miércoles, 1 de diciembre de 2021

«Una amistad corrupta», de Xavier Rigall o la «animada» vida «de provincias»…


 


El autor.


Los «hechos diferenciales» absolutamente idénticos a otros tan «diferenciales» como ellos o el substrato profundo de la españolidad…

         Los lectores que no se hayan atrevido a hincarle el diente de la complicidad lectora al catalán nada afectado ni usado con una voluntad de reafirmación elitista, ¡lo que está a años luz de la proverbial bonhomía de su autor!, de Xavier Rigall, tienen, ¡por fin!, la oportunidad de adentrarse en las páginas jocundas, y aun  cachondas,  de su primera novela: Una amistad corrupta. Puedo ser sospechoso de parcialidad, porque tengo la suerte de haber asistido a la presentación del libro  en Barcelona y de haberme llevado una dedicatoria ológrafa a la que, sin duda, mis herederos sabrán sacarle, en la reventa de mi biblioteca, sus buenos dineros. Piénsese que, del mismo modo que los sellos con tara multiplican su valor en el mercado; los libros dedicados/garrapateados por autores célebres, presentes o futuros, aumentan considerablemente su precio. Guardo un ejemplar de la primera edición de Colección particular, de Gil de Biedma, dedicado, en inglés, la segunda lengua de Biedma,  a un tal Perico, with love, que yo siempre he tasado como uno de mis particulares «tesoros» bibliográficos. Estoy convencido de que el caché literario de Xavier Rigall subirá como la espuma, a poco que se coincida conmigo en la apreciación de los valores que se manifiestan no ya en su debut literario, sino en sus obras posteriores, al menos en Els diners bruts de la senyora Rita, que he tenido ocasión gozosa de leer, y de donde viene mi conocimiento de tan admirable autor, una suerte de rara avis en el panorama egocrático de nuestra República de las Letras —esta sí que, a diferencia de la *octosecundina de otro alcalde de Gerona, declarada y aún vigente desde que Berceo pidiera un vaso de vino por sus composiciones— tan escasamente plural como los grandes poderes de gestación y difusión de opinión permite. Quien se haya paseado, sin embargo, por esa otra República de Gorjeolandia, twitter para los paletos…, conocerá de primera mano el sentido del humor de XavierRigall, su perspicacia para detectar la desagradable lacra de la hipocresía política y su peregrino ingenio para acercarse a los embolismos de la vida cotidiana.

         Una amistad corrupta es un acercamiento a la realidad social y política de una Gerona imaginaria que, sospechosamente, coincide palmo a palmo con la Gerona real de lo verosímil, porque la aventura del trabajador de banca que adquiere una dimensión política porque un amigo de la infancia ha «escalado», siguiendo el modelo actual de la moción de censura destructiva, a la máxima representación política de la ciudad, la presidencia del municipio, forma parte de la realidad nuestra de cada día, a poco que volvamos nuestros fatigados ojos y nuestros embozados oídos al ruido político que ha sustituido aquella vieja forma de convivencia que inventaron en  Grecia para disfrute de unos pocos, o sea, casi tal que como hoy.

         En la narrativa de Rigall, un escritor que ha tardado lo suyo en decidirse a dar el paso de la creación y la publicación, lo cual ha redundado en provecho de los lectores, dada la madurez de sus planteamientos y su dominio estilístico, plasmado en un divertido y expresivo catalán popular al que la autora de la traducción ha pretendido ser fiel, si bien nadie ignora el viejo dicho: traduttore, traditore…, hay tres constantes, ateniéndome a las dos novelas leídas: la pronta identificación del narrador con un trasunto, oportunamente camuflado, del autor,  la corrupción social y la sexualidad desinhibida —aunque la cocina de autor tiene, también, un relieve que conviene señalar—. Todo ello, y esto es determinante para la lectura de sus obras, envuelto con un primoroso sentido del humor que los lectores sabrán tasar en lo mucho que vale, porque encontrarle el punto exacto a la ironía: no caer en lo chocarrero ni tampoco en la exquisitez de lo enigmático, no es fácil, aunque Xavier Rigall parece haber nacido con ese don. Añadamos, para completar el esbozo de sus facultades, la facilidad del autor para la creación de personajes cuya «realidad» se nos impone con absoluta facilidad.

