miércoles, 24 de mayo de 2017

Las “Elegías” de Sexto Propercio o el siervo libre de amor…




Manual para devotos enamorados: las Elegías de 

Propercio o la voz inconfundible del amor que

traspasa las fronteras de la muerte.


La lectura de los clásicos siempre depara sorpresas y, en este caso, una tan estupenda como la de leer a quien tuvo una influencia determinante en la creación, para mi gusto, de uno de los mejores sonetos de la lírica en lengua castellana, Amor constante más allá de la muerte, de don Francisco de Quevedo: Sexto Propercio, nacido en el 50 a.C. en Asís. No solo influyó Propercio en Quevedo, por supuesto, sino en Rojas, en Herrera, en Medrano, en Bécquer, en Cernuda, en Alberti, en Goethe y en tantos cuantos fueron sensibles a la poderosa voz lírica con que el poeta de Asís supo plasmar el proceso de amores en un conjunto de poemas que, en el siglo XIV, imitaría Petrarca en su Cancionero, cuando andaba afanado en rescatar para la posteridad el nombre y la obra del lírico latino. Es cierto que Catulo, más lascivo que él, tiene más fama, pero hay en Propercio una espontaneidad en la manera de afrontar los numerosos lances amorosos que lo convierten en un poeta muy cercano a quienes también se hayan visto inmersos en esa vorágine de sentimientos encontrados que el poeta latino describe con sutileza e inspirado lirismo. Propercio, sin embargo, no es original, pues él aspira a incluirse entre el selecto grupo de poetas que dedicaron su obra a una enamorada, como lo refleja en sus propias poesías, puesto que en sus poemas no solo tienen cabida los amatorios dedicados a Cintia, sino algunos de carácter metapoético y no pocos de ellos de carácter civil, e incluso algunos de naturaleza épica, por más que él supiera que no era ese el camino que había de recorrer su musa, como señala en el poema Elegía, no épica: ¿Qué tienes tú que ver, loco, con esa corriente de agua?/¿Quién te ha mandado emprender la tarea del verso heroico?/No debes esperar de aquí, Propercio, fama alguna. En el poema titulado Méritos poéticos de Propercio es en donde cifra él su canon particular, en el que le gustaría ser incluido: ¿De qué te ha servido ahora la sabiduría de tus libros socráticos/ o poder describir la naturaleza de las cosas?/¿O de qué te sirve la lectura de los versos del poeta ateniense?/De nada sirve vuestro anciano en un gran amor./Imita más bien en tus poesías a Filetas de Cos/y el Sueño del nada florido Calímaco./ Estas canciones también componía Varrón, terminado su Jasón,/ Varron, pura pasión por su Leucadia;/ estas canciones cantaron también los escritos del lascivo Catulo,/ que hicieron a Lesbia más famosa que la misma Helena;/ estas canciones proclamaron también las páginas del docto Calvo,/ cuando cantaba la muerte de la desgraciada Quintilia:/ y ¡cuántas heridas a causa de la hermosa Licoride Galo, ha poco/fallecido, lavó en las aguas del Infierno!/ Cintia con mayor razón será alabada por el verso de Propercio/ si la Fama tiene a bien colocarme entre estos poetas. Estamos, así pues, ante un poeta que no solo no lucha contra la tradición, sino que la reconoce y quiere ser incluido en ella. De hecho, Filetas de Cos y Calímaco, serían los iniciadores de la corriente elegíaca amatoria en la que se inscriben cuantos el propio Propercio ha fijado en su canon. Recordemos, porque viene a cuento, que Filetas de Cos fue un filólogo, un erudito, además de poeta, y que Calímaco, además de poeta, claro, fue bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, lo cual indica lo cerca que anda siempre el espíritu poético del cultivo científico y estilístico de la lengua. La historia de Propercio y Hostia -nombre real de a quien el poeta se refiere con el poético Cintia- dura cinco años, pero incluso en el último de sus libros hay un hermosísimo poema, Aparición de Cintia, en el que la enamorada, desde más allá de la muerte, se dirige a Propercio para asegurarle que, aunque ahora lo posean otras, llegará el día en que, solo ella lo poseerá, porque, como abre el poema: Existen los Manes: la muerte no lo acaba todo,/ y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida. Hemos de recordar también, para quienes aún no se hayan ejercitado en la lectura de Propercio, que la amada escogida respondía a un modelo también fijado por la tradición, el de la puella docta, es decir, no solo una belleza física, sino un ser lleno de gracia, saber estar y cierta formación artística, literaria, musical, etc. Tengamos presente que estamos ante una pasión arrebatada, ante un auténtico amor fou que vuelve loco a quien lo sufre, y de ahí los extremos a que llegan los amantes y las pasiones extraordinarias que viven ambos, sobre todo el poeta, la voz cantante, podríamos chistosear, de tal proceso de amores. Las elegías están llenas de afortunadas expresiones de la pasión amorosa que no nos sonarán extrañas ni rebuscadas, porque, a su manera, algunas se han fijado en esquemas narrativos propios de la poesía popular, como no ignoraban los autores de Tatuaje, Valerio, León y Quiroga: Y no dejaré de preguntar con insistencia a los marineros: /“Decidme, ¿en qué puerto está retenida mi amada?”, /Y añadiré: “Aunque esté en la orilla de Atracia,/y aunque en las de Iliria, ella ha de ser mía, o en expresiones de tipo coloquial que incluso han servido como título de película:   ¿Qué he hecho para merecer esto? A lo largo de las elegías va a ir emergiendo una visión del amor y, sobre todo, de la mujer, que contribuirá a fijar, por una parte, el ideal del amor único, apasionado, devoto hasta la esclavitud (Te juro por los huesos de mi madre y de mi padre/(si miento, ¡caigan, ay, sobre mí las pesadas cenizas de ambos!)/que yo seré tuyo, vida mía, hasta las últimas tinieblas:/La misma felicidad, el mismo día nos arrebatará a los dos./Y aunque ni tu renombre ni tu belleza me retuvieran,/Podría retenerme la dulce esclavitud a tu persona), y, por otra, el de la mujer como un ser cruel y de insatisfecha lascivia, siempre dispuesta a preferir el interés al amor, y fuertemente caprichosa: Pero a vosotras os es fácil urdir mentiras y engaños:/Esto es lo único que la mujer siempre ha aprendido.. Ninguna descendencia más directa de las elegías de Propercio que la novela sentimental del XV, las famosas narraciones Siervo libre de amor y Cárcel de amor, de Juan Rodríguez del Padrón y de Diego de San Pedro, esta última, por cierto, el primer best-seller europeo del que se tiene noticia. La esclavitud voluntaria de Propercio no está muy lejos, al menos en la expresión, de lo que Unamuno sentía por Concha, su mujer: Tú eres mi única casa, tú, Cintia, mis únicos padres,/tú, cada instante de mis alegrías. Ni siquiera un tópico de las relaciones amorosas como las inscripciones en las cortezas de los árboles falta en este “manual” de amores: Vosotros seréis testigos, si es que un árbol conoce el amo,/ haya y pino, queridos del dios de Arcadia./¡Ah, cuántas veces resuenan mis palabras bajo vuestras sombras/y se graba el nombre de Cintia en las tiernas cortezas! Pero no cabe duda de que el momento culminante de la emoción lectora es advertir en el poema 19 de Propercio,  Amor más allá de la muerte, el origen inequívoco del soneto quevediano: No temo yo ahora, Cintia mía, los tristes Manes/Ni me importa el destino debido a la postrera hoguera,/Pero que acaso mi funeral esté privado de tu amor,/Ese miedo es peor que las exequias mismas./No tan superficialmente entró Cupido en mis ojos/ Como para que mis cenizas estén libres de tu amor olvidado./(…)/ Allí, sea lo que fuere, siempre seré tu espectro:/ Un gran amor atraviesa incluso las riberas del destino./(…)/ Aunque los Hados te reserven una larga vejez./ Queridos sin embargo serán tus huesos a mis lágrimas./ ¡Que esto mismo puedas tú sentir viva sobre mis cenizas!/(…)/ Mientras podamos, gocemos juntos de nuestro amor:/ El amor, dure lo que dure, nunca es demasiado largo. Está claro que la condensación poética de Quevedo supera con mucho la elegía de Propercio, pero el mismo fuego de la emoción lectora consume al lector de ambos.  Constantemente, Propercio nos alecciona sobre las múltiples fases que pueden vivirse en un proceso de amores como el suyo, y los lectores las vamos identificando, dándole unas veces la razón y reconociendo siempre su maestría a la hora de identificar el origen de los males y de los éxtasis, como ocurre en el poema 4 del Libro II, donde sentencia, desde el título, algo que es de dominio común: El amor no tiene cura: Pues, ¿de qué falso adivino no soy yo una presa?/¿qué vieja no revuelve diez veces mis sueños?/Pues en el amor no vemos las causas ni los golpes directos:/ Ciego es el camino por donde, sin embargo, llegan tantos males./Este enfermo no necesita de médicos, no de blando lecho,/A este no le perjudica ningún estado del tiempo o el viento;/ pasea… ¡y de pronto sus amigos están viendo a un cadáver!/ Así es de sorprendente lo que se supone que es el amor. Recordemos que en el poema dedicado a la Infidelidad de Cintia, el poeta, no obstante, se atiene a un principio de realidad que, sin desmentir la pasión extraordinaria, la mienta sujeta a cauces ordinarios, de reacción: No sentirás tú dolor alguno, excepto la primera noche:/Todos los males en el amor, si los superas, son livianos. Con todo, Propercio fija un tipo de relación amorosa en el que, para mal de nuestra época, que ha hecho de las relaciones individuales entre enamorados una cuestión social de planes quinquenales e inversiones, hay una violencia expresa que, para nuestro mal, ya digo, se identifica con la verdadera llama de la pasión, tal y como se expresa en el poema titulado Riñas de amor, que hoy sería no solo visto con recelo, sino seguramente sometido al lecho de Procusto de la corrección política: Dulce me resultó la bronca de ayer a la luz de los candiles,/y las maldiciones sin cuento de tu boca furiosa,/cuando, enloquecido por el vino, empujaste la mesa y contra mi/arrojaste copas repletas con manos furiosas./¡Pero, venga, atrévete a tirarme de los pelos/y a marcar mi cara con tus lindas uñas;/amenázame con quemarme los ojos con el fuego de una antorcha/y desnuda mi pecho rasgándome la túnica!/
Son síntomas evidentes de una pasión sincera:/pues ninguna mujer sufre si no es por un amor profundo./(…)/No es verdadera la fidelidad que no experimente riñas:/¡a mis enemigos toque una amada insensible!/(…)/ En el amor quiero sufrir o sentirte sufrir,/ver mis propias lágrimas o las tuyas./(…)/Detesto los sueños que nunca arrancan suspiros:/quisiera estar siempre pálido cuando ella está airada./ Ya  he dejado escrito que incluso al final de su obra poética y de su vida, porque Propercio murió joven, en la treintena, como muchísimos poetas, como el propio Catulo, como Byron, como Espronceda, como Larra, como Garcilaso, como Jorge Manrique…, aún la presencia de Cintia tiene un poder sobre su obra y sobre él que lo marcan, definitivamente, como uno de los grandes amadores, al estilo de Abelardo o del inmortal, también por ficticio, Romeo. Pero para acabar esta presentación algo apresurada y un si es no es esquemática de la obra de Propercio, quiero transcribir un poema lleno de inspiración y delicadeza, Quejas de la puerta de Cintia, que me ha parecido delicioso, de invención y de elocución. A su manera, el poema sigue uno de los rasgos de la terapia Gestalt a la hora de hacer un análisis de los sueños, el que, acaso, sea el más original de los inventados por Fritz Perls a lo largo de su vida errante en pos del reconocimiento para su terapia y su propia persona, lo que solo le fue dado muy cerca ya de su propia muerte. Perls les pedía a los participantes en las terapias que, a la hora de describir sus sueños, no los “contaran”, sino que los “vivieran”, esto es, que se convirtieran en todos y cada uno de los elementos aparecidos en ellos, que asumieran su identidad con ellos y que hablaran desde su condición de camino, cuchillo, palangana, armario, carretera, esposa, ola, bombilla…, ¡todo, en definitiva, con lo que fuera que se hubiera soñado! Algo así, aunque no relacionado con un sueño, es lo que hace Propercio, adoptar la personalidad de la puerta de Cintia y quejarse, en un discurso entrañable que, a buen seguro, dejará tan buen sabor de boca a los intelectores de este Diario, que ya me imagino a las librerías desbordadas por las peticiones de las elegías de Propercio, ¡ojalá!:

