miércoles, 4 de diciembre de 2019

«La peor parte. Memorias de amor», de Fernando Savater o la historia de un amor total.

Sara Torres, "Pelo Cohete"














El epicedio narrativo en la muerte de Sara Torres, «Pelo Cohete»,  escrito, ¡a duras penas!, por Fernando Savater, su novio, o los que lloramos mucho vemos más claro que los demás, por eso lloramos.

La peor parte de mi vida consiste en tener que contar cómo fue lo mejor y cuánto de maravilloso perdí cuando se fue para siempre.

Es propio de las almas anchas y profundas atormentarse: las tempestades ocurren en el mar, no en los charcos.

Había comenzado a escribir esta recepción adherida, que no crítica, justo después, en el cuaderno donde improvisé la despedida a mi hermano mayor, muerto repentinamente, muy a mi hondo pesar, el pasado mes de julio. «No sé, si soy, después de haber llorado tantas veces a lo largo de la lectura, el crítico más adecuado para explicarles a los intelectores sus virtudes y sus defectos, porque La peor parte nada tiene de libro al uso, ni siquiera en el terreno de las memorias, cuando quien escribe se confiesa totalmente desmemoriado”,  había comenzado a escribir en ese cuaderno de viaje, porque acabé el libro en Cardona y, antes de extractar las citas posibles, quise adelantarme a todo para confesar la lectura emocionada que acababa de hacer.
He llorado, en efecto, ¡y mucho!, pero ando yo con el lagrimal flojo desde la muerte de mi hermano, en primer lugar, y, después, ¡cómo no conmoverse con una historia de amor tan estrecha y duradera!, cuando quien esto escribe vive la suya aún más larga y no menos intensa, pero, ¡afortunadamente!, sin el giro dramático que ha tenido la de Fernando Savater y que él nos cuenta en este libro lleno de momentos enternecedores, pero, también, ¡biografía obliga!, de sano humor y de compromiso político. La que no aparece ni por asomo en todo el libro es esa disciplina siempre en disputa, la Filosofía, de la que él, en su rama de la Ética, siempre ha sido profesor universitario. Con razón dice él, un confeso vitalista y amante de saber alegrarse la vida casi con cualquier cosa, motivo o circunstancia: Mi verdadero defecto, empero, era (y lo ha sido hasta hace muy poco) uno realmente devastador, de esos que condenan a la trivialidad los asuntos reputados más serios de la vida, pero que a la vez nos salvan de caer en abismos sin fondo que se tragan enteritos a personas más formales: me refiero a mi prodigiosa capacidad de divertirme, en cualquier circunstancia y contra viento o marea. (…) Salvo en los cócteles y en las conferencias de mis colegas, soy capaz de exprimir gotas de diversión de cualquier felpudo.
No se da el caso en este libro, el que más le ha costado escribir y en el que más ha querido rendir tributo a «Pelo cohete» que verter su caudaloso río de penas, lágrimas y desesperaciones varias, aunque reconoce, eso sí, que la vida, su vida, ya no puede ser la misma, porque la naturaleza de su unión con Sara Torres lo había marcado indeleblemente. Quedarse solo le ha supuesto una experiencia trascendental: Lo primero que aprendí, como ya he dicho, es que uno puede perder las ganas de vivir sin por ello adquirir ni mucho menos el apetito de morir.
Podríamos decir, aunque parezca un contrasentido, después de lo llorado, más que de lo dicho, que La peor parte sea un libro vitalista, pero es que es así:  la evocación que Fernando Savater hace de Sara Torres es una hermosa carta de amor y lealtad, y como tal ha de ser leída. Savater repite varias veces a lo largo del texto que solo escribía para «conquistar» a su novia, que solo buscaba la recompensa de su aprobación, la única que le valía la gloria o, en caso contrario, la desazón más sombría: Te debo algo más que las lágrimas porque te gustaba que escribiera para ti y a mí nunca nada me gustó más que darte gusto. Del mismo modo que García Márquez popularizó aquello de que escribía para que lo quisieran, Savater hace suyo el aserto y lo entraña hasta un nivel extraordinario de «dependencia»: Desde hace treinta años, yo escribía para que ella me quisiera más. Cualquier escritor en un situación de pareja como la de Savater se suele plantear cómo influye su relación en su escritura. En mi caso particular, mi variante es que escribo porque me quieren, y, llegado el caso, de una (¡vade retro!) desestimación, literal, de mi persona, no creo, sinceramente que fuera capaz de seguir escribiendo ni una línea.
