miércoles, 29 de octubre de 2025

La oquedad de las palabras.

 


Exploración de la otra caverna…

 

          Lo hemos oído y dicho infinidad de veces: «eso son meras palabras huecas». A veces añadimos «altisonantes», como condición adjunta de lo hueco: retumban con mayor estrépito y, en ocasiones, hasta las calificamos como «estentóreas», en un arranque de *homerismo desconocido para la mayoría de quienes usan el calificativo. De tanto oírlo y decirlo, podríamos inferir que hay ya, en la lengua, un repertorio de palabras huecas perfectamente definido; que los hablantes conocemos, por el uso, la lista de esas voces de las que proclamar su oquedad como rasgo definitorio, como sucede, por ejemplo, con las «palabras malsonantes», el «lenguaje soez», los «tacos» o los «insultos», todas esas voces que viven como pez en el agua en los bajos fondos de la vulgaridad.

          Por lo general, la oquedad de ciertas palabras suele estar en relación con un uso grandilocuente de las mismas, un exceso de importancia o trascendencia que se revela, sin embargo, vacío de significado, lo que, con el latinismo ad hoc, solemos denominar flatus vocis; ello indica, pues, que no se trata de un fenómeno contemporáneo, sino con larga tradición en la cultura occidental, y, si escarbamos a conciencia, estoy seguro de que podríamos llegar incluso hasta los sofistas, como maestros de ese lenguaje pretencioso, artificioso, afectado y hueco.

          El uso de voces cavernarias suele darse en edades tempranas, cuando hay un amplísimo trecho entre el vocabulario de un hablante y su experiencia vital. A mayor número de palabras y menor número de experiencias existenciales, mayor es el vacío de ese lenguaje que pretende sentar cátedra o impresionar a audiencias que lo escuchan con la tolerancia de quien disculpa, por la edad, el desvarío sonoro de los profanadores del más valioso don del lenguaje: la sencillez, la ausencia de afectación. Suele ir asociado, ese uso, a los primeros pinitos como poetas o como oradores con futuro tribunicio, y se pronuncian en un contexto gesticulante que solo sirve para medir el nivel de ridiculez de la *megalolexia propia de las edades tempranas.

          Diríase que la oquedad afecta, sobre todo, a los sustantivos abstractos, y sí, es cierto que voces como Justicia, Dignidad, Destino, Porvenir, Amor, Triunfo, Solidaridad, Nobleza, Entrega, Soledad, Pasión, Belleza, Candidez, Porfía, Esperanza, Nostalgia…—todas ellas preceptivamente *mayusculadas— y unos cuantos cientos más las oímos, en según qué circunstancias, como auténticas palabras huecas, como mero marco de un abismo por donde se ha perdido cualquier atisbo de significado relacionado con el uso enfático que de ellas se hace. Y aquí es donde surge el pasmo de cualquiera que está acostumbrado a oír o leer esas «palabras huecas» cuyos significantes se distorsionan, en el aire o sobre el papel, como si estuvieran hechos de levísimo humo huidizo, y nos dejaran enfrentados al espeso silencio de la insignificancia: ciegos, desasistidos de los peldaños que nos llevan, dese la humildad de los significantes a la plenitud de los significados y, en algunos casos, del arte. Pero ese fenómeno afecta a cualesquiera otras palabras, incluso sustantivos concretos, verbos o adjetivos, y aun hasta me atrevería a decir que adverbios e interjecciones no se escapan de esa oquedad aniquiladora que, sin embargo, no logra enmudecer al hablante, sino transfigurarlo en un torpe y empecinado emisor  de ausencias encadenadas a la altivez.

          Desde que nos atropellan por primera vez con el dicterio: «¡Bah, bah, no me vengas con palabras huecas!», hasta que llegamos a ser conscientes de usarlas, hay un largo trecho de combativa formación que no siempre se recorre con éxito, por lo que el dicterio puede silenciarnos con un poder con tanta efectividad como ningún otro es capaz de imponérsenos. El desquite, muy a menudo, consiste en dedicarse a la política profesionalmente, porque  ningún otro ecosistema social acoge las flatus vocis con tanta naturalidad y descaro, como si hubieran nacido para darle sentido a las pobres almas que se dedican a ese menester de la rapiña institucionalizada y la alienación mediática. Si hay discursos vacíos, pero horrísonos, esos son los propios de la agitación y la propaganda políticas o cómo no decir nada con el mayor número de palabras. La sordera selectiva tampoco es remedio eficaz, aunque es cierto que, repetidas ad nauseam, ciertas voces ni siquiera adquieren la corporeidad sonora que nos permita identificarlas, del mismo modo que, por escrito, saltamos sobre ellas camino de otras partes de la oración menos alienables, porque las palabras huecas, además, se vuelven invisibles, o casi.

          A modo de cencerros que nos avisan del peligro de tropezar con ellas, y de meter el pie en el hoyo que, como antiguo socavón urbano, nos impiden seguir adelante para intentar darle un sentido al recorrido gramatical de cualquier enunciado lleno de ellas, las palabras huecas, leídas o escritas a topa tolondro, nos inmovilizan con su necia presencia de altos vuelos gallináceos y nos obligan a esbozar la mueca desgalichada de la indiferencia y, según su insistencia, del desprecio. Detengámonos un momento, en la intensidad con que un mentiroso compulsivo, como quienes defienden en política su poltrona aun a costa de su honorabilidad, suele tratar de defender sus palabras huecas como el colmo de la densidad significativa, intentando llenar de semas trascendentes una calabaza excavada, y fijémonos en la expresión de los ojos que, con las cejas enarcadas, trata de convencer a sus interlocutores de que no solo está recibiendo un mensaje, ¡sino un axioma! Cuanto más acentuada es esa expresión de honestidad  fingida, la propia de quien te vende un caballo cojo, mayor es la oquedad de las palabras con las que te engaratusa.

          Lo que resulta muy difícil de creer es que aún haya tantos hablantes incapaces de detectar el sonido ampuloso del vacío de las palabras huecas, porque son algo así como agujeros negros que no dejan escapar ni un átomo de luz significativa: una vez enunciadas, aparece la noche del sentido y las espesas sombras de la incomunicación se expanden como los sinuosos gases tóxicos que acompañan la erupción de un volcán. Quienes las usan creen que se revisten de un manto de dignidad, pero se cubren, en realidad, con la capa llena de campanillas del bufón objeto de mofa y escarnio. Solo quienes las usan las reciben como perlas de sabiduría, por algo se dice aquello tan manido del «entre tontos anda el juego», porque solo quienes asiente ante tales usos están a la altura de quienes con ellos lo comparten: un estrépito de grandilocuencia ridícula y prosopopéyica, sólida enemiga de la verdadera comunicación.       

         

         

         

martes, 21 de octubre de 2025

«José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon. Crónica de un largo y continuado exilio. Epistolario 1926-1971», Editorial Renacimiento. Edición de Estrella Ruiz-Gálvez, Joaquim Parellada y Catalina García-Posada Rodríguez.

 

                                 



La erudición frente a las adversidades culturales y existenciales.

 

          Gracias a mi buen amigo Joaquim Parellada, coeditor de esta correspondencia, ha llegado a mis manos este curioso intercambio no sincronizado de cartas entre dos eruditos de gran renombre en lo que fue mi carrera académica, Filología Hispánica: José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon, cuyas obras son indispensables para dos temas fundamentales: el erasmismo en España, con los gemelos Valdés al frente, y los estudios canónicos de Montesinos sobre la novela española del siglo XIX, y muy específicamente sus tres volúmenes sobre Benito Pérez Galdós, amén de muchos otros, porque Montesinos comenzó, bajo el magisterio de Américo Castro, como lopista.

          La correspondencia entre ambos abarca prácticamente toda una vida. Desde finales de los años 20 hasta cerca de la muerte de Montesinos en 1972, poco después de haber visitado Cataluña e impartido dos cursos, a petición de Blecua y Rico, en las Universidades Central y Autónoma. Se conservan más cartas del estudioso granadino, emparentado con la familia de García Lorca, que del erudito francés, pero la lectura de este epistolario es altamente gratificante para quienes bien puede decirse que veneramos a todos aquellos que dedican su vida a la investigación y edición de textos con el mayor rigor filológico y paleográfico, una labor callada, ingrata difícil y a la que no siempre le acompaña el reconocimiento que merece.

