1 de octubre de 2...
Octubre es el mes más largo del año, cuando se trabaja en el esquileo. Es el tiempo apropiado para la suma de depresiones, porque apenas se cabe en la dehesa y el ganado se alborota con la desesperación de la falta de luces. Las tardes se estrechan hasta desaparecer y las mañanas..., las mañanas nunca tienen algo de mañana, sino todo de ayer, de un ayer revenido, desabrido y hasta mohoso. Debería decir, pues, que es mi mes, que tengo el mes, pero hay una diferencia insalvable entre aquellas bestias pastoreadas y yo: ¡la ignorancia enciclopédica! No es señal distintiva de los necios, que propiamente deberían llamarse nescios, sino de los antiguos dehesanos reconvertidos -hoy, ¡ay!, ya recalvastros-, en rabadanes misántropos e iluminados por las ensoñaciones de la soledad más alta.
Hay ciertas seguridades, incluso en el menosprecio de uno mismo, que sólo pueden provenir de la devoración compulsiva del saber libresco, de esos empachos que acaban destrozando el estómago, la sensibilidad y dejan su huella perenne en la expresión pretenciosa, altanera, pedantona, bronca, agria y transversal, como la presente. ¡Sirva de ejemplo, pues, a malditos extraviados o descarriados, traviatenses! Evitad extraer del arca el buen paño, pues, como los fantasmas al contacto con el sol del mediodía, se convierten, los esmerados tejidos, en polvillo de urna funeraria volcada tópicamente sobre las olas del mar en el más cursilíneo de los homenajes agnósticos. Lo propio de este mes en este archivo es desoír las algarabías enjauladas y seguir, con el escoplo afilado, extrayendo del voluminoso esputo solemne lo más parecido al busto solemne de la necedad doliente.
Si los suplementos literarios son mera publicidad, sin la imaginación de los publicistas profesionales, cuyos derroches de imaginación dadaísta alegran la contemplación de cualquier periódico o revista, los programas literarios televisivos caen ya, de lleno, en el apartado de la teratología. Los ribetes de riada de la estupidez se perfilan con mayor nitidez, sin embargo, cuando los o las escritoras deciden aceptar aparecer en programas ajenos a su gueto, donde, al menos, está homogeneizada la estupidez.
La contemplación de la plagiaria Etxebarria en un programa desconocido tuvo la virtud de confirmarme mis certezas sobre la deriva folclórica de la edición en el país de Larra. La imaginé al lado de la “eterna promesa balcellesca”, Javier García Sánchez, y supuse que, si aparecía de repente, como “colaboración especial” que ponen en los títulos de crédito de las películas, Jesús Ferrero, exautor de Bélver-Yin, sólo hubiera faltado entonces el palmero coro lolailo anagramesco Puértolasmataspisón para convertir la aparición en una experiencia extática impagable.
La iluminación del aburrimiento/aborrecimiento hubiera sido de tal magnitud que difícilmente me hubiera podido recuperar para seguir con estas varapalos a quien vive podridito de envidia y hastiado de vergüenza ajena de los citados y de otros por citar. Es la doble condición del genio: capaz de despreciar cuanto haya a su alrededor y cuanto haya en su interior.
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