domingo, 22 de agosto de 2021

El vértigo de la culminación

 


                  El misterio de un instante.

          Sin haber salido en ningún momento de la maldición del dato riguroso, mal que bien has ido levantando la mágica montaña de la creación ex abundantia cordis de una vida errática, disparatada y dominada por las más altas y bajas pasiones de toda laya y, entre ellas, la devastadora de la sed dela fama y la gloria, en vida y post mortem.

        Ahora, a escasos cien o ciento cincuenta páginas del último capítulo que esculpa la cima sobre la ancha base, se te encoge la mano y se te seca la tinta. Dudas, en el ancho mar de las certezas, vacilas, y hasta  te tiemblan palabras en la punta del plumín que desaparecen antes de llegar al papel, como la lluvia seca, aunque estas no vengan de lejos, sino, ya digo, del abigarrado marasmo de precisiones casi judiciales. 

         Te ha pasado otras veces, pero nunca habías estado en tan larga compañía, más de veinte años de esforzada labor y, ¡ay!, casi segura maldición literal, intuyes. Te lo has dicho y lo has escrito: No te metas en vida ajena, que perderás la propia, no seas insensato. Y aquí estás, como también te lo escribiste, sin saber qué son tal cosa como los "años perdidos".

         ¿A quién no le pierde la ambición? Y esa pérdida es cuantificable en los innumerables proyectos postergados por llegar a esa cúspide al lado de la cual estás detenido, a punto de abrir el dique para que corra el agua clara de la vida exacta y verificada que no cesa, por más que tú la disfraces con la ambigua careta de lo verosímil fáctico, ¡imposible de describir! Vas a entrar en el momento fundacional de donde acabó Mad Men y se inició Mazursky en el arte de los Meliès: colgado, literalmente, de una ladera que cae, cortada a pico, sobre el Pacífico... Has entrado, salido y permanecido en ese espacio durante años, pero cuando aún dudas de si el gonzo Hunter Thompson narrará o no la noche de los dóberman, un extraño poder magnético te iza la mano, vieja pluma Parker en ristre, y ahí te deja, con las largas tiradas que te sabes de memoria, sin que emborronen el folio doblado que conviertes en cuadernillo de cuatro páginas. No, ni siquiera lo extraes de la gaveta para colocarlo ante ti con ese aire ritual, y un punto solemne, de los grandes momentos cotidianos.

          Ahora mismo estás en el cuaderno de anillas donde sí eres capaz de encajar tus miedos, tus aprensiones, tu indecisión y, por qué no decirlo, tu sorpresa: estás a menos de una décima parte de cuanto has hecho,  a trancas y barrancas, entregado y receloso, pero detenido. La vieja maldición de las tesis doctorales: o acabas tú con ellas o ellas acaban contigo la vives incluso habiendo dejado la tuya a medias cuando la vida te dio un zarpazo del que aún no sabes si te has recuperado del todo.

          Te consuela la convicción de que va a sobrevenirte, cuando menos te lo esperes, y cuando más lo desees, ese privilegiado instante en que a tientas y por las infinitas veredas perfectamente señalizadas, brotará el río que no hay que empujar y en el que nunca habrá inmersión repetida. ¡Cómo anhelas ese momento de dicha, ¡aun redicho!, en que las capas narrativas te permitirán ir ascendiendo hacia la cumbre donde tu viejo sátiro bailará su danza ebria del mitad hijo de dios, mitad hijo de puta...

         No es por falta de palabras, todas las tienes ahí, en el cofre del archivo, fichadas convenientemente; tampoco por falta de plan, aunque nos desespere a ambos tu irrefrenable proclividad a la improvisación; y menos aún por abulia o pigricia, ¡ambas reñidas con tu vitalismo y tu permanente disponibilidad!, pero, en resumidos cuentos para insomnes, aún sigues, como lastimoso poeta romanticón, esperando el advenimiento benefactor de las musas que te azoten con sus órdenes imperativas para que, ¡instante mágico!, aparezca el cuadernillo y estampes en él la puerta abierta de par en par:                                  




4 comentarios:

  1. Todo un canto a la desesperación del instante creador. Cuánta tortura y que placer escribir sobre metaescritura. Observase a sí mismo como conejillo de indias en el laboratorio de la creación sometido a diferentes experimentos de resistencia, friquismo, condolencia, tortura gozo. Igual que el náufrago en el desierto, no te faltará un espejismo que te haga feliz.

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    1. Esto de los desdoblamientos, Francisco, tiene un sí sé qué de vicio vicioso de los de pecado mortal al que es muy difícil sustraerse. Confío en que el impulso final que traza el título de la GR me permita caminar con cierto desparpajo hasta el final del recorrido, porque el punto final, sea como sea, espero, esta vez, que no sea un espejismo. Será, en todo caso, el caos de volver a empezar de nuevo la última poda de aún no sé si las 500 o 600 páginas de la osada desmesura solo propia de diletantes envejecidos al calor de la tinta ardiente... Gracias por comparecer...

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