sábado, 6 de julio de 2019

Pozaforismos del Viajero




Pozaforista a orillas del Turia...

26 Pozaforismos sobre la experiencia del viaje.


Llega, porque todo llega, aunque no para todos, y mucho menos en condiciones semejantes, la época de los viajes. Asoman el buen tiempo y las vacaciones -para quienes no están lastimosamente condenados a ese simulacro hiriente de ellas que es el paro- y en las buenas gentes que no se han movido del estrecho radio de su vida rutinaria durante todo el año -casa, trabajo,casa, trabajo- o desde las últimas vacaciones se despierta un ansia de desplazarse que contribuye a la economía mundial en la misma medida en que está contribuye a la degradación del planeta, pero no vamos a seguir por aquí, en estos días en que, con razón y necesidad, las ciudades se vacían, las playas se llenan y las sierras acogen senderistas que les temen a las llamas, a los lobos y a los osos. Los obreros disfrutamos de vacaciones desde 1936, cuando el Frente Popular concedió quince días de vacaciones pagadas a los obreros. En España, por nuestra propia trágica historia, las vacaciones solo se generalizan a finales de los años 60, que es en lo poco en que hemos coincidido con Europa, porque la reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial no llevó a la gente a viajar masivamente hasta mediados de los 60, cuando empieza, gracias a esa invasión de turistas, nuestro desarrollo y la suavización  moral y cultural del Régimen. Aún recuerdo que mis primeras vacaciones, propiamente dichas, las hice allá por 1975, y tuvieron Toledo como destino. Viajes los hay de muchas clases, interiores, exóticos, alrededor del propio cuarto, infernales, ulisianos, en globo, a pie, en canoa, trasatlántico, tren, avión, bicicleta o moto, próximos y remotos. Y luego estaba Tierno Galván que no se movía del sitio en agosto en Madrid, poco menos que como don Kant. Desplazarse, atravesar el espacio, tiene una función hechizadora a la que es difícil sustraerse. Somos, además de bípedos implumes, semovientes, y eso imprime carácter genético, a lo que se ve. Dejo de lado el fenómeno de la inmigración porque sus raíces no están en el ocio, sino en el negocio sucio de las clases que gobiernan los países de donde huyen. Supongo que hay un abismo enorme entre las tres categorías que se distinguen en los aforismos a los que estas notas dispersas preceden sin ánimo de aburrir: explorador, viajero y turista. La gran mayoría pertenecemos a la tercera categoría. Algunos nos hacemos a la idea de que, por la actitud, las lecturas, la sensibilidad y el respeto, pertenecemos a la segunda; y son una minoría exquisita, y rarísima los que pueden contarse entre los primeros. Eso sí, reconozco que el don del relato lo puede tener cualquiera, pertenezca a la clase que pertenezca. Son innumerables los libros «de viajes» y todos ellos singulares, salvo las guías escritas con plantilla, que equivalen a los folletines que siguieron a Los misterios de París: los de Londres, de Madrid, de Barcelona, de Roma, etc. A veces los más interesantes son, precisamente, aquellos que no se nos ofrecen como libros de viajes, sino como autobiografías o ficciones en las que el viaje ocupa un lugar de especial relieve. Ni un título se me caerá de las teclas; y dejo que los lectores se inventen su propia biblioteca «viajera», y establezcan la jerarquía correspondiente. Mi propósito, liviano, por estos calores que no dejan ni concentrarse para leer,  se reduce al deseo de compartir un ramillete de aforismos a los que les puse el título que les precede, y que fueron escritos en mi visita a Lanzarote, de la que ya dejé constancia aquí. Son estos:


Pozaforismos del viajero:
                                                                             A José Luis, viajero.
1. No viaja quien se desplaza, sino quien ve, esté donde esté, y sin perder detalle, sin buscar ventaja.
2. Al viajero no lo hacen las gentes ni las costumbres, sino el paisaje: dime por donde pasas y me dirás quién eras y quién eres.
3. El verdadero viajero ni entre la multitud pierde su altiva condición de singular punto de vista.
4. Aquello en que el turista no repara siempre tendrá un viajero atento que lo recoja.
5. También el viaje deviene rutina que le exige al viajero convertirse en transitorio, ¡cómo no!, mirador estable.
6.  Para el viajero lo más sorprendente de un viaje está siempre en los actos más rutinarios, bien mirados, mejor o peor vividos.
7. El viajero nunca ha de ser intrépido, sino que ha de dominar el enrevesado arte de dejarse llevar…
8. Por lejos que te lleve el viaje, ¡qué imposible te resulta alejarte ni un milímetro de ti!
9. Para algunos pretendidos viajeros no hay equipaje más pesado que el de  sus propios prejuicios.
10.«Destino turístico» es la paz de un veraneante y la tumba de un viajero.
11.Entre esotérico y exotérico, jamás hay punto medio para el viajero…
12.En un viaje genuino todas las experiencias son o invasiones o transferencias.
13.Recordemos, con humildad que para los exploradores, los viajeros eran el aburguesamiento de la aventura…
14.El mejor elogio de un viaje es volver sintiéndose un poco desconocido para uno mismo.
15.Salvar distancias es condenar experiencias.
16.El único contratiempo canónico del viajero es no tenerlos.
17.No hay viaje sin relato.
18.El viajero, si lo es, ha de ser sospechoso, por definición.
19.Solo el viaje que te lleva más allá de tus propios límites lo es.
20.Como el místico, también el viajero entra en «regiones extrañas», solo y sin compaña…
21.El viajero es más paisajista que antropólogo.
22.Ninguna formulación más esotérica para el viajero que la de «necesidades básicas».
23.Se viaja como se muere: solo.
24.El viajero no «descubre», encuentra.
25.Al viajero, como al místico, le sienta bien el desapego de sí.
26.El viajero teme más sus reflexiones -debilidad del yo- que sus observaciones -fortaleza del yo.