La
escuela moderna: La insólita peripecia vital de un
pedagogo anarquista cuya obra deja obsoletas muchas de las propuestas educativas
actuales o cuando ideología y vida aún cabían inextricablemente en las biografías.
Al margen de lo chocante
que resulta saber que la nueva alcaldesa de “la gente” de Barcelona escogiera a un aventurero político como
Companys en vez de a un pedagogo anarquista para rendir tributo a su memoria,
habiendo sido ambos fusilados en el Castillo de Montjuïc el mismo día de
diferente año, me temo que sea entre poco y nada lo que quede en la memoria
ciudadana, y aun profesional, de la vida y la obra del pedagogo Francesc Ferrer
i Guàrdia, un teórico del anarquismo pedagógico y del político, si bien al
primero dedicó todos sus esfuerzos profesionales y propiamente su vida.
A principios del siglo
XX , las mentalidades forjadas en el XIX aún tenían ciertos componentes
heredados que, a día de hoy, incluso nos resultan sorprendentes, cuando no
contraproducentes. La vida de Ferrer y Guardia tiene mucho de vida agitada al
servicio de sus ideas republicanas, primero, y anarquistas después, lo que lo
llevó al exilio en París, adonde fue en compañía de su mujer Teresa Sanmartí,
con quien tuvo cuatro hijos y con quien,
como en cualquier divorcio de nuestros días, a punto estuvo de aparecer en la
sección de sucesos de los diarios, mucho antes de su ejecución política como
inspirador –le acusaron– de la insurrección de La Semana Trágica. El caso es
que el desacuerdo con su mujer sobre la custodia de sus dos hijas mayores,
llevo a su mujer a intentar asesinarlo. Ferrer i Guàrdia no puso denuncia
alguna, pero aún hubo otro intento de asesinato, con pistola, por parte de su
mujer, ninguno de los cuales fue mortal para el pedagogo. Más adelante se casa
con Leopoldine Bonnard, una pedagoga, con quien tiene un hijo, Riego, de quien,
finalmente, también se separará para acabar uniéndose con una colega de su obra
pedagógica La Escuela Moderna, que puede llevar a buen término en Barcelona
porque una antigua alumna suya francesa, Ernestina Meunier, le dejó una
herencia de un millón de francos franceses. Decidido a poner en práctica sus
ideales pedagógicos anarquistas, Ferrer i Guàrdia abre en Barcelona una escuela
en la que, con algunas épocas de cierre forzado por la autoridad, va a ejercer
su magisterio durante un periodo de ocho años, de 1901 a 1909.
La reflexión
pedagógica suele, como el sueño de la razón, alumbrar no pocos monstruos, como
bien sabemos quienes fuimos impelidos a aplicar un sistema, el constructivista
de la LOGSE, que ha acabado prácticamente con la escuela pública, antes con
cierto prestigio, en detrimento de la escuela concertada y privada, refugio de
quienes buscan, supuestamente, lo mejor para sus hijos. Es por ello que me he
acercado con vivo interés al libro en el que Ferrer i Guàrdia reunió sus
experiencias para transmitirlas a cuantos ejercen la indispensable labor de la
enseñanza, en cualquier nivel, porque todos, desde Parvulario hasta la
Universidad son igualmente importantes, al funcionar a modo de castillo humano,
como los populares de Cataluña, en los
que la base ha de ser lo suficientemente fuerte como para poder elevar el resto
de los pisos.
