domingo, 10 de noviembre de 2024

«A sangre y fuego», de Manuel Chaves Nogales, primer contacto.

 Crónica sin tapujos ni orfebrería esteticista de nuestra barbarie cainita, una más de las muchas padecidas a lo larga de nuestra sangrienta historia.

 

          …porque termina mal. Sentenció Gil de Biedma sobre la historia más triste, tras escoger la nuestra, la de España. Y no le faltaba razón. En estos tiempos en que asistimos a la forzada exhumación del cainismo, bajo el eufemismo de la «polarización» sistemática, usada como exclusiva arma política para mantenerse el psoe en el poder, aun a riesgo de enfrentarnos de nuevo a los españoles contra otros españoles y, sobre todo, contra quienes, enemigos declarados de España, quieren independizarse políticamente de ella con todos los privilegios económicos intactos, es doloroso adentrarse en unos relatos testimoniales que, a través de la relativa ficción, quieren dejar memoria de la nube tóxica de barbarie que cubrió toda la geografía española desde Finisterre hasta Melilla y El Hierro.

          Entro por vez primera en la obra de Chaves Nogales, de quien intuyo que me gustarán más sus crónicas periodísticas que su obra narrativa, y no porque estas ficciones tan realistas no tengan interés, sino porque la descripción fidedigna del mal, de la miseria moral y del sufrimiento sin esa pizca de participación de la imaginación no acaba de satisfacerme. Ni siquiera la feliz aparición de «conticinio» en sus páginas redime a las narraciones de su aire de informe forense en el que nos toca contemplar manifestaciones tan primitivas de la psicología humana. El autor informa de que todas ellas tienen un trasfondo real, histórico, más o menos circunstanciado a través de la imaginación. Y es cierto que notamos esa densidad pegajosa de las limitaciones intelectuales y morales de la mayoría de sus personajes.

Abierta la veda del cainismo, el ejercicio del micropoder acaba teniendo las nefastas consecuencias que tuvo, y en todas las familias, rebeldes o fieles a la República, se conservan relatos del horror o, peor aún, el espeso silencio del temor y el olvido forzoso. Revivir todo ese cieno de venganzas, de horrores y de miseria a través de la memoria histórica unilateral dictada por el Poder de turno no parece la mejor política para cohesionar una sociedad y construir una nación que mire hacia el futuro con entusiasmo para convertirlo en lo mejor posible. Desde esta perspectiva, estoy seguro de que muchos paleoizquierdistas habrán leído este volumen como «propaganda» de la «ultraderecha», que es hacia donde han desplazado el centro político para tener una desteñida bandera de agitprop tras la que cubrirse la vergüenza infame del sectarismo a ultranza. El autor lo expresa con meridiana claridad en su prólogo: Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario. […] En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota fe mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contera el Espíritu Santo. Y es en Moscú, Roma y Berlín donde sitúa el autor los altos hornos del odio en que se forjó nuestro sangriento enfrentamiento civil. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas, remacha el autor, que supo en su momento que se había planeado su «desaparición» en el fragor de la contienda.

          Decía al inicio lo de mi posible interés por su obra periodística o ensayística, porque el prólogo a las narraciones ha acabado atrapándome con mucho más interés que el de los destinos de esos pobres diablos sometidos a unas circunstancias en las que apenas tenían capacidad de decisión, porque la disyuntiva «vida o muerte» va más allá de la libertad de elegir y del abanico de posibilidades de realización personal que una guerra civil suprime de un plumazo para casi la mayoría de la población afectada. Desde esta perspectiva, Chaves representa, intelectualmente, el justo medio que desapareció durante la etapa republicana y que ha sido laminado en nuestra democracia actual. La lectura de esta reflexión política del autor me parece muy digna de ser leída para entender la falta total de sentido del enconamiento político que vivimos: El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo. ¿No está el autor, ucrónicamente, abogando por una superación del conflicto a través de la Constitución del 78, contra la que luchan en nuestros días denodadamente tantas fuerzas políticas, algunas de ellas con humillante participación en aquella barbarie?

          Los relatos visitan distintas zonas geográficas y nos presenta personajes de diferentes extracciones sociales, pero la dialéctica amigo-enemigo, ¡tan infaustamente extendida hoy entre nuestra clase política y aun entre vecinos en los barrios y pueblos de nuestra geografía!, lo puede todo, todo lo determina, de tal manera que los destinos personales de todos los personajes de los cuentos (el autor los llama «novelas», curiosamente, aunque nada tengan de ejemplares, ni por longitud ni por su materia, más allá de dar cuenta de una realidad cuyos relatores se los está llevando el tiempo a marchas forzadas, y acaso por ello mismo no tarde en derivar hacia la nebulosa de la ficción aquel mundo tan duro, tan despiadado, tan cruel) son irrelevantes: matar o morir son las únicas opciones viables. No la huida, porque en la huida los cazan como a conejos. En la nómina de personajes ni siquiera faltan algunos «notables» como el poeta Alberti con su aire de divo cantador de tangos,  Bergamín con su pelaje viejo y sucio de pajarraco sabio embalsamado o María Teresa León, Palas rolliza con un diminuto revólver en la ancha cintura…; pero, en términos generales, abundan sobradamente los individuos anónimos y agrupados religiosamente en las muchas organizaciones que, en aquellos momentos, te concedían el salvoconducto que garantizaba tu integridad personal, excepto que tuvieras un pasado que te hiciera sospechoso a los demás, como los anarquistas de la CNT ejecutados por haber coqueteado de jóvenes con Falange… No faltan las rivalidades pueblerinas enconadísimas, aquellos auténticos «ajustes de cuentas» que sembraron las zanjas de cadáveres; el asalto al Cuartel de la Montaña o las razias de los moros, ¡tan temidos! En medio de esa espiral irracional y asesina, un diálogo entre dos personajes muestra claramente el tenor de todos los cuentos:

—Hay que resistir a todo trance y conservar en nuestras manos el control de la revolución —replicaba con impresionante fuerza Tomás, el joven socialista—; procuraremos combatir el terrorismo de esas bandas armadas que vuelven del frente y al final las extirparemos como hemos extirpado al fascismo.

—Sí, pero mientras esos bandidos puedan actuar impunemente, el pueblo nos hará a nosotros responsables. Si dejamos las manos libres a los criminales de la Columna de Hierro, la opinión se pondrá en contra nuestra. Ya lo estamos viendo. Los pueblos por donde pasan esos bandoleros se tornan fascistas. Esos canallas son los mejores propagandistas de Franco. Yo he visto a viejos republicanos demócratas auténticos renegar de la revolución y desear el triunfo del fascismo —replicó el tío Pepet.

—Es el horro de la guerra lo que provoca esas reacciones. ¿Crees tú que del otro lado no hay gentes de bien, conservadoras y católicas, a las que están convirtiendo en revolucionarias los asesinatos de los falangistas? Seis meses más de guerra y verías la inmensa mayoría de los revolucionarios de hoy convertirse en reaccionarios, pero también dentro de medio año, si la guerra continúa, no le quedarán a Franco más que sus asesinos pagados.

Me ha llamado la atención que en el cuento Consejo obrero, se describa a uno de los personajes, el viejo Felipe, anarquista de toda la vida como a ratos ladrón y a ratos apóstol de la idea, porque me ha traído a la memoria al protagonista de El català de La Manxa, de Santiago Rusiñol, publicada en 1914, en el que se vuelve una y otra vez sobre ser partidario, propiamente apóstol,  de «la idea», de la que parece heredero ese Felipe del cuento. Por cierto, la novela de Rusiñol la recomiendo encarecidamente, porque es una obra desternillante. Creo que merece una nueva traducción y ser ampliamente publicitada, pero allá los popes de la edición con sus juegos estéticos del hambre y otras lindezas… Y me han gustado dos cuentos sobre todos, al margen, ya digo, del carácter documental de todas las narraciones: la descripción de un héroe de talante soviético, Bigornia, que da nombre al cuento, y El refugio, en el que se describen los bombardeos sobre Bilbao y la búsqueda angustiosa de supervivientes entre las ruinas, algo a lo que los terremotos actuales nos tienen muy acostumbrados.

 

«El malestar en la civilització», de Sigmund Freud, versión de Josep M. Terricabras

 

Una relectura necesaria en estos tiempos maniqueos y malsines del malser…

 

          Me he aventurado en esta relectura de un texto clásico de Freud, para hacerlo de la mano de la versión de un personaje, Josep Maria Terricabras, fallecido este mismo año,  muy contradictorio, a mi juicio. Su innegable prestigio intelectual y filosófico dejó paso, a partir de 2012, en los inicios del procés para conseguir la independencia de Cataluña, a una colaboración con ERC que fue intensificándose hasta ser escogido candidato independentista al Parlamento Europeo, escaño que ganó. Sus numerosas declaraciones a favor de esos objetivos políticos me lo fueron haciendo muy antipático e incluso llegué a pensar que era un preclaro ejemplo de cómo un sólido intelectual de prestigio podía dejarse abducir por la ideología política hasta el punto, siempre a mi juicio, de entrar en contradicción con su propia formación, a la que le deberían de parecer aberrantes ciertos procesos políticos que incitaban a una revolución popular, muy desigual respecto del monopolio de la violencia del Estado contra el que se luchaba, cuyos resultados, en términos de vidas humanas, se intuían catastróficos. ¿Qué debió de pensar cuando tradujo estas esclarecedoras palabras de Freud, que afectaban al núcleo duro de su delirio político: S’afirma, però, que cadascun de nosaltres es comporta, en algun punt, de manera semblant al paranoic: corregeix, amb la formació d’un desig, una cara del món que li resulta insuportable i inclou aquest deliri en la realitat. Hi ha un cas que reclama una significació especial: quan un nombre força gran de persones resol conjuntament de fer l’intent d’assegurar-se la felicitat i de protegir-se del sofriment a través d’una delirant transformació de la realitat. ¿Qué otra cosa, si no, fue el procés: un delirio colectivo que amenazó gravemente la convivencia pacífica de seis millones de personas en el noroeste de España?

