miércoles, 5 de septiembre de 2018

Una lectura inesperada : "Du Bonheur", de Frédéric Lenoir.






Vueltas y revueltas alrededor de un concepto abstruso: felicidad. De la receta de manual al encaje de bolillos intelectual para dibujar un tópico locus amœnus

Si el azar “programa” buena parte de mis lecturas y mis películas, el libro que traigo hoy a este Diario se lleva la palma: Du Bonheur, de un autor que me era tan desconocido, Frédéric Lenoir, como conocido el tema sobre el que trataba, siquiera fuera de oídas, de leídas y de reflexiones fugaces, porque no parece sino que la felicidad solo admita una adhesión tan profunda como incuestionable y, sobre todo, irreflexiva. Sería algo parecido a la vieja máxima epicúrea:  La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo. Mientras se es feliz, uno se deja llevar por ese estado beatífico y  en modo alguno siente el menor deseo de indagar en qué consiste la felicidad que está sintiendo, como si el hecho de dedicarse a ella, a esa indagación, supusiera una traición a la esquiva felicidad que llevara anejo el terrible castigo de perderla en el acto. Cuando uno no lo es, feliz, no hay duda de que lo último que desea el sufrido sujeto en ese estado es dedicarse a discriminar en qué consiste la felicidad y de qué manera puede alcanzarse semejante disposición que, en esos momento de infelicidad, parece no querer otra cosa que burlarse de nuestra carencia.
Meditar sobre la felicidad exige, pues, no necesariamente ser infeliz, pero sí una suerte de estado neutro, impasible, muy propio del desapego místico que, a veces, quien se adentra en ese campo de reflexión, acaba confundiendo con la propia felicidad, como aconsejan algunas religiones: el olvido de sí mismo, la renuncia al yo que es fuente de ansiedades, temores, deseos, expectativas, ambiciones y otros “males” propios de nuestra humanidad.
Frédéric Lenoir es un filósofo, ensayista e historiador de las religiones, disciplina en la que habrá tenido por maestro a Mircea Eliade, quiero imaginar, quien es lectura obligada en ese terreno. Su especialidad, y temo ser infiel a los verdaderos méritos del autor, es la divulgación, una necesidad de todo tipo de lectores agradecidos a esfuerzos como el de Lenoir, quien resume para nosotros a la perfección una aproximación generosa al concepto de felicidad a través de la historia del pensamiento y la religión.
 Se trata de un tipo de obras, como la presente, en la que el autor, al hilo del concepto de la felicidad según lo han concebido desde los filósofos clásicos hasta los más próximos a nosotros, desde Platón y Aristóteles hasta Nietzsche, pasando por el ensayista por atonomasia, Montaigne, filósofos precavidos, como Spinoza y corrientes religiosas como la budista o la hinduista, va desgranando un rosario de citas de campanillas que jalonan un recorrido magnífico y generoso en la queste de esa especie de Santo Grial que es, para la mayoría de los mortales, la felicidad.
La pequeña historia del azar de esta lectura me lleva a los bancos del aeropuerto donde esperábamos, ¡con 4 horas de antelación, para desesperación de mis acompañantes, y aun así salimos con retraso…!, la salida de nuestro vuelo a la isla mágica de Lanzarote. Mi hija recogió el libro, que había sido abandonado en el contiguo a los que nosotros ocupábamos y, conociendo mi pasión por los libros, me lo pasó enseguida para que le echara un vistazo. Así lo hice. Y me encontré con un libro cuyo contenido objetivo -las citas de autores leídos por mí a lo largo de mi vida- me animó a leer un poco para ver si estaba ante una obra digna de ser leída o ante un producto de consumo para lectores en agraz. Todo lo ignoraba del autor; poco del contenido del libro. De hecho, y aunque como tal autor solo se usa de él un epígrafe para un capítulo, en este Diario tengo a gala haberle dedicado una entrada al libro de Alain Mira a lo lejos, 66 escritos sobre la felicidad.
En mi vida solo he hecho un curso intensivo de francés de un mes, aunque ese mes, mi Conjunta y yo, a través de la música y las canciones bien puede decirse que practicamos, dentro de nuestras posibilidades, una inmersión completa. Mi condición de filólogo aficionado, el conocimiento del catalán y mi pasión por la etimología me han ayudado notablemente a leer el libro en su idioma original, el de la edición de bolsillo que encontramos en la silla del vestíbulo del aeropuerto. Mientras leía, me daba cuenta de que el lenguaje sencillo con que estaba escrito el libro apenas me presentaba ninguna dificultad. He de reconocer que no es el primer libro en francés que he leído, aunque no domine el idioma, pero en modo alguno es un idioma que nos pueda resultar, en términos generales, incomprensible a los lectores de las lenguas de origen latino. Así pues, ante la incredulidad de mi hija, opté por continuar la lectura del ameno ensayo sobre la felicidad que me proponía Frédéric Lenoir. ¡Qué mejor lectura de vacaciones!  Le puse punto final en el vuelo de vuelta, que salió a su hora…
