jueves, 30 de noviembre de 2017

El humor agridulce de Juan Antonio Zunzunegui: La úlcera.


Segunda calicata en el autor de La vida como esLa úlcera, Premio Nacional de Literatura en 1948 o con el humor la posguerra escuece menos... o ansí.

No siempre, ya se sabe, los gustos de los lectores coinciden con los jurados del Premio Nacional de Literatura, pero no deja de ser significativo que Zunzunegui esté en la reducida lista de los autores que lo han conseguido dos veces, y en la que figuran Miguel Delibes o Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, aunque también autores mucho menos leídos, como Castillo-Puche. Después del de 1948, volvió a recibirlo en 1962 por El Premio. Lo digo, porque ignoro la difusión que tuvo la obra que acabo de leer, y que, a diferencia de la anterior, La vida como es, abandona el realismo tradicional de vena dramática para ensayar una novela cómica con un humor cercano a aquel que comenzó a practicarse n la revista La ametralladora y que seguiría, después, en La Codorniz, es decir, un humor heredero del del genio creador de Ramón Gómez de la Serna, a quien la presente novela debe no poco del tono de la narración y del planteamiento absurdo que hace de ella una lectura agradable aunque no especialmente imprescindible. Se advierte también, por la crueldad del naturalismo de ciertas reacciones que hay una influencia, no logro determinar en qué grado, de la tragedia grotesca de Arniches, que tanto tiene que ver con la vida popular en pequeñas comunidades, como la de Villaalta. El planteamiento es excelente, pero cierta morosidad y cierta dispersión en la trama, como compuesta por tres bloques perfectamente diferenciados y casi sin relación entre ellos, como si se hubieran unido, para darle sentido, tres historias diferentes en la de un solo personaje. Don Lucas, un emigrante de Aldeaalta, un pueblo costero de la costa norte cántabra, que hizo fortuna en Méjico, es convencido de que ha llegado el momento de optar a la plaza libre de indiano que hay en su pueblo, y nadie con mejores títulos, es decir, fortuna, que él, para optar al puesto. La novela arranca con la anunciada llegada del indiano, que va a traer la prosperidad al pueblo en que nació, en una familia humilde, como estipula la tradición del indiano, por supuesto. La situación cómica estriba en que todo el mundo parece estar al corriente de cuáles sean las condiciones del título de indiano, cuáles sus obligaciones y qué ha e hacer o dejar de hacer quien tome posesión de ese título. A su manera, pues, Lucas tiene que hacer un aprendizaje que le irá reduciendo tanto su margen de autonomía que ha de hacer no pocos esfuerzos para no desesperar de su aceptada condición y volverse a Méjico. Que la plaza de indiano salga a oposición por parte del Ayuntamiento y que Lucas oposite a ella, nos da una idea de por donde van los tiros del humor costumbrista con que se afronta esta aventura de Lucas en su villa natal. La segunda parte de la narración se centra en un personaje, “el americano”, Rodolfo, un exseminarista que, antes de ordenarse, decide dejarlo todo y emigrar a América. Hace una mediana fortuna y vuelve a su pueblo, enamorado del progreso, dispuesto a ilustrar y formar a sus vecinos a través del fomento de la lectura, para lo que abre una librería de venta y alquiler de libros. De mejor ver que él y con una simpatía natural, la existencia del “americano” frente al acreditado “indiano” le parece al indiano un insulto intolerable. Conclusión, contrata a un viejo conocido para que pague a unos sicarios que le den una paliza que  lo disuada de irse del pueblo. La competencia, aunque sea  la de un “americano” medio pobretón, la ve Lucas como una amenaza para su posición generosamente ganada. Cuando la conjura mafiosa llega a oídos del alcalde y del jefe de la policía, don Lucas pasa por una fase de arrepentimiento y vergüenza que poco menos que lo lleva a eclipsarse de la vida pública. Ahí arranca la segunda parte, muy homogénea y arrebatadoramente disparatada de la aventura comercial e inventora de Rodolfo, “el americano”, quien conocedor en profundidad de todo lo relativo a la caza -así defiende él que se ha de decir- de