Lúdica soledad
Las personas
propensas a la soledad y al silencio (Los lectores avezados saben, sin
necesidad de excursiones teóricas improcedentes, que ciertos discursos, como el
presente son, también, silencio); los
insulanos, decía, somos amigos de
ocupaciones raras, propias de mixtificadores como Silvestre Paradox, Pío Cid o
Pierre Menard, y las más de las veces damos en extravagancias que no son sino
una suerte de digresiones de nuestra
naturaleza, extravíos por atajos (y antojos) que nos llevan mucho más
rápidamente de lo que incluso desearíamos, a ninguna parte, dondequiera que
esta se halle. Lo único cierto es que allí donde esa ninguna parte se halle
estaremos nosotros, rodeados de ausencia y acomodados en el mirador
privilegiado desde donde se contempla cómo el resto de la inhumanidad se hunde
en sus afanes, se ata a sus asuntos y se ahoga en sus quehaceres. Escribo en
plural únicamente porque a los seres insociables, ariscos, megalómanos,
egófilos y adictos al ingenio de quienes lo poseen y exhiben -¡imperecedero
estímulo!- nos gusta la ficción de no ser únicos, sino miembros de una inmensa minoría que, al modo de los masones
antañones, es capaz de reconocerse, congeniar, confraternizar y sellar un
vínculo de empático socorro mutuo indestructible.
Hecho el
preámbulo de rigor, deambulo sin demora hacia mi propuesta. El coleccionismo es
mal universal del que no me considero exento. Llevo tiempo dedicado a la
colección de aforismos y a su estudio, y, con no poco atrevimiento, a su tímida creación.
Uno de los rasgos específicos del aforismo es la autoría, esto es, frente a la creación anónima del refranero,
de los proverbios, el aforismo ha de ser engendrado por un autor o autora a
quienes, presumiblemente deberíamos poder identificar, del mismo modo que
podemos atribuir, a primera lectura, la paternidad de ciertos textos a autores fácilmente identificables como Shakespeare,
Cervantes, Quevedo, Goethe, Góngora, Camilo José Cela, Breton, García Márquez o Flaubert –dejo de
lado, por supuesto, el problema de los epígonos, pues no son sino máscaras
fraudulentas de los originales-. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuando nos situamos
ante una ristra de aforismos y hemos de emparentar cada uno de ellos con quien
lo alumbró? ¿Atribuimos la paternidad de los mismos con la misma decisión que
en los casos anteriores? Mi tesis es que la vocación secreta de los aforismos
es el anonimato, y por ello, si mi teoría es correcta, nos ha de ser imposible,
o casi, casar obras y autores con la exactitud de que podemos hacer gala en
otros retos que tengan como objetivo los géneros tradicionales: la narrativa,
la lírica y el teatro. Y ello porque, en los aforistas, el yo se difumina hasta borrarse ante el resplandor del hallazgo refulgente del ingenio: en-sí es una piedra preciosa, aerolito, monolito o cohete, tanto remonta...
Ahí está
lanzado el reto para una tarde de domingo que se prevé lluviosa y algo fresca
en las postrimerías de este mes de mayo barcelonés lleno de contrastes atmosféricos y feéricos. El próximo
sábado, la solución.
P.S. Si a algún miembro de la inmensa minoría le escuece su
vanidad lectora y desea que le anticipe el resultado pueden pedírmelo vía correo
electrónico, el de ver mi octavo de perfil. Contestaré con prontitud y
agradecimiento.
1) El hombre
que habla como un libro es incapaz de hacer un libro que hable como un hombre.
2) Leemos mal
en el mundo y después decimos que nos engaña.
3) Alguien
dijo que la gloria no es otra cosa que la vanidad satisfecha.
4) La
excentricidad es el gran remedio de las grandes desesperaciones.
5) Azar es
una palabra económica. Evita largas explicaciones.
6) La
terquedad acusa ignorancia.
7) En el
dominio de los sentimientos, lo real no se distingue de lo imaginario.
8) La mejor
declaración de amor es la que no se hace; el hombre que siente mucho, habla
poco.
9) Cuando un
hombre pide justicia es que quiere que le den la razón.
10) Por la
calle del ya voy se va a la casa del nunca.
11) Las gentes
vulgares no encuentran diferencia entre los hombres.
12) Un hombre
solo está siempre en mala compañía.
13) Las
costumbres son la hipocresía de las naciones.
14) Dos son
siempre tres: tú y yo y nosotros.
15) Estudiar
sin pensar es inútil. Pensar sin estudiar es peligroso.
16) No
tratéis de guiar al que pretende elegir por sí mismo su propio camino.
17) En este
mundo, para conservar amigos, es preciso tener el valor de aguantar sus
obsequios.
18) La resignación es un
suicidio cotidiano.
19). Después de todo, ¿qué
es la mentira sino una verdad inventada?
20) Oculta
tu vida.
21)
Ciertamente el hombre es como un vado;
recela la gente de él antes de haberlo pasado.
22)
Quien no sabe
saber, no sabe.
23)
El olfato es una
vista rara.
24)
Todo lo que uno ha
olvidado pide socorro a gritos en el sueño.
25)
Jamás un hombre sabio deseó rejuvenecer.
26)
En vano llama a las puertas de la poesía quien está en
sus cabales.
27)
Realmente hay muchísima gente que lee solo para no tener
que pensar.
28) No es lo mismo
servicial que servicioso.
29) Fotografía:
¡la verdad revelada!
30) La tierra
entera es patria para todo hombre sensato.
31) La delicadeza
es la mano derecha de la inteligencia.
32) ¿Quién
escucha disculpas cuando puede oír acciones?
33)
La verdad se parece mucho a la falta de imaginación.
34) En lo
borrado se conoce lo que se piensa; que quien no piensa no borra.
Adolfo
Bioy Casares; André Gide; Ángel González; Balzac; Byron; Canetti; Cervantes;
Confucio; Chamfort; E. Jardiel Poncela; Epicuro; Fernando
Pessoa; Jonathan Swift; José Bergamín; José Luis Coll; Juan de Zabaleta; Juan Luis
Vives; Juan Ramón Jiménez; *Lichtenberg (2); Lope de Vega; Mariano
José de Larra; Menandro; Miguel de Unamuno; Nabokov; Pascal; Paul Valéry; *Platón (2); R. Tagore; Santiago
Rusiñol; Sem Tob; Shakespeare; Sófocles.
*A estos dos autores les pertenecen dos aforismos a cada
uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario