jueves, 26 de septiembre de 2013

Filóstrato: Vida de sofistas.


Un arte en peligro de extinción en España:
la oratoria. De los Sofistas a los *fablistanes.
Ahora que se conmemora el cincuentenario del famoso discurso de Martin Luther King, con improvisación del I Have a dream incluida, pues la frase no pertenecía al discurso original, quisiera llamar la atención sobre un arte en doliente decadencia y en franco peligro de extinción en nuestro país, si no ya extinto, a juzgar por la dificultad que implica aplicar a alguien tan honroso título: orador. La Chacón, hoy alejada a cuarteles de invierno suave para millonetis, perdió un congreso por confundir la oratoria con la arenga, el discurso con el mitin. No la tenía clara, la diferencia, pero ya la habrá aprendido. Quizás si estudia en Usamérica los discursos de Obama, y los de Thomas Jefferson, cubra una carencia tan escandalosa. Aquí se queda, para poder comparar el antes y el después, la nueva presidenta de la Junta de Andalucía, de su misma cuerda mitinera, pero sin el barniz de la docencia; aunque prácticamente le vale, para el cotejo, casi cualquier político en ejercicio, de cualquier partido. Si tendremos poca tradición oratoria, desde la Segunda República para acá, que en nuestras Cortes trans y postransicionales han pasado por oradores notables personas de tan escasas dotes para la elocuencia como Miquel  Roca, Fraga, Guerra, Anguita, Herrero de Miñón, Duran i Lleida e incluso el propio Rubalcaba, cuando ejerció de portavoz del PSOE en el Congreso. Si la oratoria es un arte, desde la concesión de la actual democracia no hemos tenido sino aprendices de él que no han pasado de charlatanes, con más o menos gracia o fortuna, pero charlatanes al cabo, o mitineros, y todos ellos han confundido el discurso con la perorata. Piénsese en “bocazas” presentes como Floriano, Elena Valenciano, González Pons y el inefable Martínez-Pujalte, que usan la palabra para atizar, que no para razonar, o el inefable Cayo Lara, que la usa para su pomposo pontificar aldeano (more Séneca pemaniego…, sin la gracia de éste, claro), y tendremos una idea bastante aproximada de aquello de lo que estoy hablando: lo lejos que andan todos de la sindéresis y lo hondo que hozan en las tierras pantanosas de los anacolutos, los solecismos y las incongruencias. Para entender mejor lo que supuso en su largo momento –el siglo XIX y la primera mitad del XX– la oratoria española como degeneración de la oratoria clásica, no tenemos sino que prestar atención, ¡heroica atención!, a su progenie ultramarina, como la retórica chavista, por ejemplo, y ahora la madurista, su secuaz, para comprender cabalmente hasta qué grado de deturpación lingüística e ideológica se puede llegar. En Hispanoamérica dejamos la lengua, sí, pero también la peor de sus manifestaciones orales: la relamida, empalagosa, altisonante e insufrible oratoria decimonónica, que ha acabado afectando tanto a las derechas como a las izquierdas, es decir, a sus paupérrimas imitaciones autoritarias, que es lo único que allí, y en casi todo el mundo, tienen.
El motivo de mi preocupación no ha sido, precisamente, la indignación que el abuso del lenguaje por parte de tales personajillos produce en quien tenga un mínimo de sensibilidad lingüística –Como una suerte de extraño masoquismo ha de considerarse que sea de los pocos españoles capaz de aguantar íntegra la retransmisión de una de esas sesiones plenarias del Congreso, con motivo, por ejemplo, de un debate sobre el deplorable estado de la nación; y como una morbosa perversión inclasificable que preste total atención a la intervención de portavoces secundarios en las comisiones del mismo Congreso…–, sino una gozosa lectura clásica en que se valora con absoluta propiedad lo que, en la época clásica, significó la oratoria, ya fuera la política ya la forense. Me refiero a Filóstrato y su  Vida de  sofistas, de la que tantas enseñanzas y envidias pueden extraerse. El prólogo, la traducción y las completísimas notas de María Concepción Giner Soria permiten al lector un disfrute impagable. No se trata de una historia de la sofística, con la explicación detallada de sus métodos, sino de una colección de breves biografías que nos permiten, sin embargo, hacernos una idea clara de lo que significó la sofística en el mundo antiguo y su importancia para la creación, conservación y transmisión de un género que, hoy en sus horas últimas, fue durante muchos siglos motivo de orgullo, reconocimiento e incluso riqueza para sus dominadores. El título, Vida de sofistas, destaca ya, frente a la simple enumeración que significaria el hipotético Vida de los sofistas, que la sofística implicaba una manera de vivir muy concreta, ¡y muy exigente!, porque el estudio continuo, indesmayable, la práctica de la memoria, el dominio del arte de la representación y otros requisitos ineludibles hacían de la profesión un arte de autoformación que quedaba lejos del común de los mortales. El sacrificio, el rigor, el apartamiento, la soledad, la entrega al conocimiento, etc. eran el núcleo de la vida cotidiana de los sofistas, incluso aunque lograran, como algunos lo hicieron, gracias a su dominio de la sofística, amasar una fortuna.
En otras culturas, como la anglosajona, el debate y el ensayo forman parte  fundamental de la educación de los alumnos, algo inexistente en nuestro antediluviano sistema educativo, en el que la exigencia, el rigor y el cabal entendimiento de qué sea una aquilatada expresión personal brillan  por su ausencia. Sólo salen adelante los naturalmente dotados, porque la elocuencia, aunque los sofistas no se cansen de reiterar que depende fundamentalmente del trabajo, trabajo y trabajo, hasta la extenuación, anda tan repartida como la materia gris, por más que los demagogos pedagogos igualitarios se empeñen en negarlo. De lo que se trata es de que el sistema disponga de métodos que permitan a los no dotados de forma natural acceder al dominio de esa competencia comunicativa, si no en igualdad de condiciones con los otros, sí sin menoscabo para desarrollar un proyecto vital satisfactorio. Y no hacer que, por decreto, salgan todos adelante con independencia de su capacidad, sus conocimientos y su competencia, es decir, esa legión de analfabetos funcionales ni-ni, que, sabiendo leer y escribir (rudimentariamente), ni leen ni escriben, como sugirió Unamuno, sino que, todo lo más, guatsapearán casi ininteligiblemente.
El libro de Filóstrato nos habla de una época y unos oradores a quienes acuden los emperadores romanos  en señal de reconocimiento, cuando no son directamente educados por alguno de ellos, como el propio Marco Aurelio, a quien instruyó Herodes de Atenas, y cuyas Meditaciones han de ser añadido  libro de cabecera de cualquiera que ya tenga como tal los Ensayos de Montaigne. Mucho antes, Apolodoro de Pérgamo había sido el educador de Augusto. De Teodoro Gadareo nos dice Quintiliano que enseñó a Tiberio, cuyos discursos fueron elogiados por Tácito en sus Anales –que han sido mi lectura en el ferragosto romano, y acaso sean reflexión setembrina u octobreña en este Diario–, donde incorpora, como documento, fragmentos de ellos. Casi podríamos hablar de los sofistas como auténticas estrellas mediáticas de aquellos tiempos, porque hay un componente de exhibicionismo más que notable en su tarea oratoria. Concebían aquellos oradores su tarea, en cierto modo, como un reto, como una competición: no sólo hay que trabajar día y noche para ser un orador competente, sino que se trata de ser el mejor, que nadie pueda rivalizar contigo. Ese punto de exhibicionismo hace atractiva la figura del sofista, un auténtico técnico de la oratoria, capaz de dominar cualquier tipo de discurso y de conseguir muy diferentes objetivos: judiciales, políticos, morales ¡y hasta terapéuticos! Fue Antifonte, por ejemplo, que llegó a ser insuperable en el arte de la persuasión, quien anunció unas sesiones de “alivio del sufrimiento mediante la palabra”, porque estaba convencido de que no existía ningún dolor humano, por fuerte que fuera, que él no pudiera combatirlo y derrotarlo mediante el discurso. Incluso abrió una consulta en el mercado de Corinto donde, como un pionero del psicoanálisis, recibía a los pacientes, a quienes mediante preguntas les extraía las causas de sus depresiones y los sanaba. Quizá su discurso más célebre, según las noticias de sus contemporáneos, fuera el que titulan Sobre la concordia. Escribió también un tratado, Arte contra la aflicción, que lamentablemente no ha llegado hasta nosotros, sino indirectamente a través de otros autores.
Siempre se alaba el sentido práctico de los romanos y su dedicación a la ingeniería, pero no es menos cierto que supieron continuar la tradición griega de la oratoria y convirtieron a los Rétor, los oradores forenses, en figuras principales de su vida social y judicial. La obra insigne del riojano Quintiliano Institutio Oratoria*, de carácter enciclopédico, supone ya un aviso del serio peligro de desaparición de un arte que había sido central en las sociedades griega y romana durante más de siete siglos. Si Quintiliano se quejaba ya en su época de la degradación del arte del discurso, ¡qué no diría si resucitara y tuviera la desgracia de escuchar a nuestros tribunos citados ut supra! Se volvía a la tumba para seguir hablando con las cenizas, el silencio y su memoria.
Queda, para nuestra vergüenza, la corrupción del sentido de la palabra sofista, si bien los gobernantes griegos captaron enseguida el peligro, para la recta aplicación de la ley, de aquellos argumentadores que podían defender con brillantez, persuasión y convicción  incluso lo injusto. Para los seguidores del arte de la sofística, sin embargo, el verdadero sofista era el más acabado y perfecto ejemplar de la especie humana. Los más célebres no sólo eran un ejemplo de dedicación exclusiva a su formación, sino un compendio vivo de las gracias con que la figura del sofista debía estar adornado: memoria extrema, dicción idónea, diáfana claridad, sutil ingenio, arrolladora seducción, poderosa empatía, léxico exacto y turbadora melodía sintáctica. Como se aprecia, cualidades tan ajenas a nuestros usos parlamentarios e intelectuales que bien puede decirse que “en peligro de extinción” es una calificación casi magnánima respecto del estado de la oratoria en nuestro país. Pocos son quienes con su verbo nos llevan el entendimiento y la admiración tras él, porque en esto de la oratoria los hay que, so pretexto de recrearse en ella, acaban hablando para sí, escuchándose de una manera tan autista como vergonzante. Pondré dos ejemplos muy diferentes de lo que ha de entenderse por excelencia en la oratoria para que, a partir de ellos, pueda cada cual reflexionar sobre posibles candidatos a tan prestigioso laurel, y refutar o consagrar los que propongo: Fenando Savater y Antonio Gala, aunque, en vida, yo solo he conocido un orador que ha ejercido sobre mí el poder omnímodo de aquellos sofistas clásicos: José Manuel Blecua Teijeiro. ¡Va por Vd., maestro!