la ballena y defendiendo la invención del arpón eléctrico, que matará a las ballenas por electrocución -la prueba que hacen con un burro famélico, a punto de morir, prueba el desarrollo disparatado de l aventura-, propone a sus convecinos “embarcarse” en la creación de una nave ballenera que salga, como lo hicieron sus antepasados, a cazar esas ballenas. El sueño del inventor en que negocia con las ballenas cuál va a ser el cupo de ellas que se deje cazar por el fatal invento que las diezmará tiene todas las trazas de ese humor blanco de posguerra del que ya hemos hablado, pero lleno de gracia e inventiva. Toda esta historia, que tiene un eco lejanísimo de Moby Dick, siquiera sea por la exhaustividad con que se  nos habla de los balleneros, la ballena y el negocio que representa, ocupa casi la mitad del libro, con muy breves excursiones a la vida de don Lucas, como el intento de desposarse con una vieja aristócrata del lugar, arruinada y poseedora de un palacio que, en vez de restaurar, como pretendía, para irse a vivir allí, dejando el hotel donde está hospedado, acaba dejando que se deteriore para incendiarlo por su propia mano y acusar a unos gitanos que lo habían okupado temporalmente, quienes lo habían echado de allí navaja en mano cuando fue a expulsarlos de “su” propiedad.. La aventura del “americano” acaba como el rosario de la aurora, pues cuando los tripulantes disparan el primer arpón eléctrico se produce una descarga eléctrica de tal naturaleza que los heridos por ella, y que han saludado a la muerte sin ninguna cordialidad, acaban cogiendo al inventor en vilo y lanzándolo al mar, a muerte segura. Tiempo después, oxidado el arpón y el barco fletado, un antiguo buque militar, aparece un extranjero por el pueblo y compra el arpón. Lo perfecciona, lo patenta y llegan al pueblo las noticias del inmenso negocio que ha sido en el sector pesquero dicho invento. Más tarde, el genio del inventor tan brutalmente castigado es reconocido por todo el pueblo y se le rinden los homenajes de rigor. Aquí comienza la tercera parte, que es la que da título a la novela. Al indiano le detectan una úlcera y, a partir de ese momento, la úlcera cobra vida propia, como si fuera su hija. Con ella se acuesta, con ella se levanta con ella viaja, con ella va a la ópera, con ella va al Prado y con ella conversa con la familiaridad con que se suele conversar con las úlceras, claro está. Porque no es una úlcera cualquiera, sino una “úlcera de indiano”, casi un fenómeno teratológico que lleva a Madrid para buscar más opiniones médicas que le orienten sobre como tratarse. Esos viajes a Madrid le suponen un alivio de su presencia en el pueblo que acaban siendo para Lucas una bendición. La llegada al pueblo de un nuevo médico, Pablito, que, rico de cuna, visita a los pobres, añadiendo limosna a su visita, y quitándole la clientela y el modus vivendi al doctor que lleva toda su vida en el pueblo, logra curarle la hernia a Lucas, lo cual provoca un terremoto ecosistémico en el pueblo de tal naturaleza, que, después de la muerte del indiano, porque no sabe vivir sin su úlcera, aquella que era tema de conversación con los vecinos, y hasta ilustración en la pared de la escuela, los vecinos, armados con todo tipo de útiles agresivos, buscan al doctor para lincharlo, por quitarle a su indiano. La novela acaba, a pesar de todo lo dicho, con unos versos de Shelley en el funeral de Lucas:
A ship is floating in harbor now
A wind is hovering over the mountains brow,
There is a path on the seas azure floor,
No keel has ever ploughed that path before.
(Un barco surca el puerto en este momento
Un viento ronda sobre la cumbe de las montañas;
Y en el azul del mar se abre una senda
Que nunca antes quilla alguna ha arado)
Y con esas nada complacientes del autor: Y es que mientras el mundo sea mundo, serán vengativos, brutales, desagradecidos, rencorosos y envidiosos los corazones de los hombres.



lunes, 13 de noviembre de 2017

Las *“Sátiras” de Aulo Persio Flaco en la Fundació Bernat Metge o “los catalanes hacen cosas”...



La oportuna actualidad de un clásico que escribió desde el margen : Persio o la muerte prematura que truncó una obra prometedora.