          Desde esa perspectiva inicial, me sumergí en su traducción del que habitualmente se ha titulado en castellano El malestar en la cultura y que, propiamente, según oportuna nota del traductor, ha de traducirse como «civilización», que es lo que realmente, al parecer, corresponde al término alemán Kultur.  Mi intención primera, siguiendo el título habitual en castellano, consistía en reflexionar sobre el estado actual de la cultura, desde un punto de vista sociológico, porque es muy difícil contradecir o completar una reflexión esencial sobre lo que es la «cultura», ya expuesta por Gustavo Bueno en su excelente libro El mito de la cultura. Quería repasar el nivel de degradación que, en justa correspondencia con el nivel político de este sexenio, se ha producido en una cultura en la que la campa la «bandería» a sus anchas, orillando cualquier posibilidad no ya de un canon más o menos consensuado, sino incluso de la libre expresión subjetiva ante los actos culturales sin que esa libertad lleve aparejado el encasillamiento ideológico del emisor. Se trata, como ha intuido el intelector, que para eso lo es, de una variante de la famosa «polarización» que, en España, es nítido eufemismo de nuestro cainismo secular.

          En términos civilizatorios, pues, esta reflexión de Freud no deja de ser oportuna, porque atañe al papel que juegan las pulsiones en ese esquema dualista, Eros y Tánatos, que ya había formulado Freud en 1920 en Más allá del principio del placer. Este ensayo, escrito en verano, no diré que como un divertimento, pero sí sin auxilio bibliográfico ninguno, es muy revelador para comprender el diagnóstico que Freud establece de la persona y de la sociedad, dos realidades que se oponen tanto como los dos principios citados. Terricabras lo dice claramente en su magnífico prólogo: La civilització és el procés evolutiu que porta de la familia a la humanitat. […] Ara bé, el que és útil per a la civilització és perjudicial per a l’individu, al qual se li demanen sacrificis i renúncies: se li restringeix la satisfacció sexual i se li desvía i mobilitza l’energia psíquica, la libido, cap a altres objectius (el de l’amistat sense sexualitat i el d’establir lligams de treball i de col·laboració).

          Los brotes «revolucionarios» de la Década prodigiosa fueron, en última instancia, una rebelión a favor de la libertad individual y de liberación de los instintos y las emociones, aherrojados por la represión social en aras de la paz y la convivencia, supuestamente «razonables». Mucho antes, en los años 20, se produjo una explosión antirracionalista y liberadora que acabó, curiosamente, con el advenimiento de esas fuerzas oscuras que representaron el fascismo y el nazismo. Casi un calco, mutatis mutandis, de nuestro atribulado presente. Y si en los 20 y los 60 del pasado siglo la necesidad de oponerse a la coerción social tradicionalista y ultraconservadora suponían una readquisición y reafirmación del yo, ahora nos hallamos en un momento en que esa rebelión se dirige contra poderes ultraliberales deseosos de imponer unos estándares sociales muy alejados del sentir mayoritario de las poblaciones, que ven peligrar, no solo su integridad individual, sino la propia existencia de naciones con siglos de antigüedad. En el juego interactivo entre el individuo y la sociedad, acaso convenga recordar la constatación freudiana: Venen ganes de dir que la intenció que els humans siguin feliços no està continguda en el pla de la creació. De hecho, no tarda en revelarnos que el origen de la neurosis en el individuo estriba  en esa lucha feroz entre la coerción social y la necesidad de liberar los instintos reprimidos: La persona es torna neuròtica perquè no pot suportar la quantitat de renúncia que li imposa la societat al servei dels seus ideals de civilitat, i d’aquí, se’n va concloure que si aquestes exigències fossin suprimides o mil disminuïdes, això representaria tornar a tenir possibilitats de ser feliç.

          Subyace en estas consideraciones sobre la infelicidad que genera la represión social sobre el individuo una teoría sobre la agresividad propia del ser humano que choca frontalmente con el nuevo neoconservadurismo izquierdista que nos gobierna, siempre dispuestos a reivindicar la teoría del buen salvaje de Rousseau corrompido por la maldad social: La part de realitat volgudament dissimulada al darrere de tot això és que l’home no és un ésser amable, necessitat d’amor, que, com a molt, també es defensa quan és atacat, sinó que, entre les seves aptituds pulsionals, també s’hi pot comptar una bona dosi d’agressivitat. [...] L’agressió també es manifesta espontània i deixa al descobert els humans com a bèsties salvatges, a les quals resulta estrany el respecte envers la pròpia espècie. Y, prefigurando una futura objeción simplista por parte de esas ideologías supuestamente liberadoras de la especie a costa del sacrificio de la libertad individual de sus miembros, Freud deja bien clatro que L’agressió no ha estat pas creada per la propietat; aquesta dominava gairebé de forma il·limitada en èpoques primitives, quan la propietat encara era molt pobra: ja es mostra en la primera infància que, a penes la propietat ha abandonat la seva forma anal primitiva, l’agressió constitueix el pòsit de totes els relacions de tendresa i amor entre els humans, potser amb l’única excepció de la mara amb el seu fill mascle. [...] Evidentment, no els resulta fàcil als humans de renunciar a la satisfacció de la seva agressivitat; si ho fan, no s’hi troben a gust. Fritz Perls, hijo a su pesar de Freud, defiende en su Terapia Gestalt que la «agresión» ha de ser considerada como una fuerza primigenia que ha de ser encauzada para ponerla al servicio de la autorrealización del yo, no como una enemiga a la que se ha de suprimir mediante la medicación y otros métodos emasculadores: Yo, hambre y agresión, es el título de su primer libro. Y en él, curiosamente, recoge la misma cita de Schiller que Freud: En la total desorientació dels començaments, vaig trobar el primer agafador en l'expressió del poeta-filòsof, que «fam i amor» mantenen unit l'engranatge del món.

          El malestar en la civilización detalla la compleja relación entre individuo y sociedad. y también dentro del individuo mismo, porque esa agresión la acaba introyectando el individuo en sí mismo, redirigiéndola contra él en forma de potente sentimiento de culpa que ha de ser expiado, y en buena medida ello se objetiva a través de la cultura y otras conquistas de carácter estético e intelectual. Por eso es conveniente cederle la última palabra al autor: La qüestió decisiva de l’espècie humana em sembla que és aquesta: si la seva evolució civilitzadora aconseguirà dominar, i en quina mesura, el trastorn de la vida en comú provocat per la pulsió humana d’agressió i d’autodestrucció. [...] Ara els humans han arribat tan lluny en el domini de les forces de la naturalesa que, amb el seu ajut, ho tenen fàcil per exterminar-se els uns als altres fins que no quedi ningú. Això ell ho saben, i d’aquí ve una bona part de la seva intranquil·litat actual, de la seva infelicitat, del seu espaordiment. I ara s’ha de esperar que, dels dos poders celestials, l’altre, l’etern Eros, faci un esforç per sortir vencedor en la lluita amb el seu rival, igualment immortal. Però, qui en pot preveure l’èxit i el resultat.

          Esa es nuestra incertidumbre hoy, aunque el psicoanálisis ha desterrado, hace mucho, la idea de que esa dualidad freudiana tenga visos de realidad; del mismo modo que otras psicoanalistas desterraron en su momento ideas tan peregrinas como la «envidia del pene».

          La traducción, aunque no tengo ni idea de alemán, suena muy bien en catalán, y eso es importante, pero, además, el traductor nos ofrece un riquísimo bonus en forma de notas que atienden desde lo sustancial hasta lo anecdótico, razón por la que la recomiendo efusivamente.

 

sábado, 28 de septiembre de 2024

«La noche que llegué al café Gijón», de Francisco Umbral.

 

El maestro de la crónica, el tesoro de la memoria y las grandezas y miserias del mundillo intelectual: el escritor crustáceo...

La España de los años sesenta fue muy diferente en sus inicios y en su final de década. En aquellos años se produce la expansión económica que lleva al Régimen a establecer acuerdos preferentes con la Comunidad Económica Europea y se produce el estallido turístico que va a transformar nuestro país, acercándolo a los estándares europeos en cuento a las costumbres y el desarrollo se refiere, pero no, por supuesto, en cuanto a libertades políticas, dada la fortaleza del Régimen, cuyo afán represor sangriento se extiende hasta poquísimo antes de la muerte del dictador.

La noche que llegué al café Gijón —y me viene a la memoria la discusión gramatical sobre el título, el cual, al decir de los puristas, hubiera debido ser La noche en que llegué al café Gijón, con esa preposición que no debería perderse, como vemos que sucede con otras en nuestros días— es un libro de memorias, sí, pero también la autobiografía de la construcción lenta y trabajosa de un yo literario que buscaba su incardinación en nuestro ecosistema intelectual, buena parte del cual se ubicaba entonces en el legendario café. Umbral abandona la provincia, Valladolid, y se aventura en la modesta jungla madrileña, por ponerlo en términos de thriller creativo, para labrarse un porvenir de escritor de lo que salga, a juzgar por cómo va tanteando aquí y allá y prueba diferentes formas de introducirse en el mundo de quienes aspiran a vivir de su pluma, algo que muy pocos consiguen, desde luego, y lo sorprendente no es que Umbral lo lograra, sino que, además, fuera autor de obras que destacan por mérito propio en la literatura española del siglo XX, y ahí está una obra a la altura del canon estilístico que él cifra en Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, El contenido del corazón, de Luis Rosales y Pasión de la tierra de Aleixandre, los que constituyen, según Umbral,  la trilogía de grandes prosas líricas escritas por poetas en nuestro siglo español. Umbral no es propiamente poeta, pero el carácter lírico de su prosa procede de la frecuentación de la poesía, siendo JRJ, su «poeta por excelencia».

