Manual para devotos enamorados: las Elegías de
Propercio o la voz inconfundible del amor que
traspasa las fronteras de la muerte.
Propercio o la voz inconfundible del amor que
traspasa las fronteras de la muerte.
La lectura de los
clásicos siempre depara sorpresas y, en este caso, una tan estupenda como la de
leer a quien tuvo una influencia determinante en la creación, para mi gusto, de
uno de los mejores sonetos de la lírica en lengua castellana, Amor constante más allá de la muerte, de
don Francisco de Quevedo: Sexto Propercio, nacido en el 50 a.C. en Asís. No
solo influyó Propercio en Quevedo, por supuesto, sino en Rojas, en Herrera, en
Medrano, en Bécquer, en Cernuda, en Alberti, en Goethe y en tantos cuantos
fueron sensibles a la poderosa voz lírica con que el poeta de Asís supo plasmar
el proceso de amores en un conjunto de poemas que, en el siglo XIV, imitaría
Petrarca en su Cancionero, cuando
andaba afanado en rescatar para la posteridad el nombre y la obra del lírico
latino. Es cierto que Catulo, más lascivo que él, tiene más fama, pero hay en
Propercio una espontaneidad en la manera de afrontar los numerosos lances
amorosos que lo convierten en un poeta muy cercano a quienes también se hayan
visto inmersos en esa vorágine de sentimientos encontrados que el poeta latino
describe con sutileza e inspirado lirismo. Propercio, sin embargo, no es
original, pues él aspira a incluirse entre el selecto grupo de poetas que dedicaron
su obra a una enamorada, como lo refleja en sus propias poesías, puesto que en
sus poemas no solo tienen cabida los amatorios dedicados a Cintia, sino algunos
de carácter metapoético y no pocos de ellos de carácter civil, e incluso
algunos de naturaleza épica, por más que él supiera que no era ese el camino
que había de recorrer su musa, como señala en el poema Elegía, no épica: ¿Qué tienes
tú que ver, loco, con esa corriente de agua?/¿Quién te ha mandado emprender la
tarea del verso heroico?/No debes esperar de aquí, Propercio, fama alguna.
En el poema titulado Méritos poéticos de
Propercio es en donde cifra él su canon particular, en el que le gustaría
ser incluido: ¿De qué te ha servido ahora
la sabiduría de tus libros socráticos/ o poder describir la naturaleza de las
cosas?/¿O de qué te sirve la lectura de los versos del poeta ateniense?/De nada
sirve vuestro anciano en un gran amor./Imita más bien en tus poesías a Filetas
de Cos/y el Sueño del nada florido Calímaco./ Estas canciones también componía
Varrón, terminado su Jasón,/ Varron, pura pasión por su Leucadia;/ estas
canciones cantaron también los escritos del lascivo Catulo,/ que hicieron a
Lesbia más famosa que la misma Helena;/ estas canciones proclamaron también las
páginas del docto Calvo,/ cuando cantaba la muerte de la desgraciada Quintilia:/
y ¡cuántas heridas a causa de la hermosa Licoride Galo, ha poco/fallecido, lavó
en las aguas del Infierno!/ Cintia con mayor razón será alabada por el verso de
Propercio/ si la Fama tiene a bien colocarme entre estos poetas. Estamos,
así pues, ante un poeta que no solo no lucha contra la tradición, sino que la
reconoce y quiere ser incluido en ella. De hecho, Filetas de Cos y Calímaco,
serían los iniciadores de la corriente elegíaca amatoria en la que se inscriben
cuantos el propio Propercio ha fijado en su canon. Recordemos, porque viene a
cuento, que Filetas de Cos fue un filólogo, un erudito, además de poeta, y que
Calímaco, además de poeta, claro, fue bibliotecario de la Biblioteca de
Alejandría, lo cual indica lo cerca que anda siempre el espíritu poético del
cultivo científico y estilístico de la lengua. La historia de Propercio y
Hostia -nombre real de a quien el poeta se refiere con el poético Cintia- dura
cinco años, pero incluso en el último de sus libros hay un hermosísimo poema,
Aparición de Cintia, en el que la enamorada, desde más allá de la muerte, se
dirige a Propercio para asegurarle que, aunque ahora lo posean otras, llegará
el día en que, solo ella lo poseerá, porque, como abre el poema: Existen los Manes: la muerte no lo acaba
todo,/ y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida. Hemos de
