La madre piadosa de la Ilustración: la ética protestante y el espíritu del
capitalismo: Max weber levanta acta de la tensión entre la acumulación
económica y la acumulación de gloria salvífica individual o el mundo virtuoso
que alumbró el capitalismo moderno.
Bien, pues ya he satisfecho una deuda que tenía
contraída con mis infinitas lagunas intelectuales: leer La ética protestante y el espíritu del capitalismo del abnegado sociólogo
Maximilian Carl Emil Weber, quien se
definió, vía académica, como jurista, historiador y economista antes de aceptar
que su lugar académico en el mundo acabaría asociado con su condición de
“padre” , junto con George Simmel, de la sociología europea como nueva disciplina
moderna. La extensa y profunda investigación de Weber, de la que dan idea las
146 páginas de notas que tiene la lamentable edición mediocre de quiosco que he
utilizado, sin siquiera referencia del traductor, el prologuista, etc., es un
ejemplo no solo del rigor académico alemán, sino una muestra consumada de la
prudencia intelectual con que ha de abordarse el estudio de cualquier fenómeno
histórico, político o social: a los
diletantes se les debe algo en la mayor parte de las ciencias, incluso, algunas
veces, opiniones acertadas y valiosas. Pero el diletantismo, en cuanto a
principio de la ciencia, sería su fracaso absoluto. Aquel que desee ver “cosas”
que vaya al cine (…). Quien desee “sermones” vaya a los conventículos, nos
dice el autor. En conjunto, y al margen
de lo específicamente económico, en lo que ya entraremos, este libro de Weber
supone algo así como una bofetada espiritual a la manera tan distinta de
entender la religión entre los católicos y los reformistas a nivel popular.
Dejando de lado fenómenos como el de la mística católica carmelita o
movimientos como el Iluminismo o el Quietismo de Molinos, e incluso el primer
franciscanismo italiano, de cuya acendrada piedad y profundidad espiritual no
puede dudarse, es indudable que la trascendencia de la vivencia individual de
la salvación religiosa que se da entre los protestantes dista mucho de la
vivencia colectiva y superficial del fenómeno religioso en los países
contrarreformistas. Los fundamentos de ambos proyectos de vida difieren en algo
esencial que explica el desarrollo del capitalismo moderno entre los
reformistas y su negación en los contrarreformistas: la concepción del trabajo
como vía de realización social para conseguir la salvación individual frente a
la concepción del trabajo como una maldición social que “mancha” la hijodalguía
de tantísimo “cristiano viejo” como ha nacido para no dar palo al agua, un
fenómeno suficientemente recogido en nuestra literatura picaresca a partir del
propio Lazarillo de Tormes como para que haya necesidad de explayarse respecto
a algo tan conocido. Es evidente que el capitalismo no es un fenómeno que nazca
en un siglo concreto, porque se trata de un conjunto de prácticas laborales y
comerciales cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, en los cinco
continentes, pero, a juicio de Weber: Solo
el Occidente ha brindado a la vida económica un Derecho y una administración
dotándolos de esta exactitud clásica técnico-jurídica. Escoge, como
paradigma de los principios fundamentales del capitalismo los extractados de
las obras de Benjamin Franklin, heredero usamericano de la gran aportación
inglesa al mundo, al decir de Montesquieu en Esprit des lois (libro XX cap. 7), donde dice que los ingleses son quienes más han
contribuido, entre la totalidad de los pueblos del mundo, con tres elementos de
suma importancia: la piedad, el comercio y la libertad. Ese espíritu es el
que bulle en el pensamiento de Franklin, sintetizado en los siguientes
mandamientos “económicos” que conviene recordar, no solo porque son básicos para entender el
desarrollo teórico de Weber, sino para compararlos con nuestra montaraz versión
española del capitalismo: 1)Piensa que el tiempo es dinero. 2) Piensa
que el cinterés es dinero. 3) Piensa que el dinero es fecundo y provechoso. El
dinero puede engendrar dinero. 4) A más dinero invertido, mayor producto, de
modo que el beneficio se multiplica con rapidez y sin cesar. 5) Piensa que,
conforme al refrán, un buen pagador es amo de la bolsa de cualquiera.
6)Indistintamente de la prontitud y la sensatez, lo que más contribuye al progreso
de un joven es la puntualidad y la rectitud en todas sus empresas. 7) Las
acciones de menor importancia que pueden pesar en el cinterés de una persona
deben ser consideradas por esta. 8)También debes manifestar en toda ocasión que
no olvidas tu deuda, procurando mostrarte siempre como un varón diligente y
honorable. De este modo se consolidará tu cinterés. 9) Cuídate bien de
considerar como propio todo aquellos que posees y de vivir conforme a esa idea.
