sábado, 31 de octubre de 2015

“La escuela moderna”, de Francesc Ferrer i Guàrdia: actualidad de una propuesta pedagógica revolucionaria.






      La escuela moderna: La insólita peripecia vital de un pedagogo anarquista cuya obra deja obsoletas muchas de las propuestas educativas actuales o cuando ideología y vida aún cabían inextricablemente en las biografías.


Al margen de lo chocante que resulta saber que la nueva alcaldesa de “la gente” de  Barcelona escogiera a un aventurero político como Companys en vez de a un pedagogo anarquista para rendir tributo a su memoria, habiendo sido ambos fusilados en el Castillo de Montjuïc el mismo día de diferente año, me temo que sea entre poco y nada lo que quede en la memoria ciudadana, y aun profesional, de la vida y la obra del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia, un teórico del anarquismo pedagógico y del político, si bien al primero dedicó todos sus esfuerzos profesionales y propiamente su vida.
A principios del siglo XX , las mentalidades forjadas en el XIX aún tenían ciertos componentes heredados que, a día de hoy, incluso nos resultan sorprendentes, cuando no contraproducentes. La vida de Ferrer y Guardia tiene mucho de vida agitada al servicio de sus ideas republicanas, primero, y anarquistas después, lo que lo llevó al exilio en París, adonde fue en compañía de su mujer Teresa Sanmartí, con  quien tuvo cuatro hijos y con quien, como en cualquier divorcio de nuestros días, a punto estuvo de aparecer en la sección de sucesos de los diarios, mucho antes de su ejecución política como inspirador –le acusaron– de la insurrección de La Semana Trágica. El caso es que el desacuerdo con su mujer sobre la custodia de sus dos hijas mayores, llevo a su mujer a intentar asesinarlo. Ferrer i Guàrdia no puso denuncia alguna, pero aún hubo otro intento de asesinato, con pistola, por parte de su mujer, ninguno de los cuales fue mortal para el pedagogo. Más adelante se casa con Leopoldine Bonnard, una pedagoga, con quien tiene un hijo, Riego, de quien, finalmente, también se separará para acabar uniéndose con una colega de su obra pedagógica La Escuela Moderna, que puede llevar a buen término en Barcelona porque una antigua alumna suya francesa, Ernestina Meunier, le dejó una herencia de un millón de francos franceses. Decidido a poner en práctica sus ideales pedagógicos anarquistas, Ferrer i Guàrdia abre en Barcelona una escuela en la que, con algunas épocas de cierre forzado por la autoridad, va a ejercer su magisterio durante un periodo de ocho años, de 1901 a 1909.
La reflexión pedagógica suele, como el sueño de la razón, alumbrar no pocos monstruos, como bien sabemos quienes fuimos impelidos a aplicar un sistema, el constructivista de la LOGSE, que ha acabado prácticamente con la escuela pública, antes con cierto prestigio, en detrimento de la escuela concertada y privada, refugio de quienes buscan, supuestamente, lo mejor para sus hijos. Es por ello que me he acercado con vivo interés al libro en el que Ferrer i Guàrdia reunió sus experiencias para transmitirlas a cuantos ejercen la indispensable labor de la enseñanza, en cualquier nivel, porque todos, desde Parvulario hasta la Universidad son igualmente importantes, al funcionar a modo de castillo humano, como los populares de  Cataluña, en los que la base ha de ser lo suficientemente fuerte como para poder elevar el resto de los pisos.
Sin tener una vocación definida como profesor, me acerqué a la profesión con una sola ambición: ser útil, y darles a mis alumnos aquello que, desde mi especialidad, la Filología Hispánica, me veía capacitado para ofrecerles: ayudarles a saber leer y escribir lo más correctamente posible, amén de conseguir, si ello fuera posible, un estilo propio, una manera personal de manifestarse oralmente y por escrito. Las derrotas han sido innumerables, magros los éxitos y por toneladas de ceniza muerta, sin rescoldo alguno, pueden contarse las indiferencias recogidas en las aulas. Más aún cuando las autoridades, especializadas en no dar a los alumnos aquello que les conviene, sino lo que desde su paternalista visión de la vida creen que ellos necesitan, decidieron ampliar la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años, modificando, además, la doble vía Bachillerato y Formación Profesional para conseguir arruinarlo todo. Hoy me estremezco al leer que quieren elevar tal disparate hasta los 18 años…
Ferrer i Guàrdia, a pesar de cierta convencionalidad de aspecto con que ha pasado a la posteridad en los retratos que se conservan de él, a partir de los cuales casi nadie podría deducir su ideología anarquista y revolucionaria, fundó una escuela, La Escuela Moderna, en la que pretendió llevar a la práctica un modelo de enseñanza que se apartaba radicalmente del que era común en su época. Lo sorprendente de la lectura de su libro es que muchos de aquellos principios y no pocas de las prácticas cotidianas en su revolucionaria institución aún lo son en nuestros días, como veremos inmediatamente. Tener capital suficiente para afrontar la creación de una institución como la suya fue el mejor golpe de suerte en su vida de que disfrutó Ferrer i Guàrdia, quien, en el exilio, vivió las estrecheces propias de quien ha de defenderse, como él lo hacía, dando clases de español. Es llamativo que, en vez de mejorar su condiciones de vida, invirtiese ese millón de francos en la creación de una escuela que permitiese a sus alumnos prepararse para ser los forjadores del futuro del país a partir de la forja de sus propias personas, porque la voluntad de transformación social de la Escuela Moderna es tan inequívoca como el proyecto de contribuir a la formación individual de la persona, de quien ha de depender la primera, siguiendo su pensamiento anarquista. Al margen de su labor académica, Ferrer i Guàrdia fue el editor de un diario La Huelga General, que fue suspendido porque uno de sus redactores, Mateo Morral, fue el anarquista que lanzó la bomba contra la carroza real que llevaba al recién casado Alfonso XIII por las calles de Madrid, la cual, al tropezar con el tendido del tranvía, acabó matando a 25 personas que contemplaban el paso de la comitiva real, en vez de acabar con la vida del rey, quien salió ileso. Ferrer i Guàrdia también fue detenido, así como Soledad Villafranca, amante de Morral, pero ambos fueron absueltos. Soledad Villafranca, profesora de La Escuela Moderna, y anarquista como Morral y Ferrer, acabó siendo la última pareja del pedagogo, después de separarse éste de Leopoldine Bonnard, quien permaneció en Francia
[Dejo anotada aquí la sugerencia de investigar sobre esa notable mujer, Soledad Villafranca, porque a quien lo haga le será muy fácil sacar una novela biográfica muy digna de leerse con apasionado interés, a poco que sepa escribirla sin una retórica demasiado desaliñada]. 
