, me interesa señalar que, más allá de la síntesis de la experiencia humana, hay en los refranes un aliento poético innegable, no solo por los constantes juegos lingüísticos a los que recurren, sino por el uso frecuente de casi todas las figuras retóricas, entre las que la comparación, la metáfora, el retruécano y la antítesis ocupan lugar destacado, aunque también la imagen suele aparecer con frecuencia en ellos, como “visión” privilegiada de la conformación de lo real. Es señal característica indudable de los refranes el hecho de recurrir a la rima como método nemotécnico, pues los refranes han de poder ser “fijados” con claridad, sin confusiones enojosas que se presten al equívoco o a la duda sobre la intención del usuario, y ese es quizás el rasgo que más los aparta de los aforismos, poco dados a recurrir a la rima interna, con la que suelen mostrarse usualmente incompatibles, si bien hay numerosas excepciones. 

                       Salvado ese pequeño escollo, es cierto que hay muchos refranes que, enunciados sin delatar su condición de tales, bien pueden pasar por aforismos, y a la inversa. Esa suerte de viceversabilidad es lo que me anima a derribar los muros con que quieren algunos teóricos ubicarlos en compartimentos estancos. Cualquiera que haya leído alguna colección de refranes habrá hallado muestras como las que yo voy a usar a continuación, si bien es forzoso reconocer que los tales no se hallan entre los más populares, entre los más usados. Por otro lado, no hay duda de que el gran triunfo del aforismo es, sin duda, perder la autoridad y ser repetido como si se tratara de esa supuesta creación popular en la que habrían participado numerosas lenguas o numerosas plumas, ¡ningún honor más alto, para el autor, que desaparecer en la propiedad comunal –como la gran última lección del genio que fue Mozart, confundirse sus restos con los de la fosa común- y asegura, en su aforrefrán, la eternidad de su obra! Esa sería la tenue frontera entre el aforismo arrefranado y la cita de campanillas.

                        Veamos, sin más dilación, algunos ejemplos de esos aforrefranes o refraforismos de los que vengo hablando:

Acometa quien quiera, el fuerte espera, en todo semejante al proverbio japonés según el cual El que tiene seguridad en sí mismo no suele agredir, sino resistir las injurias del enemigo. Advertimos, pues, uno de esos “universales” que suelen encarnarse en los refranes.

Al herrero con barbas y a las letras con babas. De inequívoco sabor quevediano.

A los sordos, peerlos. No está exento el refrán del impulso escatológico ni de la crueldad, como tampoco del ingenio. No deja de ser curiosa la presencia en este refraforismo del humor negro tan propio de la literatura popular como de la culta.

           Aunque soy grande, soy estambre. En ninguna colección de refranes de  las centenares de miles que hay en internet se ha recogido (según el buscador de Google), si bien aparece, como no podía ser menos, en el libro digitalizado  de Gonzalo Correas: VOCABULARIO DE REFRANES Y FRASES PROVERBIALES Y OTRAS FÓRMULAS COMUNES DE LA LENGUA CASTELLANA EN QUE VAN TODOS LOS IMPRESOS ANTES Y OTRA  GRAN COPIA QUE JUNTÓ EL MAESTRO GONZALO CORREAS  Catedrático de Griego y Hebreo en la Universidad de Salamanca. Es apreciable, en este  acaso más que en ningún otro, la fuerte impronta poética y moralista del aforrefrán. En todo se asemeja al estilo de los aforismos de Pascal y específicamente al que dice: El  hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante.  

Guárdate del hombre que tiene rincones. ¡Cómo no volverse enseguida hacia las personas “esquinadas” de las que nos prevenía Unamuno! En el bilbaíno eran seres hacia afuera, agresores, con los que se topaba; los del aforrefrán, son seres hacia dentro, maquinadores. No sé cuáles son peores.

Servir es ser vil. Cualquier aforista, como buen libertario que todos son, en el fondo, firmaría orgulloso este falso calambur ingenioso y luciferófilo.

Culos conocidos, de lejos se dan silbos. Gabriel García Márquez confesó en un artículo (El País, 18/8/1982) que los viejos refranes españoles fueron sus primeros iniciadores en la poesía, y aportaba este ejemplo señero. Que cada cual descubra para sí la música de la poesía en este deslenguado y musical refraforismo de turbadora imagen.

