Un No-Marlowe cassolà investiga en la Ciudad Inmortal
el robo de una herencia en negro procedente de un burdel... La incorrección política desnudando la
corrección política...
De ninguno de los libros de mi biblioteca
puedo decir que haya ido corriendo a comprarlo, salvo este de Xavier Rigall. Probé,
andando, en la FNAC y en La Central del Raval, pero no hubo suerte -que es
propio de las joyas esconderse-, pero, puesto el autor en conocimiento de mi
frustración, enseguida me dijeron en su editorial que disponían de ejemplares
en La ciutat invisible, una diáfana y bien surtida librería de la calle
Riera d’Escuder, casi esquina con la calle Sants. Como de natural soy perezoso,
y eso cae lejos de Pl. Universidad, decidí que lo mejor era enchandalarme, atarme
a la muñeca el magnífico Polar que me mide hasta el azúcar en sangre…, meter el
billete de 20€ en una bolsita de plástico para que no se me esfilargasés al
ir a pagar, por efecto del sudor, y llevar otra, un poco más grande, para
proteger el libro en el camino de regreso, tan sudado como el de ida. Y así lo
hice. Me calcé las Asics (ánima sana in córpore sano), los pantalones y
la camiseta y pasando por l’Escorxador -adonde me llevan los pies como norte de
la única metáfora que admite el esfuerzo de un fondista fondón-, al que le di
cinco vueltas para alargar el entrenamiento, seguí hacia mi destino recóndito.
Confieso que, embebido en mi esfuerzo, me pasé de largo y acabé llegando casi
hasta donde BCN pierde su vasto nombre y empieza el de L’H, pero eso tiene el correr
“a lo largo”. Retrocedí y, después de preguntar a un desconocido, en BCN casi
todos lo son, di con la calle, con la librería y con el libro deseado. Pagué con
el billete incólume, resguardé la “joya” con la bolsa de plástico, me la puse
en la espalda, sujetada por el cinturón de bidones de agua isotónica que es mi
gran aliado en los entrenamientos y salí de naja para casa, feliz como el
clásico gínjol.
Superada la aventura de la compra, quedaba
lo que yo intuía como una divertida travesía lectora desde que conocí los
gorjeos del autor en Gorjeolandia, ese espacio aéreo poblada por tantas aves
canoras no especialmente afinadas ni todas ellas capaces de una ironía auténtica
y divertida, como la que sí practica Xavier Rigall; la mayoría de esas aves, de hecho, suelen ser más
*cañonistas que propiamente canoras, pero la posibilidad de silenciarlas hace
más plácida la estancia en la plataforma preferida de los nefelibatas. He ido
leyendo muy poco a poco, porque de ese modo alargaba la buena compañía, algo
así como ese güisqui de treinta y seis años que se bebe con dedal, aunque lo
propio sería haber hecho la comparación con el vodka, pues el protagonista,
Bernat Parellada, debe de saberlo todo sobre el vodka, pero yo, como abstemio
premium, soy un profano tanto en este como en aquel.
La historia de un detective que se
presenta así: No visc a Los Angeles sinó en una ciutat que es pensa que és
el que no és y así: Com que soc una persona que sempre vaig a la meva,
que no em fico en grupets polítics, culturals, gastronòmics ni de cap tipus, el
meu cercle d’amics es força reduït, ya da a entender que es una lectura que
se abre con buen pie, porque Bernat Parellada, experiodista, es un ser singular
y propiamente periférico al núcleo duro de la realidad impostada en que viven la
mayoría de personajes de la ciudad Inmortal, como se suele conocer a Gerona,
creyéndose lo que no son y viviendo un permanente «como si» cuya naturaleza perversa
va a elucidar el personaje encargado de descubrir al ladrón de una jugosa
herencia de casi un millón de euros procedentes de un burdel y no declarados a la
Hacienda pública.
Estamos, pues, ante una novela policiaca
que hace de la crítica social «al paso», como se pone de manifiesto en la
declaración de Martirià Banyuls, un personaje secundario de la trama: Jo soc
de família pobra: vaig néixer durant la guerra, la postguerra va ser molt dura,
no vaig no estudiar; però és igual, avui estudia tothom i ningú no sap res,
uno de sus grandes atractivos, porque nada se libra de los comentario mordaces,
uno por activa y el otro por pasiva, de la pareja protagonista del libro: el
investigador y quien no tarda mucho en declararse su «secretaria»: Úrsula, el
complemento y acoplamiento perfecto para el investigador. Desde que la ávida
(de dar y recibir afecto y sexo) Úrsula se cruza en su camino, la investigación
acrecienta su interés, porque se trata de un personaje tan polifacético como
simple y tan aficionado al vodka como el propio protagonista, y no es el alcohol
lo que los hace inseparables, ciertamente, pero a toda esa jugosa información han
de acceder los lectores por sí mismos, sin que el crítico atorrante y sicalíptico
de turno -léase mi menda leyenda- se lo chafe. Recuerdo que es una novela
policiaca, lo que en las películas sería un «thriller» cómico, como, por
ejemplo, Detective con rubia, de Frank Tashlin, con una inspiradísima
caracterización de Poirot por parte de Tony Randall. Y que transcurre en
Gerona, ciudad que le disputa a Vic ser el cor de la Catalunya eterna,
pero en la que vaig anar a aquell
quiosc perquè avui dia és molt difícil trobar un quiosc a Girona, i més un que
estigui obert el diumenge, i aquell és el que queda més a prop de casa, perquè
jo visc en un pis aquí sobre la sagristia. Una ciudad donde, como se queja
el narrador-protagonista: En totes les ciutats les oficines públiques se
solen posar al centre, a Girona les posen tan lluny com poden y en donde al
diario de referencia, El progrés de
Girona, no hi sortirà mai cap
notçicia que faci quedal malament els que manen a la ciutat.