                                                                     *Traducción y notas a cargo de Miquel Dolç

Para el intelector no catalán, la Fundació Bernat Metge puede sonarle a una sociedad dedicada al estudio y promoción de la obra del notario Bernat Metge, funcionario, humanista y autor de un hermoso libro titulado Lo Somni, un clásico de las letras catalanas. Bajo su nombre, sin embargo, se ampara una obra cultural de vastísimo calado auspiciada por el paisano de Lluís Llach, Francesc Cambó, nacido también en Verges, político, abogado y mecenas cultural a quien se debe este empeño cultural extraordinario, y en una época en la que, en efecto, Barcelona podía y debía ser considerada la única capital española de proyección europea. El deseo de crear una biblioteca de autores clásicos, griegos y latinos, ofreciéndolos en ediciones depuradas supuso, en 1922 una iniciativa capital para la vida cultural catalana, pero también para la española. Piénsese que hasta 1977 no se inaugura la Biblioteca Clásica de la Editorial Gredos, una imitación descarada del proyecto editorial de la Fundació Bernat Metge. Así pues, nos movemos en terreno de humanistas y filólogos, rigurosos estudiosos de los autores fundamentales de nuestra cultura europea, de quienes nos ofrecen sus obras en ediciones depuradísimas y, además, en edición bilingüe, con lo que ello tiene de ventajoso para quien quiera hacer ciertos cotejos o valorar ciertas traducciones. El primer título de la colección fue, en abril de 1923, el libro de Lucrecio, De rerum Natura,  De la naturaleza de las cosas, traducido por Joaquim Balcells. Los primeros directores fueron Joan Estelrich y Carles Riba, quienes se preocuparon, sobre todo, por fijar la lengua culta de las traducciones, señal de identidad de la colección, y crear una escuela de traductores que permitieran estar a la altura de las dos grandes colecciones europeas de clásicos, la francesa Budé y la alemana Teubner. Esta entrada de mi Diario me gustaría convertirla, siquiera sea parcialmente, en un homenaje a todos aquellos estudiosos que, en tiempos difíciles, lograron aislarse del contexto y seguir trabajando en una empresa cultural que llega ya a las 400 obras editadas y todas ellas con un nivel de calidad insuperable. No quiero dejar de mencionar, sin embargo,  que el modelo de lengua culta catalana, inmerso en aquella ideación del catalán y "lo" catalán que fue el Noucentisme, es, hoy en día, casi un catalán de museo, respecto del catalán vivo de nuestros días, el de autores modernos como Monzó o Pàmies, por ejemplo. Hay ahí, en ese contencioso entre los niveles cultos del catalán y los niveles estándar modernos un conflicto aún no resuelto que lastra, en cierta forma, el desarrollo, sobre todo, de la literatura catalana, siempre moviéndose entre el rechazo de los cultos y no llegando a tener la dimensión popular que se esperaría de un uso sin las tendencias arcaizantes del modelo noucentista. Pero eso sería tema de otra entrada en la que por nada del mundo me voy a meter. Ya se metieron Pericay y Toutain, El malentès del Noucentisme, y salieron más que escaldados…

Lo que a mí me toca es acercar a los intelectores la obra de un autor, Aulo Persio Flaco, de corta vida, murió a los 28 años, que se educó en una casa entre mujeres y que escribió unas Sátiras que encantaron a Quevedo, quien se sintió enormemente afín a aquel estudiante delicado y marginal que escribió más “de oídas” que "de vida", aunque con una perspicacia, una claridad mental y un rigor moral que se aprecian apenas uno abre su obra y se deja llevar por la estructura dialógica que la recorre toda y que la convierte en algo así como un ágora en la que las voces se mezclan y se quitan unas a otras la palabra para representar, con viveza y certeza, una sociedad en un momento dado, el primer siglo de la era cristiana, en un sitio concreto: el centro del mundo: Roma. Arranca, poderosamente, Persio sus Sátiras con una pieza metaliteraria en la que reflexiona sobre su obra , aún en sus comienzos, y defiende su “derecho” a burlarse de lo divino y de lo humano, en lo que a sus reputaciones y gustos literarios se refiere: Oh neguits humans! Que és buida la realitat del mon! “¿Qui llegirà això?” ¿És a mi que ho preguntes? Ningú, per Hèrcules! “¿Ningú?” Potser dues persones, potser ni una. “¡Quina vergonya i quina misèria!” (…) Què hi farem! Però tinc la melsa agressiva: em planto a riure.  Defiende Persio, sobre todo, su propia obra como algo singular, más allá de las complacencias propias de los reputados, como un intento de situarse a la altura del canon, consciente de la mordacidad de su planteamiento y de los ataques con que se abre paso, al nacer como escritor, en un mundillo literario lleno de patums y también falsas o exageradas reputaciones. Tiene todo el empuje transgresor de un joven acomodado e insatisfecho que descubre en los filos de la sátira el poder tajante del verso que escuece: Oh costums! ¿Fins a tal punt no és res el teu saber, si un altre no sap que saps? “Però fa goig que t’assenyalin amb el dit i diguin: És ell! Haver estat un tema de dictat per a cent minyons rinxoladets, ¿et sembla que no és res?! [Nota: Se llamaba dictata a los pasajes prácticos escogidos que los maestros hacían leer y aprendérselos de memoria a los pequeños alumnos](…) ¿No és ara feliç la cendra il·lustre del poeta? ¿No pesa més lleugerament la llosa damunt dels seus ossos? (...) ¿Hi haurà ningú que es refusi a merèixer que el poble parli d’ell, i a deixar, en un estil digne de l'oli de cedre, uns poemes que no temen ni els verats ni l’encens?. La  sátira II comienza con un ataque a la doble moral, a la hipocresía de los sepulcros blanqueados. El culto a los dioses y la ebriedad inculta de quienes los burlan con sus actos. Es patente el desprecio con que habla Persio de sus conciudadanos, quienes poco a ningún respeto le merecen, dadas las bajas pasiones que los gobiernan: “Bon seny, reputació, lleialtat!: això amb veu clara i de manera que un foraster ho senti. Però vet aquí el que mormola cor endins i per sota la llengua: “Oh, si rebenta el meu oncle patern, quin enterrament tan esplèndid!” [A Hèrcules le eran atribuidos los casos de fortuna inesperada; Mercurio era, en cambio, el dios de las ganancias y del comercio]. Hay un evidente impulso moralista, un si es no es justiciero, que anuncia al joven Persio, henchido de virtud un tanto sobreactuada, todo se ha de decir, pero que se corresponde con su limitad experiencia vital. La sátira III  arranca contra la pereza de los jóvenes estudiantes a los que les dan las onceen la cama: “Doncs, ¿sempre així? Ja el matí entra per les finestres i la seva llum eixampla les estretes escletxes; encara ronquem, fins que n’hi hagi prou per a esbromar el falern indòmit, mentre l’ombra toca la línia per cinquena vegada..” Como en las dos sátiras anteriores, la técnica dialógica de Persio, sin especificación alguna que precise quién interviene ni dónde ni cuándo ni por qué, crea un espacio muy moderno de voces que tejen y destejen breves coloquios que saltan de una a otro tema y desde muy diferentes perspectivas, lo que enriquece el planteamiento del tema sujeto a controversia. El mundo de las comparaciones, construidas sobre lo cotidiano, como la de la jarra de arcilla, es uno de los principales requisitos del género satírico, porque se trata de un género deliberadamente popular. Poco sentido tiene una sátira exquisita, poco menos que en clave, accesible a un grupo reducido de lectores, como algunas de las que se pusieron de moda en el siglo XVIII. Del conjunto de las sátiras, dado su carácter deseadamente popular, emerge, como no podía ser de otra manera, un retrato vivo y colorista de la vida romana del siglo primero según la cronología cristiana. Como la evocación de la escuela u los ejercicios retóricos en los que se formó, con insólito provecho, el joven Persio; aunque él, según confiesa,  prefería juegos comunes como los dados, la peonza o llenar de nueces el cuello estrecho de una jarra, en vez de la aridez del estudio. Con todo, Persio no renuncia, a pesar de su juventud, a dar los consejos aleccionadores a esos jóvenes dormilones a quienes exige que se despierten y se encuentren a sí mismos a través del estudio, de la reflexión: Instruïu-vos, desventurats, i adoneu-vos de les causes de les coses: què som, i per a quina existència hem nascut; quin lloc se’ns ha fixat i per on i des d’on es fa dolça la volta a la meta; quina és la mida justa dels diners, quina mena de súpliques