16. Quejas de la puerta de Cintia.
Yo, que antaño fui abierta para grandes triunfos,
Puerta conocida por el pudor de Tarpeya,
Y cuyos umbrales, humedecidos por las lágrimas de los prisioneros
Suplicantes, adornaron con frecuencia carros de oro,
Ahora, herida por las peleas nocturnas de borrachos,
Me quejo de ser a menudo golpeada por manos indignas;
Nunca me faltan vergonzosas guirnaldas que cuelgan sobre mí
Ni ver antorchas tiradas, señales de enamorados excluidos.
Y no puedo alejar de mí las noches infamantes de mi dueña,
Yo, noble ultrajada con poesías obscenas;
Ella tampoco se preocupa de mirar por su buen nombre, pues vive con másdesvergüenza que la que permite el desenfreno de la época.
Entre estas cuitas se me obliga a llorar con graves lamentos,
Muy triste a causa de las largas guardias del enamorado                                                                                                     [suplicante. 
Este nunca consiente que mis jambas descansen,
Entonando versos con melodiosos requiebros:
‘Puerta, más cruel incluso que tu misma dueña,
¿por qué, atrancada, callas con hojas que me son tan esquivas?
¿Por qué, cerrada, no admites nunca mi amor,
sin saber, conmovida, responder a mis súplicas furtivas?
¿Es que no se concederá fin a mi dolor
y dormiré vergonzosamente en tu indiferente umbral?
De mí la media noche de mí, aquí tirado, las estrellas que llenan el
Cielo, y la fría Aurora con el hielo de la mañana de mí se                                                                                                     [compadecen:
Tú eres la única que nunca sientes compasión del sufrimiento 
humano y respondes por tu parte con tus goznes callados.
¡Ojalá mi débil voz, a través del hueco de una rendija
Pueda llegar a herir los oídos de mi amada!
Y, aunque ella aguante más que la roca de Sicilia
Y sea más dura que el hierro de los cálibes,
Sin embargo, no podrá contener el llanto
Y entre sus lágrimas se le escapará sin querer un suspiro.
Ahora duerme reclinada en los brazos afortunados de otro,
Y mis palabras se pierden en el Céfiro de la noche.
Pero tu sola, tú eres, puerta, la causa mayor de mis penas,
Jamás doblegada por mis regalos.
A ti no te he ofendido con ningún insulto salido de mi lengua,
Como los que suele bebida lanar contra lugares ingratos,
Por tolerar que yo, ronco por tan prolongados lamentos,
Pase en vela angustiosas esperas en las esquinas.
‘Por el contrario, en tu honor he elaborado a menudo poesías
Inéditas y estampé besos, apoyándome en tus gradas.
¡Cuántas veces, pérfida, me volví a tus jambas
y ofrendé votos obligados, ocultando mis manos!’
Esto dice el suplicante y lo que bien sabéis los desgraciados
Enamorados, de todo lo cual hace eco el canto de los gallos.
Así yo ahora, por los vicios de mi dueña y los llantos del eterno
Enamorado, me veo condenada a perpetuo desprecio.


domingo, 14 de mayo de 2017

Séptima noticia de la “Obras completas” de Platón: “El político o de la realeza”, “Timeo o de la naturaleza” y “Critias o la Atlántida”.







De un árido intermedio dialéctico: Del político como técnico de la mediación a las raíces ficticias de la ciencia, pasando por el lugar sin tiempo del mito: La Atlántida.



