DICCIOCLOPEDIA: intelligenti pauca.
Ignoro si es afición común
la lectura de diccionarios. De mí sé decir que me ha acompañado desde que me
inicié en la escritura, no solo por un justificable afán normativo y por la
necesidad de encontrar siempre le mot
juste, sino por las inconmensurables carencias con que me metí de lleno en
una actividad para la que no estaba particularmente dotado, dada mi sostenida
aversión a la letra impresa hasta casi los quince años. Los profesores antiguos
solían darle “vueltas” a los libros de texto, y presumían de haberlo recorrido
hasta tres veces en el mismo curso, por ejemplo. Como reputado mal estudiante que
fui, ni siquiera atendí nunca a la primera, pero, sin embargo, sí que le he
dado muchas “vueltas” al Diccionario
Ideológico de Casares, al de la RAE, al De
uso de María Moliner, al Etimológico
de Corominas, al de Argot de Víctor
León, al de Palabras y frases extranjeras
de Del Hoyo y a tantos otros que jalonan mi vida de lector extraño, raro, pero
no menos que lo son autores como Bierce: Diccionario
del Diablo o Flaubert: Diccionario de
lugares comunes, tan releídos siempre.
Los veranos son épocas de
lecturas clásicas para mí, y con motivo del desmantelamiento de una biblioteca
clásica en un centro público –metáfora de la deshumanización del sistema–, tuve
acceso a algunos volúmenes que salvé de su horrible destino: ser arrojados al
contenedor de reciclaje, para acogerlos en mi hospitalaria biblioteca. El Diccionario de expresiones y frases
latinas, de Víctor-José Herrero Llorente, en Gredos, no es excesivamente
antiguo, fue publicado en 1980, pero cualquier volumen que tenga que ver con
los clásicos greco-latinos tiene un perfume de antigüedad que contagia de
estupefaciente felicidad a quienes los abren y se sumergen en ellos. Es lo que
a mí me ha pasado. Buscaba satisfacer ese lado chismoso de los aficionados a la
lectura que es el anecdotario, las notas a pie de página, las referencias
curiosas, como las de los Hechos y Dichos
memorables de Valerio Máximo, gran correveidile del mundo clásico, que le
ha cogido el relevo lector al Diccionario
de expresiones…, y me he encontrado con una joya que ha ido mucho más allá
de las expectativas que me podía haber forjado sobre ella, tras haberle echado
un vistazo en el escrutinio en el que decidí indultarla. Estoy más que
satisfecho. No sólo he cumplido ese objetivo menor de la memorabilia, la collectanea,
la mirabilia y la rariora, sino que el diccionario aporta,
sobre todo, una estupenda colección de aforismos, entre los que destacan los
del dramaturgo, repentista y mimo extraordinario Publio Siro, cuyas Sententiae me nutrirán en un futuro
inmediato, si bien la galería de autores no descuida los grandes clásicos:
Cicerón, Séneca, Terencio, Juvenal, etc.
La diccioclopedia latina
que en realidad es este diccionario tiene la virtud de deshacer algunos equívocos
y restituir la exactitud de algunas citas que han pasado a la posteridad sin
haber sido enunciadas como la transmisión nos la ha legado, como en el caso de *CREDO
QUIA ABSURDUM: “Creo porque es absurdo”. Atribuida a San Agustín, se trata, en
realidad, de una frase de Tertuliano con la que culmina un razonamiento del
siguiente modo: CERTUM EST QUIA IMPOSSIBILE. La magnífica obra de Víctor-José
Herrero va más allá de lo que promete en el título y nos ofrece una visión de
la lengua latina y de las costumbres romanas que permiten al lector disfrutar
de un viaje al pasado a partir de los ecos de aquella civilización que aún se advierten en nuestro atribulado
presente.
Por los complacidos ojos
del lector desfilan desde la severa moralidad de sus aforismos, los jurídicos
incluidos, hasta los detalles menores de la vida cotidiana y el modo de pensar
que se recoge en tanta frases de tipo proverbial que permiten reconstruir la
manera como los romanos se relacionaban con la realidad y cómo la percibían y
escogían de ella todo aquello que les permitía ilustrar su pensamiento. Lo
mejor será, sin duda, que pongamos algunos ejemplos de cuanto exalto para que
el lector pueda apreciar por sí mismo el valor de este thesaurus que hoy comento con exultación y agradecimiento.