Mateo Morral, cuya vida daría pie para una entrada de este y de cualquier Diario, huyó después del atentado, pero fue detenido en una venta cerca de Torrejón de Ardoz. Lo delató, al parecer, el acusado contraste entre sus finas maneras burguesas y su atuendo, un mono de mecánico, además del fuerte acento catalán. En el curso de la detención, fue ejecutado en oscuras circunstancias que impidieron resolver el misterio de aquel atentado, porque el informe oficial habla, contra la lógica indiciaria del examen forense, de que Morral mató al guardia que lo custodiaba y acto seguido se suicidó. La historia de Mateo Morral y su relación con él forma parte, sin duda, de las pruebas que, por instigación de La Semana Trágica, se presentaron en su contra en el juicio en el que acabó siendo condenado a muerte, lo que provocó una ola de protestas a nivel internacional que volvería a repetirse, no mucho después, en agosto de 1927 por el proceso a los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Una característica esencial del proyecto pedagógico de Ferrer i Guàrdia en aquella época represiva es la coeducación, algo que choca frontalmente con la separación por sexos de la enseñanza estatal, excepto en la escuela rural, donde sí está permitida esa coeducación por mor de las circunstancias propias de tales escuelas. Ciertas corrientes pedagógicas insisten hoy, por ejemplo, en la separación de sexos como una vía que permita, sobre todo a las mujeres, desarrollar plenamente su potencialidad académica, algo que el contacto con los chicos tiende, a veces, a inhibir, por razones obvias. La coeducación va asociada a la reivindicación del nuevo papel que ha de desempeñar la mujer en la sociedad como portadora de la igualdad de derechos, una igualdad que, en aquel momento, no alcanzaba ni siquiera al derecho al voto, que aún habría de esperar a la Segunda República para ser conseguido. La igualdad de sexos, así pues, patentizada en la acción diaria de La Escuela Moderna es, por tanto, una seña de identidad clarísima del motor revolucionario que supuso la institución de Ferrer i Guàrdia, la cual fue atacada por la prensa conservadora de una manera casi encarnizada. Pero para Ferrer i Guàrdia era evidente que la dona no ha d’estar reclosa a la llar. El radi de la seva acció ha de dilatar-se enfora de les parets de la casa: aquest radi hauria d’arribar fins on arriba i acaba la societat.
A pesar de ser una escuela privada, la suya, se impuso como norma de admisión que se pagara la matrícula y las cuotas mensuales en función de las posibilidades económicas de las familias, lo que significaba que había quienes apenas pagaban nada y otros que pagaban por ellos y por buen número de quienes no podían pagar nada. Es evidente, pues, que la escuela funcionaba a partir de personas vinculadas muy estrechamente al ideario que impulsaba Ferrer i Guàrdia, por lo que éste pudo sacar adelante tan particular institución que él asemejaba, si hubiera de buscar un ejemplo en el resto del país, a la Institución Libre de Enseñanza. Lo que distinguía a una de otra era la orientación anarquista de la de Guàrdia y la burguesa dela ILE, si bien ambas instituciones compartían la enseñanza racional, la experimentación, el contacto del alumno con la realidad, la enseñanza práctica y la formación individual del carácter.
La Escuela Moderna, a diferencia del modelo educativo catalán actual, por ejemplo, no se planteaba “adoctrinar” a los alumnos, sino formarlos para que, desde el respeto a su autonomía, ellos fueran apropiándose de las herramientas que les permitieran formarse una idea de ellos mismos y de la realidad en que vivían: [els nostres alumnes] quan s’emancipin de la racional tutela del nostre Centre, continuaran essent enemics mortals dels prejudicis; seran intel·ligències substantives, capaces de formar-se conviccions raonades, pròpies, seves, sobre tot allò que sigui objecte del pensament. Y ello siguiendo algo que hoy en día casi nos parece a muchos educadores un insulto a la corrección política defendida por no pocos manipuladores de conciencias, en estos tiempos en los que parece que solo sea políticamente correcto la exigencia de derechos sin contraprestación de deber alguno: Ensenyarà els veritables deures socials, de conformitat amb la justa màxima: No hi ha deures sense drets; no hi ha drets sense deures. Sí, me parece evidente que la pedagogía respetuosa con el educando de Ferrer i Guàrdia dista años luz de los intentos de todas las leyes educativas forjadas en la actual atapa democrática española por modelar a ese alumnado a partir de ideologías específicas, sean de derechas o de izquierdas. Recordando aquel célebre artículo de Manuel Vicent, a los pedagogos actuales podríamos decirle: “¡No pongas tus sucias manos sobre esos discentes!” De eso es de lo que se trata en el libro donde Ferrer i Guàrdia hizo una recapitulación de su aventura pedagógica. Quiero aportar un presupuesto de la nueva Escuela Moderna que, a quien lo lea, le hará reflexionar hasta qué punto el sistema educativo nacionalsecesionista catalán se sitúa en las antípodas de la razón: L’Escola Moderna actua sobre els infants: els prepara per l’educació i la instrucció per a ser homes, i no anticipa amors ni odis, adhesions ni rebel·lies, que són deures i sentiments propis dels adults: en altres paraules, no vol collir el fruit abans d’haver-lo produït pel seu propi conreu, ni vol atribuir una responsabilitat sense haver dotat la consciencia de les condicions que han de constituir-ne el fonament: els nens han d’aprendre a ser homes i quan ho siguin, en el seu moment, que es declarin en rebel·lia.
En estos tiempos de extendidos adoctrinamientos de todo tipo, pero sobre todo nacionalistas, resulta curiosa la reacción de Ferrer i Guàrdia cuando un nacionalista catalán le sugirió que llevara a cabo su obra en catalán: Hi va haver, per exemple, qui inspirat en mesquineses de patriotisme regional, em va proposar que l’ensenyament es fes en català, empetitint així la humanitat i el món als escassos milers d’habitants que caben en el racó format per part de l’Ebre i els Pirineus. Ni en espanyol l’establiria jo –vaig contestar al fanàtic catalanista–, si l’idioma universal, reconegut com a tal, ja l’hagués anticipat el progrés. Abans que el català, cent vegades l’esperanto. Leyendo esta furibunda reacción no le extraña a uno, como es lógico, que la alcaldesa independentista de Barcelona prefiriera homenajear a un golpista como Companys antes que a un liberador de servidumbres como Ferrer i Guàrdia. Supongo que el respeto integral a la capacidad de decisión de los seres humanos que no advertimos en el movimiento secesionista catalán es incompatible con la visión anarquista de Ferrer i Guàrdia, para quien la missió de l’Escola Moderna consisteix a fer que els nens i les nenes que li són confiats arribin a ser persones instruïdes, verídiques, justes i lliures de qualsevol prejudici. Amb aquesta finalitat, substituirà l’estudi dogmàtic pel raonat de les ciències naturals. Excitarà, desenvoluparà i dirigirà les aptituds pròpies de cada alumne, per tal que amb la totalitat de la pròpia vàlua individual, no solament sigui un membre útil a la societat, sinó que, com a conseqüència, enlairi proporcionalment el valor de la col·lectivitat. Supongo que los neopaleocomunistas de las miles de plataformas que dicen representar a “la gente”, advertirán en esas ideas de Guàrdia poco menos que un individualismo capitalista que les parecerá aberrante.
