viernes, 30 de abril de 2021

«Herzog», de Saul Bellow, el protagonismo del «scholar» existencialista….

 
 Cómo reconocer personajes de Woody Allen y Philip Roth, entre otros, leyendo el modelo original del PremioNobel: Herzog o la lúcida exploración de la individualidad a través de la vida cotidiana  y del conocimiento.

 

         

           Ya tenía yo ganas, desde hace tiempo, de meterme con el Herzog de Bellow, porque habían sido demasiadas las referencias que lo situaban como un personaje casi tipo, a pesar de su individualidad extrema, para ciertos autores tanto literarios como cinematográficos, entre los que se cuenta, principalmente, Philip Roth, autor, además, de la introducción en la edición conmemorativa del centenario del autor. He tenido todita la sensación de estar leyendo a Roth, desde El lamento de Portnoy hasta Patrimonio: una historia verdadera, pasando por la célebre Pastoral americana, entre otros, por la similitud en los planteamientos narrativos y la índole el protagonista [recordemos, a título anecdótico, que un personaje de esta novela de Bellow se llama Geraldine Portnoy…]. Herzog es un profesor de universidad que está escribiendo un documentado y enjundioso libro titulado Las raíces del Romanticismo, en un esfuerzo por comprender eso tan significativo para personajes de Woody Allen como «el sentido de la vida», lo que le da pie a reflexionar sobre su propia vida, una suerte de desastre propio de quien parece incapaz de mantener en el tiempo una relación estable en términos de igualdad con una mujer. Planea escribirlo, además, en el campo, donde compró una casa con los dineros de la herencia del padre:  I intended in the country to write another chapter in the history of Romanticism, as the form taken by plebeian envy an ambition in modern Europe. Emergent plebeian classes fought for food, power, sexual privileges, of course. But they fought also to inherit the aristocratic dignity of the old regimes, which in the modern age might have claimed the right to speak of decline. In the sphere of culture the newly risen educated classes caused confusion between aesthetic and moral judgments.De hecho, Herzog estaría cerca de ese juego de máscaras al que hoy día llamamos autoficción, si bien el personaje escogido por Bellow tiene tanta vida propia e intransferible que difícilmente, más allá de planteamientos abstractos de carácter filosófico o ideológico podríamos decir que se «identifica» con el autor, aunque sintamos en él la respiración asistida del propio Below, básicamente en el dominio de las referencias filosóficas, literarias y de todo tipo que describen a Herzog, a Moses Elkanah Herzog, perteneciente a una familia judía cuyas relaciones interpersonales aparecerán de forma recurrente en el libro, porque parte del legado del padre con el que él se hace, rublos rusos y una pistola cargada con dos balas, acabarán incluso teniendo una importancia narrativa en el devenir de su vida. De hecho, no son infrecuentes los paralelismos que se trazan entre la figura de Herzog y la ajetreada vida sentimental de Bellow. La figura del padre, un fracasado como él, acabará siendo una referencia constante en la novela, del mismo modo que la relación con sus hermanos, uno de los cuales, «el rico», se hace cargo de él pagándole la fianza para sacarle del calabozo donde ha acabado por un accidente de tráfico y la posesión ilegal de una pistola cargada con dos balas, en lo que puede considerarse una suerte de final anticlimático, con un Herzog metido a jefe de mantenimiento de su propia casa para adecentarla y evitar que acabe deteriorándose tanto que ni pueda habitarla ni pueda venderla.Herzog es un intelectual a la deriva, independiente, desengañado, escéptico y,  hasta cierto punto, nihilista, si bien sobrevive en él una vaga idea de un comunismo primitivo, un «nosotros» que supere el yo escindido en el que cuesta tanto trabajo reconocerse, y menos aún en referencias como la del escritor jasídico Martin Buber, cuya teoría del Yo y el Tú que se reconocen mutuamente para constituir la realidad a través de la comunicación interpersonal se le revela vacía de sentido, por impracticable. Está convencido, sin embargo, de que hay una suerte de hermandad humana que va más allá de la individualidad: I really believe that brotherhood is what makes a man human. If I owe God a human life, this is where I fall down. ‘Man liveth not by Self alone but in this brother’s face… Each shall behold the Eternal Father and love and joy abound.’ When the preachers of dread tell you that others only distract you from metaphysical freedom then you must turn away from them. The real and essential question is one of our employment by other human beings and their employment by us. Ello no impide, como señala al final, que la explotación de unos por otros sea, también, una de las causas de su deriva nihilista, a pesar de que reconozca en él un principio natural de bondad que no puede no tener sentido, dada su autenticidad: What good, what lasting good is there in me? Is there nothing else between birth and death but what I can get out of this perversity —only a favorable balance of disorderly emotions? No freedom? Only impulses? And what about all the good I have in my heart —doesn’t it mean anything? Is it simply a joke? A false hope that makes a man feel the illusion of worth? An so he goes on with his struggles. But this good is no phony. I know it isn’t. I swear it. El caso de su mujer, Madeleine, de la que se acaba de divorciar, y con quien ni siquiera puede verse para recoger a su hija cuando