lunes, 28 de julio de 2025

«Historia de la guerra del Peloponeso», de Tucídides. Un hito historiográfico.

       



¡Qué vigentes, aún, los planteamientos sociales, políticos, militares y diplomáticos de una de las grandes guerras de Occidente!

 

          ¡Qué envidia me ha producido siempre mi amigo Rafael Carrera cuando me daba noticia, en nuestros siempre interesantes encuentros, de su lectura, en el griego original, de la obra de Tucídides! Y un buen día me regaló la edición de Alianza Editorial de la Historia de la guerra del Peloponeso, si bien me hizo una sugerencia que, por supuesto, no he seguido: «no leas la crónica de los acontecimientos propiamente dicha, porque Tucídides se detiene incluso en lo más irrelevante de los infinitos lugares en los que transcurre su Historia, y acabarás hecho un lío. Lee los discursos, que es lo que tiene más miga del libro y, además, están transcritos en cursiva, por lo que es fácil localizarlos». Debe conocerme bien, mi amigo Rafael, porque semejante invitación lo era, en realidad, para que me metiera entre pecho y espalda las 829 páginas del volumen, como así lo he hecho.

          Y sí, confieso que la dinámica de las batallas —terrestres y marítimas—, tomas de ciudades, asedios y otros pormenores bélicos en el contexto de tantos pueblos, reinos y ciudades-estado exige una disposición lectora receptiva que obliga a la consulta cartográfica, cronológica, étnica y política si se quiere consolidar un conocimiento auténtico sobre lo historiado por Tucídides. Me apresuro a revelar que no he hecho tal lectura, salvo la consulta de algunas localizaciones que los mapas del libro facilitan y la lectura en la Wikipedia de algunas biografías muy pertinentes, sobre todo las pertenecientes a los generales o políticos en boca de quienes pone Tucídides unos discursos que son, tenía razón mi amigo Rafael, de lo mejorcito del libro, y de los que he extractado no pocos razonamientos de sorprendente actualidad. La eclosión de la Razón en Grecia sí que puede considerarse como el gran milagro de la especie humana, más allá del descubrimiento del fuego, de la invención de la rueda y de la escritura, porque la sutileza argumental de aquella gente, más allá del rococó, digámoslo así, de los sofistas es una obra de arte que no nace ex nihilo, sino de los famosos presocráticos, entre los que Heráclito siempre ha ocupado un lugar de excepción en mi interés, y considero el libro que le dedicó Rodolfo Mondolfo uno de los más preciados de muestra biblioteca.

          Aunque está al final de la obra, en el libro séptimo, muy poco antes de que emerja, en el octavo,  con una capacidad de seducción sin rival la figura de Alcibíades, he seleccionado unos fragmentos en los que el lector de esta entrada del Diario puede verificar la complejidad de los pueblos que tomaron parte en esa guerra que se extendió durante veintisiete años, y en la que Tucídides combatió, pues representa al historiador que recoge testimonios orales de los participantes en la guerra para escribir su obra, lo cual no impide que su afán documentalista sea traicionado cada vez que haga falta, sobre todo en los discursos que, como señala el traductor y prologuista Antonio Guzmán Guerra, no reproducen literalmente las ipsissima verba, pronunciadas en cada ocasión, sino el espíritu de lo que en cada momento se dijo. Pero ya volveremos sobre el método tan novedoso como empírico con que escribe Tucídides su historia. Ahora de lo que se trata es de ofrecer esa pequeña muestra de la barahúnda de pueblos, alianzas y servidumbres que se dan cita, al menos en la última parte de la guerra [y léase transversalmente, por favor, a modo de cata]:

Entre los pueblos sometidos y obligados a tributo eran de Eubea los eretrieos, calcídeos, estureos y caristios; de las islas procedían los ceios, andrios y tenios; de Jonia los milesios, samios y quiotas. De entre estos últimos, los quiotas no estaban obligados a tributo, sino que les acompañaban como aliados autónomos, obligados a proporcionarles naves. Estos pueblos eran todos o casi todos jonios y descendientes de los atenienses, excepto los caristios (que son dríopes). Se trataba de pueblos que eran vasallos y estaban obligados a acompañarlos, y al menos eran jonios que iban contra unos dorios. A ellos se añadieron también algunos eolios; los de Metimna, que aun no sometidos al pago de tributos debían aportar naves; los tenedios y los enios, que sí eran tributarios. Estos, qu3e eran eolios, se vieron obligados a luchar contra otros eolios, a saber los beocios, sus fundadores, que se hallaban de parte de los siracusanos. Los plateenses, por su parte, fueron los únicos beocios que empuñaron las armas abiertamente contra los beocios, y no sin fundamento, debido a su odio. En cuanto a los rodios y a los citerenses (que eran dorios unos y otros), los citerenses, que eran colonos de los lacedemonios, empuñaron las armas junto a los atenienses contra los lacedemonios de Gilipo, mientras que los rodios, que eran de estirpe argiva, se veían obligados a combatir contra los siracusanos (que también eran dorios) y contra los de Gela, que eran colonos suyos y participaban en la guerra al lado de los siracusanos. De entre los que habitaban las islas en torno al Peloponeso, los cefalenios y zacintios acompañaron la expedición ateniense en calidad de aliados autónomos, aunque en realidad fue a causa de que eran isleños, siendo los atenienses dueños del mar. Y los corcirenses, que eran no solo dorios sino claramente corintios, marcharon contra los corintios y siracusanos, siendo colonos de unos y parientes de los otros; formalmente lo hicieron obligados a ello, pero en realidad y no en menor medida por odio contra los corintios. También acudieron a participar en la guerra los que ahora se llaman mesenios, viniendo desde Naupacto y desde Pilos, que entonces estaba en oder de los atenienses. Además, unos pocos desterrados megarenses, a causa de su infortunio, se enfrentaron a los selinuntios, que a su ve también son megarenses. […] De entre los italiotas participaron en la expedición los turios y metapontinos, que se vieron contreñidos a hacerlo a resultas de las luchas internas en que por entonces estaban envueltos. Entre los siciliotas, los naxios y los cataninses, y de los bárbaros, los egestenses (que fueron precisamente quienes los hicieron venir), así como la mayor parte de los siculos. […] De entre los bárbaros, solo lo hicieron los sículos, que no se pasaron a los atenienses. En cuanto a los griegos de fuera de Sicilia, acudieron los lacedemonios, que proporcionaron un comandante espartano, así como un contingente de hilotas y neodamodes [el termino neodamodes significa «ser ya libre»; también los corintios que fueron los únicos que aqcudieron con anves y tropas de infantería, así como los leucadios y ampraciotas, por razón de su afinidad ética. Como se advierte, lo de las coaliciones Frankestein no es nada nuevo bajo el sol…

          Tucídides responde al concepto de historiador moderno, en el sentido de que desliga la narración histórica de la narración mitológica y se afana en construir su relato con testimonios y la experiencia de haber participado en algunos hechos de los narrados. Su propósito se atiene al objetivo, manifiesto en su propia obra de ir al fondo de la cuestión, a las causas del enfrentamiento entre Atenas y Esparta. No ignora sus limitaciones, ni la de los testimonios que pueda recabar, claro está. Como nos dice Guzmán Guerra:  Se trata de la antítesis constantemente empleada por Tucídides entre el lógos y los érga, es decir, de un lado están «las palabras, los discursos, lo  que se dice, y en otro orden de cosas bien distinto «las acciones, la realidad, los hechos». Decía que el autor es consciente de la relatividad verídica de los testimonios, y así lo dice expresamente: Tales fueron, en lo que he podido averiguar, los acontecimientos antiguos, dominio en el que es imposible dar crédito a cada uno de los testimonios sin distinción, pues los hombres aceptan unos de otros sin mayores indagaciones las noticias de sucesos ocurridos hace tiempo, incluso tratándose de su propio país. […] Tan carente de interés es para la mayoría el esforzarse por la búsqueda de la verdad, y tan fácilmente se vuelven a lo que se les da hecho. De ahí que historiadores anteriores, como Heródoto, caigan en el grupo de los que denomina logógrafos, quienes buscaban más agradar a la audiencia que la auténtica verdad. Y por eso se reivindica como portavoz de la fidelidad a los hechos: Me bastará que juzguen útil mi obra cuantos deseen saber fielmente lo que ha ocurrido.

          En la medida en que los acontecimientos no involucran exclusivamente a lo que hoy denominaríamos «las grandes potencias», sino también a los países satélites bajo su influencia, la obra está llena de discursos de todo tipo, desde primerísimas figuras como Pericles, Nicias o Alcibíades pasando por todo tipo de emisarios que recogen las posturas de quienes han de hacer frente a situaciones de conflicto no deseado y en las que han de participar exponiéndose a una doble ira: la de los aliados y la de los enemigos, según cuál sea la decisión que tomen. Esos discursos, por lo tanto, pueden entenderse como una suerte de teoría política que nos ilustra a la perfección sobre lo que hoy llamaríamos, también, las «relaciones internacionales». Tengamos presente el del rey espartano Arquídamo, a propósito de la primera etapa de la larga guerra, en el que intento disuadir a su pueblo de lanzarse temerariamente a la guerra contra Atenas, el gran poder emergente de la zona: La guerra no es cosa d e armas, las más de las veces, sino de dinero, gracias al cual las armas son eficaces, y en especial a unos continentales frente a unos marinos.[Esta distinción señalas las capacidades bélicas de ambas potencias, unos en tierra y otros en el mar][…] Somos buenos consejeros porque nos educamos con demasiado rigor para despreciar las leyes, y con una educación demasiado severa para desobedecerlas […] y pensamos que los planes de nuestros vecinos son semejantes a los nuestros, y que las vicisitudes de la fortuna escapan a los cálculos de la razón. Siempre hacemos nuestros preparativos, de hecho, frente a unos enemigos que creemos que toman decisiones acertadas. Pues no hay que poner las esperanzas en que aquellos se van a equivocar, sino en que nosotros hayamos tomado precauciones seguras; y no se debe pensar que hay gran diferencia entre un hombre y otro hombre, sino que es más fuerte el que se educa en la mayor severidad. […] Y preparaos simultáneamente para la guerra. Pues esa es la mejor determinación que podréis tomar, y para los enemigos la más temible.  ¡Si solo alguna vez hubiera yo oído a un político español hablar así en la sede de la soberanía popular, qué otro conceto tendría de nuestra democracia, tan terriblemente degrada por el septenio de Pdr Snchz en el Poder!

