domingo, 29 de abril de 2012

Receta para escribir una novela mittleeuropea como migas: "Los hermanos Tanner", de Robert Walser.


 

Restaurador: Robert Walser. Plato: Los hermanos Tanner.

           Escójase un joven con predisposición a la oratoria clásica, a la reflexión y al análisis psicológico, propio y ajeno. Añádase una actitud vital que lo lleva a conducirse con arreglo a unos principios éticos y estéticos inflexibles. Rodéese de cuatro hermanos cuyas vidas discurren ajenas al personaje principal, si bien a lo largo de la novela entrará en contacto con todos ellos, aunque siempre de manera fugaz. Apenas ha de haber circunstancias reales que condicionen la vida de los personajes, aunque a lo largo del libro se hagan algunas referencias a las necesidades básicas, sobre todo la alimentación, que han de satisfacerse. En contadísimas ocasiones, sin embargo, la descripción pormenorizada de la vida real ha de irrumpir en la novela, dominada, por el contrario, por un planteamiento reflexivo que eluda lo cotidiano hasta la inverosimilitud. Cuando Simon, el protagonista, recibe una carta de su hermano Klaus, mayor que él, se niega a contestarle porque, siendo consciente de su estado actual de desdicha, no ve motivos para compartirlo con su hermano: “Al escribir nos vamos dejando arrastrar y acabamos diciendo imprudencias. En las cartas el alma siempre quiere tomar la palabra y por lo general hace el ridículo”, piensa.
Simon, el personaje de Los hermanos Tanner, de Robert Walser, es un culo de mal asiento y ama la libertad, sobre todo de movimientos, por encima de todas las cosas. No ha nacido para uncirse a un destino que lo amarre a una profesión a una localidad o a una familia: “Quiero luchar con la vida hasta hundirme yo solo, no quiero saborear la libertad ni las comodidades, odio la libertad cuando me la tiran a la cara como se tira un hueso a un perro.” Queda claro, pues, que Simon va a contracorriente del pensamiento tradicional cuyas aspiraciones clásicas le repelen. No le importa vivir incluso la degradación y la miseria si con ello preserva su independencia de criterio:  “la verdadera infelicidad no es ningún oprobio y solo puede parecerles ridícula a los espíritus y mentes vulgares, a esas personas que, burlándose de ella, no hacen más que deshonrarse a sí mismas”. Recuerda, su actitud, en cierta manera a la de T.E.Lawrence (Sí, el de Arabia…) descrita en El troquel, donde el autor narra su reincorporación al ejército como soldado raso, sometiéndose a las brutales maneras que emplean los “formadores” de la tropa sin revelar en ningún momento su verdadera identidad y su condición de coronel del ejército. La extrañeza que habita a nuestro protagonista es lo que, en cierta forma, lo hace intemporal, porque se ajusta al modelo del heterodoxo, del insociable, del solitario dueño de una moral estrictamente individual, enfrentada, por lo general, a la de la colectividad en la cual le ha tocado vivir. Así lo pone de manifiesto un alma gemela del personaje, con quien tiene un anticlimático escarceo homosexual: “Ya no puedo compartir los sentimientos de mis compatriotas. Entiendo tan poco sus preferencias como sus iras y aversiones. En cualquier caso, soy un extraño, y siento que toman a mal el que alguien se convierta en un extraño” Que esa actitud puede incluso conducir a  la pobreza no es algo que haya de arredrar a nuestros personajes: “Vale la pena ser pobre a cambio de la libertad. Tengo qué comer, porque poseo el talento de saciarme con muy poco. Me indigno cuando alguien me viene con la palabra “trabajo fijo” y los compromisos que ella supone. Quiero seguir siendo un ser humano. En una palabra: ¡me gusta lo peligroso, lo abisal, lo flotante y no controlable!” Simon, así pues, está instalado en el presente, en el aquí y ahora, con la terquedad de quien no ignora la trampa mortal que suponen las convenciones sociales, y entre ellas, la necesidad de “labrarse un futuro”: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Solo se tiene futuro cuando no se tiene un presente, mientras que si se tiene un presente, uno hasta se olvida de pensar en el futuro.