quiere pasar con esta un día en el Chicago de su infancia, es prueba de ello. Una de las relevantes características de la novela, por serlo del personaje, es la necesidad de interlocución que tiene con grandes protagonistas de la Historia, a quienes dirige cartas de tú a tú, en la que les comenta algunos aspectos tocantes a en lo que esas personas son relevantes. De algún modo, Below se ha adelantado muchos años a las actuales plataformas comunicativas en las que cualquiera, desde su casa, puede acceder a audiencias insospechadas para trasladar mensajes personales sobre sí mismo o sobre el pensamiento o los hechos de los demás. Así, escribe a gente tan variada como Eisenhower, Nietzsche o el mismísmo Martin Luther King, y gracias a esa correspondencia puede el lector sumergirse en conflictos políticos y sociales que actúan como contexto de la historia individual de Herzog. Pongamos como ejemplo la misiva al reverendo King, cuando un simple apunte de Bellow nos desvela, a los ignorantes de la Historia usamericana un actor desconocido, pero trascendental para quien mira a su alrededor con los ojos bien abiertos del espíritu crítico: The political question in modern democracies is one of the reality of public questions. Should all of these become matters of fantasy the old political order is ended. I for one wish to go on record recognizing the moral dignity of your group. Not the Powells, who want to be as corrupt as white demagogies, nor the Muslims building on hate. Esa referencia a los «Powells»se refiere a los seguidores de otro reverendo, Adam Clayton  Powell  Jr., amigo y sin embargo rival de Luther King, quien, a diferencia de King, renuncio a la no-violencia. Curiosamente, sin que conste que haya habido relación causal entre un hecho y otro,  a las dos semanas de haber renunciado  Powell a la no-violencia,  Martin Luther King fue asesinadoEl protagonista vive en su presente y me atrevo a decir que muy pegado a él, porque el abanico de sus referencias se extiende desde los grandes autores de la Historia de la Filosofía, como Kant o Nietzsche, por ejemplo, hasta el creador de la columna periodística dedicada a los «ecos de sociedad», Walter Winchell, seguidor de McCarthy, por cierto, en quien Herzog confiesa haber aprendido algo: I see by Walter Winchell that J.S. Bach put on black gloves to compose a requiem mass. Del mismo modo, otras referencias de más enjundia también las tiene Herzog a mano de la memoria prodigiosa de quien vive en un mundo de libros que rara vez concilia con el de la prosa de la vida cotidiana, como cuando recurre al viejo maestro inglés, Samuel Johnson, apto para casi cualquier situación vital: Grief, Sir, is a species of idleness. Se trata de esas «ilustraciones» con que los autores universitarios tienden a ornar sus narraciones, algo así como el excipiente de la erudición, que ha de entrar en mínimas dosis en la receta acreditada de cierta novelística, a la que soy afecto, lo confieso. Bien que se revela cuando Herzog, hacia el final, alaba los pozos y la excelente obra de cloaca de la casa de campo que somete a consideración de su hermano para que evalúe si puede venderse: “You wouldn’t need Orange tres”. “Meaning what?” “It means that at Versailles Louis Quatorze planted oranges because the excrement of the curt made the air foul” “How nice to have an education”, said Will. “To be pedantic, you mean”, said Herzog. En ese reconocimiento va implícita una autocrítica que el protagonista ha vertido, y muy acerbamente, a lo largo del libro, del mismo modo que nos ha ofrecido una visión muy lúcida de la sociedad que le ha tocado vivir, y aun adelanta, de modo profético, la dirección de los tiempos, a juzgar por cómo acierta en ciertas premoniciones que para nuestra sociedad de hoy son moneda corriente: I am really in an unusually free condition of mind. “In paths untrodden”, as Walt Whitman marvelous put it. “Escaped from the life that exhibits itself…” Oh, that’s a plague, the life that exhibits itself, a real plague! There comes a time when every ridiculous son of Adam wishes to arise before the rest, with al his quirks and twitches and tics, all the glory of his self-adored ugliness, his griming teeth, his sharp nose, his madly twisted reason, saying to the rest —in an overflow of narcissism which he interprets as benevolence— “I am here to witness. I am come to be your exemplar.” Poor dizzy spook! ¡Esa sensación tan común en nuestros días de vivir en la exhibición constante de la intimidad como confirmación de la propia existencia! El grado de erudición del personaje-autor se manifiesta en toda su crudeza en una alusión cuyo exacto sentido solo una pequeña investigación en internet me ha permitido entender:   Herzog se queja a Shaphiro de que su mujer, Madeleine, quiere convertirse en queen of the intellectuals, the castiron bluestocking, por encima de él. Una bluestocking es una mujer educada, intelectual, originalmente miembro de la Sociedad de las Medias azules (Blue Stockings Society) del siglo XVIII, dirigida por la anfitriona y crítica Elizabeth Montagu (1720–1800), la "Reina de las Azules" (Queen of the Blues). Cast-iron significa “de hierro fundido”, y aquí equivaldría al  adjetivo «férrea».  Pero Herzog es, sin embargo, un personaje que se desconoce a sí mismo; de ahí que en la postrera conversación con su hermano, y disculpen que me adelante al final, Herzog le confiesa por qué le es tan difícil entablar una comunicación genuinamente humana y cordial, los miembros de su familia incluidos:I’d open my heart to you, Will, if I could find the knob.