recordar también, para quienes aún no se hayan ejercitado en la lectura de
Propercio, que la amada escogida respondía a un modelo también fijado por la
tradición, el de la puella docta, es
decir, no solo una belleza física, sino un ser lleno de gracia, saber estar y
cierta formación artística, literaria, musical, etc. Tengamos presente que
estamos ante una pasión arrebatada, ante un auténtico amor fou que vuelve loco a quien lo sufre, y de ahí los extremos a que
llegan los amantes y las pasiones extraordinarias que viven ambos, sobre todo
el poeta, la voz cantante, podríamos chistosear, de tal proceso de amores. Las
elegías están llenas de afortunadas expresiones de la pasión amorosa que no nos
sonarán extrañas ni rebuscadas, porque, a su manera, algunas se han fijado en
esquemas narrativos propios de la poesía popular, como no ignoraban los autores
de Tatuaje, Valerio, León y Quiroga: Y no dejaré de preguntar con insistencia a
los marineros: /“Decidme, ¿en qué puerto está retenida mi amada?”, /Y añadiré:
“Aunque esté en la orilla de Atracia,/y aunque en las de Iliria, ella ha de ser
mía, o en expresiones de tipo coloquial que incluso han servido como título
de película: ¿Qué he
hecho para merecer esto? A lo largo de las elegías va a ir emergiendo una
visión del amor y, sobre todo, de la mujer, que contribuirá a fijar, por una
parte, el ideal del amor único, apasionado, devoto hasta la esclavitud (Te juro por los huesos de mi madre y de mi
padre/(si miento, ¡caigan, ay, sobre mí las pesadas cenizas de ambos!)/que yo
seré tuyo, vida mía, hasta las últimas tinieblas:/La misma felicidad, el mismo
día nos arrebatará a los dos./Y aunque ni tu renombre ni tu belleza me
retuvieran,/Podría retenerme la dulce esclavitud a tu persona), y, por
otra, el de la mujer como un ser cruel y de insatisfecha lascivia, siempre
dispuesta a preferir el interés al amor, y fuertemente caprichosa: Pero a vosotras os es fácil urdir mentiras y
engaños:/Esto es lo único que la mujer siempre ha aprendido.. Ninguna
descendencia más directa de las elegías de Propercio que la novela sentimental
del XV, las famosas narraciones Siervo
libre de amor y Cárcel de amor, de Juan Rodríguez del Padrón y de Diego de San
Pedro, esta última, por cierto, el primer best-seller europeo del que se tiene
noticia. La esclavitud voluntaria de Propercio no está muy lejos, al menos en
la expresión, de lo que Unamuno sentía por Concha, su mujer: Tú eres mi única casa, tú, Cintia, mis
únicos padres,/tú, cada instante de mis alegrías. Ni siquiera un tópico de
las relaciones amorosas como las inscripciones en las cortezas de los árboles
falta en este “manual” de amores: Vosotros
seréis testigos, si es que un árbol conoce el amo,/ haya y pino, queridos del
dios de Arcadia./¡Ah, cuántas veces resuenan mis palabras bajo vuestras
sombras/y se graba el nombre de Cintia en las tiernas cortezas! Pero no
cabe duda de que el momento culminante de la emoción lectora es advertir en el
poema 19 de Propercio, Amor más allá de la muerte, el origen
inequívoco del soneto quevediano: No temo
yo ahora, Cintia mía, los tristes Manes/Ni me importa el destino debido a la
postrera hoguera,/Pero que acaso mi funeral esté privado de tu amor,/Ese miedo
es peor que las exequias mismas./No tan superficialmente entró Cupido en mis
ojos/ Como para que mis cenizas estén libres de tu amor olvidado./(…)/ Allí,
sea lo que fuere, siempre seré tu espectro:/ Un gran amor atraviesa incluso las
riberas del destino./(…)/ Aunque los Hados te reserven una larga vejez./
Queridos sin embargo serán tus huesos a mis lágrimas./ ¡Que esto mismo puedas
tú sentir viva sobre mis cenizas!/(…)/ Mientras podamos, gocemos juntos de
nuestro amor:/ El amor, dure lo que dure, nunca es demasiado largo. Está
claro que la condensación poética de Quevedo supera con mucho la elegía de
Propercio, pero el mismo fuego de la emoción lectora consume al lector de
ambos. Constantemente, Propercio nos
alecciona sobre las múltiples fases que pueden vivirse en un proceso de amores
como el suyo, y los lectores las vamos identificando, dándole unas veces la