He de reconocer que esta séptima noticia me ha costado algo más de lo ya habitual y ello porque el excurso de fictaciencia que supone el Timeo me ha erosionado profundamente la devoción con que, hasta el presente, sigo instalado en la lectura del monumento fundacional de la razón crítica en Europa. Critias, por su parte, es un diálogo inacabado y, por tanto, llevadero; y el primero, El político, no aporta grandes novedades a lo que he podido leer en La república o, presumiblemente, leeré después en Las leyes, si bien, como ocurre en cualquier diálogo de Platón, no es difícil encontrarse con alguna formulación que sorprende e incluso cautiva al lector que persiste en su fidelidad a un razonamiento dialéctico incansable y poderoso.  Comenzaré por El político o de la realeza, no tanto porque sea el primero de los tres en el orden de lectura que sigo, sino porque la matización, o de la realeza, que sirve para titularlo, nos indica la clara preferencia de Platón hacia la aristocracia no tanto social cuanto espiritual. Platón jamás va directo al asunto que lo ocupa, sino que a través de rodeos periféricos va despejando el camino gracias al cual llegaremos, sin atajos, pero persuadidos, al corazón de su convicción. La imaginación filosófica de Platón no está lejos de la imaginación poética, y ya hemos ido viendo la capacidad lírica que, a través de ciertas imágenes o narraciones míticas, le han permitido expresar su pensamiento con total claridad, como el mito de la caverna, por ejemplo, o, en esta séptima noticia, el de la Atlántida, algo así como una renovación del mito de la Edad de Oro, descrito con suntuosidad y precisión de explorador puntilloso o agrimensor prekafkiano, puesto que hablará de oídas de un espacio que jamás hollarán las plantas de sus pies. En parte, en El político, resucita Platón la Edad de Cronos, concibiéndola como esa Edad de Oro en que se transformará la Atlántida, suma de todo bien y ningún mal, enfrentada a la Edad de Zeus. Mientras en la primera todo cae del lado de la divinidad, la condición humana incluida; en la segunda nos hallamos en la realidad histórica en la que la naturaleza humana solo ve la naturaleza divina como la legítima aspiración del alma a conseguir tal bien absoluto mediante la sabiduría y la virtud. Como dice el Extranjero que lleva la voz cantante de la exposición ante un Sócrates jovencísimo: Cuando se nos preguntaba por el rey y el político de ciclo actual y del actual modo de generación, fue un gran error el ir a buscar hasta el periodo opuesto el pastor que regía el rebaño humano de aquel tiempo, pastor que era divino, no humano. Por otra parte, presentarlo como jefe de la ciudad entera sin explicar de qué manera lo es, era, esta vez, decir la verdad pero, sin embargo, no la verdad completa ni la verdad clara: por eso nuestra última equivocación fue menor que la primera. Así pues, ayunos de modelos divinos que puedan servirnos de orientación para la determinación del político idóneo que gobierne al pueblo, el Extranjero va a determinar cuál puede ser el modelo que sira de referencia para tal menester social. Después de varias tentativas, y de definir el concepto de paradigma (Lo que constituye un paradigma es el hecho de que un elemento, al encontrarse idéntico en un grupo nuevo y totalmente distinto, se interprete en él exactamente y permita, una vez identificado en los dos grupos, incluirlo en una noción única y verdadera), el Extranjero nos propone la identificación del arte de la política con la del arte de tejer (una comparación muy de actualidad, por la referencia que ha hecho una candidata de las primarias del PSOE a la labor que se ha de realizar en el partido: coser las heridas que haya producido el descabalgamiento del anterior Secretario General). Fiel a la suerte de tecnocracia que orienta el pensamiento social de Platón, quien fía incluso el criterio de verdad al saber especializado de cada disciplina, contra la que no se puede combatir desde la mera opinión, sin disponer de la sabiduría técnica pertinente, una actividad propia de los sofistas y contra la que tan hermosas páginas llevamos leídas en los Diálogos, no es de extrañar que su reflexión sobre la política la oriente, precisamente, en la búsqueda de cuál sea el saber específico de los políticos para definir su actividad social, porque está claro que ese saber no puede ser -como lo dicta la experiencia- un saber al alcance de todos, sino de muy pocas personas, e incluso de una sola, el rey:  El carácter que debe servirnos para diferenciar estas constituciones no es ni el “algunos” ni el “muchos”, ni la libertad o la sujeción, ni la pobreza o la riqueza, sino la presencia de una ciencia, si queremos ser consecuentes con nuestros principios. (…) ¿En cuál de las constituciones dichas se realiza la ciencia del gobierno de los hombres, la ciencia que podemos decir es la más difícil y la mayor que sea posible adquirir? (…) ¿Habremos de creer que, en una ciudad, la multitud sea capaz de adquirir esta ciencia? SÓCRATES: ¿Cómo creerlo? EXTRANJERO: Y, en una ciudad de diez mil hombres, ¿acaso habría un centenar o una cincuentena que fueran capaces de llegar a poseerla de una manera satisfactoria? SÓCRATES: Según eso, la política sería la más fácil de las artes todas; y sabemos muy bien que entre todos los griegos existentes, no se encontraría, sobre diez mil, una proporción como esta de campeones del juego de los dados, sin hablar de querer encontrar otro número igual de reyes. EXTRANJERO: La forma recta de gobierno hay que buscarla solamente en uno, o bien en dos, o a lo más en algunos, para el caso en que esta forma correcta de gobierno llegue a tener realidad. A diferencia, o si no diferencia, sí un matiz en parte opuesto a lo defendido en La república, Platón va a defender en este diálogo la preeminencia del político, el rey, sobre las leyes, porque el carácter inmutable de las leyes es incapaz de lidiar con la multiplicidad de las situaciones humanas que exigen una interpretación adecuada y, sobre todo, una intervención justa por parte de la autoridad. Se trata, por lo tanto, de una potestad, la del gobierno y la justicia, que recae en una persona cuya virtud ha de hallarse íntimamente unida a su sabiduría política, un saber especializado, como ya hemos indicado, que no está al alcance de todo el mundo ni puede ser llevado a la práctica de forma común. O, como lo expone el Extranjero: Es del todo evidente que, de alguna manera, la legislación es una función regia; pero lo que más importa no es el dar fuerza a las leyes, sino al hombre regio dotado de prudencia. (…) Porque la ley no será nunca capaz de captar a la vez lo que es mejor y más justo para todos, de forma que dicte las prescripciones más útiles. Pues la diversidad que hay entre los hombres y los actos y el hecho de que ninguna cosa humana se encuentra, por así decirlo, nunca en reposo, no dejan lugar, en ningún arte y en ninguna materia, a una norma absoluta que valga para todos los casos y para todos los tiempos. (…) ¿No es por tanto imposible que lo que siempre se mantiene como absoluto se adapte a lo que nunca es así? ¿Por qué, pues, es necesario hacer leyes, si la ley no es la regla perfecta? Es preciso que encontremos la razón de esto. No obstante Platón introduce una reserva que aleja su “realeza” de la tiranía, porque Si alguien conoce leyes mejores que las de los antepasados, ese tal no tiene derecho a imponerla a su propia ciudad, sino cuando haya obtenido el consentimiento de cada ciudadano; de otra manera, no. Finalmente, y sin una capacidad suasoria excesiva, porque son muchos los puntos débiles de su argumentación, Platón descubre la esencia de la “política” en la capacidad de mediación de quien la ejerce sobre los conflictos inevitable de intereses que se producen en las sociedades, a los que califica como la enfermedad más vergonzosa que pueda haber para las ciudades. La labor del político, así pues, es la del tejedor, la de “tejer complicidades” entre los antagonistas para evitar el caos social: EXTRANJERO: ¿A qué ciencia asignaremos, pues, la virtud de persuadir a las masas y a las multitudes contándoles mitos en lugar de instruirlas?  SÓCRATES: Evidentemente, creo que esto corresponde aún a la retórica. EXTRANJERO: Ahora bien, acerca de la cuestión de saber si es necesario para con tales o cuales personas y en tales o cuales casos emplear la fuerza o la persuasión o simplemente no hacer nada, ¿a qué ciencia daremos la decisión? SÓCRATES: A la que dirige el arte de persuadir y el arte de hablar. EXTRANJERO: Pues bien, esta no es otra, imagino yo, que aquella ciencia de que está dotado el político. La que las gobierna a todas, la que tiene el cuidado de las leyes y de todos los asuntos de la “polis” y que une todas las cosas en un tejido perfecto no haremos, al parecer, más que hacerle justicia escogiéndole un nombre lo suficientemente amplio para la universalidad de sus funciones y llamándola “política”. Está tan convencido Platón de la dificultad de la acción política que llega a decir que si en lo que respecta a lo bello, al bien, a lo justo y a sus contrarios, arraiga en las almas una opinión realmente verdadera y firme, digo que se ha realizado algo divino en un linaje demoníaco. Eso divino no es otra cosa que el poder real de la política para crear la armonía social que permita el desarrollo de los individuos y de la ciudad, sin que el caos de los enfrentamientos acabe con ella: aquí se halla toda la función de este arte regio del tejido: la de no permitir nunca que se imponga este divorcio o separación entre los caracteres comedidos y los caracteres enérgicos, la de tejerlos en una unidad, por el contrario, por medio de la comunidad de opiniones, de honras, de distinciones, por medio del recíproco intercambio de prendas, a fin de hacer de ellos un tejido ligero y, como se dice, bien apretado, y confiarles siempre en común las magistraturas en las ciudades. (…) Con esto queda concluido como tejido bien hecho ese algo que urde la acción política, cuando, tomando las características humanas de energía y moderación, la ciencia regia ensambla y une sus dos vidas por medio de la concordia y la amistad y, realizando así el más excelente y magnífico de todos los tejidos, envuelve con él, en cada ciudad a todo el pueblo, esclavos u hombres libres, los estrecha juntos en su trama y, garantizando a la ciudad, sin fallos ni desfallecimientos, toda la dicha de que ella es capaz. Manda y gobierna. Se trata, ya se advierte, de un conjunto de buenos deseos que tienen poco o nada que ver con la vida real de los pueblos, porque las disensiones han predominado siempre sobre los consensos y porque esos caracteres, “comedidos” y “enérgicos”, en los que sintetiza Platón los enfrentamientos sociales, suelen andar siempre a la greña y muy raramente la política acaba de tejerlos en una sola pieza en la que ambos se sientan cómodos y felices. El Timeo o de la naturaleza, es una excursión cosmológica y biológica que no se plantea como una