La felicidad es un concepto que da pie a la brillantez del aforismo, como el de Jacques Prévert: J’ai reconnu le bonheur au bruit qu’il fait en partant o el narcisista de Goethe : Le bonheur le plus grand est la personnalité;  pero Lenoir ha preferido el orden diacrónico para llevarnos desde los comienzos, desde Aristóteles, hasta Spinoza, cuya Ética analiza con poderosa capacidad persuasiva. De hecho, cierra el libro con la confesión de la devoción spinozista de Einstein:  Je crois au Die de Spinoza qui se révèle dans l’harmonie de tout ce qui existe, mais non en un Dieu qui se préoccuperai du destin et des actes des humains. A lo largo de este recorrido, el lector interesado en el tema, será abastecido con los más selectos argumentos que imaginar pueda, a fin de que, a la hora de enfrentarse a su propia reflexión sobre la felicidad, no pueda quejarse de no tener los que el caso requiere. El libro en sí es una reducción, un acotamiento del campo conceptual para que el lector no se pierda en razonamientos abstrusos que no le ayuden a forjare su propia idea de la felicidad, de su contenido y de su necesidad. Desde ese punto de vista, la lectura es muy provechosa y no decepciona. Si añadiera a continuación todos los aforismos subrayados, seguro que el lector me lo agradecería bastante más que mi intento de desentrañarle, a grandes rasgos, el contenido del libro.
Nous constatons que le bonheur est quelque chose de subtil, complexe, volatil, qui semble profondément aléatoire. C’est la raison pour laquelle la communauté scientifique n’emploie presque jamais le mot, escribe Lenoir. El punto de partida, curiosamente, está muy cerca del punto de llegada, porque la definición de Aristóteles se acerca mucho a la que propone el propio autor: Le secret d’une vie heureuse ne réside donc pas dans la poursuite aveugle de tous les plaisirs de l’existence, pas plus que dans le fait d’y renoncer, mais dans la recherche du maximum de plaisir avec le maximum de raison. La dialéctica entre el placer y la virtud, entre el egoísmo de la propia satisfacción y la concepción solidaria de la felicidad como un bien social, que compartimos con los demás, atraviesa todo el libro de escuela en escuela, porque en lo tocante a la felicidad, las teorías son tantas como personas reflexivas pueden enunciarlas. Y, para muestra, lo que significaba para Flaubert: Être bête, égoïste et avoir une bonne santé: voilà les trois conditions voulues pour être heureux. Mais si la première nous manque, tout est perdu y, en el lado opuesto, para Alain : Il est impossible que l’on soit heureux si l’on ne veut pas l’être ; il faut donc vouloir son bonheur et le faire. La dicotomía entre el deseo y la razón está presente también a lo largo del libro, de tal modo que, siguiendo la dirección marcada por Aristóteles en su elogio de la virtud, el autor defina la felicidad de la siguiente manera: Le bonheur, c’est la conscience d’un état de satisfaction global et durable dans une existence signifiante fondée sur la verité. Más allá de la suerte de abandono de nuestro ser al determinismo de nuestra personalidad, sobre todo, y de las circunstancias que nos condicionan, según Shopenhauer, Lenoir se opone parcialmente al gran presimista: Je pense doncs, comme Schopenhauer, que le bonheur et le malheur sont en nous, et qu’ « avec le même environnement, chacun vit dans un autre monde ». Mais je suis convaincu, contrairement à lui, que nous pouvons modifier notre monde intérieur. Y ahí aparece lo que podríamos denominar la orgullosa ebriedad del yo agente a cuyo alcance está “torcer” los caminos de los oscuros determinismos y llevarnos a la claridad de la felicidad conseguida a través del conocimiento de nosotros mismos, cumpliendo el imperativo délfico por excelencia. Ello implica no poco de disciplina, por supuesto, un mucho de la antigua “fuerza de voluntad”-hoy con tan mala fama- y una capacidad de perseverancia que se opone al escaso dominio de la atención que padecemos quienes hemos sucumbido a la revolución cibernética y a las exigencias modernas de la ausencia de exigencia para casi cualquier cometido. En la línea de lo indicado por André Comte-Sponville : La sagesse indique  une direction : celle du maximum de bonheur dans le maximum de lucidité, Lenoir está convencido de que la formation du jugement est indissociable de la connaissance de soi : un éducateur doit apprendre à l’enfant à se faire un jugement sur