viernes, 17 de junio de 2022

«Conversaciones de grupo con latín al fondo», de Emilio Pascual con Ana, Darío y Nuria o las ya raras «mirabilia» de las humanidades en flor…




Introducción epistolar al uso y disfrute del latín *siemprevivo —innovemos en el huerto del Señor…— que nos abre de par en par las puertas del sancta sanctórum de saberes y placeres que deberían de ser nuestras  memorabilia

 

         Salutem Plúriman!

Cuando recibo un nuevo libro de Emilio Pascual, esta vez con la gentil coautoría de sus tres privilegiados interlocutores, siempre me digo lo mismo: «¡Lo ha vuelto a hacer!», aunque, como en el caso de este libro, tan sorprendente como  rara avis en el panorama editorial, me lleve la desilusión inicial de que, rasgado con precipitación el sobre, el contenido no me permita leer en la portada Las bibliotecas imaginarias, o como acabe llamándose el esperado, el deseado volumen que no acaba de ver la luz poderosa del negro de la impresión.

La expresión se corresponde con la insólita variedad de los registros autorales de Emilio, reconocidos urbi et orbi por la fiel legión de sus admiradores, a quienes ha sabido cautivar por su imaginación, por su límpido estilo ingenioso, por su oratoria incomparable, por su memoria enciclopédica, por su curiosidad inmarcesible y por un sentido de la amistad tan virtuosamente clásico como sus saberes y su amor a la lengua latina, de la que se ha hecho adalid para regocijo de sus interlocutores y de cuantos lectores entren, para quedarse extasiado, como en un bosque mágico del ciclo artúrico, en sus páginas deslumbrantes, llenas de la mejor cultura a la que todos deberían acceder para apreciar, exactamente, la virtus que nos convierte en personas auténticamente civilizadas, ¡y entiéndase ello como conditio sine qua non!

Bien pudiera pensar, algún lector, más tostado que moreno…,  que las cartas cruzadas con los tres hijos del editor de este libro sean una ficción de la que se haya valido el autor para escribir su hermosa defensa del latín y de las humanidades de la más amena forma posible; pero no, el editor lo deja claro en el introito a la obra y a los lectores no nos queda sino maravillarnos de que Emilio Pascual haya sido capaz de tejer una red de complicidades tan entrañable con su tres jóvenes interlocutores para acabar construyendo alrededor del latín una obra de ingeniería lingüística en todo paralela a las aún admirables obras del ingenio constructivo romano. Si la Torre de Babel condujo a la ininteligibilidad, el zigurat que construye Emilio Pascual, con amplias terrazas donde se reflexiona sobre lo humano, lo divino y lo infernal…, se asemeja a la famosa biblioteca de Alejandría, pósito del nutritivo saber de todos los tiempos («Graneros públicos», nos recuerda Emilio que las llamó Marguerite Yourcenar), en la que figuró, por orden de Osimandias, la célebre inscripción: Medicina ánimi. Reconozcamos, porque así lo exige la justicia de los hechos, que ha de atribuírsele al editor, Jesús Herrán, la visión editorial de haber visto un volumen donde la amistad simplemente construyó una fértil y jugosa correspondencia entre un polígrafo  cervantino y tres criaturas a quienes deslumbró y sedujo con las mismas Divinas palabras que libraron a Mari-Gaila de la muerte. Hay pues una importante labor de reconstrucción documental, y ahí Emilio, casi como Deus ex machina, proveyó con singular  eficacia para el buen fin de la empresa.

A quienes vivimos a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, según, sin, so, sobre, tras, versus y vía las palabras…, la lectura de este libro supone una inmersión dulcísima en el conocimiento de una lengua jamás muerta y construida, además, con un espíritu sintético que nos llena de admiración: Corruptio óptimi pésima («La corrupción de lo mejor (o de los mejores) es la peor de todas») o este otro ejemplo de Horacio que me permito añadir de mi colección particular: Venus non erubescendis adurit ignibus («Venus te abrasa con fuegos que nada tienen de vergonzoso») ¡Cómo fuimos capaces de convertir en lenguas analíticas el prodigio sintético del latín!