          En aquella guerra que se libró en innumerables frentes, ha de entenderse que la motivación de los contendientes, cuales fueran, se identificaban, todas, en esta opinión de los emisarios lacedemonios: ] Es propio de hombres sensatos, si no son ultrajados, conservar la paz, y de hombres valerosos, cuando son ultrajados, luchar en vez de mantener la paz, y más tarde, al ser favorables las circunstancias, llegar a un acuerdo abandonando la guerra; y no engreírse por sus éxitos en la guerra, ni dejarse ultrajar por lo agradable que es la tranquilidad de la paz. Pero solo ellos defendían su posición frente a Atenas:  Toleramos que una ciudad se haya erigido en tirano, mientras que buscamos derrocar la tiranía de cada ciudad. Y no sabemos cómo este comportamiento puede estar al margen de una de las tres mayores desgracias: la estupidez, la molicie o la indiferencia. Y entre batallas y tratados se desenvuelve a lo largo de casi treinta años una reñida competencia entre lacedemonios y atenienses. Está claro que Tucídides, aunque busque la objetividad, no deja por ello de ser ateniense, de ahí que adquieran un relieve particular los discursos del gran estadista ateniense que incluso dio nombre a su siglo: Pericles. Todos saben, y no es necesario que yo lo recuerde, que la política y la oratoria estaban indisolublemente unidas y que, ¡lo que son las cosas!, en la Atenas del siglo V. a de C. hubieran sido expulsados del ejercicio político, ¡por incompetentes!, la casi totalidad de los políticos españoles en ejercicio actualmente. A través de Pericles, pues, Tucídides hace la loa de la gran nación enfrentada a Esparta, y escoge para ello el discurso de Pericles en elogio de los muertos en el primer año de guerra. Además de honrar a los caídos, Pericles defiende la singularidad ateniense en medio de sistemas autoritarios no democráticos, propios de sus vecinos, con quienes habrá de combatir a lo largo de esa guerra, que, al final, acabará convirtiéndose poco menos que en una guerra civil encubierta, cuando los oligarcas quieren acabar con el sistema democrático. Dice Pericles: Amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin blandicie, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra. […]Resumiendo: Afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me paree que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. […] De los hombres ilustres tumba es la tierra toda y no solo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. […] La felicidad es haber alcanzado, como estos [los antepasados] la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como vosotros y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. […] La pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Gran parte de la inmensa fama de Pericles radicaba, según Tucídides en que  Pericles no hablaba para agradar al pueblo buscando conseguir el poder mediante prácticas indignas, sino que gracias a la reputación que tenía llegaba incluso a oponerse a ellos, provocando su irritación. He aquí un ejemplo: A mi juicio, es más útil a los ciudadanos particulares el que la ciudad en su conjunto prospere que el que los ciudadanos prosperen como individuos pero que ella como comunidad decline. Pues un hombre a quien en lo suyo le va bien, si su patria se arruina, no en menor grado deja de perecer con ella; en cambio, si él es desafortunado en una ciudad próspera, podrá salvarse mucho mejor. […] Os irritáis de manera especial contra mí, que soy un hombre, creo, no inferior a nadie a la hora de saber lo que es necesario y explicarlo, un buen patriota, e inaccesible al soborno. […] La desgracia repentina, inesperada y que sucede más allá de todo cálculo esclaviza el entendimiento. […] Los hombres consideran igualmente justo culpar a quien por molicie queda por debajo de su propia fama y odiar a quien por su audacia aspira a una que no le corresponde. ¿Alguien, honestamente, cree capaz a ninguno de nuestros políticos —acaso con las nobles y muy notables excepciones de Alejandro Fernández y Cayetana Álvarez de Toledo—, habituales frecuentadores del *shitprop, la máxima degradación de la totalitaria «agitación y propaganda», de formular un pensamiento como ese de Pericles: La desgracia repentina, inesperada y que sucede más allá de todo cálculo esclaviza el entendimiento? En fin…

          La historia de la guerra del Peloponeso tiene diversos centros de interés que pueden acabar apasionando al lector, como a mí me ha ocurrido, y subnúcleos que aportan una visión descarnada de hechos colaterales o propiamente efetos directos de la contienda, y me refiero a la descripción de la epidemia de peste que asuela Atenas o la de los prisioneros de la guerra en Siracusa, una aventura militar perdida por haber sido sustituido Alcibíades del mando de la flota y haber ocupado Nicias su lugar.  La vívida descripción de los hechos logra conmover al lector, si bien Tucídides adopta un punto de vista objetivo y no pretende desarrollar estrategias narrativas para conseguir la empatía de los oyentes o lectores, porque estos últimos lo fueron, en aquellos años, en mínimo número, como es fácil de entender.

          La campaña de Siracusa es uno de esos puntos fuertes del relato histórico, pero no queda atrás lo que se ha estudiado como una «separata del libro», el llamado Diálogo de los melios, un encuentro entre melios y atenienses, escrito casi en forma teatral, y en el que se sustancian extremos políticos que mantienen hoy en día su pertinencia y validez. La situación es muy simple: Atenas ha decidido conquistar la isla de Melos y ofrece a sus gobernantes convertirse en aliados de Atenas sin necesidad de conquista alguna y el consecuente derramamiento de sangre. Los melios reclaman la neutralidad en la lucha de Atenas y Esparta. Atenas considera que aceptar eso daña su autoridad. Los melios, por otro lado, se niegan a capitular sin siquiera haber luchado. Veamos un fragmento de esa negociación y después hablamos del resultado final:

Melios: Lo sabemos igual que lo sabéis vosotros: en el cálculo humano, la justicia solo se plantea entre fuerzas iguales En caso contrario, los más fuertes hacen todo lo que está en su poder y los débiles ceden. […] ¿De modo que no aceptaríais que, siendo nosotros neutrales, fuéramos amigos en vez de enemigos vuestros, pero no aliados ni de unos ni de otros?

Atenienses: No. Porque no nos perjudica tanto vuestra declaración de hostilidad como vuestra amistad. A ojos de nuestros súbditos, esta se interpretará como prueba de debilidad, mientras que vuestro odio sería una prueba de nuestro poderío.

Melios: Pero nosotros sabemos que hay veces que los avatares de la guerra toman unos derroteros más inesperados de lo que cabría esperar según la disparidad numérica de cada bando. Además, para nosotros, ceder significa automáticamente la desesperación; en cambio, con la acción todavía siguen vivas las esperanzas de mantenernos en pie.

Atenienses: ¡La esperanza! Es un consuelo en el peligro: a los que recurren a ella desde una situación de abundancia, aunque les dañe no los arruina. En cabio, quienes arriesgan en ella todo cuanto tienen (y ella es pródiga de su natural) llegan a conocerla justo en el momento del fracaso, cuando ya no queda recurso para precaverse de ella, ahora que ya la conocen. […] Creemos que los dioses y los hombres (en el primer supuesto se trata de una opinión y en el segundo de una certeza) imperan siempre, en virtud de una ley natural, sobre aquellos a los que superan en poder. […] Y en cuanto a la opinión que tenéis sobre los lacedemonios (que a causa de su concepto del honor confiáis en que van a venir a socorreros), os felicitamos por vuestra inexperiencia del mal, pero no envidiamos vuestro simplismo. […] Quienes precisamente no ceden ante sus iguales, se comportan razonablemente con el más fuerte. y tratan al débil con moderación, son los que suelen prosperar.

          Y ahora, ya, podemos ofrecer la conclusión con las propias palabras de Tucídides, corolario de esta muestra de realismo político de primera magnitud: Los atenienses dieron muerte a todos los melios en edad adulta, redujeron a esclavitud a los niños y mujeres; y en cuanto al territorio, lo ocuparon ellos mismos, enviando más tarde quinientos colonos. Y es difícil no traer a colación el desastre humanitario que ha supuesto el empecinamiento de parte del pueblo palestino en unir tristemente su destino a la defensa del terrorismo de hamás frente a un enemigo tan poderoso, pero, ulemas tendrán que se lo expliquen, desde luego…