Algo tiene el amor, en efecto, para que sea tan poderoso. Y este libro de Savater es, esencialmente, una celebración del amor concreto, el de él y Sara, un amor que no rehúye ni la afirmación que más me ha llegado al alma: En el fondo no fuimos amantes ni «compañeros» (horrible expresión, propia de los naipes o del tenis, pero no del amor), tampoco matrimonio: fuimos novios, siempre novios, de los de toda la vida, de los de «anda cuelga tú», «no, tú primero». La de veces que he escandalizado a mi propia hija cuando la reprendo jovialmente por alguna salida de pata de banco y le recuerdo que no se está dirigiendo a su madre, ¡sino a mi novia!, y que mucho cuidadín… Leer esa comunión de concepto en el libro de Savater ¡cómo no me iba a emocionar! La sólida unión entre los protagonistas del libro es de una naturaleza tan entrañable que se ha de haber vivido algo igual para entrar en la vida de ambos con el respeto y el cariño con que Savater nos invita a hacerlo.
El libro está repleto de la sabiduría narrativa que el autor ha derramado a lo largo de una fértil carrera de publicista que ha atendido a una multitud de aspectos de nuestra vida  cotidiana, de ahí que no falte en el libro ese aire sentencioso que él tan bien domina, el de la cita exacta, que se extiende a su propio pensamiento y al dolorido sentir con que decidió ofrecer esta libro a su novia del alma suya: Hoy mi lectora esencial ya no está y el paraíso de dos que compartimos se ha convertido en infierno de uno. Pues sí, algo así como la «expulsión del paraíso» es lo que nos cuenta Savater en este homenaje a quien fue su vida, a la persona por quien sentía, por primera vez en su vida, el amor esencial: Un amor que no desazona y perturba cuando está vivo, que no aniquila cuando pierde irrevocablemente lo que ama, puede ser afición o rutina, pero no auténtico amor.
 Hay, mezclada con el dolor de la rememoración, una teoría del amor que «comprarán» inmediatamente cuantos lo hayan experimentado al nivel que él lo hizo: Nunca dejé de preferirla, ni siquiera llegué jamás a plantearme mi incuestionable preferencia por ella. Jamás he dicho a otra mujer «te quiero» ni en el más histriónico engatusamiento para llevármela a la cama; hubiera sido una blasfemia contra la única divinidad respetable, el amor verdadero. Fernando Savater descubrió, por suerte para él, y ello forma parte de lo más doloroso de su presente, el poder de ese sentimiento amoroso sobre cada uno de nosotros: Nadie individualizado por el amor, que es lo que nos hace ser de veras únicos para los otros como lo somos para nosotros mismos, puede ser sustituido ni reemplazado. ¿Qué otra cosa es el amor sino lo que nos hace irreemplazables? Y el corolario a ese descubrimiento, lo halló en Goethe: «Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte».
«Complicidad» es un concepto que explica bien la unión singular de dos seres que entretejen sus vidas respectivas para conseguir, sin proponérselo, una unidad superior, un «nosotros» que está por encima de nuestros pequeños egoísmos y narcisismos: en el auténtico «nosotros» de una pareja no hay lugar ya para los yoes, por más que a veces pretendan asomarse y manifestarse, porque cualquier manifestación del yo extrae la fuerza para realizar lo que sea de ese plural en el que se ha integrado, y solo gracias a él. Savater lo describe gráficamente cuando describe cómo recibe a Sara con unas rosas en la estación: «Hola, por fin, se me ha hecho largo, qué tal tú, son muy bonitas, tonto». Y yo sentía dentro del pecho una afirmación universal, como una cruz al mérito concedida por doses pícaros y generosos pero también exigentes, algo que ya nunca ha vuelto a pasarme. Esa «afirmación universal» es la plenitud del amor y de la vida. Muy lejos de ella estaba Juan Ramón Jiménez cuando escribió a propósito de su mujer Zenobia Camprubí: ¡Qué trabajo me cuesta/ llegar, contigo, a mí!
