El origen de las vidas ingeniosas, de los manuales de príncipes y de la picaresca.
De aquellos lejanos
tiempos de la universidad, cuando, en tercero de carrera, sumé a mi condición
de lector compulsivo la de lector voraz de la bibliografía correspondiente, guardo
aún el recuerdo de las referencias a La vida de Esopo como una de esas
obras seminales de la literatura occidental a la que, bien por pereza,
¡teniendo tantas otras obras maestras pendientes!, casi como propiamente hoy…,
medio siglo después; bien por no tenerla físicamente a mano (siempre he
preferido, frente a las bibliotecas, la lectura en casa con libro propio, de
segunda mano, donde meter el lápiz a mansalva), no me había acercado, hasta
hoy, tras tropezarme con una edición de los saldos de la hiperexcelente editorial
Gredos (cuya colección «Biblioteca clásica», lamentablemente desaparecida, tanto
ha hecho por la cultura en este país) que no solo contiene la famosa Vida de
Esopo, sino también sus fábulas y, como premio, la primera traducción al
castellano de las fábulas de Babrio, autor al que acabo de conocer gracias a
esta magnífica edición a cargo de Pedro Bádenas de la Peña y Javier López
Facal, con un prologo del gran especialista clásico Carlos García Gual. [Pedro
Bádenas acaba de publicar, en 2023, una nueva edición de la Vida de Esopo
en la editorial Pepitas de calabaza.]
La fabula
parece un genero bien definido y propio de las primeras lecturas que hacen los
niños, porque, a su manera, son algo así como un vademécum moral, ético, que
inculca en los jóvenes lectores lecciones que conviene tener bien aprendidas
para poder desenvolverse en la vida sabiendo como hacer frente a situaciones
como sobre las que nos aleccionan las fábulas. Se trata, pues, de un género
mixto que está a medio camino del apotegma, el proverbio, el refrán, la
sentencia y la narración breve. O, como repasa García Gual en su estupenda
introducción, y de acuerdo con los especialistas: Nøjgaard la define como un
«relato ficticio de personajes mecánicamente alegóricos con una acción moral
que evaluar», si bien nos recuerda que, en la
Antigüedad, Aristóteles no considera la fábula como un género de ficción
independiente, sino como uno de los numerosos medios de orador para provocar la
persuasión (pístis), es decir, como figura retórica. […] Aristóteles
considera la fábula como una especie de ejemplo (paradéigma) empleado
por los oradores, y señala dos rasgos de la misma: que es una narración ficticia
y alegórica.
La ficción
fundamental de las fábulas consiste en la elección de los animales como
personajes de las mismas, con uso de la razón y de la palabra, al modo de los
humanos. Y se repite en varias fábulas, aunque nosotros nos remitiremos al prólogo
que Babrio pone a las suyas: En la edad de oro también los otros animales
tenían voz articulada y conocían las palabras con las que nosotros hablamos
unos con otros, y celebraban asambleas en medio de los bosques, y a la
justificación de Esopo ante los samios: Hubo un tiempo en que los animales
hablaban el mismo lenguaje que los hombres, para justificar el uso de la
fábula como herramienta privilegiada de su argumentación. Es de suma importancia
recordar que si los animales son trasunto de las personas, estos han de tener
un carácter que se ajuste a ellas. ¿De dónde salen esos caracteres puestos a
prueba en los conflictos de las fabulas? Pues de Teofrasto —el apodo que le
puso Aristóteles, pues él se llamaba Tirtamo—, sin duda, autor de un libro tan leído
como comentado: Los caracteres. Como concluye García Gual: Es
probable que las moralejas con referencias a determinados tipos de personas de
tal o cual carácter estén influidas por los epimitios moralizados de la
colección de Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto. Recordemos que epimitio
es la moralización final, opuesta a la promitio que es la moralización inicial.
Ambas palabras griegas pueden ponerse en relación, en efecto, con el mito de
Prometeo y de su hermano Epimeteo, uno, por simplificar, mira hacia el futuro y
el otro hacia el pasado.
La vida de
Esopo [ La primera traducción en castellano muy difundida en España es la
famosa Vida del Ysopet con sus fábulas hystoriadas, impresa en
Zaragoza por el alemán Hans Hurus en 1489] es propiamente una novela ejemplar
en la que un personaje que carece del más mínimo encanto y que además es mudo,
acabará, por su bondad, transformándose y cambiando, además las vidas de sus
amos, puesto que Esopo es un esclavo, pero, por obra de su gentileza para con
una sirvienta de Isis, se convertirá en el más afortunado de los hombres, en un
paradigma del ingenio y la habilidad para resolver cualquier situación social
conflictiva en la que se halle. El Esopo real vivió en la segunda mitad del
siglo VI a.C., pero quien populariza sus fábulas en Grecia es Demetrio de
Falero en el siglo IV a.C. Y esas fábulas de Esopo se divulgan en Europa a
partir del siglo XV, gracias a las ediciones del monje griego Máximo Planudes.
Veamos cómo se nos presenta al personaje protagonista en la propia novela
biográfica: El utilísimo Esopo, el fabulista, por culpa del destino era
esclavo, por su linaje, frigio, de Frigia; de imagen desagradable, inútil para
el trabajo, tripudo, cabezón, chato, tartaja, negro, canijo, zancajoso,
bracicorto, bizco, bigotudo, una ruina manifiesta. […] Era desdentado y
no podía articular. Estamos en presencia, pues, casi del mito de la bella y
la bestia, aunque aquí la bella es la vida libre, y la bestia una encarnación
de la degradación humana, del esclavo miserable que ni para el trabajo sirve.
Es importante esta caracterización de Esopo, porque, en términos modernos,
representa al extraño, al forastero, al «otro», la alteridad que rompe la
homogeneidad del grupo social en el que se inserta como forzada herramienta de
trabajo de quien el amo correspondiente puede disponer como le plazca. En la
memoria, claro esta, bulle inquieta la figura del Lázaro de mil amos que
leeremos en la obra que marca el comienzo de la modernidad novelística en
Europa: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.
Al cruel retrato de Esopo le sigue la intervención de la diosa Isis que va a cambiar
su destino: —Miradlo, hijas, a este hombre, deforme de figura, pero capaz de
vencer toda burla con su piedad. Este, en una ocasión, mostró el camino a una
diaconisa mía que anda extraviada. Aquí estoy con todas vosotras para
recompensar a este hombre. Así, yo le restituyo la voz y vosotras a la voz
añadid la gracia del discurso excelente. Tras decir esto y quitarle la aspereza
de su lengua, la misma Isis le agració con la voz y persuadió además a las
Musas para que cada una de ellas le agraciara con algo de sus propios dones.
Estas le otorgaron a inventiva de los razonamientos y la facultad de crear y
construir en griego. Una vez que la diosa expresó su deseo de que llegara a ser
famoso se retiró. A mí me llama la atención ese extremo de la narración
formulado por Isis: su deseo de que llegara a ser famoso. Me parece un
punto de atrevimiento retórico tan original casi como la segunda parte del Quijote.
Tengamos presente que en ella don Quijote es consciente de su fama y de que
anda en boca de todo el mundo, y de ahí la complejidad de su aventura y su
final definitivo, un prodigio retórico, en su conjunto, que aún nos sigue
admirando y al que volvemos los ojos críticos en busca de la interpretación definitiva.
Está claro, pues, que el anónimo redactor de la La vida de Esopo,
quien acaso era consciente de que su personaje real formaba ya parte de la
leyenda, y de ahí la perspectiva de estar escribiendo ficción sobre una base
real, aspiraba a que la vida y obra de a quien se consideraba el inventor de la
fábula alcanzara el lugar de preeminencia que merecía en la historia de la
literatura y de la propia Grecia. Hoy sabemos, sin embargo, que la fábula, como
género, no es invención de Esopo, y que, antes de él, hay ya muestras de
fábulas en Herodoto, por ejemplo, y también en la tradición mesopotámica, que
tanto influye en Babrio, compilador y adaptador en verso de la obra de Esopo,
quien manifiesta ese otro origen de la
fábula, como él mismo reconoce en el prólogo a la segunda parte de sus fábulas:
La fábula, hijo del rey Alejandro, es un invento de los antiguos sirios.
[…] Dicen que el primero que contó fábulas a los hijos de los griegos fie
Esopo, el sabio, y que Cibises se las contó a los libios. Yo por mi parte las
presento con una nueva forma poética, embridando con brida de oro el yambo de
la fábula, como si fuera un caballo guerrero. En pertinente nota de
excelente editor, López Facal nos aclara esa referencia yámbica del texto de
Babrio: «El yambo estaba asociado a los versos ‘amargos’ de Arquíloco o
Hiponacte, los primeros poetas que lo utilizaron en sus sátiras personales».
Los estudiosos reconocen, para fortalecer el vínculo mesopotámico de la fábula,
que en la redacción de la vida de Esopo ha tenido una importancia decisiva la
influencia de un texto propio de aquella tradición, la denominada Vida de
Ahikar, quien fue consejero de Senaquerib, rey de Asiria; un texto que el autor
de La vida de Esopo, como nos dice el editor: resumió y adaptó, helenizando
algunos factores para asimilarla a las andanzas de Esopo. La Vida de Ahikar
se inscribe, por su contenido en el mundo de las obras didácticas relacionadas
con una tradición como la de la educación de principues que tendrá un gran
desarrollo en la tradición europea a partir e la Edad Media, y que enlaza con
los apólogos, fábulas y sentencias de libros orientales como el Panchatantra,
modelo de obra como nuestro Calila e Digna o El conde Lucanor.
Esopo es
vendido por su poseedor a un filosofo, Janto, quien lo compra tras admirar su
facundia, y guiado por la intuición, como filósofo, de que puede tener felices
diálogos con ese esclavo con tanto
desparpajo. Dos muestras de este:
—Muy charlatán eres.
—Los gorrioncitos cotorros se venden caros —respondió
Esopo.
Poco después, ya adquirido por Janto, una esclava que lo ve
tan horroroso, decide burlarse de él:
—¿Dónde tienes el rabo? —preguntó la moza.
Esopo miró a la esclava y comprendió que se había burlado
de él como si fuera un mono. Dijo entonces:
—No tengo el rabo detrás, como tú sospechas, sino delante.
Como la novela
es básicamente un texto dialogado, con poquísima narración, los futuros
intelectores de esta amenísima obra no me perdonarían que yo fuera
desgranándosela. Básteles saber que el rasgo distintivo de Esopo es el ingenio,
la capacidad sofística de no ser vencido en discusión alguna, y menos aún por
su año, Janto, razón por lo que acaba accediendo a liberarlo, para que este se
convierta en «consejero» de Licurgo, rey de Babilonia. Voy a referirme
exclusivamente a uno de los más brillantes episodios de la novela, cuando su
amo le pide a Esopo que vaya a comprar lo mejor que encuentre en el mercado y
lo sirva en el banquete que Janto ofrece a sus amigos. Esopo les sirve lengua,
plato tras plato, todos eleaorados de diferente manera, pero con la lengua como
único ingrediente principal. Cuando es recriminado por su amo, Esopo se
justifica: Me dijiste: «si hay algo bueno en la vida, muy dulce e
importante, cómpralo». ¿Qué hay más útil o importante en la vida que la lengua?
Aprende que por medio de la lengua se ha organizado todo saber y cultura. Sin
la lengua no hay nada, nada se puede dar, ni tomar, ni comprar. Por la lengua
se enderezan los Estados, se precisan los decretos y las leyes. Así que, si por
medio de la lengua está toda la vida organizada, nada hay más poderoso que la
lengua. Tiempo después, repite el convite, pero su amo, Janto, le pide que
compre lo peor que encuentre en el mercado, o que esté a punto de corromperse,
incluso. Reunidos los amigos, Esopo vuelve a servirles lengua, en un calco del
primer banquete. —¿Qué es esto otra vez, desgraciado? —dijo Janto—. ¿Por qué
has comprado esto? ¿No te dije: «vete al mercado y lo que peor encuentres, lo
que esté podrido, cómpralo»? Y Esopo se justifica: —¿Qué mal no hay que
no venga por culpa de la lengua? Por la lengua hay odios, por la lengua hay
insidias, engaños, peleas, celos, discordias, guerras. Así que nada hay peor
que la maldita lengua.