          En el libro de Tucídices hay otra línea historiográfica muy definica: la del enfrentamiento entre la oligarquía y la democracia, algo que, en el último libro acabará afectando a la propia Atenas, donde se librará una lucha entre ambas de la que se pueden extraer enseñanzas para nuestro presente. A modo de avance de lo que será esa última parte de la guerra del Peloponeso, Tucídides recoge lo que Odría ser considerado como la primera guerra civil en el ámbito de la Helade: la guerra civil de los córciros, en una isla, Córcira, clave para las expediciones atenienses a Sicilia. Conviene retener, de esa narración, no solo la crudeza de los hechos, sino también las consecuencias políticas, aún útiles para nuestro presente:  Incluso las mujeres colaboraban con toda audacia, lanzando tejas desde las casas y haciendo frente al tumulto con un coraje superior a de su naturaleza. […] La muerte se instauró en mil formas diversas, y como ocurre de ordinario en situaciones parecidas, no hubo límite para nada, sino que aún se fue más lejos. En efecto, el padre mataba a su hijo, los suplicantes eran arrancados de los santuarios y junto a ellos recibían muerte, y algunos murieron incluso en el templo de Dioniso emparedados. […] Se modificó, incluso, en relación con los hechos, el significado habitual de las palabras, con tal de dar una justificación: la audacia irreflexiva pasaba por ser valiente lealtad al partido; una prudente cautela, cobardía enmascarada; la moderación, disfraz de cobardía; la inteligencia para comprender cualquier problema, una completa inercia. La precipitación impulsiva se contaba como cualidad viril; la circunspección al deliberar, como un pretexto para sustraerse a la acción. Los descontentos siempre eran considerados, dignos de crédito, y quienes se les oponían aparecían como sospechosos. Quien tenía éxito en tramar alguna intriga era un inteligente, y aún más agudo quien la sospechaba. […] Los lazos de sangre pasaron a ser menos sólidos que los de partido, pues en el ámbito de este se estaba más dispuesto a ser osado sin reserva alguna. ¡Qué bien entendemos, desde nuestro presente, veintiséis siglos después, eso de que los lazos de sangre pasaron a ser menos solidos que los de partido… Y solo hay que aducir las tradicionales reyertas en las mesas festivas de las Navidades, por ejemplo, con o sin los cuñados de rigor…

Capítulo aparte y digno de ser destacado es el que dedica Tucídides a la derrota ateniense en la conquista de Siracusa, porque su narración nos ofrece en detalle, y con toda la crudeza imaginable, lo que es la derrota de Atenas, habituada a los triunfos militares y a considerarse un imperio poco menos que indestructible. En el seno de esa narración, Tucídides está muy atento a su propio método histórico, porque desconfía de los datos que le llegan con excesiva parcialidad, junto a los muchos desconocidos que permitirían, caso de tenerlos, explicar mejor el desastre de la derrota. Lo importante para el lector actual es el magnífico nivel literario exhibido por Tucídides en ese doloroso capitulo del desastre y su corte de males sobrevenidos. Lo mejor es leerlo en sus propias palabras:  Los atenienses se precipitaron en una situación de gran confusión y dificultad, tal que no me resultó fácil informarme con detalle por unos ni por otros, de qué modo se desarrollaron los acontecimientos. Durante el día, en efecto, estos son más claros, y aun con todo y con eso los que asisten a ellos a duras penas conocen la situación en su conjunto, sino tan solo cada cual lo que le afecta mas de cerca; por tanto, en una batalla nocturna (y esta fue la única que se produjo en el curso de esta guerra entre dos grandes ejércitos) ¿cómo podría saber nadie nada con exactitud? […] Una buena parte del resto del ejército o acababa de subir a las Epípolas o estaba subiendo, de modo que los soldados no sabían adónde dirigirse. […] Por su parte, los atenienses se buscaban unos a otros y tomaban por enemigo a cualquiera que viniera de la parte opuesta, aunque se tratara de alguno de los suyos que se retiraba huyendo. Y como se pedían constantemente y todos a la vez la contraseña (dado que no disponían de otro medio para reconocerse), causaron una enorme confusión entre los suyos y dieron a conocer la contraseña al enemigo. En cambio no conocían la de los enemigos, dado que estos (vencedores y menos dispersos) se conocían mejor. […] Los soldados soportaban cada vez peor su permanencia allí, pues se vieron abrumados por las enfermedades debido a dos circunstancias: por hallarse en la situación del año en que las enfermedades atacan más a los hombres y porque el lugar en que estaban acampados era pantanoso e insano. […] En efecto, como los cadáveres no habían recibido sepultura, cuando alguien veía el de uno de sus compañeros tirado por tierra, quedaba preso de una mezcla de pena y de temor; mientras que los que quedaban abandonados vivos por estar heridos o enfermos, eran motivo de aflicción mayor para los supervivientes, y más desgraciados que los que habían muerto. Entregándose a súplicas y lamentos creaban grandes apuros; les pedían que los llevaran consigo, llamándoles a cada uno por su nombre cuando veían pasar a algún camarada o pariente. Se colgaban de sus compañeros de tienda cuando estos emprendían la marcha, y les seguían todo el tiempo que podían; y si a alguno le fallaban las fuerzas po su estado físico, quedaba abandonado no sin múltiples invocaciones a los dioses en medio de lamentos. En consecuencia, la totalidad del ejército se vio en un mar de lágrimas y en una situación de incertidumbre tal que no era fácil decidir la partida (aunque se trataba de salir de un territorio enemigo y después de haber sufrido y tener expectativas de sufrir en el incierto futuro desgracias más que dignas de lágrimas). Grande era el sentimiento de vergüenza y también de autocensura. Semejaban, en efecto, una ciudad expoliada que intentara poco a poco huir —ciudad, por cierto, nada pequeña, pues eran no menos de cuarenta mil hombres en total los que componían la marcha. De poco les valdría la entusiasta reflexión del estratego Nicias, quien no tardaría en ser ajusticiado, desde luego, algo que lamenta Tucídes, para quien Nicias representa el afán de la conquista de la virtud cívica:  Pensad que vosotros constituís de inmediato una ciudad donde quiera que os asentéis y que ninguna ciudad de Sicilia podría resistiros si a atacarais, ni podría desalojaros si os asentarais en cualquier parte. …] Una ciudad son sus hombres y no unos muros ni unas naves sin hombres. Como resume a continuación Tucídides: En total se entregaron unos seis mil hombres, y depositaron sobre unos escudos vueltos hacia arriba todo el dinero que llevaban, llenando cuatro escudos. De inmediato enviaron estos prisioneros a Siracusa. […] Respecto a los prisioneros de las canteras, los siracusanos los trataron al principio muy duramente. En efeto, al ser muchos en un espacio profundo y reducido, sufrían primero los rigores del sol y del calor al estar al descubierto, y luego, al llegar las frías noches del otoño, a causa de brusco cabio de temperatura, provocaban la aparición de enfermedades. Además, al verse obligados por falta de espacio a hacerlo todo en el mismo sitio, y acumularse unos sobre otros os cadáveres de los que morían a consecuencia de as heridas, del cabio de temperatura y por otras cusas parecidas, se originaban unos olores insoportables. Al propio tiempo sufrían hambre y sed (les dieron, efectivamente, a cada uno durante ocho mees un cótilo (1/4 de litro) de agua y dos de pan). En resumen, no se vieron libres de ninguno de cuantos sufrimientos es verosímil que padecieran unos hombres arrojados a un lugar de esta clase. Durante unos setenta días vivieron en estas condiciones todos juntos; más tarde, excluidos os atenienses y algunos sicilianos e italiotas que habían luchado de su parte, fueron todos vendidos.

          Y por sus pasos contados, aunque sea a grandes zancadas elípticas, llegamos a esa última parte del libro en la que emerge un personaje Alcibíades, digno de competir en importancia histórica con Pericles, aunque su biografía, bastante novelesca, se truncó de acuerdo con esa concepción arriesgada de llevar la vida al límite, sea ciudadano, político o amoroso. De hecho, al lector de esta Historia… de Tucídides le convendría pasearse por las Vidas paralelas, de Plutarco, y dedicar unos minutos a leer una semblanza de Alcibíades que recoge lo que Tucídides dice sobre él en su Historia… y lo aportado por otras fuentes, lo que conforma un retrato bastante ajustado de semejante personaje, amado y odiado por igual. Así lo retrata su contemporáneo Arquipo: «tiene -dice- el andar de hombre afeminado, con la ropa arrastrando, y para que se le tenga por más parecido al padre, el cuello tuerce, y habla ceceoso». Sí, hablamos de quien también se hizo famoso en Atenas por su singular amistad con Sócrates, con quien combatió en la guerra de Potidea. Sobre su amistad con Sócrates, dice Plutarco que Alcibíades «entró, pues, muy luego en su confianza, y oyendo la voz de un amador que no andaba a caza de placeres indignos, ni solicitaba indecentes caricias, sino que le echaba en cara los vicios de su alma y reprimía su vano y necio orgullo». Putarco reconoce la dificultad de tener un conocimiento claro de alguien tan cambiante: «¡tan difícil era formar opinión de semejante hombre por las contrariedades de su carácter!, viéndole con el cabello cortado a raíz, bañarse en agua fría, comer puches y gustar del caldo negro, como que no creían, y antes dudaban fuertemente de que hubiese tenido nunca cocinero, ni hubiese usado de ungüentos, ni hubiese tocado su cuerpo la ropa delicada de Mileto».

          En resumidas cuentas, Alcibíades, que se había exiliado en Esparta, no tardó en mover sus influencias para  conquistar el favor de Tisafernes, con quien pretendía una alianza para atacar Atenas e instaurar la Oligarquía, vengándose, así, de la democracia que lo había condenado a muerte por el oscuro asunto de las profanaciones de los Hermes, que aparecieron decapitados en casi toda la ciudad y por la imitaion indecorosa de los misterios eleusinos, además de algunas cuentas pendientes que algunos aprovecharon para saldar en esa circunstancia, porque Alcibíades tenía tantos enemigos como amigos, y en ese contexto cabe meter, aunque de refilón, la propia condena a muerte de Sócrates, desde luego.