          La historia de nuestra cultura europea sería muy otra sin los esfuerzos y la dedicación, más allá de lo razonable, de estudiosos que aúnan la disciplina, la intuición y la elocuencia expresiva a partes iguales en sus personas: Yo tengo la mala costumbre —y la fatalidad, pues no me deja tiempo— de trabajar de noche, de modo que no son muchas las horas normales de que dispongo.  Desde la época del Humanismo, en la que se «profesionaliza», por así decirlo, la tarea de investigación de nuestra herencia cultural, greco-latina sobre todo, pero también árabe, dedicarse a limpiar de deturpaciones los textos de nuestro acervo cultural es, lo repito, una labor callada y poco apreciada socialmente, más allá de los círculos académicos y de la minoría selecta que goza con estas cosas de la erudición, del saber, del conocimiento puro, esto es, el que libra de máculas, mixtificaciones y tergiversaciones los textos que han llegado hasta nosotros. Disponer de originales, limpios de polvo y paja, fiables y, en la medida de lo posible, «definitivos», es la tarea que se acoge a un nombre poco frecuentado, ya digo, fuera de los círculos interesados: la «Ecdótica», pero determinante para que muchos otros estudios se lleven a cabo sobre esas obras fijadas con no pocos esfuerzos. Pensemos que ahora un clic nos acerca veinte siglos de historia, con la digitalización de los archivos, pero, antes, los estudiosos habían de viajar a las bibliotecas donde imaginaban que pudiera haber fondos de su interés o mantener correspondencia con ellas para localizar el material indispensable para sus investigaciones. A mi siempre me ha parecido una heroicidad de los estudios literarios y sociales una obra como la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo, por el caudal de información manejado en ella, y por las reconditísimas noticias que incorpora al aparato crítico el polígrafo montañés, modelo de eruditos e investigadores.

          Un epistolario, más allá de los saberes técnicos de los interlocutores, es una fuente biográfica de primer orden para reconstruir, siquiera sea parcialmente, la vida de quienes lo escriben. Y eso es lo que sucede con Montesinos, un doble exiliado, primero como joven investigador en Hamburgo [(1929) Estoy tan solo que no tengo a quién acudir. Aquí no hay interés, ni simpatía, ni siquiera respeto por estas cosas; en España no hay nadie de los míos, así es que todo es andar a ciegas.] y, tras la Guerra Civil, como exiliado republicano dentro de una diáspora que lo llevó a recalar en Francia y, posteriormente, en California. La vida de Bataillon sigue un orden tradicional que lo lleva de catedrático de Liceo a Burdeos, luego profesor universitario en Argel y, en su esplendor, en la Sorbona y, finalmente, en el Collège de France. Con todo, Bataillon fue detenido tras la invasión alemana de Francia, por haber sido candidato del Frente Popular, y pasó unos meses en un campo de Compiègne, de donde fue liberado por mediación de Le Roy Ladurie.

          La amistad de ambos se forja en torno a su dedicación común a las figuras de los hermanos Valdés, Juan y Alfonso (o Alonso, en las cartas de Bataillon), los introductores del erasmismo en España, y aunque ambos se tratan en términos de pares, Montesinos reconoce la trascendental labor de Bataillon, quien es algo así, como el factótum de todo lo relativo al erasmismo en España: (1928) A medida que voy comprobando que apenas hay línea en el Carón que no esté ya en otra parte, comprendo más y mejor la originalidad de Valdés y su radicalísimo españolismo. Es de un enorme interés ver como remodela Valdés a la española todo cuanto lee y aprende. Además, como ya le dije, quisiera puntualizar varios recursos estilísticos y técnicos que Valdés aprendió en Pontano y en Erasmo. Estoy impacientísimo por que me diga lo que todo esto le parece, pues yo, con audacísima ignorancia me metí hace dos años en estos berenjenales, sin más propósito que reeditar unos libros viejos y ganar unas pesetas, me siento cada vez más inseguro.

          Ambos, cada uno a su manera, se queja de su dedicación por la ingratitud que comporta y, en el caso de Montesinos, por la escasa retribución económica que le supone. Sí, hablamos de vidas difíciles, no excesivamente «boyantes»,  austeras y centradas exclusivamente en sus múltiples investigaciones. Son, ambos, personas preocupadas por el rigor, la veracidad y la calidad de cuanto sale de sus manos, pero, como siempre sucede, no todo está en ellas, como le ocurrió a Joyce con la edición francesa de su Ulises, plagada de deturpaciones. Las quejas de Montesinos sobre su falta de control sobre las publicaciones es reiterativa: (1926) Mi última publicación, mi primer tomo de lírica de Lope (La Lectura) ha sido un desastre. No me han mandado pruebas y los textos sacan tantos y tales disparates que me siento en ridículo. Cuando salga el segundo tomo con la fe de erratas del primero le enviaré la antología completa. De esa dedicación se deriva un estrés  físico y psicológico que repercute necesariamente en la salud, al menos, de Montesinos, según confidencia que le hace: (1929) Después de cinco años de trabajo incesante sin vacaciones pero llenos de amarguras y sinsabores estoy en un estado de surmenage tal que contra mis más vehementes deseos me veo obligado a hacer una pausa. No sé si será larga. Pues no, no es larga, porque poco tiempo después vuele a escribirle para quejársele de sus males sin remedio a la vista: (1929) Como usted ve, eso del descanso mío es una agradable quimera. Tengo entre manos como cosa «urgente»: a) el susodicho capitulo; b) las cartas de Juan de Valdés; c) los documentos de Frauenburg y otros por el estilo; d) un libro de astrología de Alfonso el Sabio; e) unos papeles interesantes de Fernán Caballero; f) un tomo de Teatro antiguo español (Barlaam y Josafat). ¡Es para volverse loco! Y esto en Hamburgo, y sin libros, y sin nadie con quien se pueda hablar ni a quien se pueda acudir en demanda de consejo o apoyo. Y todo trabajo menudo, que ni da honra ni provecho.

          A través de la correspondencia podemos ir fijando la vida editorial de ambos intelectuales, porque, así que han publicado algún estudio, se lo envían para recabar la opinión fundamentada de quien consideran que dispone de un criterio crítico de primera categoría: (1931) Mil gracias, querido amigo, por este libro sobre la picaresca [Le Roman Picaresque] tan fino y exacto. Lo he leído sin levantar cabeza, con admirativa adhesión, Todo es justo y oportuno, Con tan breves paginas hay más y mejor doctrina que en muchos libros garrafales. Desde antes, 1928, son frecuentes los párrafos en que, aún en Hamburgo, Montesinos se explaya sobre sus pésimas condiciones de vida: ¡Si viera usted cómo le envidio! ¡Qué no daría yo por pasarme tres o cuatro años, libre de prólogos, epílogos, introducciones, notas, artículos y zarandajas, preparando tranquilamente un libro! Voy perdiendo ya hasta la «vida privada» —esas horas tranquilas de lectura no profesional—, lo que no puede perder un erudito sin incurrir en grandes peligros. Pero esa y no otra es la vida de quien la pierde entre libros, bibliotecas, índices, ediciones diversas, fuentes dudosas y hallazgos sorprendentes, como el retrato de Alfonso de Valdés en una moneda, noticia que Bataillon recibe con un entusiasmo solo propio de quien dedica su ida a otro y ni siquiera sabe qué rostro tiene: (1932) No sé decirle a Vd. la satisfacción que experimento al tener delante la vera effigies… del Valdés de carne y hueso. Y no tarda en disparársele el instinto pesquisidor: (1931) Es para mí enteramente nuevo el dato que me participa acerca de la iconografía de Alonso de Valdés. […] Si Vd. puede agenciarme una fotografía e la medalla de Valdés, me hará un gran favor. En cuanto al emblema del reverso, es también nuevo para mí —lo cual no quiere decir que seas cosa desconocida, ni mucho menos—. El sentido —la fe vivificada por inspiraciones divinas— parece obvio. Procuraré ver si hay un versículo bíblico que pueda identificarse con la leyenda. Voy a escribir sobre el particular al Bibliotecario de la Sociedad francesa de historia del protestantismo. No tendría nada raro que apareciese en medallas protestantes un emblema parecido al de la medalla valdesiana.