Hace unas semanas tuve el placer de leer un artículo de Joselu en su extraordinario blog, Profesor en la Secundaria, donde se hacía un elogio de la alegría como fundamento del acto pedagógico. Sin alegría no se puede estudiar, sin alegría no hay posibilidad de que el acto educativo cumpla con su finalidad, sin alegría, venía a decir, cualquier intento formador nace muerto. No me sorprendió el planteamiento, porque eso es algo de lo que cualquier profesor sin orejeras, pero no quienes lucen las ojeras del amargo desencanto profesional, se da cuenta a poco de empezar su práctica educativa. Otra cosa es cómo conseguir ese bendito clima en el aula alrededor de ciertas materias más dadas a la aridez que otras, claro está. En cualquier caso, lo que me llamó la atención fue la coincidencia entre el renovado esfuerzo creativo-profesional de Joselu y el planteamiento pedagógico de Ferrer i Guàrdia con más de un siglo de distancia: ambos, por supuesto, a la vanguardia de los movimientos de renovación pedagógica. Joselu mezcla la alegría con otro concepto venido de allende la mar océana, la gamificación, que también aparece en la teoría de Guàrdia, lo que constituye, sin duda, una coincidencia sorprendente. He aquí lo que sostenía Ferrer i Guàrdia al respecto: L’alegria, com afirma Spencer, “constitueix el tònic més poderós; tot accelerant la circulació de la sang, facilita millor l’acompliment de totes les funcions; contribueix a augmentar la salut quan n’hi ha, i a restablir-la quan s’ha perdut. El viu interès i l’alegria que els infants experimenten en els entreteniments són tan importants com l’exercici corporal que els acompanya. Per això la gimnàstica, que no ofereix aquests estímuls mentals, resulta defectuosa…” Però, hem de dir amb el pensador al·ludit: una mica és millor que res. Si haguéssim d’escollir de quedar-nos sense joc i sense gimnàstica, o acceptar el gimnàs, de seguida, amb els ulls tancats, optaríem pel gimnàs. Els jocs, d’altra banda, mereixen en la pedagogia un altre punt de vista i una major consideració, si es vol. És d’absoluta necessitat que es vagi introduint substància del joc a l’interior de les classes. [Al països més cultes] no s’ha fet altra cosa, per realitzar aquesta finalitat, que arrencar d’arrel, de les sales de les classes, el mutisme i la quietud insuportable, característiques de la mort, i portar-hi, a canvi, el benestar, la intensa alegria, la joia. La joia, la intensa alegria del nen a la classe, quan comparteix l’ambient amb els col·legues, s’assessora amb els llibres, o està en companyia i intimitat amb els Mestres, és el senyal infal·lible de la seva salut interna: de vida física i de vida d’intel·ligència. Esa insistencia en la seriedad del juego, lo mismo que en la práctica del ejercicio físico -¡hoy sabemos que el ejercicio aeróbico es capaz de generar nuevas neuronas y se ha convertido en la principal terapia contra la depresión profunda!– es algo que debió de chocar lo suyo en aquellos tiempos encorsetados y envarados, en los que la ignorancia del propio cuerpo y de sus necesidades, a todos los niveles, formaba parte del “orden natural de las cosas”. Ferrer i Guàrdia, desde esa perspectiva, puede ser considerado como un avanzado de tantas y tantas terapias como nos ofrecen hoy mejorar nuestra vida con poco esfuerzo: Taylor diu: “S’hauria d’ensenyar els infants a jugar amb la mateixa cura que més tard se’ls ensenyarà a treballar…” A més, el joc és apte per a desenvolupar en els infants el sentit altruista. El nen, en general, es egoista, i en aquesta fatal disposició hi intervenen moltes causes, essent la principal de totes la llei d’herència. De la qualitat indicada es desprèn el natural despòtic dels infants, que els porta a voler manar arbitràriament els altres amiguets. En el joc és on hem d’orientar els infants perquè practiquin la llei de la solidaritat. Les prudents observacions, els consells i les reconvencions de pares i professors s’han d’encaminar, en els jocs dels infants, a provar-los que es treu més utilitat si s’és tolerant i condescendent amb l’amiguet que no pas si s’és intransigent: que la llei de la solidaritat beneficia els altres i el que la produeix.
Hay otros aspectos de la Escuela Moderna algo más obvios y que responden a la situación social propia de la época, como la lucha por la racionalidad científica y contra las supersticiones, sobre todo las de la religión católica, sobre las que no merece la pena detenerse. Sí conviene hacerlo, sin embargo, ahora que está tan de moda el debate acerca de la teoría constructivista de la enseñanza, sobre la opción de Ferrer i Guàrdia por la creación propia de los materiales educativos, algo a lo que le dedicó mucho tiempo y dinero, porque editó buena parte de los utilizados en la Escuela Moderna. Igualmente, su teoría contraria a los exámenes y a las calificaciones escolares que dividen a los alumnos estigmatizándolos e incluso provocándoles malestares de índole física incompatibles con el proyecto de crear seres libres que no vean la competencia como un valor, sino que reserven ese lugar de privilegio a la solidaridad, la única alternativa para construir la sociedad sin clases que él preconizaba. Es enérgica su denuncia contra la enseñanza oficial, contra el uso de los manuales, contra el poder casi omnímodo de la Iglesia católica en el ámbito de la enseñanza, etc.  Pero lo que quiero destacar con algún énfasis es la coincidencia que he advertido entre una parte de la teoría de la Escuela Moderna y las teorías pedagógicas de Pedro Montengón, exjesuita ilustrado exiliado, expuestas en su novela Eusebio, de clara raigambre rousseauniana, sobre quien escribí  una entrada en este Diario, y que defienden la preeminencia del aprendizaje inicial de un oficio, algo que choca con la soberbia educativa de nuestros próceres políticos actuales, empeñados en conseguir seres renacentistas duchos en humanidades y ciencias para acabar, en realidad, expulsando del sistema a quienes han de dejarlo sin siquiera la oportunidad de hacerse con un oficio del que poder vivir con un mínimo de dignidad. Dice Guàrdia: En comptes de fonamentar-ho tot sobre la instrucció teórica, sobre l’adquisició de coneixements que no tenen significació per a l’infant, es partirà de la instrucció pràctica, aquella l’objectiu de la qual se li mostrio clarament, és a dir, es començarà ler l’ensenyament del treball manual. (…) Un home i un infant sans tenen necessitat de treballar; ho prova la història sencera de la humanitat. (…) L’ofici té la lógica inflexible: guía el treball millor que no ho podriea fer l’alta ciencia. (…) Fàcilment es pot comprendre que qualsevol ofici en els nostres diez, per ser convenientment conegut i exercit, va acompanyat d’un treball intel·lectual. (…) A mesura que l’infant avanci en l’aprenentatge, se li presentarà la necessitat de saber, d’instruir-se, i laeshores s’haura de vigiñar de no ofegar aquesta necessitat, ans al contrari, una vegada sentida i manifestada, se li facilitaran els mitjans de satisfer-la. En Eusebio, el instructor del personaje le insiste en que ha de aprender el oficio de cestero mediante el cual poder mantenerse, satisfacer sus mínimos vitales, para, después, dedicarse a menesteres intelectuales de más enjundia, como el estudio de los clásicos.
En términos generales, así pues, las líneas básicas de la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia implican una concepción pedagógica de inesperada vigencia que convendría incluir en los estudios para la formación del profesorado, del mismo modo que las teorías socializadoras de Paul Goodman, el anarquista usamericano coautor del célebre manual teórico de la terapia Gestalt con Fritz Perls. Como prueba de que mi intuición no debe de andar muy lejos de la realidad, adjunto fotografía de una nota hallada en el libro de la Biblioteca de la Facultad de Pedagogía en la que se detalla una referencia bibliográfica a la que hace unos días me había acercado por rutas que nada tienen que ver con este acercamiento a Ferrer i Guàrdia que he hecho por sorpresa, porque mi hija lo había sacado de dicha biblioteca.
En el texto de la nota hallada se lee: Paul Goodman –Ensayos utópicos y propuestas prácticas. BCN. Península, 1973. Acaso algún día caiga, como este de Ferrer i Guàrdia en mis manos, por pura ley del azar, y algo saque en claro.

