Un libro de respuestas que te enseñan a formular las preguntas: un compendio del saber tradicional y cultural de la China.
De bien mozo, allá por los veinte, quise leer el entonces llamado I Ching, ahora Yijing (del mismo modo que el tradicional Mao-Tse-Tung se nos convirtió en Mao Zedong…), y algo, ignoro el qué, me detuvo. ¿Por qué la intuición tan a menudo sabe más de nosotros que nosotros mismos? De haberlo abierto entonces y haberme aplicado a su lectura, dadas mis seculares lagunas, hubiera salido bien escaldado y acaso renunciando a una lectura que ahora, medio siglo más tarde, se ha convertido en uno de los mayores placeres de mi vida. En parte ello se debe a que la edición de Atalanta (2019) traducida y anotada por Jordi Vilà, que incluye los comentarios de Wang Bi, en traducción y notas de Albert Galvany, no solo es la traducción de un libro y de uno de sus principales comentaristas, sino un auténtico tratado de sinología, en la medida en que la creación del Yijing se remonta a nada menos que a once siglos antes de Cristo, esto es, casi seis siglos anterior a la fijación del canon bíblico judío. A través de las precisas anotaciones de los autores no solo entramos en interesantes disquisiciones etimológicas, sino en la Historia de China y, fundamentalmente, en sus supersticiones, sus creencias y sus dos filosofías básicas: La de Confucio, que no escribió una sola línea, y la de Laozi, autor del inmortal Daodejing (tradicionalmente Tao Te King). Ambos fueron lectores del Yijing y ambos, con sus doctrinas, influyeron en él y, por supuesto, en Wang Bi, cuya prematura muerte a los 24 años nos privó, sin duda de una obra que acaso pudiera ser comparada con la de sus dos referentes. De hecho, su lectura y comentarios del Yijing suponen un antes y un después, porque a partir de él el Yijing deja de ser un «mero» manual adivinatorio y se convierte en la representación del universo en su totalidad y unidad. Wang Bi supone una síntesis del «retorno a la naturaleza» de Laozi y el ideal social y administrativo de Confucio. Y esa es la lectura filosófica que, antes de Wang Bi, hicieron Confucio y Laozi —se cuenta de Confucio que en los últimos años de su vida dedicaba largas horas a la lectura del Yijing—, y, tras él, todos nosotros. Porque el Libro de los Cambios, desde la perspectiva occidental, es un auténtico manual de la sabiduría tradicional china, reinterpretado por mentes tan poderosas como las de los tres pensadores citados.
Aunque los
trigramas y la adivinación a través de las piedras, de los huesos y del vientre
de las tortugas forma parte de la historia ancestral del pueblo Chino, será en
la transición de la dinastía Shang a la Zhou cuando el rey Ji Chang, tras
largos años de meditación, fija el canon de los 64 hexagramas que ha
permanecido hasta nuestros días. El último rey de la dinastía Shang, Di Shing
fue un monarca depravado que asesinó a uno de sus hermanos y respetó al otro
porque se hizo el loco, lo que le garantizaba la inmunidad. Ji Shang, monarca
de los Zhou, un rey bondadoso y justo, casado con tres hermanas de Di Shing,
suscitó los celos de Di Shing, quien lo capturó y encerró en una cueva durante
muchos años. Fue Ji Shang quien creó la superposición de los trigramas
tradicionales, heredados del mitológico Fu Xi, creando el hexagrama, lo que potenciaba
su capacidad predictiva. Añadió los «dictámenes» y conformó el libro casi como
ahora nosotros lo conocemos. Cuando la dinastía Zhou se hizo con el poder, Ji
Shang fue convertido poco menos que en un héroe nacional , ejemplo de
moralidad, y recibió el sobrenombre de «Rey Civilizador». En los años finales
de la dinastía Zhou, hacia el 770 a.C., el Libro de los Cambios fue adoptado
por los nobles, quienes convirtieron el libro en una suerte de manual de
príncipes para educar a sus propios hijos a imitación del junzi, «hijo
del príncipe», el ideal de persona noble. Un género que ve la luz en Europa a
partir del siglo XIII y que tiene en El Príncipe, de Maquiavelo su
culminación.
