La perplejidad máxima desde el determinismo cifrado de las relaciones económicas y sus derivaciones políticas desde el New Deal hasta el ocaso de la globalización neoliberal.
Si un eminente Doctor en Economía aplicada como Josep Oliver reivindica desde el comienzo de una obra «enciclopédica» como la presente que «la comprensión del mundo económico y social que nos rodea no se obtiene sin esfuerzo», ello nos indica que no estamos ante una obra económica más, sino ante un auténtico tratado de la especialidad que levanta, ante los ojos del atónito lector, sea profesional o lego, un panorama económico, político y social que nos permite comprender muy cabalmente lo que ha sido la evolución del mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Y tras esa sentida afirmación suya, intuyo yo, como atento lector de su magnífico libro, y conocedor de primera mano de su épica capacidad de trabajo, una reivindicación profesional del trabajo intelectual serio, riguroso, competente, con toda la exigencia a que las materias que trata obliga, porque un libro como Un mundo distópico es, propiamente, una herramienta imprescindible para comprender, desde el pasado, relativamente cercano, nuestro incierto y casi amedrentador presente, al que el autor no duda en calificar de «distópico», acaso pensando más en lo por venir que en nuestro estricto presente, si bien ya en él se observan los primeros e inquietantes signos de esa «distopía». Son tantos los datos rigurosos, las referencias académicas y culturales de todo tipo que maneja el autor, que, acaso sin tenerlo en mente como objetivo, ha construido una manual divulgativo importantísimo para la formación de los futuros economistas que ahora entran a las aulas de las universidades.
Mi lectura, la propia de un Artista
desencajado, más atento a lo literario que a lo económico, e hija, pues, de
no pocas limitaciones, se ha convertido en una aventura casi «novelesca»,
porque el personaje, la economía mundial, ha tenido una azarosa e impactante
vida desde que acabara la Segunda Guerra Mundial, y los interesantísimos lances
de esa «biografía» nos los cuenta el Doctor Oliver con la claridad de una mente
analítica que, como los grandes narradores de historias, sabe cómo ir
introduciendo los episodios, todos ellos basados en rigurosos datos históricos
y económicos, para que el lector siga con verdadero interés el hilo de unos
acontecimientos que, aun desde la macroeconomía, sabe que han afectado
notablemente al desarrollo de todas las sociedades del mundo, por acción u
omisión, porque la aventura del proyecto globalizador, en su versión
neoliberal, constituye una narración ejemplar para comprender los desatinos a
que ciertas derivas muy propias de las ambiciones humanas, y a menudo de su irracionalismo
—y no precisamente el poético, sino el más chabacano del mezquino interés a
cortísimo plazo—, nos han conducido.
Me temo que una reseña que incluyera las
diez páginas de fragmentos subrayados del texto que acabo de mecanografiar no
serían capaces de poner de relieve el generoso planteamiento del autor, quien
ha dado un gran salto respecto de otros libros suyos, atentos a fenómenos
económicos más locales o nacionales, como el estupendo y clarificador libro
sobre nuestra gran crisis: La crisis económica en España, del cual caben
en el presente no pocos hechos determinantes, relativos, sobre todo, a la
dificilísima y aún incompleta creación de la Unión Europea, la imposible
política, hasta el momento, y la económica hecha a trompicones que, de momento,
nos han salvado de la Gran Crisis de la que habla el autor, aquella que
resolvió Draghi con su famoso Whatever it takes, desde el BCE, pero que
comienza a ofecer síntomas de agotamiento.
Lo bueno de este libro, para el intelector
curioso y profano en la materia, son los constantes viajes que te obliga a
hacer para «traducir» de forma inteligible referencias que en el autor operan
como el conocimiento de los miembros de la propia familia: la Mont Pelerin Society «fundada en
1947 por el filósofo Friedrich Hayek, a la que se adhirieron Karl Popper y
futuros premios Nobel de Economía como Milton Friedman, Gary Becker, Vernon
Smith o James Buchanan», que adquiere los tintes narrativos de una sociedad
secreta dispuesta a luchar contra el caballeroso New Deal o los
benefactores tipos impositivos postbélicos:
«Bajo las presidencias demócratas de Truman o Kennedy o las republicanas
de Eisenhower o Nixon, el tipo marginal en el IRP en los EE.UU. (la porción de
ingresos gravados por el último tramo del impuesto) superaba el 70%, una cifra
que hoy se consideraría pura expropiación». Si a eso le sumamos, desde el punto
de vista ideológico, la influencia de lo que Oliver califica como «posiciones
ultraliberales o del anarquismo de derechas de los EE.UU., de la que fue un
ejemplo relevante la escritora y filósofa Ayn Rand» quien, al parecer, ejerció
gran influencia en una de las figuras capitales de este periodo analizado por
el autor: Alan Greenspan, presidente de
la Reserva Federal desde 1987 hasta 2006, con cinco presidentes de diferente
signo político, por cierto. Aún recuerdo lo mucho que me impresionaba, de
Greenspan, cómo era capaz de ni siquiera abrir la boca si cualquiera frase por
banal o circunstancial que fuera que saliera de su boca, podía convertirse en
el famoso aleteo de la mariposa en las teorías del caos. Literariamente me parecía un personaje fascinante.
