Un
texto inquietante, o la sabiduría oriental del sosiego del desasimiento: nada más cercano
que una voz que nos habla desde veinticinco siglos ¿atrás?
Contemporáneo, en mayor o menor medida, de
Aristóteles, Diógenes, Epicuro, Zenón o Hiparquia, Zhuangzi es un filósofo
chino posterior a Laozi, con quien se equipara en importancia por lo que a la
doctrina del Tao se refiere. Se expresó usualmente a través de parábolas y apólogos
en los que, al modo de Esopo, los animales toman la palabra. Teórico y maestro
del escepticismo, su filosofía se acerca mucho al relativismo de todo tipo que
impera en nuestra sociedad actual. No cae en el Todovalismo —aún en periodo de
definición y articulado en el caletre de quien esto escribe—, pero sí es
muestra inequívoca de la prevención del pensamiento frente al poder totalitario
de las verdades indiscutibles o irrefragables. Diríase de Zhuang Zi que se llevaría
la mar de bien con nuestro Francisco Sánchez, el Escéptico.
Menos conocida que el Tao Te King, la obra de Zhuang Zi tiene un aliento poético
que bien merece ser leída y releída, por
lo mucho que nos revela a nosotros, seres del siglo XXI en viaje permanente
hacia la oscuridad y la duda, huyendo del acecho de las verdades rotundas con
que nos machacan desde arteras profesiones embaucadoras como la política, la
religión e incluso, en la peor de sus versiones, la ciencia y la tecnología.
He seleccionado el capítulo segundo de los
llamados Capítulos interiores de Zhuang Zi, que son aquellos de los que puede
presumirse que salieron de su mano, frente al resto de los que componen su
obra, atribuidos a sus discípulos, si bien no hay testimonio fehaciente de la
autoría; pero ya se sabe que Sócrates, anterior a Zhuang Zi y a sus contemporáneos
helenos, desconfiaba radicalmente de la escritura y fiaba la permanencia del
saber a la tradición oral, por más que el futuro lo haya desmentido.
Quería concluir esta presentación, por
quedar bien, más que nada, con la
referencia al interés de Borges por este autor, y hete aquí que me encuentro
con un artículo suyo en Sur en el que afirma lo siguiente: El remoto Chuang
Tzu (aun a través del idioma spenceriano de Giles; aun a través del dialecto
hegeliano de Wilhelm) está más cerca de nosotros, de mí, que los protagonistas
del neotomismo y del materialismo dialéctico. Los problemas que trata son los
elementales, los esenciales, los que inspiraron la gloriosa especulación de los
hombres de las ciudades jónicas y de Elea. Y concluye con una cita de Oscar Wilde: La primera versión inglesa de Chuang Tzu apareció en
1889. Oscar Wilde la criticó en el Speaker. Alabó su mística y su nihilismo y
dijo estas palabras: «Chuang Tzu, cuyo nombre debe cuidadosamente pronunciarse
como no se escribe, es un autor peligrosísimo. La traducción inglesa de su
libro, dos mil años después de su muerte, es notoriamente prematura».[ Sur,
Buenos Aires, Año IX, N° 71, agosto de 1940].
O sea, que el intelector que tenga el buen
gusto de hojear este Diario enseguida advertirá que se halla en la mejor
y más provechosa y acaso perniciosa de las compañías…Si siempre la lectura lenta es un deber, ninguna ocasión mejor que la de de este clásico para ejercerla, porque cada línea ha de ser leída con el mimo que el entendimiento yla imaginacion han de prodigar en estos casos en los que la iluminación surge de la oscuridad; el todo de la ausencia.
Capítulo II
IDENTIDAD DE LAS COSAS Y LOS DISCURSOS
I
Ziqi de Naguo, reclinado en su diván,
Hacia el cielo suspiraba extasiado,
como privado de su cuerpo.
Yancheng Ziyou, de pie a su lado,
le preguntó: «¿Qué te ocurre?
¿Cómo has podido convertir
tu cuerpo en un tronco seco,
y en cenizas muertas tu mente?
¡El hombre aquí ahora mismo tumbado
no es el hombre de ayer!».
Y Ziqi respondió:
«¿Sabes? Hace un momento he perdido mi yo.
Aunque oigas la música de los hombres,
no oyes la música de la tierra.