Umbral es el creador de un género insólito en el que, como en este libro sucede, se mezcla la crónica de un tiempo, el apunte biogtráfico, la confesión autobiográfico, pinceladas de crítica literaria y una sentida «autobiografía literaria» en la que nos da las claves de su obra, de su estilo y de sus preocupaciones, por más que todo remita, en última instancia, a su propia persona, como confiesa desafiante: El escritor sin género sólo puede apoyarse en sí mismo. Ignoraba entonces, está claro, que él había de ser el creador de un género nuevo, uncido inmarcesiblemente a su persona, una suerte de género fluido que pasaba del periodismo a la literatura con una insultante facilidad, de modo que si destacó como articulista literario, también lo hizo como literato cronista, y ahí está una novela grandiosa, valleinclanesca como La leyenda del César visionario, que no me dejará mentir; pero donde alcanza su cenit es en el diario íntimo, en la crónica personal del desgarro de ese sí mismo que pasa por la más terrible de las experiencias, la muerte de un hijo, y se salva y se condena por la literatura: Mortal y rosa lleva por nombre, y es, a mi juicio, el mejor libro autobiográfico escrito en España en la segunda mitad del siglo XX. Como ya escribí acerca de él con anterioridad, permítanme la autocita: «Sí, claro que hay «resentimiento», y un torrente de mala hostia y mala leche y desesperación que se desborda constantemente en arrebatos líricos que son el equivalente de la respuesta de Umbral, en el documental, a aquella señora que, queriendo consolarlo, le dijo, respecto de la pérdida de su hijo: «Si Dios lo ha querido…»: «¡Pues muy hijo de puta Dios, muy hijo de puta…!». Gran parte de este libro es una contrablasfemia contra la de la vida que siega la vida de una criatura en cierne, y se leen, en cada línea, los más de ciento cincuenta quilos de presión de las mandíbulas apretadas con que el autor acompaña la temblorosa caligrafía de su herida mortal. Cada una de las páginas de Mortal y rosa, desde la mitad del libro hacia adelante, tiene más de sudario que de página en blanco, porque Umbral teje en ellas el cuello alzado y la bufanda que muy a duras penas le protegieron del frío pavoroso que se le metió hasta el corazón de los adentros de su amor y de su pasión de padre, ¡y cómo se abriga al hielo!: El frío dentro de mí, como un jarrón venenoso, como la entraña inhóspita de mí mismo. […]  Exiliado de tu reino de luz y voz, vago por los países del frío, y seré ya para siempre el apátrida, el que pasa, en la tarde, con el cuello del abrigo subido, mirando luces y escaparates, porque te has ido a algún sitio y me has dejado fuera, porque solo tú acertabas con el centro tibio de la vida, y yo no acertaré jamás, y tengo conciencia de expatriado, y todo a mi paso es arrabal, suburbio, alejamiento del secreto rubio del mundo.[…] Qué dentro del frío me has abandonado, qué perdida mi mano grande en la vaguedad del mundo, sin la firmeza breve de tu mano. Qué frío, hijo, en esta mañana fría, el rincón quieto, blanco y desolado de tus juguetes».

Para cualquier escritor en cierne, la lectura de este libro ha de ser reconfortante, porque se plasma en él algo que los «triunfadores» olvidan con facilidad: los duros comienzos que amenazan con hacerte desistir de tu vocación literaria. Se ha de tener un temple especial para encajar negativas editoriales —¡qué me van a decir a mí, que las he llevado al título de esta bitácora!— y seguir confiando en las propias fuerzas, la propia imaginación, el propio ingenio y las propias obras, porque la literatura es arte de muchas sorpresas y nunca se sabe cuál tasación será la aquilatada y duradera. Lo importante, y Umbral lo sabía perfectamente, era hacer obra…: Desde entonces [cuando escribía el libro sobre Larra] casi siempre he necesitado tener un libro en la horma por esa sensación de unidad, de seguridad, de continuidad que da el estar haciendo una cosa larga y seguida, aunque sea poco a poco. Si no, parece que la vida se deshilvana. El libro en marcha le pone argumento a la vida, que generalmente no lo tiene. Lo duro era hacer esa obra y que, presentada a quienes tenían en su poder publicarla, no le hicieran caso. Me siento muy afín a esos sentimientos que revela el autor cuando llevó un volumen de cuentos, editados e inéditos. Pavón tuvo el «desliz» de decirle que a Aldecoa, el maestro del cuento en aquellos años, le había gustado el primer cuento, y hasta que sonó el teléfono, en una de las varias pensiones en que vivió al principio en Madrid, fuente inagotable de experiencias que llevaría a sus libros… Yo daba vueltas en la gran cama de la pensión de Ayala. […] Fui temblando al teléfono. […] Que no, que de momento no, que sí pero no, que bueno pero no, que a ver si más adelante, que esto y lo otro. Que no. Volví a mi cuarto y lloré en la cama boca arriba (no boca abajo, como las señoritas de las películas). […] No sabían aquellos dos escritores el daño que me habían hecho. […] Luego pensé —supongo— que había que seguir como habría seguido de no presentarse aquella falsa oportunidad. Había que seguir como si la oportunidad no se hubiese presentado nunca. […] La literatura era la mediocre rutina que es, incluso antes de haber empezado uno a ser literato.

La dureza del choque entre el idealismo y la realidad literaria, con sus miserias, sus bajezas y sus urdimbres siniestras, no solo pone a prueba al autor, sino que lo confirma aun más en su obsesión por llegar a ser lo que finalmente fue: un maestro de la prosa literaria y periodística, en igualdad de condiciones, y una celebridad que se permitía contemplar el fenómeno socioliterario desde un desdén aprendido en mil fracasos, la verdadera universidad del carácter.

El Café Gijón, antonomasia de la vida intelectual y mundana de la época del franquismo, aunque existió antes y aún sigue abierto, es un muestrario no solo de la vida literaria, sino de la vida social y política de unos años en los que la dictadura imprimía en las conciencias la dura huella de la autocensura. El propio autor lo dice: Lo que pasa es que yo, además, en mis artículos quería decir otras cosas, disparar cada día contra la sociedad franquista una pistola pavonada y romántica o un pistolón bronco y casi irónico. Pero eso, por entonces, estaba muy difícil. Su obra periodística le permitió, poco a poco, ir sacando la cabeza en aquella época de autores consagrados a los que, como en todas, no les gusta la competencia ni el desafío de los jóvenes que codean incansablemente para abrirse paso. Umbral se especializó en el género de las entrevistas, y ello le permitió entrar en contacto con buena parte de la nómina de autores consagrados que aparecen en su libro, en el que se echa absolutamente de menos un índice onomástico que nos permita ir con facilidad a la relectura de algunos «nombres» que se nos quedan entre los cientos que habremos de leer a lo largo de toda la obra. ¡Menos mal que, de tanto en tanto, Umbral recapitula en el apartado autobiográfico y nos deja bien clara la nómina de sus influencias!: En mi interior galería juvenil lucían unos cuantos nombres como hogueras cordiales, indelebles y arbitrarias: Heráclito, Quevedo, Proust, Juan Ramón, Baudelaire, Neruda, Gómez de la Serna y pocos más. Quizá Henry Miller, recién descubierto. Quizá Valle-Inclán y Larra, también muy trabajados por entonces. Con esta docena escasa de prosistas y poetas puedo decir que se ha molturado casi todo lo que he escrito. Habría que añadir el humor de Mihura, el lirismo de Carlo Emilio Gadda o de Lawrence Durrell. La potencia metaforizante de García Lorca. Pero, en resumen, me sentía progresivamente heredero del barroco español puesto al día con su burla, su metáfora y su hermosa curvatura. Y a mí me sorprende que, siendo yo de una generación y media posterior a la de Umbral, coincidamos en esta nómina, aunque advierto que no ha incluido un autor del que habla elogiosamente en otra parte del libro: Samuel Beckett, tan importante en mis años de formación. Se despacha a gusto, sin embargo, contra los dos referentes máximos de aquella época: Azorín y Baroja, de quienes abomina, y le guarda un respeto máximo a Camilo José Cela, quien, acaso en el fondo, fuera su «modelo», al menos de escritor  que logra vivir solo de la pluma, a pesar de ciertas renuncias y exigencias mediáticas que ambos cumplieron siempre con exquisita profesionalidad. De lo que huyó siempre, acaso con un exceso de celo, fue del encasillamiento, del alfiler que te clava sobre el fieltro y te convierte en pieza de museo: Comprendí lo que ya sabía: que en este país te colocan tres adjetivos y dos frases y ya nadie varía eso en cincuenta o cien años de vida literaria.

En la evolución del escritor, un paso importante es el de hospedarse en las pensiones a tener «una habitación propia», porque, como le explicó un tótem del articulismo de entonces:  Le había oído yo decir a César González Ruano en el Teide, con la voz importante, los ojos espantados y el cigarrillo en las manos ducales, que el escritor tiene que tener una casa, que la bohemia del oficio hay que contrapesarla con la seguridad de una casa, por lo menos eso, un sitio seguro para dormir y trabajar, porque entonces se puede aguantar sin comer, sin hacer el amor, sin dinero ni amigos. Dentro de la casa, aunque sea modesta (quizá mejor si es modesta) el escritor teje su obra como el gusano su capullo. No había leído por aquel entonces Umbral el famoso libro de Virginia Woolf, Una habitación propia, pero bien puede decirse que la vida de nuestro autor cambia cuando tiene esa madriguera que, poco a poco, lo irá distanciando de la frecuentación de cafés como el Gijón y otros centros de reunión de intelectuales, porque las obras no se escriben solas, y ya lo dijo Valle-Inclán, que era mucho más difícil escribir una novela que un cuento, «porque te obliga a estar más tiempo sin salir de casa…». Al fin y al cabo, es declaración de principios del autor que el escritor es lobo estepario que ha de crearse su soledad entre los demás o a solas. Una mujer, un amigo, un socio, un editor, cualquiera puede malograr al escritor.

