domingo, 26 de agosto de 2018

Digresomnios


És quan dormo que hi veig clar... o una leve patología de la lectura.


Hasta este año jamás me había ocurrido algo semejante. Antes, no era extraño que, vencido por el cansancio de los entrenamientos, por el insomnnio en fase cadente o por un yantar copioso, me quedara profundamente dormido con un libro en las manos, bien modo la bendita siesta del carnero bien modo intenso sopor de la sobremesa; pero en ningún caso había nada más que una profunda suspensión de la conciencia y las percepciones sensoriales. De poco tiempo a esta parte, sin embargo, y sobre todo después de desayunar, cuando abro la letura correspondiente, me ha sucedido adentrarme en un sueño profundo, como el ortodoxo de la fase REM, en que, no al hilo de lo leído, sino propiamente contra él, me veía de hoz y coz sumergido in media res de un vívido sueño tan sorprendente como realísimo. Leía, por ejemplo, un pasaje de alguno de los volúmenes de Los episodios nacionales, ya fuera un lance bélico ya un desengaño amoroso lleno de malentendidos que prometen siempre insólitos entendimientos futuros, y, sin solución de continuidad, pasaba de los morros de una ninfa enfurruñada al guiño malicioso de un diablo con perilla, mono de lycra ajustado y resaltando un paquete dormido pero imponente, amén de la pertinente capa dócil pero viciosa... Luci o Mefi o Belce o Sata se recostaba en extraño escorzo ladeado contra la jamba de una puerta abierta a un resplandor como  vulgar promesa de feriante. Yo me quedaba parado, muy parado, a fuerza de intentar establecer la relación peligrosa entre la aparición y... ¡Imposible me era recuperar el otro elemento de la comparación! Se había desvanecido como el humo inicial con que se había presentado la visión, un humo de atrezo, más apto para escenas lacrimógenas que para entradas escalofriantes o, en el peor de los casos, solemne, tirando a pomposa. .. Eso sí, del mismo modo que soy deslocalizado del texto en cuestión -y no es culpa de ellos, me pasa con todos, sin distinción jerárquica alguna- vuelvo a él con absoluta naturalidad y sigo leyendo sin dificultad, pero con la enojosa sensación de haber introducido en ese relato una suerte de agujero negro que lo lleva a una dimensión distinta. A menudo, el texto suele ganar mucho con el desconcierto de la interrupción, y a mí, por mi cuenta y riesgo, me deja estupefacto la inverosímil persuasión realista de lo ¿soñado? Dudo de la naturaleza sómnica de esas "presencias", porque, a pesar de estar "técnicamente" dormido, estoy tan involucrado en ellas, tan presente, que la mayor parte de las veces me pregunto cómo es posible que un sonámbulo pase las hojas y siga leyendo, incluso con asentimientos o disentimientos a y de lo que lee como si mis digresomnios (¡ese es el fenómeno, en efecto, bendita palabra!) no hubieran supuesto un notorio punto y aparte en la lectura. Por lo general, lo más chocante del fenómeno es la total falta de relación entre lo leído y lo digresomniado.Yo soy el único puente de plata entre ambas realidades que parecen huir la una de la otra refugiándose en mí, o mejor dicho, avasallándome ambas para que le dé el ostrakón al rival... Esto lo digo a posteriori y en frío, o sea, con la serenidad de no estar leyendo ni digresomniando, porque a veces, pocas, pero las hay, me desasosiega ser campo de batalla de ambos fenómenos: me da por pensar que llevo todas las de perder, y a buen entendedor… Esas presencias, que borran lo leído como barre el pentotal sódico hasta el más leve rastro de conciencia en nuestro cerebro, son una fuente inagotable de imágenes y palabras, y no exagero si subrayo que suelen presentarse como secuencias cinemtográficas , específicamente como planos-secuencia muy a menudo rodados con cámara subjetiva. Ahí estoy siempre, a pie de cámara, sin pestañear, como un buzo con escafandra en aguas transparentes. Domina, entre las presencias, la del seguimiento, en  todas las variedades que las metamorfosis permiten y aun más allá, y esa posición erecta sí que tiene que ver, imagino, con el hecho incontrovertible de que casi siempre lea sentado o reclinado. ¡No quiero ni pensar qué ocurriría si esas trasposiciones me sobrevinieran mientras leo de pie! Tengo, con todo, la enorme suerte de olvidar casi al instante esos digresomnios que, lejos de entorpecerme la lectura, han acabado por sumarle un poderoso aliciente. He de confesar que cuando me siento a leer y no tengo la fortuna  de caer en uno de esos delicados estados, me siento ya algo estafado, y me da por pensar, paradójicamente, que una lectura que no favorezca esas apariciones probablemente no tenga nada que aportarme... El refinamiento del suceso estribaría en la creación de un texto que contenga ambos fenómenos, lo leído y lo digresomniado, pero ese dibujo escheriano habrá de esperar mejor ocasión, humor, tiempo y diligencia...

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