Autor: John Opie (1797) |
Entre las razones del corazón y el corazón valiente de
las razones de ayer, de hoy y de mañana: Vindicación
de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft.
Por esos azares del destino, y como ya anuncié cuando
colgué el texto de Barbauld, traigo a este Diario
un recensión del interesante, aunque algo repetitivo, libro de Mary
Wollstonecraft -un apellido cuya traducción literal nos daría algo parecido a “el
deseo hecho en piedra”- escrito en unas pocas semanas y con el subidón entusiasta
de las primeras noticias que le llegaban de la Revolución Francesa. Se trata de una edición magnífica de Marta Lois Gonzalez para la editorial Istmo, con un prólogo muy documentado y unas notas a pie de página perfectamente dosificadas y con alto valor referencial. De hecho, lo
acabó en Francia, adonde se desplazó, llevada por ese entusiasmo histórico,
para vivir de primera mano acontecimientos que se revelaron tan trascendentales
para la historia de Europa y del mundo. A su manera, actuó como quienes se
presentaron en Berlín para contemplar la caída del muro, como el protagonista
del libro de Ian McEwan, Los perros
negros, por ejemplo. En estos días del Brexit, ya digo, no deja de llamar
la atención que Wollstonecraft aúne la defensa de los derechos de la mujer con
la visión europeísta de la extensión de los derechos humanos que supuso en su
origen la Revolución Francesa. Estoy convencido de que le hubiera afeado a
Cameron la estupidez política de convocar una bomba de relojería, que en eso se
ha convertido el famoso Brexit. Ha estallado, finalmente, y aún no se atisba
quién va a reparar los daños sociales provocados ni quién va a encargarse de
limpiar el lugar de la explosión, lleno de escombros y destrucción. El libro no
es propiamente un listado clásico de reivindicaciones, sino una suerte de
ensayo más o menos compendioso de todas las ideas que Wollstonecraft defendió a
lo largo de su vida, no solo intelectualmente, sino también en la práctica,
como lo demuestra la creación de la escuela privada donde intentó traducir en
la práctica sus adelantados ideales pedagógicos, muy parecidos a los de la
Institución Libre de Enseñanza, o su
unión libre con Gilbert Imlay, un americano que luchó contra los ingleses por
la independencia del nuevo país, con quien tuvo a su primera hija, a la que le
puso el nombre de Fanny, el de su mejor amiga, con quien creó la escuela y que
murió de parto en Lisboa, una muerte paralela a la suya, pues Mary murió al
poco de haber tenido con el filósofo William Godwin a su hija Mary, la futura
Mary Shelley, autora de Frankenstein o el
moderno Prometeo. Antes de Imlay, Mary ya se había enamorado
arrebatadamente del pintor Fuseli, a quien le había propuesto una insólita
convivencia “a tres” que horrorizó a la mujer del pintor, razón por la cual
Fuseli optó por su mujer y abandonó a Wollstonecraft. Al casarse con Godwin
(los dos contrayentes estaban en contra de la institución matrimonial,
curiosamente…) se supo que Wollstonecraft no había estado casada con Imlay, por
lo que su situación irregular de mujer amancebada y con una hija pasó onerosa factura
al nuevo matrimonio, que perdió no pocas amistades, conocidos y familiares;
ello nos indica, si bien muy escuetamente, que la propia vida de la autora
tiene unos ingredientes “novelescos” tales, que por sí misma es merecedora de
atenta y apasionada lectura, porque esa “mujer fuerte” que fue Wollstonecraft
hubo de serlo en una sociedad cuyo rechazo cayó sobre ella inmisericordemente. No
solo estaba amancebada con Imlay, sino que cuando este la abandonó, porque ya
no encontraba aliciente en una Wollstonecraft volcada en la crianza de su hija
y en su trabajo intelectual, en vez de en la pasión que ambos habían compartido,
intentó suicidarse, sin ocultar en ningún momento que lo suyo no había sido un “accidente”,
sino un deliberado intento de suicidio. La tensión entre las ideas y la pasión
forma parte de la vida de Wollstonecraft, si bien su labor intelectual fue
prioritaria para ella, como lo prueba no solo el presente ensayo, piedra angular
del movimiento feminista europeo, sino su obra narrativa y su obra histórica
acerca de los orígenes de la Revolución Francesa. Si algo sorprende del
presente libro, Vindicación…, es su
total modernidad y la claridad conceptual irrebatible con que Wollstonecraft no
solo defiende principios que a algunos conservadores de nuestro tiempo les
cuesta admitir, sino que se anticipa a conquistas que tardarán mucho tiempo en
realizarse socialmente, como la coeducación, por ejemplo. El libro no solo es
una defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres -Quiero al hombre como compañero; pero su
cetro, real o usurpado, no se extiende hasta mí, salvo que la razón de un
individuo demande mi homenaje; e incluso entonces la sumisión es a la razón y
no al hombre-, sino que se ofrece a los lectores como una explicación del
atraso de la mujer, sometida al mero papel de reproductora de la especie, un
ser que ha de dedicarse prioritariamente a esa función y no tener otro objetivo
en la vida que preocuparse de las cosas de la casa, de sí misma, desde la
higiene hasta el aspecto, de conquistar a un hombre y de su familia. El libro
no es solo, ya digo, un feroz y lúcido alegato contra la supremacía masculina
que ha impedido que la mujer se desarrolle intelectualmente, sino una suerte de
programa político de ordenación de la sociedad en el que también se incluyen
aspectos de tanta importancia como el diseño de un sistema educativo que libere
a hombres y mujeres, el derecho a voto de las mujeres, el establecimiento de
derechos igualitarios en el contrato matrimonial y en las herencias, etc. Es
decir, no hay ámbito social en el que Wollstonecraft no deje de recordar la
injusticia que supone la organización social de su época, ese patriarcado en el
que la mujer solo disfruta del poder indirecto que le confiere su relación
individual con su esposo y su autoridad como madre de familia. Wollstonecraf
escoge a Rousseau como adversario, y a fe que lo tiene fácil, porque el
ginebrino dice tantas barbaridades acerca del papel de la mujer en la sociedad,
condensadas todas ellas en el capítulo V de su Emilio o la educación, donde describe a la “pareja ideal” de
Emilia, a la que bautiza, paradójicamente, con el nombre de Sofía, que resulta
poco menos que imposible no vapulearlo con total garantía de éxito: Rousseau
expresa que una mujer jamás debería, ni por un momento, sentirse independiente,
que debería moverse por el miedo a ejercitar su astucia natural, y que se trata
de hacer de ella una esclava coqueta, con el fin de convertirse en un objeto de
deseo más seductor, una compañía más dulce para el hombre, cuando quiera
relajarse. Lleva sus argumentos todavía más lejos, pretendiendo extraerlos de
los indicios de la naturaleza, e insinúa que verdad y fortaleza, las piedras
angulares de toda virtud humana, deberían ser cultivadas con ciertas
restricciones, porque, en relación al carácter femenino, la obediencia
constituye la gran lección que debe inculcarse con vigor implacable, dice
ella que dice Rousseau, pero cuando inserta en su estudio las citas textuales
del ginebrino, entonces sí que las carnes se nos abren por completo: La investigación de verdades abstractas y
especulativas, de principios y axiomas de las ciencias, en definitiva, de todo
lo que tiende a generalizar nuestras ideas, no es la provincia adecuada de las
mujeres; sus estudios todos deben remitirse a la práctica. (…) Todas las reflexiones de las mujeres deben
dirigirse, en lo que se refiere de modo inmediato a sus deberes, al estudio de
los hombres o a la consecución de aquellas habilidades agradables que tienen el
gusto por objeto; porque las obras de genio están más allá de su capacidad;
tampoco tienen suficiente precisión o capacidad de atención para triunfar en
las ciencias exactas. (…) Debe
estudiar a fondo la mente del hombre, no la mente de los hombres en general, de
forma abstracta, sino la disposición de aquellos hombres de los que depende,
bien por la ley de su país, bien por la fuerza de la opinión, (…) La mujer tiene más ingenio, el hombre más
genio; la mujer observa, el hombre razona: de este concurso deriva la luz más
clara y el conocimiento más perfecto que es capaz de adquirir por sí misma la
mente humana. No obstante el celo reformador de Wollstonecraft, si algo
hace atractivo su libro es esa suerte de escepticismo último sobre las
menguadas posibilidades de ciertos cambios sociales y su escasa fe en el poder
que ahora le atribuimos a algunas instituciones, como por ejemplo a la
educación: No considero que la educación
personal pueda hacer milagros, tal como le atribuyen algunos escritores
optimistas. Los hombres y las mujeres deben educarse, en gran medida, a través
de las opiniones y costumbres de la sociedad en la que viven. O la
ecuanimidad de un juicio atento siempre a la ponderación y a la justeza: He tenido antes la ocasión de observar que
un derecho siempre comprende un deber, y creo que puede inferirse igualmente
que pierden el derecho aquellos que no cumplen el deber. La
suerte de precipitación con que fue escrito el libro le impidió a la autora
eliminar las constantes repeticiones que se centran, sobre todo en una idea
básica: la mujer ha de desarrollarse intelectualmente. Se trata de una especie
de motivo recurrente que aparece en cada capítulo y en algunos varias veces,
casi como una jaculatoria que, repetida ad náuseam, fuera capaz de hacer
realidad el justo y perentorio deseo que incluye. A esa necesidad ha de
sumársele la de la independencia económica, a través del ejercicio de una
profesión, porque solo desde la independencia económica, como es sabido, pueden
establecerse relaciones de igualdad. El libro, de hecho, es una severa crítica
incluso a las mujeres que aceptan semejante estado de postración social e
individual: La mujeres deben tratar de
purificar su corazón, pero ¿pueden hacerlo cuando sus entendimientos sin
cultivar las hacen dependientes por completo de sus sentidos para estar
ocupadas y divertirse, cuando ninguna actividad noble las sitúa por encima de
las pequeñas vanidades diarias o les permite refrenar las emociones salvajes
que agitan la caña, sobre la que cualquier brisa pasajera tiene poder?
Salir de esa suerte de falsa torre de marfil donde los hombres se empeñan en
encerrarla es la obligación de todas y cada una de las mujeres, si es que
quieren ser libres y desarrollar su pensamiento en igualdad de condiciones con
los hombres, pues solo con los mimbres de la igualdad se construyen sociedades
no opresivas ni represivas. Las mujeres han de rechazar, han de combatir el
estereotipo que las convierte poco menos que en sacerdotisas de la belleza, en
persecución de la cual han de emplear todos los días de su vida: Las mujeres se encuentran en todas partes en
ese estado deplorable porque, con el fin de preservar su inocencia, como se
denomina cortésmente a la ignorancia, se les oculta la verdad y se les hace
asumir un carácter ficticio antes de que sus facultades hayan adquirido alguna
fuerza. Como desde la infancia se les enseña que la belleza es el centro de la
mujer, la mente se ajusta al cuerpo y, deambulando por su jaula dorada, solo
busca adorar su prisión. Como se advierte, la modernidad de los planteamientos