Gracias al hecho de tratarse de un manual
de adivinación, podemos leer y aprender hoy del Jiying, porque se salvó
de la brutal quema de libros y exterminio de intelectuales dictada por Qinshi Huangdi el primer emperador de la China
unificada, a quien hoy se conoce más por los guerreros de terracota que fueron
enterrados con él, y que han despertado la admiración universal, tanto como el
odio que en vida suscitó su despiadada obra de gobierno. Piénsese que a esos
700 intelectuales exterminados se les enterró vivos, por ejemplo… Qinshi
Huangdi se adelantó lo suyo a Stalin y a los jemeres rojos, sin duda.
Fu Xi, el
mitológico padre de la civilización china fue el descubridor de los ocho
trigramas sobre los que se edificará el Yijing. Atribuyendo a las líneas
de los mismos los valores Yin y Yang, si estas son continuas o
partidas, estableció las propiedades de los trigramas, dotando a cada uno de
ellos de un nombre, un significado, un
atributo, un símbolo y un parentesco. Los populares principios yin y yang
no han de entenderse como fuerzas primarias, sino como un sistema
clasificatorio. Etimológicamente, los conceptos yin y yang se
referían a las laderas sombrías o iluminadas de una montaña. Tampoco han de
entenderse como fuerzas opuestas, sino, en todo caso, complementarias.
En el largo proceso de construcción del Yijing,
sus variados autores quisieron destacar sobre todo que en la descripción de los
fenómenos lo único permanente es el cambio, la transformación la evolución.
Bien podríamos que el concepto de fluidez y de cambio es el fundamento del Yijing,
como si nos metiéramos en el rio heraclitiano en el que es imposible bañarse
dos veces en él. De ahí su nombre: Libro de los Cambios. Se trata de una
concepción filosófica alejada de esas verdades inmutables que ha buscado
siempre la civilización occidental. La única seguridad oriental es que todo es
mudable, y en ella se acerca, en parte, a la concepción mitológica de la Rueda
de la Fortuna, que «nunca pudo estar quieta», como dice nuestro Romancero, y
nos muda de estado cada vez que gira.
De Fu Xi nos
queda, básicamente, la conocida como «secuencia de Fu Xi»: los ocho trigramas
se disponen en forma circular en el orden contrario a las agujas del reloj, con
el trigrama Quian en la parte superior
El contenido
del Yijing tiene en cuenta tres ámbitos distintos y complementarios que vienen
a totalizar la realidad: El Libro de los Cambios contiene el Dao del
cielo, el Dao de la Humanidad y el Dao de la tierra. Sobre nuestra relación con todos ellos el Yijing
nos da una respuesta si la pregunta es acertada. Desde antiguo se avisaba ya
que no acreditaba ni saber ni prudencia consultar con frecuencia el Yijing, el
cual se había de reservar para los momentos auténticamente trascendentales en
nuestra vida.
El método de adivinación
definitivo fue fijado por Zhu Xi (1130-1200), el filósofo chino más destacado después
de Confucio, quien lo cifró en uno de los dos libros que escribió sobre el
Yijing: Yixue Qimeng («Iniciación
al Estudio del Libro de los Cambios»), un manual en el que se detalla el
proceso de adivinación.
Originalmente
se usaban tallos de milenrama (perejil silvestre), una suerte adivinatoria
relativamente complicada, que no taró en cohabitar con otra más simple: el uso
de tres monedas a cuyas «cara y cruz», una representando el yin y la
otra el yang, se les atribuía un valor 2, al yin, y un valor 3, al yang.
Se lanzaban las tres monedas tantas veces como líneas tiene el hexagrama, y se
va perfilando el valor de cada línea, que solo pueden ser 6, 7, 8 y 9, con lo
que identificamos la condición de cada línea y obtenemos el hexagrama
resultante que nos llevará al texto para hacer la consulta.
La consulta al Libro
de los Cambios no es tarea sencilla, porque, como se advierte en su texto, el
hecho de que los cuatro valores numéricos resultantes de lanzar al azar las
monedas aparezcan en una de las seis posiciones del hexagrama implica una
predicción que modifica, hasta cierto punto, el valor propio del hexagrama al
que la suerte nos haya llevado. El trigrama inferior, que está en la base del «edificio»
hexagramático, se relaciona con las experiencias del pasado y destaca los
aspectos subjetivos de la situación; el trigrama superior, por su parte, se
asocia con el futuro, o mejor dicho, con la transición de presente hacia el
futuro y se manifiestan en él los aspectos objetivos del asunto. Por otro lado,
los hexagramas tienes hexagramas opuestos que conviene consultar también para «afinar»
la predicción.
La lectura de
los 64 hexagramas, como ya he dicho, supone una inmersión absoluta en un mundo
conceptual que no resulta bastante alejado, y, a mi modo de ver, mucho más
complejo que el de los antiguos oráculos griegos y latinos. Las pitias y las
sibilas pueden considerarse modestas aprendices respecto de la explicación total
que signnifica el Libro de los Cambios. Está claro que una lectura
cronológica del mismo nos permite descubrir consejos sorprendentes y
afirmaciones que nos desconciertan, pero no se trata de un libro que admita ese
modo de leer, pues su carácter de manual adivinatorio exige que se lancen las
monedas y que seamos guiados hacia un hexagrama de los 64 que tenemos a nuestra
disposición para sacar en claro una guía o una ayuda que nos permita guiar
nuestra conducta conforme a esa idea fundamental de que todo está sujeto al
cambio permanente. Yo lo he leído de corrido y he gastado las minas
correspondientes para los constantes subrayados a que la lectura obliga.
Después hice una consulta práctica y debo reconocer que, en efecto, el Yijing
me enseñó que la sutileza de la pregunta es incluso más importante que la
revelación del libro. De antiguo quedaban proscritas cualesquiera preguntas que
exigieran un no o un sí como respuesta. El Yijing no es un manual de respuestas
prácticas, sino un ayuda eficaz para «afinar» nuestra visión de la realidad y,
por supuesto, de nuestra propio destino. Wang Bi lo deja meridianamente claro
en sus comentarios al texto: No existe nada que sea aberrante, pues
necesariamente todas las cosas obedecen a su razón interna. Así, las cosas son
complejas, pero no caóticas; múltiples, mas no confusas. A lo largo de sus
comentarios recibimos una iluminación que nos ayuda a entender el valor del
Yijing: ¿Qué es la transformación? —nos alecciona— Es aquello que
surge de la interacción entre la tendencia innata de las cosas y los estímulos
externos. Y, finalmente, para disuadirnos de ver el Yijing como una
herramienta mecánica de precisión nos dice que ni el cálculo más meticuloso
es capaz de determinar el cómputo numérico [de las tranformaciones], ni el más
inteligente de los sabios es capaz de concertarlas, ni las leyes y las reglas
pueden dar cuenta de ellas, ni las mediciones pueden calibrarlas. No obstante,
el estudio del Yijing tiene una suprema recompensa: Sólo quien comprende las líneas de los
hexagramas es «capaz de complacer los corazones», de «refinar la reflexión», de
percibir las categorías en las disputas y de advertir lo común en la disparidad.
Antes de
concluir con algunos destellos mágicos de los 64 hexagramas que componen el
Yijing, quisiera recordar que la leyenda atribuye la creación de la escritura china a los
trigramas de Fu Xi y, por lo tanto, muy
relacionada con las prácticas adivinatorias practicadas a partir de los signos
que se interpretaban en las rocas, los huesos calcinados o el vientre de las
tortugas, todos ellos relacionados con las rayas en caprichosas disposiciones.
