Pozaforista a orillas del Turia... |
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Pozaforismos sobre la experiencia del viaje.
Llega, porque todo llega,
aunque no para todos, y mucho menos en condiciones semejantes, la época de los
viajes. Asoman el buen tiempo y las vacaciones -para quienes no están
lastimosamente condenados a ese simulacro hiriente de ellas que es el paro- y
en las buenas gentes que no se han movido del estrecho radio de su vida
rutinaria durante todo el año -casa, trabajo,casa, trabajo- o desde las últimas
vacaciones se despierta un ansia de desplazarse que contribuye a la economía
mundial en la misma medida en que está contribuye a la degradación del planeta,
pero no vamos a seguir por aquí, en estos días en que, con razón y necesidad,
las ciudades se vacían, las playas se llenan y las sierras acogen senderistas
que les temen a las llamas, a los lobos y a los osos. Los obreros disfrutamos
de vacaciones desde 1936, cuando el Frente Popular concedió quince días de
vacaciones pagadas a los obreros. En España, por nuestra propia trágica
historia, las vacaciones solo se generalizan a finales de los años 60, que es
en lo poco en que hemos coincidido con Europa, porque la reconstrucción europea
tras la Segunda Guerra Mundial no llevó a la gente a viajar masivamente hasta
mediados de los 60, cuando empieza, gracias a esa invasión de turistas,
nuestro desarrollo y la suavización
moral y cultural del Régimen. Aún recuerdo que mis primeras vacaciones,
propiamente dichas, las hice allá por 1975, y tuvieron Toledo como destino. Viajes los hay de muchas
clases, interiores, exóticos, alrededor del propio cuarto, infernales,
ulisianos, en globo, a pie, en canoa, trasatlántico, tren, avión, bicicleta o
moto, próximos y remotos. Y luego estaba Tierno Galván que no se movía del
sitio en agosto en Madrid, poco menos que como don Kant. Desplazarse, atravesar
el espacio, tiene una función hechizadora a la que es difícil sustraerse.
Somos, además de bípedos implumes, semovientes, y eso imprime carácter
genético, a lo que se ve. Dejo de lado el fenómeno de la inmigración porque sus
raíces no están en el ocio, sino en el negocio sucio de las clases que
gobiernan los países de donde huyen. Supongo que hay un abismo
enorme entre las tres categorías que se distinguen en los aforismos a los que
estas notas dispersas preceden sin ánimo de aburrir: explorador, viajero y
turista. La gran mayoría pertenecemos a la tercera categoría. Algunos nos
hacemos a la idea de que, por la actitud, las lecturas, la sensibilidad y el
respeto, pertenecemos a la segunda; y son una minoría exquisita, y rarísima los
que pueden contarse entre los primeros. Eso sí, reconozco que el don del relato
lo puede tener cualquiera, pertenezca a la clase que pertenezca. Son
innumerables los libros «de viajes» y todos ellos singulares, salvo las guías
escritas con plantilla, que equivalen a los folletines que siguieron a Los
misterios de París: los de Londres, de Madrid, de Barcelona, de Roma, etc. A
veces los más interesantes son, precisamente, aquellos que no se nos ofrecen
como libros de viajes, sino como autobiografías o ficciones en las que el viaje
ocupa un lugar de especial relieve. Ni un título se me caerá de las teclas; y
dejo que los lectores se inventen su propia biblioteca «viajera», y establezcan
la jerarquía correspondiente. Mi propósito, liviano,
por estos calores que no dejan ni concentrarse para leer, se reduce al deseo de compartir un ramillete
de aforismos a los que les puse el título que les precede, y que fueron
escritos en mi visita a Lanzarote, de la que ya dejé constancia aquí. Son
estos:
Pozaforismos del viajero:
A José Luis,
viajero.
1. No viaja quien se desplaza, sino quien ve, esté donde esté, y
sin perder detalle, sin buscar ventaja.
2. Al viajero no lo hacen las gentes ni las costumbres, sino el
paisaje: dime por donde pasas y me dirás quién eras y quién eres.
3. El verdadero viajero ni entre la multitud pierde su altiva
condición de singular punto de vista.
4. Aquello en que el turista no repara siempre tendrá un viajero
atento que lo recoja.
5. También el viaje deviene rutina que le exige al viajero
convertirse en transitorio, ¡cómo no!, mirador estable.
6. Para el viajero lo más sorprendente de un viaje está siempre
en los actos más rutinarios, bien mirados, mejor o peor vividos.
7. El viajero nunca ha de ser intrépido, sino que ha de dominar
el enrevesado arte de dejarse llevar…
8. Por lejos que te lleve el viaje, ¡qué imposible te resulta
alejarte ni un milímetro de ti!
9. Para algunos pretendidos viajeros no hay equipaje más pesado
que el de sus propios prejuicios.
10.«Destino turístico» es
la paz de un veraneante y la tumba de un viajero.
11.Entre esotérico y
exotérico, jamás hay punto medio para el viajero…
12.En un viaje genuino
todas las experiencias son o invasiones o transferencias.
13.Recordemos, con
humildad que para los exploradores, los viajeros eran el aburguesamiento de la
aventura…
14.El mejor elogio de un
viaje es volver sintiéndose un poco desconocido para uno mismo.
15.Salvar distancias es
condenar experiencias.
16.El único contratiempo
canónico del viajero es no tenerlos.
17.No hay viaje sin
relato.
18.El viajero, si lo es,
ha de ser sospechoso, por definición.
19.Solo el viaje que te
lleva más allá de tus propios límites lo es.
20.Como el místico,
también el viajero entra en «regiones extrañas», solo y sin compaña…
21.El viajero es más
paisajista que antropólogo.
22.Ninguna formulación
más esotérica para el viajero que la de «necesidades básicas».
23.Se viaja como se
muere: solo.
24.El viajero no
«descubre», encuentra.
25.Al viajero, como al
místico, le sienta bien el desapego de sí.
26.El viajero teme más
sus reflexiones -debilidad del yo- que sus observaciones -fortaleza del yo.