razón y reconociendo siempre su maestría a la hora de identificar el origen de
los males y de los éxtasis, como ocurre en el poema 4 del Libro II, donde
sentencia, desde el título, algo que es de dominio común: El amor no tiene cura: Pues,
¿de qué falso adivino no soy yo una presa?/¿qué vieja no revuelve diez veces
mis sueños?/Pues en el amor no vemos las causas ni los golpes directos:/ Ciego
es el camino por donde, sin embargo, llegan tantos males./Este enfermo no
necesita de médicos, no de blando lecho,/A este no le perjudica ningún estado
del tiempo o el viento;/ pasea… ¡y de pronto sus amigos están viendo a un
cadáver!/ Así es de sorprendente lo que se supone que es el amor.
Recordemos que en el poema dedicado a la Infidelidad de Cintia, el poeta, no
obstante, se atiene a un principio de realidad que, sin desmentir la pasión
extraordinaria, la mienta sujeta a cauces ordinarios, de reacción: No sentirás tú dolor alguno, excepto la
primera noche:/Todos los males en el amor, si los superas, son livianos.
Con todo, Propercio fija un tipo de relación amorosa en el que, para mal de
nuestra época, que ha hecho de las relaciones individuales entre enamorados una
cuestión social de planes quinquenales e inversiones, hay una violencia expresa
que, para nuestro mal, ya digo, se identifica con la verdadera llama de la
pasión, tal y como se expresa en el poema titulado Riñas de amor, que hoy sería no solo visto con recelo, sino
seguramente sometido al lecho de Procusto de la corrección política: Dulce me resultó la bronca de ayer a la luz
de los candiles,/y las maldiciones sin cuento de tu boca furiosa,/cuando,
enloquecido por el vino, empujaste la mesa y contra mi/arrojaste copas repletas
con manos furiosas./¡Pero, venga, atrévete a tirarme de los pelos/y a marcar mi
cara con tus lindas uñas;/amenázame con quemarme los ojos con el fuego de una
antorcha/y desnuda mi pecho rasgándome la túnica!/
Son síntomas evidentes de una pasión sincera:/pues ninguna mujer sufre
si no es por un amor profundo./(…)/No es verdadera la fidelidad que no
experimente riñas:/¡a mis enemigos toque una amada insensible!/(…)/ En el amor
quiero sufrir o sentirte sufrir,/ver mis propias lágrimas o las
tuyas./(…)/Detesto los sueños que nunca arrancan suspiros:/quisiera estar
siempre pálido cuando ella está airada./ Ya
he dejado escrito que incluso al final de su obra poética y de su vida,
porque Propercio murió joven, en la treintena, como muchísimos poetas, como el
propio Catulo, como Byron, como Espronceda, como Larra, como Garcilaso, como
Jorge Manrique…, aún la presencia de Cintia tiene un poder sobre su obra y
sobre él que lo marcan, definitivamente, como uno de los grandes amadores, al
estilo de Abelardo o del inmortal, también por ficticio, Romeo. Pero para
acabar esta presentación algo apresurada y un si es no es esquemática de la
obra de Propercio, quiero transcribir un poema lleno de inspiración y
delicadeza, Quejas de la puerta de Cintia,
que me ha parecido delicioso, de invención y de elocución. A su manera, el
poema sigue uno de los rasgos de la terapia Gestalt a la hora de hacer un
análisis de los sueños, el que, acaso, sea el más original de los inventados
por Fritz Perls a lo largo de su vida errante en pos del reconocimiento para su
terapia y su propia persona, lo que solo le fue dado muy cerca ya de su propia
muerte. Perls les pedía a los participantes en las terapias que, a la hora de
describir sus sueños, no los “contaran”, sino que los “vivieran”, esto es, que se
convirtieran en todos y cada uno de los elementos aparecidos en ellos, que
asumieran su identidad con ellos y que hablaran desde su condición de camino,
cuchillo, palangana, armario, carretera, esposa, ola, bombilla…, ¡todo, en
definitiva, con lo que fuera que se hubiera soñado! Algo así, aunque no
relacionado con un sueño, es lo que hace Propercio, adoptar la personalidad de
la puerta de Cintia y quejarse, en un discurso entrañable que, a buen seguro,
dejará tan buen sabor de boca a los intelectores de este Diario, que ya me
imagino a las librerías desbordadas por las peticiones de las elegías de
Propercio, ¡ojalá!:
16. Quejas de la puerta de Cintia.
Yo, que antaño fui abierta para grandes triunfos,
Puerta conocida por el pudor de Tarpeya,
Y cuyos umbrales, humedecidos por las lágrimas de los prisioneros
Suplicantes, adornaron con frecuencia carros de oro,
Ahora, herida por las peleas nocturnas de borrachos,
Me quejo de ser a menudo golpeada por manos indignas;
Nunca me faltan vergonzosas guirnaldas que cuelgan sobre mí
Ni ver antorchas tiradas, señales de enamorados excluidos.
Y no puedo alejar de mí las noches infamantes de mi dueña,
Yo, noble ultrajada con poesías obscenas;
Ella tampoco se preocupa de mirar por su buen nombre, pues vive con másdesvergüenza que la que permite el desenfreno de la época.
Entre estas cuitas se me obliga a llorar con graves lamentos,
Muy triste a causa de las largas guardias del enamorado [suplicante.
Este nunca consiente que mis jambas descansen,
Este nunca consiente que mis jambas descansen,
Entonando versos con melodiosos requiebros:
‘Puerta, más cruel incluso que tu misma dueña,
¿por qué, atrancada, callas con hojas que me son tan esquivas?
¿Por qué, cerrada, no admites nunca mi amor,
sin saber, conmovida, responder a mis súplicas furtivas?
¿Es que no se concederá fin a mi dolor
y dormiré vergonzosamente en tu indiferente umbral?
De mí la media noche de mí, aquí tirado, las estrellas que llenan el
Cielo, y la fría Aurora con el hielo de la mañana de mí se [compadecen:
Tú eres la única que nunca sientes compasión del sufrimiento
humano y respondes por tu parte con tus goznes callados.
¡Ojalá mi débil voz, a través del hueco de una rendija
Tú eres la única que nunca sientes compasión del sufrimiento
humano y respondes por tu parte con tus goznes callados.
¡Ojalá mi débil voz, a través del hueco de una rendija
Pueda llegar a herir los oídos de mi amada!
Y, aunque ella aguante más que la roca de Sicilia
Y sea más dura que el hierro de los cálibes,
Sin embargo, no podrá contener el llanto
Y entre sus lágrimas se le escapará sin querer un suspiro.
Ahora duerme reclinada en los brazos afortunados de otro,
Y mis palabras se pierden en el Céfiro de la noche.
Pero tu sola, tú eres, puerta, la causa mayor de mis penas,
Jamás doblegada por mis regalos.
A ti no te he ofendido con ningún insulto salido de mi lengua,
Como los que suele bebida lanar contra lugares ingratos,
Por tolerar que yo, ronco por tan prolongados lamentos,
Pase en vela angustiosas esperas en las esquinas.
‘Por el contrario, en tu honor he elaborado a menudo poesías
Inéditas y estampé besos, apoyándome en tus gradas.
¡Cuántas veces, pérfida, me volví a tus jambas
y ofrendé votos obligados, ocultando mis manos!’
Esto dice el suplicante y lo que bien sabéis los desgraciados
Enamorados, de todo lo cual hace eco el canto de los gallos.
Así yo ahora, por los vicios de mi dueña y los llantos del eterno
Enamorado, me veo condenada a perpetuo desprecio.