Habrá lectores que piensen que el título de este blog no responde a la realidad, que un diario poco o nada tiene que ver con las quizás ya excesivas recensiones de lecturas que dominan en éste, pero se equivocan. Si en un diario se refleja la vida íntima de quien lo lleva, ¿cómo no dejar constancia crítica entusiasta, tibia o decepcionada de lo que tanto significan en la vida íntima de este Artista Desencajado sus lecturas, por amor a las cuales se ha considerado siempre un intelector, y jamás un intelectual? Es evidente que la especialización de las palabras casi obliga a reservar “diario” para la vida íntima y fuerza a usar “dietario” para la transcripción del mundo intelector de quien quiere compartir con los demás los frutos de sus desvelos, pero esa escisión siempre me ha parecido artificial y, de hecho, buen número de dietaristas acaba endilgándole al lector highlights de su biografía, vengan o no a cuento. Quien lee como respira es justo que haga un esfuerzo para comunicar a la comunidad de lectores interesados en estas cosas su experiencia vital. No ignoro lo pesado que puede llegar a ser que nos hablen, con mayor o menor gracia, de obras a las que no nos hemos acercado nunca o de obras que ya tenemos en la región hipotalámica del olvido, pero no se aparta de mí el recuerdo reconfortante de las amistades cuyas sugerencias lectoras y críticas volanderas tanto contribuyeron a mi siempre defectuosa información y formación. A veces la lectura es un discreto suicidio o apartamiento del flujo vital en el que se ha de convivir con tantísima necedad que, querámoslo o no, nos acaba salpicando; y otras un muro tras el que nos ocultamos para que no nos confundan. La creación de heterónimos puede parecer otra manera de protección, pero puedo asegurar, con inequívoco conocimiento de causa, que no es sino fuente de íntimos conflictos de difícil solución, sobre todo si estos están presididos por el sentido del humor más negro imaginable.
Hallé este “libro” de Roth
, una de esas creaciones antigenéricas que desafían la clasificación decimal, en
una librería anarquista, sin que de su edición me hubiera llegado noticia por
fuente alguna, aunque soy poco amigo de las novedades y sí de las vejedades que adquieren pátina de ácaros
en las librerías de viejo, seminuevo y nuevo, que de todo ello parece que estén
obligadas todas ellas a tener a la venta para poder sobrevivir. La editorial,
Capitán Swing, me era desconocida, aunque ahora sé de su predilección por la
temática sociológica y política y el esfuerzo poderoso por poner ciertas obras
clásicas y editorialmente ruinosas a nuestro alcance. Lo adquirí enseguida,
acríticamente, porque cualquier cosa de Roth tiene un hueco en mi biblioteca.
Otra cosa es que este desahogo más o menos retórico tenga el mismo interés que
otras obras suyas, sobre todo cuando, ya en las postrimerías de su vida, y
sujeto a un alto grado de alcoholización, se advierte, apenas se empieza a
leer, que su nervio imaginativo, siempre rápido para captar la imagen que
retrata una situación un personaje o una tendencia social, anda de capa caída.
Hay en el libro, con todo, tan buenas imaginaciones y argumentaciones que sería
un pecado de arrogancia despacharlo con un exceso de piedad o una
incomprensible indiferencia. El prólogo de Ignacio Vidal-Folch, que no se mete
en dibujos teóricos ni retóricos, sino que tiene el buen gusto de conjugar la
información con un fino análisis psicológico y político de Roth, es
imprescindible como introducción al autor, aunque ya se le haya leído. Acertada
es la radiografía moral que establece del autor, un ser complejo que vivió una
realidad en permanente cambio que él padeció como un desposeimiento que le
condujo a la enajenación, precedida por la esquizofrenia de su mujer, que hubo
de ser internada: En determinadas
circunstancias la sensatez es revolucionaria: Roth aspiraba a dialogar, a
influir, a convencer a lectores de Ostara, la revista que formó a Hitler y que
predicaba la lucha de la raza rubia y heroica contra la de los simios
sodomitas hasta llegar al cuchillo de la castración. Predicar la tolerancia y
el amor universal en una sociedad volcada al odio y la guerra es también ser
intempestivo, y quizá por eso Roth adoptó el tono solemne de este singular
ensayo . Evocar la figura de este santo bebedor en París pergeñando este
grito de denuncia contra la banalización del mal, un proceso que le granjeó a
Arendt tantos sinsabores, nos muestra la imagen de una Europa sumida, por obra
y desgracias del fascismo en la peor de sus caras posibles. Suscita compasión la
figura del autor, un ser huésped de
hoteles, un hombre en tránsito, un desplazado, como muchos de sus personajes,
según lo define con acierto Vidal-Folch, pero al lector contemporáneo no le son
ajenos los temores del autor, ni la raíz ética y liberal de su pensamiento; antes
al contrario, quienes busquen en El Anticristo el fino humor irónico, y a veces
sarcástico, del reputado articulista, no lo hallarán como él solía ser, porque,
al borde de la desesperación, del último fracaso, nos llega su voz con los
desgarros trágicos que llevaron a uno de sus "iguales", a Zweig, al suicidio. Sin
embargo, la obra está llena, de principio a fin, de felices invenciones sobre
las que conviene reparar. El libro se presenta como un intento de
desenmascaramiento del Anticristo, que ya ha hecho acto de presencia entre
nosotros, pero al que nos cuesta identificar porque: se nos presenta con el ropaje del pequeño burgués, con el ropaje del
pequeño burgués de cada país (…) equipado con todos los atributos del temor a
Dios propios del pequeño burgués, con su piedad bajuna, con su vulgar avaricia
de apariencia inocua y su espléndido amor, de talante incluso noble, hacia
determinados ideales de la humanidad, como, por ejemplo, la fidelidad hasta la
muerte, el amor a la patria, la disposición heroica para el sacrificio en bien
de todos, la castidad y la virtud, la veneración hacia el legado de nuestros
padres y del pasado…, algo que, con inquietantes augurios, hemos podido
volver a contemplar en el auge de ciertos nacionalismos ultraderechistas en
muchas partes de Europa, como si nada hubiéramos aprendido de las tragedias que
devastaron nuestro continente. Con
paso titubeante, pero firmeza condenatoria, Roth pasa revista a nuestros días
de entonces y nos describe una sociedad “desalmada” que se mira en el espejo
que mejor la retrata: el cine. ¡Qué
poderosa imagen sobre la capacidad alienadora del joven nuevo arte, la que
levanta ante los ojos del lector, como un espejismo sólido, la ácida pluma de
Roth! A sus ojos, algo achispados, pero de aguda mirada, el cine, o mejor, la
industria cinematográfica, es un Hades
que no sólo envía sus sombras al mundo exterior sino que hace también de los
vivos del mundo exterior, que no venden sus sombras, dobles de las sombras del
Hades. Eso es Hollywood. A su entender, y la teoría de los simulacros del
ingenioso Baudrillard parece fundamentarse en estas ideas de Roth, los
jóvenes vivientes de todo el mundo que ven estas sombras adoptan el porte, la
expresión, la figura y la actitud de las mismas. Ésa es la razón de que
encontremos a veces en las calles a hombres y mujeres, a personas vivas, que no
son ni siquiera dobles de sus sombras, como los actores de cine, sino aún
menos: dobles de sombras ajenas. Un proceso que culmina en la
identificación de la Caína con Hollywood: El
mundo antiguo conoció el Hades, el lugar de la estancia de los muertos
convertidos en sombras. El mundo en que vivimos conoce el Hades de los vivos,
es decir, el cine. Hollywood es el Hades moderno. Allí las sombras adquieren la
inmortalidad ya en vida.
En sus últimos años, el
conocimiento que Roth tiene de la especie humana, forjado en el contacto con la
vida a través de su actividad de cronista del presente y, por otro lado, en la
frecuentación de la mejor literatura, la que no admite fronteras nacionales ni
continentales, en la que han de incluirse obras suyas como Job o La marcha Radetzky le
lleva a una amarga concepción desesperanzada de la existencia humana: Todos los animales de la creación temen al
hombre. Pero hoy en día, el hombre teme al hombre más aún que todos los
animales de la creación. Pues el hombre conoce el terror hacia sus semejantes
mejor que las fieras. Con todo, Roth sabe que hay mucho de artificial en
esos enfrentamientos entre las personas y los pueblos, porque, como nos dice
con singularidad claridad, y oportunidad histórica para nuestro propio presente
híbrido de hybris identitaria y
ebriedad patriótica, considero raros,
pero también comprensibles por igual, a todos los pueblos del mundo. Mantengo
absolutamente la opinión de que los seres humanos son, ante todo, seres
humanos. Y mientras no se diga en todo el mundo, en todas las lenguas de esta
tierra, la verdad indiscutible de que todos los seres humanos se parecen entre
sí más de lo que se diferencian, considero un pecado dar a conocer las
diferencias entre los distintos pueblos antes que sus semejanzas y su igualdad.
