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Aún recuerdo el día en que me acerqué al veterano editor que, tras explicarle por teléfono la obra, dadc, me animó a ir deprisa y corriendo a llevarle el manuscrito. Comprobó que eran dos tomazos de 350 páginas cada uno y, aflojándose el nudo de la corbata y sin siquiera haber leído ni una frase, se descolgó con un asfixiado: “¡pero esto no es comercial!” Debería habérmelos llevado en ese preciso instante, pero la fe en el azar me hizo dejarlos para que adquirieran la brillante pátina de mis patinazos editoriales antes de recogerlos, en este caso particular -¡y general!- seis meses después.
La existencia de Internet me ha permitido multiplicar los envíos sin que ese capítulo se me coma buena parte de mis modestos ingresos. ¡Menuda tristeza económica la mía cuando la amable empleada de Correos me dijo que enviar Aldvte a Venezuela, para un concurso, costaba la friolera de 60 euros! No tengo tiempo para seguir aquí. Que le den por saco a mis miserias. El calor agota, cuando llega de golpe. Y la alergia colinérgica me acaba de dejar los brazos con más bubas que un leproso. Hasta otro día.
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ResponderEliminarMe sigues pareciendo muy ameno, ingenioso, simpático y, debo confesártelo, muy bueno (por supuesto no soy juez de absolutament nada, simplemente expreso el sentimiento que me produce tu decir)... Difícil el mundo del reconocimiento y la edición... La mayoría de los escritores excelentes, desgraciadamente para ti, nacen póstumos.
ResponderEliminarEspero que la aparición fantasmagórica de mi librito de aforismos sirva, al menos, para "conjurar" esa *postumidad que deseo lejana, muy lejana... (Yo amenazo a mis hijos con que tengo un contrato hasta los 113...)
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