ens permeten els déus, de què pot servir una moneda aspra al tacte, quines liberalitats convindria fer a la pàtria i al éssers estimats, qui et mana la divinitat que siguis i quin lloc ocupes en la humanitat. La sátira IV se dirige a quienes quieren participar activamente en la gestión de la “cosa pública”, es decir, ese afán político al que se sienten llamados no precisamente los mejores: “¿Vols consagrar-te als afers de l’Estat?” -pensa que diu això el Mestre barbut, víctima de l’absorció terrible de la cicuta. “¿I en què confies? Digues-ho, pupil del gran Pericles. Sens dubte el talent i la coneixença de les coses t’han vingut corrent abans del pèl, saps perfectament el que cal dir o callar; així, quan, amb la bilis remoguda, la farfutalla s’inflama, et sembla bé d’imposar silenci a la turba escalfada amb un gest majestuós de la mà. Hay una descripción bien cruda, vía metafórica, de lo que significa ser algo si como un petimetre de la política, quien se hace acreedor de las impertinencias de quien te “desnuda” en esos placeres tempestuosos de la carne…:  Però si després d’haver-te untat d’oli et quedes sense fer res i et claves el sol dins la pell, hi ha al teu costat un desconegut per tocar-te amb el colze i escopir-te agrament: “¿Quins costums, això de rasclar-se el membre i els secrets del llom i obrir al públic unes afraus marcides! Quan et pentines damunt les barres un vellutàs perfumat amb mirabolà, ¿per què se’t dreça dels engonals un corcó esquilat? Encara que cinc minyons de la palestra intentin arrencar aquest boscatge i batzeguin amb la pinça ganxuda les teves natges reblanides per l’aigua calenta, tanmateix tens allí un falguerar que no es doma amb cap arada.” Marca, la sátira, la diferencia entre los jerarcas blandengues y la tropa expuesta a las flechas mortíferas del enemigo. La sátira V apea el tono recriminatorio y lo sustituye por el elogio sincero del maestreo que le marca el camino en la vida, en este caso el pedagogo Cornut. Persio se diferencia de quienes buscan la satisfacción del gran público. Escoge el camino del foro y el discurso, no el de las tablas y los monólogos. La finura de sus comparaciones e imágenes son potentes y muy barrocas, de ahí que Quevedo fuera persiano por naturaleza…: No m’afanyo perquè se m’infli de futilitats endolades una pàgina capaç de donar pes al mateix fum. El marcado carácter autobiográfico de la sátira V se convierte en un sincero elogio de un proyecto de vida guiado por el magisterio de Carnut. De su caso particular enseguida pasa a consideraciones generales, con carácter didáctico y sentencioso, que pretende tenga alcance universal. El elogio del “estudioso” es algo así como una señal de identidad del poeta: Així que em vaig veure, no pas sense angunia, alliberat de la salvaguarda de la porpra, i la meva bolla va quedar penjada en ofrena als lars d’arromangada túnica, així que vaig tenir companys obsequiosos i el feix de plecs ja aleshores blanc de la meva toga em va permetre d’espargir impunement les mirades per tota la Subura [El barrio “chino” de Roma], quan el camí es bifurca i la inexperiència esgarriadora de la vida s’enduu els esperits trepidants cap a les cruïlles on els camins ss’embranquen, aleshores em vaig reservar per a tu: tu aculls els meus anys tendres, Cornut, sobre el teu pit socràtic. Llavors el regle, hàbil a dissimular-se, redreça ben aplicat, uns costums entorcillats, la meva ànima sent damunt seu el pes de la raó, s’afanya a deixar-se vèncer i sota el teu polze va prenent figura d’obra d’art. Quevediana total es su percepción de que quienes nada hacen y todo lo postergan nunca encuentran el presente que siempre huye: Quan a tu, t’és grat d’empal·lidir a les nits damunt dels papers, perquè, bon conreador dels jovent, sembres dins les seves orelles ben rasclades el blat de Cleantes. Veniu a cercar-hi, infants i vells, un fi determinat per a la vostra ànima i un viàtic per a la misèria dels vostres cabells blancs. “Ja ho farem demà”. El mateix diràs demà. “I ara! ¿És que et sembla massa d’atorgar-me un dia més?” Però quan ha arribat el dia següent, ja hem esgotat el demà d’ahir; i vet aquí un altre demà que exhaureix aquests anys i n’hi haurà sempre un altre una mica més enllà; perquè, encara que estigui prop