*Bionota: Siempre he querido leerla, y últimamente me decía que sería el primer libro que leería recién jubilado. Como ha caído en mis manos de forma tristemente accidental, es posible que adelante la lectura. Ya veremos.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Cristóbal de Villalón, la sindéresis del XVI


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Breves escolios al Scholástico:
una reflexión pedagógica*

Siguiendo el rumbo azaroso de las lecturas, porque leer ha de ser una aventura personal,  di, hará unos cinco años, con este libro de Cristóbal de Villalón a quien se le atribuyó, al parecer de forma infundada, el Viaje de Turquía, obra que recomiendo con el mismo fervor que la presente. Hoy que, por otras razones académicas, he tenido que volver a sumergirme en él, no me he resistido a la tentación de extraer algunos de sus párrafos luminosos para compartirlos con aquellos lectores a los que no les acobarda enfrentarse a una reflexión sobre la pedagogía, puesto que El Scholástico es uno de los primeros libros  de nuestra tradición cultural en el que se reflexiona sobre la educación  y el papel esencial de la misma para la buena marcha de la cosa pública. Va a sorprender a muchos que algunas afirmaciones procedentes del siglo XVI aún no constituyan una realidad en nuestras aulas, lo cual podría llevarnos a reflexionar sobre la gran paradoja de la educación: ¿cómo es posible que tras tantísimos años de instrucción, la adquisición del conocimiento se revele como un objetivo casi imposible para un buen –y creciente- número de  estudiantes? ¿Tenemos los españoles alguna tara genética que nos impida alcanzarlo? ¿O será que, al contrario de lo que la insensata propaganda política promete a los electores, el estudio no es algo para lo que la mayoría estemos preparados, capacitados? Pongamos el caso del aprendizaje de la lengua materna o las dos lenguas propias de una comunidad bilingüe. Después de más de diez años de estudio ¿qué porcentaje de alumnado podemos considerar que se expresa con la corrección debida tanto oralmente como por escrito? ¿El 20%, el 30%? ¿Sacamos las conclusiones adecuadas de esa realidad? En Cataluña, desde donde escribo, el sistema educativo de la inmersión, con una política educativa al servicio del monolingüismo, como estrategia de reconstrucción mítico-política, en una sociedad que es bilingüe, va consiguiendo poco a poco un fenómeno que pasará a los anales de la sociología lingüística: el analfabetismo bilingüe… Sobre esas paradojas quizá convenga volver en otra ocasión. Ahora quiero centrarme en los extractos del Scholástico para percatarnos del lento ritmo del avance intelectual en este país, tan dado a los extremos.

“Juntamente con la obediencia que le hemos encomendado al discípulo, le debemos encomendar que sea recogido en su cámara y libros, no distraído ni vagaroso, porque no es capaz de las letras el juicio sin sosiego y quietud. Encomendando Sóphocles a los mançebos el trabajo de las letras, dize así: Nescesaria cosa es a los que quieren alcanzar el saber que amen el trabajo, porque con él vençerán las cosas muy arduas y dificultosas, y con el distraimiento y oçiosidad aun no se alcanzan las muy fáçiles.
Como portento puede ser considerado el hecho de que la parte más consciente del alumnado sea capaz de “recogerse” en su cámara y trabajar allí con sus libros, o con su ordenador. Otra cosa bien distinta es que, después, en los centros educativos, hayan de hacérselo perdonar  y aun renieguen de ello en público para no padecer un doloroso ostracismo, cuando no un acoso matonil que puede llegar a desequilibrarlos.
“mal trabaja el hombre en lo que con afición no es inclinado”
¿Cuántos alumnos hay “inclinados” al estudio? A partir de los 14 la experiencia me dicta que casi un 30% de ellos poco o nada quieren tener algo que ver con los más elementales procesos de la reflexión o la dedicación a la mejora de la propia expresión o la adquisición de conocimientos. ¿Acaso debe ser tenido por un fracaso político que la naturaleza humana sea como es? ¿Por qué el pseudoizquierdismo ideológico se empeña en hacerse responsable de las desigualdades humanas naturales, no las sociales, y construye una realidad paternalista -y paradójicamente represora- contra la que inevitablemente se va a enfrentar quien ni siquiera concibe que pueda haber inclinación semejante, ellos que siempre andan en la vertical de la ignorancia desafiante…

“procure tener mucha atención en las lesiones, porque para rescebir provecho dellas no basta estar a ellas presentes de presencia local, mas debe estar presente el ánima, porque ella es el vaso en que se ha de rescebir”

Si tales ausencias fueran metafóricamente reales, podríamos estar satisfechos, porque podríamos enseñar a quienes sí quieren aprender, pero todos sabemos que se trata de presencias indeseables, auténticos odres cerrados que exudan el vinazo agrio de la ignorancia y el resentimiento: “como yo no, todos como yo” (ejercitándose para ser un futuro votante del pseudoizquierdismo).



“no hay medeçina más natural para el augmento de la buena memoria que es decorando* de cada día algo: así se hace fertilísima y bastante para retener grandes cosas con aquella buena costumbre”
*Decorar: aprender de memoria.
          La enemiga contra la memoria es tradicional entre quienes, antiplatónicos ellos, creen que se trata de un procedimiento “anticuado” e inservible, cuando el día a día nos demuestra el calvario en que puede convertirse hablar con cualquiera que no sólo no tiene memoria, sino que, inducido por esas teorías, aun presume de no tenerla. Ajenos a las últimas conclusiones de los estudiosos de los procesos cerebrales, que afirman que el cerebro trabaja sobre todo por repetición, los denostadores de la memoria continúan sumiendo en la tiniebla más profunda a esas mentes de relieve anfibio sólo aptas para recoger la impresión de la propaganda volandera.


“También querría yo que el nuestra discípulo tenga algunos condiscípulos a los quales a manera de conferir les pase y lea la lectión que han oído, y aun otras que él de nuevo pueda estudiar, porque de más de aprovecharle para la entender bien y quedar mucho en la memoria, del leer, conferir y platicar se exerçita en el estudio de las letras y leyendo más se hace sabio y házese prático en la conversación para perder el empacho y temor en los lugares que cumpla”

          Cualquiera que  tenga que luchar día a día con la incapacidad expresiva, oral y escrita, de los alumnos de Secundaria, convendrá conmigo en que llegar a conseguir que oralmente construyan un discurso de dos minutos es proeza sólo al alcance de una minoría muy selecta. Arrancarles un discurso, por mínimo que sea, pero que tenga condición de tal, es decir, ajustarse a las típicas propiedades del discurso –sea oral o escrito-: adecuación cohesión y coherencia, cae del lado de la utopía. Bien es verdad que los modelos políticos y el predominio de la zafiedad expresiva del ámbito televisivo no constituyen una excepción a esa pobreza expresiva que acabará devolviendo a quienes sepan leer y escribir un puesto de privilegio en la sociedad.

“Era ley muy guardada en Roma que todo çiudadano tuviese particular cuidado del mantenimiento de su hijo, so pena que al primer desorden del hijo fuese desterrado el padre de la república, y al segundo desterrábanlos a  ambos”

          Que la autoridad no se anduviese con tantos remilgos a la hora de enfrentar a los progenitores con sus frutos y a ambos con los límites sociales de la convivencia ordenada y pacífica, ¡qué avance social sería! Nos devolvería al tiempo de los romanos, lo cual no dejaría de ser un progreso evidente frente a la nefasta tendencia al “dejar hacer” y a la compasión paternalista del auxilio social en que se han convertido los IES, antaño templos –capillitas, vamos, pero algo era algo…- del saber.

“se deben elegir por maestros de la juventud varones muy aprobados y iminentes en el saber, universales y en qualesquiera sciençias muy dotos, y preçiarse de los salariar con grandes rentas y premios”

          La primera parte de esta proposición se cumple, en términos generales, aunque la tendencia de las autoridades antieducativas es a que el cuerpo de Profesores de Secundaria, en tanto que nutrido de especialistas, desaparezca como tal para dar paso a generalistas polivalentes de Primaria. La segunda parte está más que lejos de ser cumplida. No sólo ha desaparecido el prestigio que el bachillerato y sus profesores antes tenían, sino que esas mismas autoridades tienen como objetivo social laminar el poco que queda y “recortar” los supuestos privilegios  de que disfrutan. Ningún gobierno ha valorado socialmente las entre cincuenta y sesenta horas semanales de dedicación profesional que la sociedad “no ve” frente a las ocho semanas de supuestas vacaciones que tanto escandalizan a los ignorantes. ¡Ay si nos decidiéramos a reivindicar las 35 horas en el centro de trabajo! Desde ese día, ¡por fin!, íbamos a tener auténtica “vida propia”. Pero mientras haya una concepción “religiosa” de la enseñanza, en vez de otra  meramente profesional, nada podrá cambiar.  
         
“me paresce a mí que deben los buenos maestros enseñar a sus discípulos a callar mucho y hablar poco y muy pensado, porque moço parlero nunca habló cosa de provecho”

          De undécima plaga podría calificarse el parloteo insustancial y continuo de la muchachada que  impide la celebración del rito de la comunicación en lo que éste tiene de sustancial: uno habla y otro escucha, y al revés, por rigurosos turnos. Claro que esa “parlería” irrefrenable forma parte de los malos hábitos del entorno social del acto educativo, de ahí que a los discentes les parezca casi un rasgo de autoritarismo el hecho de que exijamos silencio y que éste sólo se rompa del único modo  que admite la palabra diálogo

“Acostumbró siempre Pithágoras a pintar en las entradas de la scuela a la diosa Angerona puesto el dedo en la boca, la qual era la diosa del callar, y allá dentro hazía pintar a Harpócrates*”
*Plutarco escribe: "No hay que imaginar que Harpócrates sea un dios imperfecto en estado de infancia ni grano que germina. Mejor le sienta considerarlo como aquel que rectifica y corrige las opiniones irreflexivas, imperfectas y parciales tan extendidas entre los hombres en lo que concierne a los dioses. Por eso, y como símbolo de discreción y silencio, aplica ese dios el dedo sobre sus labios".

          Dejando especulaciones mitológicas al margen, bien podríamos regresar a los tiempos de Pitágoras y decorar pasillos y aulas con el único retrato religioso que cualquier defensor del laicismo admitiría.  Preside, disfrazada de enfermera, los pasillos y salas de los hospitales. ¿Por qué no los de los IES y sus aulas? Ignoro si la edad  vuelve intolerante al ruido y dicha intolerancia tiene efectos depresivos sobre el sistema nervioso, pero los decibelios que se soportan en los pasillos de un IES, y más aún en primavera, se acerca, si no da de lleno en ella, a la tortura psicológica.