 Menudean los fragmentos en los que Savater recuerda, emocionado -¡y con qué facilidad contagia esa emoción al intelector «entregado» enseguida, desde el primer capítulo, a la recreación de su «proceso de amores» con Pelo Cohete!- su relación con Sara, de la que yo escojo esta exclamación de ella en la que volvemos a encontrar la misma «afirmación universal» que había sentido Savater: «Qué bien nos arreglamos los dos, ¿eh?» , y a la que responde inmediatamente el autor: Y así fue, vida mía. Hasta que nos separó lo que no tiene arreglo…
El libro nos cuenta, hasta donde el pudor de su novia lo permite, porque ella era muy reservada con zonas de su pasado que la perturbaban, de forma sucinta, pero elocuente, la vida de Sara, el modo brusco como se conocieron, la independencia gatuna de ella y su valor cívico: No he conocido mujer más femenina y menos afeminada. Por eso tenía tanto coraje. No puede extrañarnos que Savater destaque de ella, además de su vitalidad desbordante, una notable inteligencia y es encantadora la manera que tiene de pedirles a los intelectores  respeto para un juicio en modo alguno parcial: Pelo Cohete fue la persona más genuinamente inteligente que he conocido. (…) Cuando digo «inteligencia», hagan el favor de concederme que sé lo que me estoy diciendo. Para ser franco («hablando a calzón quitado» es la picante expresión que emplean en el Cono Sur), no me tengo precisamente por tonto, sobre todo comparado con lo que corre por ahí y es admirado como una franquicia de los Siete Sabios de Grecia. Y ya se sabe el valor que tiene la inteligencia en las relaciones amorosas: Un espíritu embotado, vulgar, repetitivo, envilece enseguida toda hermosura; en cambio, la presteza de ingenio auténtico, original, hace «resplandecer» inmediatamente los rasgos menos agraciados. Quizá una muestra inequívoca de esa inteligencia es que [a ella] solo le eran antipáticos los prepotentes, los arrogantes sin mérito, por pura presunción, fueran de la cepa que fuesen. Estamos hablando, pues, de una mujer «fuerte», «corajuda», de lo que en las conversaciones coloquiales decimos «todo un carácter», de ahí que Savater recoja, con sublime corolario, esa faceta suya: Cada vez que se enfadaba conmigo (¡y cómo se enfadaba!, algunos aún creen que siempre estábamos peleando) yo sufría por ella, porque se hiciera daño fingiendo hacérmelo. Es propio de las almas anchas y profundas atormentarse: las tempestades ocurren en el mar, no en los charcos.
Aunque compartieron lucha  cívica e intelectual contra el terrorismo de ETA, mundo al que Pelo Cohete fue afín antes de que se iniciara la Transición del 78, Savater nos describe un noviazgo lleno de escenas cotidianas y extensibles a cualquier pareja con inquietudes estéticas parecidas a las suyas: esos momentos en los que te duermes durante la proyección de la película de cada noche, en que arreglas algo de la casa, en los que compartes compras comunes, en los que te sorprende un atavío del otro…Ellos, concretamente, compartían la afición a los géneros fantástico y de terror, en los que pasaban por exquisitos especialistas. Ella más que él, según confesión de Savater: Entre las mil cosas que nos unían dur comme le fer hubo algunas inconfesables y otras ingenuas, la mayoría ingenuamenete inconfesables. La más explícita fue nuestra afición… qué digo afición, pasión, por lo fantástico y monstruoso. ¡Y menos mal que el autor se confiesa un desmemoriado total, nada apto para cultivar con fiabilidad el género memorialístico!: Mi mayor dificultad para desempeñarme como memorialista es que se me olvida todo (nombres, fechas, lugares, situaciones) con prontitud asombrosa. Solo me quedan grabados algunos episodios inconexos, como flotando en el vacío, y es la imaginación quien rellena el hueco entre ellos con sus intencionados caprichos. De lo que puedo dar fe, sin embargo, es de que de lo esencial Savater guarda una memoria excelente, porque lo «esencial» son los sentimientos que atesora. El resto, como señala con su habitual lucidez, es accesorio: A pesar de haber constituido el tema poético por excelencia, el amor no puede  realmente ser descrito porque carece de exterior: es todo por dentro.
La vida de activista de Sara Torres contra el terrorismo, el nacionalismo y a favor de la democracia, la compartió con su novio, quien se ha singularizado valientemente en ese deber cívico de alzar la voz contra la irracionalidad nacionalista siempre dispuesta a defender antes los derechos de la tribu que los derechos individuales.  No he querido hacer una contabilidad del espacio que le dedica a su enfermedad y muerte y del que le dedica a la lucha cívica, pero a los seguidores políticos de Savater no les defraudará la lectura de unos páginas en las que se despacha a gusto, también en nombre de su novia, contra el principal peligro que afronta nuestra democracia: el resurgir de los nacionalismos totalitarios de los 30 del pasado siglo, convenientemente disfrazados con su versión cibernética y su demagogia del culto al voto fuera de la ley. Ambos hubieron de vivir con escoltas, dado el peligro físico que corrían, lo que los llevo, él tan donostiarra de pura cepa y enamorado de su ciudad, a veranear en Palma de Mallorca, en un apartamento ( Ese pequeño apartamento alquilado en San Telmo fue en realidad lo más «nuestro» que tuvimos), por su seguridad. Resulta muy emotiva la relación que estableció Sara con su guardaespaldas, un joven extremeño con quien incluso llegaron a hacer turismo por esa bella tierra. De hecho, el escolta extremeño, Juan Carlos, que apareció por el tanatorio cuando la velaban: Creo que era el único allí que lloraba más que yo. Y es que aunque era, al parecer, proverbial el «carácter fuerte» de Sara, también lo era el tacto en el trato, como dan fe cuantos tuvieron relación con ella, los Pagazaurtundúa entre otro.