les choses à partir de lui-même, de sa sensibilité, de son expérience propre. Cela ne signifie pas qu’on doive renoncer à lui transmettre des valeurs essentielles à la vie en commun, comme la bonne foi, l’honnêteté, la fidélité, le respect d’autrui, la tolerànce. (…) À une tête « bien pleine », Montaigne préfère « une tête bien faite », algo que, visto desde Cataluña, por lo menos, está lejos de ser una noble realidad. Las trampas de la alienación que los niños y jóvenes han de soportar en según qué realidades escolares catalanas poco menos que los convierten en aspirantes perpetuos a la consecución de la felicidad inducida, no asumida. El espíritu crítico es, por lo tanto, un requisito indispensable para aproximarnos, poco o mucho, a la realización del concepto de felicidad, porque, como parece del todo evidente, la raison nous permet de fonder le bonheur sur la vérité, non sur ne ilusion ou sur le mensonge. El autor está convencido de que lo que nos falta, en nuestros días, es, curiosamente, “tiempo libre” en el que poder construirnos interiormente. La hiperactividad que nos aqueja socialmente, nadie tiene tiempo para nada ni para nadie, constituye un obstáculo fundamental para la búsqueda y el encuentro de la felicidad:   Je suis frappé de voir que nombre d’enfants souffrent de difficultés d’attention, sont hyperactifs et nerveux. Or, le plus souvent, ces enfants sont sollicités sans relâche par des stimulations extérieures : effort e concentration à l’école, omniprésence chez eux de la télé, de l’ordinateur, des jeux vidéo interactifs. Il n’y a lus de place ni de temps libre dans leur vie pour construire leur intériorité. Y contra esa realidad adversa, demencial, no hay más solución, por supuesto, que buscar una manera de « estar » en el mundo que propicie, que facilite, que aliente… la aparición de ese estado tan huidizo y difícil de reconocer  y/o de disfrutar, y que a Kant le parecía, por inexistente, un  mero ideal de la imaginación :  Notre esprit donc tout autant besoin de se concentrer, d’être attentif, que de se détendre et se régénérer par le silence intérieur -fruit, par exemple, de la méditation-, mais aussi par la rêverie, le vagabondage de l’imagination. L’inactivité et le silence, l’écoute de la musique, la lecture de poésie, la contemplation de la nature ou d’œuvres artistiques sont autant d’atouts précieux pour fortifié notre vie intérieure.
En el fondo, cuando reflexionamos sobre la felicidad, no hay duda de que se pone en cuestión la dicotomía individuo/sociedad, presente ya desde el nacimiento de la filosofía en Grecia. Si l’harmonie politique étant conçue par les Grecs comme supérieure à l’équilibre individuel, il n’est pas concevable, pour eux, qu’on puisse être heureux sans participer de manière active au bien de la cité. Les stoïciens lient la bonheur du sage à son engagement, à son civisme, no es menos cierto que el desarrollo de la perspectiva meramente individual, la persona como medida de todas las cosas, nos ha llevado al narcisismo del individualismo contemporáneo -como lo recogió Christopher Lasch en su célebre ensayo- que contempla la felicidad acotada por las fronteras del yo o, en términos de Voltaire:  Le paradise terrestre est oú je suis. La exploración de Lenoir, sin embargo, teniendo en cuentas las brillantes páginas que dedica al pensamiento de Spinoza y al budismo, nos acercan a una visión de la felicidad estrechamente ligada a nuestra vertiente social, de modo que, para él, es difícil concebir que podamos ser felices si esa felicidad no se extiende a los demás. Con todo, si hay una pregunta crucial en esta queste de la felicidad no es otra que la muy socorrida a que nos envía  la definición ya psicológica, ya sociológica, sobre ella: aimons-nous la vie que nous menons ? Al decir de los estoicos he ahí la verdadera prueba del tres del reconocimiento de la felicidad, porque, según el más célebre de los aforismos de Epícteto: N’attend pas que les événements arrivent comme tu le souhaites ; décide de vouloir ce qui t’arrive et tu seras heureux.
Está claro que ante tantas voces autorizadas resulta poco discreto teorizar sobre el asunto, máxime cuando tan sabio refrán no dice que todos contamos de la feria según nos va en ella. Hay conceptos sobre los que ni merece la pena pararse a considerar sus límites, rumiar una posible definición o establecer, siquiera, si existen o no, que hay juicios para todos los gustos, como hemos visto. La felicidad es uno de ellos. Coincido plenamente con el autor cuando resume en una sola palabra la filosofía de Montaigne, cuyos Ensayos son mi único libro de cabecera: Toute la sagesse de Montaigne se résume à une sorte de grand « oui » sacré à  la vie. ¡Brindo por ese !



