25 de noviembre de 2...
Monstruo barroco soy, como el viejo-niño. Pasada con creces la cincuentena, ¡qué adolescencia más granujienta que la de estas líneas henchidas de rencor y altivez! Ajadita ya la carcasa y averiadas las vísceras, qué estampa tan ridícula compone mi peregrina soberbia. Aficionada mi vanidad a las varas de medir, ¡con qué gruesa palmeta de brezo me ha castigado siempre el destino o, con mayor propiedad, los destinatarios de mis ficciones impúblicas! ¡Y con qué verde junco ha acariciado a otros!
No se me cae de ante los ojos lectores la parcialidad iletrada de Fortuna. Es cosa, lo sé, de capítulo o de epígrafe, de itálicas o bastardillas, ¡afortunadamente! ¡Suerte de la rueda que todo lo trueca! Ahora anda encumbrado MVM y, de aquí a bien poco, cuando el aire de la crítica se serene y se vista de la luz no usada de la ecuanimidad, además del rigor imprescindible, ¿en qué quedará el buen gacetillero fogonero? Si Blasco Ibáñez apenas merece tres renglones en cualquier historia de la literatura que se precie, cuántos le reserva el destino a MVM. Búsquesele en los anales periodísticos, donde algún nicho se le abrirá; pero nunca donde los literatos, y menos donde los cantantes..., aunque tal vez sí en los templos de las artes cisorias...
No es pose pubescente, sino auténtico poso reposado y contrastado con el inapelable dictamen de lo falsado: ¡no hay quien se lo trague, a ese redactor archiprotoplano y topicante, autoridad desatenta y fabulador de vía estrecha! ¡Cuántos funcionarios de la pluma se hinchan a cobrar trienios y pluses varios con la complacencia de los jefecillos de negociado atentos al roce del que, en vez de cultura les llueve la caspa sobre las solapas abiertas!
Es la edición impresa, sin duda, como imaginó Pedro de Espinosa (¿o no era él y cito para que me embista el toro del ridículo?) su obra: Jardín cerrado para muchos y abierto para pocos. Pero aún necesitaría otra vida para entender las sinrazones de quienes administran la gloriecilla efímera, ¡pero tan dulce, ay!, de la publicación.
Quien fui se ríe de mí como un jayán y se llora, aunque lo esconda, la sequedad inhóspita de su presente. Sigo sin dejarme, por si le interesa. Que no cuente conmigo. Yo a lo mío, al quejío, al desgarro, aunque desbarro en frío... Se me tiene que notar el temple desvaído del afiebrado, estoy seguro..., el vaivén del disparate al absurdo.