Kun, el principio
pasivo, simboliza la Tierra. Y su imagen nos dice: «Como un saco bien atado.
Sin desgracia, sin elogios.» Si se es precavido, se evitaría una calamidad.
Las notas, siempre tan esclarecedoras, de los autores de la edición, nos
aportan visiones complementarias como la de Laozi: (Cap. V) El Cielo y la
Tierra no son benevolentes, tratan a todos los seres como si fueran perros de
paja.
Meng, ignorancia,
simboliza el Agua y la Montaña. Por lo general, quien no sabe trata de
preguntar a quien sabe, y quien sabe no busca una respuesta. El turbado busca
la lucidez, pero quien ya es lúcido no persigue la turbación. La imagen
principal dice: Bajo la montaña brota una fuente: tiempo de ignorancia. Se
ignora hacia dónde fluye; ésa es la imagen de la ignorancia.
Las diferentes notas de la edición
constituyen, en muchos casos, una oportuna explicación de su contenido, y
escojo una de ellas para que sea vea cómo la lectura del libros supone una
excelente inmersión en la cultura china:
Li
she da chuan, «será favorable cruzar el gran río». Frase emblemática del Libro
de los Cambios, que aparece once veces en el texto. […] El sentido de esta
frase sería parecido al coloquialismo «mojarse», que se refiere a tomar una
decisión en la que no existirá la vuelta atrás, a decantarse por una opción y
seguirla hasta el final. […] Quizás el origen de la frase venga del miedo a
cruzar el Río Amarillo o de la expedición militar que lo cruzó al mando del rey
Zhou para acabar con el último rey de la dinastía Shang.
De igual manera, otras escarban en la
etimología para que apreciemos la creación de significados en el corpus léxico
chino:
El término chino que se utiliza para
designar el matrimonio de una mujer significa «retornar», «volver» (gui),
puesto que tradicionalmente se consideraba que la familia de su futuro marido
era, en realidad, su verdadera familia.
Tai, paz, simboliza el
Cielo y la Tierra. Nueve en tercer lugar: No hay llanura sin desniveles; no
hay ida sin regreso. Usar el oráculo en las situaciones difíciles no acarreará
ninguna desgracia. No hay que preocuparse por la propia sinceridad, y se
hallará felicidad en el salario asignado. [Wang Bi: Quien sea sincero,
justo y leal no debe apenarse por su sinceridad y hallará su propia
iluminación.]
Guan, contemplar, simboliza la Tierra y el
Viento. El dictamen explica: [Wang Bi]: El Dao de la contemplación se
despliega, no ya castigando e imponiendo el control sobre los otros, sino
provocando su transformación. Lo divino carece de forma. La nota
ilustrativa nos señala uno de los principios básicos del pensamiento chino y
oriental, por extensión: Wang Bi alude aquí a una idea recurrente en la
literatura filosófica de la China antigua, especialmente en los textos
adscritos al taoísmo y a la estrategia militar, según la cual la dimensión de
lo invisible, de la ausencia, wu, prevalece y predomina sobre la
dimensión de lo tangible, lo visible, you. […] A lo que tiene forma es
posible adecuarse de algún modo. Por esa razón, el sabio oculta su forma en la
nada y deja su mente errando en el vacío. Una barrera puede impedir el paso del
viento y del agua, mas no el del frío y el calor, pues estos carecen de forma;
pueden penetrar lo más sólido. De forma complementaria, llama la atencion la aclaración
etimológica que nos remite al búho de Minerva: En el Yijing, el
significado del carácter guan suele ser «observar, contemplar». Sin
embargo, en las inscripciones oraculares suele indicar algún tipo de pájaro,
quizás una cigüeña o un búho.
