martes, 23 de noviembre de 2021

Viña Delmar, una célebre desconocida.


                          


Una novelista, dramaturga y guionista de éxito que merece ser conocida por el público lector y los espectadores: Bad Girl, Cinco mujeres y guiones como Dejad paso al mañana, de Leo McCarey. 

         Desde que vi Dejad paso al mañana, de Leo McCarey, una de las películas más tristes que he visto nunca, y supe que una tal Viña Delmar era la guionista, y que también lo había sido de La pícara puritana, también dirigida por McCarey, me interesé por quién fuera quien, con ese nombre, había escalado, como mujer, a tan ato nivel en un mundo casi acotado a los hombres en esos años. En este caso, la Wikipedia ha sabido beber de las fuentes publicadas al respecto y ha confeccionado una biografía lo suficientemente iluminadora como para tener una idea bastante aproximada de quién fue una autora que, tras casarse a los 18 años, y tras lograr la notoriedad mediante un anuncio de prensa en el que «alquilaba» a su marido…  («Gene is a writer», she said of her husband. «He writes lovely poems to me and wants to write other things. Of course, he couldn’t support us yet on writing»)  para poder financiar la carrera de escritor de él, llegó a la máxima popularidad con la novela Bad Girl, una crónica realista del pequeño mundo de una joven neoyorquina de clase trabajadora que se abre a la experiencia del amor, del matrimonio y de la maternidad, todo ello vivido, y sobre todo narrado, desde la perspectiva de una jovencísima mujer que parece narrar de forma autobiográfica, dadas ciertas similitudes del personaje con la propia autora. Para que entendamos la popularidad de la joven «Lulú» que deslumbró y enfureció a los críticos a partes iguales, con su peinado muy años 20, su vehemencia creativa, corregida y limada por su marido Eugene, con quien colaboró estrechamente en la confección de sus obras, hasta la muerte de este, y su plenitud existencial de mujer fuerte que no rehúye la competición con los hombres, en la adaptación cinematográfica de su obra Sadie Mackee, titulada en español Así ama la mujer,  su nombre figuraba destacado por encima del de la mismísima Joan Crawford. Viña Delmar (nacida Alvina Louise Croter, el apellido Delmar lo tomó del  marido) encarnó en aquellos años el modelo de mujer  flapper por excelencia, esto es, el modelo que encarnó a la perfección la actriz Louise Brooks, a la que Viña Delmar parece imitar. La mujer flapper desafiaba, en cierta manera, los estándares tradicionales y exhibía una independencia de costumbres y pensamiento que chocaba con los usos tradicionales establecidos. La propia novela que la llevó al éxito, Bad Girl, se caracteriza no solo por plantear la sexualidad fuera del matrimonio, sino por mostrar un acalorado y descarnado debate sobre el aborto o la asunción de la maternidad, dada la diferencia de criterios entre ambos esposos al respecto. El proceso del embarazo y el parto ocupa casi un tercio de la novela, y las mujeres de la época, sobre todo las jóvenes, podían ver reflejadas en ella todas esas dudas que cualquier mujer tiene y que, como en la película de Allen sobre el sexo, a veces no se atreven a preguntar para salir de ellas. Desde esta perspectiva, hay algo de documento sociológico en la novela que está muy bien combinado, sin embargo, con la historia sentimental de la pareja, porque, desde que se conocen, en un barco en el que se celebra una fiesta, Dot y Eddie, los únicos protagonistas de la misma, salvo otros personajes auxiliares que sirven para entender su situación y sus reacciones, como, por ejemplo, cuando el hermano de ella la echa de casa porque ha llegado a las tantas y ni se sabe qué haya sido capaz de hacer ni dónde ni con quién, parecen acercarse íntimamente a fuerza de discrepar, pelearse y recelar, sobre todo ella de él. La novela tiene un lenguaje coloquial muy apegado a la calle y en ella se presta especial atención al pequeño mundo de la mujer de la época, desde el vestuario, hasta la alimentación, pasando por los muebles o cualquier menudencia que, sin embargo, puede tener una importancia fundamental desde la perspectiva de la vida cotidiana. A este respecto es muy significativo el seguimiento que se hace en la novela de la convención de las Primarias del Partido Demócrata, sin que a la joven le haya interesado nunca la política, noticias que recibe como si lo fueran de un partido de fútbol en el que uno de los dos equipos haya de imponerse al otro. El enorme éxito de la novela se basó en esa perspectiva tímidamente escandalosa que fue alimentada por la prohibición de la distribución del libro en el Estado de Massachussets. La novela tuvo tanto éxito que parecía inevitable su adaptación al cine. Y llegó. Y nada menos que de la mano de un director tan afamado como Frank Borzage, autor de verdaderas obras de arte. Antes, casi como era preceptivo en la época, hubo una adaptación teatral en la que Sylvia Sidney hacía el papel de Dorothy (Dot). La película, curiosamente, se aparta mucho del esquema reivindicativo de la novela y omite de un modo que casi podría calificarse de autocensura, el gran debate sobre si someterse a un aborto o no, amén de otras escenas que no aparecen en la propia novela, como la de los combates de boxeo en los que Eddie se presta a combates amañados para sacarse unos dólares extra para la asistencia médica y los momentos posteriores al parto. De no querer ni ver al hijo, en la novela, a un futuro padre que se derrite cuando un bebé en su cochecito le coge el dedo, el cambio es tan radical que, sí, se refuerza el melodrama, en efecto, y los espectadores reciben esas manifestaciones con un suspiro de alivio, porque no se quieren ni imaginar qué pasaría si ella decide afrontar ¡sola! la maternidad. Esta película de Borzage tiene mucho que ver con ¿Y ahora qué?, que rodaría tres años después, basada en la novela de grandísimo éxito de Hans Fallada, escrito en 1932, y en la que se muestra el tenebroso futuro que se abre en Alemania con la llegada de los nazis al poder.