          El párrafo anterior creo que describe sobradamente las características del personaje-tipo de la novela mittleeuropea que  cualquiera se puede atrever a escribir siguiendo esta receta. Añadamos algo más: Simon, con quien Kafka empatizó al instante, nos revela el porqué de esa empatía: “La verdad es que somos dos bichos raros, tú y yo. Nos movemos por este planeta como si en él solo viviéramos nosotros dos y nadie más”. “La vida es muy aburrida, y esto favorece la proliferación de bichos raros. Nos volvemos bichos raros antes de que nos demos cuenta”. (Las cursivas son mías). Y aún un poco más: “ se decía, ¿por qué el hombre deseará siempre la vastedad, además de la nostalgia, que es tan oprimente?”. He ahí, descrito metafóricamente, el individualismo feroz que quizás su autor, Walser, leyera en Max Stirner (“el de la ancha frente”), de cuya obra las reflexiones de Simon parecen, a veces, meras paráfrasis. Aunque es muy probable que lo leyera en Nietzsche, que fue el “descubridor”, por así decirlo, de Stirner, cuando éste yacía en el olvido de los pensadores de finales del XIX. Así lo indica por ejemplo, la descripción de la imposible fortaleza de su hermano Sebastian (vid infra).
          El retrato del personaje central de la novela mittleeuropea ha de adobarse con  una pasión por la naturaleza de índole romántica. Ése es su espacio vital: la naturaleza. De hecho, en una de las escenas más conmovedoras de la novela  –en la que los sentimientos apenas tienen cabida, a fuerza de sublimación, o por puro rechazo visceral: “Simon inclinó la cabeza. Estaba furioso por la ternura de sus sentimientos”– es el suicidio por congelación de uno de sus hermanos en una tormenta de nieve. Cuando se lo encuentra, en lo alto de la montaña, lo deja allí sepultado, sin tocarlo, formando parte de la naturaleza como las raíces de un árbol: “¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos de nieve. No quiero avisar a nadie. La naturaleza se inclina a contemplar a su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y las aves nocturnas graznan: es la mejor música para alguien que ya no tiene oído ni sensaciones (…). Yacer y congelarse bajo unas ramas de abeto sobre la nieve: ¡qué espléndido reposo!. Es lo mejor que pudiste hacer. La gente está siempre dispuesta a hacerles daño a las aves raras como tú, y a burlarse de sus sufrimientos. Saluda a los queridos y silenciosos muertos debajo de la tierra y no ardas demasiado en las eternas llamas del no ser (…). Despreciabas a tus semejantes, Sebastian. Pero esto, querido mío, es algo que solo un set fuerte puede permitirse, y tú eras débil”.
          Al cóctel narrativo han de sumársele opiniones sobre el arte, pues los familiares de Simon cultivan la pintura y la poesía, con desigual fortuna. Quizás el modelo de Walser sea el Werther de Goethe, donde el protagonista se manifiesta sobre lo divino y lo humano. No ha de faltar, pues, en la composición de nuestra novela mittleeuropea su buena dosis de reflexión sobre el arte, algo que practican, en general, casi todos los personajes de la novela, como Klara, por ejemplo, la mujer casada de quien se enamoran los dos hermanos, Simon y Kaspar (el pintor): “Por más refinada que sea la cultura, seguirá siendo naturaleza, pues no es más que una lenta invención, realizada a través de los tiempos por seres que siempre dependerán de la naturaleza”. Pero no solamente sobre el arte, pues un rasgo particularísimo de este tipo de novelas es que están trufadas de reflexiones, de carácter aforístico, que seleccionan realidades hasta cierto punto comunes pero contempladas desde una óptica original y, en la medida de lo posible, sorprendente: “No oír nada es mucho más angustioso que oír algo cuando se está en la oscuridad, con el oído atento”;  “A menudo necesitamos del delirio para mantenernos de algún modo a flote sobre el oleaje de la vida”; “Las intenciones demasiado buenas envenenan el corazón de un hombre mucho más que lo contrario”. Quedan avisados, por consiguiente, quienes no se sientan con fuerzas para esmaltar la narración con broches de ingenio semejantes a los aquí expuestos.
          El protagonista de la novela que queremos escribir, asocial por convicción y por “naturaleza”, ha de ser descrito como un ser excepcional que contempla lo que le rodea bien como un campo de investigación bien como una fuente de reflexiones morales mediante las que expresar su divorcio de lo gregario: “<<¿No es el pueblo un gran niñito pobre que debe estar bajo tutela y vigilado?>>, exclamaba una voz en su interior.” A sí mismo se ve no solo como el bicho raro del que  hemos hablado ut supra, sino como un ser cuyo destino fatal le sirve de alimento espiritual: “Se sentía a gusto haciendo cualquier cosa allí sentado, y entregándose a la idea de ser un hombre olvidado”. Regodearse en el fracaso, intelectualizándolo, forma parte esencial del ser del protagonista:  “No soy proclive a sentir una carencia como algo opresivo. ¡Cómo podría serlo! Por el contrario, hay en ella algo liberador, que aligera”. Algo parecido, aunque salvando las distancias, a la “necesidad” del “amaneramiento maldito” de Vila-Matas, quien llegó a escribir que su ideal consistía en desaparecer como Vila-Matas y comenzar una nueva carrera renunciando a su nombre y a su gloria, algo que está perfectamente a su alcance, pero que, en el fondo, le resulta tan indeseable como falso es su deseado malditismo y el ansiado olvido de sí.
          Es evidente que entre el autor y el protagonista central hay una unión tan estrecha que la novela ha de caer, por fuerza, en el apartado de la autoficción. Es significativo a este respecto que un intento de escritura del protagonista tengo por objeto su niñez: la vida en familia, los primeros estudios, donde se aprecian los conflictos que condicionan, desde lejos, su presente actual.
          Una vez que ya tenemos claro el tono de lo que hemos de escribir, conviene introducir personajes que nos permitan abordar realidades próximas o conocidas, como ocurre en la novela que nos ocupa, Los hermanos Tanner. Hedwig, la hermana de Simon es una maestra que ha perdido la vocación, lo que permite introducir una reflexión a la que serán sensibles todos aquellos docentes que sientan la tentación de la Literatura: “¡Los niños! Ya no puedo soportarlos. Al principio me encantaban sus caritas, sus pequeños gestos, sus afanes y hasta sus defectos. Me alegraba la ida de haberme dedicado a ese grupo de seres menudos, tímidos y desvalidos. Pero ¿puede un solo pensamiento como éste engañarnos a lo largo de toda una vida? ¿Puede vivirse una vida entera con una sola idea? ¡Ay de nosotros, si esa idea y ese sacrificio nos parecen un día indiferentes, si nos volvemos incapaces de seguir pensando en esa idea, llamada a sustituirlo todo para nosotros, con el apasionamiento que pueda justificar aquel trueque en nuestra alma!” Adviértase que el planteamiento abstracto ha de tener suficientes dosis de oscuridad enunciativa como para que incluso el lector más atento perciba que se ha perdido y que necesita volver a leer algún párrafo para asegurarse de que lo ha entendido. De ahí la tendencia al retruécano o a la paradoja: “No quiero ser infeliz porque me falte valor para confesarme que se puede ser infeliz por haber intentado ser feliz. Esta infelicidad es digna de respeto, no la otra: pues no se puede respetar la falta de valor”.
          A la hora de plantearnos escribir una novela mittleeuropea hemos de tener en cuenta, finalmente, que nuestro personaje central, además de todas las características que hemos ido enumerando, ha de ser un ser hiperestésico y propenso al insomnio, razón por la que el ideal de salud es, en él, más estimulante que el ideal del conocimiento: “Dormir tranquilamente una sola noche puede, según he oído, cambiar por completo a un ser humano. Y lo creo”. Se trata de un vitalismo instintivo que sin duda Walser bebió ávidamente en Nietzsche, el gran defensor decimonónico del cuerpo, los sentidos y el deseo. “¡Qué maravilla es un hombre sano, desnudo! ¡Qué dicha más grande no llevar ninguna prenda puesta, estar desnudos! Ya es una dicha venir al mundo, y no tener más dicha que la de estar sano es algo que supera en brillantez y esplendor a las piedras más preciosas, a todas las flores y alfombras bellas, los palacios y maravillas del mundo. Lo más extraordinario es la salud”.  Ha de tenerse claro que nuestro protagonista tiene entablada una dura lucha represiva contra sus “desórdenes”, de modo que, en sus palabras: “En algún momento hay que reprimir y ordenar los sentimientos, consolidando una postura”. Con todo, el sutil análisis que el personaje lleva a cabo le fuerza a situar en una dimensión abstracta aquello que le afecta emocionalmente: La desdicha es la amiga un poco hosca, pero tanto más sincera, de nuestra vida.  Ignorarlo sería bastante desvergonzado e indecoroso por nuestra parte. En el primer momento nunca entendemos qué es la desdicha, por eso la odiamos en el instante mismo en que se nos presenta. Es una compañera tan sutil y silenciosa que siempre nos sorprende sin anunciarse, como si fuéramos sólo una caterva de necios a los que se puede sorprender en cualquier momento”. Esa actitud “desdeñosa” para con los pobres de espíritu se refleja en la indignación que se apodera de él cuando se enfrenta a las personas “compasivas”: “Mi corazón es a veces muy duro, sobre todo cuando veo gente que rebosa compasión. En esos casos me entran ganas de arremeter con burlas y denuestos contra esa compasión tan fervorosa”.
          Estoy convencido de que “con estos mimbres”, como dicen los pedantes, se pueden escribir novelas mittleeuropeas por docenas; sesudas novelas que horrorizarán a cualquier editor/pegamento de los que sólo tienen como ideal estético que sus “productos” “enganchen” a los lectores (aunque se pringuen de vulgaridad). Antes, los exquisitos solían referirse al fenómeno de la atracción que ejerce el libro sobre el lector como un proceso de “imantación” o como la redicha “epifanía” que deslumbraba al desprevenido lector, pero ahora, en la era del masvendidismo (casi del masbandidismo), del lector solo se habla como “instancia” que completa el fenómeno de “lo” literario. Pero todo esto son ya palabras mayores ante las que mi escasa capacidad intelectiva se desmaya, totalmente acomplejada. Queda cumplida, con creces y con sus buenas dos horas de trajín  gastronómico, mi promesa culinaria.






viernes, 20 de abril de 2012

                                El contador de visitas no deja de sorprenderme. Hay sombras que entran y se alejan casi continuamente. Soy blog de paso. Está bien. Nada se le pide al forastero y se le ofrece el albergue de las palabras desencajadas. Nichos, es la expresión sociológica, al parecer, para hablar de dominios, de clasificaciones, de actividades, de espacios reservados, de hornacinas, en definitiva. Es lúgubre, pero tiene un sí sé qué de amable nocturnidad que me la vuelve acogedora. Urna cineraria, podría considerar que es, esta bitácora, y rumor levantisco el de las cenizas, el escaldado pósito de la existencia.
                                Nos acercamos a la gran feria de la casposa vanidad, la del San Jorge matadracenas, porque en festividad de origen tan machista, a ellas la flor, a ellos la cultura, no creo que San Jorge, aunque sea homófobo, casi como cualquier santo, matara dragones. Horrorizados por el contacto con sus lectores reales, los firmantes exitosos pensarán si no se han equivocado de oficio o de registro. La gran fiesta del día de los aléxicos (nada que ver, para los ignaros, con hipocorísticos de Alejandro) es el día del gran sainete de la mesopseudocultura. Felices y felizas desfilarán las hordas rituales con su cuarto, medio, tres cuartos o la resma entera de palabras con que entretener sus horas, las que nunca encontrarán para abrir la cubierta del libro y adentrarse en la lectura. San Jorge es el día en que los lectores que leen y compran libros los restantes 364 días del año se refugian en casa con un clásico y aguardan a que pasen las hordas de figurantes.
                                 Un artista desencajado nunca está al tanto de las novedades ni frecuenta las revistas literarias ni los suplemientos literarios -donde hay más de erario público malgastado que de letras interesantes-, llenos de hiperbólicas excelencias de los genios que crecen como senderuelos. El artista desencajado se mueve en los terrenos exquisitos de lo desconocido, de lo postergado, de lo que algunos bufones de lo metaliterario como Vila-Matas, cultivan como maldita flor de estercolero. Pongamos por caso, uno de excelencia: Robert Walser y su tan espléndida como desconocida Los hermanos Tanner. Que el autor transcurriera los últimos años de su vida en una casa de enajenados aumenta la reputación del autor lo suficiente como para compararlo a Nietzsche y Holderlin, eminentes enajenados. Si el autor, además, fue leido y admirado por Kafka, estamos en presencia ya de una "cumbre" de la narrativa europea o, más propiamente mittleeuropea, para que los exquisitos puedan orientarse con propiedad.
                                 En la próxima entrega ofreceré una receta para escribir una perfecta novela mittleeuropea que pueda ser rechazada por cualquier adocenada editorial, que leerá con horror un original que se ajuste a lo que aquí se ofrezca, siguiendo el modelo de los hermanos Tanner, tan alabada en su momento por ciertos seres singulares como ignorada por la masa sanjorgista.
                                 De Walser aguardo a poder ahorrar los casi 30 euros que cuestan sus Microgramas para poder confirmarme como lector de afines, esto es, de quienes lo hacían sin objetivo y con el único norte de la devoción a lo literario, que no siempre coincide, como bien se sabe con la Literatura. Simon, el protagonista de los hermanos Tanner es un trasunto biográfico del autor que nos guiará en la próxima entrega.