Aunque oigas la música de la tierra,
no oyes la música del cielo».
Ziyou quiso entender ese misterio.
«Viento es lo que exhala la Tierra respirando
- dijo Ziqi -. Inmóvil hasta que se levanta
y braman con furia todas las oquedades.
Allí, en las montañas,
en los bosques profundos,
las hendiduras de los gigantes troncos
son como narices, bocas, orejas,
muescas, tazas, morteros,
hoyos y hondonadas: todos ellos
susurran, silban, chillan,
sollozan, rugen, vociferan.
Unos llaman y otros son eco.
Unos son dulce brisa, otros
huracán desaforado.
Cuando el viento poderoso se detiene,
las oquedades se vacían de silencio.
¿No has visto tú la danza última
de las hojas, de las ramas
el último temblor?» .
Ziyou replicó entonces:
«Si la música de la Tierra
proviene de estas oquedades;
y si la música de los hombres
proviene de las flautas de bambú;
¿de dónde viene la música del Cielo?».
«La música del Cielo - dijo Ziqi -
¿de dónde viene ese soplo múltiple y plural
que penetra en cada cosa
y que cada cosa inhala por sí misma?».
II
El gran Saber todo lo abarca
El pequeño todo lo divide.
Las grandes palabras son fuego.
Las pequeñas, balbuceos inútiles.
Durante el sueño,
las almas de los hombres
se funden, se entremezclan.
En la vigilia,
los cuerpos se despiertan y se animan.
En el contacto con las cosas,
el corazón del hombre se enreda y lucha:
prudencia, astucia, calma.
Los pequeños miedos le inquietan.
Los grandes le paralizan.
Rápido como una flecha
se lanza a distinguir la verdad de la mentira.
Obstinado como el que ciegamente jura
y se aferra a la victoria.
Igual que en otoño e invierno,
se apagan los días del hombre.
En el mar de sus actos, ya hundido,
nada puede hacerle emerger.
Su corazón lacrado se marchita,
Así llega a la vejez,
hacia la muerte.
Su luz ya no renace.
Alegría, cólera,
tristeza, placer,
lamento, inquietud,
inconstancia, perseverancia,
descuido, ligereza,
insolencia, afectación.
Música que brota del silencio.
Hongos que nacen de la humedad.
Los días se alternan con las noches;
nadie sabe el cómo ni el porqué.
¡Basta, basta!
¿Acaso podemos conocer
el origen de todo lo que cabe
entre un día y una noche?
Sin lo otro, no hay yo.
Sin el yo, nada se manifiesta.
Sí, cerca estamos del origen,
pero desconocemos Aquello
que todo lo hace y lo comienza.
Quizás haya un Dueño verdadero:
ninguna traza hay de su existencia.
Real, pero invisible.
Creemos en sus actos
aunque no vemos su figura.
De los cien huesos de que un cuerpo se compone,
de los nueve orificios,
de las seis vísceras,
¿cuál es el más amado?
¿Se les ama a todos por igual?
¿Hay alguna preferencia?
¿Son todos ellos súbditos?
¿Son todos ellos amos?
¿O se alternan en su poder
como servidor y soberano?
¿Hay entre ellos un Dueño verdadero?
Aunque lo hubiera,
nuestra ignorancia de él,
nuestro conocimiento de él,
no afectarían en nada a su auténtica Verdad.
Cuando una forma nos ha sido dada,
persiste hasta que la vida se agota.
Nos cortamos con el filo de las cosas.
Nos evitamos mutuamente.
Veloces como caballos galopando.
Incontenibles. ¿No es una lástima?
Esforzarse sin ver el fruto del trabajo.
Agotarse y no saber a dónde regresar.
¿No es triste? Ser inmortales ¿para qué?
El cuerpo se corrompe,
así tarnbién el espíritu.
¿Podemos negar ese inmenso dolor?
¿La vida del hombre es tan absurda?
¿O es que soy el único que lo piensa,
yo, el más absurdo de entre todos?
III
El hombre se conforma a lo prefijado por su mente
y lo toma por maestro.
¿Quién es el hombre extraordinario que se priva de ello?
¿O sólo el hombre que penetra la alternancia de las cosas
lo toma por maestro?
Así también el necio,
cuando admite que afirmación y negación
preceden a lo fijado por su mente.