Ocurría, pues, que Alcibíades se servía de los atenienses para intimidar a Tisafernes, y de Tisafernes para intimidar a los atenienses, nos dice Tucídides, quien nos revela que la huida de Esparta de Alcibiades tuvo que ver con haber dejado embarazada a la esposa del rey. Más tarde, desde Samos, el fugitivo quiso organizar una expedición para instaurar la Oligarquía en Atenas y promover el perdón para su regreso. La democracia, no obstante, estaba lo suficientemente arraigada como para, en apariencia, impedir ese intento, pero lo que podríamos calificar de «guerra civil» se saldó con la instauración de la Asamblea de los cuatrocientos, que remitia a otra superior, la delos cinco mil, que, sin embargo, jamás se reunió, como ya tuvieron cuidado los 400 de que no sucediera, porque eso hubiera sido lo más parecido a la democracia directa anterior a la rebelión de esos 400. De hecho, se constituyó un nuevo Régimen e incluso se aprobó el perdón a Alcibíades y a otros exiliados. Tucídides fue un decidido partidario de la nueva organización política de Atenas, porque ese Consejo de los 400 venia a ser un espacio político intermedio entre la Oligarquía y la Democracia  y ello contribuyó a que la ciudad se recobrara de la mala situación en que estaba. Aprobaron en votación el regreso de Alcibíades y de los que con él se habían exiliado. Y tanto a él como al ejército de Samos les enviaron unos mensajeros invitándolos a que participaran en los asuntos de la ciudad. La clara adhesión de Tucídides a este régimen (especie de democracia controlada) parece corresponderse con el ideario político del historiador. En efecto, muerto Pericles, Tucídides piensa que solo es posible huir del personalismo de hombres no muy competentes al frente del Estado reduciendo la participación de los ciudadanos en la vida política de Atenas, con lo que se restringía el campo de actuación de los demagogos.

O sea, que la Guerra del Peloponeso fue una conmoción histórica que no solo afecto a la disputa por la hegemonía entre espartanos, atenienses y persas, sino que afectó al seno de cada uno de esos estados y contribuyó a configurar una nueva realidad que apenas duraría sino hasta la llegada del nuevo imperio: Roma. Y eso sí que es otra Historia…

 

 

miércoles, 18 de junio de 2025

«Duelo sin brújula», de Carme López Mercader o «Más allá hay dragones…».

 


     

Enfrentarse a la terra incógnita del duelo y tener valor para contarlo: una pudorosa ofrenda de amor más allá de la muerte. 

          Aun no siendo un mariísta contumaz, siempre he apreciado lo mucho que sobre el arte de novelar nos ha entregado Marías en sus obras, y sí que me convertí, andando el tiempo, en seguidor fiel de sus brillantes columnas en la última página del suplemento semanal de El País. Lo he leído desde Todas las almas, lo cual significa que ha sido, la suya, una presencia intelectual cercana y estimulante desde hace mucho. Ignorante de su enfermedad, la noticia de su muerte me sorprendió y me «tocó», en la medida en que solo era dos años mayor que yo. Desde la vitalidad cotidiana de a quien ni siquiera se le pasa por la cabeza la desaparición, salvo por planteamiento retórico, narrativo o reflexivo, la muerte súbita de Javier Marías fue lo que coloquialmente describimos como «un palo», porque la cercanía que se consigue con los autores a través de las columnas semanales es muy estrecha y deja huella, se convierte en un interlocutor privilegiado, por experiencia, por formación y por capacidad creativa. Si, además, respirabas políticamente al unísono con él contra la degradación democrática que ha supuesto el paso del caudillo Sánchez por nuestra paupérrima democracia, capaz de albergar la mayor mediocridad imaginable, el vínculo se volvía casi «familiar».

          Las parejas de larga duración tienen códigos de convivencia muy  propios y un ecosistema particular de subsistencia especialmente ajeno a las uniones fugaces que no traspasan el umbral de los quince años de convivencia sin quebrarse estrepitosamente, como nos dicen las estadísticas que sucede en España. Parte de esos hábitos sería, por ejemplo, un cierto pudor «declarativo»: «A ambos nos parecía una redundancia decir con palabras lo que nos resultaba obvio, lo que más allá del matrimonio nos mantenía unidos: que nos queríamos y queríamos estar juntos». A ese respecto hay una dulce confesión en el libro que no revelo, porque leída en su momento revela a su vez la complicidad que sustentaba su relación.

Carme López Mercader ha sido la compañera, amiga y mujer de Javier Marías durante más de 30 años, y la pérdida del seu home, como ella reivindica llamarlo, y el duelo consiguiente, es el contenido de este último libro, así lo confiesa ella, editora junto al seu home de Reino de Redonda, una editorial que solo seguirá activa, ya, mientras genere ingresos para ir reeditando sus fondos. De hecho, los beneficios de este último libro irán a la Fundación Javier Marías para la investigación del impacto neurológico del SDRA. Como confiesa en el libro, Carme López vivía ya muy ajena al mundo editorial, que había sido su mundo, a pesar de mantener los contactos esenciales para poder seguir manteniendo viva Reino de Redonda.

          No por el hecho de haber estado unida a alguien más o menos tiempo, el efecto terrible de la perdida es más intenso, pero sí que desordena en mayor o menor medida tu vida. Y ese choque brutal, y la inexperiencia y la ausencia de brújula para moverse en la terra incógnita que se abre ante sus pies, tras el fallecimiento de tu pareja, se suman para intensificar el desconcierto, la tristeza y sufrir lo que la autora describe como «la inclinación del eje del mundo cambia con la desaparición», porque todo, absolutamente todo, cambia. No es lo mismo la vida sola que la vida en compañía de Marías. Es una obviedad, pero, al tiempo, algo que los demás no acaban de comprender.

          Este libro de Carme López (solo he encontrado otra referencia suya. Unas misteriosas pistas, un álbum ilustrado para primeros lectores) es un testimonio de cómo ha vivido ella una experiencia para la que nadie, por más que se haya educado en los clásicos del estoicismo, está preparado. Tengo en la memoria, muy presentes, y están reseñadas en este Diario, las emotivísimas narraciones de Julian Barnes, La pérdida de profundidad, de Fernando Savater, La peor parte. Memorias de amor y de Francisco Umbral, Mortal y rosa, como para no haber captado hasta la más mínima emoción que destila un libro tan dolorido como este de Carme López Mercader.

          Me ha emocionado, muy particularmente, el estilo seco y directo, sin buscar la floritura literaria ni las galas de la retórica, para comunicar lo que ella describe como el dolor «feroz» que impide pensar y que la acompaña mientras «Avanzas hacia el vacío y hacia esa nada que va a ser tu mundo sin él». No hay manera de referirse a lo sucedido, sino con las palabras más comunes e impactantes, aquellas con las que todos nos sentimos identificados: la desaparición de con quien lo has compartido todo es «una catástrofe vital absoluta». Sí, tal cual, sin paliativos. Y en esa situación límite, en la que uno aún ni siquiera se ha orientado, mientras lucha con los «dragones» que los antiguos cartógrafos decían que había más allá de esa terra incógnita, la aspiración de la encarnación del dolor es nítida: «Los dolientes solo queremos dos cosas: que nada de lo que ha pasado haya pasado y que nos dejen en paz. Que no se fijen en nosotros, que nos permitan […] pasar desapercibidos». ¡Cómo se clava en quien ni siquiera se reconoce a sí misma, porque «la identidad cambia con la pérdida», y la persona aún vive en una suerte de robotización que le permite salir a paso de los gestos mecánicos del vivir cotidiano, esa pregunta que nos parece inocua y se sufre como una carga explosiva de profundidad: «¿Cómo estás?» «Esa pregunta a mí ha llegado a sacarme calladamente de mis casillas. Lo que deseo: que nadie me pregunte nada, que me ignoren». ¡Y lo que cuesta, en tiempo de duelo, preservar la propia soledad donde seguir conviviendo aún con el fallecido, cada cual a su manera y en función de cómo haya sido su convivencia a lo largo de los años!

          Hay una afirmación en el libro que me parece el fundamento que le ha permitido escribirlo: «Creo que ambos supimos cuidar el sentimiento y la convivencia durante el tiempo que nos fue concedido». He aquí una hermosa descripción del único mecanismo que permite la longevidad en las relaciones amorosas: el cuidado constante, permanente y la imaginación con que se ha de cultivar dicha relación: el hábito es la negación de la vida en común, la imaginación que los niega, su nutriente básico para que nunca se instalen en el seno de la pareja con sus deletéreas monotonías. Y el respeto a la independencia del otro es una pieza fundamental en esa relación de complicidad que requiere, como no puede ser de otro modo, aficiones comunes que la sustenten: en el caso que nos ocupa los viajes, el cine, la investigación erudita, el trabajo común… en suma, y como revela Carme López que dijo Marías en una de sus obras:  «El matrimonio es una institución narrativa». Ellos lo hablaban todo.

La afición individual exclusiva de Carme López es la travesía de montaña —Marías era, al parecer, un acreditado urbanita…—, y en esa mezcla de deporte y esparcimiento aprendió sobradamente que uno siempre ha de caminar a su propio ritmo, que no puede seguir otro que no sea el suyo. Y esa lección se manifiesta en las muchas veces en que, en este libro, se rebela contra los bienintencionados deseos delos amigos que la incitan, ¡insensatos ignorantes!, a «rehacer» su vida. ¡Como si algo así fuera factible para quien sufre la perdida tan duramente como ella lo describe: «Hay momentos en los que sin querer se baja la guardia, y el duelo, siempre alerta […] te asalta a traición, te derriba y te sacude entera como un pressing catch de libro». Y no hay noche en que no se anhela que cese el dolor y que se cumpla el viejo sueño de la afición de Marías a los fantasmas, como el burlón que trata con la señora Muir: que haya una dimensión en que ambos se encuentren, aunque haya ella de vencer los sólidos prejuicios racionales que le impiden aferrarse a esa esperanza.