P.S. Siguiendo una costumbre de otras entradas, he dejado sin traducir unos textos en catalán cuya comprensión no me parece difícil para cualquiera que conozca bien el castellano.


martes, 20 de octubre de 2015

“Història mínima de Catalunya” o las cuentas ajustadas a los mixtificadores secesionistas


                       

Del mito a la realidad: un libro de obligada lectura, Història mínima de Catalunya,  para tener auténticos y verdaderos elementos de juicio.

A pesar de su innegable interés, sobre todo por lo que tiene de historia desmitificadora de los pseudohistoricistas panfletos secesionistas  del catalanismo tradicionalista actualmente en el poder como institución autonómica y aspirante a continuar manteniéndolo como estado propio tan aislado políticamente como Corea del Norte, he de confesar que la lectura serena que he hecho de la Història mínima de Catalunya, de Jordi Canal, me ha renovado la insatisfacción que siempre me ha producido esa disciplina a medio camino entre las ciencias sociales, el periodismo poco exigente, la literatura y el panfleto político, es decir, la indefinición genérica por excelencia. Sería ingenuo que, a pesar de la descalificación precedente, no reconociera el prestigio que tiene la Historia en todas las sociedades, como eco del que tuvo en las pasadas, como bien lo señaló Cicerón: La Historia es testigo de las edades, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y heraldo de la Antigüedad. Ahora bien si consideramos que los testigos no son siempre de fiar, que la verdad anda más fragmentada que el átomo, que la memoria es de suyo flaca y quebradiza, que el magisterio suele caer en saco roto y que al heraldo le sobra heráldica y le faltan datos, de poco consuelo nos sirve el elogio ciceroniano. Más cerca andamos de la verdad si reconocemos, con Sartre, que incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo. En cualquier caso, y ya que de haberla, hayla,  Historia, lo más adecuado sería que la Historia se ajustara a la condición que a sus practicantes les impone aquel precursor de la Revolución Francesa que fue Fenelon: el buen historiador no es de ninguna época ni de ninguna nación; si bien me temo que en el caso que nos ocupa, la Historia de Cataluña, eso chocaría frontalmente con la convicción sectaria y facciosa de los apologetas secesionistas que no dudan en considerarse a sí mismo no solo historiadores, sino, además, los únicos objetivos y poseedores del relato histórico que se ajusta a la verdad como el famoso guante, aunque ellos le hayan aplicado a la historia de Cataluña la túnica de Deyanira, el lecho de Procusto y el buey de Falaris. Usan la Historia como “demostración”, más que como “mostración”.
         No voy a centrar esta entrada de mi Diario en una argumentación contra la Historia, por más que la tentación de ajustar cuentas con una disciplina tan tramposa sea harto poderosa. No excluso, como en el párrafo precedente, que aquí, allá y acullá deje caer, incidentalmente, alguna que otra crítica contra ella y contra sus terribles efectos en el seno de las sociedades cuando, como hemos visto en los fastos nefastos del Tricentenari de la Guerra de Sucesión (convertida por esos fastuosos despilfarradores de los dineros públicos en Guerra de Secesión), se utiliza como poderoso combustible por insensatos pirómanos políticos a quienes nada les importan los males, e incluso las tragedias, que de tales actividades se puedan derivar. Hay cultos patrióticos que arrasan incluso con la patria que pretenden preservar y defender.
         Ramón de Campoamor quizás no posea la auctoritas que este asunto de la Historia requiere, para que su opinión sea considerada libre de toda sospecha, pero cuando afirma: no creo en la historia antigua desde que he visto escribir la historia moderna, me siento inclinado a reconocérsela, sobre todo después de la lectura de un libro como Historia de un alemán, de Sebastian Haffner, quien vive la Historia trágica del pueblo alemán en la época de la conquista del poder por parte del NSDAP de Hitler sin apenas darse ni cuenta de cómo, casi insensiblemente, se iba extendiendo el dominio social del partido racista. Es obvio que Campoamor se refiere a la falta de nobleza e incluso a la trilería y a la corrupción políticas de su época, que es la de todas las épocas, por otro lado; pero a mí me interesa más esa vertiente de lo que Unamuno denominaba la “intrahistoria”, cuya representación en ese constructo indigerible y pretencioso al que llamamos Historia es mínima o inexistente. De hecho, incluso se ha editado ya una interesantísima Historia de la vida privada que se acercaría, más o menos, a lo que le interesaba a Unamuno, pero sin cubrirlo por completo. Ahí está el arte, y sobre todo la novela, para remediar las carencias de la Historia. Lo peor de ese remedio es la facilidad con la que los historiadores han acabado creyendo que lo suyo era construir un “relato” verosímil, antes que indagar sobre la verdad inequívoca de los hechos para ofrecérselos a los lectores en su elocuente desnudez. Hay un mucho de cocina demoscópica, digámoslo así, en ciertas elaboradas narraciones históricas.
         Desde el punto de vista del novelista, un libro de Historia es siempre un trampolín. Su interés siempre se dispara a lo que no se dice, hacia donde vuela disparado, acaso como el hombre-bala, desde el cañón de ciertos hechos o conductas a menudo incomprensibles o carentes de motivaciones plausibles. Lo que cualquier lector, sea novelista o no, no puede hacer es limitarse a asentir a una catarata de nombres y hechos tras los que se adivinan situaciones tan complejas como las propias que se viven, que vive cada cual, en el momento presente de la lectura. No discuto que la inclusión de “Mínima” en el título puede descargar de responsabilidad al historiador, Jordi Canal, en el caso de que no queden suficientemente colmadas las expectativas de los lectores respecto de lo que el resto del título promete, nada menos que una Historia de Cataluña; pero, en términos generales, y por encima de las virtudes de este libro, que son muchas, desde el punto de visto del afán de objetividad, sobre todo, queda un poso de insatisfacción que se acrecienta a medida que nos acercamos al siglo XXI. No sé si el afán sintético es incompatible con la Historia, aunque Pierre Villar lo cultivó con maestría y éxito, pero no me cabe duda de que la poda excesiva también impide ver el bosque (en todo su esplendor).
         Si alguna impresión indeleble deja esta Història mínima de Catalunya en el lector es la de que la sociedad catalana puede ser cualquier cosa menos un todo homogéneo y que se trata de una sociedad permanentemente “en obras”, es decir, en permanente formación, es decir, lo más alejado de ese hilo patriótico que se remonta casi a los neandertales y que poco menos que atraviesa las épocas históricas fiel a su trenzado y a su trazado lineal. La historia conjunta de Aragón y el Principado de Cataluña que desemboca en la unión de Castilla y Aragón para formar lo que nominalmente se conocía como España antes de esa unión, es un laberinto de casamientos, herencias, enfrentamientos y conquistas cuyo potencial narrativo tiene más peso que el propiamente histórico, sobre todo cuando pensamos en el referente exacto de las realidades sociales de las que se habla en términos de poder real, población, riqueza, etc. Que a los catalanes en el Poema del Mío Cid se les denomina “francos” nos indica ya, bien a las claras, de qué hablamos, o el hecho de que el rey de Mallorca, Jaume II, hijo de Jaume I el Conquistador, residiera en Perpiñán, aunque la capital del reino fuera Mallorca. Todo, en Cataluña, se ha ido haciendo poco a poco y no sin mezclar en exceso la leyenda con los hechos ciertos. Incluso la fijación del número de barras sobre el fondo dorado, o, en términos heráldicos que recoge el libro: El blasó d’or amb quatre pals de gules no se acaba de fijar hasta el siglo XV. Compárese esa tradición con la “invención reciente” de la estelada, de 1918, y veremos el mundo de mixtificaciones que rodea lo que podríamos considerar la verdadera Historia de Cataluña.
         Me ha llamado la atención de esta Història mínima de Catalunya la visión clara de lo que podría considerarse la permanente división de los catalanes a lo largo de su historia. Las cataluñas de los señores feudales y de los siervos de la gleba, del absolutismo real y de las Cortes, la del  seny y la de la rauxa, de los austracistas y los borbones, de los liberales y los carlistas, de los republicanos y los nacionalistas (españoles), de los revolucionarios y los moderados…, una Cataluña dividida –en un momento dado incluso llegó a haber dos Generalitats enfrentadas y operativas, reclamando cada una ser la representante fiel de la Cataluña real–     habitualmente por motivos de clase y nunca, como sucede ahora mismo, por motivos identitarios con tintes etnicistas y supremacistas.

         Jordi Canal se ha propuesto escribir una historia desmitificadora, ¡y vaya si lo ha conseguido! El hecho, por ejemplo, de que se atreva a romper el tabú de la lengua “propia” y que hable de que lenguas propias de Cataluña a lo largo del tiempo ha habido no pocas, ¡hasta el vasco!, y destacadamente el castellano,  es suficiente para que se granjee la ojeriza e incluso el odio eterno de los mixtificadores de su gremio y del gremio ignaro de los contertulios, opinadores y politólogos varios que invaden los medios de comunicación públicos y privados (si es que, a día de hoy, puede trazarse una línea divisoria entre ambos en Cataluña, la verdad). Que el libro nos ofrezca una visión ajustada a la realidad de la obra nada edificante de lo que los mixtificadores han construido, en términos religiosos, como el martirio del Presidente Companys, un dechado intachable de aventurerismo político a quien el actual Presidente de la institución, el Nada Honorable Artur Mas quiere imitar, dice mucho y bueno de los valores cívicos de su autor y de su valentía intelectual. Solo por ello el libro merece la compra y la lectura atenta, más allá de las insatisfacciones que a los detractores de la disciplina nos pueda dejar.

viernes, 9 de octubre de 2015

El Quadern gris o el “Mundo Pla”: obra total.

