La oportuna actualidad de un clásico que
escribió desde el margen : Persio o la muerte prematura que truncó una obra
prometedora.
*Traducción y notas a cargo de Miquel Dolç
Para el intelector no catalán,
la Fundació Bernat Metge puede sonarle a una sociedad dedicada al estudio y
promoción de la obra del notario Bernat Metge, funcionario, humanista y autor
de un hermoso libro titulado Lo Somni,
un clásico de las letras catalanas. Bajo su nombre, sin embargo, se ampara una
obra cultural de vastísimo calado auspiciada por el paisano de Lluís Llach,
Francesc Cambó, nacido también en Verges, político, abogado y mecenas cultural a
quien se debe este empeño cultural extraordinario, y en una época en la que, en
efecto, Barcelona podía y debía ser considerada la única capital española de
proyección europea. El deseo de crear una biblioteca de autores clásicos,
griegos y latinos, ofreciéndolos en ediciones depuradas supuso, en 1922 una iniciativa
capital para la vida cultural catalana, pero también para la española. Piénsese
que hasta 1977 no se inaugura la Biblioteca Clásica de la Editorial Gredos, una
imitación descarada del proyecto editorial de la Fundació Bernat Metge. Así
pues, nos movemos en terreno de humanistas y filólogos, rigurosos estudiosos de
los autores fundamentales de nuestra cultura europea, de quienes nos ofrecen
sus obras en ediciones depuradísimas y, además, en edición bilingüe, con lo que
ello tiene de ventajoso para quien quiera hacer ciertos cotejos o valorar
ciertas traducciones. El primer título de la colección fue, en abril de 1923,
el libro de Lucrecio, De rerum Natura,
De
la naturaleza de las cosas, traducido por Joaquim Balcells. Los
primeros directores fueron Joan Estelrich y Carles Riba, quienes se
preocuparon, sobre todo, por fijar la lengua culta de las traducciones, señal de identidad de la colección,
y crear una escuela de traductores que permitieran estar a la altura de las dos
grandes colecciones europeas de clásicos, la francesa Budé y la alemana Teubner.
Esta entrada de mi Diario me gustaría convertirla, siquiera sea parcialmente,
en un homenaje a todos aquellos estudiosos que, en tiempos difíciles, lograron aislarse
del contexto y seguir trabajando en una empresa cultural que llega ya a las 400
obras editadas y todas ellas con un nivel de calidad insuperable. No quiero
dejar de mencionar, sin embargo, que el
modelo de lengua culta catalana, inmerso en aquella ideación del catalán y "lo" catalán que
fue el Noucentisme, es, hoy en día, casi un catalán de museo, respecto del
catalán vivo de nuestros días, el de autores modernos como Monzó o Pàmies, por
ejemplo. Hay ahí, en ese contencioso entre los niveles cultos del catalán y los
niveles estándar modernos un conflicto aún no resuelto que lastra, en cierta
forma, el desarrollo, sobre todo, de la literatura catalana, siempre moviéndose
entre el rechazo de los cultos y no llegando a tener la dimensión popular que
se esperaría de un uso sin las tendencias arcaizantes del modelo noucentista.
Pero eso sería tema de otra entrada en la que por nada del mundo me voy a
meter. Ya se metieron Pericay y Toutain, El
malentès del Noucentisme, y salieron más que escaldados…
Lo que a mí me toca es
acercar a los intelectores la obra de un autor, Aulo Persio Flaco, de corta
vida, murió a los 28 años, que se educó en una casa entre mujeres y que
escribió unas Sátiras que encantaron
a Quevedo, quien se sintió enormemente afín a aquel estudiante delicado y marginal
que escribió más “de oídas” que "de vida", aunque con una perspicacia, una
claridad mental y un rigor moral que se aprecian apenas uno abre su obra y se
deja llevar por la estructura dialógica que la recorre toda y que la convierte
en algo así como un ágora en la que las voces se mezclan y se quitan unas a
otras la palabra para representar, con viveza y certeza, una sociedad en un
momento dado, el primer siglo de la era cristiana, en un sitio concreto: el
centro del mundo: Roma. Arranca, poderosamente, Persio sus Sátiras con una pieza
metaliteraria en la que reflexiona sobre su obra , aún en sus comienzos, y
defiende su “derecho” a burlarse de lo divino y de lo humano, en lo que a sus reputaciones
y gustos literarios se refiere: Oh neguits humans!