          Para los lectores actuales son de gran interés aquellas cartas en que Montesinos, que saluda el advenimiento de la República con suma esperanza, se manifiesta acerca de aquel quinquenio tan decisivo en nuestra Historia. Por un lado, el análisis de lo que debió ser un guirigay ideológico de tantos quilates como el actual septenio ominoso del PSOE: (1933) Lo que ocurre es que, como Vd. sabe, España es un país de locos; sobre todo ahora vivimos en plena demencia, en una febril agitación que no se parece a la actividad más que en el cansancio que origina. Una vez consumado el golpe de estado del ejército contra la Republica y tras iniciarse las hostilidades bélicas y la represión homicida en ambos bandos, advertimos que a Montesinos las hostilidades le tocan muy, pero que muy de cerca:  (1937) La catástrofe me ha afectado de un modo tremendo, y no solo por razones patrióticas, morales y políticas. La guerra me ha deshecho la familia. Mi pobre hermano, dos años menor que yo, padre de tres hijos, ha sido fusilado por los fascistas en Granada, donde era alcalde. No tengo idea del estado en que habrá quedado mi casa después de ese crimen, ni quiero imaginármelo: mi madre, que era muy anciana, difícilmente habrá sobrevivido a ese dolor, y no sé qué habrá sido de mi cuñada —hermana de García Lorca— ni de los chicos. La muerte de Federico, que era para mí como mi hermano, ha sido otro tremendo dolor para mí, y la previsible ruina de su familia que, en cierto modo, era la mía. […] Pasará mucho tiempo antes de que yo sea capaz de trabajar con alguna coherencia en las cosas que antes me interesaban. Me voy sintiendo incapaz de concentrarme, incapaz de coordinar coherentemente dos ideas o de escribir veinte palabras. Esas pocas páginas de Hora de España, que Vd. enjuicia tan benévolamente. Me han costado un verdadero suplicio. Montesinos, sin embargo, y a pesar de su fidelidad a la Republica, que resulto no ser lo que él había imaginado que podía ser, era una persona de talante liberal que defendió siempre el pabellón del espíritu liberal, alejado de los extremismos ideológicos, tal y como, cuando el macartismo quiso imponer su ley en las universidades usamericanas, exigiendo una declaración explícita a los profesores de no ser ni pertenecer a ninguna organización comunista, escribió estas clarividente palabras, perfectamente aplicables a una situación como la nuestra actual en que un macartismo de izquierdas aspira a controlar todos los poderes de la sociedad: ¿1950? Esta gente ha perdido totalmente la cabeza. No saben ya lo que hacen, ni lo que dicen, n o que quieren ni lo que no quieren. Imagínese qué se les ha ocurrido ahora, en esta Universidad de California, tibiamente liberal, y tan conformista que da cierta risa considerar el caso; se les ha ocurrido, digo, exigir a los profesores y empleados un juramento de que no son comunistas, y con ese motivo hay, desde hace un año, mares como montañas. Hasta ahora nos han excluido de este lío a los extranjeros, no sé si por pudor o por otra causa. […] Usted conoce mejor que nadie mis sentimientos; nadie menos comunista que yo, por razones que se le alcanzan a cualquiera. […] Estoy sobremanera irritado con esta manía moderna de inutilizar lo poco que del pensamiento liberal queda en el mundo, por ese procedimiento e polarización con el que no transijo ni un día más: ni a ser comunista por no ser fascista, ni a ser fascista por no ser comunista. Si me echan, me iré […], pero prefiero volver al hambre a participar de esta idiotez general que explotan unos cuantos ricachos idiotas, algunos políticos sinvergüenzas y todos los periodistas, que son uno y lo otro. 

          Resulta chocante, para quienes desconocíamos la biografía de ambos corresponsales, los niveles extremos de necesidad que llegó a afrontar Montesinos, y, por supuesto, las limitaciones de disponibilidad de tiempo, etc., de la que ambos se quejan. Bataillon, por su condición de padre de familia numerosa: Me resulta ca vez más claro que los clérigos [clercs, en francés, y vale por intelectuales. Dos años antes, en 1927, Julien Benda había publicado su famoso ensayo La Traison des Clercs] no pueden serlo realmente si no son solteros. Es incalculable el tiempo que se gasta con los chicos y , más tarde,  (1931) Vd. no sabe lo que es tener tres hijos —y cuatro el otoño que viene—. Soy padre de verdad, lo cual trae consigo muchas felicidades pero supone una pérdida de tiempo enorme. Las tareas de la Universidad, los exámenes son otros modos de perder tiempo. Pero lo sorprendente es la tímida petición de una ayuda en metálico a cuenta de un ingreso futuro que le plantea Montesinos a Bataillon, y que imagino este atendería con sumo gusto, porque, aun ejercido a modesta escala, el mecenazgo para con los artistas depara una satisfacción tan profunda como difícil de explicar: Creo que las cosas comienzan a arreglarse un poco y empiezo a ver tierra. La editorial Losada me ofrece la traducción de un libro de Vossler, Geist und Kultur. […] De otra parte, mis crasos compatriotas comienzan a ocuparse un poco de mí, al menos teóricamente. Hay una vagas promesas de ayuda Ya veremos. […] Ahora que, por lo menos, lo de la traducción es dinero seguro, me atrevo a preguntarle si le sería posible adelantarme sobre ella algunos francos. ¡Cómo contrastan estas situaciones personales con las generosas ayudas sectarias que riegan hoy los diferentes ámbitos culturales a los paniaguados de turno! Resulta hiriente, retrospectivamente, que personalidades tan destacadas del Hispanismo hayan tenido que pasar por tantas dificultades, incluso las muy primitivas de la insuficiencia económica. Particularmente, me ha intrigado mucho, cuando se queja a Bataillon de las «bajas» de ilustres españoles como Salinas y otros, la mención que desliza Montesinos acerca de un desencuentro, que ignoraba completamente,  con el poeta y catedrático:  Ya sabrá de la muerte del pobre Salinas. Aunque su conducta para conmigo no tuvo nada de ejemplar. Será cuestión de indagar en las raíces de ese deterioro, pero no era algo infrecuente, como lo explicita la enemiga que sufrió Juan José Domenchina de parte de León Felipe, el poeta de tono y timbre bíblico-revolucionario.

          Aunque son pocas las cartas de Bataillon, apreciamos en todas ellas la solidaridad y fraternidad —el erudito francés habla de la sodalitas valdesiana, refiriéndose a la suerte e sociedad secreta en la que ambos militaban— de un erudito cercano políticamente a las posiciones de Montesinos, de ahí que recibiera alborozado la proclamación de la República: (1931) Excuso decirle con qué alegría he saludad la República española; me refiero sobre todo al triunfo que suponen los recientes acontecimientos para los hombres que, desde hace treinta y tantos años, vienen forjando la España nueva.  Si Vd. tiene ocasión de ver a Américo Castro en Berlín, dele de mi parte un abrazo, con el más cariñoso parabién. Recordemos que son estrechos los vínculos de Bataillon con nuestro país, porque, del mismo modo que el joven Montesinos pasa una década como estudiante en Hamburgo, Bataillon estudio en su juventud en España y en Portugal, habiendo definido ya su futuro como Hispanista. A los intelectores de esta breve presentación de un libro tan interesante les llamarán la atención las frecuentes interpelaciones de ambos corresponsales sobre los estudios que ambos se traen entre manos, y cómo comparten incluso detalles minúsculos que la IA, hoy, resuelve en un periquete, por cierto: (1931) Querido Montesinos, tropiezo en un texto de Tirso de Molina (Santo y Sastre) con una dificultad que para Vd., tan acostumbrado a los chistes del teatro Antiguo, probablemente no lo será. Dice el gracioso Pendón a Dorotea: …tienes tantas pretensiones / que cada cual me empapela / como a muchacha de escuela / que va a vender cobertores. ¿Cómo entiende Vd. empapelar tratándose de una muchacha de escuela? Y ¿de qué cobertores se trata?  El ChatGPT, hoy, le hubiera dado una respuesta acertada. La idea general sería algo así como: «Eres tan pretenciosa, que todo el mundo me critica y se burla de mí, como si fuera una muchachita ingenua que se pone a vender mantas». O, en la versión moderna: «Tienes tantas ínfulas que por tu culpa todo el mundo se ríe de mí, como si fuera una niña tonta haciendo algo ridículo».

          En fin, quede aquí bien expresada mi admiración hacia todos los estudiosos que, al margen del reconocimiento social y el bienestar económico, solo por un insorbornable amor al arte, al pensamiento, a la cultura, dedican su vida a facilitarnos el conocimiento de nuestro riquísimo pasado cultural. Modestamente, también me he ejercitado en esos menesteres, con a edición crítica que hice de la Carta de Paracuellos, de Tomás Antonio Sánchez, ¡otro erudito, por cierto!, y de la que dejé recuerdo en este mismo Diario.

 

jueves, 16 de octubre de 2025

«Dirección única», de Walter Benjamin, o la modernidad desde 1928.

 

La literatura imprescindible del pensador inagotable.

         

          La famosa Escuela de Fráncfort llego a España a través del sacerdote Jesús Aguirre, luego, tras abandonar el sacerdocio,  Duque consorte de Alba. Lo hizo  en la editorial Taurus, que él dirigía y desde donde dio a conocer las principales obras de los autores eminentes del grupo, entre ellos Horkheimer, Adorno y, por supuesto Benjamin. No recuerdo ahora si hubo entonces una edición de Dirección única, Calle de dirección única o Calle de sentido único, puesto que con esas variaciones en el título se ha publicado esta obra germinal de Benjamin en España.

          La obra está dedicada a la actriz Asja Lacis, a quien Benjamin conoció en Capri y con quien escribiría, algún tiempo después, un artículo sobre Nápoles en el  Frankfurter Zeitung. La portentosa vitalidad artística de Lacis arrastró a Benjamin a colaborar con ella en sus proyectos y no hay duda ninguna de que su relación de amistad y de admiración de él hacia ella, contribuyó decisivamente a la redacción del libro, una obra de sutil planteamiento autobiográfico sin incurrir en esa disciplina exhibicionista del yo y sus circunstancias.