de tu i giri sota el mateix timó, en va voldràs aconseguir la llanta, si en el camí que corres ets la roda de darrera i estàs al segon fusell. La ingenuidad perversa de sus conciudadanos la ejemplifica Persio con la imagen de esa costumbre romana de la manumisión, cuando el amo coge de la mano al esclavo, le hace girar sobre sí y luego acaba diciéndose que ya es libre para ir a donde quiera. Pero la definición es otra: “¿És que l’home lliure no és exclusivament aquell a qui lleu de passar la vida como vol?” Las normas de sentido común las fija Persio en sus sátiras con el rango de leyes inviolables: La llei comuna dels homes i la natura inclouen aquesta norma sagrada: que la ignorància impotent es retingui de les accions que li son prohibides. Como si se tratase de un examen de ingenios propio del futuro  Huarte de San Juan, Persio establece con toda claridad cuáles deben ser los requisitos de quien ha de reputarse como sabio: ¿Has aconseguit de la filosofia poder viure dret sobre els teus talons i tens la pràctica per a distingit la veritat de l’aparença, per tal que cap aparença no acusi pel dring la falsedat del coure daurat? I les coses a què cal atenir-se i les que, contrariament, cal evitar, ¿les has marcades, abans aquelles amb guix, després les altres amb carbó? ¿Ets moderat en les teves aspiracions, tens una llar cenyida, ets dols [dolç, imagino] amb els amics? ¿Et sentiries dispost tan viat a tenir tancats com a obrir els teus graners, i passar per damunt d’una moneda clavada en el fang sense empassar-te d’un cop de coll la saliva que Mercuri t’ha fet venir a la boca? Quan puguis dir veritablement: “Tinc aquestes virtuts, les posseeixo”, aleshores sigues lliure i assenyat amb l’assentiment dels pretors i de Júpiter. Però si tu, que eres fins fa poc de la mateixa farina que nosaltres, retens la teva antiga pelleta i, polit només del front, conserves dins la teva ànima l’astúcia de la guineu, retiro el que havia atorgat més Amunt i torno a estirar la corda. La raó no t0ha concedit res; allarga només un dit, ja delinqueixes. La sátira VI es un canto elogioso al poeta Cesi Bassus; un canto al apartamiento del “mundanal ruido”. El poeta marca el ideal de vida en ajustarse escrupulosamente a sus bienes, sin pecar de pródigo rayano en liberal, ni escatimador que peque de avaro. Como remate de esta obra temprana, y tan prometedora de lo que podía haber sido una obra suya de madurez, Persio, con elegancia y no escasa habilidad, se despide de sus lectores lamentando no tener de poeta “la gracia que no quiso darle el cielo”.  Leído después de haber leído a sus imitadores, está claro que la obra de Persio había de tener un entusiasta recibimiento en nuestro Barroco esplendoroso y moralizante.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Moguer, Juan Ramón, el origen...




Una visita a la cuna del horror de la perfección...

Entré en tu Moguer de calles largas, estrechos espejos de hiriente blancura, con el respeto de quien entra en la cueva donde se conjuró la caza de la imagen y la metáfora en noches de miedo y tormenta. No te buscaba en asno alguno, ni en niños harapientos ni en los destellos de sombra húmeda de un alma que fue mapa del desasosiego y bitácora de la melancolía, ni en el compás quebrado de un cante jondo que acompañe la fragua, el vareo de la oliva o los vinos de una venta de cabales. Estaba maravillado por el milagro de la ubicación, que tú, alma poética del mundo en lengua castellana, hubieras nacido en ese lugar andaluz y remoto de cuyo nombre siempre te acordaste porque tocaba la misteriosa cuerda musical del acorde áureo de la existencia, y del dolor, y de la distancia suspendida de los puentes vertiginosos que traza la poesía desde un humilde pueblo andaluz a todos los confines intelectores del mundo. Tuya ha sido siempre la poesía, tú la secuestraste y con ella convivías a duras penas y a recias voces de punta de diamante. Tú y ella. Ella y tú. Y Zenobia, hermosa y materna y fraternal, compañera del destierro eterno que es la poesía por esos mundos del dios deseante. A ese pueblo, a esa casa, a ese patio..., Juan Ramón, he ido como al santuario imposible del hombre ateo para rendirte el homenaje emocionado de quien abrió un día Eternidades y ya nunca salió de tu voz, de tu mirada, de tu corrosivo humor, de tu despiadada individualidad sin consuelo... Estuviste allí, en Moguer, de paso, sin raíces en nada que no fueran los versos y sus versiones eternas e imperfectas; ni rastro hallé de ti en los enseres -¡qué ironía, Juan Ramon, los "enseres"...!