  









El quadern gris, un clásico de la literatura universal.
No me extraña que Pere Gimferrer nos ofreciera como coronat opus de su magnífico Dietario –sobre el que ya he escrito una admirativa entrada en este Diario– un homenaje a Josep Pla titulado Posible imagen de Pla.  No se me ocurre mejor manera de comenzar esta entrega sobre El quadern  gris que con las palabras de su mejor discípulo dietarista en las que recuerda el momento imborrable en que conoció al maestro ampurdanés:
Mirad: mi Josep Pla está aquí, visto al sesgo, en un ángulo de un salón del Ritz. Hay unas señoras sentadas hablando. Pla lleva una boina y, también sentado, habla a ratos y a ratos calla, lúcido y vívido, con ojos chispeantes de pastor tártaro*. Caminamos, Josep Maria Castellet y yo, por las claridades de alambre que deslindan los trebejos televisivos, bajo el fuego imprevisto y súbito de las lámparas instantáneas de las cámaras fotográficas. Josep Pla está al fondo, muy lejos de todo esto Y ahora Josep Vergés y Joan Teixidor me presentan a Pla. No nos habíamos visto nunca, aunque, durante años, semanalmente, el uno leyera al otro. Pese a todo, pese a que incluso habla de mí en Notes per a Sílvia, yo no estaba seguro de que Pla me recordara, de que asociara mi nombre a las cosas frívolas y desperdigadas que he sido capaz de escribir. Ah, pero Josep Pla se levanta, con vigor, enérgico en la flaqueza vulnerable de la senectud; Josep Pla se levanta y me mira y me señala con el dedo y me dice –la voz viene de muy lejos, quebradiza, pero las palabras, con sonido ahogado y mortecino, son precisas, son nítidas–: «Usted escribe un dietario…» Quizá hace un elogio, quizá no dice nada más, o casi nada más. El autor de Quadern gris, el autor del Dietario, del único Dietario con mayúsculas, me ha dicho que yo, precisamente yo, escribo un dietario. (14 de marzo)[de 1982]. [*¿Tendría en la memoria Gimferrer la descripción que Pla hace de sí mismo en el Quadern: Tinc la cara notòriament plana i els pòmuls amples i sortits. Això féu dir a alguns amics de Barcelona (...) que jo semblo un rus del Mediterrani.]