         Herzog no inicia, por supuesto, pero sí la consolida, la genealogía  literaria, y luego cinematográfica, del antihéroe intelectual: un ser sin virtudes básicas necesarias para la vida corriente, pero abstraído siempre en los grandes problemas de la Humanidad que lo conciernen y alimentan como el pan de cada día: Resuming his self-examination, he admitted that he had been a bad husband twice. Daisy, his first wife, he had treated miserably. Madeleine, his second, had tried to do him in. To his son and his daughter, he was a loving but bad father. To his own parents he had been an ungrateful child. To his country, an indifferent citizen. To his brothers and his sister, affectionate but remote. With his friends, an egotist. With love, lazy. With brightness, dull. With power, passive. With his own soul, evasive. Esa sensación constante de ser un fallo multisocial condiciona la visión pesimista que tiene el protagonista de sí mismo y, por ello, cuando halla en los brazos de una mujer como Ramona, de origen argentino, un amor incondicional, está convencido de no merecerlo, lo que lo lleva a rehuir cualquier compromiso, sobre todo cuando ella despliega una maniobra envolvente para «allegarlo» a su familia, esa suerte de «captatio» a la que quizá el «débil» protagonista sea incapaz de resistirse, como lo demuestran sus dos matrimonios, de los que ha salido escaldado, y sobre todo del último, que le ha deparado una misión que acaba teniendo más de esperpéntica que de noble: luchar judicialmente para reconquistar la custodia de su hija. El capítulo dedicado a la entrevista con el abogado y los juicios que él ve en el Palacio de Justicia se cuentan entre lo mejorcito de un libro cuyo interés crece con cada nueva página que se añade a la lectura.

