Una novelista, dramaturga y guionista de éxito que merece ser conocida por el público lector y los espectadores: Bad Girl, Cinco mujeres y guiones como Dejad paso al mañana, de Leo McCarey.
Desde que vi Dejad paso al mañana, de Leo
McCarey, una de las películas más tristes que he visto nunca, y supe que una
tal Viña Delmar era la guionista, y que también lo había sido de La pícara
puritana, también dirigida por McCarey, me interesé por quién fuera quien,
con ese nombre, había escalado, como mujer, a tan ato nivel en un mundo casi
acotado a los hombres en esos años. En este caso, la Wikipedia ha sabido beber
de las fuentes publicadas al respecto y ha confeccionado una biografía lo
suficientemente iluminadora como para tener una idea bastante aproximada de quién
fue una autora que, tras casarse a los 18 años, y tras lograr la notoriedad
mediante un anuncio de prensa en el que «alquilaba» a su marido… («Gene is a writer», she said of her husband. «He writes lovely poems
to me and wants to write other things. Of course, he couldn’t
support us yet on writing») para
poder financiar la carrera de escritor de él, llegó a la máxima popularidad con
la novela Bad Girl, una crónica realista del pequeño mundo de una joven
neoyorquina de clase trabajadora que se abre a la experiencia del amor, del
matrimonio y de la maternidad, todo ello vivido, y sobre todo narrado, desde la
perspectiva de una jovencísima mujer que parece narrar de forma autobiográfica,
dadas ciertas similitudes del personaje con la propia autora. Para que
entendamos la popularidad de la joven «Lulú» que deslumbró y enfureció a los
críticos a partes iguales, con su peinado muy años 20, su vehemencia creativa,
corregida y limada por su marido Eugene, con quien colaboró estrechamente en la
confección de sus obras, hasta la muerte de este, y su plenitud existencial de
mujer fuerte que no rehúye la competición con los hombres, en la adaptación
cinematográfica de su obra Sadie Mackee, titulada en español Así ama
la mujer, su nombre figuraba
destacado por encima del de la mismísima Joan Crawford. Viña Delmar (nacida
Alvina Louise Croter, el apellido Delmar lo tomó del marido) encarnó en aquellos años el modelo de
mujer flapper por excelencia,
esto es, el modelo que encarnó a la perfección la actriz Louise Brooks, a la
que Viña Delmar parece imitar. La mujer flapper desafiaba, en cierta manera,
los estándares tradicionales y exhibía una independencia de costumbres y
pensamiento que chocaba con los usos tradicionales establecidos. La propia
novela que la llevó al éxito, Bad Girl, se caracteriza no solo por
plantear la sexualidad fuera del matrimonio, sino por mostrar un acalorado y
descarnado debate sobre el aborto o la asunción de la maternidad, dada la
diferencia de criterios entre ambos esposos al respecto. El proceso del
embarazo y el parto ocupa casi un tercio de la novela, y las mujeres de la
época, sobre todo las jóvenes, podían ver reflejadas en ella todas esas dudas
que cualquier mujer tiene y que, como en la película de Allen sobre el sexo, a
veces no se atreven a preguntar para salir de ellas. Desde esta perspectiva,
hay algo de documento sociológico en la novela que está muy bien combinado, sin
embargo, con la historia sentimental de la pareja, porque, desde que se
conocen, en un barco en el que se celebra una fiesta, Dot y Eddie, los únicos
protagonistas de la misma, salvo otros personajes auxiliares que sirven para
entender su situación y sus reacciones, como, por ejemplo, cuando el hermano de
ella la echa de casa porque ha llegado a las tantas y ni se sabe qué haya sido
capaz de hacer ni dónde ni con quién, parecen acercarse íntimamente a fuerza de
discrepar, pelearse y recelar, sobre todo ella de él. La novela tiene un
lenguaje coloquial muy apegado a la calle y en ella se presta especial atención
al pequeño mundo de la mujer de la época, desde el vestuario, hasta la
alimentación, pasando por los muebles o cualquier menudencia que, sin embargo,
puede tener una importancia fundamental desde la perspectiva de la vida
cotidiana. A este respecto es muy significativo el seguimiento que se hace en
la novela de la convención de las Primarias del Partido Demócrata, sin que a la
joven le haya interesado nunca la política, noticias que recibe como si lo
fueran de un partido de fútbol en el que uno de los dos equipos haya de
imponerse al otro. El enorme éxito de la novela se basó en esa perspectiva
tímidamente escandalosa que fue alimentada por la prohibición de la distribución
del libro en el Estado de Massachussets. La novela tuvo tanto éxito que parecía
inevitable su adaptación al cine. Y llegó. Y nada menos que de la mano de un
director tan afamado como Frank Borzage, autor de verdaderas obras de arte.