“en la verdad no hay cosa que más haga al hombre sabio que el contino y mucho leer”

          “Contino “ y “mucho”, ¡ahí es nada! Si por ello hemos de juzgar al alumnado, mucho me temo que para esa gran mayoría “vertical” de la que hablábamos, la lectura resulta ser algo tan exótico como, para muchos de nosotros, juegos deprimentes como Grand Theft Auto: San Andreas y engendros parafascistoides similares. Y ahora que se les confirma que la “verdad” está sobre una pantalla, que ella es el camino y la vida, no quiero ni pensar qué contumacia antilectora estaremos fomentando. Estadística repetida ad nauseam: “¿Qué han leído o escrito en castellano durante la semana pasada?” Respuesta única: “Nada”. Es por lo tanto la única encuesta, entre las muchas que conozco, en la que no tiene sentido la otra gran respuesta: NS/NC.


“Así que no deben de ser tan grandes los castigos en el discípulo que desespere, ni tan grandes los halagos y favores que de regalado haronee*”
*Holgazanee.

          Quienes  seguimos sufriendo la práctica  lacerante de esa gran estafa profesional que significa la no repetición de curso en la Primaria –variante inequívoca de la obligatoriedad penal de tener encerrados a los alumnos de 14, 15 y 16-, estamos archiconvencidos de que las razones mercadotécnicas que justifican darle la razón al cliente se han trasplantado al terreno pedagógico, y que no se puede “frustrar” a los votantes “marcando” a sus hijos con semejante baldón. Al final, los halagos reiterados han creado las ilusiones individuales de que “las generaciones mejor formadas de la historia de España” –insértese epifonema de rigor…mortis– son las que  apenas han de tomarse el trabajo de dedicarle el más mínimo esfuerzo a los estudios. Como dice con gracia mi buena amiga Fuensanta cuando se le quejan los pacientes de la falta de salud: “Usted tiene derecho a la asistencia médica, no a la salud”.


“Por experiencia vemos que la lengua fue la muestra de nuestro saber, porque en el hablar se conosce mas que en otra cosa alguna el entendimiento y prudençia del hombre (…) Y si su juicio es sabio y grave, toda su conversación es doctrinal y auténtica, acompañada de muchas sentencias y lo mesmo nos muestra esperiençia en el vestir, en el andar y en el natural de nuestra compañía”
          Pues si por él hemos de concluir el grado de entendimiento y de prudencia de nuestro alumnado, daremos por sentado que los centros escolares son asilos de la nesciencia, patria de la insensatez y universidad de la ociosidad, a juzgar por cómo lo destrozan diariamente de las más terroríficas maneras. La deturpación constante de nuestra segunda naturaleza –la costumbre queda relegada a la tercera plaza– explica, siguiendo a Villalón, los calzoncillos vistos –y no siempre limpios…–, las domingas asfixiadas, los andares beodos y otras lindezas que tienen los jóvenes por perlas de su ingenio y presonalidad,  sic, sí, pues viven prisioneros en la contestación absurda contra el rigor que en ellos no se ejercita.


* En estas fechas escolares por antonomasia he querido rescatar un artículo que escribí en su día para la revista Deseducativos, lamentablemente desaparecida y cuyo hueco aún no ha sido llenado por otra. Es inacabable el debate sobre la educación, pero, como ya lo veremos cuando presente una crítica del libro de Filóstrato sobre los sofistas, hay ciertas premisas básicas indiscutibles y, entre ellas, la dureza del esfuerzo que supone aprender y progresar en el conocimiento. La propaganda política que, para supervivencia del partido gobernante y el acceso al poder del opositor, ha de prometer al pueblo el acceso a la sociedad del bienestar no se atreve ni a sugerir que ese bienestar, por la parte de la formación, al menos, exige una dedicación absorbente, un sacrificio constante y una voluntad de superación férrea si se quieren obtener resultados que nos permitan constituirnos como ciudadanos libres. Ahora bien, si se prefiere a ciudadanos envueltos en banderas como pañales, dóciles y obedientes a los magos de la tribu, con lo que hay sobra y basta, y aun diría que es un gasto excesivo.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Un subgénero novelístico expresionista: La novela de Gymnasium.

Alfred Andersch: El padre de un asesino
Ödön von Horváth: Juventud sin Dios
Franz Werfel: Reunión de bachilleresAniversario