          No fue Benjamin el precursor de una corriente literaria que rompe con las estructuras tradicionales de la narración occidental, porque ya se han publicado el Ulises, de Joyce, algunos volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Proust y La metamorfosis, de Kafka, amén de la actividad pública de escritores de las vanguardias que transgreden deliberadamente todas las normas habidas y por haber. Sí se adelanta uno y dos años respectivamente a dos obras que son contemporáneas de su manera de enfocar el hecho literario. Me refiero a Alfred Döblin y su Berlín Alexanderplatz, que guarda estrechísima relación con esta obra de Benjamin, y Robert Musil, cuya obra El hombre sin atributos comparte una perspectiva filosófica o ensayística muy propia, también, de esta obrita cuyas dimensiones engañan respecto de su grandeza. Recordemos, a ese respecto, que Pedro Páramo, de Rulfo, apenas se extiende un poco más allá de las cien páginas.

          La superposición de impresiones, juicios, narraciones y chascarrillos de muy diversa naturaleza hacen de Dirección única un libro misceláneo y acaba, vía máxima modernidad, emparentando con las viejas polianteas o florilegios medievales y renacentistas. La experiencia definitiva es la vivencia de la gran ciudad, y el autor evoca, desde 1928 y de forma premonitoria, una figura a la que dedicará, años después, sus más intensos esfuerzos intelectuales: el flâneur, preludio, a su vez, de su interés por  los Pasajes parisinos, el mundo de la moda, los objetos artísticos, la publicidad y su genealogía, todo ello desde una perspectiva materialista adoptada tras su incorporación al círculo de Adorno, cuya amistad tan decisiva fue en su trayectoria.

          Quizás convenga recordar que Benjamin, autor de un librito llamado Juguetes, fue hijo de un rico comerciante de antigüedades, y en ese origen se ha de buscar la atención que dispensa Benjamin a os objetos de arte en particular durante toda su vida. Incluso coleccionó, el único bien que legó antes de su muerte, un dibujo de Paul Klee, Angelus Novus, que le acompañó durante toda su vida trashumante, porque, arruinado el padre, las dificultades de Benjamin para sobrevivir son notorias, como dejé expuesto en la entrada que dediqué a su correspondencia, un documento muy valioso para conocer las miserias de un intelectual puro en los duros tiempos de la llegada de los fascismos al poder.

          Se trata de una obra fragmentaria, con muy notable sentido del humor, por muy alemán y judío que sea, y con una capacidad para la provocación diríase que innata, amen de una portentosa habilidad para el planteamiento absurdo, la paradoja y la captación de detalles que usualmente pasan desapercibidos en la vida cotidiana. Los fragmentos llevan un título cuya relación con el texto suele ser obvia, pero a veces no es fácil desentrañarla. Se trata de títulos como estos: Piso de lujo, amueblado, de diez habitaciones. Peluquero para señoras quisquillosas. ¡Prohibido fijar carteles! ¡Cuidado con los peldaños! Parada para no más de tres coches de alquiler. Restaurante automático «Augias». Si parla italiano. Quincalla. Oficina de Apuestas Mutuas. Prohibido mendigar y vender a domicilio, entre otras… De esta somera enumeración podemos concluir la importancia absoluta de la ciudad en la obra. Y ahí es donde coincide con Döblin y su Berlin Alexanderplatz, una obra sobre el pasado mítico de Berlín, hoy inencontrable en la ciudad.

          Ahora bien, una vez que entramos en los textos correspondientes, Benjamin nos va a sorprender permanentemente, no solo por su agudeza y su mirada inquisitiva, sino por unas reflexiones de tan diversa naturaleza que parece haber querido condensar en esos textos una visión del mundo y de su vida. Y su experiencia vital le aconseja ya sobre el camino transgresor que ha de seguir: [Gasolinera] La construcción de la vida se halla en estos momentos, mucho más dominada por hechos que por convicciones. […]  Bajo estas circunstancias, una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Advertimos, pues, que a reflexión metaliteraria forma parte sustancial de la obra. El autor es consciente de que escribir literatura requiere una meditación sobre lo que sea la literatura sin la cual no puede aventurarse en ninguna dirección. No tarde, entonces, en descubrir una de las características del autor: [Reloj regulador] Para los grandes hombres, las obras concluidas tienen menos peso que aquellos fragmentos en los cuales trabajan a lo largo de toda su vida. […] «El genio es laboriosidad». Y si se necesitase ulterior prueba de esa convicción, ahí está su inacabado trabajo sobre los Pasajes que le llevó tantísimo tiempo y esfuerzo, sin que renunciase jamás a completarlo. Con todo, Benjamin no es ajeno al concepto de inspiración, que él traduce como «improvisación», rasgo fundamental de la creación a cualquier nivel y en cualquier arte: [Porcelana china] Hoy en día, nadie debe empecinarse en aquello que «sabe hacer». En la improvisación reside la fuerza. Todos los golpes decisivos habrán de asestarse como sin querer.

          Es muy notable la variedad de aspectos de la vida a los que presta Benjamin su atención y su perspicaz reflexión, por supuesto. Pongamos por caso el duelo por un ser querido: [Bandera…] …A media asta. Cuando muere un ser muy próximo a nosotros, nos parece advertir en las transformaciones de los meses subsiguientes algo que, por mucho que hubiéramos deseado compartir con él, solo podía haber cristalizado estando él ausente. Y al final lo saludamos en un idioma que él ya no entiende.

          A pesar de su extensión, no me resisto a citar un pasaje del libro que resume a la perfección el método de análisis sociopolítico de Benjamin, su habilidad para interpretar los signos sociales: [Panorama imperial] Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le favorecía, se cree obligado a considerar inestable cualquier situación que lo desposea. Pero las situaciones estables no tienen por qué ser, ni ahora ni nunca, situaciones agradables, y ya antes de la guerra había estratos para los que las situaciones de estabilidad no eran sino miseria estabilizada. La decadencia no es en nada menos estable ni más sorprendente que el progreso. […] Una extraña paradoja: al actuar, la gente solo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa. […] Siempre ha sido evidente que el apego de la sociedad a una vida consuetudinaria, pero perdida hace ya tiempo, es tan rígido que, incluso en caso extremo de peligro, hace fracasar el uso propiamente humano del intelecto: la previsión. […] Un francés perspicaz dijo una vez: «Es rarísimo que un alemán tenga las ideas claras con respecto a sí mismo. Y si alguna vez las tiene, no lo dirá. Y si lo dice, no se hará entender». […] El más europeo de todos los bienes, esa ironía más o menos conspicua con que la vida del individuo pretende seguir un curso distinto del de la comunidad en que le ha tocado recalar, es algo que los alemanes han perdido totalmente. […] Los hombres que viven apriscados en el redil de este país han perdido la visión para discernir los contornos de la persona humana. Ante ellos, cualquier espíritu libre parece un ser extravagante. […] La escasez de viviendas y el encarecimiento del transporte se están encargando de aniquilar por completo el símbolo elemental de la libertad europea que, bajo ciertas formas, le fue dado incluso a la Edad Media: la libertad de cambiar de domicilio. […] Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un proceso irresistible de mezcla y contaminación: pierden su expresión esencial y lo ambiguo pasa a ocupar en ellas el lugar de lo auténtico. […] Desde los más antiguos usos de los pueblos parece llegar hasta nosotros una especie de amonestación a que evitemos el gesto de la codicia al recibir aquello que tan pródigamente nos otorga la naturaleza. Pues con nada nuestro podemos obsequiar a la madre tierra. […] La usanza ateniense prohibía recoger las migajas durante las comidas, porque pertenecían a los héroes. ¡Qué perfecta acumulación de saberes dispares para definir una situación histórica, algunos de cuyos rasgos siguen siendo de plena actualidad, como el problema de la vivienda o el respeto al planeta Tierra.

          Su análisis de la literatura y las repercusiones de la vida moderna sobre ella, lo llevan a destacar la importancia de la nueva concepción tipográfica de la obra de Mallarmé, a quien atribuye el carácter fundacional de la nueva poesía contemporánea:  [Censor jurado de libros] Así como la época actual es, por antonomasia, la antítesis del Renacimiento, también se contrapone, en particular, al momento histórico en que se inventó el arte de la imprenta. […] Mallarmé, que desde la cristalina concesión de su obra, sin duda tradicionalista, vio la verdadera imagen de lo que se avecinaba, utilizó por vez primera en el Coup de dés las tensiones gráficas de la publicidad, aplicándolas a la disposición tipográfica. Los experimentos que los dadaístas intentaron luego con la escritura no provenían ciertamente de un afán de construcción, sino de las puntuales reacciones nerviosas propias de los literatos, y fueron por ello mucho menos consistentes que el intento de Mallarmé, surgido de la esencia misma de su estilo. Pero esto permite justamente reconocer la actualidad de aquea que, cual mónada, Mallarmé, en su aposento más hermético, descubrió en armonía preestablecida con todos los acontecimientos decisivos de esta época en los ámbitos de la economía, la técnica y la vida pública. La escritura, que había encontrado en el libro impreso un asilo donde llevaba su existencia autónoma, fue arrastrada inexorablemente a la calle por los carteles publicitarios y sometida a las brutales heteronomías del caos económico. […] Las nubes de langostas de la escritura, que al habitante de la gran ciudad le eclipsan ya hoy el sol del pretendido espíritu, se irán espesando más y más cada año. Los aficionados al cine habrán pensado enseguida en la obra de Godard, tan aficionado a los carteles publicitarios y gubernativos en sus películas…