Mala fama ha tenido en el siglo XX el estudio del latín —¡arda en los infiernos babélicos aquel ministro franquista de sonrisa *profidénica que ofició la inhumación del latín y entronizó el deporte en los patios!, y de cuyo nombre no he querido acordarme —, y Emilio no pierde la ocasión de mostrar cómo ese cultivo del latín sufrió una erosión terrible desde tiempos muy antiguos, cuando aún era, incluso, la lengua de cultura en todas las universidades europeas, pero a través de sus inigualables dotes didácticas logra convertir la aproximación al estudio del mismo en un proceso lúdico del que no solo se extrae un placer indescriptible, sino también conocimientos que han de memorizarse, siguiendo la sentencia de Isidoro de Sevilla, de  cuyas Etimologías es deudora esta obra, por su afán enciclopédica y salvando las ambiciones de una y otra empresa, naturalmente: Rerum ómnium thesaurus memoria est («La memoria es el tesoro de todas las cosas»), a pesar de la mala fama que padece en nuestros días la memoria para las autoridades. Para Emilio, uno de los pocos seres que he conocido con memoria eidética, esta es una de las grandes humanizadoras: «Sé quién soy porque recuerdo quién fui. Todo autoanálisis se sumerge en el pasado. La memoria me configura, me otorga una identidad. Yo soy mi memoria. Recuerdo, luego existo», recoge Pascual  del libro Orar con las cosas, de  J.M. Cabodevilla.

Mediante frases no siempre sencillas, pero sí siempre interesantes, que les propone a sus interlocutores, el autor se derrama en todas las direcciones posibles de su cultura enciclopédica, y tanto nos llevan esas frases a una reflexión sobre el patriotismo, a partir de la muy citada sentencia horaciana Dulce et decorum est pro patria mori o la totalmente desconocida de Pacuvio: Patria est ubicumque est bene, que recuerda, sin duda, a la aún más sintética, y por ende más latina: Ubi bene, ibi patria —y no tardan en aparecer, ¡lógicamente!, Samuel Johnson y Ambrose Bierce…—, como nos deleitamos con el conocimiento propio de las más entretenidas misceláneas y polianteas del origen de las siete notas del lenguaje musical a partir del himno de Paulo Diacono: UT queant laxis/REsonare fibris/MIra gestorum/FAmuli tuorum/SOLve polluyti/LAbii reatum/Sancte Ioannes, o nos detenemos en las leyendas de los relojes de sol, entre las cuales la más terrible no es la más conocida: Vúlnerant omnes, última necat («Todas hieren, la última mata»).

Por lo leído, y no quiero extenderme más en sus contenidos para no chafarles a los intelectores el rico surtido de maravillas de feria verbal que van a encontrar en este prodigioso volumen, intuyen perspicazmente los tales que este libro debería de ser declarado bien de interés cultural y ser puesto a disposición de todos nuestros discentes para descubrir el rico venero de unos saberes que pueden no solo cambiarles la vida, sino descubrir en ellas inclinaciones hasta ahora somorgujadas en las cenagosas aguas de distracciones audiovisuales que de  ningún modo pueden competir con la palabra viva, con la palabra que da la vida; porque aunque aquí también figure, como es preceptivo el nihil sub sole novum, esta declaración de amor a las palabras y al saber, sapere aude («Atrévete a saber»), nos permite saber, por ejemplo que esa misma cita popularizada por Kant y, ¡ay!,  por una serie televisiva: Merlí, tiene una parte final que, ¡ya es curioso!, no hay quien se atreva a recordar: sapere aude, INCIPE!, algo a lo que estas Conversaciones de grupo con latín al fondo nos van a ayudar como nadie lo había hecho antes. Hoy he sabido, y sirva esto de energía eólica que cambie el panorama social, que el número uno de las pruebas de selectividad de este 2022 va a matricularse en Clásicas: Gaudeamus Ígitur iúvenes dum sunus!

El volumen, en cuya edición, al margen de la editorial Valnera,  se ve también la mano de un escritor a quien su trabajo como editor le ha robado un tiempo precioso para su obra, por más que su prestigio en ese campo se parangone con su labor creativa —y ahí está su impagable labor en la colección Tus Libros, de Anaya y su paso por Cátedra, donde dejó el legado de la insuperable Bibliotheca AVREA—, se complementa con un apéndice que incluye buena parte de las frases latinas usadas en el texto y un índice onomástico elaborado por Juan Poza con tanto rigor y exquisitez como él tiene por costumbre.

En calidad de persona interpuesta, agradece el autor de esta crítica al autor de estas Conversaciones… el cariño con que cita la obra de un menesteroso y azacaneado escritor, Dimas Mas, quien tanto lo admira como afecto le tiene.

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