En
el plano de la literatura, he de reconocer que el modelo más cercano, si bien
en lengua distinta, es el del detective loco de Eduardo Mendoza, que nos dio
dos memorables obras iniciales y tres secuelas infumables. Buena parte del
humor que construye Rigall con una naturalidad envidiable y un ritmo conseguidísimo
tiene, a mi profano entender, ese toque del absurdo chocando con el establishment
y las necedades de la corrección política, porque en la novela de Rigall, dicho
sea en plata, no se salva ni dios…, como
esa calle de Santa Clara, la más posh de Gerona, a la que los socios
anticapitalistas que apoyan al alcalde, lo que a este no le importa porque
no hi ha cap problema, són tots nois de casa bona, quieren renombrar como Calle Hugo Chávez,
aunque el partido Ultraroig hace campaña para evitarlo, porque era un
tebi, un revolucionari de pacotilla. Los ultrarrojos quieren que le pongan Ióssif
Stalin. Más allá de la referencia literaria de Mendoza, y ciñéndome a la
literatura propiamente en catalán, reconozco que las «maneras» de Rigall me han
recordado mucho las de uno de mis escritores favoritos, Llorenç Villalonga,
cuya obra L’hereva de dona Obdulia, siquiera sea por la cercanía del
título, me la ha recordado. Insisto, son de géneros muy distintos, pero la
ironía que desmonta el negoci moral de la burguesía provinciana sí que
la reconozco en esta novela de Rigall.
La capacidad crítica del autor halla
siempre, a cada paso de su dúo protagonista, motivo de mofa, de befa y aun de
escarnio. Desde la ex del protagonista, que es una jefa de los mossos, de
aquellas «de armas tomar», hasta el novio de la hija de ambos, Ferran, que es
la encarnación viva de la corrección política tontuna, pasando por el alcalde y otros personajes
menos relevantes y aun episódicos, el autor no desperdicia la ocasión de
enfrentar una realidad pacata a la acción corrosiva y casi anárquica de la pareja
protagonista, en el fondo dos moralistas amorales dispuestos a cualquier
transgresión pero respetando principios sagrados de los que permiten vivir con
fidelidad a uno mismo para no saberse parte del negoci -este bastante
más brut (¡casi brut nature!)
que los dineros que hereda la señora Rita- del que hablaba antes.
O yo tengo un sentido del humor
disparatado, que bien podría ser, o hace mucho tiempo que no caía en mis manos
una novelita en catalán tan divertida y con un humor tan gratificante, porque
está construido sobre la burla eficaz de la hipocresía, del cinismo y del
lenguaje y la acción políticamente correctos, como se advierte en este reconocimiento
del autor, profesor en sus ratos «no libres»..: En molts instituts és
difícil fer classe: els professors poden ser més bons o menys, més treballadors
o menús, més conscienciats o menys, però poc poden fer si les circumstàncies
impedeixen que puguin fer res.
Está claro que Parellada no es Marlowe, ni
Gerona es Los Angeles, pero a cualquiera que se plantee leer algo divertido e
inteligente, como ha de ser siempre el mejor humor, que no lo dude, Els
diners bruts de l’honorable senyora Rita es «su» libro y lo recomendará tan
fervientemente como yo lo estoy haciendo, porque en estos tiempos covideños de
distancia, miedo y prevención, echarse unas risas, y a veces carcajadas, no
tiene precio… ¡Cómo no va a empatizar un lector que se define tan apodícticamente
como el narrador-protagonista:
-Bernat -em va demanar l’alcalde-, tu
com et definiries ideològicament?
-En essència, podríem dir que la meva
ideologia preferida és la que em toqui menys els collons.
Quienes hayan vivido en Gerona, como yo
tuve la suerte de hacerlo cuando nadaba para el GEiEG, allá por los 70 del
pasado siglo, tendrán el plus añadido de disfrutar del modo como Rigall afronta
una historia «provinciana», hoy en día diríamos vegueriana o «comarcal»,
con la facilidad con la que el escalpelo abre camino a las manos del cirujano
para poner al descubierto esos males enquistados de los microcosmos... La
habilidad del autor para la construcción de los personajes, aunque tienda hacia
la parodia y el sainete -en la bienhumorada tradición de Pitarra o del Rusiñol
de La niña gorda-, aumentan el disfrute del lector. Al fin y al cabo, la
máxima creación de la novela es la del primer personaje, el narrador, al hilo
de cuyas palabras seguimos, regocijados, las aventuras de los protagonistas. El
magnífico catalán coloquial de la obra, alejado de las empingorotadas ínfulas del
noucentisme hard core, hace la lectura adecuada incluso para
lectores que no tengan el catalán entre sus lenguas habituales o entre quienes
lo tengan como lengua pasiva después de haberlo estudiado algún tiempo. Lo digo
porque dudo mucho de que el humor de la obra, con resortes tan lingüísticos en
muchas ocasiones, funcione de igual manera en una traducción, aunque es cierto
que hay muchos pasajes en los que el humor se desprende de la acción y no tanto
de la lengua en que se narra.
Bueno, pues ya lo sabe todo el mundo (que
tenga a bien leer esta recensión, por supuesto…): Els diners bruts de l’honorable
senyora Rita es todo un indiscutible placer lector.