          Por no chafarle en exceso al intelector el disfrute de esta obra interesantísima, acabo con un fragmento en el que Benjamin expone que nuestra actividad fundamental es la de desentrañar los signos que la realidad nos ofrece, dado que para él somos una suerte Homo hermeneuticus, digámoslo así, algo bárbaramente: [Madame Ariana, segundo patio a la izquierda]. Presagios, presentimientos y señales atraviesan día y noche nuestro organismo como series de ondas. Interpretarlas o utilizarlas, esta es la cuestión. Ambas cosas son incompatibles. La cobardía y la pereza aconsejan lo primero, la lucidez y la libertad, lo segundo. [… La Antigüedad conocía aún la verdadera praxis, y es así como Escipión, al pisar suelo de Cartago, da un traspiés y exclama, abriendo desmesuradamente los brazos, la fórmula de la victoria: Teneo te, terra africana! Lo que pudo haber sido signo funesto, imagen de la desgracia, él lo ata corporalmente al instante y se convierte a sí mismo en factótum de su cuerpo. […] El día yace cada mañana sobre nuestra cama como una camisa recién lavada; el tejido incomparablemente delicado, incomparablemente denso de un vaticinio limpio, nos sienta como de molde. La dicha de las próximas veinticuatro horas dependerá de que sepamos hacerlo nuestro al despertarnos.  Disculpen la nota crítica, pero la cita que aquí Benjamin atribuye a Escipión, Baltasar Gracián se la atribuye a Julio César en su incomparable Agudeza y arte de ingenio. La atribución a Julio Cesar procede de las Vidas, de Suetonio;  pero desde las Estratagemas [Strategemata en latín], de Frontino, se le adjudicó, también a Escipión, como es aquí el caso.

          En fin, por lo citado se advierte ya el altísimo nivel por el que discurre el numen literario y filosófico de un autor cuya importancia va creciendo día a día, impulsada por el reconocimiento de tantos lectores como descubren en él una voz tan original como actual, lo que lo acredita como un clásico imperecedero.

AVISO: A quienes estén interesados en leer algún extracto más de este libro seminal, les remito a la bitácora Provincia mayor que el mundo eres…, donde, siguiendo un uso antológico de ese espacio, suelo presentar textos completos extraídos de algún autor. En este caso presentaré allí, de este libro: LA TÉCNICA DEL ESCRITOR EN TRECE TESIS. Invitados quedan.

domingo, 28 de septiembre de 2025

«Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo», de Miguel de Cervantes: una radiografía política de excesiva actualidad.

 

Retrato de una España que se niega a desaparecer, mutatis mutandis

 

          Aprovechando que una polémica película oportunista sobre la cautividad de Cervantes en Argel nos ha traído al poco leído novelista a la actualidad, me ha parecido conveniente, esta vez, fijarme en una obra del alcalaíno, los Entremeses,  que se tiene por «menor», pero que es obra de madurez, pues son publicados en 1615, el año de la segunda parte del Quijote, obra inmortal donde las haya. Por lo tanto, poco de «menor» puede tener una obra que, si bien escrita en un género de menor rango que las comedias o los dramas, no por ello deja de mostrarnos el feliz ingenio del más universal de los escritores españoles de todos los tiempos. La edición corre a cargo de Jean Canavaggio, quien, en su biografía de Cervantes, levantó hace mucho la liebre de la supuesta homosexualidad de don Miguel. La edición es modélica, sin embargo.

          La exhibición de registros lingüísticos y la sin par variedad temática de los entremeses merecen una relectura para  pasar un rato estupendo en compañía de don Miguel, cuyos guiños a la complicidad del  lector son constantes. ¡Menudo artificio el de estos artefactos literarios que esconden entre sus bromas y veras luminosas intuiciones sociales y auténticos prodigios expresivos!

          Aunque, dadas las amenazas caudillistas que se ciernen sobre nuestra frágil democracia, quiera yo centrarme en esa joya españolísima que es el Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo, no puedo pasar por alto hacer algunas menciones al contenido de  los que lo acompañan en la edición, porque si el análisis político de Cervantes me parece de una sutileza fuera de lo común, en lo tocante al modo de escoger nuestros representantes políticos, ¿qué diríamos de la perspicacia de la Mariana del Entremés del juez de los divorcios, cuando dice: En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento, y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes. Recordemos que los contratos de servicios, desde la baja Edad Media, se establecían de San Juan a San Juan, momento en el que se renovaban o suspendían los contratos, tal y como vemos reflejado en la excelente película alemana de Douglas Sirk, La muchacha del páramo. Las batallas matrimoniales, sobre todo en las parejas muy desiguales, no son algo de ayer ni de hoy, sino de siempre, y motivo dramático de primer orden.

          Como Cervantes corrió mucho mundo, ¡y suerte que le denegaron el permiso para «pasar» a las Américas, porque bien podría haber sucedido que no tuviéramos hoy El Quijote!, frecuentó todo tipo de personas y de ambientes, y no era él poco aficionado a los naipes y al brujuleo, además de a acciones poco honrosas, por las que hubo de dar con sus huesos en la cárcel, local social donde no era difícil tomar el fresco en el patio de Monipodio, está claro que su experiencia de la vida, la mejor escuela del mundo, avala el conocimiento psicologico y social que exhibe en estos cuadros de costumbres o de deformaciones, porque tienen un sí sé que de esperpénticos que sorprenderá a cualqueir lector. El Entremés del rufián viudo llamado Trampagos nos adelanta trescientos años al fértil ingenio de otra de nuestras grandes luminarias literarias: Don Ramón María del Valle Inclán, Marqués de Bradomín a título póstumo, y creador de un género, el esperpento, cuyas primeras manifestaciones es imposible no verlas en los personajes y la retórica de este entremés:

Trampagos: Voacé ha garlado como un tólogo.

Vademécum: Y quédese la treta en ese punto; / que acuden moscovitas al reclamo, / la Repulida viene y la Pizpita, / y la Mostrenca, y el jayán Juan Claros.

Pizpita: Que no la estimo en un feluz morisco. [Feluz morisco se refiere a un felus (una moneda bizantina, y luego andalusí, de cobre) y se usa coloquialmente para significar algo de mínimo valor o insignificante, como se aprecia en la frase no la estimo en un feluz morisco, que significa «no la valoro ni un poquito».]

Repulida: Tuya soy: póneme un clavo y una S / en estas dos mejillas.

Repulida: ¡Escarramán del alma, dame. Amores / esos brazos, coluna de la hampa!

Escarramán: Tenga yo fama, y háganme pedazos; / de Éfeso el templo abrasaré por ella.         

          Ahí se refleja el caudal de conocimientos diversos de Cervantes, la referencia a los motes que solían llevarse en la indumentaria, alardeando de ingenio, como los ejemplos que  recoge Gracián en su nunca lo suficientemente alabada Agudeza y arte de ingenio, y que Repulida, rendida a su gañán, quiere exhibir en sus mejillas, o la referencia culta a Eróstrato en boca del jayán que anduvo de copla en copla.

          El Entremés de la guarda cuidadosa, en el que un sacristán sin ordenes, ni mayores ni menores, y un soldado se disputan el amor de una sirviente, Cervantes deja caer algunas perlas fruto de su experiencia que saben a reivindicación autobiográfica: Soldado: El hábito no hace al monje; y tanta honra tiene un soldado roto por causa de la guerra, como la tiene un colegial con el manto hecho añicos, porque en él se muestra la antigüedad de sus estudios. Otras al reconocimiento el magisterio lopesco en la escena que a él le dio, en cierto modo, la espalda: Zapatero: A mi poco se me entiende de trovas; pero estas me han sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son todas las cosas que son o parecen buenas. Porque ese es en verdad el origen del modismo ser algo «de Lope», a tal extremo llegó la fama de un autor a quien idolatraba Bergamín. La reputación del ingenio como flor que engalana a la persona aparece también en el curso de ese duelo de amantes: Zapatero: Yo haré lo que me manda el señor soldado, porque se me trasluce de qué pies cojea, que son dos: el de la necesidad y el de los celos. Soldado: Ese no es ingenio de zapatero, sino de colegial trilingüe. Zapatero: ¡Oh, celos, celos, cuan mejor os llamaran duelos, duelos! Y, finalmente, una nota léxica que, a partir de una escena en que el soldado es atacado por alguien que se disfraza, nos da el origen del sentido de esa prenda del aseo domestico que son los «zorros», empleados en la limpieza del polvo…: Soldado: Cobarde, ¿a mí con rabo de zorra? ¿Es notarme de borracho, o piensas que estás quitando el polvo a alguna imagen de bulto? El desenlace nos regala, ante la elección de la joven, que se decanta por el sacristán, una lección política que bien nos sirve de preámbulo al grueso de esta recensión: Soldado: Acepto: Que, donde hay fuerza de hecho, / se pierde cualquier derecho.