Resulta llamativo el poco juego literario que la etapa del bachillerato ha dado en nuestra literatura, frente a la importancia de la misma en las letras alemanas (en las cuales se ha de incluir a los austriacos, a algún checo, como Kafka, húngaros como von Horváth,  y a no pocos suizos, como Walser y Frisch, por ejemplo, porque todos ellos se sienten incluidos en la literatura alemana, independientemente del país donde hayan nacido; algo que, sin embargo, no ocurre cuando hablamos de la literatura española, en la que no caben argentinos, mejicanos o colombianos, entre muchos otros, sino indirectamente y en análisis, a veces, propiamente de literatura comparada, como el paradigmático caso del peruano José María Arguedas nos recuerda). Piensa uno en Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, por ejemplo, y percibe en el acto un  abismo literario entre esa obra tan ajustada al realismo de mesa de camilla, al realismo “garbancero”, que decía Valle, y las obras cuya lectura aquí propongo. La vida de internado, en los diferentes niveles de enseñanza sí han tenido un cierto éxito literario, como A.M.D.G. de Ayala, tan provocativa en su momento auroral republicano como ahora mismo, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, entre otras, por poner ejemplos a uno y otro lado del océano; pero esa etapa concreta del paso del bachillerato a la universidad, de la adolescencia acomplejada  a la madurez problemática ha quedado como un vacío, difícil de llenar, por otra parte, porque en nuestro país los conflictos a esa edad tienen una limitada dimensión: o bien reflejan crisis de fe o bien describen la dura lucha por el acceso a la sexualidad plena, sin culpas ni compromisos losales. Nada nos habla ya de una universitaria, del mismo modo que una película magistral como Nueve cartas a Berta nos muestra la desesperanza casi irremediable de un universitario cuya mirada desencantada a lo que le rodea es capaz, literalmente, de acongojarnos hasta las lágrimas, sobre todo a quienes hemos vivido esa España negra, represiva y sin futuro inmediato liberador, en aquel entonces de los años 60, que se describe tan acertadamente en la película. Quienes quieran saber exactamente qué significaba la dictadura franquista y el yermo moral y cultural español que impusieron, heredero de la intolerancia y el oscurantismo secular españoles, sólo tiene que asomarse a esa película, y luego pensarse dos veces si a esta democracia tan deturpada que vivimos se la puede o no comparar con esa etapa siniestra de nuestra historia reciente. Sí que algunas novelas de Martín Vigil podrían ser tenidas en cuenta a la hora de buscar un ejemplo en nuestras letras del subgénero alemán del Gymnasium, pero se entenderá que excuse entrar en comparaciones absolutamente heteróclitas.
Son tres las novelas sobre las que quiero hablar: Aniversario o Reunión de bachilleres, de Franz Werfel, según leamos la edición de Luis de Caralt, 1962, publicada por Plaza y Janés o la de la editorial Minúscula, 2005, cuyo loable empeño por acercarnos la mejor literatura centroeuropea merece los mejores elogios. El padre de un asesino, de Alfred Andersch, en Círculo de lectores, colección Onda joven  y Juventud sin Dios, de Ödön von Horváth, en BackList, del grupo Planeta. En los tres casos, se ajustan cuentas autobiográficas con un sistema educativo autoritario hasta la crueldad, nacionalista hasta la perversidad y humanamente deplorable.
Respecto de la primera, ha de decirse que en el original contiene titulo y subtítulo: Der Abituriententag, que puede entenderse, en efecto, como “Aniversario” o “Reunión de viejos alumnos” y Die Geschichte einer Jugendschuld, que bien podría traducirse por “La historia o la anécdota de una culpa de juventud” o algo por el estilo. En cualquier caso, en las dos traducciones se ha optado por evitar un subtítulo tan explícito y se ha optado bien por el Aniversario, demasiado aséptico, bien por la Reunión de bachilleres, que se acerca más al original. Que ambas desdeñen el subtítulo explícito es una curiosa coincidencia. Ya se sabe que un titulo enigmático atrae más lectores que uno que da a entender claramente el tema de la obra. Aunque en Reunión de bachilleres, la etapa del Gymnasium ha quedado veinte años atrás, lo cierto es que el comedor reservado del Adria se había convertido de pronto en la vieja aula del colegio y en él, en efecto, se representan a través de la evocación aquellos años llenos de esperanzas, frustraciones, miserias y maldades. Werfel construye la novela como un flash back que nunca abandona, sin embargo, el presente deteriorado desde el que se evocan aquellos años de la adolescencia, por eso el contraste entre el ayer y el presente acentúa el carácter dramático de la novela, llena de reflexiones sobre la inocencia, y su pérdida, y sobre la maldad, y la ausencia de castigo, salvo el infligido por la propia conciencia. Los cuarentones adolescentes componen un entramado de clases sociales, de relativos éxitos y fracasos espectaculares que nos retratan con serena frialdad, por parte del narrador, un mundo abocado al fracaso después de la terrible experiencia de la primera guerra mundial, saldada con un fracaso, por parte alemana, que sólo sirvió para incubar el deseo de venganza con que aplacar el inmenso resentimiento. Reunión de bachilleres no es, sin embargo, una novela social, sino psicológica, porque a través de la rivalidad de dos personajes que destacan se nos hace un retrato implacable de uno de ellos, juez de profesión. Y por aquí viene lo del subtítulo: la “culpa de juventud”. Esta novela, como ya he indicado, fue publicada nada menos que en 1962 por Luis de Caralt, un editor inquieto y atento (para quien trabajo, por cierto, Gonzalo Suárez, quien cuenta en Jot Down algunas graciosas anécdotas de aquella relación) al que quizás no se le ha concedido la importancia cultural que tuvo en su momento. La edición de editorial minúscula es de 2005, sin embargo. Como uno es de natural pesquisidor, he tenido la ocurrencia de hacer un breve cotejo de ambas traducciones, a ver qué salía, y, sin sorpresa alguna, porque no desconozco el oficio de traductor, he hallado algunos resultados la mar de llamativos. Helos aquí (que no vienen saltando por las montañas, sino emergiendo del teclear): (Indico con los números las ediciones del 62 y la del 2005)