El capítulo de aforismos
es nutrido y provechoso, porque las máximas latinas tienen un afán ético que
aspiran a convertirse en lección de vida para contribuir a la educación moral
del ciudadano. Así, aforismos clásicos como el de Séneca: ADULATIO QUAM SIMILIS
EST AMICITIAE: “¡Cuánto se parece la adulación a la amistad!”, tan
desgraciadamente de actualidad por lo que hace a la vida interna de los
partidos políticos y a cualquier relación social de tipo cerrado, como la
laboral o la familiar, convive con otros como este de Plauto: BONUS ANIMUS IN
MALA RE, DIMIDIUM EST MALI: “El buen ánimo en una situación difícil reduce el
mal a la mitad”, que parece animarnos a sobrellevar con entereza esta crisis
que sí que nos está demediando a todos nosotros. Otros, como éste de Cicerón: FRONS,
OCULI, VULTUS PERSAEPE MENTIUNTUR; ORATIO VERO SAEPISSIME: “La frente, los
ojos, el rostro engañan muchas veces; pero la palabra muchísimas”, nos
recuerdan la ingenuidad pueril del culto a la palabra y a sus virtudes, tan
extendida entre los creadores para quienes el lenguaje es poco menos que un
dios al que se le ha de rendir perpetuo vasallaje. Y otros, como el desgarrado
de Publio Siro, IN MISERIA VITA ETIAM CONTUMELIA EST: “En medio de la miseria,
incluso la vida es una afrenta”, nos ponen ante el espejo de una realidad dura,
durísima, que ha provocado no pocos suicidios por desesperación; un autor al
que no se le escondía que PAUCORUM
IMPROBITAS EST MULTORUM CALAMITAS: “La maldad de unos pocos es la desgracia de
muchos”. En estos tiempos de tribulación, siempre resulta esperanzador leer una
afirmación tan sensata como la de Cicerón: VECTIGALIA, NERVOS REIPUBLICAE: “Los
impuestos son los nervios del estado”, en las antípodas de personajillos
nefastos como el Caudillito Aznar pidiendo rebajar los impuestos o el
abarcenado presidente de Gobierno deseando bajarlos en cuanto la troika le
deje, a quienes desde el socialismo gestor del capital se les imita con la
prontitud de la mímesis plebeya. Oímos en los clásicos lejanos incluso el
retrato más apropiado del presente insorportable, como cuando Publio Siro
establece que TACITURNITAS STULTO HOMINI PRO SAPIENTIAE EST: “En el hombre
necio, el silencio hace las veces de la sabiduría”, axioma al que parece
haberse acogido el presidente del gobierno español más inverosímil que hemos
tenido, superando con creces a Calvo-Sotelo, el pianista no fumador.
El diccionario está lleno
de pequeños detalles de erudición que contentarán a los lectores como yo, de
poco vuelo intelectual y mucha muleta ajena. Se agradece poder contar con
fuentes donde abrevar la sed de conocimientos inútiles que son tan placenteros.
Los herederos de Bouvard y Pécuchet no aspiramos a la inefable pretensión
quimérica de nuestros predecesores, pero seguimos el camino abierto por ellos
con idéntico entusiasmo y eutrapelia. La roma vida moderna nos da pocas
ocasiones para incluir latinismos en la conversación o los escritos, pero es
indudable que a cualquiera le gustaría descolgarse con un RELATA REFERO: “Como
me lo contaron lo cuento”, un “te lo explicaré IN NUCE (“de forma compendiosa”)
para no perder tiempo…” o un QUID MULTA?: ¿Para qué más? ¿Para qué seguir
hablando?, una vez que la indignación nos ha dejado exhaustos tras criticar la
miserable contemporización con la corrupción de todo el arco parlamentario.
Es, sin embargo, en el
apartado de las expresiones coloquiales donde el lexicógrafo aficionado puede
llegar al éxtasis, porque, si por él fuera, esmaltaría cualquiera de sus
discursos con teselas brillantes e incisivas como ASINUS ASINUM FRICAT: “El
asno frota al asno”, que se dice de las personas que se dirigen mutuamente grandes elogios, como en los
relevos de cargos en los partidos políticos o en ministerios u otros altos
cargos. CUCULLUS NON FACIT MONACHUM: “La cogulla no hace al monje”, que nos
permite huir del hábito para sorprender a los contertulios. DENTIBUS ALBIS: “Con
dientes blancos”, esto es, una crítica amable y sin encono, como las que yo
prodigo en este blog. DIFFICILES NUGAE: “Bagatelas laboriosas”, que se aplica a
personas que se afanan en cosas sin importancia, como un servidor. O una de las
estrellas de esos usos coloquiales, la brillante y esperanzadora paronomasia: DUM SPIRO SPERO: “Mientras vivo,
tengo esperanza”. Así mismo, para criticar los fatalismos a que tan aficionados
son los españoles de cualquier región de nuestro hermoso territorio, qué duda
cabe que el FATA DUCUNT, NON TRAHUNT: “El destino dirige, no arrastra”
constituye un argumento de muchísimo peso, pues le devuelve a cada uno las riendas
sobre sus propio destino, para bien o para mal. El rizo se riza cuando se tiene
la oportunidad de “meter”, aunque sea con calzador, este poético palíndromo que
no aparece en el capítulo dedicado a los tales –lo afirmo de memoria, pero
puede que falte a la verdad–, Onis es
asesino, de Monterroso: IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI: “Andamos
vagando por la noche y nos consumismos en el fuego”. Herrero Llorente nos
informa de la leyenda según la cual este palíndromo se lo enseñó el diablo a un
seminarista y de ahí que le suela llamar “verso del diablo”. Más oportunidades
se tienen, en la vida política y en la vida diaria, de introducir esta
expresión: SI CHARTA CADIT, TOTA SCIENTIA VADIT: “Si se te cae el papel, toda
tu ciencia se esfuma”, que a día de hoy podría traducirse por “si se te
estropea el power-point, l’has cagao, macho”, que no cumple, sin embargo, con
el requisito de estar construido con el medieval verso leonino del original.