3 comentarios:

  1. Los títulos de libros referentes a la felicidad, los hay a cientos, me han producido por sistema una alergia incontenible. No me interesan para nada. Hay muchas formas de ser feliz e infinidad de ser infeliz o de sentirse infeliz. Y a veces se dan mezcladas. La felicidad de un tiempo puede ser fuente de infelicidad cuando se recuerda, tal como nos expresaba Garcilaso. Tras estadios de profunda infelicidad puede producirse la eclosión de instantes de felicidad inesperada. Y además todo depende de las expectativas que uno tenga. Nuestra civilización actual tiende a ver el mundo y la realidad por sus carencias, por sus problemas, en lugar de ser conscientes de que vivimos en la mejor época de la historia. Esperamos mucho y nos sentimos frustrados, no esperamos nada y nos sorprendemos, quizás, no es algo matemático. Yo suelo viajar mucho, iniciando cada viaje con una gran renuencia y pereza. Viajar es algo que me impongo pese a mi desidia que me llevaría a quedarme en mi realidad cotidiana. Y además en los viajes -en solitario- me encuentro sometido a situaciones que no son satisfactorias y en las que me hallo en estado de infelicidad, así que pierdo toda ilusión por el viaje. Sin embargo, muchas veces surge de modo salvaje algo que termina dando sentido al viaje -no es una ley que se pueda invocar como exacta-, pero que sí que después de haber perdido toda esperanza, surge impetuoso algo especial, inesperado que termina revirtiendo toda la conciencia anterior y uno termina pletórico porque las cosas no son como son -suma de estados fragmentarios de tres segundos cada uno en el fluir de la existencia- no. Cuando evaluamos algo, unas vacaciones, un viaje, una temporada, una experiencia, la vida en sí misma, no tenemos en consideración la suma de los billones de experiencias y estados fragmentarios que hemos vivido -muchos indiferentes, muchos profundamente aburridos o negativos, desdichados, felices, o muy felices-, no. Lo que hacemos instintivamente es hacer un promedio y combinarlo con el final de dicha experiencia. "Bien está lo que bien acaba", como dice la sentencia. Así que a la hora de evaluar si hemos sido más o menos felices, el yo que recuerda, diferente del yo que vive la experiencia en el presente, hace una interpretación basada en un promedio y en el final, y eso nos da dimensión de si hemos sido felices o no, o en que magnitud lo hemos sido. El yo que recuerda es esencial para reconstruir el panorama de estados de una temporada, un viaje, etc. Además lo que te hace feliz a ti, ser el turista perfecto y bienmandado, no es lo que me hace feliz a mí, y lo que me hace feliz a mí tal vez a ti te resulte insoportable.

    Hay una charla en TED muy interesante sobre el tema. Te dejo el link: MEMORIA

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  2. Ya digo, Jose, que lo que me llamó la atención fue el repertorio de citas de pensadores que jalonan el discurso de Lenoir, pero, una vez metido en el libro, me pareció muy honesto su discurso y muy "en su punto". De hecho, de quien más cerca se siente Lenoir es de Spinoza, el adalid del deseo y la vida como inmanencia ajena a cualquier concepto de felicidad, y menos si es un estereotipo que mezcla el hedonismo, la satisfacción de los sentidos, al margen de la voluntad racional de entender nuestra presencia en el mundo. Como se dice ahora, la felicidad "está sobrevalorada", y no me cabe duda de que algunos de sus supuestos sucedáneos deparan al sujeto bastante más placer del que les pueda deparar la caprichosa idolesa.
    Nota bene: ¿Se te escapa la ironía de mi concepción turística...?

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  3. No, no se me escapa, pero tras leer diversas crónicas de tus salidas y viajes, soy consciente de que tenemos modos distintos de viajar, pero es posible que el hecho de viajar solo, me abra perspectivas alejadas del viaje familiar que condiciona radicalmente. En todo caso, en mi comentario quería expresar que la felicidad o su sentimiento es para mí menos una cuestión filosófica que electroquímica o neurológica. Para entender el sentimiento de felicidad acudo más a la química del cerebro que a Spinoza.

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