Tan ilógico como partir hoy para Yue y llegar ayer,
o afirmar que es visible lo invisible.
Y aunque ello fuera cierto,
si ni siquiera Yu el divino podría entender ese misterio,
¡cómo iba a entenderlo yo!
La palabra no está hecha sólo de aire,
la palabra tiene un decir,
pero lo que dice no es nunca fijo.
¿En verdad existen las palabras?
¿En verdad se diferencian del piar de los pájaros?
¿Quién ha ensombrecido el Tao,
distinguiendo la verdad de la mentira?
¿Quién ha confundido a las palabras
distinguiendo afirmación de negación?
¿Dónde se encuentra el Tao ausente?
¿Dónde las palabras imposibles?
Tras los mínimos acontecimientos
el Tao se esconde.
Tras su máximo esplendor
las palabras se ocultan.
Así, confucianos y moístas
niegan y afirman,
afirmando lo negado,
negando lo afirmado.
Pero si deseas la afirmación negada,
la negación afirmada,
nada puede compararse a la Iluminación.
En las cosas mismas existe el esto
y el aquello.
Si partimos del aquello
no entenderemos nada.
Si partimos del esto
lo alcanzaremos todo.
Escrito está:
aquello surge de esto,
esto depende de aquello.
El esto y el aquello
unidos nacen.
Lo que ya es vida ya es muerte.
Lo que ya es muerte ya es vida.
Lo que ya es posible es imposible.
Lo que ya es imposible ya es posible.
Porque lo que se puede afirmar,
se puede negar.
Porque lo que se puede negar,
se puede afirmar.
El Santo no va por este camino.
Él ilumina las cosas con la luz del cielo.
y todo lo aprueba, toda circunstancia.
Esto y aquello se sustituyen uno al otro.
En el esto se reúnen un sí y un no.
En el aquello se reúnen un sí y un no.
¿Es que hay en verdad un esto y un aquello?
¿Es que no hay en verdad un esto y un aquello?
El punto en donde esto y aquello
neutralizan su oposición
es el núcleo del Tao:
el centro de un círculo que irradia
infinitas respuestas.
Infinito es el sí.
Infinito es el no.
Escrito está:
nada es comparable a la Iluminación.
IV
Mejor que mostrar con un significado
que el significado no es significado,
utiliza el no significado para demostrarlo.
Mejor que mostrar con un caballo
que el caballo no es el caballo,
utiliza el no caballo para demostrarlo.
Cielo y tierra: un significado.
Los Diez Mil Seres: un caballo.
Lo admisible proviene de lo admisible.
Lo inadmisible proviene de lo inadmisible.
El Tao es el camino que forman nuestros pasos.
El nombre de las cosas
es el nombre que nosotros les damos.
Es así porque puede ser posible.
No es así porque puede no ser posible.
Es así porque es así.
No es así porque no es así.
¿Por qué es así?
Porque es así.
¿Por qué no es así?
Porque no es así.
¿Por qué puede ser así?
Porque puede ser así.
¿Por qué puede no ser así?
Porque puede no ser así.
Toda cosa posee inherente su propia naturaleza.
Toda cosa tiene su propia posibilidad.
Nada hay sin su naturaleza,
y nada sin su posibilidad.
Así, por extrañas o insólitas que las cosas sean,
viga o rama,
belleza como la de Xi Shi,
o extrema fealdad,
el Tao todo lo disuelve unificándolo.
Lo que se divide, se forma.
Lo que se realiza, se destruye.
En la división está el acabamiento del ser.
En el acabamiento del ser, su destrucción.
Separar es formar.
Formar, destruir.
Pero nada se forma ni se destruye,
porque todo se disuelve en lo Uno.
Sólo el saber del hombre penetrante
unifica las cosas.
No afirma nada
y permanece en lo usual.
Lo usual es lo útil;
lo útil es lo intercambiable.
Lo intercambiable, unifica,
lo que unifica, alcanza,
lo que alcanza, se acerca
y la afirmación cesa.
Este final del que ignoramos el porqué
es lo que llamamos Tao.
Pero el que fatiga su espíritu
en comprender la Unidad
sin reconocer las semejanzas,
a eso se le llama «tres por la mañana».
¿Por qué se llama así?
Un criador que alimentaba a sus monos
dijo a éstos:
«Tres castañas por la mañana
y cuatro por la tarde».