- tuyos que no tenían más que enojoso uso acumulado y el orden mortecino y formolesco de los museos. Había una guía eficaz y trabajadora, había sorprendidos visitantes de tus vicisitudes complejas, orgánicas y espirituales...; pero yo entré en tu casa flotando sobre el algodón sólido del calor de la devoción crítica y anduve errante por esas salas de tu infancia y adolescencia dejándome empapar de una vida antigua y un deseo siempre nuevo de inmensidad y lógica y sentimiento razonado y razonable entre buganvillas y jazmines, junto al brocal del pozo. Yo me reconozco hijo de tus versos, y siempre tu poesía ha sido fuente cordial de las voces que, al amparo de las tuyas, fui descubriendo desde que abrí "lo que no tiene fin" para embarcarme, enseguida, en ese otro Diario, el del poeta en tránsito perpetuo y el mar especular de la vastedad del espacio interior, el del poeta recién casado, donde se me clavó el verso más diabólico que jamás había leído ni nunca después he vuelto a leer: ¡Qué trabajo me cuesta llegar, contigo, a mí! Aún vuelvo a sentir la réplica del terremoto emocional que aquel verso lancinante que, solo muchos años más tardes, sabiéndolo todo de ti, y de Ella -mayúscula inicial del amor pro-nominal de la A a la Z-, comprendí del todo. Estaba allí, en tu casa, rodeado de tus cosas, de recuerdos, de objetos "personales" en los que no había ni rastro de tu persona, ese ser acezante e insatisfecho, cautivo en la mazmorra de la perfección imposible, ese manojo de nervios en conflicto consigo mismos y con el mundo hostil, agresivo, por el que tantísimo te costó transitar y en el que residías como una antigua e inexplicable maldición de los dioses. Recorrí tu pueblo, tu casa y los ecos de tu ser pasmado con la emoción creciente de quien se sabe en el centro del mundo, esa réplica poética del pesebre de Cristo de quien fuera dios de sí mismo sin elección posible, sino como poeta tocado por la locura poética capaz de revelar el exacto latido de la realidad toda y su significado. Nadie me comprende, Juan Ramón, cuando digo que me siento estrechamente unido a tu corrosivo sentido del humor, escudo y daga, y que, a mi entender, brotó en ti al contacto con la esencial paradoja de la realidad: estar construida con el único material de la ficción.  He tardado mucho en ir a visitarte, a Moguer, porque siempre he estado en el patio en el que se quedaron los pájaros cantando, y porque tu Leyenda ha sido mi Lectura por excelencia. Nunca quise ir a Collioure, a la tumba "del poeta", porque lo visitaba en la palabra viva de su poesía, pero un día lo hice, y como iba acompañando a alumnos, hasta me atreví a sacar unas cuartillas y rendir aquella otra obligada pleitesía a la cordialidad humilde del escéptico Juan de Mairena. Y acabé mi visita a Moguer junto a vuestra tumba, Juan Ramón, Zenobia, maciza lápida de piedra sin ornamento: materia esencial, vida radical. Me recogí ante ella como quien se acerca a la flor, al agua o se tumba en la tierra para contemplar el paso caprichoso de las nubes. Moguer os atesora. Yo osé perturbar vuestro sueño poblado de amor, de rencor, de egoísmo y de generosidad. Moguer no es la "cuna" de la poesia; pero allí se encarnó la poesía más exigente, la que nunca encuentra la forma perfecta ni la voz última ni la imagen definitiva..., porque la poesía es tortura expresiva y solo es patrimonio de seres fuertes que, como tú, Juan Ramón, extrae su poder genesíaco de su infinita debilidad. Me cuesta entender qué fui a hacer a Moguer, por qué fui a tu casa, pero cuando salí de ella estaba a punto de llorar, emocionado y embriagado por el eco deslumbrante de aquella epifanía que en mi vida fue el descubrimiento de tus versos. Entré sexagenario y salí con quince años recién cumplidos. 

Mientras, en la realidad prescindida, desde la televisión de una casa llegó hasta la calle asolada y desierta por la que nos desplazábamos hacia el cementerio, la noticia de un atentado terrorista en Barcelona...