     De sus veladas compartidas, recuerda Carme López un diálogo entre un viejo indio y una mujer blanca en una película: «Mi espíritu está dentro de ti y el tuyo dentro de mí», y a mí me ha venido a la memoria, y con él cierro esta respetuosa intromisión en el duelo ajeno, uno de mis pozaforismos:

 «Te intuyo», dijo, como absoluta declaración de amor…

sábado, 7 de junio de 2025

«Historia de los muertos. 5», De F. Javier García de Castro.

 

El magnífico pulso narrativo que culmina la aventura existencial de Bea, Sara y Toni, supervivientes en un mundo abocado al desastre de las mutaciones.

 

          Llegó por fin a mi Kindle la quinta entrega de una obra sobre la que albergaba dudas de si llegaría a convertirse en pentalogía o no. Confirmado que sí, esta nueva entrega de las aventuras de la heroica y singular Bea, una contumaz resistente cuya peculiar constitución biológica se convierte, en esta entrega, en el secreto alrededor del cual gira una trama en la que, de nuevo en una colonia que ha sabido resistir, a su manera, la invasión de los muertos vivientes y hambrientos, su ingenio habrá de permitirles sobrevivir frente a enemigos que ya no son los mismos de las entregas anteriores. 

              Se trata de un grupo numeroso, organizado jerárquicamente bajo la férrea dirección de una mujer cuya hija ha sido atacada por los muertos vivientes, y a la que se conserva en su muerte-vida mediante la alimentación que se le va proporcionando con una dosificación que convierte en auténtica despensa el reducto donde se conservan no pocos incautos muertos-vivientes que habrán de servir de dieta a la hija privilegiada. Todo ello hasta que, rescatada Sara en la playa de Santa Pola, pueda ser utilizada por la madre, dadas las propiedades incorruptibles del organismo de Bea, para que, devorada por la hija de la directora, pueda esta recuperar su condición humana y reintegrarse al seno de su familia y la comunidad que, instalada en el aeropuerto de Los Llanos, en Albacete, ha sabido resistir, en tiempos en que los muertos vivientes han mutado, misteriosamente, y se han convertido en auténticas fieras salvajes de dinámicos movimientos, capaces de acabar con cualquiera que se les enfrente.  No estamos hablando ya, así pues,  de aquellos viejos y primitivos resucitados cuya lentitud, torpeza y ausencia total de luces permitía luchar contra ellos con considerable ventaja desde la sanidad integral de una persona no contaminada por el virus que ha producido la mutación; sino de una situación nueva en la que esas fieras medio muertas o media vivas son capaces de atacar con un plan, una estrategia y, sobre todo, una rapidez de movimientos frente a los que es casi imposible defenderse.

          En esta entrega, que tiene todos los visos de convertirse en la última, porque en ella se resuelve el gran misterio de la amenaza a la supervivencia de la especie humana que se ha extendido por todo el planeta, volvemos a una situación básica que ya conocemos: la vida de una pequeña comunidad en la que no faltan los habituales resortes dinámicos de las más variadas psicologías enfrentadas. Bea, que encara la situación desde la desidia absoluta hacia el destino de la Humanidad y el suyo propio, y en quien se advierte la necesidad absoluta de ponerle fin a tan gran sinsentido como la lucha contra la mutación, va a convertirse en el objeto de una expedición usamericana enviada para rescatarla, a ella sola, con el fin de utilizarla como cobaya para conseguir un antídoto que permita luchar científicamente contra la mutación. La aparición, en consecuencia, de los soldados del imperio usamericano, como si del 7º de caballería se tratase, nos va a deparar una estupenda coronación de la entrega, después de habernos permitido «visitar» varias veces el Parador Nacional de Albacete, donde la madre desquiciada que quiere «usar» a Bea como carnaza regeneradora mantiene su despensa de muertos vivientes para ir alimentando a su hija hasta el momento en que pueda llevar a cabo su siniestro plan.

          A Javier García de Castro no le flaquea el pulso, desde luego, y su capacidad para la narración dinámica, llena de situaciones tan comprometidas y de tan difícil escapatoria hasta que el ingenio de Bea entra en juego, no se aparta un jeme de los hallazgos de las entregas anteriores. Sí es cierto que en este final de la serie, porque cada vez me convenzo más de que se ha llegado al final de la historia, predomina la vena llamémosla «ejecutiva» de Bea, porque las luchas internas que se producen en el grupo del aeródromo la obligan a imponerse desde su profunda experiencia de resistente capaz de hacer frente a casi cualquier peligro. No son tiempos que permitan intermedios reflexivos sobre la condición humana o sobre la amistad y la familia, sino situaciones llenas de una acción a resultas de la cual pueden acabar pereciendo todos. Y ello contando con la tensión que se instala en la base aérea cuando aterrizan los usamericanos con la intención poco menos que de secuestrarla, olvidándose de todos cuantos han tomado partido por ella y a quienes de ninguna manera va a dejar en la estacada, como bien se encargará de hacer.

          ¡Qué especial regusto de excelente obra le queda a un lector que ha llegado hasta esta quinta entrega («no hay quinto malo», nos recuerda el dicho popular) y comienza a recordar el largo camino seguido a través de casi toda España para acabar en esa provincia tan habitualmente preterida y cuyo Parador Nacional, si el libro se hace lo popular que deseo que se haga, multiplicará sus visitantes. Y en mí tendrá al primero, porque la descripción del Parador es tan ajustada a la realidad que, cuando me hospede, iré evocando las acciones que en su perímetro he leído en esta novela que sucedieron.

          Retrospectivamente, me parece que nuestros medios audiovisuales están desperdiciando un material que permitiría una serie decorosísima y llena de interés. Claro que el género de los muertos vivientes es un clásico recurrente, pero la aventura de Bea, de Sara y de Toni merece ese laurel de la versión cinematográfica, porque estamos hablando de una aventura que atraviesa España de punta a punta y permite una lectura jugosísima de nuestra actualidad y de nuestras variadas idiosincrasias. En fin, ojalá esta pentalogía diera ese gran salto del texto impreso a las pantallas, porque lo merece y porque sus lectores ávidos y fieles nos lo merecemos.

          Quedan invitados, de momento, a una lectura gozosa y seductora como pocas.

           

jueves, 1 de mayo de 2025

«Phraséologie Latine», de C. Meissner o un preclaro vademécum latino.

 

La admiración incesante hacia una lengua perfecta.

         

          S.D.P. (Salutem dicit plurimam!), dilectos intelectores, aunque muchos de vosotros hayáis leído esas iniciales de salutación en otro orden (S.P.D), pero conviene saber que son múltiples las formulaciones como es plural el ordo verborum.

Está comprobado: cuanto más se ignora de una materia, cualquier brizna de conocimiento que se adquiera sobre ella brilla como una galaxia en el vasto cielo de nuestra indigencia cultural. Eso me pasa con el latín, una lengua a la que he sido afecto desde adolescente, cuando la escogí frente a la abstrusa química —una materia en la que solo entré cuando leí, con la enciclopedia al lado, y sorprendentemente pronto, respecto de su fecha de edición, El azar y la necesidad, de Monod—, en el bachillerato. El hechizo de las etimologías, el deslumbramiento de los cultismos, el contacto con la lengua madre de la que procede el mayor caudal léxico del castellano me cautivó de tal manera que siempre he vivido muy próximo a su belleza, pero sin decidirme a entrar nunca a fondo en su conocimiento, aunque he leído gramáticas y diccionarios, como el clásico de Alfonso de Palencia: Vocabulario universal en latín y en romance, el primero editado en España, antes del más conocido de Nebrija: Diccionario latino-español, no menos ameno e instructivo. Mi relación con el diccionario escolar latino-español de Vox entra en el campo específico de las «memorias», porque vi hasta la saciedad las ilustraciones sobre la vida y la cultura romana  que amenizaban la seriedad de su contenido, y aún recuerdo muchos de aquellos dibujos que tanto impresionaron mi imaginación adolescente, del mismo modo que, de niño, me marcaron las ilustraciones sobre los godos, con sus largas cabelleras y sus túnicas, solo comparables en mi realidad de entonces a las sotanas de los curas, tan connotadas, ¡ay!, de asexualidad, cuya calidad de añagaza no tarde en conocer. Recuerdo, además, mi primer neologismo, para el stadium donde nos reuníamos los condiscípulos a jugar al balompié después de las clases: *Transcárrea, porque habíamos de pasar del lado de Moncloa a la zona de la Universidad, en uno de cuyos amplios espacios nos ejercitábamos en el noble arte de pensar con los pies.

          Al expulsar el latín de los estudios de bachillerato en mi último centro, la titular de departamento me invitó a quedarme con algunos libros antes de que fueran preceptivamente tirados al contenedor, como así sucedió. Entre ellos estaba esta Phraséologie Latine, de Carl Meissner, traducido al francés por Charlas Pascal y perfectamente descrita por su traductor al inglés, Henry William Auden(1867-1940), quien en su prefacio nos advierte de que un libro de frases deber ser, idealmente, recopilado por el mismo alumno y que debe ser producto de su propia observación personal. Sin embargo, asegura que cualquier cosa que le ayude al estudiante a tener alguna noticia del latín en un corto período de tiempo no debe considerarse como algo inútil. En la última parte de su prefacio nos dice que el libro de Meissner no involucra «principios novedosos y poco probados» y aduce como testigo el éxito obtenido en Alemania por la  Lateinische Phraseologie, que para ese entonces contaba ya con seis ediciones.