Sin tener una vocación
definida como profesor, me acerqué a la profesión con una sola ambición: ser
útil, y darles a mis alumnos aquello que, desde mi especialidad, la Filología
Hispánica, me veía capacitado para ofrecerles: ayudarles a saber leer y
escribir lo más correctamente posible, amén de conseguir, si ello fuera
posible, un estilo propio, una manera personal de manifestarse oralmente y por
escrito. Las derrotas han sido innumerables, magros los éxitos y por toneladas
de ceniza muerta, sin rescoldo alguno, pueden contarse las indiferencias
recogidas en las aulas. Más aún cuando las autoridades, especializadas en no
dar a los alumnos aquello que les conviene, sino lo que desde su paternalista
visión de la vida creen que ellos necesitan, decidieron ampliar la
obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años, modificando, además, la doble
vía Bachillerato y Formación Profesional para conseguir arruinarlo todo. Hoy me
estremezco al leer que quieren elevar tal disparate hasta los 18 años…
Ferrer i Guàrdia, a
pesar de cierta convencionalidad de aspecto con que ha pasado a la posteridad
en los retratos que se conservan de él, a partir de los cuales casi nadie
podría deducir su ideología anarquista y revolucionaria, fundó una escuela, La
Escuela Moderna, en la que pretendió llevar a la práctica un modelo de
enseñanza que se apartaba radicalmente del que era común en su época. Lo
sorprendente de la lectura de su libro es que muchos de aquellos principios y
no pocas de las prácticas cotidianas en su revolucionaria institución aún lo
son en nuestros días, como veremos inmediatamente. Tener capital suficiente
para afrontar la creación de una institución como la suya fue el mejor golpe de
suerte en su vida de que disfrutó Ferrer i Guàrdia, quien, en el exilio, vivió
las estrecheces propias de quien ha de defenderse, como él lo hacía, dando
clases de español. Es llamativo que, en vez de mejorar su condiciones de vida,
invirtiese ese millón de francos en la creación de una escuela que permitiese a
sus alumnos prepararse para ser los forjadores del futuro del país a partir de
la forja de sus propias personas, porque la voluntad de transformación social
de la Escuela Moderna es tan inequívoca como el proyecto de contribuir a la
formación individual de la persona, de quien ha de depender la primera,
siguiendo su pensamiento anarquista. Al margen de su labor académica, Ferrer i
Guàrdia fue el editor de un diario La
Huelga General, que fue suspendido porque uno de sus redactores, Mateo Morral,
fue el anarquista que lanzó la bomba contra la carroza real que llevaba al
recién casado Alfonso XIII por las calles de Madrid, la cual, al tropezar con
el tendido del tranvía, acabó matando a 25 personas que contemplaban el paso de
la comitiva real, en vez de acabar con la vida del rey, quien salió ileso.
Ferrer i Guàrdia también fue detenido, así como Soledad Villafranca, amante de
Morral, pero ambos fueron absueltos. Soledad Villafranca, profesora de La
Escuela Moderna, y anarquista como Morral y Ferrer, acabó siendo la última
pareja del pedagogo, después de separarse éste de Leopoldine Bonnard, quien
permaneció en Francia
[Dejo anotada aquí la sugerencia de investigar sobre esa
notable mujer, Soledad Villafranca, porque a quien lo haga le será muy fácil sacar
una novela biográfica muy digna de leerse con apasionado interés, a poco que
sepa escribirla sin una retórica demasiado desaliñada].