Me ha llamado la atención una revelación que rezuma actualidad por los cuatro costados. Pelo Cohete preparó un vídeo con algunos highlights de la propaganda nacionalista… Recuerdo como pieza destacada un rap bailado por niños de ocho o diez años, encapuchados como alevines de etarras y con un estribillo que pedía con malos modales que los españoles se fueran de Euskal Herria… Copias de esa cinta, que era un formidable esfuerzo informático sobre las bases propagandística del separatismo y el terrorismo fueron enviadas a periodistas de los principales medios de comunicación tanto escritos como audiovisuales, sin respuesta ni resultado alguno. (…) Hoy, cuando escribo estas líneas en los últimos días de 2018, mantienen la misma actitud de avestruces cívicamente suicidas respecto a Cataluña. En efecto, estamos comprobando in situ la labor de alienación ideológica que se practica en muchas escuelas de Cataluña sin que los diferentes gobiernos centrales crean que tengan nada que decir al respecto. Otro tanto podría decirse de la frivolidad con que muchos han abordado la sangrante realidad vivida en el País Vasco, que ha hecho incluso emigrar a cuantos directa o indirectamente han percibido que sus vidas corrían serio peligro de permanecer allí. Savater es meridianamente claro al respecto: En efecto, siempre me ha asombrado el despiste del resto de los ciudadanos españoles sobre lo que ocurría en mi desdichada patria chica. Todavía hace nada, cuando apareció la excelente novela Patria de Fernando Aramburu, la gente me comentaba como despertando de una larga siesta: «Pero ¿todo esto es verdad? ¿Tuvisteis que aguantar ese martirio?».¡Y hay que ver la cara que ponían y aún ponen algunos cuando les digo que la famosa novela es mucho más suave y soportable que nuestra realidad cotidiana durante tantos años! No olvidemos que, como pasa ahora con el prusés antidemocrático catalán, los terroristas inspirados por Sabino Arana (un personaje que se situó ideológicamente en su día un poco a la derecha de Gengis Khan) atacaban al Estado porque era España y les daba igual que fuese democrático o dictatorial; les bastaba saber que era España, nada podía ser peor. 
Recoge Savater, con sumo dolor, el asesinato de Joseba Pagazaurtundúa -recordemos la unión estrecha que Fernando y Sara han tenido siempre con Mayte, su hermana, y actual europarlamentaria por Ciudadanos- y nos ofrece una de esas estampas que desnudan la doble e hipocresía de ciertas fuerzas vascas, el pnv y la iglesia: Cuando se presentó el lehendakari Ibarretxe [En la capilla de Joseba Pagazaurtundúa], fue Iñaki, en representación de la familia, quien le agradeció su presencia y su interés, pero le dijo que aquel espacio estaba reservado ara los amigos y que él no era considerado uno de ellos. Lo mismo se le hizo saber al repelente obispo (valga el pleonasmo) Uriarte, que por lo visto se lo tomo muy a mal.
Contrasta este activismo, ¡y muy poderosamente!, con una afirmación que no conviene pasar por alto, aunque no tenga en el relato el relieve que merece, acaso porque a su autor le parece una obviedad, pero que a cualquier intelector le conviene recordar siempre, porque en esa actitud vital se fragua la libertad de la conciencia y el gozo de vivir: Para mí vivir no es una experiencia política (he conocido otros casos y muy respetables en que lo era) ni tampoco económica o científica, sino poética. Y ya puestos, recordemos que, aunque es voz para tan alto menester, el origen de la palabra, poético, es el «hacer» artesanal, con las manos, del griego ποιέω.
En fin, cierro aquí, porque a lo largo de esta recensión también se me han escapado no pocas lágrimas, este homenaje de Fernando Savater a quien le daba sentido a su vida y cuya muerte le ha dejado en ese territorio insólito de la desorientación para quien con tanta lucidez, por suerte para sus intelectores, sigue viendo lo que pasa, lo que nos pasa, lo que se le ha quedado dentro, la peor parte, esa que ha exorcizado en estas páginas que a mí me remiten a La pérdida de profundidad, de Julian Barnes, una reacción escrita, más controlada en la extensión, al fallecimiento de su mujer. Dos libros que pesan lo mismo, puestos en la balanza de las experiencias intelectoras: dos joyas del dolor con las que uno disfruta leyendo tanto como sufre. Pero no me quiero despedir sin esa cita con que Savater resume perfectamente lo que le ha ocurrido: «Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse», dijo Jacques Prévert (el poeta preferido de Pelo Cohete cuando la conocí).