Los monos se enfurecieron.
«Está bien - les dijo -,
entonces cuatro por la mañana
y tres por la tarde».
Y los monos saltaron de alegría.
Nada había cambiado:
ni la realidad ni las palabras;
pero su utilidad provocó
cólera primero y alegría después,
porque se adaptó a las circunstancias.
Así el Santo armoniza negación y afirmación
y descansa en la Rueda Celeste.
Esto se llama: «andar por dos caminos».
El saber de los hombres antiguos
llegó a un límite. ¿Cuál?
Unos pensaban que en el comienzo no había seres.
Conocimiento puro y supremo. Nada más que añadir.
Otros pensaban que había seres,
pero no límites.
Otros que había límites,
pero no diferencias entre negar y afirmar».
Negar-afirmar,
ésta es la causa de la decadencia del Tao.
La decadencia del Tao:
cuando el amor divide y culmina.
Decadencias, culminaciones
¿existen verdaderamente?
Sí, existen:
Zhao lo demuestra cuando toca su laúd.
No, no existen:
Zhao lo demuestra cuando no toca su laúd.
Zhao Wen tocando su laúd,
el maestro Kuang sosteniendo su batuta,
Hui Zi meditando apoyado sobre un árbol.
Todos ellos perfeccionaron su arte
hasta el final de sus días.
Fue su amor lo que les diferenció del mundo,
lo que les empujó
a iluminar a los otros.
Iluminar lo no iluminado:
entrar a la oscuridad de lo «blanco y lo duro».
Por eso, siguiendo a su padre,
el hijo de Zhao Wen murió sin alcanzar nada.
¿Podemos llamar a esto culminación?
Entonces yo, inacabado, soy ella.
¿O no podemos llamarlo así?
Entonces ni yo ni nadie lo somos.
Así el Santo desdeña el fulgor
de la ilusión y de la duda.
No afirma nada y permanece en lo usual.
Esto significa la Iluminación.
V
Ahora bien, si dijera cualquier cosa,
¿diferiría de una afirmación?
Lo que difiere y lo que no difiere
son de la misma categoría.
Sin embargo, déjame decirte:
Hay un origen.
Hay el no origen del origen.
Hay el no origen del no origen del origen.
Hay la presencia. Hay la ausencia.
Hay el no origen de la ausencia.
Hay el no origen del no origen de la ausencia.
De repente: presencia de la ausencia.
Ya no sé cuál es cuál.
Sí, acabo de hablar.
¿Pero he afirmado yo algo
o no he afirmado nada?
Nada hay más grande que la punta de un cabello del otoño.
Nada más pequeño que la enorme montaña Taishan.
Nadie más longevo que un recién nacido muerto.
Nadie más prematuramente muerto que el longevo Pengzu.
El Cielo y la Tierra han nacido conmigo
y los Diez Mil Seres conmigo son Uno.
Ahora que ya todo es Uno
¿para qué decir algo?
Cuando digo que todo es Uno
¿no utilizo la palabra?
Uno más palabra son dos.
Dos más uno son tres.
Si siguiéramos así,
el más experto contable no acabaría nunca,
y mucho menos una persona cualquiera.
Así, si llegamos de la ausencia a la presencia
y de la presencia al tres,
¿adónde llegaríamos a partir de la presencia?
Parémonos y lo afirmado cesa.
El Tao nunca ha tenido límites
La palabra nunca ha tenido normas.
Pero la afirmación tiene sus límites.
Déjame decirte cuáles son.
Hay derecha, hay izquierda,
hay reflexión, hay debate,
hay división, hay discriminación,
hay rivalidad, hay pelea.
Éstos son los ocho poderes.
De más allá del Universo,
el hombre Santo sabe pero no habla.
De rnás acá del Universo,
el hombre Santo habla pero no discute.
De los Anales de los antiguos reyes
el hombre Santo discute
pero no debate.
Debatir:
desprenderse de lo que no puede ser debatido.
¿Qué quiere decir esto?
El hombre Santo
todo lo acoge en su seno.
El hombre común
debate para ponerse en evidencia.
Por eso digo: el que debate, nada alcanza.
El Tao supremo es innombrable.
El Debate supremo, mudo.
La suprema Bondad ignora el bien.
La Probidad suprema nada guarda.