Antes, casi como era preceptivo en la época, hubo una adaptación teatral en la
que Sylvia Sidney hacía el papel de Dorothy (Dot). La película, curiosamente,
se aparta mucho del esquema reivindicativo de la novela y omite de un modo que
casi podría calificarse de autocensura, el gran debate sobre si someterse a un
aborto o no, amén de otras escenas que no aparecen en la propia novela, como la
de los combates de boxeo en los que Eddie se presta a combates amañados para
sacarse unos dólares extra para la asistencia médica y los momentos posteriores
al parto. De no querer ni ver al hijo, en la novela, a un futuro padre que se
derrite cuando un bebé en su cochecito le coge el dedo, el cambio es tan
radical que, sí, se refuerza el melodrama, en efecto, y los espectadores reciben
esas manifestaciones con un suspiro de alivio, porque no se quieren ni imaginar
qué pasaría si ella decide afrontar ¡sola! la maternidad. Esta película de
Borzage tiene mucho que ver con ¿Y ahora qué?, que rodaría tres años
después, basada en la novela de grandísimo éxito de Hans Fallada, escrito en
1932, y en la que se muestra el tenebroso futuro que se abre en Alemania con la
llegada de los nazis al poder.
Con motivo del
desmantelamiento de la segunda residencia del padre de un amigo, recientemente
fallecido, me invitó este a quedarme con cuantos libros de ella me pudieran
interesar. Entre ellos me llamó enseguida la atención, un libro de Viña Delmar,
Cinco mujeres, publicado por Editorial Éxito en 1952, y cuyo título
original es The Marcaboth Women. Ni sospechaba que en aquellos oscuros
años del franquismo hubiera podido llegar a las librerías la obra de un autora
tan vindicativa de la condición femenina y fina analista de la misma, así como
implacable debeladora de las resistencias sociales que ponen trabas a la plena
realización de las potencialidades de las mujeres; pero he de reconocer que,
allá por 1968, bajo esa misma dictadura, pudiera comprar yo tan tranquilamente
novelas de Bertrand Russell o Isaac Bashevis Singer, en mi estrenado primer año
de lector, con quince talluditos.
Estas dos obras me han servido, una leída
en el inglés original, y la otra en traducción española, para constatar la
deriva clasicista de la autora, quien, tras su experiencia cinematográfica, a
la que puso fin voluntariamente, cuando había sido incluso nominado a un Oscar
por el guion de La picara puritana, porque quiso retirarse en la cumbre,
no en el lodo, se dedicó a la escritura de obras de teatro y, posteriormente a
la creación de novelas del género histórico, una vez superado el drama de la
muerte del marido, pero también las escribió
de asuntos contemporáneos, con estructuras mucho más tradicionales que cuando
escribía sobre las bad girls del
norte de Nueva York que poblaron lo que podríamos llamar su primer época. Imagino
que en Hollywood, adonde se mudó a vivir desde su Nueva York natal, debió de
conocer no pocas caídas en lo más bajo de quienes habían subido a lo más alto,
y de ahí que pusiera tierra de por medio para depender única y exclusivamente
de su ingenio creador, siempre junto a su marido, impagable colaborador hasta
el mismo momento de su muerte.