10) Anota , minuciosamente, tus gastos e ingresos. Si pones atención en esos
pormenores, advertirás que los más insignificantes gastos se van convirtiendo
en grandes sumas, y te convencerás de cuánto pudiste ahorrar y de lo que aún
estás a tiempo de hacerlo en lo sucesivo. [Nota: *Cinterés, un concepto económico que no recoge el diccionario de la
RAE, significa “préstamo con interés”.] Si uno hace un repaso de cada uno de
los preceptos y los compara con las prácticas habituales de la economía
española comienza a entender el porqué de las dificultades para tener una
economía sana, seria, competente y en expansión. Es, y eso es lo fundamental
del trabajo de Weber, producto de concepciones radicalmente diferentes del
trabajo, de la salvación religiosa, de la profesión y de la riqueza. Dicho en
términos de las enredosas redes sociales: Amancio Ortega es, para parte de
nuestra izquierda de postureo y salón, un explotador esclavista lindante con el
terrorismo, en palabras tuiteras de Pablo Iglesias: 25% de paro y Amancio Ortega tercero en el ranking mundial de los
ricos. Democracia ¿Donde? (sic). Terrorista
¿Quien? (sic). Llama la atención, del análisis de Weber, el dato relativo a
que no fueron las grandes fortunas las impulsoras del actual capitalismo, sino
los emprendedores de clase media de ciudades de tipo medio con incipiente
desarrollo industrial: En los principios
de la nueva época, no fueron única ni siquiera preponderantemente los
empresarios capitalistas del patriciado comercial, sino más bien las esferas
más atrevidas de la clase media industrial las cuales representaban aquel
criterio al que hemos llamado “espíritu del capitalismo” (…) los parvenus de Manchester, de Renania y de Westfalia,
surgidos de las esferas sociales más modestas. ¿Y bajo qué criterio
amparaban su iniciativa? Fundamentalmente, nos dice Weber, el del
“racionalismo”, por más que añada a continuación que el “racionalismo” es una idea histórica, que incluye un sinfín de
contradicciones, y necesitamos investigar qué espíritu engendró aquella forma
concreta del pensamiento y la vida “racional” de la cual procede la idea de
“profesión” y la consagración tan abnegada (aparentemente tan irracional, desde
el punto de vista del propio interés eudemonístico) a la actividad profesional,
que era y sigue siendo uno de los elementos característicos de nuestra
civilización capitalista. Y por ahí es por donde nos vamos a la vivencia
religiosa protestante y a la preponderancia que tuvo, a partir de la atención
preferente que se le dedicó al libro bíblico Eclesiástico, el concepto de
profesión, tomado de dicho libro: 11, 20 y 21: 20. Hijo mío, cumple con tu deber, ocúpate de él, que la vejez te llegue
haciendo tu tarea. 21 No admires las obras de los malos; confía en el Señor y
espera su luz. Pues para él es cosa fácil hacer rico al pobre en un momento.