Estas memorias contienen innumerables retratos de personajes y personas, famosos y anónimos, cuyo interés dependerá del lector. No hay que olvidar, sin embargo, que Umbral cultivó una pose de provocador, aunque desde dentro del sistema, no desde el margen, y menos desde la marginación, cultural o política. Umbral está encantado de observar y retratar, desde su puesto de secundario entonces, una realidad con muchas caras, desde las putas finas de Chicote hasta las progres de voz cazallera del Gijón y otras especies diversas. Cada cual elegirá con qué se queda. Particularmente, mi elección se orienta hacia dos personajes muy distintos: el articulista y escritor Eusebio García Luengo y el artista conceptual Alberto Greco. Es el propio Umbral quien nos dice que, harto de los figurones de relumbrón, a quienes estaba obligado profesionalmente a entrevistar, a él le llamaban la atención esos otros seres cuya discreción no ocultaba el brillo de su personalidad: De vuelta ya del conocimiento de los grandes y consagrados, me entregaba yo más bien al descubrimiento de los raros, de los escritores incatalogables, inconsagrables, en los que estaba la literatura en estado puro, aunque siempre excelso, ni falta que hacía. […] Eusebio García Luengo era lo mejor que se podía encontrar en este sentido. […] Muy delgado, algo hundido, lento y pacífico, siempre sin prisa, teorizante de esquina y filósofo al azar. Eusebio García Luengo era un conversador fascinante. Todo le nacía de un fondo sistemáticamente paradójico e irónico y el único que no advertía su burla era el sometido en aquel momento a ella. Eusebio hacía unos asombrosos artículos orales que no tenían nada que ver con los artículos que publicaba luego en los periódicos, llenos de discreción, moderación, dubitación, interrogación y generalidades. […] Yo creo que así como el escritor por escrito puede amedrentarse en el diálogo y quedar opaco, el escritor oral se amedrenta ante la cuartilla, a veces.[…] Hablando, las ideas y las palabras nos vienen a la boca. Escribiendo hay que ir a buscarlas. No todo el mundo está dispuesto a ese acarreo. Si tendrá capacidad de persuasión Umbral, que ando ya a la caza de dos novelas de Luengo de las que jamás oí hablar:  El malogrado y No sé. De Alberto Greco, la noticia es más escueta, pero también más impactante: Alberto Greco, argentino, el primer artista conceptual en España se suicidó en una pensión de Barcelona escribiendo previamente en su mano izquierda la palabra «Fin» y dejando una novela manuscrita que se llamaba Una mierda sin olor.

A quienes no sean particularmente afectos a la obra literaria de Umbral, cabe decirles que el valor documental de este libro, tanto sobre su propia persona como sobre el panorama intelectual de aquella época, es altísimo, lo cual es una razón de peso, a mi entender, para comprender aquella «circunstancia» de la que habló Ortega como contrapeso, límite y estímulo del yo guiado por la razón vital. Umbral no es muy optimista, como buen conocedor de la naturaleza humana, y prueba de ello es el final de la obra: Había que empezar donde él [Ramón Gómez de la Serna, autor de Automoribundia, su último gran libro] había terminado: en el desencanto. Ese mismo año en que acaba el libro, Jaime Chávarri estrena lo que devino un fenómeno sociológico en España y acabó convertido en el lema de una época: El desencanto, un documental biográfico sobre el poeta del Régimen Leopoldo María Panero y su familia, que incluso vería una continuación pasados  dieciocho años del estreno de El desencanto: Después de tantos años, dirigido esta vez por Ricardo Franco.

 

 

 

martes, 17 de septiembre de 2024

«Exégesis de los lugares comunes», de Léon Bloy.

  



La acidez hermenéutica y el desprecio social-cristiano del combativo Léon Bloy hacia los sepulcros blanqueados de la burguesía

          Sepan aquellos que no conozcan a Léon Bloy que este combativo libro de un autor tan desconocido, incluso para lectores habituales, como ensalzado por grandes de tan distinta tradición como Kafka o Borges, escogió, al modo de nuestro glorioso Juan Ruiz, el ofrecimiento de la continuación de esta obra a quien quisiera seguir sus pasos críticos, e incluso previó el nombre que habría de llevar esa continuación: El secreto de polichinela. Advertidos quedan todos aquellos cuyo ingenio discurra por caminos semejantes a los de este autor literalmente «maldito», a fuer de cristiano auténtico y exaltado, y confiado creyente en la venida del Paráclito. Cualquiera que se dedique a la escritura habrá reparado una y mil veces en estos lugares comunes que, en vez de servir de encuentro entre los hablantes, sirven como negación del pensamiento libre y como exhibición de la pereza expresiva, amén de ser, al menos para Bloy, un «distintivo» de clase: ¿De qué se trata, en realidad, y qué son los lugares comunes, sino el lenguaje en que se expresan los burgueses? Para estudiarlos, sin embargo, Bloy plantea una exigencia sine qua non: Los lugares comunes solo se revelan a quienes los estudian con humildad y una gran pureza de corazón. No basta, pues, con el ingenio y la mala leche con que el autor encara la exégesis y que manifiesta repetidamente en forma de exabruptos e insultos precisos y muy maliciosos, sino que se ha de llevar a cabo esa labor desde un fondo de pureza que ama la expresión primigenia del pensamiento no gregario.

 Llevo tiempo tomando nota  de algunos de ellos que darían, sin duda, para mojar la pluma en la misma tinta al ácido que usa Bloy para la exégesis de los suyos. Dejaré este de muestra, para que se entienda lo que da de sí en nuestros atribulados días políticos de tentaciones totalitarias un proyecto como el de Bloy: «Dejarse la piel».  Para tener una idea exacta de su uso depravado solo hay que atribuírselo a quien lo ha usado inmoderadamente: Vogueyoli Díaz —permítaseme la licencia bautismal en este artículo sobre uno de los grandes calumniadores  de nuestro pasado literario menos conocido…—, y con eso queda dicho todo, y aun semiescrita la andanada contra la actual encarnación del «Burgués», sujeto histórico a quien adjudica Bloy el uso de los lugares comunes como un idiolecto. Bueno, al Burgués y a Napoleón, como anota en el comentario de Nadie está obligado a lo imposible: Napoleón, el mayor promotor de lugares comunes que haya existido, dijo que la palabra «imposible» no era francesa. La generación actual, mucho menos épica, tiene un diccionario más extenso.

          Que Bloy sea un hombre del XIX, más que del XX, en cuyo primer tercio fallece, puede inducir a considerarlo algo muy lejano, pero a poco que cualquier intelector tenga a bien iniciar la lectura de estas exégesis se dará cuenta de la «modernidad» de su ataque a la estrecha mentalidad pequeñoburguesa contra la que él luchó toda su vida, cosechando tantas enemistades como fracasos literarios, pues por lo que no iba a pasar, así le cayeran los famosos chuzos de punta, ¡que le cayeron! —la soledad, el hambre, la miseria, las enfermedades, el desprecio oficial, el rechazo del «mundillo» literario…— era por escribir una literatura que halagara a los adoradores de Mammón y negadores de Cristo. Antes la miseria, que afrontó con una dignidad casi de profeta bíblico. Su primera obra, El desesperado, ha creado un molde, podríamos decir, del autor maldito, y he de reconocer que su protagonista, Marchenoir, de nombre simbólico, ha sido uno de mis referentes literarios. De hecho, no anda lejos el «desencajado» de mi artistería de baratillo de su «desesperado», trasunto absoluto de su persona. Las otras dos obras suyas que he leído, la novela La mujer pobre y el ensayo La salvación por los judíos, le podrán permitir a  los lectores interesados tener una visión bastante profunda del mundo del escritor cristiano cuyas creencias desafiaron a la sociedad de su época con una actitud que bien podría ser considerada como fanática, desde el punto de vista de la tolerancia ideológica y religiosa. Bloy no era un escritor a quien le agradaran las «medias tintas», y para él no existía la imparcialidad si se trataba de la vivencia profunda y devota del cristianismo primitivo, porque entre los enemigos «tradicionales» de Bloy figuraba en primer lugar la Iglesia Católica a la que él denostaba como el joven Cristo echó a los mercaderes del templo.

          A pesar de lo escrito, el atractivo temático y estilístico, sobre todo este último, de la obra de Bloy no ha dejado de cosechar admiradores de mediano y alto relieve que ven en su obra una de las manifestaciones literarias más creativas de su tiempo y de los sucesivos. A lo largo de la lectura de estas exégesis, lo iremos descubriendo, pero antes de empezar con ellas, me adelanto para empezar con una de las últimas, aquella en la que Bloy habla de su propia figura como escritor, y que servirá de prólogo necesario que enmarque su figura singular y maldita que vivió siempre en los márgenes de la sociedad, paria entre los parias, místico entre los descreídos, quien se autocalificaba como Peregrino de los Absoluto, porque, como escribió en La mujer pobre: «Hay una sola tristeza: la de no ser santos». A propósito del lugar común Todo tiene un comienzo, Bloy escribe: Si para mí comenzara eso que llamáis extrañamente mi gloria, si la gente se pusiera a leerme, si los jóvenes se desarraigaran de Barrès y de algunos otros que se le parecen para trasplantarse a mí, ¿no comprendéis que al dejar de ser eterno el fracaso de mis libros, hasta la noción misma de la Eternidad divina, que subsiste todavía un poco en algunos cerebros, estaría amenazada y correría el riesgo de apagarse? Al mismo tiempo, yo tendría eso que llamáis un comienzo, es decir, un fin probable, inevitable y cercano. Inmediatamente, mis admiradores más ardientes me encontrarían vulgar, deteriorado, echado a perder, trillado, cascado, enmohecido, desgastado como una vieja levita, polvoriento, descascarillado, agrietado, caduco, canoso, arcaico, fósil, antediluviano, prehistórico, paleontológico, inmemorial y, lo peor de todo, romántico. ¡Prefiero mil veces la oscuridad eterna, la oscuridad dichosa, la virgen negra con dedos como espinas que fue siempre mi compañera y cuya fidelidad me otorga una eterna adolescencia!