          El libro es un vademécum de expresiones latinas destinadas a familiarizar a los estudiantes con frases originales propias de los contextos más habituales de la vida romana. El autor, Meissner, las clasifica siguiendo estos ámbitos: 1. Mundo y naturaleza. 2. Espacio y tiempo. 3. El cuerpo humano y sus partes. 4. Características del cuerpo humano. 5. Circunstancias y condiciones de la vida humana. 6. El alma y sus funciones. 7. Conocimientos y artes. 8. Habla y escritura. 9. Situaciones relacionadas con el alma. 10. Vicios y virtudes. 11. Religión y culto. 12. Vida doméstica. 13. Comercio. 14. El estado. 15. Derecho y corte. 16. Guerra y ejército. 17. Navegación. Y los principales autores de quienes toma esas frases son: Cicerón, César, Salustio, Cornelio Nepote, Tito Livio, Quinto Curcio, Justino, Tácito. Plauto, Terencio, Virgilio, Horacio y Ovidio.

          Al final de esta recensión he copiado mi selección, la que, a mi parecer, incluye las frases que tienen la condición de utilizables en nuestra vida cotidiana sin parecer, quienes las usen, redomados pedantes o exquisitos elitistas. La jurisprudencia es terreno abonado para el uso de latinismos, con un sentido técnico, dado que, durante muchos siglos, el derecho romano fue la fuente privilegiada de nuestro Derecho; pero mi lectura de la Phraséologie ha intentado buscar frases que se añadan al uso cotidiano sin excesiva violencia lingüística, por lo que quedan desterradas formulaciones que exijan, no hay más que leerlas, un dominio del latín que ya no está, me parece, ni al alcance de los miembros de la Iglesia católica. Cuantos dominadores hay del latín en nuestro pais han recibido buena parte de su educación en los seminarios religiosos, de donde no pocos han salido con los traumas correspondientes, y algunos como víctimas de viles agresiones sexuales.

          Se consideró seriamente la posibilidad de «recuperar» el latín como lengua de la Unión Europea, pero se prefirió el nacionalismo mal entendido de las traducciones infinitas a la comunicación directa, aunque, propiamente, es el inglés el latín de nuestro tiempo, salvando infinitas distancias, claro está. Mi acendrado amor al latín, que no descansa, ha hallado un infinito placer en la lectura de este vademécum, salpicado de valiosas notas léxicas que aportan distinciones en el uso de las palabras en función de si pertenecen a la época clásica o al periodo de la decadencia del Imperio, cuando empiezan a surgir las lenguas romances europeas.

          Vamos allá con el comentario de algunas bellezas rescatadas: Vocis imago: «El eco», e ipso facto la cita de rigor: Cicerón: Gloria virtuti resonat tanquam imago: «La gloria es como el eco de la virtud», que añadir a las imaginarias vigas de nuestro estudio... ¿Cabe manera más poética de referirse al «eco» que esa latina de vocis imago? Sol urit, «el sol pica», que me parece una expresión más bellamente descriptiva del ardoroso cometido solar que nuestro «pica» tradicional. In directum viene a sustituir a ese vulgarismo del «todo tieso» con que indicamos a alguien que no se aparte de la línea recta… Al famoso Dicebamus hesterna die de Fray Luis de León, tras salir de la cárcel y reintegrarse a su cátedra, pues eso dijo, y no nuestra traducción al castellano: «Decíamos ayer»…, el libro nos ofrece un surtido curioso para referirnos a los días cercanos: Dies hesternus: «Ayer». Dies hodiernus: «Hoy». Dies crastinus: «Mañana». Dies perendinus: «Pasado mañana». Una serie de la que a mi me choca ese perendinus, de origen griego, πέραν, «más allá», que bien puede relacionarse, no sé si demasiado imaginativamente, con nuestro «perengano», entendiéndolo, acaso, como un «más allá de ‘mengano’», que sería el concepto base sobre el que se formularia. En cualquier caso, cuesta más retener una fórmula habitual en nuestras conversaciones: Fortasse cras, summum perendie: «Mañana o, lo más tarde, pasado mañana».

          Pedibus captus: «Estar paralizado» y vultum fingere: «Poner cara de circunstancias» son dos expresiones que se delatan a sí mismas y que, en el primer caso, tanto se parece al mente captus que ha dado en castellano nuestro expresivo «mentecato», por lo que no sería desechable que, andando el tiempo, de aclimatarse en nuestra lengua acabara creándose un *pedicapto susceptible de ser recogido por la RAE. Otra par de expresiones llamativas son: Siti cruciari: «Estar sediento» y Lacrimis obortis: «Llorar fácilmente», porque se trata de una sed que nos clava en la cruz, y con ese cruciari se relaciona nuestro «crucial», como «momento crítico», y porque las lágrimas siempre nos «brotan», y de ahí el oborior original.

          En el amenísimo recorrido de las páginas del vademécum, hay muchos datos que precisan usos y significados, como es el caso de Valetudo, que es voz media e indica una manera de ser, un estado de salud; por lo que es necesario añadir un adjetivo que indique la buena o mala salud: Bona valetudine. Sanitas, por su parte indica la buena salud del alma, la razón. Igualmente, nunca veremos ocassio opportuna, bona o pulchra, porque ocassio contiene ya la idea de «favorable»; aunque sí puede decirse, sin embargo: ocassio praeclara, ampla o tanta. Y sí, ¡qué estupendo sería que pudiésemos usar frecuentemente Ocassio datur: «Presentarse una feliz ocasión». Con el concepto de «daño» ocurre algo parecido a lo anterior, en cuanto a la precisión de su significado y diversidad lexica: Damnum se emplea para el daño del que uno es responsable; detrimentum, para el daño que infligen los otros; fraus es el daño que resulta del engaño; jactura, el sacrificio voluntario de algo precioso para evitar un daño, y homo noxius es el malhechor. Y de este último emerge, como quintaesencia de la latinidad la propensión a la sentencia, como esta de Séneca: Bonis nocet qui malis parcet, «Perjudica a los buenos quien beneficia a los malos».

          Haber divido las expresiones por ámbitos de la actividad humana, permite, por ejemplo, especialmente para quienes padecen trastornos del sueño, ver juntas algunas expresiones que bien podemos retener por la asiduidad de uso que exigen: Cubitum ire: «Acostarse». Somnum capere non posse: «No poder conciliar el sueño». Sopitum esse: «Quedarse frito». In lucem dormire: «Dormir hasta que amanezca». La primera nos remite, con algo de imaginación traslaticia, al «cubil» de las fieras; la segunda es una queja constante de los insomnes; la tercera, la expresión de un ideal  y la cuarta, una aspiración incumplida, porque, por lo general, los insomnes tenemos la primera levantada hacia las tres o tres y media de la madrugada. In infimo monte podríamos decir, «al pie de la montaña», del sueño que deseamos alto y rotundo…Y llama la atención, aunque esto ya lo sabíamos los insomnes, por nuestra dedicación al trabajo en esas horas intempestivas, que Lucubrare, signifique «Trabajar por la noche», aunque es frecuente el pleonasmo: «me pasé la noche elucubrando…».

          Hay expresiones muy propias de la conversación que, sin excesivo rigor expresivo formal, bien pudieran sumarse a nuestros usos, como Pro tempore et pro re: «Según el tiempo y las circunstancias»;  Ceteris rebus (non cetera —aclara Meissner, siempre tan puntilloso—): «Por lo demás…»;  la muy socorrida: In te omnia sunt: «Todo depende de ti» o las algo más elaboradas:  Ut mea fert opinio: «En mi opinión, a mi parecer»; A vero aversum esse: «Ser ciego a la verdad», y Vera cum falsis confundere: «Confundir lo verdadero y lo falso». Y al respecto de la última, ahí está Meissner marcando otra diferencia léxica importante: Verum es la verdad, como término concreto. Veritas, la verdad, como término abstracto. A medio camino entre ambas, podemos extender el número de usos coloquiales a las siguientes: Sine dubio: «Sin duda»; Sine ulla dubitatione: «Sin duda alguna; sin el más mínimo escrúpulo»; la defensa frecuente que hacemos de que no se nos tome por tontos: Non sum ignarus: «Lo sé perfectamente»; la apelación a lo irrefragable de los hechos: Inter omnes constat: «Es un hecho reconocido» o la exhibición de saber lo que se sabe, que tanto se toma, a veces, como un desafío al interlocutor: Ex animi mei sententiae: «Estoy íntimamente convencido de que…», y la muy llamativa: Per aequa, per iniqua: «Por todos los medios», que tanto recuerda al «por fas o por nefas». Pero la estrella de estos usos coloquiales es, sine dubio, esta: Ab ovo usque ad mala: «De cabo a rabo» o «de principio a fin», porque este extraño proverbio latino, literalmente «desde el huevo a la manzana», hace referencia a la costumbre romana de empezar las comidas con huevos y terminar con manzanas u otras frutas, lo cual siempre da pie a insertar eta explicación tras el uso del proverbio ¡y tan ricamente que se queda! Ahora bien, si se quiere remachar esa imagen de persona enterada en el intríngulis de los latinismos, cabe añadir esta última maravilla: Ab acia et acu mi omnia exposuit: «Contar con pelos y señales», que es uso muy recurrente cuando se dialoga sobre lo que contamos o se nos cuenta. Se ha de consultar el diccionario para saber que acia et acu significa con hilo y aguja, eso tan nuestro del «pegar la hebra» ¡o la maroma!, según quiénes…

          Antes mencionaba la tendencia a formar sentencias, tan propia de una lengua sintética, como es el latín, que expresa las ideas en muy pocas palabras: bis dat, qui cito dat, «quien da primero da dos veces», aunque esta, por ejemplo, no aparece en el vademécum de Meissner; pero sí estas otras que, siendo muy comunes, conviene conocer en su formulación original: Fortuna ánimos occaecat: La felicidad te ciega». Ludibrium fortunae: [ser] «Juguete de la Fortuna». El proverbium tritum: «proverbio manido»: Calamitate doctus: «La adversidad te enseña». Las no menos usadas: Usus magister Optimus: «La practica es el mejor maestro» y, sobre todo la terrible, pero cierta: Multa acerba expertus est: «Experto en experiencias dolorosas». Otras formulaciones apelan a una tradición que ha formado lo que conocemos como cultura occidental, como esta apelación a las fábulas de Esopo, por ejemplo: Vulpes pilum mutat, non mores: «El zorro cambia de pelo, no de costumbres»; o esta otra a uno de los grandes hombres de nuestra tradición cultural: Sócrates, a quien, probado o no, tantas sentencias se le atribuyen como argumento de autoridad: Qualis homo ipse esset, talem esse ejus orationem: «Según es el hombre, así es su discurso». El libre arbitrio también tiene su encaje en esta tradición cultural: Suae quisque fortunae faber est: «Cada cual labra su fortuna». Y cierro con un lugar común debelado: Si pace frui volumus, bellum gerendum est: «Si se quiere la paz, se ha de hacer la guerra», porque, según Meissner, la frase tan citada: si vis pacem, para bellum, no pertenece a la latinidad clásica.