Cinco mujeres es la historia de la matriarca
y las cuatro nueras de la familia Marcaboth, que se inicia como una comedia
sofisticada de la jet de Los Ángeles para acabar convertida en una rica saga
familiar de unos inmigrantes enriquecidos a fuerza de duro trabajo, privaciones
y una vida sórdida, con un abanico de personajes a cual más interesante, todo
ello articulado a partir de una anécdota inicial mínima, la negativa de los
hermanos Marcaboth de ser los invitados del primogénito, Simon, el día del
cumpleaños de su mujer, Ruby, veinteañera vulgar y sin formación ninguna con quien se ha casado después de haber
enviudado. Ruby se opone a ir a cenar con su suegra, como es la tradición en la
familia, y el marido, Simon, intenta por todos los medios, los normales y aun
los ridículos, conseguir que alguien los acompañe para justificar su ausencia
en casa de su madre. La novela tiene una riqueza de personajes envidiable y
Viña Delmar tiene una capacidad innata para plasmar las diferentes psicologías
de mujeres tan distintas, pero también de las muy diferentes parejas que han
formado, en las que no necesariamente el amor es el pilar fundamental. Se trata
de un fresco social centrado en una familia rica y poderosa que subió
literalmente desde la nada, porque cuando el patriarca de la familia decidió
regresar a Europa con su mujer y su hijo para labrarse allí un futuro, lo único
con lo que se encontró fue el hambre, la miseria y el más sombrío de los
futuros posibles. En ningún momento se especifica el país europeo al que
regresan, pero los lectores seguro que casarán la realidad ficticia con la real
sin esfuerzo alguno. Tomada la decisión de volver a Estados Unidos, con o sin
su marido, los Marcaboth se instalan en la periferia angelina y, aun viviendo
en la miseria y la privación, el patriarca logra construir un pequeño imperio que
sorprende, tras su fallecimiento, a su mujer y al hijo mayor, Simon, que fue
apartado de ir a la escuela para ayudar al padre en el negocio y sustituirlo
después, aunque, llegado el momento, el hijo pasó de trabajar con el padre, de privación
en privación, a trabajar para la madre, cuya generosidad se manifestó
enseguida, para con sus hijos y también para sí misma, porque cuando muere el marido
ella aún tiene 38 años, por más que, con tantos hijos que ha tenido que criar,
se considera poco menos, ya, que una vieja venerable.
Estamos ante un libro en el que las
relaciones familiares, tema universal donde los haya, no son tan específicas y
exclusivas de un país y de un tiempo concretos, por lo que sirve, como Los
hermanos Karamazov, por ejemplo, para cualquier lector en cualquier época. Ni
siquiera la adscripción social a la burguesía de ricos propietarios forjados en
el duro trabajo se alza como distancia insalvable para los lectores: hombres y
mujeres muy de carne y hueso desfilan por las páginas del libro con problemas y
cuitas propios de todas las familias. Y Viña Delmar, educada en el ambiente del
teatro de variedades, género al que se dedican sus dos progenitores, así como
en la calle, sin que consten, de ella, estudios formales de ningún tipo, tiene
una habilidad innata para describir las múltiples psicologías con que se
encontrará el lector, para su recreo y admiración.
Bad Girl lo compré de segunda mano
a través de Amazon, una edición de quiosco de 1946, que he tenido que «remendar»
con papel celo para que no se me descuajeringara antes de acabarlo, un ejemplar
en el que subrayar con lapicero era arriesgarse a taladrar la página
amarillenta; Cinco mujeres, en español, tiene una excelente
encuadernación y se trata de un libro cosido, por lo que, a pesar del tiempo
que ha transcurrido desde su edición, 1952, se encuentra en perfecto estado de
conservación. Digo esto porque ignoro si hay ediciones actuales de los libros y
obras dramáticas de Viña Delmar, pero si en este país hay editores interesados
en la buena literatura no deberían desdeñar la posibilidad de sumarla a su catálogo.
En estos tiempos de feminismo gubernativo que nos toca vivir, no está de más
escuchar la voz de una mujer libre que supo cómo llevar a sus páginas a
decenas, acaso cientos, de mujeres reales, auténticas.
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