          No son pocos los lugares comunes en cuya exégesis Bloy recurre a su persona para entrañar la explicación , de modo que acabe predominando en el texto un sesgo biográfico que hace mucho más atractiva la lectura. Pongamos como ejemplo el luchar común Es usted original: No hay acusación más temible. Todo puede ser perdona excepto eso. Todos los hombres son iguales, y el sufragio universal, al que tantas cosas buenas debemos, lo demuestra de sobra. Pensar o actuar de un modo distinto al de todo el mundo es insultante para la multitud. Platón, que quería rodear la república con los más sólidos muros, dejando fuera a todos los que podían atentar contra la moral, rechazaba despiadadamente a los poetas y demás eternos descontentos que llamamos hoy en día artistas originales. Lo mejor sería acabar con ellos de una vez. La auténtica moral, vislumbrada por el divino Platón, consiste en formar parte del rebaño, parecerse a todo el mundo; y la estricta honradez burguesa consiste en no abusar de la confianza del propietario dando que hablar.

          Lo habitual es que el autor comente el lugar común en una breve explicación de carácter satírico, pero no es infrecuente que prefiera abordarlo desde la narración o el apólogo. Así, son frecuentes las narraciones en las que el autor se despacha a gusto contra esa mentalidad mediocre que él atribuye a quien considera su enemigo por excelencia, el Burgués, con la mayúscula de un nombre propia a cuya imagen y semejanza están todos cortados. No es el más representativo, pero como se incluye a sí mismo, lo que nos permite seguir esbozando su retrato,  escojo Dios ya no hace milagros: Esta es una manera educada, suave, Casi piadosa, de decir que no los ha hecho nunca. Es el lugar común preferido del abate Doncel y de tantos otros eclesiásticos y laicos devotos.

Fui presentado a un caballero que, al saber mi nombre, se propuso inmediatamente deslumbrarme y me dijo que él encontraba pueril esperar grandes cosas o incluso sencillamente, cosas extraordinarias.

—Por lo que a mí respecta —añadió— puedo decir que nunca me ha ocurrido nada.

La enormidad de la majadería me dejó por un momento sin habla. Una vez recuperado, hice educadamente esta objeción:

—Caballero, debe de ser usted un poco distraído o bien un ingrato, ya que ha elegido para decirme eso el momento en que precisamente le sucede algo inaudito, que no había imaginado ni esperado nunca que le sucediera.

—¿El qué?

—Ha tenido usted el honor de conocerme —respondí yo con naturalidad, dando la espalda a aquel imbécil.

          En la medida en que Bloy pertenece, propiamente, y por voluntad propia, a la «escoria» de la sociedad, y dependió durante mucho tiempo de la caridad ajena, no es extraño que en su obra haya un latido social muy intenso, una empatía absoluta con quienes sufren, porque en su peregrinaje hacia el Absoluto Bloy dejó de prestar atención a lo físico, asediado cono vivía por la búsqueda de Dios y por prepararse para la llegada del Paráclito. Pensemos en ese lugar común que él vivió en carne propia cuando pidió limosna: No llevo suelto. Para explicarlo, dramatiza la situación: «¿Quiere Vd. que le vaya a buscar cambio?», dice el otro. […] Proposición espantosa. El Burgués se imagina estar oyendo la voz de un ladrón que le menaza de muerte. [Va él mismo a buscarlo, pero, en realidad, busca a dos guindillas que detienen al pedigüeño] El desgraciado dormirá en chirona, eso seguro, y a los pobres niños que esperan la cena les rechinarán los dientes toda la noche, porque estas cosas terribles ocurren. Quien no ha visto ni oído a un niño al que rechinan los dientes no sabe lo que es el dolor humano. Y no, no estamos ante la versión «literaria» de la realidad, porque dos de los cuatro hijos que tuvo Bloy con su tercera mujer, Jeanne Molbech, murieron propiamente de inanición. Su primera mujer fue una prostituta, Ana maría Roulé, que murió enajenada en un manicomio, y la segunda fue Berta Dument que murió de tétanos.

          Los lugares comunes los entiende Bloy como la expresión máxima del sujeto histórico al que él denomina Burgués, cuyas aspiraciones materialistas son exactamente lo opuesto de sus aspiraciones metafísicas. Y no, no hay término medio entre los adoradores del dinero y el negocio y quien busca la salvación del alma y del mundo: 

         Los negocios son los negocios. Es el ombligo de los lugares comunes. Es la ftrase que resume el siglo. Lugar común tras lugar común, Bloy dibuja un retrato mordaz y perspicaz de las chatas aspiraciones de una clase social solo atenta al beneficio, y de los adláteres que, por vía de asentimiento, aunque no sea alborozado, contribuyen a su permanencia en el poder. Sí, Bloy tiene mucho de profeta antiguo que clama contra los pecados de la mediocridad, la hipocresía, el fariseísmo, la ignorancia ¡y el mal gusto!

          Veamos en primer lugar cómo entiende el «lugar común» contra el que luchar lo agota, porque entiende que es insignificante su esfuerzo para luchar contra toda la sociedad: A decir verdad, a veces temo no poder terminar este inmenso trabajo de exégesis, ¡hasta tal punto  su materia me abruma y el tema me atonta!, dice el autor al comentar uno de esos lugares: Yo me lavo las manos como Pilatos. El Burgués no es precisamente religioso; no, pero está lleno de restos acumulados, más o menos visibles, como un fiel felpudo o una alfombra muy usada. […] «Yo me lavo las manos», dicho a propósito de cualquier cosa, significa sencillamente: «Me tiene sin cuidado», y el añadido «como Pilatos» no es más que una costumbre secular del lenguaje, una especie de ruido sordo análogo al de un cuerpo pesado cayendo por un precipicio. En otra ocasión, a propósito de No todo el mundo puede ser rico, el autor constata el carácter pétreo —como el de las buenas intenciones que pavimentan el camino al infierno…— de esos anodinos artefactos con los que el Burgués construye su discurso: El lenguaje de los lugares comunes, el más extraño de los lenguajes, tiene la maravillosa particularidad de decir siempre lo mismo, como el de los Profetas. Y aunque el «espectáculo» de los lugares comunes pueda ser divertido para quien como Bloy contempla su uso desde fuera de ese engranaje de la mediocridad que tritura cualquier aspiración hacia la excelencia o el buen decir, teme, con razón, no tener fuerzas para culminar su obra. Así lo dice en su comentario de Yo no necesito a nadie: Por tanto, yo soy Dios. Es sorprendente que esta sea la conclusión necesaria de casi todos los refranes burgueses. Lo he señalado más de una vez. Los lugares comunes penetran así unos en otros, como los tubos de un telescopio o como los vagones de un tren rápido al chocar con un tren de mercancías. Es divertido para el espectador, pero a la larga resulta aburrido. […] La repetición es el problema casi inevitable de un libro de este género. Espero, sin embargo, tener fuerzas para terminarlo. Pero si, para Bloy, hay un lugar común que resuma lo deleznable de estas muletillas burguesas que suplantan el pensamiento de verdad, el que aspira a encontrarla, es este: El sol sale para todos. Este lugar común […] parece más bien, con perdón, de baja extracción, como esos famosos derechos humanos cuya alegoría pretende ser. […] Pero he ahí el misterio de los lugares comunes. Desde hace al menos diez años no puedo oír el que ahora nos ocupa sin experimentar una especie de pánico. Nada más oírlo, reaparece ante mis ojos un espantoso usurero, ciego como Homero, pero cuyas sucias manos valían por una docena de ojos, y os atracaba a tientas con una presteza, una sutileza, una seguridad y una competencia inigualables. […] Le tenía afición, no sé por qué, a este lugar común, que repetía a propósito de cualquier cosa, otorgándole  imagino un poder mágico. Era algo aterrador, os lo aseguro, ver la cara de este compañero de las tinieblas hablando del glorioso sol mientras os clavaba sus dos ojos blancos.

          Si una breve «introducción» a este jugoso libro y a la personalidad de Bloy ya nos ha deparado tantas alegrías intelectoras, ¡imaginen las que encontraran en la lectura pausada de estas exégesis! Hay para todos y de todo, como en botica. Está claro que cada intelector destacará esta o aquella reflexión, lo que indica que ning8una reseña puede ahorrarnos la lectura e incluso la relectura. De hecho, la continuación que hizo Bloy de la primera entrega, con el mismo título y el subtítulo Nueva serie, se debe a la principal crítica que recoge en el Preludio: Hay que ponerse al alcance de todo el mundo. Esto es lo que se me ha pedido. Se me encuentra demasiado extraordinario, demasiado inaccesible. No me comprenden ni el notario, ni la devota ni el fabricante de supositorios. Las rudimentarias afirmaciones los irrefutables axiomas y hasta las perogrulladas más justificadas adquieren, en mí, como un aspecto de misterio que ofende al sentido común. He decidido por tanto, ponerme al alcance de todo el mundo. A mí, particularmente, me parece incomprensible esa crítica a su obra, porque si de algo peca Bloy es de una transparencia absoluta en la construcción de su gran enemigo, el Burgués, cuyo único discurso es el «lugar común».

Voy a reseñar algunos hallazgos expresivos de Bloy que acaso llamen la atención de los lectores del siglo XXI por su radical novedad, fiereza y contundencia expresiva, aunque permítanme que anteponga uno que ha sido utilizado por el Papa Francisco recientemente, quien es uno de los admiradores de Bloy, a quien, tengo para mí, no acaba de comprender del todo: Todas las religiones tienen algo bueno. Tiempo atrás, el gran rabino Zadoch Kahn, a propósito de uno de mis libros, me había proporcionado ese admirable lugar común que parece ser el comienzo del Evangelio según san Juan para los imbéciles y los maleantes.