De esto trata esta entrada, del único Dietario con mayúscula, porque si algo sorprende al lector avejentado del Quadern gris es no solo que su autor lo escribiera con 21 años, en un caso excepcional de precocidad literaria y humana, sino, sobre todo, la absoluta contemporaneidad de dicho Dietario, porque su autor, que se desnuda en las páginas con una sinceridad y honestidad que lo honran, es nuestro contemporáneo por el hecho de ser, indiscutiblemente, un clásico, y ello a pesar de todas las reticencias que entre mis conciudadanos catalanes pesan a la hora de acercarse a la obra de un catalán tan ilustre y universal como Dalí, pongamos por caso, y no menos polémico que el propio pintor, tan  ampurdanés como nuestro dietarista, una ampurdanesía de la que hace ostentación y gala a lo largo de las páginas de este Dietario que, no creo que pueda ser de otra manera, cualquier intelector con un mínimo de sensibilidad estética ha de intentar leer en la versión original, un catalán que se ha convertido en auténtico modelo de lengua: un catalán no alambicado en un estilo nada embolismático, y con unos contenidos de carácter universal a partir de la pasión por lo cercano. Pla vive en un momento crucial para la cultura catalana, porque ante ella se abren dos caminos que vamos a representar aquí, simbólicamente, con dos palabras: quartilles, la usada por Pla y quartel·les, aquesta és la paraula que Josep Carner proposa per anomenar aquesta classe de papers. La diferencia me parece evidente: alejarse lo más posible del castellano [opresor...] o convivir con él de forma natural. La reforma normativa de Pompeu Fabra va en la primera direccion, y por ese camino hacia el establecimiento ridículo de una lengua literaria "exclusivamente" para una megaminoría (sic, sí, aunque suene a oxímoron), lo que, claramente, está en contra de la lucha por asegurar su supervivencia como lengua de cultura, lo cual no deja de ser paradójico. Cataluña, por otro lado, y volvemos a lo cercano,  es La Mancha de Pla, y él el Don Quijote de sí mismo, dispuesto a no dejar títere con cabeza, a juzgar por la dureza con que ataca la hinchazón, la falsa solemnidad, la nesciencia y la vanidad de las quimeras literarias del joven amanuense, perdido en un mundo en descomposición del que acabará huyendo, vía París, para oxigenarse y poder respirar otros aires que los mefíticos de la oscura provincia flaubertiana, asolada por la gripe deletérea, como la Florencia de Boccaccio por la peste bubónica, si bien Pla volverá su vista a lo más cercano, comenzando por sí mismo, y no con afán de entretenimiento sino por puro ejercicio disciplinar: Quan d’ací a trenta o quaranta anys aquests papers es publiquin –si és que algun dia es publiquen–, ¿quines reaccions produiran en l’esperit del lector , si és que tenen algun lector escadusser? Jo només m’atreviria a demanar una cosa a aquest lector hipotètic; li demanaria que els llegís amb calma, lentament. (...) Aquest quadern és en primer lloc un element de disciplina –un dels pocs elements de disciplina positiva que actua sobre la meva vida.
Dos años de la vida del autor, 1918 y 1919, contienen este Dietario ejemplar, en un tomo de casi 800 páginas que se leen con el indescriptible placer de quien ha hallado, por fi, a quien sabe cómo y qué contar de su vida. Hay dos Josep Pla, en esos años: el joven que intenta abrirse camino literario con un estilo ampuloso y noucentista  en revistas comarcales que nadie lee y el hombre sin edad, retraído y reflexivo que asiste regocijado y molesto a partes iguales al espectáculo de la vida que se desarrolla ante su mirada crítica, irónica  y descreída. Este último es el que conocemos en el Dietario. Y lo conocemos tan a fondo como intenta conocerse él a sí mismo, en este juego de osada exhibición constante y ningún exhibicionismo, porque, ya lo he dicho antes, la honestidad del autor está fuera de toda duda, tanto que incluso ha sido capaz de ser lo valiente que exigía el género para relatarnos lo que ha de entenderse como un intento de acoso sexual a una menor: A la carretera trobo Adela, la nena del far. És més menuda, plena, i deliciosa que mai. Se m’acosta amb moltes ganes de riure. Tracto de fer-li una carícia, però de sobte veu en la meva cara alguna cosa estranya, es torna pàl·lida, forceja nerviosament i fuig, corrent com un coet. Després ve la depressió de l’alcohol i el remordiment per les violències. Un dels dies més desagradables de la meva existència.
El Quadern gris tiene una dimensión casi enciclopédica y muchos niveles de lectura. Se nos aparece como una guía esclarecedora de un momento histórico y como un observador privilegiado de la construcción de una identidad. El ser y su circunstancia se imbrican de tal manera en las páginas del Quadern que deberíamos hablar de un “Mundo Pla” para hacerle justicia. Desde una insobornable individualidad crítica, el autor construye el ajustado relato de su propia vida de estudiante que acaba los estudios de Derecho en la Barcelona del pistolerismo y la eclosión nacional; un estudiante que aborrece dichos estudios, que tantos sacrificios le ha costado a la familia, y a los que no se dedicará profesionalmente, pues la posibilidad de poder vivir de la pluma, aunque sea como periodista mal pagado, se le antoja un auténtico ideal de vida. La austeridad con que ha soportado su largo ciclo de vida universitaria lo ha educado en el arte de la privación y el sentido del humor, como se refleja en muchas anécdotas que jalonan el libro, como ésta en que le describe a un amigo las terroríficas judías que, en cuanto se levante, va a ir a comer a la pensión. Camps i Margarit, un pudiente socio del Ateneo lo escucha y… En el moment d’alçar-me per tal d’emprendre el camí, absolutament fatídic, de la dispesa*, se m’acostà, em posà un duro de plata a la mà amb un moviment imperceptible (cosa que em dóna idea que estava habituat a fer-ho) i em digué:  –Aneu a sopar al restaurant... La descripció que heu fet de les mongetes verdes val més d’un duro. Desprès, deixeu-vos caure a l’Ateneu. (*Pensión.)