Que és buida la realitat del mon! “¿Qui llegirà això?” ¿És a mi que ho
preguntes? Ningú, per Hèrcules! “¿Ningú?” Potser dues persones, potser ni una.
“¡Quina vergonya i quina misèria!” (…) Què hi farem! Però tinc la melsa
agressiva: em planto a riure. Defiende Persio, sobre todo, su propia
obra como algo singular, más allá de las complacencias propias de los
reputados, como un intento de situarse a la altura del canon, consciente de la mordacidad
de su planteamiento y de los ataques con que se abre paso, al nacer como
escritor, en un mundillo literario lleno de patums
y también falsas o exageradas reputaciones. Tiene todo el empuje transgresor de
un joven acomodado e insatisfecho que descubre en los filos de la sátira el
poder tajante del verso que escuece: Oh
costums! ¿Fins a tal punt no és res el teu saber, si un altre no sap que saps?
“Però fa goig que t’assenyalin amb el dit i diguin: És ell! Haver estat un tema
de dictat per a cent minyons rinxoladets, ¿et sembla que no és res?! [Nota:
Se llamaba dictata a los pasajes
prácticos escogidos que los maestros hacían leer y aprendérselos de memoria a
los pequeños alumnos](…) ¿No és ara feliç
la cendra il·lustre del poeta? ¿No pesa més lleugerament la llosa damunt dels
seus ossos? (...) ¿Hi haurà ningú que es refusi a merèixer que el poble parli
d’ell, i a deixar, en un estil digne de l'oli de cedre, uns poemes que no temen
ni els verats ni l’encens?. La sátira II comienza con un ataque a la doble
moral, a la hipocresía de los sepulcros blanqueados. El culto a los dioses y la
ebriedad inculta de quienes los burlan con sus actos. Es patente el desprecio
con que habla Persio de sus conciudadanos, quienes poco a ningún respeto le
merecen, dadas las bajas pasiones que los gobiernan: “Bon seny, reputació, lleialtat!: això amb veu clara i de manera que un
foraster ho senti. Però vet aquí el que mormola cor endins i per sota la
llengua: “Oh, si rebenta el meu oncle patern, quin enterrament tan esplèndid!”
[A Hèrcules le eran atribuidos los casos de fortuna inesperada; Mercurio era,
en cambio, el dios de las ganancias y del comercio]. Hay un evidente impulso
moralista, un si es no es justiciero, que anuncia al joven Persio, henchido de
virtud un tanto sobreactuada, todo se ha de decir, pero que se corresponde con
su limitad experiencia vital. La sátira III arranca contra la pereza de los jóvenes estudiantes
a los que les dan las onceen la cama: “Doncs,
¿sempre així? Ja el matí entra per les finestres i la seva llum eixampla les
estretes escletxes; encara ronquem, fins que n’hi hagi prou per a esbromar el
falern indòmit, mentre l’ombra toca la línia per cinquena vegada..” Como en
las dos sátiras anteriores, la técnica dialógica de Persio, sin especificación alguna
que precise quién interviene ni dónde ni cuándo ni por qué, crea un espacio muy
moderno de voces que tejen y destejen breves coloquios que saltan de una a otro
tema y desde muy diferentes perspectivas, lo que enriquece el planteamiento del
tema sujeto a controversia. El mundo de las comparaciones, construidas sobre lo
cotidiano, como la de la jarra de arcilla, es uno de los principales requisitos
del género satírico, porque se trata de un género deliberadamente popular. Poco
sentido tiene una sátira exquisita, poco menos que en clave, accesible a un
grupo reducido de lectores, como algunas de las que se pusieron de moda en el siglo
