domingo, 30 de septiembre de 2018

«Bodegones/Still Life», el arte iluminado de Miguel Martí.



Tríptico
Miguel Martí







La discreta colaboración del Artista Desencajado en una exposición pictórica singular: los bodegones dinámicos de Miguel Martí,  una aproximación a las paradójicas naturalezas muertas, llenas de vida y colorido. En Hellín, desde el 28 de setiembre al 7 de octubre.

Ayer por la tarde se celebró en Hellín la inauguración de la exposición Bodegones/Still Life, de Miguel Martí, un artista manchego de quien en Provincia Mayor comenté ya su anterior exposición  Sur Este-Este Sur. Sin renunciar a la marcada seña de identidad del artista, su uso  exuberante del color, la técnica del collage y el uso de objetos cotidianos que rememoran su propia autobiografía, Miguel Martí se ha adentrado en el mundo del bodegón, de la naturaleza muerta o del still life, en inglés, y nos ha ofrecido un recorrido palpitante por las inmensas posibilidades del género pictórico en cuestión. En una cincuentena de obras, el autor ha hecho una profunda inmersión en un mundo de referencias familiares, autobiográficas, que respiran, inequívocamente, en la pasión con que ha sabido captar ese instante mágico de las flores y las frutas en su momento de triunfo absoluto e inicio, por ello mismo, de su decadencia. La exposición está abierta en el Museo de Semana Santa, que fue antiguo palacio del conde de Lumiares, donde fue hecho prisionero el ilustrado Conde de Floridablanca tras su caída en desgracia, hasta el 7 de octubre. Por amistad con el autor, con quien me inicié en los estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Madrid hace la intemerata…, he escrito la presentación de la exposición, recogida en un hermoso tríptico que se reparte a los visitantes, y que copio a continuación:

                                      BODEGONES / STILL LIFE
         La revolución protestante, que acabó con el mecenazgo religioso de los artistas introdujo en la pintura la temática dominante de la vida cotidiana y dentro de ella lo que acabó llamándose, en alemán, stilleven y, trasplantado al inglés, still life.; términos que equivalen a nuestro bodegón y al francés nature morte, “naturaleza muerta”. Todo nos habla, en este género pictórico de segundo orden para los académico, pero de gran éxito entre el público, de una dualidad que se percibe mejor en la expresión inglesa: Still Life: “Todavía vida” y “vida inmóvil” o “vida sosegada”. El pintor eterniza en el lienzo la vida tranquila de los dones de la naturaleza, no el bullicio desordenado de las pasiones humanas. Estamos, pues, ante un género pictórico enraizado en los sentidos y en la escenografía, es decir, en la reacción espontánea frente a la belleza plural de las formas y al deslumbrante cromatismo del mundo, por un lado, y, por otro, al artificio de la más exquisita composición, como la de un altar doméstico donde se rindiera homenaje a la vida elemental -como las Odas de Pablo Neruda-: los animales y los vegetales que representan nuestro sustento, junto a los objetos cotidianos consagrados a su culto.
Miguel Martí ha explorado el género del Bodegón, cuyos antecedentes se remontan a los egipcios y a las pinturas greco-latinas, con un impagable afán autobiográfico, porque en sus composiciones late el pulso vital del descubrimiento familiar de la naturaleza a través de sus ubérrimos dones. Como él mismo ha escrito: “ Mi infancia son recuerdos...” de aquella cocina que tenía toda la apariencia de un hermoso bodegón: dos armarios con puertas de cristales, uno a cada lado de la cocina de carbón, que no sé muy bien por qué le decían “económica”. En un lateral y al lado del balcón una gran mesa con tablero de mármol y patas de hierro fundido (del café que otrora tuvo mi abuelo Francisco, “el Pintao”). Los armarios de cristales tenían cuatro anaqueles de madera donde se guardaba los cacharros de cocina, la loza de Pickman y la cristalería. Los anaqueles se “decoraban” con papeles blancos de “barba” que mi madre recortaba con filigranas y yo pintaba con aquella gran caja de lápices de colores “Alpino”. Tomaba como modelo los cestos y fuentes de frutas que aparecían todos los días encima de la mesa, desde los primeros días de verano hasta los últimos de otoño: cerezas, albaricoques, nísperos, higos, brevas, melocotones, sandías, melones, uvas, granadas, membrillos...
Con técnicas ya usadas en otras exposiciones suyas, como el collage que presidía la titulada EN LA OTRA ORILLA. TÁNGER, Miguel Martí ha abordado la creación de estos bodegones, tan llenos de explosivos y brillantes colores como de depurada escenografía, con una técnica de papeles pintados fijados a una base de cartón, papel, lienzo o madera con una variada técnica de realización: pastel, sanguinas, tinta y óleo. Cada objeto representado exige una técnica y solo esa. Y el arte delicado del pintor descubre lo que la naturaleza íntima de cada objeto o de cada pieza vegetal exige, y de ahí la simbiosis perfecta entre el objeto y la técnica con que se le representa en el soporte escogido. El bodegón ha sido la indiscutible escuela de la mirada. Y no hay pintor, desde Cézanne hasta Sánchez-Cotán, pasando por Caravaggio,  Delacroix, Manet Durero o el maestro Chardin, que no se haya ejercitado en ese sutil arte de la aproximación al modelo por excelencia: la vida en trance de  muerte irreparable que los pinceles rescatan y celebran para exaltación de los sentidos. Eso, y no otra cosa, es esta exposición Bodegones/Still Life de Miguel Martí: una exquisita representación teatral de la naturaleza (recordemos que en Europa el bodegón es, propiamente, un género barroco) y una exaltación del poder de percepción de nuestros sentidos. Si hay un elemento común a la mayoría de estas naturalezas extraordinariamente vivas con que Miguel Martí nos deleita, esa no puede ser otra que el color,  entendido, además, a su modo personal, intenso, de comunicación con ese reino vegetal cuyas flores y frutos -¡a veces manufacturados, como la horchata extraída de la humilde chufa!- revientan de color ante nuestros ojos con la pujanza propia de los mejores y más saludables hijos de la madre Naturaleza. En esa indagación, cada objeto tiene un tratamiento formal distinto, porque no exige la misma técnica el amarillo de fuego del membrillo que la acritud dorada del limón; así como el sangrante corazón de la sandía nada tiene que ver con el rojo adormecedor de las amapolas…No pierda de vista el contemplador de estas escenas íntimas, la delicada obra de escenografía que una mirada desatenta puede pasar por alto: esas estudiadas composiciones, que no son hijas del azar, sino de una absorbente relación dialéctica con la Naturaleza, funcionan a veces como contexto, otras como marcos, en pocas ocasiones como decoración realista y siempre, con todo,  como fluido diálogo entre los elementos dominantes y los accesorios, lo que enriquece considerablemente la exposición. Sí, los elementos de los cuadros dialogan entre sí, y estos, a su vez,  con nosotros. Hemos de contemplarlos, si se me permite la sugerencia,  atentos a lo mucho que nos revelan, porque la pintura también es lenguaje que busca, a través de la luz, la escondida senda que lleva desde los sentidos a la emoción.
Juan Poz
Barcelona, en el agobiante verano de 2018.