De Pla yo había leído, con motivo de una larga investigación sobre la vida de Josep Anselm Clavé, el creador de los coros de su nombre, un republicano federalista de vida ejemplar, Un senyor de Barcelona, libro con el que disfruté desde el punto de vista de la investigación, pero también desde el estilo. En su momento, hará ya más de 30 años, había proyectado una novela A la sombra de Clavé en que mezclaba dos vidas: la propia de Clavé y la de mi padre, un joven socialista que, cambió de bando en la Guerra Civil, tras sufrir el chantaje de la amenaza contra su familia, si bien se adhiere después a la “causa nacional” con una vehemencia digna de mejores causas. El título proviene de las largas tardes evocadoras que el narrador pasa junto a la monumental estatua del músico en lo alto del Paseo de San Juan, tocando a Gracia. Madrid. El advenimiento de la República, por otro lado, en su dimensión de periodista, es un conjunto de magníficas crónicas de los primeros momentos de la República. Pla es un polígrafo y muchos sus intereses, entre los que han de destacarse dos muy curiosos: el paisaje, sobre todo el de su Ampurdán natal y la gastronomía, como acredita en su devoción por los sofritos: Els empordanesos –no es pot pas negar- som una mica poca-soltes, però els sofregits d’ací no tenen rival; són, sense discussió, els millors del país. Sofritos que le inducen a un párrafo evocador lleno de una extraordinaria delicadeza: És la nostra vida mortal: tots portem el record d’un sofregit de l’ermita clavat al cor i una ombra de vi rosat tremolant a la nina de l’ull. I la darrera cosa que veurem en morir-nos i la que veuen els nostres morts és la proa de l’ermita, penjada entre el mar i el cel, suspesa en el buit de l’oblit fabulós.
Resulta imposible resumir una obra capital como El quadern gris o extractar aquellos fragmentos que nos parecen “definitivos”, porque la ristra de ellos se extendería, al menos, las 50 páginas de transcripción apretada que he elaborado a partir de la atenta lectura, de la morosa lectura que exigía Pla de su obra, y que yo he cumplido con creces. Disfrutaría haciéndolo para un trabajo académico, pero para trasladar a los intelectores ociosos que tienen a bien pasearse por este Diario –que no dietario, quede claro…– la pasión que he sentido por esta obra, casi podría escoger al azar cualquier página de esa cincuentena de ellas de apuntes para que se entendiera a la perfección la delectación con que he leído/devorado esta obra. Lo he hecho tarde, lo sé. Otro tanto me ocurrió con Platero y yo, en cuya lectura no me metí hasta cumplidos, amb escreix, los 50 años, para descubrir, sorprendido, que se trata de un libro que poco aprovecha a quienes no hayan acumulado la experiencia vital que se supone se ha de haber alcanzado a esa edad, si no se va con retraso, como yo voy, pues a mi edad actual se le han de descontar los primeros quince años iniciales, auténticamente  analfabetos. En cualquier caso, lo evidente es que, en modo alguno, es una obra para niños, ni para adolescentes o jóvenes, sino para lectores muy hechos y derechos, o mejor dicho, algo vencidos de la edad y con sus muros en parte desmoronados… ¿Probamos? La 21, venga, la de la edad que tenía cuando lo escribió: He aquí íntegro lo contenido en ella:
En les relacions personals, el coneixement de les febleses alienes és l’element d’integració actiu. Forma un secret de dos, una zona d’ombra que fusiona les ànimes.
El teixit de les relacions humanes està governat d’una manera tan poc lògica i natural que, si hom estudia amb detenció el cas més corrent de la realitat, queda esgarrifat de l’abundància de causes i situacions paradoxals, impensades, imprevisibles, absolutament insospitades.
La primera cosa que es necessita per sentir una passió es saber-la expressar. És indescriptible fins a quin extrem ens hem tornat curts, espessos i ignorants. Som uns perfectes ases.
Hi ha països en què la monotonia és per a la gent una cosa més necessària que el pa i les patates. El nostre país ocupa en aquest punt un lloc molt important.
El diàleg d’un home que no s’equivoca mai té tres característiques: és segur, és seguit i és inacabable. Són les tres mateixes característiques d’allò que no s’acaba mai: la mediocritat, la impressionant mediocritat.
De vegades, boigs fan bitllets... comprèn? [Se trata de una errata no corregida. La frase proverbial es: Boigs fan bitlles..., que significa “los locos a veces aciertan”]
Tothom posava aquella cara de sofriment fingit que era costum de fer davant de la música distingida.
L’obsessió del gran àpat acabat en cançons és permanent en el país [Palafrugell]. És una obsessió tan forta que hom cantaria encara que el dinar o el sopar fos corrent. Si hom se n’absté és a contracor –per no ésser pres per boig, simplement.
Nydia, de Juli Garreta, és la millor sardana que s’ha escrit mai en aquest país, una pura meravella.
Àdhuc suposant un moment que la intimitat fos expressable, ¿qui l’entendria, qui la podria comprendre? Si no fos única, particularista, personalíssima, absolutamente primigènia, ¿quin aspete tindria?, ¿com es podria imaginar la seva presència? Quan no podem aclarir la nebulosa interna, diem habitualment: «Jo ja m’entenc...» Els embriacs diuen el mateix. Sospito que les criatures que no arriben a fer-se entendre, pensen el matei. La meva idea, doncs, és que la intimitat és inexpressable per falta d’instrument d’expressió, que la seva projecció exterior és pràcticament informulable. (...) I, però si això no fos prou, hi ha tots els monstres invencibles: la vanitat, el tartufisme, l’educació, l’egism, el convencionalisme, l’enveja, el ressentiment, la humiliació, la influència dels diners o de la manca de diners, la impotència..., és dir, tot el detritus de passions i de sentiments que hom arrossega des que hom es lleva fins que se’n va al llit. (...) Les contradiccions íntimes són permaents. Per exemple: jo tendeixo en públic, o quan escric, a combatre el sentimentalisme per pornogràfic o antihigiènic, però el cert és que personalment sóc una mena de vedell sentimental evanescent.
