El desahogo cortés del
Desencajado
¡Ah, cruel, infiel,
voluble, despistado y caprichoso lector! A execrar tu conducta, ese desatento albedrío
lector que no repara en la distinción de lo sustancial y lo superficial, de lo
fundamental y lo accesorio, me lleva el desprecio sufrido por mi preámbulo
tarahumara, pórtico a una obra que es imposible que no deleite al moreno lector
que suele pasearse por estas páginas. Contravengo los usos establecidos; doy
trigo, y no predico. Ofrezco un trabajo sólido, no un diseño de campanillas
prendido por alfileres en el algodón engañoso de las nubes de ese cielo azul
que ni es cielo ni es azul, Argensola dixit; pero es en vano el esfuerzo frente
a la pigricia y desidia de los lectores cómodos –acomodados o no–, a los que
parece suponerles un inmenso calvario recorrer las escasas cuartillas de un
prólogo-invitación a conocer una obra que tienen a su disposición en la red y
que, a juicio de este Artista, les depararía no pocos momentos de placer. No
hay exhibición alguna en ese preámbulo, sino arduo trabajo ofrecido generosamente,
como llevo años haciéndolo en estas páginas. No me mueve, lector, para
maldecirte, un despecho que ni albergo ni quiero que me habite, dados los
efectos deletéreos de semejante tósigo, sino la indignación honrada de quien
asiste, desencajado y decepcionado a una exhibición de veleidad y
superficialidad que está reñida con tu presencia en este Diario. Si no admito
que nadie me diga lo que tengo que leer, como dejé escrito; no es menos cierto
que rara vez he desoído la recomendación de quien la haya hecho con criterio
fundado y un aval como el que ante ti exhibo, desde la humildad del artista e
intelector que no aspira sino a compartir, no a impartir; a deleitar, no a
dictar; a persuadir, no a tundir; a recrear, no a recriminar; a invitar, no a
embestir; a distraer, no a destripar; a amar, no a amarrar...
Anda, veleidoso tontuelo,
vuelve sobre tus pasos y deambula por donde debes y como sueles, con la esperanza
de hallar un bien cierto en los tupidos vergeles de mi generoso preámbulo.
Vale.
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