de Wollstonecraft es total. lo cual dice muy poco de nuestras sociedades, todo
sea dicho de paso, y menos aún de esas en las que el papel de la mujer, como en
las dominadas por el Islam, se acerca lamentablemente al de la subordinación
absoluto a los dictados del hombre. La perspicacia de Wollstonecraft a la hora
de descubrir la conformación del modelo social opresivo de la mujer se extiende
a la relación implícita entre el maltrato animal y su extensión al maltrato en
el seno de la familia, como algo casi “natural”: La humanidad para con los animales debería ser particularmente
inculcada como parte de la educación nacional, pues no es en la actualidad una
de nuestras virtudes nacionales. (…) Esta crueldad habitual se adquiere primero
en la escuela, donde uno de los juegos raros de los niños es atormentar a los
pobres animales que se encuentran en su camino. La transición, conforme crecen,
de la barbaridad con las bestias a la tiranía doméstica sobre las esposas,
niños y sirvientes, es muy fácil. La justicia, o incluso la benevolencia, no
será una fuente poderosa de acción a menos que se extienda a la creación
entera; más aún, creo que puede tomarse como axioma que aquellos que pueden
presenciar el dolor sin conmoverse pronto aprenderán a infligirlo. La
posición política de Wollstonecraft es bastante radical para su tiempo, porque
se sitúa claramente contra un sistema político que a su juicio permite instituciones
tan gravosas como inoperantes, comenzando por la propia monarquía, lo cual
tampoco es extraño si se considera el fervor que despertó en ella la Revolución
Francesa: Los impuestos sobre los
elementos más necesarios de la vida permiten a una tribu interminable de
príncipes y princesas ociosos pasar con estúpida pompa delante de una multitud
boquiabierta, que casi venera el mismo desfile que tan caro le cuesta. Esto es
mera grandeza bárbara, algo como las inútiles y salvajes procesiones de
centinelas montados a caballo en Whitehall, lo que nunca pude contemplar sin
una mezcla de desprecio e indignación. Pocos en la Gran Bretaña de hoy, ni
siquiera entre los laboristas, se expresarían de manera tan contundente, me
parece… En realidad, sorprende la reticencia con que Wollstonecraft sugiere que
se hace inevitable no solo la participación “pasiva” de la mujer a través del
voto, sino que ha de haber mujeres en el Parlamento: Puede que provoque la risa, al sugerir una idea que pretendo perseguir,
en algún tiempo futuro, pues realmente pienso que las mujeres deberían tener
representantes, en vez de ser arbitrariamente gobernadas sin que se les permita
ninguna participación directa en las deliberaciones de gobierno. Estamos en
1792, lo recuerdo, por si a alguien se le había olvidado, y la primera
parlamentaria elegida para la Cámara de los Comunes fue Constance Markiewicz en
1918, por el Sinn Féin, que no tomó posesión del escaño. Después de ella, por
los Tories fue elegida Lady Astor, en 1919, que sí la tomó. ¡Qué menos podía esperarse
de una mujer a la que le cumple realmente el calificativo de revolucionaria,
porque muchas de sus ideas han alimentado desde entonces la necesaria rebelión
contra estructuras sociales que han supuesto una seria limitación no solo de
las libertades individuales, sino, sobre todo, de la inequívoca represión de
los derechos de las mujeres! Esa rebelión se manifiesta claramente cuando llama
a desprendernos de automatismos como la “obediencia debida”: El deber absurdo, inculcado muy a menudo, de
obedecer a los padres solo en razón de su status como padre, encadena con
grilletes a la mente y la prepara para una sumisión servil a todo poder menos
la razón. (…) El padre que es obedecido ciegamente es obedecido por pura
debilidad o por motivos que degradan el carácter humano.