          Dicho todo lo cual, me retiro, porque el trabajo me llama: Librum mihi est in manibus

 

 Expresiones

In infimo monte:                             Al pie de la montaña

Flumen super ripas effunditur:        El río desbordado

Ventus ignem distulit:                     El viento dispersa las llamas, propaga el incendio.

Orbis lacteus.                                 La vía láctea.

Vocis imago.                                   El eco

[Cicerón: Gloria virtuti resonat tanquam imago. La gloria es como el eco de la virtud.]

Sol urit.                                            El sol pica.

[Cicerón: Fulmen verborum y Fulmina eloquentiae: Rasgos de elocuencia. Fulmina fortunae: Revés de la fortuna]

A mille passibus.                           A mil pasos de distancia

[Coloquial: proverbium tritum. Proverbio manido.]

Rus excurrere.                               Salida al campo.

Calcaribus equum concitare.         Espolear al caballo.

In directum.                                    En línea recta.

Quo tendis?                                  ¿Adónde vas?

In profundum dejici.                      Precipitarse al abismo.

Humi procumbere.                        Caer al suelo.

Aliquid in postem differre.             Posponer.

Iterum et saepius; etiam atque etiam.   Más de una vez, repetidas veces.

Biduo serius.                                 Dos días después.

Dies hesternus.                              Ayer.

Dies hodiernus.                             Hoy.

Dies crastinus.                              Mañana.

Dies perendinus.                            Pasado mañana.

Fortasse cras, summum perendie.  Mañana o, lo más tarde, pasado mañana.

Liber est in manibus.                      El libro está en manos de todo el mundo.  

Oculos circumferre.                         Mirar alrededor.  

Tenebras offundere judicibus.        Cegar a los jueces.

Pedibus captus.                              Estar paralizado.

Vultum fingere.                               Poner cara de circunstancias.

In lucem edi.                                   Ver la luz del día. Nacer.      

Sexus (non genus) virilis.                Sexo masculino.

Sexus muliebris.                            Sexo femenino.

Aetas corroborota (non virilis).          La edad madura.

Siti cruciari.                                  Estar sediento.

Lacrimis obortis.                           Llorar fácilmente.

[Valetudo es voz media e indica una manera de ser, un estado de salud; por lo que es necesario añadir un adjetivo que indique la buena o mala salud: Bona valetudine. Sanitas, por su parte indica la buena salud del alma, la razón.]

Mente captum esse.                          Loco.

Cubitum ire.                                 Acostarse.

Somnum capere non posse.          No poder conciliar el sueño.

Sopitum esse.                                 Quedarse frito.

In lucem dormire.                           Dormir hasta que amanezca.

Se ipsum vita privare.                     Suicidarse.

Pro tempore et pro re.                     Según el tiempo y las circunstancias.

Ceteris rebus (non cetera).              Por lo demás…

In te omnia sunt.                              Todo depende de ti.

Ocassio datur.                                 Presentarse una feliz ocasión.

[Nunca ocassio opportuna, bona, pulchra. Ocassio contiene ya la idea de «favorable». Sí puede decirse, sin embargo: ocassio praeclara, ampla o tanta.]

Fortuna ánimos occaecat.                 La felicidad te ciega.

Ludibrium fortunae.                          Juguete de la Fortuna.

Calamitate doctus.                             La adversidad te enseña.

[En latín la imagen no existe sino en el verbo: amicitiam jungere, «forjar los lazos de la amistad»; religionem labefactare, «derribar el edificio de la religión»; libido consedit, «amainar la tormenta de la pasión».]

Ex usu esse.                                        Ser útil

Cui bono?                                        ¿A quién beneficia?

Damnum facere.                               Causar un daño.

[Damnum se emplea para el daño del que uno es responsable; detrimentum, para el daño que infligen los otros; fraus es el daño que resulta del engaño; jactura, el sacrificio voluntario de algo precioso para evitar un daño. Y homo noxius, el malhechor.]

Bonis nocet qui malis parcet, «Perjudica a los buenos quien beneficia a los malos» (Lucio Anneo Séneca)

Gratiam mereri.                            Merecer reconocimiento.

Nullo meo merito.                          No es mérito mío.

In ore omnium.                              Estar en boca de todo el mundo.

In ora vulgi abire.                          Que no se hable de otra cosa.

Lucubrare.                                     Trabajar por la noche.

Patiens laboris.                              Capaz de soportar el trabajo.

Fugiens laboris.                             Enemigo del trabajo.

[Nervi, propiamente, son los tendones, los músculos, y no los nervios, que los antiguos no conocían. En sentido figurado nervi no es solo la fuerza, en general, sino la energía, la fuerza vital.] 

In otio vivere.                                Vivir ocioso.

Mentis quasi luminibus officere.   Oscurecer las luces de la inteligencia.

Ad summum perducere.                   Llevar algo a la perfección.

Cogitatione, non re.                        Pensamientos, no cosas.

Intelligentiae adumbratae.              Ideas vagas, indecisas.

[Adumbrare es un término técnico de la pintura: «hacer un esbozo», de donde, figuradamente, se ha de entender: «solo indicar algo, grosso modo».]

Traducere aliquem ad suam sententiam. Opinar con anterioridad lo mismo que otro.

Sententiam fronte celare.                         Enmascarar un pensamiento.

Ut mea fert opinio.                                  En mi opinión, a mi parecer.

A vero aversum esse.                              Ser ciego a la verdad.

Vera cum falsis confundere.                   Confundir lo verdadero y lo falso.

[Verum es la verdad, un término concreto. Veritas, la verdad, un término abstracto.]

Sine dubio.                                            Sin duda.

Sine ulla dubitatione.                            Sin duda alguna; sin el más mínimo escrúpulo.

Non sum ignarus.                                  Lo sé perfectamente.

Inter omnes constat.                              Es un hecho reconocido.

Ex animi mei sententiae.                       Estoy íntimamente convencido de que…

Incertus sum quid consilii capiam.      No sé qué partido coger.

De industria.                                        Expresamente, adrede.

Ad id ipsum.                                        Con esa finalidad.

Sine mora interposita.                        Sin retraso.

Memoria labi.                                     Fallar la memoria.

[Hay que distinguir entre memoria mandare, «grabar algo en la memoria» y ediscere, aprender de coro.]

Ex memoria.                                       De memoria.

Usus magister optimus.                     La practica es el mejor maestro.

Usus me docuit.                                La experiencia me enseña.

Multa acerba expertus est.               Experto en experiencias dolorosas.

Usu praeditum esse.                          Tener experiencia.

[En el ejemplo anterior no puede ser usado Experientia, porque en a prosa clásica significa «ensayo, prueba».]

Homines litterarum studiosi.            Hombres de letras.

Litteras colere.                                 Cultivar las letras.  

Omne otiosum tempus in litteris consumere.   Consagrarse al studio.

Vir omni doctrina eruditus.              Hombre de extensa cultura.

Bene latine doctus.                           Buen latinista.

Crassa Minerva.                              Un zote.

Vir mali exemple.                             Modelo de perversidad.

Homo in dialecticis versatissimus.   Dialéctico consumado.

Conclusiuncula fallax.                     Sofisma.

In nullam partem disputare.             Abstenerse de tomar partido.

In controversiam cadere.                  Litigar.

Res confecta est.                               Debate zanjado.

Res ipsa docet.                                  La misma cosa lo muestra.

Re cocinere, verbis discrepare.        De acuerdo en el fondo, no en la forma.

In omni re vincit imitationem veritas. En todo, la naturaleza supera a la imitación.

[Veritas no significa solamente «verdadero (frente a «falso», «mendaz»), sino «real» (frente a «imitación» u «opinión»).]

Artis peritus.                                     Conocedor.

[Intellegens (o peritus) frente a Idiota, que vale profano, no iniciado.]

Acroama modi.                                  Un virtuoso (del canto o de la narración…).

[Acroama es palabra de origen griego y se aplica, sobre todo, a la música.]

[Statuae no se usa para las estatuas de los dioses, sino signum o simulacrum.]

Diverbium.                                        El diálogo.

Ars dicendi.                                       El arte de la palabra.

Oratio subita.                                    Discurso improvisado.

Oratio accurata e polita.                   Discurso pulcro.

Oratio inquinata.                               Discurso incorreto, estilísticamente.

[Inquinata, «incorrecta», se opone a impura, que significa «impúdica», obscena».]