XVIII. Del conjunto de las sátiras, dado su carácter deseadamente popular,
emerge, como no podía ser de otra manera, un retrato vivo y colorista de la
vida romana del siglo primero según la cronología cristiana. Como la evocación
de la escuela u los ejercicios retóricos en los que se formó, con insólito
provecho, el joven Persio; aunque él, según confiesa, prefería juegos comunes como los dados, la
peonza o llenar de nueces el cuello estrecho de una jarra, en vez de la aridez del estudio. Con todo, Persio no
renuncia, a pesar de su juventud, a dar los consejos aleccionadores a esos
jóvenes dormilones a quienes exige que se despierten y se encuentren a sí
mismos a través del estudio, de la reflexión: Instruïu-vos, desventurats, i adoneu-vos de les causes de les coses:
què som, i per a quina existència hem nascut; quin lloc se’ns ha fixat i per on
i des d’on es fa dolça la volta a la meta; quina és la mida justa dels diners,
quina mena de súpliques ens permeten els déus, de què pot servir una moneda
aspra al tacte, quines liberalitats convindria fer a la pàtria i al éssers
estimats, qui et mana la divinitat que siguis i quin lloc ocupes en la
humanitat. La sátira IV se dirige a quienes quieren participar activamente
en la gestión de la “cosa pública”, es decir, ese afán político al que se
sienten llamados no precisamente los mejores: “¿Vols consagrar-te als afers de l’Estat?” -pensa que diu això el
Mestre barbut, víctima de l’absorció terrible de la cicuta. “¿I en què confies?
Digues-ho, pupil del gran Pericles. Sens dubte el talent i la coneixença de les
coses t’han vingut corrent abans del pèl, saps perfectament el que cal dir o
callar; així, quan, amb la bilis remoguda, la farfutalla s’inflama, et sembla
bé d’imposar silenci a la turba escalfada amb un gest majestuós de la mà.
Hay una descripción bien cruda, vía metafórica, de lo que significa ser algo si
como un petimetre de la política, quien se hace acreedor de las impertinencias
de quien te “desnuda” en esos placeres tempestuosos de la carne…: Però si
després d’haver-te untat d’oli et quedes sense fer res i et claves el sol dins
la pell, hi ha al teu costat un desconegut per tocar-te amb el colze i
escopir-te agrament: “¿Quins costums, això de rasclar-se el membre i els
secrets del llom i obrir al públic unes afraus marcides! Quan et pentines
damunt les barres un vellutàs perfumat amb mirabolà, ¿per què se’t dreça dels
engonals un corcó esquilat? Encara que cinc minyons de la palestra intentin
arrencar aquest boscatge i batzeguin amb la pinça ganxuda les teves natges
reblanides per l’aigua calenta, tanmateix tens allí un falguerar que no es doma
amb cap arada.” Marca, la sátira, la diferencia entre los jerarcas
blandengues y la tropa expuesta a las flechas mortíferas del enemigo. La sátira
V apea el tono recriminatorio y lo sustituye por el elogio sincero del maestreo
que le marca el camino en la vida, en este caso el pedagogo Cornut. Persio se
diferencia de quienes buscan la satisfacción del gran público. Escoge el camino
del foro y el discurso, no el de las tablas y los monólogos. La finura de sus
comparaciones e imágenes son potentes y muy barrocas, de ahí que Quevedo fuera
persiano por naturaleza…: No m’afanyo
perquè se m’infli de futilitats endolades una pàgina capaç de donar pes al
mateix fum. El marcado carácter autobiográfico de la sátira V se convierte
en un sincero elogio de un proyecto de vida guiado por el magisterio de Carnut.