La condición de filósofa de Mary Wollstonecraft se manifiesta también en su Vindicación… cuando, entre los muchos aspectos de la realidad que trata en relación con la condición de la mujer, nos sorprende con el esbozo, de hondo carácter lírico, de una interesante gnoseología: Aquella rápida percepción de la verdad, que es tan intuitiva que desconcierta la investigación y nos impide determinar si es reminiscencia o raciocinio, al perderse su rastro en la celeridad con que irrumpe en la nube oscura. (…) Cuando la mente es un ave agrandada por los vuelos divagantes o la reflexión profunda, las materias primas se ordenarán a sí mismas en cierta medida. (…) ¡Qué poco poder poseemos sobre este sutil fluido eléctrico y qué poco poder puede obtener la razón sobre él! Estos delicados e intratables espíritus parecen ser la esencia del genio y, resplandeciendo en su ojo de águila, producen en el grado más eminente la energía feliz de asociar pensamientos que sorprenden, gratifican, deleitan e instruyen. Desde esa perspectiva, y a pesar de que ella misma sucumbió al romanticismo propio de su tiempo, Wollstonecraft defiende la primacía de la amistad sobre el amor: La amistad es un afecto serio, el más sublime de todos los afectos, porque se funda en los principios y se cimenta con el tiempo. Todo lo contrario debe decirse del amor. En gran medida, el amor y la amistad no pueden coexistir en el mismo seno; incluso cuando son inspirados por diferentes objetos, se debilitan o destruyen mutuamente, y por el mismo objeto sólo pueden sentirse en secuencia. De ahí que, para conseguir ese ideal, Wollstonecraft lo fíe todo al progreso del conocimiento, que equivale para ella al de la virtud: Sin conocimiento no puede haber moralidad. ¡La ignorancia es una frágil base para la virtud! Finalmente, a nivel estructural, aunque el libro tiene mucho de amalgama que esconde cierto desorden y no pocas repeticiones de la tesis fundamental, la mujer ha de formarse para adquirir independencia económica del hombre y situarse en un plano de igualdad con él, hay un capítulo, el 5º, en el que adelantándose aún más a su tiempo, la autora realiza un impecable fisking de las teorías de Rousseau, pero también de otros pedagogos y moralistas ingleses de su época. Las citas seguidas o precedidas de sus comentarios conforman un método de crítica similar al fisking que con tanto éxito practicó Arcadi Espada en España, por ejemplo, en su lúcida crítica al Estatuto de Cataluña pergeñado por el Tripartito, de infausto recuerdo, y entre cuyos delétereos efectos puede contarse el crecimiento del proyecto secesionista. Vindicación de los derechos de la mujer es un ensayo de tesis con el que resulta muy difícil discrepar, salvo cuando a la autora le ataca cierta vena puritana y se descuelga con juicios como que los matrimonios con descendencia han de renunciar a su vida sexual en la edad madura para hacerse cargo plenamente de la educación de los hijos como objetivo fundamental de sus vidas. La imagen de la armonía conyugal la cifra la autora en el indeleble recuerdo que ha de crear en la familia el acto de la lactancia contemplado por el esposo, por ejemplo, y no le falta razón, desde luego, y lo digo desde mi experiencia personal al respecto, pero de ahí a poco menos que tener que abrazar el celibato en aras de la formación de los infantes media un buen trecho… Mary Wollstonecraft tiene un estilo diáfano y eficaz, casi apodíctico. Suele intercalar algún que otro brillante aforismo, la verdad constituye un límite muy débil cuando se interpone en el camino de una hipótesis, acaso contagiada de su trato con el círculo de intelectuales al que tuvo acceso cuando accedió a trabajar para el editor liberal Joseph Johnson, en cuyas célebres tertulias participó, y es muy amiga de remachar la misma idea una y otra vez hasta conseguir que le quede bien claro, sobre todo a sus posibles lectoras, que no han de ceder al chantaje de disfrutar de un “poder femenino” basado en la explotación miserable de sus encantos sexuales, a cambio de continuar en el hoyo profundo de la ignorancia. Y este libro, que debería ser de cabecera de todas las jóvenes españolas y leído por todos los hombres, consigue plenamente su objetivo.
La condición de filósofa de Mary Wollstonecraft se manifiesta también en su Vindicación… cuando, entre los muchos aspectos de la realidad que trata en relación con la condición de la mujer, nos sorprende con el esbozo, de hondo carácter lírico, de una interesante gnoseología: Aquella rápida percepción de la verdad, que es tan intuitiva que desconcierta la investigación y nos impide determinar si es reminiscencia o raciocinio, al perderse su rastro en la celeridad con que irrumpe en la nube oscura. (…) Cuando la mente es un ave agrandada por los vuelos divagantes o la reflexión profunda, las materias primas se ordenarán a sí mismas en cierta medida. (…) ¡Qué poco poder poseemos sobre este sutil fluido eléctrico y qué poco poder puede obtener la razón sobre él! Estos delicados e intratables espíritus parecen ser la esencia del genio y, resplandeciendo en su ojo de águila, producen en el grado más eminente la energía feliz de asociar pensamientos que sorprenden, gratifican, deleitan e instruyen. Desde esa perspectiva, y a pesar de que ella misma sucumbió al romanticismo propio de su tiempo, Wollstonecraft defiende la primacía de la amistad sobre el amor: La amistad es un afecto serio, el más sublime de todos los afectos, porque se funda en los principios y se cimenta con el tiempo. Todo lo contrario debe decirse del amor. En gran medida, el amor y la amistad no pueden coexistir en el mismo seno; incluso cuando son inspirados por diferentes objetos, se debilitan o destruyen mutuamente, y por el mismo objeto sólo pueden sentirse en secuencia. De ahí que, para conseguir ese ideal, Wollstonecraft lo fíe todo al progreso del conocimiento, que equivale para ella al de la virtud: Sin conocimiento no puede haber moralidad. ¡La ignorancia es una frágil base para la virtud! Finalmente, a nivel estructural, aunque el libro tiene mucho de amalgama que esconde cierto desorden y no pocas repeticiones de la tesis fundamental, la mujer ha de formarse para adquirir independencia económica del hombre y situarse en un plano de igualdad con él, hay un capítulo, el 5º, en el que adelantándose aún más a su tiempo, la autora realiza un impecable fisking de las teorías de Rousseau, pero también de otros pedagogos y moralistas ingleses de su época. Las citas seguidas o precedidas de sus comentarios conforman un método de crítica similar al fisking que con tanto éxito practicó Arcadi Espada en España, por ejemplo, en su lúcida crítica al Estatuto de Cataluña pergeñado por el Tripartito, de infausto recuerdo, y entre cuyos delétereos efectos puede contarse el crecimiento del proyecto secesionista. Vindicación de los derechos de la mujer es un ensayo de tesis con el que resulta muy difícil discrepar, salvo cuando a la autora le ataca cierta vena puritana y se descuelga con juicios como que los matrimonios con descendencia han de renunciar a su vida sexual en la edad madura para hacerse cargo plenamente de la educación de los hijos como objetivo fundamental de sus vidas. La imagen de la armonía conyugal la cifra la autora en el indeleble recuerdo que ha de crear en la familia el acto de la lactancia contemplado por el esposo, por ejemplo, y no le falta razón, desde luego, y lo digo desde mi experiencia personal al respecto, pero de ahí a poco menos que tener que abrazar el celibato en aras de la formación de los infantes media un buen trecho… Mary Wollstonecraft tiene un estilo diáfano y eficaz, casi apodíctico. Suele intercalar algún que otro brillante aforismo, la verdad constituye un límite muy débil cuando se interpone en el camino de una hipótesis, acaso contagiada de su trato con el círculo de intelectuales al que tuvo acceso cuando accedió a trabajar para el editor liberal Joseph Johnson, en cuyas célebres tertulias participó, y es muy amiga de remachar la misma idea una y otra vez hasta conseguir que le quede bien claro, sobre todo a sus posibles lectoras, que no han de ceder al chantaje de disfrutar de un “poder femenino” basado en la explotación miserable de sus encantos sexuales, a cambio de continuar en el hoyo profundo de la ignorancia. Y este libro, que debería ser de cabecera de todas las jóvenes españolas y leído por todos los hombres, consigue plenamente su objetivo.