exploración del ser humano como ciudadano, ni las repercusiones sociales que pueda tener dicha naturaleza, sino como una fantasía poética que basada en las pocas evidencias científicas que por aquel entonces se tenían sobre el funcionamiento real del cuerpo humano y de la creación del cosmos, le permite a Platón aventurar teorías que hoy nos hacen sonreír, desde el punto de vista científico, pero no así desde el punto de vista literario, aunque la prolijidad del diálogo y el entusiasmo descriptivo de Platón sean a todas luces excesivos para un lector moderno habituado al conocimiento objetivo, científico, sobre todas esas materias. La decantación de Platón hacia  la tecnocracia: sobre ciertas realidades han de hablar aquellos que las dominan tanto a nivel teórico como a nivel práctico, lo lleva a embarcarse en una teoría cosmogónica con fundamento geométrico que  hace entre difícil e imposible seguir, a veces, su razonamiento, expresado además de una manera casi vehemente y apodíctica. El diálogo se abre con un recordatorio de cuanto se había dicho en La república sobre la clase de los guardianes y sigue con el inicio del mito de la Atlántida, para el que se utiliza la técnica literaria del “manuscrito hallado”, quizás por vez primera, aunque no sé si García Gual le otorgaría ese lugar de privilegio en la formación del tópico, pero la afirmación de Critias en el diálogo de su nombre no deja lugar a dudas: los manuscritos mismos de Solón estaban en cada de mi abuelo, actualmente se hallan todavía en mi casa y yo los he estudiado mucho en mi juventud. Sea como fuere, lo cierto es que Critias va a leer un texto elaborado por su bisabuelo a partir de las revelaciones de Solón, uno de los siete sabios de Grecia, como nadie ignora, quien, a su vez, reproduce el contenido de los escritos que los sabios egipcios crearon sobre los orígenes de Grecia y sobre la Atlántida, imperio contra el que lucharon los griegos antes de sucumbir ambos, el ejército griego y la propia Atlántida tras uno de los grandes diluvios de los tiempos remotos. Estamos, se advierte, en esa frontera entre la historia y el mito que acaba decantándose hacia el mito, como lo veremos más tarde en el Critias inacabado. Comencemos por el final: Al final de razonamiento verosímil hay que decir que el mundo es realmente un ser vivo, provisto de un alma y de un entendimiento, y que ha sido hecho así por la Providencia del Dios. El Demiurgo, creador del cosmos y de los seres vivos, lo primero que crea es el alma, tomándose como modelo a sí mismo, de ahí que, desde el inicio del cosmos, haya dos realidades muy distintas: la del alma igual siempre a sí misma y la del alma unidad al mundo sensible, a la Tierra y a los seres vivos. Esa doble realidad, casi una doble naturaleza de todo lo creado va a marcar el dualismo platónico entre el mundo autosuficiente, bello y sabio de las ideas y el mundo de la realidad que aspira a elevarse hacia él: Toda esta composición el Dios la cortó en dos en su sentido longitudinal y, habiendo cruzado una sobre otra las dos mitades, haciendo coincidir sus puntos medios como una X, las curvó para unirlas en círculo, uniendo entre sí los extremos de cada una, en el punto opuesto al de su intersección. Los rodeó del movimiento uniforme que gira en el mismo lugar y, de los dos círculos, hizo uno interior y el otro exterior. Destinó el movimiento del círculo exterior a ser el movimiento de la sustancia de lo Mismo; y el del círculo interior a ser el de la sustancia de lo Otro. He de reconocer que en la exposición platónica de la naturaleza de ambos mundos, el ideal y el real, entra en juego una dimensión especulativa de origen matemático que se me hace difícil de seguir sin escepticismo. Lo que está clara es la correspondencia entre lo que llamaremos el macrocosmos y el microcosmos, puesto que ambos son creación del Demiurgo y el alma de ambos es de la misma naturaleza, con la única diferencia de la imperfección  que afecta al segundo: Debido a todas estas afecciones o modificaciones, el alma, desde el momento de su nacimiento, cuando acaba de ser encadenada a un cuerpo mortal, es al comienza y primitivamente loca. Pero cuando disminuye la afluencia de sustancias que nutren y hacen crecer el cuerpo y cuando de nuevo, al volver a conseguir la calma, las revoluciones del alma siguen su propio camino y se afirman más y más en él a medida que pasa el tiempo, y las revoluciones de cada uno de los círculos comienzan a enderezarse regularmente, según la figura que les es natural, estas revoluciones se estabilizan; ellas dan ya a lo Otro y a lo Mismo sus nombres exactos y ellas hacen de manera que el que las posee adquiere la sensatez. Si, junto a esto, viene a sumarse al proceso un buen metido de educación, el sujeto vuelve a ser normal y a estar totalmente sano, y escapa así a la más grave de las enfermedades. Por el contrario, si se ha sido negligente y se ha llevado una vida sin equilibrio, entonces se retorna nuevamente al Hades, a estado de ser inacabado e insensible. Respecto de la creación de la especie humana, Platón sigue marcando las diferencias entre ambos planos, macro y micro, basándose en la doble naturaleza de la Tierra y los seres humanos, hijos de la necesidad y de la inteligencia, y el cosmos, hijo de la sabiduría, el bien y lo bello: Habiendo recibido de él el principio inmortal del alma, han envuelto este principio con el cuerpo mortal que lo acompaña; le han dado como vehículo el cuerpo entero. Además modelaron en él otra especie de alma, la especie mortal. Esta conlleva consigo pasiones temibles e inevitables. En primer lugar, el placer, ese incentivo poderosísimo para el mal; los dolores, luego, causas de que abandonemos el bien; y luego aún, la temeridad y el miedo, consejeros estúpidos; el apetito sordo a todo consejo y, finalmente, la esperanza, tan fácil a la decepción. Han mezclado todo esto a la sensación irracional y al amor dispuesto a arriesgarlo todo. Y así han compuesto, siguiendo procedimientos necesarios, el alma mortal. (…) [ El cuello es el istmo que separa la cabeza y su alma espiritual del resto del cuerpo, con su alma corporal:] Con este fin, dispusieron una especie de istmo o de límite entre la cabeza y el pecho y han colocado entre ellas el cuello para mantenerlas separadas.  La inmortalidad del alma del cosmos frente a la mortalidad del alma individual es producto de esa inextricable relación entre el alma y la materia que caracteriza a los seres humanos, hechos para dominar el mundo a imagen y semejanza del Demiurgo que domina el cosmos. En la escala jerárquica biológica de Platón me ha llamado mucho la atención el hecho de que considere a los árboles como la especie viva más próxima a nosotros, y ello porque los árboles se afirman en las raíces y crecen hacia los cielos y el ideal, mientras que las especies animales viven atadas a la tierra por sus cuatro, ocho o ningún pie, en el caso de los reptiles, en señal de dependencia, de esclavitud. De hecho, en la descripción de la naturaleza humana, Platón, con una hermosa imagen de tipo surrealista, nos dice que los cabellos de la cabeza, separada del resto del cuerpo por el istmo del cuello, son nuestras raíces. Antes de seguir, conviene no olvidar la precaución expresada por Timeo en su largo discurso: Yo, el que habla, y vosotros que juzgáis, no somos más que hombres, de manera que en estas materias nos basta aceptar una narración verosímil y no debemos buscar más. Ahora bien, cuando Platón entra de lleno en el análisis de las almas del cuerpo, su ubicación fisiológica y demás características, aquella verosimilitud de la que  habla acaba lindando con la poesía o con la ficción metafísica (si es que esto no es un pleonasmo per se): Hizo el hígado espeso, liso, brillante dotado de dulzura y de amargura: de esta manea la vehemencia de los pensamientos que proceden del entendimiento se proyecta sobre él como sobre un espejo que recibe rayos de luz y permite la aparición de imágenes. Con ello el entendimiento asusta al hígado. (…) Utilizando la dulzura que encierra el mismo hígado, rehace y libera todas sus partes llanas y lisas. Y vuelve así alegre y serena la parte del alma que habita en torno al hígado. Durante la noche, la calma la hace capaz, en el sueño, de hacer uso de la adivinación. (…) En efecto, ningún hombre dotado de su sano juicio llega a la adivinación de origen divino y verídica, sino que es necesario que la fuerza de su espíritu esté trabada por el sueño o la enfermedad, o bien que se haya desviado en una crisis de entusiasmo. Y aquí conviene recordar, porque es lo congruente con las doctrinas platónicas, la etimología de entusiasmo, “rapto divino”. Recordemos, además, que, para Platón, el hígado forma parte, así mismo, del sistema auditivo: El movimiento que determina ese choque, que comienza en la cabeza y acaba en la región del hígado, es la audición. La teoría creacionista de Platón no pierde de vista esa dualidad materia-espíritu a la que hemos de responder tratando de hacer lo posible para lograr el equilibrio y, sobre todo, la preeminencia de la inteligencia que aspire a captar el mundo puro y esencial, ideal, del Demiurgo. En esa lucha que el cuerpo ha de sostener contra sí mismo para superar el anclaje a la bestialidad que supone nuestra materialidad, y ahí están nuestras muchas almas corporales y la necesidad de que la inteligencia las domine a todas, las meta en cintura, Platón recomienda la mejor estrategia posible, ayer, para hoy, y quizás para siempre, si la ciencia no lo impide: Es pues necesario que el matemático y todo aquel que ejerza enérgicamente alguna actividad intelectual dé también movimiento a su cuerpo y practique la gimnasia. (…) En consecuencia, de entre todos los medios de purificar y disponer el cuerpo, el mejor es el que se consigue por medio de os ejercicios gimnásticos, porque, como ya había dicho Timeo al comienzo  de su discurso: El Dios, en cambio,  ha formado el alma antes que el cuerpo: la ha hecho más antigua que el cuerpo por la edad y la virtud, para que ella mandara como señora y el cuerpo obedeciera. Renuncio a reproducir siquiera en esbozo la minuciosa descripción que hace Platón de la organización social y la disposición física de la Atlántida, que es el meollo del diálogo Critias o la Atlántida. Baste decir, si acaso, que la disposición en círculos concéntricos separados unos de otros por canales de agua, como si se tratara de una Venecia circular, tiene un poderoso atractivo para el lector. La Atlántida la presenta Platón como la realización histórica de su República, con unos “guardianes” que se atienen a lo establecido en su diálogo político. La descripción de la isla responde al mito de la Edad de Oro y el Paraíso perdido, si bien puede también ser entendido como  el primer relato utópico: el bien exento de mal, que solo perece, como es lógico que así suceda, por causa natural, no porque su perfección se hubiera pervertido, porque entonces perdería, la narración, ese carácter utópico.

jueves, 4 de mayo de 2017

Una olvidada y, sin embargo, actualísima obra de Pedro Muñoz Seca y Azorín, “El Clamor”.





Un corrosiva crítica al periodismo sensacionalista a la altura de Primera Plana, de Wilder: El Clamor, de Muñoz Seca y Azorín o un estreno que, como en los buenos tiempos de La venganza de don Mendo, sería, hoy, de lleno diario…

Doy por descontado que el hecho de que la primera obra de teatro que vi en mi vida, representada por los cadetes de la Academia de Aviación de San Javier,  fuera La venganza de don Mendo influyó decididamente no solo para convertirme en un aficionado al teatro como espectáculo, sino, específicamente en el amor al sainete como forma artística que en nuestro país ha tenido cultivadores tan geniales como los hermanos Quintero, como Carlos Arniches -¡aún me río, casi como un tic nervioso, al recordar la excelentísima El señor Badanas, vista en televisión e interpretada por un genial Quique Camoiras-¡, el propio Muñoz Seca o lo que podríamos considerar la superación del mismo a través de los esperpentos de Valle Inclán y, más tarde, un teatro humorístico que hereda del sainete no pocos de sus rasgos característicos y que cultivan autores como Jardiel Poncela o Mihura entre otros. No hay más que recordar, por ejemplo, la película de Jerónimo Mihura, sobre texto de su hermano, Mi adorado Juan, curiosamente un plagio de un personaje creado por Manuel Mur Oti en su película dramática Un hombre va por el camino, de lo cual doy razón en la crítica que hice, esta, en mi Ojo Cosmológico.  La venganza de don Mendo tiene para mí, un significado emocional que no adultera en modo alguno la entusiasta apreciación crítica que he ido consolidando con el paso de los años y en la que no poco tuvo que ver la que me parece la mejor versión que he visto de la misma: la película, con el mismo título, de Fernando Fernán Gómez, adelantadísima a su momento, 1961 y no del todo bien comprendida por la crítica. El mejor homenaje que puede hacérsele es verla, sin prejuicios, y dejarse llevar por un humor que no te arranca la risa de la boca desde el comienzo hasta el apoteósico final: una joya, salvo para siesos (y algo ciegos). Algún día tendré que escribir sobre mi relación con el teatro, como actor, como director y como escritor -por algún cajón debe de parar La duermevela de Segismundo, durmiendo su particular sueño desencajado…-, pero quede de momento, a título anecdótico, que participé, como actor novel, en el estreno en España, en el festival de teatro universitario, en Madrid, de todo un hito teatral: El canto del fantoche lusitano, de Peter Weiss, representada clandestinamente en otro Colegio Mayor distinto del anunciado debido a las presiones de la embajada portuguesa ante las autoridades españolas. Si el teatro “es” la vida, en condiciones de realidad difícilmente igualables por cualquier otra disciplina artística, no es de extrañar que, de repente, haya acabado haciendo autobiografía a partir de la divertidísima lectura de El Clamor, de Muñoz Seca y Azorín, que hice ayer y que me ha dejado tan buen recuerdo que me ha movido a proponer su lectura a cuantos quieran no solo pasar un rato divertido, sino asistir a una representación que, como digo en el título, nada tiene que envidiarle a la mismísima Primera Plana de Wilder, si es que no la supera, en corrosión y en estructura teatral. La obra con notable éxito de público y reducido de crítica, conllevó, incluso, la expulsión de la Asociación de la Prensa del mismísimo Azorín, famoso por tantísimas obras pero, desde el punto de vista periodístico, por unas crónicas parlamentarias que merecen ser leídas urgentemente: Parlamentarismo español. La trama de la obra es sencilla: El Clamor, un periódico impulsado por un figurón político para garantizarse elecciones y cargos con los dineros de la herencia de su hija y los de su mujer, que no está dispuesta a seguir sufragando esa “aventura” del marido, está al borde la quiebra y la desaparición: Esto se va, querido Astudillo. ASTU. Esto se ha ido ya hace un rato. Y se ha ido. adonde yo me sé, que es adonde nos vamos a ir tos. ¡Malhaya sea! ¡Con lo bien que estaba yo en Sevilla escribiendo de toros!.... La acción transcurre en la redacción del diario, que no resulta, bien mirado, muy distinta de aquella que visitan los jóvenes modernistas en Luces de bohemia para exigir que se proteste contra la detención de Max Estrella, aunque lo que en Valle acaba siendo una evocación de la juventud perdida, en Muñoz Seca y Azorín es una crítica despiadada del periodismo basura que no se paraba ni siquiera en la corrupción de los cronistas o en lo miserable de las condiciones de los periodistas en general, amén de lo que podríamos considerar el meollo de la obra, la denuncia del amarillismo sensacionalista, porque, dada la crítica situación y la ausencia de fondos, al impulsor de El Clamor se le ocurre la brillante idea de autosecuestrarse y convertir en noticia su imposible presencia en la Sociedad de Naciones para presentar un informe sobre la necesidad imperiosa e irrefutable de la descolonización de Gibraltar. La verdad es que, por actualidad, hasta sale un consejero del Consejo de Administración del diario que se llama Marhuenda – (Marhuenda dará la sensación de un tendero con el traje de los días festivos), dice la acotación con insólita capacidad de clarividencia futura-, no digo más… La obra se abre con el intento de conseguir el patrocinio de en empresario catalán a quien el director le va enseñando las dependencias del diario con la esperanza de que se decida a invertir en él, pero el corro de periodistas enseguida contrarresta la visión heroica de la profesión con que quiere convencer el director al empresario: Lo que yo digo, hombre: que no puede ser. Con aprendises en los talleres, un regente que no cobra casi na y unos redactores que cobramos cuando repican gordo, no se puede hacer na de provecho. Cuando el director se reintegra a la redacción, confiesa su derrota: GARCÍ. (Entrando en escena, por la derecha.) Bueno, ya lo dijo también el... sabio de Grecia: A un banquero de Monjuí, reservado y escamón, no hay quien le saque en Madrí, ni un botón. (Risas.) ¡Caballeros, con Picornell! ASTU. En hueso, ¿eh? GARCI. Y con el estoque partido, que es lo peor. ¡Qué lástima! Yo que quería haber llevado esta tarde al Consejo alguna grata nueva... No obstante, acostumbrado a tener que lidiar realidades adversas constantemente, se empeña en convencer a sus colegas de que saldrán adelante: GARCI. Tengo mis planes. ¡Animo, pues, señores! Confiad en mí. Triunfaremos. Estamos habituados a triunfar diariamente. Si bien se mira... un periódico representa una batalla diaria; un general da una batalla y descansa; nosotros hemos de dar una todos los días y hemos de ganarla. ¡Adelante! Seamos optimistas. Esta tarde hablaré a Tostuera como he hablado a Picornell. ¿Vosotros no os reís cuando me oís hablar de ese modo vibrante, intenso?... (Ríen todos.) No les voy a hablar a ellos como os hablo a vosotros. Riámonos todos, alegremos un poco la vida. ¿Habrá vidas tan heroicas como las nuestras? ¿Qué sería de nosotros si no fuéramos un poco absurdos y extravagantes? ¡Señores, que no acabe nunca entre los periodistas el espíritu romántico. Y usted, amigo Martín, baje y haga una nota sobre la visita de Picornell. Póngale usted ilustre, opulento, cultísimo.  