          Son constantes en los entremeses, un género destinado a entretener a la audiencia entre acto y acto de otra obra de supuesta mayor enjundia, las burlas, las parodias y las sátiras. Y a nadie puede pasarle desapercibida la autocrítica de los excesos en que los propios autores, llevados por ese afán de «picar alto» solían caer, como bien lo muestra aquí Cervantes nada más empezar el Entremés de la cueva de Salamanca:

Sacristán: ¡Oh, que en hora buena estén los automedones y guías de los carros de nuestros gustos, las luces de nuestras tinieblas, y las dos recíprocas voluntades que sirven de basas y colunas a la amorosa fábrica de nuestros deseos!

Leonarda: ¡Esto solo me enfada dél! Reponce mío: habla, por tu vida, a lo moderno, y de modo que te entienda, y no te encarames donde no te alcance.

          El entremés del viejo celoso, y ya se advierte por los títulos que hay una estrecha relación entre la narrativa de Cervantes y su obra teatral, al menos en estos entremeses, nos habla de un tema que, como muchos otros de las obrillas, tiene raíces tradicionales y nos hacen retroceder en el tiempo a aquellas traducciones de la literatura árabe que representa con trazas de clásico intemporal una obra como el Sendebar, por ejemplo. Los ardides de la mujer, maestra de engaños, como el Ulises de Homero, aparece en este entremés de la malmaridada que se queja de no haber podido evitar semejante desgracia: Lorenza:  ¿Yo lo tomé, sobrina? [A su esposo] A la fe, diómele quien pudo; y yo como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me trazara la lengua con los dientes que apronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años. Puesta la mujer ante la ocasión de resarcirse de las agonías compartidas con su marido, no se recata Cervantes a la hora de darle carta blanca a un justo adulterio:

Lorenza: ¿Y la honra, sobrina?

Cristina: ¿Y el holgarnos, tía?

Lorenza: ¿Y si se sabe?

Cristina: ¿Y si no se sabe?

Lorenza: ¿Y quién me asegura a mí que no se sepa?

Ortigosa (vecina): ¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria: y, sobre todo, el buen ánimo y mis trazas.

          Por eso la conclusión del viejo Cañizares no puede ser otra que la tradicional del desengaño y la desconfianza radical de la mujer Cañizares: Más maldades encubre una mala amiga, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se concluyen que en una asamblea...

          Pero entremos ya con pie quedo en el Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo, en el que Cervantes traza un retrato político de la administración del poder en España que, teniendo en cuenta cuanto vivimos en nuestra degradada democracia actual, a mí al menos me ha parecido lectura tan provechosa, mutatis mutandis, que por eso he querido compartirlo con los intelectores que tienen a bien pasearse de tanto en tanto por esta bitácora escrita lejos del mundanal ruido pero sin perder de vista cuantas tropelías se cometen en la desconcertada república en que nos ha tocado vivir.

          Un sistema electoral define un sistema democrático, por supuesto, Y la manera como elegimos a nuestros representantes tiene una larga historia que nos llega de griegos y romanos. En Inglaterra se llama Ballot en justo homenaje a aquellas bolas blancas y negras con que se solía votar. Un «sufragio» es en origen una elección militar que se efectúa haciendo sonar las espadas contra los escudos. Los nombramientos políticos, en las épocas de monarquías absolutas, provenían de la autoridad real. Mas adelante, hubo elecciones por sorteo, las llamadas por insaculación, esto es, con una bolsa donde se echaban los teruelos con el nombre de los candidatos. A los reyes les sustituyeron los caciques, que también nombraban a dedo, y, posteriormente, hubo elecciones, primero censitarias, y mucho tiempo después democráticas, pero en ningún caso hubo lo que en este entremés de Cervantes se propone: un examen de los candidatos para conocer su idoneidad. Es cierto que en Usamérica, el Senado realiza estas exámenes a los miembros del gobierno que nombra el Presidente, y que alguna vez alguno ha sido rechazado tras exhibir una absoluta incompetencia para el cargo, algo que muy rara vez ocurre. Dado el nivel de competencia de nuestros actuales políticos, en el gobierno y en la oposición, son clamorosas las voces que comienzan a exigir ciertos requisitos para ejercer una tarea tan noble como desprestigiada, porque  son legión los ignorantes que pretenden ilustrarnos con su zafiedad y una ignorancia sustituida, casi automáticamente, por el «ordeno y mando» que legitima haber alcanzado el Poder, por los medios que sean, incluso, como en la ultima legislatura, pactando con fugados de la Justicia, una aberración que se ha «naturalizado» con una absoluta desfachatez antidemocrática.

          El entremés sitúa a los cuatro candidatos: Humillos, Rana, Berrocal y Jarrete, ante un tribunal cuyas disquisiciones tienen tanta gracia y enjundia como las propias respuestas de los candidatos, porque el bachiller Pesuña, los regidores Pandura y Algarroba y el escribano, Pedro Estornudo, reflexionan sobre la brillante idea del examen a los candidatos como si hubieran descubierto la esencia de las elecciones. Buena arte del humor corre a cuenta del habla disparatada de todos estos personajes:

Panduro: ¡Algarroba, la luenga se os deslicia! / Habrad acomedido y de buen rejo, / que no me suenan bien esas palabras: «Quiera o no quiera el cielo»; por San Junco / que, como presomís de resabido, / os arrojáis a trochemoche en todo.

          Ello ya es buena muestra de que los juzgadores no andan lejos de los juzgados, lo cual acaba constituyendo una suma de disparates en los que Cervantes se recrea con un dominio expresivo que nada tiene que envidiar a Lope o a Quevedo:

Bachiller Pesuña: Redeamus ad rem, señor Panduro.

Panduro: ¿Hallarse han por ventura en todo el sorbe?

Algarroba: ¿Qué es sorbe, sorbe-huevos? Orbe diga / el discreto Panduro, y serle ha sano.

Algarroba: Yo daré un buen remedo, y es aqueste: / hagan entrar los cuatro pretendientes, / y el señor Bachiller Pesuña puede / examinarlos pues del arte sabe,/ y, conforme a su ciencia, así veremos.

Panduro: Aviso es, que podrá servir de arbitrio /para su Jamestad; que como en corte / hay potra-médicos, haya potra-alcaldes.

Algarrobo: Prota, señor Panduro, que no potra.

Panduro: Como vos no hay fiscal en todo el mundo.

Algarroba: Que, pues se hace examen de barberos, / de herradres, de sastres, y se hace / de cirujanos y tras zarandajas, / también se examinasen para alcaldes, / y, al que se hallase suficiente y hábil / para tal menester, que se le diese / carta de examen, con la cual podría / e tal examinado remediarse; / porque de lata en una blanca caja / la carta acomodando merecida, / a tal pueblo podrá llegar el pobre, / que le pesen a oro; que hay hogaño / carestía de alcaldes de caletre / en lugares pequeños casi siempre.

          Y comienza e examen propiamente dicho, por Humillos

Rana: ¿De qué os sentís, Humillos?

Humillos: De que vaya / tan a la larga nuestro nombramiento. / ¿Hémoslo de comprar a gallipavos, / a cántaros de arrope y a abiervadas, / y botas de o añejo tan crecidas, / que se arremetan a ser cueros? Díganlo / y pondráse remedio y diligencia.

Bachiller Pesuña:  No hay sobornos aquí, todos estamos / de un común parecer, y es, que el que fuere / más hábil para alcalde, ese se tengo / por escogido y por llamado.

Bachiller Pesuña: ¿Sabéis leer, Humillos?

Humillos:  No, por cierto, / ni tal se probará que en mi linaje / haya perdona tan de poco asiento, / que se ponga a aprender esas quimeras / que llevan a los hombres al brasero, / y a las mujeres, a la casa llana. / Leer no sé más sé otras cosas tales / que llevan al leer ventajas muchas.

Bachiller: ¿Y cuáles cosas son?

Humillos: Sé de memoria / todas cuatro oraciones, y las rezo / cada semana cuatro y cinco veces.

Rana: Y ¿con eso pensáis de ser alcalde?

Humillos: Con esto, y con ser yo cristiano viejo, / me atrevo a ser un senador romano.

          Con suprema mano izquierda, aunque lisiada en ocasión heroica, irá Cervantes retratando una sociedad en la que asuntos como los sobornos, la falta de fe o la carencia de instrucción académica ocupan un lugar predominante, y sirven casi como argumento definitivo para loar la impericia de quien aspira al gobierno, por local que sea y de pueblo diminuto.

          Le sigue Jarrete:  

Bachiller Pesuña: Está muy bien. Jarrete diga agora / qué es lo que sabe.

Jarrete: Y, señor Pesuña / sé leer, aunque poco; deletreo, / y ando en el b-a-ba bien ha tres meses, / y en cinco más daré con ello a un cabo; / y, además de esta ciencia que ya aprendo, / se calzar un arado bravamente, / y herrar, casi en tres horas, cuatro pares / de novillos briosos y cerreros; / soy sano de mis miembros, y no tengo /sordez ni cataratas, tos ni reumas; / y soy cristiano viejo como todos, / y tiro con un arco como un Tulio.

          Después Berrocal:

Bachiller Pesuña: ¿Qué sabe Berrocal?

Berrocal: Tengo en la lengua / toda mi habilidad, y en la garganta; / no hay mojón en el mundo que me llegue; / sesenta y seis sabores estampados / tengo en el paladar, todos vináticos.

Algarroba: Y ¿quiere ser alcalde?

Berrocal: Y lo requiero; / Pues, cuando estoy armado a lo de Baco, / así se me aderezan los sentidos, / que me parece a mí que en aquel punto / podría prestarle leyes a Licurgo / y limpiarme con Bártulo.

          Para acabar con Rana:

Bachiller Pesuña: ¿Qué sabe Pedro Rana?

Rana: Como Rana / habré de cantar mal; pero, con todo, / diré mi condición, y no mi ingenio. / Yo, señores, si acaso fuese alcalde, / mi vara no sería tan delgada /como las que se usan de ordinario: / de una encina o de un roble la haría, / y gruesa de dos dedos, temeroso / que no me la encorvase el dulce peso / de un bolsón de ducados, ni otras dádivas; / o ruegos, o promesas, o favores, / que pesan como plomo, y no se sienten / hasta que os han brumado las costillas / del cuerpo y alma; y, junto con aquesto, /sería bien criado y comedido, / parte severo y nada riguroso; / nunca deshonraría al miserable /que ante mí le trujesen sus delitos; / que suele lastimar una palabra /de un juez arrojada, de afrentosa, / mucho más que lastima su sentencia, / aunque en ella se intime cruel castigo. / No es bien que el poder quite la crianza, / ni que la sumisión de un delincuente /haga a juez soberbio y arrogante.

          Esta última alusión a la soberbia y arrogancia de los jueces me parece que viene a cuento con total propiedad, a juzgar por cómo se han convertido en munición para la lucha política más descarnada; pero esto de hoy ha de entenderse en aquel lejano ayer del entremés y cómo los aspirantes al cargo antes sacan pecho de sus limitaciones y presumen de su ignorancia, que exponer las «prendas políticas» de las que carecen, aunque es evidente que intentan pasar aquellas por estas.

          Leído como debe ser leído, este entremés bien podría ser representado hoy casi con cualquiera de nuestros representantes ultra bien pagados, porque el esperpento nos enseñó que la deformación revela con mayor nitidez la verdad. Ignoro si El cautivo merece la pena ser vista, pero puedo asegurar que estos entremeses sí que merecen una gozosa lectura.

 

 

jueves, 25 de septiembre de 2025

Ángel Basanta desentraña con su sólita acuidad critica la novela de Dimas Mas: «El guion de su propia vida. Fritz Perls’ ficts and facts».

 

Una crítica que sienta cátedra…

 



infoLibre / LOS DIABLOS AZULES

Dimas Mas: La novela de Perls,

 Con el sintagma «la novela de Perls» se refiere Dimas Mas (Tetuán, 1953) a su ambicioso texto narrativo El guion de su propia vida ('Fritz Perls’ ficts and facts) [1]. Esta es una de las novelas más ambiciosas de la literatura española de las últimas décadas

 

Ángel Basanta

Dimas Mas - El guion de su propia vida

Oportet (Madrid, 2025)

 

Con el sintagma «la novela de Perls» se refiere Dimas Mas (Tetuán, 1953) a su ambicioso texto narrativo El guion de su propia vida (Fritz Perls’ ficts and facts), que, tras callado peregrinaje por varias editoriales, seguramente a causa de su larga extensión y de ser su autor desconocido para el gran público lector, ha encontrado acogida en la complicidad y sabiduría de Emilio Pascual, maestro de editores, en su modesta Oportet, que nos brinda esta primorosa edición a los lectores de buena literatura.

Porque, digámoslo ya sin más preámbulos, El guion de su propia vida es una de las novelas más ambiciosas de la literatura española de las últimas décadas, en la línea, por el esfuerzo colosal que requiere, de La saga/fuga de J. B. (1972), de Torrente Ballester, la tetralogía de Antagonía (1973-1981), de Luis Goytisolo, El Reino de Celama (1996-2002), de Luis Mateo Díez, y la trilogía Verdes valles, colinas rojas (2004-2005), de Ramiro Pinilla, sin ánimo de comparación de la asombrosa novela de Dimas Mas con las otras citadas, ya reconocidas en la historia literaria española, ni tampoco de establecer parentescos entre unas y otras.

El guion de su propia vida es el resultado de más de 25 años de trabajo y obsesión enfermiza de un letraherido con la vida y la obra del neuropsiquiatra y psicoanalista alemán Friedrich Salomon Perls (Berlín, 1893 – Chicago, 1970), primero con el fin de redactar una tesis doctoral que después derivó en el empeño de hacerse con la vida y la obra del extravagante personaje en una novela biográfica que aquí se materializa en una portentosa síntesis de trayectoria vital y ficcionalización de experiencias reales e imaginadas. Para ello, el autor ha llevado a cabo un impresionante trabajo de documentación, del que se da cuenta en la novela y en la exhaustiva bibliografía final, siguiendo la vida del revolucionario psicoterapeuta judío desde su ciudad natal hasta su muerte en un hospital de Chicago, pasando por su intervención en la I Guerra Mundial, su primer viaje a Nueva York en 1923, su fracaso y regreso a Berlín, de donde tuvo que huir a Ámsterdam (ya casado con Lore/Laura Posner, con quien vivió cerca de treinta años y tuvo dos hijos «en una familia que no somos»), para luego viajar a Sudáfrica, volver con éxito a Nueva York, y seguir como judío errante por el mundo difundiendo su novedosa «Terapia Gestalt» en Miami, Chicago y otros lugares del Big Sur norteamericano y en Canadá, siempre involucrado al límite en el apasionante y tenebroso mundo de mentes psicoanalizadas y con amenaza de depresión tanto en pacientes como en psicoterapeutas.

Tan trepidante sucesión de experiencias e invenciones propiciada por la asendereada trayectoria vital del contradictorio protagonista se despliega enriquecida por una enciclopédica envoltura intelectual y cultural derramada en oportunas referencias y alusiones históricas, filosóficas, literarias, religiosas, mitológicas, pictóricas, cinematográficas y musicales y, sobre todo, psicoanalíticas, las cuales quedan explicadas en un amplio Onomasticon contextual, que los lectores agradecemos por su ayuda orientativa en tan proceloso navegar yendo y viniendo del protagonista en sus delirios de grandeza y afanes de reconocimiento y celebridad.

Para contar de modo creíble esta «novela de Perls», mitómano y fetichista, con ego insaciable, desmesurada vanidad e insólita capacidad de escuchar a los demás, sempiterno fumador y consumidor de alucinógenos, megalómano, virtuoso de la insatisfacción e iconoclasta desde su dadaísmo juvenil en Berlín, atrabiliario y nómada irrefrenable siempre in itinere (como reza el título del último capítulo), empedernido gozador de «todos los modelos posibles de la anatomía femenina, y aun de la masculina» (p. 361), aficionado al teatro, la ópera, el cine y el ajedrez, siempre anárquico, insatisfecho, enigmático y esforzado en el trabajo, «desbrozador de nuevos caminos en el psicoanálisis» (p. 397), soberbio, fantasioso, narcisista, misterioso, apasionado amante y «demoníaco Mefistófeles» (p. 334), el autor implícito se ha desdoblado en un «tú autorreflexivo» que, unas veces, le permite hablar consigo mismo y reflexionar sobre la evolución del relato y, otras, discutir con el doctor Perls, también desdoblado en figuraciones que interpelan al autor descalificándolo por considerarlo incapacitado para escribir «la novela de Perls» engreído en la impostura de la autosuficiencia (p. 628) y amparado, como paciente que fue de Fritz, en una figuración «a medio camino de un vidente, un médium o un chalado», que afirma «conocer al pie de la letra mi propia vida como si él mismo la hubiera vivido» y «también el futuro, mi muerte incluida» e «incluso lo que nosotros ahora mismo estamos hablando» (citas en pág. 33), según indica Fritz en El coloquio de las cenizas, post mortem, con Lore.

Estos procedimientos técnicos, que sustentan y enriquecen los poderes de la ficción y su verdad narrativa, se complementan con la fragmentación del relato y sus calculadas anacronías en la distribución temporal de experiencias y episodios novelados desde su mismo comienzo. Pues el texto se abre, more rulfiano, con un fantástico capítulo primero, El coloquio de las cenizas, en el cual hablan, se interpelan y discuten los esposos Fritz y Lore, convertidos en cenizas y sepultados juntos en Pforzheim (ciudad natal de Lore, en el sur de Alemania), donde se recriminan desavenencias y contrariedades que han vivido en sus treinta años de convivencia matrimonial a causa de su relación socialmente desestructurada por el esposo transgresor y «rey de los excesos» (p. 356), «ajeno a la asunción de responsabilidades» sociales y familiares (p. 355).