Mateo Morral, cuya vida
daría pie para una entrada de este y de cualquier Diario, huyó después del atentado, pero fue detenido en una venta
cerca de Torrejón de Ardoz. Lo delató, al parecer, el acusado contraste entre
sus finas maneras burguesas y su atuendo, un mono de mecánico, además del
fuerte acento catalán. En el curso de la detención, fue ejecutado en oscuras
circunstancias que impidieron resolver el misterio de aquel atentado, porque el
informe oficial habla, contra la lógica indiciaria del examen forense, de que
Morral mató al guardia que lo custodiaba y acto seguido se suicidó. La historia
de Mateo Morral y su relación con él forma parte, sin duda, de las pruebas que,
por instigación de La Semana Trágica, se presentaron en su contra en el juicio
en el que acabó siendo condenado a muerte, lo que provocó una ola de protestas
a nivel internacional que volvería a repetirse, no mucho después, en agosto de
1927 por el proceso a los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Una característica esencial
del proyecto pedagógico de Ferrer i Guàrdia en aquella época represiva es la
coeducación, algo que choca frontalmente con la separación por sexos de la
enseñanza estatal, excepto en la escuela rural, donde sí está permitida esa
coeducación por mor de las circunstancias propias de tales escuelas. Ciertas
corrientes pedagógicas insisten hoy, por ejemplo, en la separación de sexos
como una vía que permita, sobre todo a las mujeres, desarrollar plenamente su
potencialidad académica, algo que el contacto con los chicos tiende, a veces, a
inhibir, por razones obvias. La coeducación va asociada a la reivindicación del
nuevo papel que ha de desempeñar la mujer en la sociedad como portadora de la
igualdad de derechos, una igualdad que, en aquel momento, no alcanzaba ni
siquiera al derecho al voto, que aún habría de esperar a la Segunda República
para ser conseguido. La igualdad de sexos, así pues, patentizada en la acción
diaria de La Escuela Moderna es, por tanto, una seña de identidad clarísima del
motor revolucionario que supuso la institución de Ferrer i Guàrdia, la cual fue
atacada por la prensa conservadora de una manera casi encarnizada. Pero para
Ferrer i Guàrdia era evidente que la dona
no ha d’estar reclosa a la llar. El radi de la seva acció ha de dilatar-se
enfora de les parets de la casa: aquest radi hauria d’arribar fins on arriba i
acaba la societat.
A pesar de ser una
escuela privada, la suya, se impuso como norma de admisión que se pagara la
matrícula y las cuotas mensuales en función de las posibilidades económicas de
las familias, lo que significaba que había quienes apenas pagaban nada y otros
que pagaban por ellos y por buen número de quienes no podían pagar nada. Es
evidente, pues, que la escuela funcionaba a partir de personas vinculadas muy
estrechamente al ideario que impulsaba Ferrer i Guàrdia, por lo que éste pudo
sacar adelante tan particular institución que él asemejaba, si hubiera de
buscar un ejemplo en el resto del país, a la Institución Libre de Enseñanza. Lo
que distinguía a una de otra era la orientación anarquista de la de Guàrdia y
la burguesa dela ILE, si bien ambas instituciones compartían la enseñanza
racional, la experimentación, el contacto del alumno con la realidad, la
enseñanza práctica y la formación individual del carácter.
La Escuela Moderna, a
diferencia del modelo educativo catalán actual, por ejemplo, no se planteaba
“adoctrinar” a los alumnos, sino formarlos para que, desde el respeto a su
autonomía, ellos fueran apropiándose de las herramientas que les permitieran
formarse una idea de ellos mismos y de la realidad en que vivían: [els nostres alumnes]
quan s’emancipin de la racional tutela
del nostre Centre, continuaran essent enemics mortals dels prejudicis; seran
intel·ligències substantives, capaces de formar-se conviccions raonades,
pròpies, seves, sobre tot allò que sigui objecte del pensament. Y ello
siguiendo algo que hoy en día casi nos parece a muchos educadores un insulto a
la corrección política defendida por no pocos manipuladores de conciencias, en
estos tiempos en los que parece que solo sea políticamente correcto la
exigencia de derechos sin contraprestación de deber alguno: Ensenyarà els veritables deures socials, de
conformitat amb la justa màxima: No hi ha deures sense drets; no hi ha drets
sense deures. Sí, me parece evidente que la pedagogía respetuosa con el
educando de Ferrer i Guàrdia dista años luz de los intentos de todas las leyes
educativas forjadas en la actual atapa democrática española por modelar a ese
alumnado a partir de ideologías específicas, sean de derechas o de izquierdas.