A luengas vías, luengas mentiras. De igual modo que en los romances aparecieron inmediatamente los arcaísmos como marca de antigüedad, de nobleza de lengua, en los refranes ocurrió otro tanto. La presencia de ciertas voces actúan, pues, poéticamente y permiten una contemplación poética del aforrefrán. Que se aplique, además, a los fabulosos –en su sentido literal—  comentarios de los viajeros por geografías y pueblos exóticos, tan comunes en la vida de cada quisque, permite la identificación inmediata con las sufridoras videoaudiencias que soportan a cena enjuta la atroz redundancia de las imágenes y los relatos.

Discreción es saber disimular lo que no se puede remediar. Finalmente, en el más tradicional estilo definidor de los aforismos, amigos siempre de reescribir los cariñosos (y pegajosos) lugares comunes, este refraforismo, tan sabio como conciso y despojado de los oropeles de la retórica, bien puede reclamar la condición que le estamos reconociendo.

Endura, endura y viene quien desboruja. Aunque solo sea por el amor al arcaísmo, del que antes hablamos, ¿cómo no enamorarse de esta críptica constatación de una realidad trivial, a muchos avaros les hereda un despilfarrador, podría ser una traducción no excesivamente infiel. (Endurar: 4. escatimar, ahorrar; desborujar -inexistente hoy–: despilfarrar).

Madrastra, madre áspera. He aquí uno de esos aforrefranes a los que son tan dados no pocos autores amantes de las definiciones como Ramón Gómez de la Serna o José Luis Coll, por ejemplo, aunque es propensión de muchos y solo resultado feliz en pocos.

Más vale onza de sangre que libra de amistad. Más allá de las medidas antiguas, absolutamente anodinas en su tiempo y hoy tan llamativas, incluida la arroba, merece la pena destacar este lacónico canto al espíritu de clan germánico que dominó durante tanto tiempo nuestra jurisprudencia.

Para sacar de su casa a un muerto son menester cuatro hombres. He aquí un refraforismo de los excelentes, los que denotan una perspicacia singular, propia de espíritus bendecidos por la agudeza. Al tiempo, el elogio poético de la última lucha épica del ser en la existencia recibe cumplido homenaje

        ¿Qué espejo hará la fuente do la vecera se mete? Siquiera sea, de nuevo, por la posibilidad de devolver a la circulación lingüística una voz como vecera, ‘manada de puercos’, ya merecería ser acogido este reafraforismo en el grupo de los escogidos. Si sumamos el valor metafórico del mismo, ‘que el vicioso no pueda dar ejemplo’, se acrecienta, sin duda, el valor del ejemplo.

        Regla y compás, cuanto más, más. ¿Y qué decir de este aforrefrán propio, a pesar de la atrevida adjudicación, de místicos como Juan de la Cruz o Teresa de Jesús. ¡Regla y compás!, nada menos. Disciplina y ritmo, porque en la renuncia a las pasiones y  en el vuelo del alma hay un secreto ritmo que solo escuchan y siguen quienes ejercitan las virtudes del pájaro solitario.

        Cada cual es muy suyo de buscar más ejemplos de los baciyelmos  que pueda encontrar en este mundo inagotable del laconismo. A los comentados, añado una breve muestra de otros que también lo merecerían, ser comentados:

A gran arroyo, pasar postrero.

Al loco y al aire, darles calle.

Alcanza quien no cansa.

Culos conocidos, de lejos se dan silbos.

De alcalde a verdugo, ved cómo subo.

De hora en hora, Dios mejora.

Do entra beber, sale saber.

Dos al saco y el saco en tierra.

El que ha de besar al perro en el culo no ha menester limpiarse mucho.

El que quiere, va: el que no quiere, envía.

Hay ojos que se enamoran de legañas.

Ir romera y volver ramera.

La que se viste de verde, con su hermosura se atreve.

Muchos ajos en un mortero, mal los maja un majadero.

No en los años están todos los desengaños.

No hay tal caldo como el zumo del guijarro.

Pared blanca, papel de necios.

Pedo con  sueño no tiene dueño.

Peer en botija para que retumbe.

Trabajos, y a la vez andrajos.

La verdad huye de los rincones.

Viejo amador, invierno con flor.

Ya que no seas casto, sé cauto.


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