         Gerona es una pequeña ciudad de aquellas de las que durante siglos se conceptuó como «de provincias», cuando el proverbial centralismo de nuestro país apenas concebía como metrópolis más que Madrid y la babelina Barcelona, nido de todas las perversiones morales y adelantos industriales…. Esa condición convierte la obra de Rigall en una literatura que, al modo de los famosos Misterios de París, de Sue, ha sabido crear un microcosmos en el que, literalmente, puede pasar de todo, un poco, también, al estilo de la conocida St. Mary Mead, de Miss Marple, de Agatha Christie o el Tomelloso de las magníficas aventuras de Plinio, de García Pavón.

 Para una imaginación brillante, cualquier espacio se ensancha elásticamente, de forma que quepa en él el prodigio de la inventiva. Quienes hemos vivido en Gerona, como en otras capitales similares, Murcia, Alicante, Vic…, entendemos a la perfección esa descripción de los lugares como el espacio donde todos se conocen y donde los secretos exigen una imaginación desbordante para que mantengan su condición de tales, lo cual es uno de los grandes desafíos de la concepción de la trama novelesca: conseguir la verosimilitud para ciertas tramas enrevesadas que se mueven entre lo policiaco y el amplio mundo de las pasiones, confesables e inconfesables.

Rigall supera con éxito el desafío y consigue que nos movamos por Gerona, siempre acompañados por el punto de vista casi omnisciente de su narrador y protagonista, con una familiaridad solo propia, como sostengo, de esa clase de capitales, la mayoría en España. Los lectores algo perezosillos, porque a todos ellos les sorprendería lo fácil que les resultaría leerlo en su lengua original, advertirán que el libro está compuesto, básicamente, como corresponde a cierta novelística de misterio, a partir del diálogo, recurso que Rigall domina con una soltura y una eficacia que convierte la lectura de la obra en un placer. Y destaquemos, porque es de justicia, que el diálogo es un recurso literario mucho más difícil que la descripción, por ejemplo, porque pone a prueba constantemente el espíritu alerta de los lectores para detectar si está ante personajes de carne y hueso o ante una suerte de «constructos», como les pasa a tantos novelistas que convierten a sus personajes en herramientas de explicación sociológica, más que en lo que deben ser: seres vivos con sus particularidades, grandezas y miserias. Rigall no engaña y le da al lector lo que este espera, y con creces. Doy por sentado que cualquier que se aventura en la lectura de Una amistad corrupta  «ha de» compartir el sentido del humor que se desparrama por el libro con total generosidad, pero mucho me extrañaría que no fuera así. Digamos que la marcada inclinación escéptica del narrador y protagonista, como «de vuelta» de todo, y al mismo tiempo con serios defectos de comunicación y psicológicos, como la timidez enfermiza, está pensada para actuar como una suerte de objetividad que levanta acta de un estado social desde un descreimiento de «lo real», porque intuye no solo que no es oro todo lo que reluce, sino que los relumbrones de la política solo sirven para quedarse con el «oro». Con todo, no hay una instancia moralizadora desde la que se juzgue lo que sucede, ¡nada más lejos de la intención del autor!, porque…, pero eso es mejor que lo descubra el lector en las entretenidas páginas de la novela.

Desgraciadamente, lo que se narra en la novela forma parte de nuestra actualidad constante, la política, la judicial, la mediática y la social, de ahí que todo le resulte familiar a los lectores y puedan orientarse en esta trama tan divertida con una complicidad que no tardarán en desear extender, ¡si no vencen su pigricia!, a la traducción de Els diners bruts de la senyora Rita, que continúa explorando los recovecos inconfesables de la discreta «ciudad de provincias».

*[Había escrito *octosegundina para describir la famosa declaración republicana de los del prusés y he conseguido lo que rara vez ocurre en Google: «La búsqueda de octosegundina no obtuvo ningún resultado». Es raro juego, este de escribir en la ventana de Google algo que obtenga ese resultado, pero apasionante…]        

La dedicatoria de Gil de  Biedma

 

        

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