Esa referencia bíblica es algo así como la piedra angular del edificio capitalista,
hijo de la piedad espiritual, por más que en nuestros días la laicidad haya
sustituido aquel movimiento que teñía de religiosidad la actividad económica, y
ello con tanta fuera y poder como para oponerse a la manifiesta usura en que
solían incurrir las sociedades de crédito. El banquero, en el capitalismo
piadoso, era tan execrado como lo es ahora en la sociedad posindustrial: Se juzgó también con mucho rigor tanto la
riqueza como la inclinación por instinto tras el lucro. Así vemos como, en
1574, en los Países Bajos, fue declarado por el sínodo subholandés, en
respuesta a una pregunta, que los “prestamistas”, si bien ejercen de una manera
legal su actividad, no deben ser admitidos a la comunión; y por el sínodo provincial
de Deventer, en 1598, la prohibición abarcó a los empleados de los banqueros,
en tanto que con el de Gorichem en 1606 se fijaron las severas y degradantes
condiciones mediante las que podían ser admitidas las mujeres de los
“usureros”. En 1644 y 1657 aún se debatía si era o no posible aceptar a los
banqueros a la comunión. El concepto de “profesión” como “espinazo de una
vida”, como la definiría Nietzsche, se remonta también a la cita bíblica del
Eclesiástico. Según Weber, aunque con cierta exageración, “en el vocablo alemán “profesión” (Beruf), aun cuando tal vez con más
claridad en el inglés calling, existe por lo menos una reminiscencia religiosa:
la creencia de una misión impuesta por Dios. (…) Se advierte que aquellos
pueblos en los que predomina el catolicismo carecen de una expresión coloreada
con este matiz religioso para indicar eso que en alemán nombramos Beruf (con el
significado de posición en la vida, de una clase concreta de trabajo.)” Digo
con “exageración” porque nuestro concepto de “vocación” puede tomarse casi como
traducción literal del calling
inglés, aunque, por mi desconocimiento del alemán, ignoro si también de Beruf. Compatible con esa doble
dimensión de salvación individual y amejoramiento de la colectividad en la que
el capitalista desarrolla su actividad, Weber nos dice de esos capitalistas
religiosos que el empresario moderno
siente una determinada y vital satisfacción, con visos de indudable
“idealismo”, por el gusto y la vanidad de “haber proporcionado trabajo” a
muchas personas y de haber contribuido al “florecimiento” de la ciudad nativa,
en el doble sentido censatario y comercial dado por el capitalismo. Se
trata de una visión de la realidad que se aparta de la “justicia social estatal”
propia de los movimientos socialistas europeos y que se acerca a la charity tal y como la conciben los
anglosajones protestantes y que se manifiesta claramente en las donaciones
privadas que contribuyen a la mejora social en países como Usamérica, por
ejemplo, cuyas universidades privadas suelen honrar con creces la generosidad
de sus mecenas, que han hecho de ellas los principales centros de saber del
mundo. El análisis de Weber deja perfectamente claro que dentro del
protestantismo hay dos vías muy diferentes, la del luteranismo y la del
calvinismo: la vida religiosa y la manera
de obrar en el mundo por parte de los calvinistas es de tipo fundamentalmente
distinto a la de los católicos y luteranos, porque mientras la idea de profesión conservó en Lutero un
sello tradicionalista (…) es una donación que la Providencia le ha otorgado,
algo ante lo cual debe “allanarse”, y tal idea establece la razón del trabajo
profesional como la misión impuesta por Dios al hombre, para los calvinistas
no existe, por ejemplo, el deseo de los bienes terrenales como valor
ético, es decir, como una finalidad inherente. Así pues, la labor social del calvinista en el mundo solo se realiza in
majorem Dei gloriam. En la ética
profesional ocurre exactamente lo mismo,
puesto que sirve al conjunto global de los hombres a su paso por el mundo.
Fueron muchas las interpretaciones de los religiosos calvinistas que se
enfrentaron al reto de lo que suponía la dedicación profesional en relación con
el único “negocio” en el que ha de emplear su vida el seguidor del puritanismo:
la salvación individual. Richard Baxter fue uno de ellos, y de él nos quedamos
con lo siguiente: conforme a la voluntad
indudable de Dios, revelada por Él, aquello que es válido para acrecentar su
gloria no es la ociosidad ni el placer, por el contrario, son las obras; en
consecuencia, el primero y más importante de todos los pecados es el derroche
del tiempo: la durabilidad de la existencia es demasiado breve y preciosa para
“afianzar” nuestro sino. Perder el tiempo en la vida social, en “cotilleo”, en
lujos, incluso entregándose al sueño por más tiempo del que requiere la salud
corporal, esto es, de seis a ocho horas a la sumo, es del todo reprochable en
cuanto a lo moral. Aún no se dice tal como Franklin lo dejó escrito: “el tiempo
es dinero”; sin embargo, el principio adquiere ya validez desde el punto de
vista espiritual. No extraña, así pues, que en ese estrecho cauce de
socialización que deja libre semejante tarea metafísica, para Robert Barclay, el
gran teórico de los cuáqueros, las recreations consideradas lícitas por el cuáquero son:
visitar a los amigos, la lectura de obras históricas, experimentos matemáticos
y físicos, jardinería, discusión de los hechos ocurridos en el mundo
financiero, etc. No hemos de perder de vista que ese “negocio” está en la
base del acendrado individualismo que conforma el origen del capitalismo de
raíz puritana. Un individualismo que contempla el mundo como un peligroso lugar
de “pecado”, ocasión propicia y continua para perder el único negocio en el que
cumple andar avisado: la salvación de la propia alma. Como escribió
Edward Dowden en Puritan and Anglican:
The deepest community [con Dios] is found
not in institutions or corporations or churches but in the secrets of a
solitary heart. La
crítica radical de la acumulación de riqueza fue algo común a todos los
movimientos protestantes que antepusieron la conquista del cielo a la conquista
de la tierra, pero la solución provino de un planteamiento ético irreprochable:
la opulencia es únicamente condenable
cuando induce a la pereza corrompida y al placer sensual de la vida, y el afán
de enriquecerse tan solo es malo si lleva implícita la seguridad de una vida
indiferente y confortable y el goce de todos los placeres. Sin embargo. En
calidad de práctica del deber profesional, además de ser moralmente lícito,
constituye un mandato prescrito. Eso es algo que contrasta radicalmente con
la experiencia de la riqueza como exhibición social propia de la mentalidad de
los países contrarreformistas, más atentos al brillo social que a la purificación
del alma. Dicho en otras palabras: La
pelea entablada contra el sensualismo y el apego a la riqueza no iba dirigida
hacia el lucro racional; se trataba de dar el golpe al uso irracional de la
riqueza. Se contarían por miles los ejemplos de ese uso irracional de la
riqueza que aún pervive en los gastos suntuarios de los dineros públicos por
parte de los partidos políticos, dispuesto a levantar aeródromos sin aviones,
estaciones de AVE sin pasajeros y autopistas privadas sin coches…
En consejos que
parecen proverbios se han inculcado, a lo largo del tiempo, preciosos consejos
que han moldeado una manera de entender la vida, la religión y la actividad
económica: El padre de Franklin le
inculcó esta máxima: “Si encuentras a un hombre solícito en su actividad, debe
ser preferido a los reyes” (Prov. 22, 29); la expresión “honrado como un hugonote” era, en el s. XVII,
tan común como referirse a la rectitud e los holandeses; según Th. Adams: In civil actions it is good to be as the
many; in religious, to be as the best, esto es, en las acciones civiles es
bueno ser como la mayoría; en tanto que en las religiosas, como los mejores”;
para Th. Adanis: the inconstant man is a stranger in his own house; o el famoso dictum austiniano: Si non est predestinatus fact ut
praedestineris, esto es, “si no estás predestinado, obra como para que lo
estés”; o el terrible imperativo paulino que confirmaría, para cierta izquierda
buenista, el carácter cavernario de la ética católica: “quien no trabaja, que
no coma”… Finalmente, no quiero acabar sin recoger la idea alrededor de la cual
se articula todo el edificio de la ética calvinista del capitalismo: la determinada forma a la cual se acogió el
ascetismo profano de los bautizantes, en especial los cuáqueros, en el
ejercicio de un sustancial fundamento de la ética capitalista, que responde a
la frase: honesty is the best policy,
usada por Franklin en su clásica expresión en el tratado al que nos referimos
con anterioridad. Y parte esencial en esa honestidad la tiene, como recoge
Weber el principio goethiano de que el
individuo en acción es desleal; únicamente tiene conciencia el contemplativo. Es
evidente que en estas pocas líneas no cabe, ni por asomo, un resumen
clarificador de los importantes temas que debate Weber en su ensayo, que es un
análisis pormenorizado, además, de los textos canónicos de los movimientos
pietistas reformistas y de las principales corrientes surgidas en su seno:
puritanos, metodistas, cuáqueros, etc., y que al lector formado en el seno de
una tradición católica pueden resultarles muy alejados, pero siempre
interesantes, porque del estudio de esas tradiciones se entiende la manera como
unas y otras culturas se han enfrentado a la creación de la riqueza, a la
responsabilidad individual, al reparto social de los bienes, a la vivencia de
la religión, etc. Está claro que, al margen de una lectura completa de la obra,
el libro de Weber es un libro de consulta, porque sobre ciertos capítulos hay
que volver con mayor detenimiento cuando otras lecturas nos acaben empujando a
ello, para poder entender cabalmente las implicaciones que esos movimientos
religiosos protestantes tuvieron en la manera moderna de entender el
capitalismo. De modo crudamente sintético, como lo expone Weber: El Dios del Nuevo Testamento fue siempre el
que predominó en Lutero, puesto que a cada paso eludió la reflexión acerca de
lo metafísico, considerándola infructuosa y arriesgada. Por lo que respecta a
Calvino, la Divinidad trascendente triunfó en él, siendo mucho el poder que
alcanzó sobre la vida. Pero esta idea no fue posible que se sostuviera en el
desarrollo popular calvinista. En vez de ser el Padre celestial del Nuevo
Testamento, fue el Jehová del Antiguo quien se situó en su lugar.