No es fácil escoger entre tantas maravillas literarias como nos depara esta Exégesis, pero, para no abrumar, trataré de hacer un ejercicio de contención y recoger exclusivamente aquellos que muestran la notabilísima originalidad del autor:

Poner el dinero a trabajar. Muchas personas revientan en las fábricas, o en negras catacumbas, para aterciopelar los cuellos de las vírgenes engendradas por capitalistas superfinos, y que puedan disfrutar de «la misteriosa sonrisa de la Gioconda». ¡A esto es a lo que se llama poner el dinero a trabajar! Sería imposible decir qué son exactamente los negocios. Son una diosa misteriosa algo así como la Isis de los patanes que ha suplantado a todas las otras diosas. No sería traicionar ningún secreto decir que tienen que ver con el dinero, el juego, la ambición, etc. Los negocios son los negocios, como Dios es Dios, es decir, por encima de todo. […] Cuando se pronuncian esas nueve sílabas, se ha dicho todo, se ha respondido a todo y no hay que esperar ninguna otra revelación. …Y la PÁLIDA FAZ de Cristo es todavía  más pálida en el fondo de los pozos y en los hornos.

    Los muertos no pueden defenderse. ¡Qué estupidez o qué hipocresía! ¿Cómo que no? Si precisamengte se defienden con el respeto que se les priofesa, que no permite que se les toque. [...] Muy pronto invadirán las viviendas de los ciudadanos, y hasta yo mismo me veré obligado, bajo amenazas, a colgar un día de mis paredes las nefastas jetas de Édouard Drumont, del doctor Maurice Lameculos [Maurice Barrés] o de Émile Zola, apodado el Cretino de los Pirineos.

          Ser ocurrente. Un verdugo, diez minutos antes de dejar caer la cuchilla, le decía a uno de sus clientes, dándole unas cariñosas palmadas en la espalda: «¡Le estoy echando a perder con tanto mimo, amigo mío, le estoy echando a perder!».

          Adviértase, en el siguiente, la dificultad de traducir al castellano algunos lugares comunes dichos de muy otro modo en francés, así como el destello surrealista del final bastante avant la lettre:

          Buscarle pelos al huevo. [Chercher la petite bête: «Buscar la bestezuela».] El comerciante que busca un error de cuentas en perjuicio de uno de sus clientes es un hombre que le busca pelos al huevo, un hombre agobiado. Es como si pretendiera cazar un tigre con la tabla de multiplicar y un paraguas.

          Cortejar a las artistas. Todas esas artistas no son más que una artista, siempre la misma desde hace generaciones. Tiene unos ojos como lámparas suspendidas en cuevas, la tez plomiza, la cara de calavera, los dedos crispados sobre su pecho marchito y, si queréis saberlo todo, baila la danza del vientre en las fondas de los cementerios.

          No hay oficio estúpido. Perdón, hay uno. El de sastre que pretende vestir a un monje. […] El encuentro de un monje y un Sastre es probablemente lo más extraordinario que se pueda imaginar, lo más loco, lo más chusco, lo más fantástico.

          La suerte nunca llega sola. Es como las chinches en la cama de un pobre. La suerte siempre viene acompañada. […] «La suerte de los malvados pasa como un torrente», decía Racine. La suerte de los buenos hace exactamente lo mismo y deja tras de sí un limo apestoso.

Ser ordenado. Una señora es ordenada […] cuando se preocupa […] de no utilizar el cepillo de dientes de su marido para limpiarse las uñas. ¿Es Dios ordenado, sí o no? […] La creación deja mucho que desear. Digámoslo sin tapujos: ha sido un fracaso e, incluso, boicoteada. Dios no ha hecho lo que se esperaba de él y es abusivo que exija el precio de la adoración. Un obrero que trabajara como él no duraría ni seis días en la fábrica.

          No transcribo ninguno de los cuentos con que ilustra Bloy algunos de los lugares comunes, aunque en ellos hay poderosa invención y acerba crítica a la realidad social de finales del XIX y comienzos del XX. Hay dos de obligada lectura. En uno de ellos habla de la ambición de quien alquila parte de su casa, compartimentada en habitaciones y se encuentra con lo que ahora se llama, al parecer, un inquiocupa. En otro, se critica los sanatorios en los que se mezclan a los enfermos normales y corrientes con los enajenados, establecimientos degradados en los que, una vez que se entra, todo indica que solo se sale con los pies por delante. Son frecuentes, en la Exégesis, las alusiones a los alquileres y el talante despiadado de los propietarios, siempre dispuestos a poner de patitas en la calle incluso a enfermos o niños. Todo ello no es, como dije anteriormente, «literatura», sino trasunto de la propia vida de Bloy, un autor que interpela al Poder desde la marginación, desde la indigencia, desde la Iluminación espiritual.

lunes, 5 de agosto de 2024

Teoría (en barbecho) del «Todovalismo».


 

Esbozos germinales de donde habrá de nacer la planta nueva de la diletante teoría sobre el proyecto de degradación de nuestra democracia.

          A la espera de que los tiempos le sean propicios al Artista Desencajado para enhebrar el hilo en la aguja con que coser la túnica de la teoría indispensable para abrigar el discurso sobre la degradación democrática que lleva suponiendo la toma del Poder por parte de una mayoría heteróclita a la que solo ha unido la esquilmación de los fondos públicos, la destrucción del llamado Régimen del 78 y la obra de socavación de la monarquía para proclamar, cuando se den las circunstancias objetivas, la Tercera República Confederal, ha decidido el perezoso diletante ofrecer en estado puro, sin los afeites últimos necesarios, buena parte de los postulados con los que habrá de articular esa teoría, para la que hacen falta más saberes que tiempo, pero todo se andará y acaso antes de lo que se imagina será capaz de tener lista la prenda, el prenda.

          Los hechos son tozudos. Los actores, de pésima calidad, ¡muy mediocres todos! Los movimientos, tan torpes que se desacreditan solos, sin ulteriores desenmascaramientos. La opacidad reinante, el fracaso clamoroso del principio de no contradicción y la exhibición de la mentira como un valor casi «revolucionario» bastan para determinar la calaña moral de quienes han hecho de la supervivencia en el abuso de Poder el norte de su obra de demolición democrática.

          Del mismo modo que la década ominosa del nacionalismo supremacista y racista catalán ha fracturado una sociedad, impidiendo cualquier posibilidad de nueva convivencia sobre las bases de la igualdad y el respeto; la importación de sus métodos por el gobierno central, acuciado el presidente electo, tras perder las ultimas elecciones, por  la venganza de quienes lo nombraron para el cargo, acaso mediante promesas que ahora han sido incumplidas, nos permiten contemplar cómo ha comenzado el acoso y derribo del ideal de la justicia distributiva que había sustentado hasta hace dos días el sistema democrático; algo que, además, con tal desfachatez, se quiere ofrecer a la opinión pública como la panacea para el país y como un refuerzo de la cohesión de la nación española.

          Tiempo habrá para que todo el shitprop —variante autóctona gubernamental del tradicional agitprop inventado por Goebbels— sea desentrañado por historiadores, sociólogos y psiquiatras que nos expliquen lo que, a título individual, cada uno de nosotros sabemos de sobra lo que es: ignominia, traición y prevaricaciones varias. Roto el equilibrio entre los Poderes del Estado, asaltado este por el espíritu sectario de quienes anteponen su supervivencia en el Poder a cualquier perspectiva general del país, tiempo habrá, reitero, para meditar sobre los viciados mecanismos y los clamorosos fallos de nuestra Constitución del 78, sobre todo el de una ley electoral que hace descansar la obtención del Poder en manos de los enemigos de la propia Constitución, y tratar de sacar, a través de la elaboración de la prometida Teoría del Todovalismo el retrato fidedigno de una época que bien podemos calificar, ¡nuevamente!, de ominosa, como la década catalana.

          Sin retoques ni correcciones que los afinen hasta convertirlos en los fundamentos de la teoría, aquí dejo, a la atención de los lectores curiosos, estos postulados que han ido naciendo a medida que las decisiones políticas me los han exigido.

 

                             

         Postulados.

                                                 1

No hay contradicción en mis contradicciones, porque son mis contradicciones.

                                                 2

 Mis errores son siempre percepciones distorsionadas, e interesadas, de los otros.

                                                 3

 Mis abrenuncios traicionados son la obediencia debida al imperio inexcusable de las circunstancias tornadizas.

                                                 4

Ser un lindo don Digodiego amerita el respeto de los canallas, que abundan.

                                                 5

 Una declaración desafortunada la borra una decisión disparatada.

                                                 6

 Una promesa electoral es un anzuelo que desgarra el paladar del votante, quien bastante se duele como para interesarse por si se cumple…

                                                 7

Acusa de «padecer» lo mismo que tu «infliges» a otro, con total desfachatez y dureza de facciones.

                                                

         8

Jamás te has equivocado. Siempre has sido malentendido.

 

                                                 9

Que quienes te busquen los tres pies se lleven seis coces…


                                                 10     

 Provecho solo es, propiamente, todo hecho a mi favor, y que entrañe ganancia neta, y sonante.

                                                 11

Por chapucera que sea, más vale una mala propaganda que una buena verdad.

                                                 12

No hay más «nosotros» que «nuestros nosotros».

                                                 13

La política solo tiene el pasado que dicta quien gobierna.

                                                 14

Nada como el autoritarismo para enmascarar la falta de autoridad moral del gobernante.

                                                 15

Unos malos Presupuestos los «arreglan» los buenos impuestos de rigor…

                                                 16

Según sople el incierto viento de la Opinión o el duro apremio de la Necesidad, un adversario bien puede convertirse en enemigo maligno o en íntimo amigo sin el que ya no poder vivir… 

                                                 17

El bien ajeno es una mercancía que ha de servir, básicamente, para comprar el efímero prestigio propio.