La novela
continúa por esos derroteros hasta que llega al final, cuando Esopo viaja a
Delfos y, tras un encontronazo con los sacerdotes de la ciudad sagrada, sede
del famoso oráculo, es acusado, mediante una artimaña incriminatoria por parte
de los sacerdotes, de robar una copa sagrada y es condenado a convertirse en lo
que los griegos llaman fármaco, esto es, un chivo expiatorio, que ha de
pagar con su vida. En este caso, Esopo no llega a ser arrojado desde lo alto de
un precipicio, sino que después de maldecir a los sacerdotes y a la ciudad, es
él quien se lanza al vacío. Es interesante conocer, como nos dicen en el
prólogo a la Vida… esta tradición griega de la que se oye hablar poco: No
se olvide que la tradición siempre hace a Esopo bárbaro y más concretamente
minorasiático, y una transposición popular de un elemento mítico como es el fármaco,
identificado con el personaje que se mataba en Delfos. Este tema del fármaco,
típicamente griego, encaja plenamente con Esopo, ya que se trata de la
expiación de la muerte injusta de alguien. Aquí, el motivo o pretexto para dar
muerte a Esopo es el robo de una copa del templo de Apolo. En realidad, la
muerte del fármaco reasume el tema universal, sobre todo en oriente, de
a desaparición temporal de las divinidades agrarias, que una vez a año mueren
para volver a vivir. Recuérdese a Osiris en Egipto, Telepinu entre los hititas
o Dionisio y Perséfone en Grecia.
Parte de la novela
son las fábulas que, un poco ortopédicamente, desde el punto de vista de la
narración, le sirven a Esopo para dejar clara su postura ante ciertas exigencias
discursivas. Veamos un ejemplo: —No daré mi opinión. Os lo diré con una
fábula. Por encargo de Zeus una vez señaló Prometeo a los hombres dos caminos:
uno, el de la libertad, y otro, el de la esclavitud. Y el camino de la libertad
lo hizo en sus comienzos escarpado, de difícil salida, abrupto y seco, lleno de
obstáculos, todo él peligrosísimo, pero al final tenía una llanura lisa, con
paseos, lena de frutos en el bosque, con agua, para que se llegara al descanso
de las fatigas con el final. En cambio, el camino de la esclavitud lo hizo al
principio liso, cubierto de flores, con una perspectiva agradable y mucha
suavidad, pero su final era de difícil salida todo seco y escarpado. Pero
en el desarrollo de la misma hay, también, un episodio en el que se recoge la
influencia oriental que pesa sobre la novela. Me refiero a los consejos que le
da al hombre que Licurso pone a su disposición como ayudante, un auténtico
manual de vida que recoge la intención formativa, educadora, que vemos en lo
que luego se convertirá, en el Renacimiento europeo, en los clásicos manuales
para la educación de los príncipes, un discurso que, tantísimos siglos después,
mantiene en buena parte su vigencia:
—Atiende a mis palabras, Lino, hijo
mío, con las que antes fuiste educado y me las devolviste con
desagradecimiento. Guárdalas ahora, pues, como un tesoro que se te confía.
Respeta, primero, a la divinidad, como es debido. Honra al rey, porque su poder
goza de igual rango. Honra a tu maestro de la misma manera que a tus padres,
porque, por naturaleza, hay que tratarlos bien y hay que devolver el doble de
agradecimiento a quien ha amado por adelantado. Toma el necesario alimento cotidiano,
todo cuanto puedas, para que al día siguiente estés más activo y así estés
sano. Si oyes algo en el palacio real, que muera dentro de ti, para que no seas
tú el que muera enseguida. Mantén fidelidad a tu mujer para que no sienta el
deseo de probar la experiencia de otro hombre; porque este linaje de las
mujeres es liviano y cuando se ve poco adulado, piensa en hacer lo que no debe.