Leviter tangere aliquid.                    Tocar algo superficialmente.

Nulla vox est ab eo audita.               No salir una palabra de sus labios.

Non habeo argumentum scribendi.   No tener nada que escribir.

Jucundu esse.                                      Estar de buen humor.

Sermo patrius.                                   La lengua materna.

Leges discendi.                               Las leyes gramaticales.

Si verba spectas.                            Considerando los términos.

Ordo verborum.                             El orden de las palabras.

Ut est in proverbio.                         Como dice el proverbio.

Index o Inscriptio libri.                   El título de un libro.

[Titulus significa  la inscripción de un monumento o de una tumba; el cartel que anuncia la venta o alquiler de una casa y un título honorario.]

Librum mihi est in manibus.            Trabajar en un libro.

Extrema manus accredit operi.         Darle la última mano a algo.

Legentes, ii qui legunt.                     Los lectores.

[No lector,  que se refiere a quien tiene la profesión de lector.]

In sinu gaudere.                                Regocijarse para sí.

Fortuna mea me paenitet.                No estoy satisfecho de mi suerte.

Alacri et erecto animo esse.             Ser de una bravura enérgica.

Animi cadunt.                                   Ser pusilánime.

Non esse apud se.                             No ser dueño de sí.

Desperare sui rebus.                         Desesperar de la situación.

Omne humanitatem ex animo exstirpare. Arrancar de sí todo sentimiento                                                             [humanitario.

Admirabilia (παράδοξα)                   Paradoja, bizarro, sorprendente.

Fiducia sui.                                       Confianza en sí mismo.

Fidem servare.                                  Ser fiel a la propia palabra.

Odium civium.                                  Reprobación pública.

O facinus indignum!                        ¡Qué indignidad!

Ira incensum esse.                           Inflamado de cólera.

Vita honesta.                                    Vida virtuosa.

Vita turpis.                                        Vida depravada.

Rectam vitae viam sequi.                  Llevar una vida honesta.

Sibi imperare.                                   Dominarse.

Modice ac sapienter.                        Con sabia moderación.

Homo bene (o male) moratus.         Hombre de costumbres honestas o depravadas.                                   

Certas rationes in agendo sequi.     Guiarse por sólidos principios.

Animo mobile esse.                         Ser de carácter impredecible.

Religionem labefactare.                   Dañar los fundamentos de la religión.

Deos placare.                                   Aplacar la cólera de los dioses.

Foras exire.                                     Salir de casa.

Domi se tenere.                               Guardarse de ser visto.

Diligens paterfamilias.                   Buen padre de familia.

Domo profugus.                               Apátrida.

Vestem mutare.                                 Vestir de duelo.

Cibus delicatus.                               Manjar exquisito.

Bene tibi!                                         ¡Por tu éxito!

Delicate et molliter vivere.              Vida de lujo y molicie.

Ab ovo usque ad mala.                   De cabo a rabo.

[El proverbio latino Ab ovo usque ad mala se traduce, literalmente, «Desde el huevo hasta las manzanas» y significa «de principio a fin», o «desde la primera fase hasta la última». Este proverbio hace referencia a la costumbre romana de empezar las comidas con huevos y terminar con manzanas u otras frutas.]

S.D.P. (Salutem dicit plurimam)      Saludar cordialmente (al comenzar la carta).

Here ex asse.                                Heredero universal.

[El as de la expresión anterior es considerado como un todo, como la totalidad de lo legado.]

In morem venire.                            Convertirse en un hábito.

Ex consuetudine mea.                     Según mi costumbre.

Pecunia jacet otiosa.                      Dinero improductivo.

Quincunx.                                       Interés del 5%.

Quincunces usurae.                        Interés del 5%.

Nullam habere rem publicam.        Vivir en la anarquía, sin Constitución.

Res civiles.                                      Cuestiones políticas.

Generis antiquitate florere.             Pertenecer a la vieja nobleza.

[El noble de nacimiento se llama nobilis in cunabilis.]

Salvis legibus.                               Respetando la ley.

Invidia dictatoria.                           El odio del dictador.

Aliquem sequi ruentem.                  Seguir a alguien hasta la ruina.

In neutris partibus esse.                  Ser neutral.

[Según Salustio: Existit ex rege dominus, ex optimatibus, ex populo turba et confusio: De la monarquía nace la tiranía; de la aristocracia las facciones, y de la democracia el desorden.]

Paucorum dominatio.                      Oligarquía.

Multitudinis imperium.                   Oclocracia (gobierno de las turbas).

Imperium populi.                             Democracia.

Homo florens in populari ratione.   Un caudillo demócrata.

Mundanus, mundi civis et incola.      Cosmopolita.

Plebis dux; vulgi turbator; civis turbulentus.   Demagogo.

Imperium singulare.                        Autocracia.

Potestas immoderata.                      Poder absoluto.

Sibi regios spiritus sumere.              Adquirir aires de tirano.

Civitate servitutem oppresam tenere.   Someter servilmente a la ciudad.

Ad libertatem conclamare.                Apelar a la libertad.

[De consulere aliquem, los legisladores reciben el nombre de juris o jure consulti, «juriconsulto».]

Cruciatus tormentorum.                   Sufrir tortura.

Adhuc sub judice lis est.                  El proceso está pendiente de resolución.

Capite damnare aliquem.                 Condenar a la pena de muerte.

Ad nomen no respondere.                 No responder a la llamada.

Rude donatum esse.                         Ser liberado del servicio militar.

[La expresión tiene su origen en la espada de madera, rudis, que recibían los gladiadores al conseguir su libertad.]

Vir fortissimus.                                 Un héroe.

Modestia.                                          Disciplina.

[Modestia es la cualidad de quien observa la medida (modum). Moralmente es, por lo tanto, el imperio sobre sí mismo, la moderación, la σωφροσύνη griega.]

Nudo corpore pugnare.                   Combatir sin armas.

Aries murum percutit.                    Atacar los muros con el ariete.

Res ad manus venit.                       Luchar cuerpo a cuerpo.

Terga dare hosti.                            Dar la espalda al enemigo. Huir.

Pacem orare.                                 Pedir la paz.

Ut ita dicam.                                  Por así decir.

Ab acia et acu mi omnia exposuit.     Contar con pelos y señales.

[acia et acu: literalmente, con hilo y aguja…]

Alba avis.                                    Mirlo blanco.

Per aequa, per iniqua.                 Por todos los medios.

Anguilla est: elabitur.                  Una anguila: se escurre de entre las manos.

In hac causa mihi aqua haeret.    Estar indeciso.

[Literalmente, el agua se detiene en la clepsidra…]

Sic itur ad astra.                           Así se llega a la gloria.

Vellunt tibi barbam lascivi pueri.  Faltarles los niños al respeto a los adultos.

Si pace frui volumus, bellum gerendum est. Si se quiere la paz, se ha de hacer la guerra.

[La frase tan citada: si vis pacem, para bellum, no pertenece a la latinidad clásica]

Ad calendas graecas.                       Pagar en las calendas griegas, es decir, jamás.

Caligare in sole.                             No querer ver la verdad.

Candida de nigris et de candentibus atra facere.  Engañar.

Fronte cavillata, post est occasio calva. La ocasión la pintan clava.

Non omnes qui habent citharam, sunt citharedi. El hábito no hace al monje.

Clavo clavum ejicere.                       Un clavo saca otro.

Vicistis cocleam tarditudine.            Ser más lento que un caracol.

Consuetudine quasi alteram naturam effici. El hábito es una segunda naturaleza.

Ne sutor supra crepidam.                 Zapatero a tus zapatos.

[El origen de la frase está en la censura de un zapatero a un cuadro de Apeles, quien corrigió lo sugerido. Cuando el zapatero, animado por su éxito, quiso sugerir correcciones en la pierna, Apeles lo limitó: «no más allá del calzado», que ha quedado como un proverbio.]

Nescit quod digitos habeat in manu.   No saber nada de nada.

Dictum factum.                                    Dicho y hecho.

Suae quisque fortunae faber est.        Cada cual labra su fortuna.

Fortes fortuna adjuvat.                       La fortuna ayuda a los audaces.

Vertere omne in fumum et cinerem.    Quedarse en nada.

Ex harena funem facere.                     Lo imposible. (Hacer una cuerda de arena).

Miserum istuc verbum «habuisse et nihil habere». Pobre palabra: «haber  tenido y no                                                                                                           [tener nada».

Ira furor brevis est.                         La ira es una locura breve.

Manus manum lavat.                     Una mano lava la otra.

Ligna ferre in silvam.                     Esfuerzo inútil.

Litigare cum ventis.                        Esfuerzo inútil.

Manus vobis do.                             Declararse vencido.

Mendace memorem esse oportet.   El mentiroso precisa buena memoria.

Nux cassa.                                     Algo sin valor.

Qualis homo ipse esset, talem esse ejus orationem. Según es el hombre, así es su                                                  [discurso. [Razonaba Sócrates]

Suus rex regina placet.                  Cada uno juzga según sus gustos.

Satis diu hoc jam saxum vorso.     Hace mucho que dura este trabajo de Sísifo.

Quod sursum est, deorsum faciunt.     Ponerlo todo patas arriba.

Suum cuique pulchrum est.            Estar contento con lo que uno hace.

Verba in ventos dare.                     Hablar sin destinatario.

Venter praecepta non audit.             El vientre hambriento no tiene orejas.

Vervecum in patria.                       En el país de los imbéciles.

Vivere militare est.                        La vida es pelear.

Vulpes pilum mutat, non mores.    El zorro cambia de pelo, no de costumbres.

Cuperem vultum viderem tuum, cum haec leges. Ver qué cara pones al leer esto.