A esta prolepsis del capítulo primero con su anticipación del diálogo post mortem entre Fritz y Lore siguen más capítulos, hasta el decimocuarto, con frecuentes prolepsis y analepsis en una narración caleidoscópica que va y viene de un tiempo a otro con episodios y situaciones localizados en diferentes lugares de cuatro continentes: Europa (Berlín, Viena y Ámsterdam, sobre todo), África (Johannesburgo), Asia (Israel) y América (Estados Unidos y Canadá). En la distribución de la historia narrada en estos capítulos se aprecian simetrías que refuerzan la coherencia compositiva de la novela y también contrastes entre unas y otras experiencias relatadas.

Así sucede, por solo destacar las simetrías más notables, en la composición de los capítulos El narrador precario (sexto), Los lagartos divinos (octavo) y DaDapítulo (décimo). En El narrador precario, al mismo tiempo que se cuentan episodios y travesuras del joven Perls en Berlín, el autor implícito es interpelado por un tú autorreflexivo con observaciones críticas sobre la novela, a lo cual se añade un desdoblamiento de Perls cuya figuración increpa con reproches al autor, desdeñado en el nombre de Dismas, en un «¡Extraño Tú soy Yo para el Yo que Fritz parece hurtar a mi indagación y al trato!» (p. 309), entre otros juegos de máscaras.

En Los lagartos divinos se ahonda en esta conflictiva relación con nuevos ajustes y reproches en diálogos cruzados entre las mismas figuraciones contrarias y complementarias. Y en DaDapítulo el propio Dismas insiste en autoflagelarse y curarse de su miedo al fracaso y el delirio de su ebriedad creadora. Estas reflexiones componen la riqueza autocrítica que la novela encierra en sí misma y refuerzan la confianza del autor en su titánico proyecto. Por ello los capítulos antes citados son nucleares en la construcción metanarrativa de la novela, pues con su autocrítica contribuyen también a su explicación, intensifican el interés en la narración de los acontecimientos y ponen al descubierto los problemas afrontados por el autor y la resolución de los mismos en la marcha del relato.

Parecidas virtudes encontramos en la distribución de historias paralelas, que no entorpecen el nervio de la narración, sino que añaden riqueza y enjundia a la historia personal y profesional de Fritz, que es la principal, con la experiencia de otras vidas estrechamente relacionadas con el protagonista. Buenos ejemplos tenemos en los capítulos Amalie Rund se despide de su hermano Julius… (capítulo segundo), en el cual su narradora —que es la madre de Fritz— cuenta a su hermano la vida de miembros de su familia de judíos deportados al campo de concentración de Theresienstadt, Los cuadernillos de Marty Fromm (capítulo quinto), en que la narradora recrea su apasionada historia de amor y sexo con su terapeuta Fritz Perls, El paciente americano (I) y El paciente americano (II) (caps. séptimo y duodécimo), en los que se desarrollan las turbulentas sesiones anuales de terapia psicoanalítica en un creciente tour de force entre un Fritz destrozado y envejecido y el atormentado psicoterapeuta berlinés Siegfried (discípulo de Freud), cuya esposa, española e hija de un exiliado republicano, nunca llegó a conocer la terrible historia familiar que inquietaba a su marido, hasta que el propio Fritz se la cuenta.

El conjunto de estas historias paralelas, con el perspectivismo múltiple de sus narradores y paranarradores, ensancha la variedad de enfoques en el tratamiento de los temas abordados en la novela. Y, como procede, cada una de estas historias alcanza mayor relieve por la técnica y el lenguaje que la distingue de las otras: la de Amalie en forma de carta y con su lenguaje familiar, la de Marty Fromm en formato de íntimos cuadernillos en los que desahoga su enardecida pasión de amante con Fritz, y la psicoterapia a dos bandas entre Fritz y Siegfried confrontados en sesudos diálogos como eficaz medio de conocimiento y desnudamiento de almas. Más ejemplos de esta expresiva construcción de diálogos en confrontación o acercamiento de almas podemos encontrarlos en El coloquio de las cenizas, íntegramente dialogado, y en el encuentro entre Fritz y el pintor Otto Dix, su amigo de juventud en Berlín y autor del retrato que figura al frente de la novela, en Otto, Fritz, Joseph, Berlín (cap. noveno). Y en expresivo contraste aparece la carta de Goebbels a Hitler (segunda parte del mismo capítulo) con inflamado lenguaje solemne en su delirio purificador de Berlín en defensa de la nueva Alemania nazi.

Como la vida del protagonista transcurre a lo largo de casi un siglo, entre 1893 y 1970, a lo cual hay que añadir el tiempo de la prolepsis inicial en El coloquio de las cenizas (hasta 1990, año en que falleció Lore, quien había guardado las cenizas de Fritz «durante veinte años», pág. 31), y más de un siglo si contamos con que el presente narrativo en que está escrita la novela se fija a «poco más de cien años de distancia» (p. 442) del movimiento vanguardista conocido como Dadaísmo, cuya primera defensa en Berlín fue el discurso de Richard Huelsenbeck en 1918, la «vida desarraigada y anticonvencional» del judío errante protagonista se completa con la revisión de la historia de una Europa (y también Norteamérica) herida por dos guerras mundiales y un muro, y arduamente renacida en duros años de posguerra y sucesivos movimientos culturales y contraculturales, de todo lo cual «la novela de Perls» va dando buena cuenta centrándose en lo más relevante de cada etapa del infatigable recorrido existencial del protagonista con sus múltiples disfraces y fantasías en un azaroso piélago de vidas.

En su andadura planetaria Fritz Perls, en su «doble condición de profeta bíblico» (p. 688) y de «un desconcertante y heterodoxo maestro zen» (p. 692), creó y difundió la revolucionaria Terapia Gestalt, basada en el aquí y ahora, y en el darse cuenta con ingenuidad y espontaneidad como pilares básicos. Dado que no soy psiquiatra ni psicoterapeuta, no puedo valorar la recreación e interpretación que el autor hace de la vida del neuropsiquiatra protagonista ni de su aventura profesional. Pero sí debo, como crítico literario y profesor de literatura, explicar y valorar su novela como texto literario construido con virtuosa complejidad lúdica en su autocrítica incorporada con la finalidad de comentarla poniendo al descubierto el resultado final del conjunto y los problemas resueltos en la narración de sus episodios y el modo de resolverlos. De modo que, como en las mejores novelas especulares, también a esta de Dimas Mas le viene como de molde la doble consideración de «novela de una aventura y aventura de una novela».

Entre tantas dudas y vacilaciones del autor implícito en su quijotesca pasión creadora, que engordan el componente autocrítico, también aflora la seguridad del autor en haber logrado la gran novela que pretendía, cuando en El narrador precario afirma que «yo ya he escrito un libro que me hará inmortal, nada menos, qué horror…, porque he sido el primer escritor en lengua castellana que ha descubierto el diccionario de nuestra lengua como una geografía literaria insólita y hasta mí inédita, y que los escritores perduran por crear personajes inmortales, pero también por geografías y realidades ignotas e insospechadas. Yo estoy entre los segundos, por supuesto, pero tengo la osadía inconcebible de que, con esta novela que lo escoge como protagonista, hago méritos para estar entre los primeros» (pp. 278-279).[2] Y no le falta razón al creador de Fermín Minar.

Pues «la novela de Perls», más allá de su ambición no siempre bien controlada (debido, tal vez, a la ingente documentación), la carga en exceso de sus reiteraciones metafictivas (sobre todo en el penúltimo capítulo, El nido del Ave Fénix, con páginas que resultan, más que eficaces, algo artificiosas, clama en este tiempo de hierro por lectores cómplices y audaces, y merece ser destacada como una novela importante por la calidad literaria que atesoran su fluidez e intensidad narrativa, la hondura humana de sus reflexiones, la tensión dialéctica de sus diálogos y su lenguaje de factura clásica, en el que caben juegos y malabarismos lingüísticos como el de DaDaPítulo y Los lagartos divinos que narradores y personajes se sacan de la chistera.

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[1] Dimas Mas: El guion de su propia vida (Fritz Perls’ ficts and facts). Oportet Editores, Madrid, 2025; 783 págs; 23,75 euros. Todas las citas están tomadas de esta edición.

 

[2] En esta orgullosa referencia al descubrimiento del diccionario como “una geografía literaria insólita y hasta mí inédita” Dimas Mas alude a su novela El tesoro de Fermín Minar (1992) y a un originalísimo diccionario narrativo de 500 palabras, construido «para devolver a la circulación comunicativa voces expresivas y hermosas que habían sido arrumbadas por la ignorancia, el desdén y la erosión trivializadora de las conversaciones humanas», y que lleva por título El tesoro olvidado (2019).

 

*Ángel Basanta es vicepresidente de la Asociación Internacional de Críticos Literarios.