                                                 18

En política no hay males menores, sino salidas por la tangente y al que le escueza…

                                                 19

La vergüenza (la torera incluida) es superstición superada por la desinhibición de la desfachatez.

                                                 20

Los votos allegados, vengan de donde venga, son votos de paso honroso.

                                                 21

En la política del Todovalismo nunca se miente: se asevera por aproximación.

                                                 22

Apropiarse de los medios de comunicación públicos es un imperativo etílico para cualquier gobernante: la ebriedad de la verdad domesticada.

                                                 23

Cualquier explicación, ¡todas breves!, ha de implicar que son los otros quienes deben darlas, les toque o no.

                                                 24

Ser candidato, ¿qué tiene que ver con qué partido sea el marco de la candidatura? O se es candidato o un cándido nonato…                        

                                                 25

No existe la «campaña electoral», melífero idealismo, sino la «razzia» en las bolsas de electores…, cruda realidad.

                                                 26

La pluralidad política es un bello ideal. ¿La realidad?: siempre hay un nosotros y un ellos.

                                                 27

La política es un cóctel muy simple, con solo dos ingredientes: agitación y propaganda.

                                                 28

El populismo todovalista ha de conseguir que ni los hechos sean indiscutibles.

                                                 29

El Todovalismo constituye la superación de la lógica proposicional a través de los más esmerados despropósitos.

                                                 30

El mejor aliado es al que le pasarán factura por los errores disculpados.

                                                 31

No hay bien del Estado superior al feliz estado de tu bienestar político.

                                                 32

¿Para qué una oposición dividida, si la puedes tener triturada…?

                                                 33

La necesidad de quien gobierna es multiplicar las de los gobernados.

 

                                                 34

Recuerda que no hay dudas de las que no te saque el aumento de la deuda…

                                                 35

Que un buen tuit resiliente, inclusivo y emotivo te evite asumir cualquier responsabilidad.

                                                 36

Mezcla lo público con lo privado de modo que el agitprop permita confundirlo todo para ocultar las transgresiones interesadas.

                                                 37

Llevar a lo simbólico la contienda política evita ser sorprendido por el cieno de lo empírico. Eso sí, conviene engolar la voz y elevar con humildad al Empíreo las cejas…

                                                 38

El Todovalismo ha necroanacronizado el divide et impera. Ahora se vence solo para dividir…

                                                 39

Nunca te definas ideológica ni estratégicamente; pero explica por activa y por pasiva qué han de ser y hacer tus adversarios.

                                                 40

Promueve sibilinamente la abstención: en el reino de la abstención, por ancho que sea, una mayoría tuerta es un seguro de permanencia en el poder.

                                                 41

La máxima bendición del Todovalismo es haber suprimido la necesidad del contexto: todo es ya mendacidad liberada, desatada…

                                                 42

El Todovalismo es el reino de Agamenón, y de él se han desterrado a todos los porqueros con sus porques y sus porqués…

                                                 43

Reivindica la plurimilitancia con la misma naturalidad con la que los electores cambian impunemente su voto.

                                                 44

Convocar elecciones a destiempo convierte todo el tiempo en elecciones, y facilita la pesca de siluros en semejante río revuelto…

                                                 45

Desaparecido el contexto, ni siquiera el texto es necesario para gobernar: Dicta y obedecerán…

                                                 46

Ostenta la pompa del Poder como se sostienen los cómicos sobre los coturnos…

                                                 47

Gobierna exclusivamente para conseguir los votos que te permitan gobernar exclusivamente para conseguir los votos…

                                                 48

¡Ojo! Que tus actos sean todos teatrales: el abismo de la puesta en escena…

                                                 49

A grandes crisis, gran transferencia de responsabilidad a los administrados.

                                                 50

Ten siempre presente al prohombre del Todovalismo: Poncio Pilatos.

                                                 51

La política garantiza tantas resurrecciones como los embaucadores sean capaces de atraer a los votantes: nunca una derrota es una inhumación.

                                                 52

Enfangado en el cieno de la sucia lucha política: sécate al sol para crear tu estatua ecológica y sostenible, por precaria que sea.

                                                 53

Que entre tu forma de vida y tu deformado pensar se alce el desdén fluido del río turbulento donde captures a los incautos.

                                                 54

No hay hecho que no sea susceptible de ser deshecho y convertido en desecho, si tu lengua traba el discurrir ajeno.

                                                 55

Que tu saneada cuenta corriente no te impida correr a contarles a los parias que gravarás a los ricos para repartírtelo con ellos, sabiendo que quien reparte…

                                                 56

Si en los adulterios negarlo todo no es una opción descabellada para tantos, en el Todovalismo es una exigencia irrenunciable. No debes refutar, sino reputar tu negación.

                                                 57

Gobernar, imprímetelo en los genes políticos, consiste en esquivar las interpelaciones directas y en surfear lo real, por encrespada de espumarajos que se alce la ola.                                                

          58

Simplifica, aunque sea de simples: un vocablo grandilocuente es un venablo que emponzoña el discurso de tu oponente.

                                                 59

Hazte un nombre, artístico a ser posible, que proteja tus dislates como la égida a Minerva, y larga, larga, por esa boquita que Caco te dio…

                                                 60

Enmendallo todo para sostenello como estaba, ¡qué sabrán los clásicos!

                                                 61

En política hay líneas de fuerza y políticas lineales; y no suelen ser estas quienes inventan aquellas.

                                                 62

La Historia es una tabula rasa donde cada cual, bajo el marbete, significa sus delirios ad usum Delphini.

                                                 63

No lo olvides: acertar con los tiempos es lo único que te permite seguir teniendo tiempo… de vida política.

                                                 64

No seas ni ingenuo ni infeliz, y abandona la ideología. El presente solo exige estrategia para burlar los principios y allegarse a los fines del propio deseo, que ha de ser ley.

                                                 65

Solo la oposición a la oposición te garantiza un gobierno que, en vez de rendir cuentas, las pase.

                                                 66

«Dominar los tiempos» es ficción barata. Asegúrate, mejor, de que tu tiempo es el del dominio sin fisuras ni tránsfugas.

                                                 67

Ni se te ocurra lo de intentar cambiar la sociedad. Propón nuevas asignaturas para el currículo académico, y échate a dormir…

                                                 68

Todo es agitprop, solo agitprop y nada más que agitprop, como el Dry Martini de James: «agitado, no revuelto…».

                                                 69

Ningún postulado tan propio de esta teoría como: «Tira de Presupuesto, que cualquier apoyo se compra porque se vende».

                                                 70

Cuida a quienes te dan los votos para gobernar; gobierna para conseguir tus cuidados.

                                                 71

Quien cambia de opinión busca su tesoro…  

                                                 72

Recuerda, ser víctima, de lo que sea, te cubre de honorabilidad sin tacha y convierte a tus adversarios en verdugos infames: usa el recurso ad libitum

                                                  73

Habla siempre en nombre de todos, que nadie escape de tu abrazo comprehensivo de grillete.                                                

         74

Cualquier suceso social se alarga o se encoge en el tiempo en función del rendimiento partidario que puedas sacarle. Explotar la teta o pasar página solo de ello depende.

                                                 75

Noticia, nota bene, es la que no te tiñe ni te provoca tiricia, solo esa, eso, ese…

                                                 76

¿De cuándo acá las ideas con cuerpo van a competir con las sombras de las ideologías? Asómbrate:  de tinieblas espesas están construidos los cimientos del Poder.

                                                 77

Dime cuántos bolsillos cercanos engordas y te diré exactamente el Poder del que blasonas. Nombrar, para algunos, viene del «nombre» catalán.

                                                 78

Tira de pompa cuanto puedas, sin vergüenza, porque las circunstancias nunca están, del todo, en tus manos.

                                                 79

Un socio de coalición es una colección de aspirantes a cabezas de turco, como nadie ignora.

                                                 80

Allegados, que no votantes, busca; devotos, que no votantes, atrapa; a necios, aunque te sonroje, seduce. No de votos se llenan las urnas, sino de agravios y rencores…, de víctimas quejumbrosas.         

                                                 81

Extrae, como perla berrueca de las ostras, declaraciones del adversario que avalen con su dudosa probidad tu propaganda contra rivales de tu espectro: persuade con el miedo…

                                                 82

Teme, con razón, cualquier voto directo de las bases; coloca filtros, esclusas, visillos…: la voz del pueblo, limpia de polvo y paja, es la ruina de la partitocracia.

                                                 83

La pompa y la parafernalia del Poder es el Poder. Inepto o desgarbado, el marco te viste, no lo olvides.

                                                 84

Que jamás se te caigan ni el pueblo ni la gente de la boca en público; en privado ¡solo los ingenuos ignoran de qué te la llenas!

                                                 85

A tu rival directo divídelo por dos; al indirecto, multiplícalo por cinco. Guarda esta proporción y gobernarás tranquilo.

                                                 86

El Poder ciega a los necios y amilana a los avisados, de ahí que la oscuridad te ampare in saecula…

                                                 87

Baldea el cieno de tu prevaricación de modo que parezca que salvas la nave del Estado. 

         88

Di «de país» cada dos pasos de deslavazado discurso y creerán a pies juntillas que estás de paso en el Poder, ¡infelices!

                                                 89

No llegarás al Poder si no reparas en que la ideología se ha de usar como la tinta del calamar para enturbiarlo y confundirlo todo: ¡arrójala, no malgastes tu escaso tiempo polemizando con o sobre ella!

                                                 90

Antes, decir una cosa y lo contrario acusaba incongruencia; ahora, lo congruo es ufanarse de aquella y retar con la arrogante osadía: «¿Y…?».