El reflejo del último fracaso se manifiesta en la casa de campo en la que Herzog invirtió el dinero de la herencia del padre para instalarse con Madeleine justo antes de tener a su hija y que no va a poder recuperar, porque la casa no solo se cae a pedazos, sino porque por el aislamiento de la misma nadie va a querer pagar el precio que Herzog pagó por ella. Con todo, el protagonista aún está convencido de que puede ser parte de su proyecto de vida: The house was waiting —huge, hollow, urgent. QUOS VULT PERDERE DEMENTAT, he lettered in dust. The gods were working on him, but they hadn’t demented him enough yet. De hecho, Madeleine le avisa de que diez antes del parto se irá a Nueva York para tener a la criatura, y aunque él alega los trabajos en curso para acondicionar la casa y su trabajo editorial de pluriempleado, ella, implacable, lo «cuadra»: You can carry your Hegel to the city. You haven’t cracked a book in months anyway. The whole thing is a neurotic mess. These bushels of notes. It’s grotesque how disorganized you are. You’re no better than any other kind of addict —sick with abstractions. Curse Hegel, anyway, and this crappy old house. It needs four servants, and you want me to do all the work. De hecho, Ramona, que anda cerca de vacaciones, se acerca, al final de la novela,  para verla, pero, dado que tiene su vida establecida en Nueva York, irse a vivir con él a esa casa no es un cambio que genere una corriente de ilusión en ella.

A modo de Dietario,  un género próximo al discurrir libre de la novela, que salta de unos a otros temas con esa libertad de quien no ha de ceñirse a un hilo argumental muy endeble: la venganza contra su ex, liada con un amigo suyo, y el intento de recuperación judicial de su hija, la irrupción de las cartas en ese discurrir confiere a la obra el carácter de miscelánea intelectual que, como el protagonista  define, con un italianismo:  Tutto fa brodo [Todo hace el caldo…], lo cual nos permite crearnos un marco de referencias que nos sirve para describir el estatuto de intelectual Herzog en un momento dado de la Historia. En ese sentido debemos considerar la referencia a una trilogía fílmica de indudable interés e impacto en los años en que fue estrenada, y que él relaciona con la misma circunstancia atmosférica en la ciudad, Nueva York, donde ve las películas: Recently, I saw Pather Panchali. I assume you know it, since the subject is rural India. Two things affected me greatly —the old crone scooping the mush with her fingers and later going into the weeds to die; and the death of the young girl in the rains. Herzog, almost alone in the Fifth Avenue Playhouse, cried with the child’s mother when the hysterical death music started. Some musician with a native brass horn, imitating sobs, playing a death noise. It was raining also in New York, as in rural India. Ese terrible momento es, en efecto, de una triste belleza sublime en una película toda ella atravesada por un espíritu de verdad y de comunión con la naturaleza humana muy difíciles de ver en otras películas. Las preocupaciones intelectuales de Herzog, las que se califican de highbrow en inglés, atraviesan el libro constantemente, como cuando se sitúa ante la necesidad de afirmarse en la vida frente al suicidio, y escoge hacerlo a través de los conceptos de Spinoza: The first requirement of stability in a human being was that the said human being should really desire to exist. This is what Spinoza says. It is necessary for happiness (felicitas). He can’t behave well (bene ageree), or live well (bene vivere), if he himself doesn’t want to live. Not if it’s also natural, as psychology says, to kill mentally (one thought-murder a day keeps the psychiatrist away), then the desire to exist is not steady enough to support a good life. Do I want to exist, or want to die? But at this social moment he couldn’t expect to answer such questions, and he swallowed freezing bourbon from the clinking glass instead. No podemos dejar de anotar esa frivolidad del final a esa disquisición sobre la voluntad de vivir, porque esa característica forma parte indisociable de la personalidad de Herzog. Así, no es infrecuente que ciertas reflexiones, de las muchas que pueblan la novela, tengan un giro que las aproxima a ese escepticismo del que hemos hablado con anterioridad. Crudamente lo dice cuando reconoce que los hechos no son determinantes en el conocimiento ni de uno mismo ni de lo que lo rodea: The necessary premise is that a man is somehow more than his ‘characteristics’, all the emotions, strivings, tastes, and constructions which it pleases him to call ‘My Life’. We have ground to hope that a Life is something more than such a cloud of particles, mere facticity. Go trough what is comprehensible and you conclude that only the incomprehensible gives any light. Esa suerte de deriva irracionalista, de sometimiento al misterio irresoluble que todo lo constituye, sin explicarlo, entra también en el bagaje del personaje.