El día de la inauguración, a la que asistí de mil amores, fui recorriendo los cuadros luminosos y me dio por tomar unas notas que, aun a fuer de improvisadas, leí para el publico asistente como muestra de amor fraternal al autor y a la obra.
El Artista Desencajado
 Siguiendo mi táctica habitual, cuando recorro exposiciones, deambulé por las salas a la espera de que los cuadros solicitaran mi atención, porque no he hallado, hasta el presente, mejor método para identificar mi gusto o mi disgusto con lo expuesto, si las obras tienen algo que decirme y solicitan mi atención, que el  hecho de ser invitado a acercarme para contemplarlas a esta o a  aquella distancia para reparar en su individualidad o en el efecto del conjunto, junto a otras obras; en fin, que, como a mí me parece de justicia, han de ser las obras las que me seduzcan, no ir yo a ellas para forzar una reacción que  solo “opera” la maravilla del encuentro en la dirección que yo señalo. Teniendo en cuenta ese movimiento de vaivén, de acercamiento y alejamiento, respeto de los cuadros, compuse lo que he llamado Pinceladas retóricas para una exposición
En los bodegones el tiempo se detiene, en los de Miguel Martí, sin embargo, el tiempo avanza su labor implacable. Burbujea en los colores, revienta en las frutas en sazón, se remansa en los ocres solemnes de los membrillos y se acelera en los reflejos de las vajillas y la orfebrería de los manteles de papel, y supura su extraño dulzor amargo en las granadas reventadas, como un pomo de claveles. Son, sí, naturalezas muertas, pero paradójicas, como el buen arte, el de birlibirloque, exige: naturaleza en el momento triunfal, por color, tacto, olor y sabor, de exhibirse ante la mirada engolfada del artista, tocado por el reto de dejarlas intactas en el lienzo, de multiplicar, si cabe, el glorioso esplendor de su inminente ocaso. 

¡Qué extraña virtud la de la mano del artista que dispone sus objetos con la delicadeza de un director de escena! Ni las flores ni los frutos se amontonan, sino que se arraciman en venturosa bandería de relieves, perfiles y ángulos que exaltan, ¡dichosa armonía!, la más noble vida posible. Recorremos los senderos de la luz y de las formas como los conquistadores la naturaleza de un nuevo mundo, y sabemos que el abanico de técnicas diversas busca un solo verbo transitivo: emocionar. Desde el fruto en la rama hasta la venerable chufa trasmutada en la bendita horchata pasando por los búcaros que exhalan las fragancias del arco iris en flor, ¡qué difícil les es a los sentidos observar la serenidad de la contemplación juiciosa! ¡Juicy fruits! nos desbordan los labios anhelantes de la dulzura de la creación. El observador aprecia el contraste entre la feraz naturaleza refrenada en los lienzos y el espacio urbano donde se exponen, y, de repente, a nuestro alrededor, si estamos atentos, todo se ha convertido en huerto y en jardín, en alameda, en rosaleda, y respiramos mejor, y nos reconocemos parte de un todo que  nos ennoblece, porque, al cabo, nos rescata de esa sórdida sensación que nos asalta a veces: ser, también, naturalezas muertas.




A la manera de Isabel Quintanilla


2 comentarios:

  1. Hermosa crítica y semblanza de una exposición de un amigo muy estimado.

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    1. Gracias. Me ha encantado ser autor de tríptico, de programa de mano... El género importa poco cuando uno puede expresarse libremente y con dedicación plena.

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