Recordando aquel célebre artículo de Manuel Vicent, a los pedagogos actuales
podríamos decirle: “¡No pongas tus sucias manos sobre esos discentes!” De eso
es de lo que se trata en el libro donde Ferrer i Guàrdia hizo una
recapitulación de su aventura pedagógica. Quiero aportar un presupuesto de la
nueva Escuela Moderna que, a quien lo lea, le hará reflexionar hasta qué punto
el sistema educativo nacionalsecesionista catalán se sitúa en las antípodas de
la razón: L’Escola Moderna actua sobre
els infants: els prepara per l’educació i la instrucció per a ser homes, i no
anticipa amors ni odis, adhesions ni rebel·lies, que són deures i sentiments
propis dels adults: en altres paraules, no vol collir el fruit abans d’haver-lo
produït pel seu propi conreu, ni vol atribuir una responsabilitat sense haver
dotat la consciencia de les condicions que han de constituir-ne el fonament:
els nens han d’aprendre a ser homes i quan ho siguin, en el seu moment, que es
declarin en rebel·lia.
En estos tiempos de
extendidos adoctrinamientos de todo tipo, pero sobre todo nacionalistas,
resulta curiosa la reacción de Ferrer i Guàrdia cuando un nacionalista catalán
le sugirió que llevara a cabo su obra en catalán: Hi va haver, per exemple, qui inspirat en mesquineses de patriotisme
regional, em va proposar que l’ensenyament es fes en català, empetitint així la
humanitat i el món als escassos milers d’habitants que caben en el racó format
per part de l’Ebre i els Pirineus. Ni en espanyol l’establiria jo –vaig
contestar al fanàtic catalanista–, si l’idioma universal, reconegut com a tal,
ja l’hagués anticipat el progrés. Abans que el català, cent vegades l’esperanto.
Leyendo esta furibunda reacción no le extraña a uno, como es lógico, que la
alcaldesa independentista de Barcelona prefiriera homenajear a un golpista como
Companys antes que a un liberador de servidumbres como Ferrer i Guàrdia.
Supongo que el respeto integral a la capacidad de decisión de los seres humanos
que no advertimos en el movimiento secesionista catalán es incompatible con la
visión anarquista de Ferrer i Guàrdia, para quien la missió de l’Escola Moderna consisteix a fer que els nens i les nenes
que li són confiats arribin a ser persones instruïdes, verídiques, justes i
lliures de qualsevol prejudici. Amb aquesta finalitat, substituirà l’estudi
dogmàtic pel raonat de les ciències naturals. Excitarà, desenvoluparà i
dirigirà les aptituds pròpies de cada alumne, per tal que amb la totalitat de
la pròpia vàlua individual, no solament sigui un membre útil a la societat,
sinó que, com a conseqüència, enlairi proporcionalment el valor de la
col·lectivitat. Supongo que los neopaleocomunistas de las miles de
plataformas que dicen representar a “la gente”, advertirán en esas ideas de
Guàrdia poco menos que un individualismo capitalista que les parecerá
aberrante.
Hace unas semanas tuve
el placer de leer un artículo de Joselu en su extraordinario blog, Profesor en la Secundaria, donde se hacía un elogio de la alegría como fundamento del acto
pedagógico. Sin alegría no se puede estudiar, sin alegría no hay posibilidad de
que el acto educativo cumpla con su finalidad, sin alegría, venía a decir,
cualquier intento formador nace muerto. No me sorprendió el planteamiento,
porque eso es algo de lo que cualquier profesor sin orejeras, pero no quienes lucen
las ojeras del amargo desencanto profesional, se da cuenta a poco de empezar su
práctica educativa. Otra cosa es cómo conseguir ese bendito clima en el aula
alrededor de ciertas materias más dadas a la aridez que otras, claro está. En
cualquier caso, lo que me llamó la atención fue la coincidencia entre el
renovado esfuerzo creativo-profesional de Joselu y el planteamiento pedagógico
de Ferrer i Guàrdia con más de un siglo de distancia: ambos, por supuesto, a la
vanguardia de los movimientos de renovación pedagógica. Joselu mezcla la
alegría con otro concepto venido de allende la mar océana, la gamificación, que también aparece en la
teoría de Guàrdia, lo que constituye, sin duda, una coincidencia sorprendente.