Fiel a su ácido espíritu
crítico, Joseph Roth, cuya tradición hermenéutica pasa por la decodificación
exacta de las mixtificaciones del lenguaje autoritario y de cualquier uso
tergiversador del mismo, se despacha a gusto contra el neolenguaje avant la lettre que alcanzó su máxima expresión
en la recreación que hizo el nazismo del fondo común de la lengua, según dejó
estudiado Víctor Klemperer en La lengua del Tercer Reich. Roth, por ejemplo,
toma como pretexto de su disquisición la célebre expresión de la religión como
opio del pueblo: “La religión es el opio
del pueblo” ¡Vaya frase! Necia, como todas las que tienen la fuera de seducir
los oídos de la gente a la manera de una melodía pegadiza. Y tan alejada de la
sabiduría como una música callejera. Se le podría dar la vuelta como se puede cantar
cualquier canción callejera de atrás hacia adelante sin alterar su sentido
musical. En esa frase, las palabras no tienen su significado original sino otro
traslaticio. Igual que los sonidos de una canción de moda. Podríamos cambiar el
sentido de esta frase por su contrario y sonaría igual de halagadora para un
oído frívolo. Podríamos decir, por ejemplo: la incredulidad es el opio del
pueblo. O, en función de los gustos: el opio es la religión de los ricos; o
también: los ricos son el opio de la religión; o igualmente: los poderosos –es
decir, los poderosos del momento, y no la religión– son el opio del pueblo.
¿Palabras de un filósofo? ¡En absoluto! El sonsonete de un parlamentario, ¡eso
es lo que son! Lástima que sus escasas fuerzas dialécticas, en esos sus
últimos días de residencia en la Tierra, no le permitieran explayarse sobre
otra frase tan necia como la anterior y de inusitada actualidad en nuestro
país: Una frase, tan necia como aquella
que dice que la religión es el opio el pueblo. Me refiero a la frase: “La
educación es poder”.
El libro no se agota en lo
reseñado por mí, como es obvio, sino que alberga reflexiones de profundo interés
que se ofrecen al lector a modo de pesquisa policíaca que le sigue la pista a
la presencia del Anticristo en nuestras sociedades. Al hilo de la investigación,
Roth describe costumbres, espacios, propósitos y despropósitos de las personas
con su penetrante agudeza. No voy a olvidar nunca la delicada percepción suya
de que en las casas fabricadas con cristal y metal, no necesariamente
rascacielos, pero también: no hay
silencio y soledad. En ellas hace ruido incluso esa cosa muda que es la luz.
Nada puedo añadir tras ese
estallido de sensibilidad que no acabe convertido en horrísona y estentórea
agresión. Silencio.
Admirable recensión.
ResponderEliminarA mi gusto, reestructuro, añado, sintetizo y comparto.
Todos somos huéspedes de esta Tierra, hombres en tránsito hacia el olvido, desplazados del pasado y del presente, comediantes y títeres de la existencia... Los seres humanos de distintas razas y credos se parecen entre sí mucho más de lo que se diferencian; mientras no se entienda bien todo esto no podrán cesar los conflictos.
El mundo antiguo conoció el Hades, el lugar de la estancia de los muertos convertidos en sombras. El mundo de hoy conoce el Hades de los vivos.., ese Hades moderno del cine y televisión donde los actores son sombras de los personajes que interpretan... Y los espectadores, emulando a sus ídolos, son meras sombras de otras sombras...
La lengua del Tercer Reich, la lengua de la política de hoy, de frases engañosas y lapidarias...
“La religión es el opio del pueblo” ¡Vaya frase! Necia, como todas las que tienen la fuerza de seducir los oídos de la gente a la manera de una melodía pegadiza. ...Podríamos cambiar el sentido de esta frase por su contrario y sonaría igual de halagadora para un oído frívolo. Podríamos decir, por ejemplo: la incredulidad es el opio del pueblo. O, en función de los gustos: el opio es la religión de los ricos; o también: los ricos son el opio de la religión; o igualmente: los poderosos son el opio del pueblo. ¿Palabras sabias? ¡En absoluto! El sonsonete de un parlamentario, ¡eso es lo que son!
Tampoco voy a olvidar nunca la delicada percepción suya al recoger esta frase en su brillante bitácora (sobre nuestras casas colmenas): No hay silencio y soledad. En ellas hace ruido incluso esa cosa muda que es la luz.
Gracias