                                                 91

Soborna a la soberanía nacional con la prestidigitación de tus ases marcados: tu triunfo será gobernarlos para que busquen el tesoro de la trufa o en el golfo las cotufas.

                                                 92

Destierra del mapa de los conceptos el infierno terrible de «la lucha por la vida» y promete el paraíso de la vida, ¡por fin!, sin lucha ninguna.

                                                 93

Tenlo muy presente y aplícate el cuento: «política» es todo aquello que el laberinto jurídico oculta y el agitprop disfraza.

                                                 94

El triunfalismo siempre es eficaz. Recuerda que la realidad la escriben tus medios afines. Recurre al récipe del apocalipsis ajeno y cabalgarás, indemne, sobre el triunfalismo propio, aunque sea en un renco…                                                

         95

A enemigo que huye, puente de Calatrava…

                                                 96

Consigue, sobre todas las cosas, ser electo, porque, como el viejo libro bajo la almohada, el escaño te hará sabio y escuchado.

                                                 97

Porfía en tu sectarismo y renuncia al juego de los matices: eres político, no pintor.

                                                 98

Ganar o perder elecciones nada tiene que ver con los hechos: construye tu agitprop con el espíritu cohesionador del argot y confía en la evangelización… En breve: transforma la masa en rebaño.

                                                 99

Destruye, con esmero, cualquier lugar común y acoge a los desamparados en tu fortaleza.

                                                 100

La mejor versión de ti mismo jamás es la original: dóblate con el esmero de la tergiversación.

                                                 101

Para llegar al Poder no hay frontera ideológica; para mantenerse en él, pactar, aun con tus antípodas, es la única ideología.                                                      102

No lo olvides: gobernar no es arte de arúspices, sino oficio de cocineros que van tras el gusto ajeno.

                                                 103

Teniendo ideología, aunque la tengas en formol, ¿para qué quieres ideas? Vigila el parque y deja que los demás se columpien…

                                                 104

En política sucede como en las películas de terror: lo que da más miedo es lo que no se ve ni se oye.

                                                 105

Jamás pienses que no estás capacitado para ocupar el Poder, porque es él quien te ocupa, te inviste y te reviste con lo necesario para sobrevivir en él con lo que no tienes y él te da con creces, cretino.

                                                 106

Que la corrupción propia no te altere, ¡teniendo tan a mano la ajena que ventilar para respirar tranquilo!

                                                 107

«Crisis» es, por definición, lo que les ocurre a otros; tú «redefines» el proyecto o inyecto o retroyecto… que tengas a mano.

                                                 108

No te equivoques: siempre tuya, la tropelía; siempre suya, la indignación. Guarda esa distancia y nadie te toserá.

                                                 109

Que en política un día toques el cielo y otro el albañal no es una invitación a la prudencia, no seas ingenuo, sino a la perseverancia en el error mientras los fastos te empujen.

         110

No lo olvides, si «rectificar es de sabios», usa la triaca y rectifica a cuantos te contradigan…; que sus jactancias sean jarcias enmarañadas.

                                                 111

Analfabetizadas digitalmente las masas, ríete del cuarto Poder como lo has hecho del segundo y del tercero…

                                                 112

Que ni se te ocurra pensar que puedas «traicionar» a tu electorado: una vez que te reconozcan como «su» partido, tragarán con todo. Es proverbial la fidelidad de los crédulos.

                                                 113

Recuerda; un programa electoral no se escribe con las cláusulas de un contrato, sino con el ornato de la ficción más descarada: la añagaza del embaucador…

                                                 114

Atento: quien tolera otro relato extramuros del agitprop propio ha cavado su fosa política.

                                                 115

Postúlate sabiendo que solo por ser tú, seas quien seas, no otro, crecerá tu expectativa de voto. 

                                                 116

Recuerda, las famosas «cloacas del Estado» son, vistas desde arriba, los anchos bulevares del Poder.

          117

No temas, nunca hay tintas demasiado cargadas sobre tus enemigos, siempre que no motejes a tientas, como el pardillo.

                                                 118

Cualquier moral, desde el Poder, es siempre «la» moral: fustiga, pues, las otras con absoluto desparpajo y sólida desfachatez.

                                                 119

Sustituye lo político por la moral y serás imbatible e irrefragable; y añádeles un palmo a las ínfulas.

                                                 120

En tiempo de incertidumbre, crisis y pifias, no dudes: convoca elecciones: ¡nada como recobrar el blanco etimológico y algodonoso de «candidato»!

                                                 121

Recuerda bien que mitinear no es levantar motines, sino embaucar los mohínes: «arenga», al cabo, viene de «arenque»…

                                                 122

Es axioma: La imputación judicial de los enemigos exige dimisión; la tuya, resistir contra la conjura de las fuerzas del mal. ¡Poca broma!

                                                 123

¡Ojo, la retórica lo tapa todo, sí; pero, ¡ay!, también lo desnuda! 

                                                 124

No te despistes, cuando se gobierna, el dinero ha de preceder a las necesidades; lo contrario es perder la iniciativa. Riega con la chequera y cosecha lealtades.  

         125

De que la política sea el reino de lo imposible depende que los delirios pueriles pasen por pomposas políticas de Estado.

                                                 126

No hay texto sin contexto, salvo el político, que se infla como una mónada huera en la más transparente región del cielo…

                                                 127

La excentricidad del líder engatusa y encandila, porque confundimos con facilidad personalidad y carácter; pero, a la larga, desalienta, aburre y consume.

                                                 128

Exhibe tus incongruencias con la desfachatez solemne e impávida del mentiroso compulsivo: solemos estar sedientos de falacias y hambrientos de mixtificaciones.

                                                 129

Defender con la artillería del agitprop la mayoría que te permite gobernar no siempre te garantiza la reelección.

                                                 130

Rodearte de lacayos que no te hagan sombra no dulcifica tus frutos bordes. Árbol solo en la parcela atrae los orines de la clientela.                                             131

Que jamás te tiemble el pulso… para firmar los cheques presupuestarios con los que allanar la reelección.

          132

La degradación de la democracia no deriva hacia la desaparición del Estado, sino a su fortalecimiento como aparato represivo.

                                                 133

Recuérdalo: es mucho más rentable electoralmente tener un enemigo que un adversario: no flojees.

                                                 134

Espartaco, es bien sabido, rompió las cadenas y tembló el Imperio; tú, modesto, pero avieso, rompe las varas de medir para que tu reputación no sufra menoscabo.

                                                 135

Confundir los preceptos constitucionales con un programa de política sectaria se acerca más a la dictadura que a la democracia.

                                                 136

El Todovalismo tiene de «teoría» la contemplación de las ruinas sociales que deja su hegemonía.

                                                 137

No te confundas: no hay mentiras buenas y malas, sino rentables o irrelevantes, electoralmente.

                                                 138

Conseguido el Poder, todos los votos son papel mojado…

                                                 139

En el Todovalismo la moral es sustituida por el Poder; tanto tienes, tanto impones.

                                                140

No lo olvides, cuanto más cieno siembras, más torpeza de tus enemigos recoges.

                                                141

Indígnate con marmórea solemnidad frente a tus adversarios: que su alboroto sean lamparones de guano que te limpia la lluvia.

                                                142

El Estado es lo suficientemente abstracto como para que nadie civil se levante en su defensa: atrévete con él y desvirtúalo para que sea tu hipóstasis.

                                                143

Derechos, igualdad, subsidios y progreso: cubre esas cuatro patas con enea y gobierna ad libitum, sin temores y descansado.

                                               144

La separación de poderes va en detrimento de la unidad de la eficacia: ¡No te cortes! ¡El fin social justifica todos los medios!

                                                145

Que la quijada contracta no te traicione: sonríe con la beatitud insidiosa de la boa constrictor en el cañaveral.

                                                146

La política es el arte supremo de la depredación: haz el favor de no andarte con temilgos y requilorios.

                                                147

Recuerda que en política todo es síntoma recauchutado, hábilmente, en signo.

                                                148

Abandera, siempre, las elecciones desde el poder; jamás las reclames, porque es signo de debilidad, desde la oposición.

                                                149

Los corruptos de tu partido van siempre «por libre». Tenlo muy presente, y mantén tu mano lejos del fuego.

                                                150

La mentira mil veces repetida no la convertirás en verdad. Prueba con la mil una y verás cómo cambia todo...

                                                151

Habla en necio, porque, en efecto, entre crédulos anda el voto...

                                                152

El político de «casta» esquiva los chuzos de punta como un torero las astas sedientas de sangre: baila, baila, maldito..., y recoge los aplausos del «indeseable».

                                                153

Será pueril: «Tú eres la solución; los otros, el problema», pero ciertos votantes no admiten mensajes más complejos: ¡suave con ellos!

                                                154

Te guste o no, al carisma se llega por la cuaresma: penitencia, ayuno y abstinencia: el tuneado perfecto del desaprensivo.

                                                155

Política, tenlo claro, es lo que les acontece a los políticos. ¡No te distraigas con la realidad!

                                                156

No hay otra verdad política que la masticada mil veces por los altavoces mediáticos que la llevan de boca en boca...

                                                157

La memoria es talismán del Poder; las memorias, aburridas consejas de votantes deslenguados...

                                                158

¿Qué principios ni qué gaitas, palomo, has de tener tú para asumir un alto cargo! El cargo ya te dice lo que has de creer o defender...

                                                159

Promete, don digodiego, promete, que no otra cosa que meter promesas en el discurso ha de ser la política «comprometida».

                                                160

¿Qué es política?, me preguntas, clavando tu envidia ciega en mi pupila azul. Política soy yo y tú..., ¡ay, tú, tú no eres nadie lejos del banco azul!

                                                161

No te engañes, definir es, siempre, ensanchar los límites hacia la abstracción inaprehensible. ¡Jamás acotes!

                                               162

¡Que la hipérbole no se te caiga de la boca ni para respirar!, y que una lítote sobrada sea cuanto tus enemigos te arranquen...