Para la reluctancia de Rajoy a las ruedas de prensa, bien puede traerse a
colación, sin mucho esfuerzo el famoso: SI NON VIS AUDIRE, NEC REGNES: “Si no
quieres escuchar, no reines”, que ya se usó nada menos que contra el rey Filipo
de Macedonia. Finalmente, bien podría reclamarse como novedad coloquial en
nuestro ecosistema lingüístico el uso de una expresión que goza de excelente
salud en otros países centroeuropeos, como Holanda y Alemania. Me refiero a SUB
ROSA: “Privadamente, en secreto”, cuyo origen es desconocido, si bien, como
dice Herrero Llorente pueda deberse a que la rosa era la flor de Harpócrates,
el dios del silencio. Y para lograr supraexcelente, nada como este calambur
originalísimo que pone el dedo en la llaga: SI CUM IESU ITIS, NON CUM IESUITIS:
“Si vais con Jesús, no vayáis con los jesuitas”. Un rasgo de ingenio verbal al
que los latinos eran más que aficionados. Quizás porque su lengua sintética
daba para ello y para más.
El diccionario recoge algunos usos marginales
que merecerían una entrada. Me refiero, por un lado, a las inscripciones
horológicas y a los epitafios, que constituyen una modalidad muy singular
dentro de la literatura autobiográfica, como ya lo estudio Paul De Man con un
acierto insuperable. En nuestro ámbito, a pesar de haber recopilaciones de
epitafios, aún no se ha llevado a cabo, que yo sepa, un estudio lo más completo
posible y que nos permita disfrutar con un género que no por breve deja de ser
denso y proclive al ingenio. Los romanos les temían a las palabras morir y
muerte, de ahí que un epitafio bien corriente fuera el de: NON OBIIT, ABIIT: “No
murió, partió”; y que la inscripción equivalente a nuestro RIP, REQUIESCAT IN PACE fuese STTL,
SIT TIBI TERRA LEVIS: “Que la tierra te sea leve”, de gran delicadeza.
Por lo que hace a las inscripciones
horológicas, en Julio Caro Baroja leí aquella estupenda inscripción del reloj
de sol de un caserío vasco: “Todas hieren, la última mata”, que es un perfecto
aforismo, dicho sea de paso. En latín, de donde procede, VULNERANT OMNES,
ULTIMA NECAT. Pero llama la atención la ingeniosísima: CUM UMBRA NIHIL, ET SINE
UMBRA NIHIL: “Nada es con sombra, y nada sin sombra”, que solo puede entenderse
si se piensa en el gnomon que marca las horas, claro está.
En el orden estrictamente
léxico, aunque este diccionario sea de expresiones y frases, también hallamos
“joyas” con que adornar el collar de sabiduría
bisutero que puede el lector colgarse al cuello para exhibirlo, una vez
cerrado el libro. Saber que Delirium tremens no procede de la época latina,
sino que fue inventada por el Dr. Sutton en 1813 puede caer del lado de esa rariora a la que hemos hecho referencia,
pero CORVO RARIOR ALBO (más raro que un cuervo blanco) es el IENTACULUM: “Desayuno”,
habitualmente compuesto por pan, miel, dátiles, aceitunas y queso. Irritación, por otro lado, nos ha de causar que a un
esclavo se le denomine INSTRUMENTUM VOCALE, y sorpresa que se llame LANISTA (con
una curiosa etimología que remite a abrirse el cráneo)al maestro de gladiadores;
pero aún nos parecerá que estamos en un mundo muy lejano del latín del que procede
nuestro dialecto castellano cuando nos enteramos de que VADIMONIUM es “Promesa, compromiso”. Por suerte, la analogía
nos permite no extrañarnos de que VIATICUM sea “Dinero para el viaje”, pues los
santos óleos con que asisten los sacerdotes a los enfermos desahuciados
equivalen en todo al óbolo que se le ponía al muerto en la boca para que pagara
la travesía de la laguna Estigia.
Como se ha podido
observar, la lectura de un diccionario, y es raro, sea el que sea, que nos
defraude, se convierte, con un poco de atención en una lectura de la que
extraer informaciones valiosas y amenas que pueden consolarnos y fortalecernos.
Animo desde aquí a todos los lectores a que no los desdeñen como meros “libros
de consulta”, una etiqueta que los convierte en seres languidecientes, cuando
su verdadera vocación es la locuacidad gozosa. Puedo garantizar, por ejemplo,
que ninguna novela de detectives estará nunca a la altura del Diccionario etimológico de la lengua
castellana de Joan Corominas.
INDOCTI
DISCANT ET AMENT MEMINISSE PERITI
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