He aquí lo que sostenía Ferrer i Guàrdia al respecto: L’alegria, com afirma Spencer, “constitueix el tònic més poderós; tot
accelerant la circulació de la sang, facilita millor l’acompliment de totes les
funcions; contribueix a augmentar la salut quan n’hi ha, i a restablir-la quan
s’ha perdut. El viu interès i l’alegria que els infants experimenten en els
entreteniments són tan importants com l’exercici corporal que els acompanya.
Per això la gimnàstica, que no ofereix aquests estímuls mentals, resulta
defectuosa…” Però, hem de dir amb el pensador al·ludit: una mica és millor que
res. Si haguéssim d’escollir de quedar-nos sense joc i sense gimnàstica, o
acceptar el gimnàs, de seguida, amb els ulls tancats, optaríem pel gimnàs. Els
jocs, d’altra banda, mereixen en la pedagogia un altre punt de vista i una
major consideració, si es vol. És d’absoluta necessitat que es vagi introduint
substància del joc a l’interior de les classes. [Al països més cultes] no s’ha
fet altra cosa, per realitzar aquesta finalitat, que arrencar d’arrel, de les
sales de les classes, el mutisme i la quietud insuportable, característiques de
la mort, i portar-hi, a canvi, el benestar, la intensa alegria, la joia. La
joia, la intensa alegria del nen a la classe, quan comparteix l’ambient amb els
col·legues, s’assessora amb els llibres, o està en companyia i intimitat amb
els Mestres, és el senyal infal·lible de la seva salut interna: de vida física
i de vida d’intel·ligència. Esa insistencia en la seriedad del juego, lo
mismo que en la práctica del ejercicio físico -¡hoy sabemos que el ejercicio
aeróbico es capaz de generar nuevas neuronas y se ha convertido en la principal
terapia contra la depresión profunda!– es algo que debió de chocar lo suyo en
aquellos tiempos encorsetados y envarados, en los que la ignorancia del propio cuerpo
y de sus necesidades, a todos los niveles, formaba parte del “orden natural de
las cosas”. Ferrer i Guàrdia, desde esa perspectiva, puede ser considerado como
un avanzado de tantas y tantas terapias como nos ofrecen hoy mejorar nuestra
vida con poco esfuerzo: Taylor diu:
“S’hauria d’ensenyar els infants a jugar amb la mateixa cura que més tard se’ls
ensenyarà a treballar…” A més, el joc és apte per a desenvolupar en els infants
el sentit altruista. El nen, en general, es egoista, i en aquesta fatal disposició
hi intervenen moltes causes, essent la principal de totes la llei d’herència.
De la qualitat indicada es desprèn el natural despòtic dels infants, que els
porta a voler manar arbitràriament els altres amiguets. En el joc és on hem
d’orientar els infants perquè practiquin la llei de la solidaritat. Les
prudents observacions, els consells i les reconvencions de pares i professors
s’han d’encaminar, en els jocs dels infants, a provar-los que es treu més
utilitat si s’és tolerant i condescendent amb l’amiguet que no pas si s’és
intransigent: que la llei de la solidaritat beneficia els altres i el que la
produeix.
Hay otros aspectos de
la Escuela Moderna algo más obvios y que responden a la situación social propia
de la época, como la lucha por la racionalidad científica y contra las
supersticiones, sobre todo las de la religión católica, sobre las que no merece
la pena detenerse. Sí conviene hacerlo, sin embargo, ahora que está tan de moda
el debate acerca de la teoría constructivista de la enseñanza, sobre la opción
de Ferrer i Guàrdia por la creación propia de los materiales educativos, algo a
lo que le dedicó mucho tiempo y dinero, porque editó buena parte de los
utilizados en la Escuela Moderna. Igualmente, su teoría contraria a los
exámenes y a las calificaciones escolares que dividen a los alumnos
estigmatizándolos e incluso provocándoles malestares de índole física
incompatibles con el proyecto de crear seres libres que no vean la competencia
como un valor, sino que reserven ese lugar de privilegio a la solidaridad, la
única alternativa para construir la sociedad sin clases que él preconizaba. Es
enérgica su denuncia contra la enseñanza oficial, contra el uso de los
manuales, contra el poder casi omnímodo de la Iglesia católica en el ámbito de
la enseñanza, etc. Pero lo que quiero
destacar con algún énfasis es la coincidencia que he advertido entre una parte
de la teoría de la Escuela Moderna y las teorías pedagógicas de Pedro
Montengón, exjesuita ilustrado exiliado, expuestas en su novela Eusebio, de clara raigambre
rousseauniana, sobre quien escribí una entrada en este Diario, y que defienden la preeminencia del aprendizaje inicial
de un oficio, algo que choca con la soberbia educativa de nuestros próceres
políticos actuales, empeñados en conseguir seres renacentistas duchos en
humanidades y ciencias para acabar, en realidad, expulsando del sistema a
quienes han de dejarlo sin siquiera la oportunidad de hacerse con un oficio del
que poder vivir con un mínimo de dignidad. Dice Guàrdia: En comptes de fonamentar-ho tot sobre la instrucció teórica, sobre l’adquisició
de coneixements que no tenen significació per a l’infant, es partirà de la
instrucció pràctica, aquella l’objectiu de la qual se li mostrio clarament, és a
dir, es començarà ler l’ensenyament del treball manual. (…) Un home i un infant
sans tenen necessitat de treballar; ho prova la història sencera de la
humanitat. (…) L’ofici té la lógica inflexible: guía el treball millor que no ho
podriea fer l’alta ciencia. (…) Fàcilment es pot comprendre que qualsevol ofici
en els nostres diez, per ser convenientment conegut i exercit, va acompanyat d’un
treball intel·lectual. (…) A mesura que l’infant avanci en l’aprenentatge, se
li presentarà la necessitat de saber, d’instruir-se, i laeshores s’haura de
vigiñar de no ofegar aquesta necessitat, ans al contrari, una vegada sentida i
manifestada, se li facilitaran els mitjans de satisfer-la. En Eusebio, el instructor del personaje le
insiste en que ha de aprender el oficio de cestero mediante el cual poder
mantenerse, satisfacer sus mínimos vitales, para, después, dedicarse a
menesteres intelectuales de más enjundia, como el estudio de los clásicos.
En términos generales,
así pues, las líneas básicas de la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia implican
una concepción pedagógica de inesperada vigencia que convendría incluir en los
estudios para la formación del profesorado, del mismo modo que las teorías socializadoras
de Paul Goodman, el anarquista usamericano coautor del célebre manual teórico
de la terapia Gestalt con Fritz Perls. Como prueba de que mi intuición no debe
de andar muy lejos de la realidad, adjunto fotografía de una nota hallada en el
libro de la Biblioteca de la Facultad de Pedagogía en la que se detalla una
referencia bibliográfica a la que hace unos días me había acercado por rutas
que nada tienen que ver con este acercamiento a Ferrer i Guàrdia que he hecho
por sorpresa, porque mi hija lo había sacado de dicha biblioteca.
En el texto
de la nota hallada se lee: Paul Goodman –Ensayos
utópicos y propuestas prácticas. BCN. Península, 1973. Acaso algún día
caiga, como este de Ferrer i Guàrdia en mis manos, por pura ley del azar, y
algo saque en claro.
P.S. Siguiendo una costumbre de otras entradas, he dejado sin traducir unos textos en catalán cuya comprensión no me parece difícil para cualquiera que conozca bien el castellano.