Con motivo del desmantelamiento de la segunda residencia del padre de un amigo, recientemente fallecido, me invitó este a quedarme con cuantos libros de ella me pudieran interesar. Entre ellos me llamó enseguida la atención, un libro de Viña Delmar, Cinco mujeres, publicado por Editorial Éxito en 1952, y cuyo título original es The Marcaboth Women. Ni sospechaba que en aquellos oscuros años del franquismo hubiera podido llegar a las librerías la obra de un autora tan vindicativa de la condición femenina y fina analista de la misma, así como implacable debeladora de las resistencias sociales que ponen trabas a la plena realización de las potencialidades de las mujeres; pero he de reconocer que, allá por 1968, bajo esa misma dictadura, pudiera comprar yo tan tranquilamente novelas de Bertrand Russell o Isaac Bashevis Singer, en mi estrenado primer año de lector, con quince talluditos.

Estas dos obras me han servido, una leída en el inglés original, y la otra en traducción española, para constatar la deriva clasicista de la autora, quien, tras su experiencia cinematográfica, a la que puso fin voluntariamente, cuando había sido incluso nominado a un Oscar por el guion de La picara puritana, porque quiso retirarse en la cumbre, no en el lodo, se dedicó a la escritura de obras de teatro y, posteriormente a la creación de novelas del género histórico, una vez superado el drama de la muerte del marido,  pero también las escribió de asuntos contemporáneos, con estructuras mucho más tradicionales que cuando escribía sobre las bad girls  del norte de Nueva York que poblaron lo que podríamos llamar su primer época. Imagino que en Hollywood, adonde se mudó a vivir desde su Nueva York natal, debió de conocer no pocas caídas en lo más bajo de quienes habían subido a lo más alto, y de ahí que pusiera tierra de por medio para depender única y exclusivamente de su ingenio creador, siempre junto a su marido, impagable colaborador hasta el mismo momento de su muerte.

Cinco mujeres es la historia de la matriarca y las cuatro nueras de la familia Marcaboth, que se inicia como una comedia sofisticada de la jet de Los Ángeles para acabar convertida en una rica saga familiar de unos inmigrantes enriquecidos a fuerza de duro trabajo, privaciones y una vida sórdida, con un abanico de personajes a cual más interesante, todo ello articulado a partir de una anécdota inicial mínima, la negativa de los hermanos Marcaboth de ser los invitados del primogénito, Simon, el día del cumpleaños de su mujer, Ruby, veinteañera vulgar y sin formación ninguna  con quien se ha casado después de haber enviudado. Ruby se opone a ir a cenar con su suegra, como es la tradición en la familia, y el marido, Simon, intenta por todos los medios, los normales y aun los ridículos, conseguir que alguien los acompañe para justificar su ausencia en casa de su madre. La novela tiene una riqueza de personajes envidiable y Viña Delmar tiene una capacidad innata para plasmar las diferentes psicologías de mujeres tan distintas, pero también de las muy diferentes parejas que han formado, en las que no necesariamente el amor es el pilar fundamental. Se trata de un fresco social centrado en una familia rica y poderosa que subió literalmente desde la nada, porque cuando el patriarca de la familia decidió regresar a Europa con su mujer y su hijo para labrarse allí un futuro, lo único con lo que se encontró fue el hambre, la miseria y el más sombrío de los futuros posibles. En ningún momento se especifica el país europeo al que regresan, pero los lectores seguro que casarán la realidad ficticia con la real sin esfuerzo alguno. Tomada la decisión de volver a Estados Unidos, con o sin su marido, los Marcaboth se instalan en la periferia angelina y, aun viviendo en la miseria y la privación, el patriarca logra construir un pequeño imperio que sorprende, tras su fallecimiento, a su mujer y al hijo mayor, Simon, que fue apartado de ir a la escuela para ayudar al padre en el negocio y sustituirlo después, aunque, llegado el momento, el hijo pasó de trabajar con el padre, de privación en privación, a trabajar para la madre, cuya generosidad se manifestó enseguida, para con sus hijos y también para sí misma, porque cuando muere el marido ella aún tiene 38 años, por más que, con tantos hijos que ha tenido que criar, se considera poco menos, ya, que una vieja venerable. 

Estamos ante un libro en el que las relaciones familiares, tema universal donde los haya, no son tan específicas y exclusivas de un país y de un tiempo concretos, por lo que sirve, como Los hermanos Karamazov, por ejemplo, para cualquier lector en cualquier época. Ni siquiera la adscripción social a la burguesía de ricos propietarios forjados en el duro trabajo se alza como distancia insalvable para los lectores: hombres y mujeres muy de carne y hueso desfilan por las páginas del libro con problemas y cuitas propios de todas las familias. Y Viña Delmar, educada en el ambiente del teatro de variedades, género al que se dedican sus dos progenitores, así como en la calle, sin que consten, de ella, estudios formales de ningún tipo, tiene una habilidad innata para describir las múltiples psicologías con que se encontrará el lector, para su recreo y admiración.

Bad Girl lo compré de segunda mano a través de Amazon, una edición de quiosco de 1946, que he tenido que «remendar» con papel celo para que no se me descuajeringara antes de acabarlo, un ejemplar en el que subrayar con lapicero era arriesgarse a taladrar la página amarillenta; Cinco mujeres, en español, tiene una excelente encuadernación y se trata de un libro cosido, por lo que, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su edición, 1952, se encuentra en perfecto estado de conservación. Digo esto porque ignoro si hay ediciones actuales de los libros y obras dramáticas de Viña Delmar, pero si en este país hay editores interesados en la buena literatura no deberían desdeñar la posibilidad de sumarla a su catálogo. En estos tiempos de feminismo gubernativo que nos toca vivir, no está de más escuchar la voz de una mujer libre que supo cómo llevar a sus páginas a decenas, acaso cientos, de mujeres reales, auténticas.