MARTÍN. ¿Cultísimo también? Recuerde usted que éste es de los que creen que Cicerón fué el primer romano que se dedicó a enseñar las catacumbas. GARCI. Póngale cultísimo; no perdamos las esperanzas. (Mutis de Martin por la izquierda.) Y ahora que hablamos de adjetivos, usted, querido Gallardo, baje también y repase la crónica de sociedad. Ponga usted, en lo referente al baile de Cembrano, bellísima, donde pone distinguida, y Lhardy, donde dice café de Jorge Juan. Refuerce, refuerce los adjetivos y los conceptos. No se pueden usar medias tintas en los periódicos. El periodismo es como la escenografía: se necesita recargar los colores, pintar con gruesos trazos, hacer que las gentes se fijen a fuerza de luces violentas... Aunque Luces de Bohemia no se estrenó en vida de Valle, si que fue publicada en 1924, y no me extrañaría nada que Azorín la hubiera leído mas que atentamente, sobre todo por expresiones tan inequívocamente valleinclanescas como esta: ¿Qué sería de nosotros si no fuéramos un poco absurdos y extravagantes? ¡Señores, que no acabe nunca entre los periodistas el espíritu romántico! Al propietario del periódico, el hombre político, se le describe del siguiente modo: ASTU. Déjeme usté hablá, hombre. ¿Usté sabe que don Lorenzo Tostuera es un hueso? Bueno, pues es un hueso. ¿Usté cree que es un buen escritor y un gran erudito? Pues no es nada de eso. No es más que un fantasmón más fresco que un sótano y más vasío que la plasa de toros el día de Nochebuena; un tío que se gasta los miles en figurá lo que no es, en firmá lo que no hase y en publicá lo que no escribe, pa que usté se entere. Ahí lo tiene usté, representando a España en la Sosiedá de las Nasione y discutiendo de Derecho, y el otro día dijo aquí que un choque de automóviles era una avería gruesa. Con esa presentación, está claro que el enredo que supone su autosecuestro, con las informaciones que va dosificando el director de los rastros que van poniendo a disposición de la policía poco a poco, para engordar la historia y sacar el provecho pertinente de los anunciadores, puede esperarse casi cualquier cosa, que es precisamente lo que sucede, a través de los celos de la mujer del director, y de los del político del director, quien se inventa una vida adúltera del político que la mujer rica está dispuesta a acallar mediante el dinero que haga falta para no herir de muerte la reputación del marido. Ni que decir tengo que las escenas de enredo, como la que tiene lugar estando el político debajo de una mesa revestida para una ceremonia, sin que lo sepan su mujer y el director, con el consiguiente cortejo de ella por parte de este, ignorante de la presencia del político, abundan y adquieren un nivel de jocosidad superlativo, digno de esa representación que esta obra exige urgentemente: GARCI. (Rendidísimo.) A mí me pide usted la luna, y yo subo, la cojo, la biselo y se la doy. ANGE. (Complacidísima.) ¡Qué esageradol Parese usté andaluz, y es usté de Navarra, ¿no? GARCI. Sí, señora; de una villa muy bonita: de El Busto, y... (Bajando la voz, y en son de piropo, contemplando su pecho.) no sabe usted lo que me gusta a mí el busto. ANGE. (Con cierto rubor.) ¡Por Dios, Garcillán!... Los valores de la obra no recaen exclusivamente en la crítica del sensacionalismo periodístico y en la falta de ética de quienes comercian con noticias, sino, para quien esto firma, en la desbordante y graciosísima imaginación lingüística que siembra el texto de ingenio y gracia en cada acto. A modo de ejemplo de lo que pueden encontrar los lectores vayan estas muestras por delante de lo que en el texto encontrarán, un texto que está a su disposición en las digitalizaciones de Google. Primero, la presentación de uno de los accionistas del diario, un redicho: ROZ. (Por la derecha entran en escena don Adelfo Roz, Pastranita y Marhuenda. Adelfo es un señor elegante, que usa barba gris, cuidadísima, y gafas de concha. Cuando habla, se escucha, y no se aplaude porque siempre hay alguien delante. Pastranita, su secretario, es un muchacho barbilampiño, pálido y escuálido) No me extraña: son similígenos. (Sin mirar a Pastranita, que está detrás de él, le indica con el pulgar de la mano derecha que debe inter- venir para aclarar el concepto. PASTRANA. (Como un eco, sin mover un solo músculo, tieso, rígido.) Del mismo género.... ROZ. Son dos tipos igualmente asóficos...  PASTRANA. (Como antes.) Sin ciencia. ROZ. Acaros...  PASTRANA. Sin gracia.  ROZ. Y arcadios.  PASTRANA. Sin corazón. Y, en segundo lugar, un breve repaso de las tan frecuentes como temidas erratas o gazapos de imprenta:  ROZ. (Sacando del bolsillo un número del periódico.) Aquí está el número de ayer. He señalado las erratas con palotes rojos, y vean ustedes que en todas las planas hay palotes. (Lee.) "De Antenas", que yo supuse era algo de la radio; pero no. (Lee.) "De Antenas, Grecia." GARCI. ¡Bah! Una ene... ROZ. ¿Y esta otra de la boda de mis sobrinos? (Lee.)  “Los nuevos esposos salieron para París. Deseamos a la feliz pareja todo género de aventuras” GARCI. ¡Una "a"...! ROZ. ¿Le parece a usted poco? Una "a" diferencia al caballo del cabello. GARCI. Y al barro del burro, sí, señorROZ. Además, señores, y esto sí que merece una apaneresis... PASTRANA. Amonestación. ROZ. "Al ver el ladrón que iba a ser aplaudido por los guardias, sacó una pistola y se levantó la tapa de los sexos." GARCI. Eso fué un lapso. ROZ. Un lapso... al cuello, amigo Garcillán. Y yo pregunto: ¿Por qué se incurre constantemente en estas falencias? PASTRANA. ¿Errores?    ROZ. ¿Es que el personal es poco orsado? PASTRANA. ¿Versado? GARCI. El personal, señor Roz, es orsado, versado, adecuado, honrado, y está cansado, volado y jorobado de estar mal pagado. CALA. Pues así estamos todos. Se advierte, pues, que si algo no le falta a El Clamor, es esa creatividad lingüística que a través del sainete creó, incluso, una suerte de argot chipén del madrileño castizo, por ejemplo, un arte en el que Arniches destacó con verbo propio. La obra tiene algunas referencias que me han llegado también al cogollo biográfico, porque, cuando se planea la “resurrección” del secuestrado, y se piensa en un gran acto de “bienvenida” al mundo de los vivos, se habla de la intervención de la rapsoda argentina Berta Singerman, quien, a sus 27 años era ya la celebridad a quien yo fui a ver, lleno de fervor poético, en una actuación en el Teatro Lara de Madrid con 15 años recién cumplidos y donde escuché por primera vez obras de Lorca, de Neruda, de Machado, de Alberti, de León Felipe… en una interpretación que entonces me pareció fascinante y que ahora sé que fue irrepetible. El Clamor, así pues, es una obra, como digo, que bien merece los honores del reestreno, y aficionados al teatro hoy que lo agradecerían de corazón y no tanto de diafragma, porque garantiza las carcajadas.

martes, 2 de mayo de 2017

“Breviario para políticos”, de Giulio Mazarino, un barroco menor.


Mazarino, por Robert Nanteuil

La teoría de la opacidad como arma política o el Breviario para políticos del cardenal laico Giulio Mazarino, sucesor de Richelieu.


A diferencia del cardenal Richelieu, al que la literatura encumbró a la categoría de villano sin par en Los tres mosqueteros, de Dumas, su sucesor, Jules Mazarino o, en su italiano natal, Giulio Mazzarino, aun a pesar de ser parte de la trama de la continuación de la obra, Veinte años después, no ha logrado ser fijado en el imaginario popular con los rasgos casi mefistofélicos de Richelieu y, por lo tanto, su mera existencia no pasa de ser un dato histórico “menor” que no se corresponde en absoluto con el poder real y la influencia decisiva que tuvo en la Historia de Francia, como co-regente con Ana de Austria del reino francés durante la minoría de edad de Luis XIV y, después, como Primer Ministro y hombre con quien el rey consultaba todos sus pasos políticos. Estamos ante un cardenal laico, recibió el título de Richelieu sin haber profesado nunca, y ante un caudal de experiencia política que quiso plasmar en el Breviario para políticos al que le presto hoy atención más por curiosidad que, propiamente, porque la obra tenga un interés que sobrepase el de la anécdota. Tengamos presente que desde el siglo XVI se han publicado en Europa auténticos tratados políticos de un alcance al que el de Mazarino ni siquiera se aproxima: El príncipe, de Maquiavelo; el Político, de Gracián; el Tácito español ilustrado con aforismos, de Barrientos, los Aforismos políticos y civiles de Francesco Guicciardini o, finalmente, los que me parecen más cercanos al libro de Mazarino: los Aforismos de las cartas españolas y latinas de Antonio Pérez, cuya experiencia de gobierno sí que puede ponerse en parangón con la de Mazarino. El cardenal ful, amante de la madre de Luis XIV, consiguió llegar al final de sus días sorteando una revolución contra su política fiscal, la conocida como La fronda -que lo envío al exilio- , y convertido en el hombre más rico de Francia, a la que legó todos sus bienes, dicho sea en su favor. Mazarino estudió en España, en Alcalá y Salamanca, fue diplomático del Vaticano y, finalmente, mano derecha de Richelieu, quien lo propuso como su sucesor. Es conocida la anécdota apócrifa que nos habla del escepticismo con que Luis XIV recibió la noticia de su fallecimiento: - Majestad, el cardenal Mazarino ha entregado su alma a Dios. A lo que el rey sin inmutarse contestó: - ¿Estáis seguro de que Dios la ha aceptado? A este Breviario para políticos, así pues, lo avala la dilatada experiencia en ese campo del cardenal y el haber dedicado toda su vida al estudio minucioso de seguidores y detractores con idéntico afán, porque nunca sabe nadie de dónde puede venir el golpe que te derriba desde lo más alto al mayor estado de necesidad. La obra nos ofrece un a modo de resumen de los aforismos más destacados, a los que tilda de axiomas  y que me parece forzoso que figuren en el inicio de esta revisión de sus máximas, porque señalan indiscutiblemente los ejes ideológicos que atraviesan el tratado:
Ten siempre presente estos cinco preceptos:
1.       Simula.
2.       Disimula.
3.       No te fíes de nadie.
4.       Habla bien de todo el mundo.
5.       Piensa antes de actuar.
No existen los amigos. Solo existen personas que fingen amistad.
Cuidado: tal vez en este mismo momento alguien -¡a quien no ves!- te está observando o escuchando.
A partir de ahí, se echa de ver la naturaleza precavida de quien se sabe diariamente en riesgo, rodeado, acaso, e más enemigos que de amigos, aunque estos sean tan poderosos como la mismísima realeza gobernante. Ni el vuelo especulativo y conceptual del cardenal, ni los firuletes trazados por el mismo, hacen de este Breviario una obra imprescindible, pero no es menos cierto que, por ser de quien son, merecen estos aforismos ser leídos y, como no puede ser de otra manera, muchos de ellos seguidos, porque el libro está compuesto siguiendo el modelo de los doctrinales de príncipes, los specula principum, que hunden sus raíces en la antigua literatura persa y llegan, prácticamente, hasta el siglo XVI, a modo de enseñanza escarmentada para el futuro rey Luis XIV. Ignoro hasta qué punto el joven rey hizo suyos estos preceptos, pero no cabe duda de que se destila en ellos una sabiduría práctica que puede entenderse incluso como un desvelamiento de la propia psicología de Mazarino. He elaborado una clasificación de los aforismos que, aunque de forma precipitada y sin excesiva maduración, pueden ayudarnos, al menos en este botón de muestra que es esta entrada de mi Diario, a ver algunos aspectos esenciales de lo que el Breviario contiene. Del libro se extrae una concepción del ser humano en la que destaca más lo que este tiene de funcional que de esencial, porque Mazarino contempla la vida de las personas como movimientos de las piezas del ajedrez en el tablero de las relaciones políticas y sociales. Destaca, siguiendo esa idea tan eminentemente pragmática de las personas, la concepción policíaca de la sociedad, de lo que se deriva poco menos que la necesidad de un aparato de espionaje total al servicio del poder. Que nada acontezca sin que el Poder esté informado totalmente de todos los extremos del asunto. El poderoso, por otro lado, ha de ser una persona ajena a los vicios comunes, un asceta que contempla desde su desasimiento de ellos, las miserias ajenas y “juega” con ellas en su propio interés. La teoría del desengaño barroco parece presidir la mayoría de los aforismos del Breviario, todos ellos nos parecen fruto de quien ha escarmentado en cabeza ajena y ha sacado notable provecho de las lecciones. He de reconocer, no obstante, que estos aforismos más propiamente deberían considerarse como avisos, un viejo género admonitorio que se atiene más a lo que podríamos considerar “reglas de bien vivir” que a lo que hoy en día entendemos por aforismo, un género indisociable de la expresión ingeniosa, vistosa, paradójica, metafórica, en definitiva, una conquista del estilo que llama más la atención, a veces, por la exquisitez de una forma que deviene, per se, contenido. Mi torpe clasificación los ha dividido en “generales”, aquellos que expresan un pensamiento no ceñido a las circunstancias ni determinaciones del presente:
·        Ciertamente solo el azar determina las acciones de los hombres.
·        La divina Providencia ha querido que olvidemos con facilidad nuestras mentiras. [Ello permite que quienes lo hacen se traicionen con facilidad al cabo de poco tiempo de haberlo hecho.]
·        Si a veces está justificado abandonar el recto camino de la virtud, que no sea para adentrarse en el del vicio.
·        No te metas en varia empresas a la vez: no te admirarán por tu dispersión. Es preferible triunfar en una sola, pero espectacular. Hablo por experiencia.
·        No escatimes favores que nada te cuestan.
·        Todo el mundo sabe que prometer no es más que una forma de no dar nada y de ser generoso solo de palabra.
·        No hay que fiarse demasiado de las palabras de los sabios: rebajan tanto su superioridad que la reputación de los demás resulta realzada en exceso.
·        En el mundo en que vivimos, incluso los actos más indiscutiblemente virtuosos son criticados; a fortiori los que pareen discutibles.
·        Por muy alto que se haya llegado, siempre hay que mirar más arriba.
·        Si alguien te manifiesta su odio, has de saber que este sentimiento siempre es auténtico: el odio, a diferencia del amor, no sabe de hipocresías.
·        Es evidente que, cuando se trata de honores los hombres no distinguen la apariencia de la realidad.
·        Antes de decidirte a hacer una innovación, plantéate cuatro cuestiones:
- ¿Esta innovación me va a resultar provechosa o perjudicial?
- ¿Seré capaz de imponerla?
- ¿Está de acuerdo con mi condición?
- ¿Cuento con la estima de aquellos a quienes va a afectar?
·        A la gente siempre le cuesta creer lo que excede demasiado
En lo tocante a lo que yo he reunido como pertenecientes al  “autodominio”, aspecto clave de la personalidad del gobernante, porque no puede estar sujeto a los vaivenes de las emociones o la espontaneidad sin cálculo, se advierte enseguida la naturaleza taimada y precavida del cardenal:
·        Procura que tu rostro no exprese jamás ningún sentimiento concreto, sino tan solo una especie de perpetua amabilidad.
·        No cuentes nunca con el beneficio de la duda. Es más, convéncete de lo contrario. De modo que es esencial que no te relajes en público, ni aun en presencia de un único testigo.
·        Si estás desesperado por un asunto endiabladamente complicado, es inútil obstinarte: más vale despejar la mente con algunas diversiones honestas y un poco de ejercicio.
·        Ten pocos amigos. Frecuéntalos poco. De este modo evitarás que olviden la consideración que te deben.
·        Adopta como regla absoluta y fundamental no hablar nunca de nada a la ligera -ni bien ni mal-.
·        Aunque estén perfectamente justificados, no desveles nada de tus proyectos políticos o, al menos, habla tan solo de aquellos de los que estás seguro que serán bien acogidos por todo el mundo.
·        No te burles de tus rivales, abstente de provocarles y, cada vez que consigas un triunfo, conténtate con el placer de la victoria sin vanagloriarte de palabra o de obra.
·        No defiendas nunca medidas demagógicas.
·        No actúes ni decidas en estado de euforia o exaltación, cometerías torpezas que te harían caer en las trampas.
·        Si alguien se equivoca por ignorancia, que no pueda deducirse de tus preguntas que tú en su lugar habrías cometido el mismo error, porque eres igualmente ignorante.
·        No consideres un deber ocultar tus emociones cuando te ocurre una desgracia ya que, cada vez que permanezcas en silencio, la gente podría deducir automáticamente que acabas de sufrir un duro golpe.
Del apartado del “estado policial”, solo quiero destacar un aforismo, de los muchos que hay, excesivamente obvios, como precedente de regímenes que, mucho tiempo después, les tomaron el relevo a las monarquías absolutistas defendidas en el Breviario:
Procúrate información sobre todo el mundo, no confíes tus secretos a nadie, pero pon todo tu empeño en descubrir los de los demás. Espía para ello a todo el mundo, y de todas las formas posibles.
El apartado que se refiere a los avisos relacionados con la “psicopatología de la vida cotidiana”, digámoslo con términos freudianos, es, acaso, el más entretenido desde el punto de vista lector, porque en él se manifiesta, más allá del maquiavelismo del autor,  una atención al detalle cotidiano que revela un talante observador y reflexivo cuyas observaciones están muy lejos, por supuesto, de las Máximas de La Rochefoucauld, quien, sin embargo, por la diferencia de edad, hubo de tenerlo como referente del ejercicio del poder en su Contradecirse a menudo es el signo más claro de infamia en una persona. Ten por cierto que el individuo que se contradice no tendrá ningún reparo en robarte.
·        Recuerda siempre que los hombres cuya vida está dominada por los placeres del vino o de la carne son prácticamente incapaces de guardar un secreto: los unos son esclavos de sus amantes; los otros, después de haber bebido, no pueden evitar hablar a tontas y a locas.
·        Recuerda que un hombre se confía con cierta facilidad a la mujer o al muchacho del que está enamorado. [Sorprende, en efecto, la liberalidad amorosa platónica de que hace gala el cardenal-]
·        Se reconoce a las personas incultas por su afición a lo ostentoso y a lo chillón en la decoración y el mobiliario de su casa.
·        A algunas personas les encanta explicar sus sueños. Aprovecha esta inclinación y háblales de su tema favorito, preguntándoles toda clase de detalles: aprenderás muchas cosas sobre los secretos de su corazón. Si, por ejemplo, alguien pretende sentir afecto por ti, busca la ocasión de hacerle hablar de sus sueños: si nunca sueña contigo, es que no te quiere.
·        Para mantener el deseo, para aguzarlo, vale más sugerir que dar.
·        Trata como amigos a los sirvientes de aquel cuya amistad pretendes. Te será más fácil comprarlos si algún día necesitas que traicionen a su señor.
·        Si alguien se expresa con mucho ardor, cuando habitualmente no se apasiona nunca por nada, es seguro que no dice lo que piensa.
·        En la medida de lo posible, no prometas nada por escrito por insignificante que sea, sobre todo a una mujer.
·        Hay dos formas de prudencia. La primera consiste en no confiar nunca enteramente en nadie; recuerda que son raras las amistades que nunca decepcionan. La otra forma de prudencia se confunde con los principios del decoro que nos prohíben decir las verdades a las personas y señalarles espontáneamente sus errores para que modifiquen su conducta.
Los que he agrupado bajo el epígrafe de “fisonomía del mal” son aquellos que ven en los rasgos físicos de las personas inequívocas cualidades morales, una práctica que pertenece propiamente a la especie como tal, porque eso de que la cara es el espejo del alma no hay civilización humana que no lo tenga en su acervo cultural como verdad incuestionable. Recordemos, sin ir más lejos, el prejuicio contra los pelirrojos, por creerse que Judas, el traidor, lo fue, o la actual discriminación asesina de los albinos en África,  por ejemplo:
·        Desconfía de los hombres bajos: son obstinados y arrogantes.
·        A casi todos los mentirosos se les forman hoyuelos en las mejillas cuando sonríen.
·        No des consejos a personas irascibles y violentas: los seguirán mal y, además, te culparán de sus fracasos.
·        Evita a los desequilibrados, a los desesperados: siempre son peligrosos.
·        No trates con charlatanes, esos seres funestos que repiten sin cesar todo lo que se dice a quien quiera escucharles.
El apartado final lo he reservado para todo lo relacionado con la “simulación”, que es el auténtico contenido barroco por excelencia y, para el gobernante, una necesidad de primera magnitud:
·        Actúa siempre como el defensor de las libertades del pueblo.
·        Adopta un aire modesto, ingenuo, amable, finge una ecuanimidad perpetua. Felicita, agradece, muéstrate disponible, incluso con aquellos que no han hecho nada para merecerlo.
·        Guarda siempre algunas fuerzas de reserva para que nadie pueda conocer los límites de tu capacidad.
·        No des la impresión de mirar fijamente a tu interlocutor, no te frotes la nariz, ni la frunzas, evita adoptar un aire triste y sombrío. No gesticules en exceso, mantén la cabeza erguida y un tono algo sentencioso.
·        No demuestres más que en contadas ocasiones sentimientos demasiado vivos, como alegría o sorpresa
·        Si alguien te sorprende cuando estás leyendo, haz como si estuvieras hojeando rápidamente la obra que tienes en la mano, para evitar que se adivine qué es lo que suscita tu interés.
·        Si decides promulgar nuevas leyes, empieza demostrando la imperiosa necesidad a un consejo de expertos, y prepara esta reforma con ellos. Luego, legisla sin hacer caso de sus consejos, como buenamente te parezca.
·        Guarda para ti lo que sabes y finge ignorancia. El que ofende a menudo cobra antipatía a la víctima.
·        Lo más importante es aprender a ser ambiguo, a pronunciar discursos que puedan interpretarse tanto en un sentido como en otro para que nadie pueda resolver. Practicar la ambigüedad es a menudo necesario. (…) Utiliza con habilidad el optativo, la anfibología, la invocación oratoria, en resumen, todas las figuras retóricas tras las que puedes ocultarte.
·        Disimula los vicios ajenos o discúlpalos. Disimila también tus sentimientos, y no dudes incluso en fingir sentimientos contrarios. En la amistad, piensa en el odio; en la alegría, e la desgracia.
·        Nunca digas “no” de inmediato; entrégate antes a largas consideraciones que, inevitablemente, acabarán en una… negativa.
·        Entrénate en la simulación de todos los sentimientos que puede serte útil manifestar, hasta estar como imbuido de ellos. No reveles a nadie tus verdaderos sentimientos. Maquilla tu corazón como se maquilla un rostro. Que las palabras que pronuncies, y hasta las inflexiones de tu voz, compartan el mismo disfraz. No olvides nunca que la mayoría de las emociones se leen en el rostro. De modo que, si tienes miedo, reprímelo repitiéndote que eres el único que lo sabe.
·        No amenaces jamás a un hombre al que tengas intención de hundir: estaría sobre aviso.
·        Evita las rupturas violentas. Aunque tu amigo tenga toda la culpa y tú tengas toda la razón, reprime la animosidad que puedas albergar. Perdónales pero, en tu fuero interno, ahoga poco a poco todo sentimiento de afecto hacia él; deja que en el fondo de tu corazón se vayan deshaciendo uno por uno los lazos de la amistad.
·        Habla siempre afectando sinceridad, haz creer que cada frase que sale de tu boca surge directamente del corazón y que tu única preocupación es el bien común.
·        Lo mejor es no mencionar nunca las virtudes de tus amigos y ocultar sus vicios.

Y hasta aquí esta breve selección, espero que suficiente, del Breviario para políticos del cardenal laico Mazarino. Quizás hubiera debido acortar la selección y entrar en la consideración detallada de un pensamiento realmente tópico, por lo que se refiere a las concepciones antropológicas, políticas y sociales que aquí se exhiben, pero me ha parecido que son contenidos demasiado obvios como para castigar al intelector con excesos hermenéuticos que no vienen a cuento. Nos reservamos para la próxima entrada platónica que, azar de azares, comienza por el diálogo titulado El político o de la realeza.