Los acuerdos de Brenton Woods, en 1944,
movidos por poner fin al proteccionismo,
crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y fijaron el
patrón oro y la convertibilidad de una onza de ora en 37 dólares, aparecen en
el libro como otro de esos momentos culminantes de esta narrativa llena de
decisiones que, aparentemente, parecen inexplicables, pero que son capaces de
transformar la realidad toda del planeta. Una noticia de poco antes de sentarme
a escribir estas líneas informaba de que la onza de oro que en 1944 costaba
esos 35 dólares, cuesta hoy 2.239$: «En los primeros 70 llegó lo inevitable: el
dólar dejó de ser convertible en oro y el castillo construido en Bretton Woods
colapsó. La decisión de Nixon de suspender la convertibilidad del dólar el 15
de agosto de 1971 se tradujo en el abandono de las paridades fijas, dejando
paso a una situación en la que las divisas, dependiendo de su demanda y oferta,
modificaban su precio instantáneamente: el mundo de los tipos de cambio
flotantes había llegado. Y lo hacía para quedarse». Progresivamente, la fisonomía
de la economía iba a cambiar hacia una deriva especulativa que es la
responsable, en buena medida de las crisis que ha sufrido el sistema. La nueva
realidad del hot money, buscar la rentabilidad a corto plazo y entrar en
un país para abandonarlo enseguida por otro donde conseguir mejor rentabilidad,
hace aparecer en escena un nuevo concepto: el «riesgo-país», nuestras famosas
«primas de riesgo», tan unidas a la tétrica amenaza de los hombres de negro de
la UE…, de cuya decisiva importancia en la crisis griega todos tenemos memoria.
Como se advierte, la influencia de las
decisiones políticas acaban teniendo un peso decisivo en el comportamiento de
la economía, por más que esta, muy a menudo, logra imponerse por vía de los
hechos. Y de ahí la tesis del libro, enunciada desde el comienzo para
justificarla con la ordenada sucesión de datos de los que parecen no poder
derivarse otras conclusiones que las desoladas expresadas por el autor: «El
tenso clima que vivimos expresa modificaciones que remiten directamente a los
peores impactos de la globalización neoliberal: desigualdad, ruptura parcial de
la educación como ascensor social y/o dificultades de mejora en el mercado
laboral e inmobiliario, unos efectos que todavía hoy continúan desplegándose. A
ellos cabe sumar los operados las últimas dos décadas en las relaciones
internacionales, la tecnología, el clima o la demografía». Tesis que el autor remacha
con una valoración general de lo que ha significado el periodo 1945-2024: cuando
afirma que ha quebrado «el contrato social implícito en el funcionamiento del
capitalismo posterior a la II Guerra Mundial: aquel que postulaba que el
esfuerzo individual se traduce en recompensa. […] El sueño meritocrático ha
sido sustituido por una marcada desconsideración social, si no desprecio
explícito, de trabajos absolutamente imprescindibles a pesar de su baja
calificación (en sanidad, limpieza, cuidado de personas…), sin los cuales ninguna
sociedad podría funcionar».
El Doctor Oliver nos habla, además, de una
época que ha sido llevada al cine, porque nadie puede olvidar películas como Inside
Job, de Charles Ferguson o Margin Call, de J.C,. Chandor, El
capital, de Costa-Gavras o El lobo de Wall Street, de Scorsese o la tan reciente como
cruda 99 Homes, de Ramin Bahrani.
Y en eso pone el autor el énfasis, con su apabullante despliegue de datos que,
a veces, parecen sacados de la economyfiction: «Hasta la moneda única,
los elevados tipos de interés del sur obligaban a familias y empresas a
demandar la menor financiación posible; unas cautelas que, a partir de la
incorporación al euro, dinamitaron los bajos tipos de interés. El crédito a los
hogares pasó de 175.000 millones de euros en 1998 (32% del PIB) a 819.000
millones en 2008 (74% del PIB)». Pero fue esa confianza la que dinamitó la
famosa crisis de Lehman Brothers, con su quiebra en 2008, cuando autoridades políticas
como Sarkozy abogaron ¡nada menos que por una refundación del capitalismo! No
hubo tal, es cierto, y quizás por ello estamos como estamos. Recuérdese que en
el 2000 estallo la burbuja de los valores puntocom. La Union Europea ha
sido un proyecto que ha generado tantas esperanzas como incertidumbres, y estamos
en una fase crítica en la que nos debatimos, a juicio del autor, entre
soluciones globales o la atomización cuya senda inauguro la Gran Bretaña,
aunque se trataba de una economía que nunca estuvo integrada en el euro, pero
sí en los mecanismos económicos que afectaban a todos los Bancos Centrales de
cada estado.
Todos
conocemos los vaivenes de la política económica europea y las grandes tensiones
que subyacen en la creación de una unidad económica y política muy difícil de
conseguir. Las tensiones entre la austeridad del norte y el relativo y alegre
despilfarro del sur, la compleja ejecución de la solidaridad para mejorar el
reparto de la riqueza, la ausencia de
instituciones esenciales para mejorar la calidad del gobierno europeo, todo ello implica, visto desde nuestra
perspectiva, una crisis seria de la globalización, porque a juicio del Doctor
Oliver: «De entre todos los elementos
que están corroyendo el soporte social a la globalización la quiebra de la
tradicional relación entre mejora del nivel educativo y ascensores laborales e
inmobiliarios constituye, probablemente, el más sustancial. […] En España, los
estudios disponibles desde hace décadas sugieren que en el entorno de un 36% de
la población con estudios superiores está sobrecualificada y, en general, en la
UE ese peso se sitúa por encima del 20%. La conexión entre mejora educativa y ascensores
laboral e inmobiliario presenta evidentes fisuras: en la situación actual, el
acceso a la formación superior no garantiza ni un empleo que permita ascender
ocupacionalmente ni subir, o siquiera entrar, en la escalera de la promoción
inmobiliaria. Lo anterior no es contradictorio con unas élites que suministran
a sus hijos una formación alejada, por coste y nivel, al de la media de las
familias. En una medida no menor, puede afirmarse que ha quebrado la
meritocracia como idea cardinal de las sociedades occidentales; al romperse el
vínculo, siquiera sea parcialmente, entre esfuerzo y resultados, aquella ha
terminado circunscribiéndose a segmentos minoritarios de la sociedad, cumpliéndose
la severa predicción del economista británico Michael Young (1963) que había
acuñado el término: en su opinión, la meritocracia conduciría inexorablemente a
la calamidad social». Y aquí aprovecho para incluir una cuña de agradecimiento
al autor, no solo por las hermosas lecturas a que invita desde los epígrafes de
cada uno de los capítulos, buena prueba de sus muy diversos intereses lectores,
sino por referencias como esta del británico Michael Young, autor de la muy
recomendable The Rise of The Meritocracy (1870-2033) una sátira de muy
buen leer, aunque sus perspectivas distópicas tropiezan con una fecha 2033 que
se le va a quedar corta, como se le quedó corta también a Orwell su 1984. En
todo caso, se trata de una lectura que, so capa de buen humor, encubre un
detallado análisis sociológico de la evolución de las condiciones del trabajo
en Gran Bretaña.
Ideológicamente
deudor del pensamiento progresista, la presismista visión del autor no duda en
criticar la evidente miopía de la izquierda gobernante ante fenómenos que acaso
puedan acabar llevándose por delante los mejores deseos de un buenismo que no
puede hacer frente al fracaso social, político y económico de la globalización neoliberal
a cuyos estertores parece que estemos asistiendo. Las conclusiones de la
rigurosa visión académica que el Doctor Oliver ha tratado en este Mundo
distópico, con un subtítulo elocuente: Globalización, desigualdad,
tecnología, clima, inmigración y envejecimiento, se derivan de cuantos datos le han servido
para describir concienzudamente este periodo histórico, pero no quiero cerrar
esta invitación a su lectura sin recoger la sombría percepción del propio
autor, escarmentado en mil batallas políticas y económicas: «El auge populista
está directamente vinculado al rechazo, consciente o inconsciente, a una
globalización percibida como injusta. […] Sería un error esperar que sin un
proyecto político la UE pueda superar los retos que afrontamos. […] Falto de
alma y tensión política, el proyecto común está políticamente paralizado: las
próximas décadas no se espera un estado federal europeo, capaz de emitir deuda
colectiva y transferir renta desde los más ricos y en mejor posición a los más
pobres y peor situados. […]No se trata del final de nada, sino del nacimiento
de un nuevo orden, más severo y menos amable, en el que emerge la amenaza de
gobiernos cada vez menos liberales y más autoritarios. […] ¿Qué hacer? Sin
generación de renta, cualquier política destinada a redistribuirla está
condenada. […] Incrementar la productividad es, o debería ser, el objetivo esencial de los que preconizan la
mejora en la distribución. […] ¿Camino espinoso? Sin duda. ¿Desesperanzado?
Quizás. Pero en la consideración de aspectos sociales, políticos y económicos,
probablemente sea más adecuado practicar el pesimismo de la razón que el
optimismo de la voluntad. Porque no existe un camino real al bienestar. Y hoy
menos que ayer».