No discursees bebido haciendo gala de tu educación, porque al caer
inoportunamente en sofismas quedarás en ridículo. Ábrete camino con lo más
agudo de tu lengua. No tengas celos de los que obran bien, al revés,
congratúlate con ellos y participarás con ellos de su bien obrar, porque quien
es envidioso, sin darse cuenta, se perjudica a sí mismo. Cuídate de tus
esclavos, hazlos partícipes de lo que tienes para que no solo te respeten como
a su señor, sino para que te honren como a su bienhechor. Domina tu ánimo. Si
aprendes algo fuera de lugar, no te avergüences, pues es mejor que te llamen
pedante que inculto. Guárdate de tu mujer y no le des a conocer nada que no
deba ser, porque al ser una especie hostil para la convivencia, sentada todo el
día prepara sus armas, maquinando cómo adueñarse de ti. Examina tu vida diaria
con vistas a recoger lo provechoso y a atesorarlo para mañana, pues es mejor
legarlo a los enemigos que, vivo, estar falto de amigos. Sé afable y sociable
con los que te encuentres, porque debes saber que el rabo procura pan al perro
y la boca, palos. Enorgullécete con la mesura, no con el dinero, porque a este
el tiempo se lo lleva y, la otra, permanece inalterable. Al hombre maledicente
y que calumnia aunque sea tu hermano, después de probado, recházalo a tiempo,
porque esto no lo hace por ser benévolo, sino que aplicará tus palabras y tus
hechos contra otros. No te alegres con una fortuna grande, ni te entristezcas
con una pequeña.
Por no alargarme más, porque el objetivo
de esta reseña es La vida de Esopo, quisiera añadir tres fábulas, dos del
propio Esopo y una de Babrio, quien merecería, sin lugar a dudas una entrada
propia. En todo caso, sépase que nunca está de más, en honor a la niñez propia,
volver a las fábulas de Esopo que tan feliz descendencia tuvieron en los
grandes autores que las tradujeron o las parafrasearon o las imitaron:
La vieja y el médico.
Un anciana, que estaba enferma de la
vista, llamó a un médico con la promesa de pagarle si la curaba, pero no
hacerlo en caso de que no fuera así. El médico, pues, empezó el tratamiento.
Cada día visitaba a la anciana y le ponía un ungüento en los ojos, y, mientras
ella no podía ver a causa del ungüento, él le robaba alguno de los enseres de
la casa. La anciana notaba que sus pertenencias disminuían hasta el punto de
que, cuando al final del tratamiento estuvo curada, no le quedaba nada. El
médico, entonces, exigió el pago prometido porque la anciana pudiera ver bien y
llamó a testigos del trato, pero ella le replicó: —Ahora no puedo ver nada,
puesto que, incluso cuando mis ojos estaban enfermos, veía muchas de mis cosas
en casa, y ahora, en cambio, cuando dices que puedo ver, no veo ninguna en
absoluto.
La fábula enseña cómo los malvados se
olvidan de que sus actos sirven de prueba contra ellos mismos.
El lobo médico.
Un burro que estaba pastando en un prado,
cuando vio que un lobo venía hacia él, se hizo el cojo. El lobo se le acercó y
le preguntó por qué cojeaba. Dijo que al saltar una valla había pisado una
espina y le aconsejó que, primero, le quitara la espina, así luego se lo podría
comer sin atravesarse al masticar. El lobo se dejó convencer y mientras tenía
levantada la pata del burro y puesta toda su atención en la pezuña, el burro le
sacudió una coz en la boca, quitándole los dientes. El lobo, que quedó muy maltrecho,
dijo: «Me está bien empleado. ¿Por qué cuando mi padre me ha enseñado el oficio
de carnicero he tenido que meterme a aprender el de médico?».
Así, también las personas que se ponen a hacer
lo que no les compete se buscan naturalmente la desgracia.
El labrador y las grullas.
Unas grullas escarbaban en la finca de
un labrador recién sembrada de pan de trigo. Este durante mucho tiempo las
echaba blandiendo una honda vacía que les producía mucho miedo, pero cuando se
acostumbraron a sus disparos de aire dejaron de preocuparse y a partir de
entones dejaron de huir. Entonces aquel ya no actuaba como antes, sino que
disparaba piedras y les daba a más de una. Y ellas, al dejar el sembrado, se
gritaban unas a otras: «Huyamos al país de los pigmeos. Este hombre paree que
ya no piensa en asustarnos, sino que empieza a hacer algo».