El último párrafo sobre la intimidad, que es el corazón de la materia alrededor del cual gira buena parte del Quadern, me parece tan suficientemente significativo de la madurez y del nivel de reflexión del autor que cumple a la perfección, a mi entender, la misión de convencer al intelector de las bondades de esta obra clásica de la literatura autobiográfica. Ha de tenerse en cuenta que Pla es un lector voraz y un espectador nato, poco amigo del protagonismo y mucho de mantener cierta distancia desde la que convertirse en fenomenólogo que no pierde ripio de cuanto sucede, lo cual analiza, además, desde una preparación tan sólida como la de su formación de escritor y filósofo autodidacto. Su construcción libresca, no obstante, chocará indefectiblemente con la realidad, y de esa dialéctica surgirá su obra luminosa: És quan parlo amb la gent que té vint anys més que jo que veig clarament les característiques de la generació de què formo part. Nosaltres venim dels llibres, Nosaltres hem llegit i llegim llibres. Creiem que hem viscut perquè hem llegit els llibres. Els llibres ens han donat l’esperança d’alguna cosa. Els llibres ens han suggerit l’esperança d’alguna cosa. Hem esperat anys i anys que alguna cosa es produiria. ¿Què s’ha produït? Absolutament res. Res. Això ens ha portat a suposar que els llibres diuen una cosa i que la vida en diu una altra de molt diferent. (...) La vida és això i allò i el de més enllà –diuen els llibres–, però després resulta que ningú no es dóna per entès, que ningú no fa cap esforç per fer quedar bé les afirmacions dels llibres. Hom descobreix que el que diuen els llibres serveix per dissimular, per camuflar –és una paraula de moda– la vida mediocre i acomodatícia. (...) Les èpoques sempre han estat iguals i el que s’anomena les grans èpoques només han existit en la imaginació dels que n’han escrit els llibres… No es infrecuente, por otro lado, que Pla se enfrente a ciertas materias desde una perspectiva jocosa, porque ha de reconocerse que su humor, un humor singular y malicioso, alivia una visión un tanto oscura del ser humano y de la sociedad que animal tan imperfecto ha construido. Recuerdo, ya puestos en los libros, la anécdota de un tal Pelegrí Casades i Gramatxes, un hombre terrible i menut rondinaire, biliós, malcarat, sàtrapa i llengua viperina desenfrenada, y de tan escasa altura que para llegar a la mesa de trabajo se hacía poner sobre la cadira un gavadal de llibres voluminós. Aquests llibres contenen les obres més considerables que ha produït l’esperit humà: la Sagrada Bíblia, la Patrologia dels santes pares, les Decretals. És molt possible que hagin passat pel seu cul llibres molt més importants que els que han passat per les seves mans.
La riqueza de los motivos de reflexión de Pla es de tal extensión y transversalidad que el concepto de “Mundo Pla” para referirme al Quadern tiene como objeto alimentar la curiosidad del intelector que aún no se haya decidido, bien por prejuicio pseudoizquierdista, si es catalán, bien por desconocimiento, si es de otra parte de España a internarse en las páginas de este DIETARIO no con mayúscula, sino mayúsculo todo él, y apasionante. Da igual que el emotivo que propicia la reflexión sea la escritura, la política, los sofritos, el paisaje, la universidad, la vida de pensión, las tertulias del Ateneo o lo primero que se le ponga por delante, porque no hay asunto al que no le saque punta con una agudeza que maravilla por su precocidad y con la que resulta más que difícil no empatizar. Hablamos de un escritor que “no se gusta a sí mismo”, que se considera menos que dotado para la vida social y aun para la escritura, carente de imaginación, con turbias pulsiones sexuales y entregado a la drogadicción alcohólica, como me confirmó de segunda mano –la primera es su propia confesión en el Dietario: L’alcohol em fa molt de mal... però tinc tanta set! A més, m’acosto a l’alcohol amb una mena de il·lusió que m’abassega. Aquesta il·lusió va lligada a un desig irrefrenable de vehemència i atordiment. (...) Per un duro (vint miserables rals) es poden tenir quatre Pernods autèntics (Pernod Fils) gelats, deliciosos, exquisits i estar dominat per un remolí dionisíac set o vuit hores–mi buen amilega Benet Martínez, nacido en Pals, que tuvo un santo día la inmensa fortuna de ser invitado a Llofriu por Pla; invitación de la que, chispeante conversación al margen, a mi amigo Benet se le quedó grabado el saque alcohólico del escritor, capaz de tumbar a un cosaco, él tan ruso y tártaro…
Me parece importante señalar que dentro del Dietario hay, como mínimo, un par de relatos breves que tienen la suficiente entidad como para haber podido ser editados al margen del Dietario, dado su intrínseco valor narrativo y el hecho de comenzar y concluir sin necesidad de ulteriores explicaciones. Uno de ellos, el del aprendiz que roba al amo pertenece a la veta estupenda del Bartleby, y no desmerece en absoluto. El otro, un intento de sátira sobre dos prometidos y el amor, es de una deliciosa crueldad diabólica…

Por lo demás, y dada la imposibilidad, en una obra construida bajo el signo estructural del amontonamiento, del añadido arbitrario, de establecer las líneas maestras de un discurso fragmentario, pero no quebradizo, me veo obligado a proseguir por más tiempo esta laudatio merecidísima, y dejo, para el turno de réplica, algunos añadidos que pueden hacer las delicias de los intelectores, si es que no, por petición manifiesta, me incitan a continuar con esta entrada.Vale.