La composición del Yijing no se redujo solamente a los hexagramas, los dictámenes y el significado de la imagen y de los valores de las suertes en cada línea del hexagrama. Con el tiempo se le añadieron unos comentarios, usualmente encabezados por la expresión «El Maestro dice», que supuestamente hace alusión a Confucio, que se llamaron las Diez Alas. En ella se complementa de una manera discursiva los enigmáticos enunciados del manual adivinatorio. Leamos un fragmento de la Sexta Ala, como ejemplo:El Maestro ha dicho: El hombre vulgar no se siente avergonzado por actuar sin benevolencia, ni siente miedo de actuar sin equidad Si no ve beneficio, no actçua en absoluto. Si no es por la fuerza, no se muestra disciplinado. Si en asuntos menores se le disciplina [por la fuerza], en asuntos de gran importancia se mostrará precavido. Esa es la suerte del hombre vulgar: El Libro de los Cambios dice: Con los pies engrilletados, sus dedos quedan cubiertos. No habrá desgracia alguna. He aquí la explicación [...] Si la bondad no se cultiva, no habrá la suficiente como para proporcion arle a alguien un buen nombre. Si el mal no se cultiva, no habrá el suficiente como para arruinarle a alguien la vida. El hombre vulgar cree que una pequeña cantidad de bondad no aporta ningún beneficio y, por lo tanto, no la pone en práctica; tambiçen supone que una pequeña cantidad de maldad no le va a perjudicar y, por lo tanto, no la evita. Por eso, si se acumula el mal, llega un momento en que ya no se lo puede seguir ocultando, y los crçimenes llegan a ser tan grandes que ya no se pueden seguir perdonando.
En términos generales, hay dos ideas que se consolidan en la reinterpretación constante del Yijing y que Wang Bi señala con meridiana claridad: El noble obtiene la virtud mediante la acción civilizadora y la ilustración y Utilizar la mente de modo parcial y estrecho constituye el dao de la vergüenza y la humillación. Estamos, pues, ante un tratado de moral muy ajustado a principios fundamentales que se cifran en dos concepciones que los autores del libro explican con tanta claridad que intentar una paráfrasis me temo que no conseguiría sino emborronar el razonamiento: «Se requiere un fundamento, un principio originario, un patrón básico. Este principio recibe el nombre de wu (ausencia, no-ser) en el comentario que Wang Bi dedica al Laozi y li (razón interna) en su trabajo exegético del Yijing. Mientras que el término wu designa ante todo una noción de naturaleza ontológica, el termino li indica, por el contrario, un principio heurístico: representa «aquello por lo cual» o «aquello gracias a lo cual» cada ser es lo que es y se comporta de acuerdo con su naturaleza. El li desempeña un papel fundamental en el comentario de Wang Bi al Yijing en tanto que principio de inteligibilidad de las mutaciones, pues, en opinión de Wang Bi, existe una estructura subyacente, es decir, una forma de orden en el seno mismo de la infinita particularidad o incluso del orden. De ahí que en la primera sección de sus observaciones generales sostenga: No existe nada que sea aberrante. Wang Bi trata de demostrar que todo cambio individual tiene lugar en el interior de cierto esquema general: la situación temporal en la cual adviene. En opinión de Wang Bi, el propósito principal para leer y estudiar el Yijing no es otro que abrir el horizonte de la acción humana de modo que uno pueda adaptarse a los cambios adecuadamente».
A pesar de lo
insatisfactorio que me resulta haber de concluir esta cala en el Yijing,
porque lo suyo propio es pormenorizar los contenidos de los 64 hexagramas, permítanme
que lo haga con un hexagrama que tanto echamos de menos, sobre todo en nuestra política:
Qian, modestia,
simboliza la Montaña y la Tierra.El dictamen explica; El Dao del
cielo es vaciar lo que está lleno y beneficiar a los modestos, mientras que el Dao
de la Tierra es transformar lo que ya está lleno y permitir que la modestia
pueda fluir. La imagen dice: «El noble posee la modestia absoluta». Por
ello utiliza la humildad para gobernarse a sí mismo. [Y Wang Bi añade: Gobernar significa cultivarse. Nueve en
tercer lugar: [Wang Bi]: Cultivar la modestia sin descanso: así es como se
obtiene un presagio afortunado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario