El magnífico pulso narrativo que culmina la aventura existencial de Bea, Sara y Toni, supervivientes en un mundo abocado al desastre de las mutaciones.
Llegó por fin a mi Kindle la quinta entrega de una obra sobre la que albergaba dudas de si llegaría a convertirse en pentalogía o no. Confirmado que sí, esta nueva entrega de las aventuras de la heroica y singular Bea, una contumaz resistente cuya peculiar constitución biológica se convierte, en esta entrega, en el secreto alrededor del cual gira una trama en la que, de nuevo en una colonia que ha sabido resistir, a su manera, la invasión de los muertos vivientes y hambrientos, su ingenio habrá de permitirles sobrevivir frente a enemigos que ya no son los mismos de las entregas anteriores.
Se trata de un grupo numeroso, organizado jerárquicamente bajo la
férrea dirección de una mujer cuya hija ha sido atacada por los muertos
vivientes, y a la que se conserva en su muerte-vida mediante la alimentación que
se le va proporcionando con una dosificación que convierte en auténtica
despensa el reducto donde se conservan no pocos incautos muertos-vivientes que
habrán de servir de dieta a la hija privilegiada. Todo ello hasta que, rescatada
Sara en la playa de Santa Pola, pueda ser utilizada por la madre, dadas las
propiedades incorruptibles del organismo de Bea, para que, devorada por la hija
de la directora, pueda esta recuperar su condición humana y reintegrarse al
seno de su familia y la comunidad que, instalada en el aeropuerto de Los
Llanos, en Albacete, ha sabido resistir, en tiempos en que los muertos
vivientes han mutado, misteriosamente, y se han convertido en auténticas fieras
salvajes de dinámicos movimientos, capaces de acabar con cualquiera que se les
enfrente. No estamos hablando ya, así pues, de aquellos viejos y primitivos resucitados
cuya lentitud, torpeza y ausencia total de luces permitía luchar contra ellos
con considerable ventaja desde la sanidad integral de una persona no
contaminada por el virus que ha producido la mutación; sino de una situación nueva
en la que esas fieras medio muertas o media vivas son capaces de atacar con un
plan, una estrategia y, sobre todo, una rapidez de movimientos frente a los que
es casi imposible defenderse.
En esta entrega,
que tiene todos los visos de convertirse en la última, porque en ella se
resuelve el gran misterio de la amenaza a la supervivencia de la especie humana
que se ha extendido por todo el planeta, volvemos a una situación básica que ya
conocemos: la vida de una pequeña comunidad en la que no faltan los habituales
resortes dinámicos de las más variadas psicologías enfrentadas. Bea, que encara
la situación desde la desidia absoluta hacia el destino de la Humanidad y el
suyo propio, y en quien se advierte la necesidad absoluta de ponerle fin a tan
gran sinsentido como la lucha contra la mutación, va a convertirse en el objeto
de una expedición usamericana enviada para rescatarla, a ella sola, con el fin
de utilizarla como cobaya para conseguir un antídoto que permita luchar
científicamente contra la mutación. La aparición, en consecuencia, de los
soldados del imperio usamericano, como si del 7º de caballería se tratase, nos
va a deparar una estupenda coronación de la entrega, después de habernos
permitido «visitar» varias veces el Parador Nacional de Albacete, donde la madre
desquiciada que quiere «usar» a Bea como carnaza regeneradora mantiene su
despensa de muertos vivientes para ir alimentando a su hija hasta el momento en
que pueda llevar a cabo su siniestro plan.
A Javier García
de Castro no le flaquea el pulso, desde luego, y su capacidad para la narración
dinámica, llena de situaciones tan comprometidas y de tan difícil escapatoria
hasta que el ingenio de Bea entra en juego, no se aparta un jeme de los
hallazgos de las entregas anteriores. Sí es cierto que en este final de la
serie, porque cada vez me convenzo más de que se ha llegado al final de la
historia, predomina la vena llamémosla «ejecutiva» de Bea, porque las luchas
internas que se producen en el grupo del aeródromo la obligan a imponerse desde
su profunda experiencia de resistente capaz de hacer frente a casi cualquier
peligro. No son tiempos que permitan intermedios reflexivos sobre la condición
humana o sobre la amistad y la familia, sino situaciones llenas de una acción a
resultas de la cual pueden acabar pereciendo todos. Y ello contando con la
tensión que se instala en la base aérea cuando aterrizan los usamericanos con
la intención poco menos que de secuestrarla, olvidándose de todos cuantos han
tomado partido por ella y a quienes de ninguna manera va a dejar en la
estacada, como bien se encargará de hacer.
¡Qué especial
regusto de excelente obra le queda a un lector que ha llegado hasta esta quinta
entrega («no hay quinto malo», nos recuerda el dicho popular) y comienza a
recordar el largo camino seguido a través de casi toda España para acabar en
esa provincia tan habitualmente preterida y cuyo Parador Nacional, si el libro
se hace lo popular que deseo que se
haga, multiplicará sus visitantes. Y en mí tendrá al primero, porque la
descripción del Parador es tan ajustada a la realidad que, cuando me hospede, iré
evocando las acciones que en su perímetro he leído en esta novela que
sucedieron.
Retrospectivamente,
me parece que nuestros medios audiovisuales están desperdiciando un material
que permitiría una serie decorosísima y llena de interés. Claro que el género
de los muertos vivientes es un clásico recurrente, pero la aventura de Bea, de
Sara y de Toni merece ese laurel de la versión cinematográfica, porque estamos
hablando de una aventura que atraviesa España de punta a punta y permite una
lectura jugosísima de nuestra actualidad y de nuestras variadas idiosincrasias. En fin, ojalá esta pentalogía diera
ese gran salto del texto impreso a las pantallas, porque lo merece y porque sus
lectores ávidos y fieles nos lo merecemos.
Quedan invitados,
de momento, a una lectura gozosa y seductora como pocas.