És quan dormo que hi veig clar... o una leve patología de la lectura.
Hasta este año jamás me
había ocurrido algo semejante. Antes, no era extraño que, vencido por el
cansancio de los entrenamientos, por el insomnnio en fase cadente o por un
yantar copioso, me quedara profundamente dormido con un libro en las manos,
bien modo la bendita siesta del carnero bien modo intenso sopor de la
sobremesa; pero en ningún caso había nada más que una profunda suspensión de la
conciencia y las percepciones sensoriales. De poco tiempo a esta parte, sin
embargo, y sobre todo después de desayunar, cuando abro la letura
correspondiente, me ha sucedido adentrarme en un sueño profundo, como el
ortodoxo de la fase REM, en que, no al hilo de lo leído, sino propiamente
contra él, me veía de hoz y coz sumergido in media res de un vívido sueño tan
sorprendente como realísimo. Leía, por ejemplo, un pasaje de alguno de los
volúmenes de Los episodios nacionales, ya fuera un lance bélico ya un desengaño
amoroso lleno de malentendidos que prometen siempre insólitos entendimientos
futuros, y, sin solución de continuidad, pasaba de los morros de una ninfa
enfurruñada al guiño malicioso de un diablo con perilla, mono de lycra ajustado
y resaltando un paquete dormido pero imponente, amén de la pertinente capa
dócil pero viciosa... Luci o Mefi o Belce o Sata se recostaba en extraño
escorzo ladeado contra la jamba de una puerta abierta a un resplandor como vulgar promesa de feriante. Yo me quedaba
parado, muy parado, a fuerza de intentar establecer la relación peligrosa entre
la aparición y... ¡Imposible me era recuperar el otro elemento de la
comparación! Se había desvanecido como el humo inicial con que se había
presentado la visión, un humo de atrezo, más apto para escenas lacrimógenas que
para entradas escalofriantes o, en el peor de los casos, solemne, tirando a
pomposa. .. Eso sí, del mismo modo que soy deslocalizado del texto en cuestión
-y no es culpa de ellos, me pasa con todos, sin distinción jerárquica alguna-
vuelvo a él con absoluta naturalidad y sigo leyendo sin dificultad, pero con la
enojosa sensación de haber introducido en ese relato una suerte de agujero
negro que lo lleva a una dimensión distinta. A menudo, el texto suele ganar
mucho con el desconcierto de la interrupción, y a mí, por mi cuenta y riesgo,
me deja estupefacto la inverosímil persuasión realista de lo ¿soñado? Dudo de
la naturaleza sómnica de esas "presencias", porque, a pesar de estar
"técnicamente" dormido, estoy tan involucrado en ellas, tan presente,
que la mayor parte de las veces me pregunto cómo es posible que un sonámbulo
pase las hojas y siga leyendo, incluso con asentimientos o disentimientos a y
de lo que lee como si mis digresomnios (¡ese es el fenómeno, en efecto, bendita
palabra!) no hubieran supuesto un notorio punto y aparte en la lectura. Por lo
general, lo más chocante del fenómeno es la total falta de relación entre lo
leído y lo digresomniado.Yo soy el único puente de plata entre ambas realidades
que parecen huir la una de la otra refugiándose en mí, o mejor dicho,
avasallándome ambas para que le dé el ostrakón al rival... Esto lo digo a
posteriori y en frío, o sea, con la serenidad de no estar leyendo ni
digresomniando, porque a veces, pocas, pero las hay, me desasosiega ser campo
de batalla de ambos fenómenos: me da por pensar que llevo todas las de perder,
y a buen entendedor… Esas presencias, que borran lo leído como barre el
pentotal sódico hasta el más leve rastro de conciencia en nuestro cerebro, son
una fuente inagotable de imágenes y palabras, y no exagero si subrayo que suelen
presentarse como secuencias cinemtográficas , específicamente como
planos-secuencia muy a menudo rodados con cámara subjetiva. Ahí estoy siempre,
a pie de cámara, sin pestañear, como un buzo con escafandra en aguas
transparentes. Domina, entre las presencias, la del seguimiento, en todas las variedades que las metamorfosis
permiten y aun más allá, y esa posición erecta sí que tiene que ver, imagino,
con el hecho incontrovertible de que casi siempre lea sentado o reclinado. ¡No
quiero ni pensar qué ocurriría si esas trasposiciones me sobrevinieran mientras
leo de pie! Tengo, con todo, la enorme suerte de olvidar casi al instante esos
digresomnios que, lejos de entorpecerme la lectura, han acabado por sumarle un
poderoso aliciente. He de confesar que cuando me siento a leer y no tengo la
fortuna de caer en uno de esos delicados
estados, me siento ya algo estafado, y me da por pensar, paradójicamente, que
una lectura que no favorezca esas apariciones probablemente no tenga nada que
aportarme... El refinamiento del suceso estribaría en la creación de un texto
que contenga ambos fenómenos, lo leído y lo digresomniado, pero ese dibujo
escheriano habrá de esperar mejor ocasión, humor, tiempo y diligencia...
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