De su caso particular enseguida pasa a consideraciones generales, con carácter
didáctico y sentencioso, que pretende tenga alcance universal. El elogio del “estudioso”
es algo así como una señal de identidad del poeta: Així que em vaig veure, no pas sense angunia, alliberat de la
salvaguarda de la porpra, i la meva bolla va quedar penjada en ofrena als lars
d’arromangada túnica, així que vaig tenir companys obsequiosos i el feix de
plecs ja aleshores blanc de la meva toga em va permetre d’espargir impunement
les mirades per tota la Subura [El barrio “chino” de Roma], quan el camí es
bifurca i la inexperiència esgarriadora de la vida s’enduu els esperits
trepidants cap a les cruïlles on els camins ss’embranquen, aleshores em vaig
reservar per a tu: tu aculls els meus anys tendres, Cornut, sobre el teu pit
socràtic. Llavors el regle, hàbil a dissimular-se, redreça ben aplicat, uns
costums entorcillats, la meva ànima sent damunt seu el pes de la raó, s’afanya
a deixar-se vèncer i sota el teu polze va prenent figura d’obra d’art. Quevediana
total es su percepción de que quienes nada hacen y todo lo postergan nunca
encuentran el presente que siempre huye: Quan
a tu, t’és grat d’empal·lidir a les nits damunt dels papers, perquè, bon
conreador dels jovent, sembres dins les seves orelles ben rasclades el blat de
Cleantes. Veniu a cercar-hi, infants i vells, un fi determinat per a la vostra
ànima i un viàtic per a la misèria dels vostres cabells blancs. “Ja ho farem
demà”. El mateix diràs demà. “I ara! ¿És que et sembla massa d’atorgar-me un
dia més?” Però quan ha arribat el dia següent, ja hem esgotat el demà d’ahir; i
vet aquí un altre demà que exhaureix aquests anys i n’hi haurà sempre un altre
una mica més enllà; perquè, encara que estigui prop de tu i giri sota el mateix
timó, en va voldràs aconseguir la llanta, si en el camí que corres ets la roda
de darrera i estàs al segon fusell. La ingenuidad perversa de sus conciudadanos
la ejemplifica Persio con la imagen de esa costumbre romana de la manumisión,
cuando el amo coge de la mano al esclavo, le hace girar sobre sí y luego acaba diciéndose
que ya es libre para ir a donde quiera. Pero la definición es otra: “¿És que l’home lliure no és exclusivament
aquell a qui lleu de passar la vida como vol?” Las normas de sentido común
las fija Persio en sus sátiras con el rango de leyes inviolables: La llei comuna dels homes i la natura
inclouen aquesta norma sagrada: que la ignorància impotent es retingui de les
accions que li son prohibides. Como si se tratase de un examen de ingenios
propio del futuro Huarte de San Juan, Persio establece con toda claridad cuáles deben
ser los requisitos de quien ha de reputarse como sabio: ¿Has aconseguit de la filosofia
poder viure dret sobre els teus talons i tens la pràctica per a distingit la
veritat de l’aparença, per tal que cap aparença no acusi pel dring la falsedat
del coure daurat? I les coses a què cal atenir-se i les que, contrariament, cal
evitar, ¿les has marcades, abans aquelles amb guix, després les altres amb
carbó? ¿Ets moderat en les teves aspiracions, tens una llar cenyida, ets dols
[dolç, imagino] amb els amics? ¿Et sentiries dispost tan viat a tenir tancats
com a obrir els teus graners, i passar per damunt d’una moneda clavada en el
fang sense empassar-te d’un cop de coll la saliva que Mercuri t’ha fet venir a
la boca? Quan puguis dir veritablement: “Tinc aquestes virtuts, les posseeixo”,
aleshores sigues lliure i assenyat amb l’assentiment dels pretors i de Júpiter.
Però si tu, que eres fins fa poc de la mateixa farina que nosaltres, retens la
teva antiga pelleta i, polit només del front, conserves dins la teva ànima l’astúcia
de la guineu, retiro el que havia atorgat més Amunt i torno a estirar la corda.
La raó no t0ha concedit res; allarga només un dit, ja delinqueixes.
La sátira VI es un canto elogioso al poeta Cesi Bassus; un canto al
apartamiento del “mundanal ruido”. El poeta marca el ideal de vida en ajustarse
escrupulosamente a sus bienes, sin pecar de pródigo rayano en liberal, ni
escatimador que peque de avaro. Como remate de esta obra temprana, y tan prometedora
de lo que podía haber sido una obra suya de madurez, Persio, con elegancia y no
escasa habilidad, se despide de sus lectores lamentando no tener de poeta “la
gracia que no quiso darle el cielo”.
Leído después de haber leído a sus imitadores, está claro que la obra de
Persio había de tener un entusiasta recibimiento en nuestro Barroco
esplendoroso y moralizante.
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