El Coraje supremo nunca agrede.
El Tao que se ilumina ya no es Tao.
La palabra que debate nada alcanza.
La bondad que perdura no es perfecta.
La brillante probidad no es creíble.
El coraje que agrede es inmaduro.
Son cinco realidades perfectas como el círculo,
pero se deforman en cuadrados.
El saber que permanece en la ignorancia
es lo más alto.
¿Quién puede conocer el Debate
Callado, el Tao impronunciable?
Si alguien es capaz de conocerlo algún día,
eso es lo que se llama el Tesoro Celeste.
Por mucho que derrames en él,
nunca se llenará.
Por mucho que saques de él,
nunca se agotará.
Misteriosa es la fuente en donde brota
porque es la llamada Luz Oculta.
VI
Antiguamente el emperador Yao
preguntó a Shun:
«Es mi deseo someter a los Zong,
a los Kuai y a los Xu Ao.
Pero me siento inquieto en mi trono.
¿Cuál puede ser la causa?».
Y Shun le respondió:
«Estos tres reinos
perdidos entre los matorrales
¿cómo pueden inquietarte?
En otros tiempos diez soles surgieron
y los Diez Mil Seres brillaron.
¿Acaso la Virtud de un hombre
no ilumina más que la luz del sol?».
Nie Que preguntó a Wang Ni:
«¿Conoces algo que sea afirmado por todos?».
«¿Cómo puedo yo saberlo?» - contestó Wang Ni.
«¿Pero sabes que lo ignoras?».
«¿Córno puedo yo saberlo?».
«¿Entonces, nada puede conocerse?».
«¿Cómo puedo yo saberlo? - insistió Wang Ni -.
De todas formas, te diré algo:
¿Cómo puedo yo saber
que lo que se llama conocimiento
no es ignorancia,
que lo que se llama ignorancia
no es conocimiento?
Si un hombre se acuesta sobre mojado,
sus riñones no lo resistirían;
¿ocurriría esto con un pez como la locha?
Si un hombre se sube a un árbol,
temblará por miedo a caerse;
¿ocurriría esto con un mono?
¿Cuál de los tres conoce el lugar perfecto?
Los humanos se alimentan de herbívoros,
de heno se alimentan los alces y los ciervos.
A los ciempiés les encantan las serpientes.
Las lechuzas y los cuervos se comen los ratones.
Pero ¿cuál de los cuatro posee el gusto perfecto?
El mono se aparea con los monos;
la locha con los peces;
y sin embargo, al ver a Maoqiang y Li Qi,
beldades admiradas por el hombre,
los peces asustados se sumergen,
los pájaros se espantan,
los ciervos huyen.
¿Cuál de estos cuatro distingue la belleza perfecta?
Creo que la verdad y la mentira
son todo oscuridad y confusión inextricable.
¿Cómo podría yo diferenciarlas?».
Nie Que preguntó:
«Tú no conoces la benevolencia ni la justicia,
¿pero el Hombre Supremo las desconoce también?».
«¡El Hombre Supremo es un espíritu! - dijo Wang Ni -.
Aunque los grandes bosques ardan,
él no se quema.
Aunque los ríos He y Han se congelen,
él no siente ningún frío.
Aunque el rayo quiebre las montañas,
él no se asombra.
Aunque el huracán azote los océanos,
él no siente ningún temor.
Un ser así, por encima de las nubes,
cabalga la luna y el sol
y se pasea más allá de los Cuatro Mares.
Vida y muerte no le alteran
y menos aún los principios
del beneficio o del daño».
Qu Quezi preguntó a Zhang Wuzi:
«He oído decir al Maestro:
"El Santo nada persigue,
ni busca beneficios,
ni evita el daño.
No ama requerimientos
ni se encierra en doctrinas.
Sin decir nada, dice algo.
Diciendo algo, nada dice.
Vaga más allá del polvoriento mundo".
Aunque el Maestro considere estas palabras
fútiles e inconsistentes,
para mí son el camino del más grande Tao.
¿Qué piensas tú?».
Zhang Wuzi contestó:
«Si el propio Emperador Huangdi
se habría ofuscado al oírlo,
¡cómo iba a entenderlo Confucio!
Tú, sin embargo, te apresuras.
Ves el huevo y ya quieres el gallo.
Ves la ballesta y ya quieres asada la lechuza.
Y ahora, ¿quieres escucharme
con la misma ingravidez que mis palabras?
Con el sol y la luna a cada lado
guarda en tu seno al universo todo.
Deja a un lado oscuridad y confusión.
Lo mismo es el noble que el esclavo.
El pueblo se agita y se consume.
El Santo se aquieta y permanece
impávido, abraza los milenios
y en lo Uno instala la pureza.
Son los Diez Mil Seres como son,
todos reunidos en lo Indiferenciado.
¿Cómo puedo yo saber
que amar la vida no es una trampa?,
¿que odiar la muerte no es extraviarse,
como un niño se pierde al regresar a casa?
Li era la hija de Ai, un guarda fronterizo.
Cuando el rey del país de Jin se apoderó de ella,
las lágrimas mojaron su vestido.
Pero una vez que llegó a palacio,
y compartió con el rey el mismo lecho,
y se alimentó de exquisita carne,
se arrepintió entonces de sus lágrimas.
¿Cómo puedo yo saber
si los muertos se arrepienten
de desear antes la vida?
Quien sueña con un banquete
se despierta con lágrimas.
Pero quien sueña con lágrimas
se despierta con cacerías en la aurora.
Quien sueña, ignora que sueña.
Quien dentro de un sueño
sueña que sueña,
al despertar sabe que todo era un sueño.
Sólo en el Gran Despertar
se revela el Gran Sueño.
Los estúpidos creen que están despiertos,
y que saben ellos mismos quiénes son:
príncipes o pastores. ¡Qué obtusos!
Confucio y tú no sois más que un sueño
y yo que lo digo soy un sueño también.
Todo esto tiene por nombre: el misterio.
Dentro de muchos siglos,
un Santo revelará todo en el espacio de un día.
Durante un debate, si tú triunfas y yo pierdo,
¿tú estás en la verdad y yo en lo falso?
Si yo triunfo y tú pierdes,
¿yo estoy en la verdad y tú en lo falso?
¿Ambos estamos en la verdad?
¿Ambos estamos en lo falso?
Ni tú ni yo podremos saberlo.
Y los demás, a oscuras, tampoco.
¿A quién llamar para resolverlo?
¿A uno de tus aliados?
Estando de tu parte ¿cómo podría juzgar?
¿A uno de los míos?
Estando de mi parte ¿cómo podría juzgar?
¿A alguien que no estuviera
de tu parte ni de la mía?
No, por exceso de alejamiento.
¿A alguien que estuviera de tu parte y de la mía?
No, por exceso de cercanía.
Y si ni yo ni nadie puede saberlo,
¿buscaremos a alguien más?
¿Qué significa "conformarse a la Norma Celeste"?
Afirmar la negación. Admitir lo que no es así.
Si la afirmación verdaderamente afirma,
su alejamiento de la negación excluye todo debate.
Si el "así" es verdaderamente "así",
su distancia del "no es así" excluye todo debate.
Debatir en la reciprocidad
como si la reciprocidad no existiera.
Conformarse a la Norma Celeste
y al cambio ilimitado.
Así, agotar los años.
Olvidar la sucesión en el tiempo,
la distancia en el espacio.
Remontarse a lo infinito
y en lo infinito
asentarse y reposar».
VII
Penumbra preguntó a Sombra:
«Hace un momento estabas caminando,
ahora estás quieta.
Hace un momento estabas sentada,
ahora estás de pie. ¿Por qué no te decides?».
Sombra respondió:
«Para ser ¿no dependo yo de algo?,
y eso de lo que yo dependo
¿no depende a su vez de algo más?
¿No soy yo como la serpiente
que depende de sus escamas
o la cigarra que depende de sus alas?
¿Cómo puedo yo saber por qué es así
o por qué no es así?».
Una noche, Zhuang Zhou
soñó que era una mariposa,
revoloteando feliz y contenta de serlo.
Pero no sabía que era Zhou.
De pronto, Zhuang Zhou se despertó,
sorprendido de ser él mismo.
Ya no sabía si era una mariposa
que soñaba ser Zhuang Zhou
o Zhuang Zhou que soñaba ser una mariposa.
Entre mariposa y Zhuang Zhou
hay una diferencia.
Eso es lo que se llama
«transmutación de los seres».