         La desconfianza del personaje en las instituciones y en ciertos protagonistas de la vida social acompaña también el desarrollo de la vida de Herzog, como cuando arremete contra la clase política: In every community there is a class of people profoundly dangerous to the rest. I don’t mean the criminals. For them we have punitive sanctions. I man the leaders. Invariably the most dangerous people seek the power. De hecho, siguiendo la oportuna reflexión de Tolstoi:  Kings are history’s slaves, Bellow ve en esa obsesión de los mediocres por el poder la manifestación suprema de la pérdida de la individualidad entendida como proyecto vital, porque la seguridad política nos priva de ella, nos la arrebata mediante una sutil técnica de alienaciçon ideológica y económica que nos transforma en seres dependientes del establishment:  The more political our society becomes (in the broadest sense of “political” —the obsessions, the compulsions of collectivity), the more individuality seems lost. […] On the other hand, there is more “private life” than a century ago, when the working day lasted fourteen hours. The whole matter is of the highest importance since it has to do with invasion of the private sphere (including the sexual) by techniques of exploitation and domination. No hay más que leer, por ejemplo, la visión que el personaje nos ofrece de los eslóganes de jóvenes contestatarios que alardean de sus consignas anti-sistema para acabar demostrando lo contrario de lo que predican,  lo que el Sistema hace con ellos y con su ignorancia: convertirlos en embajadores sumisos del bien social: Moslems, the enemy is white. Hell with Goldwater. Jews! Spicks eat SHIT. Phone, I will go down on you if I like the sound of your voice. If they smite you, turn the other face. […] Herzog carefully examined all such writings, taking his own public-opinion poll. He assumed the unknown artists were adolescents. Taunting authority. Immaturity, a new political category. Problems connected with the increasing mental emancipation of untrained unemployables. Better the Beatles. ¡Y a cuántos no chocará que la exquisitez intelectual de Herzog considere a los Beatles un mediocre fenómeno de masas incomprensible!

         La novela es, en efecto, y fundamentalmente, una novela de ideas, porque sin ese mundo de abstracciones en el que tan cómodamente se desenvuelve Herzog su vida apenas tendría significado alguno. De hecho, ya recogimos antes su convicción de que solo a través de lo inexplicable es posible hallarle un sentido a la vida. El buen hacer de Bellow estriba en haber unido ese mundo, solo hasta cierto punto decadente, a fuer de exquisito, con una pulsión emocional y física, sexual, del protagonista, porque, a diferencia de su amigo Asphalter, que lo acoge en Chicago  y se encargará de recoger a su hija para que pueda verla, de modo que no tenga contacto con su exesposa, Madeleine, quien está en tratamiento con una tal Tina Zokóly que lo obliga, como ejercicio psicoanalítico, a enfrentarse a su propia muerte: a hablar con su cadáver yacente en un ataúd: The main one is facing your own death; su relación con la argentina Ramona le provee de otra solución muy diferente: Constitutional tension of whatever origin needed sexual relief, que, como se advierte por elenunciado, es uno de los fundamentos de la teoría psicoanalítica de Reich, aunque, si no ando mal informado, a los efectos de esa terapia dedicará Bellow una novela que ya «ardo» en deseos de leer: Henderson, el rey de la lluvia. Volveré a este Diario para traer mis impresiones sobre ella. Mientras, ya les aseguro a mis intelectores que tienen tela que cortar con esta novela llena de ideas, de vida, de pasión por el conocimiento y de incomprensión radical de en qué consista la condición de ser humano de la que todos, en mayor o menor medida, participamos.