62. Llevaba una barba redonda del mismo color.
2005. La barba de rabino era del mismo color.
……………………………………………………
62.Siempre resulta tonto fotografiarse.
2005. Nunca deberíamos dejar que nos fotografiaran.
…………………………………………………….
62.Se sentaba entre estas sombras del diario purgatorio de la vida.
2005. Se agazapaba en las sombras de ese Hades vulgar.
……………………………………………………….
62. Su fuego catiliniano
2005. Su fogosidad catilinaria.
………………………………………………………
62.Llevaba ya trabajando cuatro horas, vistiendo a sus hermanos.
2005. Llevaba a sus espaldas muchas horas de trabajo.
………………………………………………………
62. La falta de carácter era también un don de los dioses
2005. La falta de carácter era un regalo para los afortunados.
……………………………………………………………
62. escupitajos en algunos casos que le arrojaban diariamente a uno a la cara.
2005. escupirse en la propia cara todos los días.
………………………………………………………………
62. Silencio
2005. Nada
…………………………………………………………………
62.El Estado, para él, desempeñaba un papel mítico, casi divino.
2005. El Estado desempeñaba un papel místico, casi divino.
…………………………………………………………….
62. y estaban las indolentes offenbaccantes fumando cigarrillos.
2005. había alumnos de sexto que ya fumaban y bacantes impúdicas.
……………………………………………………………..
62. De modo que ha decidido usted ser un inmigrante. Debe usted procurar entonces convertirse en un ciudadano tan pronto como sea posible. No es fácil.
2005. Usted ha emprendido un éxodo. Aspire ahora a convertirse en sedentario. No es fácil.
Como se advierte, brota enseguida la sonrisa, al comparar ambas traducciones. Como si se intuyera que alguno de los traductores, Ignacio Rived, de la del 62 o Eugenio Bou, de la del 2005, flaquean en su alemán o en la búsqueda de las equivalencias en castellano. Lo que no es fácil es traducir, sin duda, aunque tengamos y hayamos tenido muy buenos traductores. Hace tiempo, incluso se lanzó al mercado una loable Biblioteca de traductores por parte de Ediciones Júcar que, como otras buenas iniciativas editoriales no acabó cuajando en este país que parece haberle dado la espalda a todo lo que de bueno y necesario pueda haber en el mundo de la literatura.
Lo que llama poderosamente la atención de los personajes de Reunión de bachilleres es la acendrada reflexión moral de los mismos y su nivel de aspiraciones y de expresión, provocados, sin duda, por exigencias académicas que les abrían  horizontes de realización personal desconocidos para nuestros sistema educativo. Quien haya leído Los monederos falsos y recuerde la descripción que en esa novela se hace del ejercicio de francés que realiza el protagonista para superar el examen de estado que le dé el título de bachiller tendrá una idea exacta de ese abismo del que hablo. De igual modo lo sabrá quien haya visto Au revoire les enfants y recuerde los ejercicios académicos de Julien Quentin. El modo como se acercan a la realidad esos bachilleres, para los que la “cuestión judía” formaba parte de su día a día, como en la película de Malle, presupone una madurez que resulta casi impensable en nuestros lares, hechas las excepciones de rigor, claro está: No podía soportar su superioridad, precisamente por ser suya. ¿Por qué? Las explicaciones de un hecho no son nunca demasiado convincentes.(…) ¿Venía mi resistencia del hecho de que yo veía en él al judío, la raza de la que uno puede soportar todo, excepto la dominación? O, más adelante, en otra fase de esa rivalidad a muerte entre los dos adolescentes: Había algo más que burla de sí mismo en aquella risa; había inmolación total. Era el eco de mi propia risa, con la que yo le había destruido. Era algo que había permanecido en su alma como un dardo envenenado. Desde el mismo momento en que estalló, él dejó que fuese trabajando su aniquilamiento. No eran sólo los otros los que se habían alejado de él; él también se había apartado de sí mismo. Es cierto que el protagonista redacta sus vivencias de aquella época a partir de la reunión con sus condiscípulos, en un ejercicio de redacción febril e insomne, y que, de alguna manera su presente condiciona su pasado, pero la recreación está hecha con tal fidelidad a sus años adolescentes que se nos habla desde aquella mentalidad y aquellas experiencias con una voz de verdad y una sinceridad que logran transmitirnos la verdad profunda de los personajes y el drama angustioso del protagonista, atormentado por los remordimientos.
Juventud sin Dios, de Ödön von Horváth, escritor austrohúngaro en lengua alemana, apátrida confeso: No tengo Patria Y, como es natural, no sufro por ello, sino que me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de sentimentalismos innecesarios –lo que le priva de un 20% de lectores catalanes secesionistas…–, nos ofrece una novela de Gymnasium pero desde el punto de vista de un profesor inadaptado que revela el descrédito moral del sistema y anuncia el advenimiento de un nuevo régimen basado en la fe ciega, la obediencia sumisa, la crueldad y la hipocresía. Su inequívoca actitud de denuncia del nacionalismo criminal emergente le acarreó no sólo la enemiga de los nazis, sino la necesidad imperiosa de poner tierra por medio para que al lado de la hoguera de sus libros no lo quemaran a él en persona. Exiliado en París tuvo la desgracia de que la rama de un árbol desgajada por un rayo le golpeara en la cabeza y lo matara, a la temprana edad de 37 años. Otras versiones de su muerte hablan de que el rayo mismo lo calcinó, pero cuando las versiones se suceden es que se ha entrado en la leyenda.
La novela de Horváth está construida sobre un monólogo en tiempo presente que transmite al espectador el mundo de sensaciones, sentimientos, ideas, neurosis, temores, etc., del protagonista, asediado en su integridad moral por la perversión nacionalista, como se demuestra ya desde el primer capítulo, cuando corrige los ejercicios de sus alumnos: “Todos los negros son astutos, cobardes y vagos.” Esto es del género idiota. ¡Lo tacharé! Y cuando me dispongo a escribir con tinta roja en el margen: “Esto son generalizaciones absurdas…, me paro. Atención, esta frase sobre los negros, ¿no la he oído últimamente en alguna ocasión? ¿Dónde? ¡Claro, ya está! Retumbaba a través del altavoz del restaurante y estuvo a punto de hacerme perder el apetito. Dejo por tanto la frase tal como está, pues lo que dicen en la radio ningún maestro tiene derecho a tacharlo en el cuaderno escolar. Por cierto, cámbiese negro por andaluz,  extremeño o murciano y sabremos si la situación es extrapolable a los discursos nacionalistas catalanes desde su jefe de gobierno hasta sus mass media paniaguados, y comprobaremos la actualidad y vigencia de esta novela. El joven profesor de treinta y cuatro años se queja de que haya un abismo entre su generación y la de los jóvenes que serán alienada carne de cañón en la inevitable segunda guerra mundial: Que estos críos rechacen todo lo que para mí es sagrado no me parece tan grave. Lo que resulta más grave es cómo lo rechazan, sin conocerlo. Y lo peor de tofo s que no quieren conocerlo de ningún modo. Para ellos, pensar es odioso, dice el protagonista para fijar la situación en sus justos términos, esto es, para explicarse la raíz de la barbarie que protagonizarán. El argumento gira en torno a una muerte ocurrida en un campamento paramilitar al que van los jóvenes recién iniciado el verano. Las miserias morales de una juventud educada en la obediencia ciega y en la despersonalización chocan con la responsabilidad ética de un maestro que ha de arriesgar su carrera profesional y su estatus social para que prevalezca la verdad. La novela transmite una tenue esperanza, porque ciertos jóvenes, en sintonía con su represaliado profesor, deciden crear una sociedad de resistencia ante la barbarie que se impone socialmente por la fuerza y la adhesión de quienes solo conciben la patria como la esclavitud del diferente, e incluso su desaparición.
El padre de un asesino, de Alfred Andersch, es un libro declaradamente autobiográfico, si bien el autor se disfraza de un personaje, Franz Kien, que es protagonista de varias novelas cortas igualmente autobiográficas. La anécdota que da pie a la narración es la vivencia de un joven que tiene como profesor al padre de Heinrich Himmler el melifluo pero cruel y sádico asesino al servicio del proyecto Hitleriano de exterminio, un padre que vive enfrentado al hijo y con el que solo al final de sus días se reconcilia. La acción de la novela, como Solo ante el peligro, dura una hora, el lapso temporal de una clase, el mismo en que puede ser leído el libro. La supervisión del Director, el Rex, como lo llaman los alumnos, el enfrentamiento entre el Director y el profesor de griego, y, finalmente, del Director con los alumnos, nos dibuja un mapa humano exacto de la educación en tiempo de los nazis y de la repercusión en la vida cotidiana de aquella turbulenta y despiadada época. Kien, el protagonista, hijo de un nazi, se resiste al estudio y prefiere instalarse en la lectura de Karl May. Soporta con la entereza del alumno que pasa del sistema, el chorreo de su prusiano Director, quien exhibe un autoritarismo sin mayor fundamento que el propio poder, con independencia del mérito, como lo demuestra la vejación, ante los alumnos, a la que somete al profesor que acaba de obtener el doctorado y, posteriormente, la expulsión de Franz de la escuela. Llama la atención la naturalidad de una referencia a los judíos nacionalsocialistas, que los hubo, a pesar de los pesares, porque amantes de los “hombres providenciales” y de las “políticas de mano de hierro” los hay en todas las sociedades, independientemente de la religión que profesen o la minoría a la que pertenezcan. La edición de la novela incluye un epílogo muy interesante en el que el autor reflexiona sobre la ficción autobiográfica. A su juicio, Los asuntos más personales pierden –así se lo imagina cuando menos el autor– algo de su penoso carácter de confesión cuando se atribuyen a un terceo, por leve que sea el disfraz con que se le vista. (…) contar algo en tercera persona permite al escritor ser muchísimo más sincero. Y más adelante: Por otra parte, he escrito una novela, Effraim, en primera persona y, al contrario de Franz Kien, Efraim n o es en nada idéntico a mi, al contrario, es muy diferente a como sy yo. (…) Por lo demás, dicho libro concluye con la reflexión de que quizás el yo sea la mejor de todas las máscaras. Así de contradictorio es todo en el oficio de escribir. Finalmente, Andersch, reflexiona sobre los Himmler y expone una idea sobre la que no pocos intelectuales han mostrado su total perplejidad: Heinrich Himmler –mis recuerdos me lo confirman– no creció entre los hombres del proletariado más bajo y a cuya hipnosis él se rindió, sino en una familia burguesa de antigua y fina educación humanística. ¿El humanismo, pues, no protege de nada?

Contestar a esa duda nos ha de llevar, forzosamente a una meditación compleja y triste. La dejo para otro día, aunque voces autorizadas como la de Gabriel Jackson podrán orientar mejor al lector que las caóticas elucubraciones de un artista desencajado. De Jackson puede leerse un libro espléndido: Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX, editorial Crítica. Bon appètit.