lunes, 23 de abril de 2018

La era de la preverdad: Antonio de Torquemada y su “Jardín de flores curiosas”.



Los bulos de la auctoritas:  la tradición de bestiarios, lapidarios, antropólogos y geógrafos en un bestseller europeo: el  jardín dialogado de las flores fantásticas.

En esta época ya definida como de la posverdad, es reconfortante viajar, leyendo, en el tiempo para descubrir este estupendo Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada, donde se dan cabida todas las rarezas, y que bien podría haber sido titulado Jardín de las Hipérboles, a juzgar por el uso no retórico, sino falsado, de las tales. Porque lo primero que sorprende de este conjunto de noticias peregrinas, en la línea de las misceláneas, polianteas y florilegios propios de la época del autor, el siglo XVI, e incluso de siglos posteriores es la decidida voluntad de avalar los testimonios, por disparatados que hoy nos puedan parecer, con la autoridad de historiadores, filósofos y cuantas autoridades, de tipo civil o religioso, puedan contribuir a desechar de la mente de los lectores que aquello que se cuenta, por inverosímil que nos parezca, no responde a la verdad. Es cierto que el Renacimiento es la época en la que el conocimiento suma al cultivo hasta entonces casi exclusivo de la teología y las artes humanísticas clásicas, la literatura, la historia, el descubrimiento de la naturaleza y su estudio pormenorizado, tanto en la Tierra como en el cosmos, y de ahí, por parte del autor, la necesidad casi compulsiva de verse obligado a añadir la ristra de autoridades que dan fe de la verdad de cuanto se cuenta. En cierto modo, los dos volúmenes de este Jardín… tienen algo, por lo que hace al conocimiento del cuerpo humano, de manual de teratología, del mismo modo que, en cuanto a los animales, las tierras y las personas de tribus exóticas, el libro tiene algo de aquellas geografías fantásticas de los primeros cartógrafos y no poco de los herbolarios y los lapidarios que nos transmitieron las propiedades maravillosas de plantas, piedras y animales, todo ello procedentes de épocas que yo he situado en lo que defino como la “preverdad”, cuando la historia y el mito aún son inextricables, cuando las narraciones fabulosas tienen un público expectante en los mercados de las ciudades y las aldeas. Todo es posible, nada es inverosímil. Y a pesar de que los contertulios del personaje que lleva la voz cantante del coloquio manifiestan a veces lo difícil que resulta creer ciertas cosas de las que se dicen, un conato de escepticismo que no tardará en cuajar, como doctrina filosófica en las páginas del  Quod nihil scitur,  de  Francisco Sánchez, publicado en 1581, es decir, que esa época de la preverdad tiene fecha de caducidad, aunque lo cierto es que, a pesar del espíritu científico propio del Renacimiento, o quizás por ello mismo, recordemos que Servet muere en la hoguera,  las supersticiones han seguido formando parte del cuerpo social con una solidez a prueba de ilustraciones… Desde el siglo XXI, la lectura del Jardín de flores curiosas se emprende como un viaje fantástico hacia los sucesos y anécdotas más peregrinos que puedan ser imaginados, y el lector halla en sus páginas un auténtico virtuosismo de la invención. Desde esa adscripción al género de lo fantástico, tan de moda en las trilogías y tetralogías que devoran millones de lectores, bien pudieran estos volúmenes acabar convirtiéndose en el bestseller europeo que fueron en su momento, como así mismo lo fueron otras obras del autor, quien, también premonitorio en este sentido, pasó por la Universidad sin que saliera de ella con título alguno, ni ful ni legal, pero con un extraordinario olfato para saber, literariamente, qué estaban deseando leer sus contemporáneos. El Jardín… está lleno de flores exóticas en tal cantidad, que pondría a prueba la incredulidad de los intelectores que se paseen por él, porque se extienden a veintiuna páginas las notas que he tomado de los fragmentos dignos de ser leídos. Desde el punto de vista estrictamente literario, todo ha de decirse, la obra no es un prodigio de estilo ni sorprende en modo alguno por la audacia compositiva o la capacidad de descripción. De hecho, se ciñe a las noticias fabulosas y las entrega, como si dijéramos, en bruto, sin elaborar; al estilo de esas pujas coloquiales en las que los interlocutores se quitan unos a otros la palabra con el latiguillo “pues lo que me pasó a mí sí que…”  introductor de lo que se supone que es tan extraordinario que todos los demás han de callar inmediatamente y oírlo. Si noticias como la de los partos -acto propenso a las maravillas per se- alimentaban fantasías como esta: Refiere Alberto magno, el cual dice que un médico por cosa muy cierta le contó, que siendo llamado en una ciudad de Alemania para la cura de una señora, vio que Parera de un parto ciento cincuenta hijos, envueltos todos en una red, los cuales eran tan grandes como el dedo pequeño de la mano, y que todos salieron vivos y figurados. Bien entiendo que estas son cosas difíciles de creer a los que no las hubieren visto, pero hácelas posibles ser cosa muy notoria y averiguada; aunque, cierto, es más admirable que todas, lo que sucedió a la Princesa, o según otros condesa, Margarita en Irlanda, que parió de un parto trescientos y seis hijos todos vivos y tamaños como unos ratones muy pequeños; los cuales en una fuente o vasija de plata, que hoy día para memoria de esto está en la iglesia de aquella isla, fueron bautizados por mano de un obispo, y nuestro invictísimo César Carlos V la tuvo en sus manos, y averiguó ser esto verdad por muchos y muy claros testimonios, ni que decir tiene que las referentes a hechos fuera de lo común, aunque dentro del orden de lo natural, como lo androginia alimentaban el morbo de los oyentes, puesto que este tipo de obras misceláneas, como tantas otras, y ahí está el Quijote que lo avala, solían ser leídas para un publico expectante y crédulo: En los confines de los Nasamones hay una provincia de gentes, llamadas andróginas, que todos ellos son hermafroditas, sin guardar orden ni concierto alguno en el coito, sino que los unos y los otros usan de ello igualmente. Y según la poca noticia que destos se tiene, no diera mucho crédito a estos autores, si no lo confirmara Aristóteles diciendo que estos andróginos tienen la teta derecha como hombre y la siniestra como mujer, porque con ella alimentan las criaturas que paren. La explicación de muchas de estas anomalías o excepciones, radica, para el autor, en el poder de la imaginación, lo cual nos sitúa casi en la órbita de las vanguardias literarias: Según dice Algazar, filósofo antiguo de muy grande autoridad, y o refiere Gentil, la imaginación intensa tiene tan gran fuera y poder que no solamente puede imprimir diversos efectos en aquel que está imaginando, pero también puede hacer efecto en las mesmas cosas que imagina. Como buen aficionado al cine de terror y de lo fantástico, una historia me ha hecho pensar en la secuencia clásica de Desafío total, de Verhoeven: No será pecado mortal, aunque no le deis mucho crédito; pero yo quiero deciros una cosa no menos monstruosa que todas las que aquí se han contado, la cual vi, como suelen decir, con mis propios ojos, y fue en el año de trece o catorce sobre quinientos, que un hombre extranjero iba para Santiago, el cual llevaba unas ropas largas hasta los pies y todas hendidas por delante y así mesmo la camisa con ellas, y dándole alguna limosna, abría las ropas y mostraba una criatura cuya cabeza estaba al parescer, metida en la boca del estómago, o algo más arriba; lo de fuera era todo el pescuezo, y que allí para abajo estaba toda complida y muy bien formada con sus miembros enteros, que se meneaban; así, que en un hombre estaban dos cuerpos, y si se gobernaba esta criatura por el hombre que la traía o por sí, en las operaciones naturales, no lo sabré decir, porque yo era tan niño, que ni lo supe mirar, ni preguntar, ni tenía entendimiento para ello; y no lo osara contar, si no hubiera muchas personas en España que lo vieron y se acordarán de ello; y así fue público y notorio. De ahí, por consiguiente, la actualidad extremada de esta obra, capaz de competir, en imaginación, con las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Conviene recordar, por si no lo hubiera dicho, que el libro acabó en el Índice de libros prohibidos por la Inquisición, como no podía ser de otra manera, a tenor de las historias subidas de tono que recoge. Son innumerables las referencias a pueblos exóticos cuyas particularidades van más allá de todo lo imaginable, pero sobre cuya existencia nada se puede objetar teniendo en cuenta los autores que avalan dicha existencia: Plinio y Solino y Estrabon y otros muchos los refieren particularmente; pero todavía quiero haceros mención de algunos dellos. Hay unos que llaman monoscelos que no tienen más de una pierna, y son tan ligeros en saltar con ella, que corren más que otros animales, yendo a saltos tras ellos. Estos tienen el pie tan grande, que cuando hace gran calor se echan en el suelo, y alzándolo se defienden de ella haciendo sombra con él. (…) También escriben de otros, que llaman faneseos, con las orejas tan grandes, que cubren todo el cuerpo con ellas, y que estos son de mus grandes fuerzas. (…) Solino dice que los Arismaspos, que están en una provincia entre los Scitas, cerca de los montes Rifeos, todos tienen un solo ojo. En parte, esas noticias propias de viajeros intrépidos, y el autor tiene siempre presente a Marco Polo, alimenta una imaginación de “lo desconocido” que llena páginas y páginas del libro con una pormenorizada descripción de lugares inhóspitos, de animales fabulosos y de costumbres humanas casi estrafalarias; todo ello al estilo de la muy venerable “novela bizantina”, como lo demuestra en el Jardín la historia de Jambolo, condenado a vivir en una isla maravillosa de la que él y su compañero, tras siete años, son forzados a salir. La coartada de los interlocutores en el coloquio que se extiende a lo largo de los dos volúmenes está clara, en boca de Luis: Creedme en esto que quiero deciros, que pocas veces o ninguna un hombre que sea curioso puede ser juntamente nescio, porque son dos cosas que con dificultad se compadescen: que los hombres sabios siempre procuran saber más, paresciéndoles que es poco lo que saben y entienden, y los nescios, como no extienden su entendimiento a pensar que hay más saber ni entender de lo que ellos entienden y alcanzan, piensan que allí hace fin la ciencia, y así, porfían y disputan las cosas, sin querer conceder ni otorgar más de lo que la torpeza de su ingenio alcanza, teniendo aquel por el verdadero fin y remate de todas ellas. ¡A ver quién es el guapo, pues, que arde en deseos de dar crédito a tantos historiadores que les hablan de realidades tan fantásticas como difíciles de creer! La obra progresa en una sucesión de auctoritas que realmente apabulla a los interlocutores, y si salió Carlos V, como vimos, también ejerce el mismo papel Boccaccio o el propio Aristóteles, amén de la caterva de autores de mayor o menor prestigio que se anteponen a la narración de los hechos fantásticos. Pongamos por caso lo relativo a los gigantes: Sinforiano Campegio, en un libro que llamó Ortus Gallicus, lo cual dice por autoridad de Juan Bocacio, que afirma él mesmo haberle visto, y fue que en Sicilia, cerca de la ciudad de Trapana, a la raíz de un monte, que está cerca de ella, andando unos labradores cavando un cimiento para hacer una casa, descubrieron una cueva que tenía grandísima anchura, y, encendidos unos matojos, entraron dentro para ver lo que había, y hallaron en medio de ella un hombre sentado, de tan admirable grandeza, que espantados y atónitos comenzaron a huir hacia el lugar, y dando nuevas de lo que habían visto, se juntaron muchos, y con armas y lumbres entraron en la cueva a certificarse de la verdad, y hallaron aquel hombre, tan grande, cual otro jamás nunca se ha visto ni oído. Tenía en la mano siniestra un báculo tan grande y tan grueso como una grande antena de nao, y perdido el temor, con ver que estaba muerto, llegaron a tocarle, y luego se deshizo en ceniza quedando los huesos tan disformes, que en lo hueco del casco de la cabeza cabía gran cantidad de una medida de trigo que se llama modio, y seis dientes se guardaron por cosa monstruosa, y tomada la medida de todo el cuerpo, paresció que tenía doscientos codos de largo, cosa que tendría por increíble, y aun imposible, si tan graves autores no diesen testimonio de ello. Del mismo modo que hay hombres del mar que acechan a las doncellas par raptarlas y aprovecharse de ellas en sus cuevas marinas, hay hombres lobo que salen a los caminos de Galicia para matar y devorar criaturas, exactamente igual que nos lo contó Olea en El bosque del lobo, por ejemplo; o doncella que, secuestrada por un oso, acaba conviviendo con él e incluso pariendo un hijo humano que se encargará de vengar el asesinato del padre y dará lugar a una genealogía de reyes nórdicos… El libro está tan lleno de embustes como de aciertos que nos sorprenden por su rigor científico, como la descripción de un ataque de furor, posible una fase maníaca de una bipolaridad, en una persona aquejada de “melancolía”-un estado, por cierto, llevado magistralmente al cine por Lars von Trier en película con ese título: Melancolía-: Yo vi en una mujer muy cercana parienta mía, que siendo fatigada de una melancolía, que los médicos llaman mirrachia, la cual es muchas veces causa de hacer perder el juicio y venir a hacerse furiosos y locos los que la tienen, prevenirse de tal manera con la discreción y razón, que nunca pudo acabar de vencerla. Y era cosa de ver la batalla que entre la melancolía y ella pasaba, tanto que hacían a la pobre mujer echarse en el suelo boca a bajo, y la melancolía la forzaba a que hiciese pedazos lo que traía sobre sí y que tirase piedras a los que veía, y que arremetiese con los que topaba, e hiciese otros géneros de locuras; y la razón íbale a la mano, y la discreción la detenía, tanto, que al fin vino a perder aquella alteraciones y desechar el humor melancólico, quedando su juicio claro y desavahado como de antes lo tenía. Aunque para invención con solera, ninguna mejor que la del manuscrito hallado, que Torquemada, vía Santo Tomás de Aquino, remonta a la primera familia sobre la Tierra: Dice Santo Tomás en el tratado que hizo De ente & esentia, aunque algunos dicen no ser suyo, sino apócrifo, donde trae que Abel, hijo de Adán, hizo un libro de todas las virtudes y propiedades de los planetas, y conosciendo que el mundo de había de perder por el Diluvio, metiolo en una piedra y cercola de manera que las aguas no pudiesen corromperla, para que viniese a ser notorio a todas las gentes. Esta piedra hallo Hermes Trimegisto y quebrándola y viendo el libro que estaba dentro, se aprovechó de él en muchas cosas. De hecho, también lo usó Santo Tomás, nos dice el autor, porque  molestándole el paso de los animales con motivo de estar enfermo, hizo una imagen conforme a las indicaciones del libro, la enterró en la calle y las bestias se negaban a pasar por la calle y se daban la media vuelta. La mayor parte del segundo volumen está dedicado a las tierras cercanas al Polo Norte y los pueblos que en ella viven. La simple enumeración de tales pueblos  y lugares y algunas de sus costumbres, que el autor repite hasta tres veces con idénticas expresiones, no produciría la impresión de estar en el seno de unas de esa sagas de pueblos extraños con las que estamos familiarizados sea a través de la insufrible Juego de Tronos sea a través de las tribus de todo tipo que nutren los últimos bestsellers casi infantiles -¡qué lejos de Tolkien, por amor de Hermes!- con que tanto nos afligen las editoriales en los últimos tiempos mediocres de su quehacer editorial: Perioscoeos, Antoscoeos, Amphioscoeos, que son vocablos griegos, por donde declaran de la manera que están. Perioscoeos son aquellos a quien las sombras andan al derredor, y estos , como adelante veréis, no pueden ser sino los que están debajo de los polos. Amfioscoeos llamamos a los que tienen las sombras a una parte y a otra, que es hacia el aquilón y hacia el austro, conforme a cómo se halla el sol con ellos. Eterosceos son los que su sombra va siempre a una parte.
Los Hiperboreos, cuyos pueblos son los Parigitas, los Carcotas.
Casi conforme a estas regiones son Escamia y Dacia. Y un poco más adelante, hablando de las provincias de Suecia, la cual llaman Gocia Occidental, a diferencia de otra que se nombra Meridional, y de Noruega, que por la costa del Occidente se extiende hacia la isla de Tile y se junta con Grovelant y con Engrovelant, fuera del círculo Ártico, dice que están las provincias de Pilapia y Vilapia, las más frías de todas las regiones, porque se llegan mucho al Polo Ártico. (…) Provincias ignotas, entre las cuales me acuerdo que es una que llama Pila Pilanter, y otra, más adelante Euge Velanter (…) Y estas provincias tengo yo por cierto que son las que Gemma Frigio llama Pilapia y Vilapia.
Del singular bestiario de esos territorios, me quedo con una práctica bulímica que tanto aqueja hoy a los jóvenes, como un mal de nuestro tiempo. La descripción es impactante, por su crudeza, propiamente de registro naturalista, casi al estilo de los cuentos de Pardo Bazán reunidos en El destripador de antaño y otros cuentos: Hay también otros animales llamados gulones, del tamaño de un perro grande, las facciones como de gato, las uñas muy largas y fuertes, la cola como de raposa; estos cuando cazan o matan alguna bestia comen de ella hasta que no les puede caber más en el estómago o vientre, el cual se hincha tanto, que paresce que quieren reventar; y cuando se sienten así, se meten por lo más espeso de los montes hasta que hallan dos árboles muy juntos, y metiéndose entre ellos, aprietan el vientre de manera que forzosamente vienen a vomitar lo que han comido, y acabando de hacerlo, tornan a comer otro tanto, y también a vomitarlo, y tantas veces hacen esto, que acaban de comer toda la bestia, por muy grande que sea. Si bien no puedo dejar de mencionar un tópico que forma parte incluso de las hagiografías, como la de San Francisco de Asís, me refiero a la capacidad de las personas para entender la lengua de las aves: 
Luis.- Según eso, queréis decir que las aves se entienden.
Bernardo.- ¿Y vos dudáis de eso? Pues así como los animales se llaman con los bramidos y se conoscen y vienen a juntarse, también las aves con el canto malo o bueno se llaman y se juntan, y en fin, es entre ellas un lenguaje con que se en tienden las unas a las otras.
Antonio.- De Apolonio Tianeo se escribe que también él las entendía.
Luis.- Por cosa imposible lo tengo yo.

Sin  embargo, en el Jardín se cuenta que Apolonio oyó que un pájaro llevaba nuevas a otros de que a un molinero se le había caído un costal de trigo de un asno y había quedado el grano esparcido por el lugar. Los compañeros de Apolonio no lo creyeron hasta que pasaron por el camino y vieron a los pájaros comiendo donde se había caído el saco....  Y nada más leerlo, ¡quien puede resistirse a evocar aquellas secuencias mirificas en que Totó, en la película de Passolini, Uccelacci e ucellini, después de una humilde espera de recogimiento, logra entender ese lenguaje de las aves...
A modo de final filológico, permítaseme concluir con un listado no completo de las auctoritas citadas por Antonio de Torquemada, entre las cuales surgen, enseguida, posibles lecturas futuras, como la de los Días geniales, de Alejandro de Alejandro o el Hortus Gallicus, de Sinforiano Campegio…
Plinio, Solino, Aristóteles, Gema Frisio, Juan Bohemio, Varrón, Pontano, a Juan Pio Bononiense, San Agustín, Crates Pergameno, Eleanico, Damaste, Cornelio Tácito, Theodoro Gaza,  Alejandro de Alejandro, Juan Saxo, Juan Magno, Olao Magno, Pigata. San Jerónimo, , y Alberto Crancio, Alemán, Moscovita Polonio, Averroes, Dioscórides, Juvenal, Isaías, Boecio, Gaudenci Merula, Lópe Obregón, Paulo Jovio, Arriano, Estrabón…

2 comentarios:

  1. Me he reído, Juan, con este post. Voy a unificar comentarios, no es cuestión de andar derrochando! Cuando leí tu post sobre la risa desde Bergson, no supe que comentar, realmente. Me hacen reir las cosas más disímiles. Soy inestable y mi risa es inestable.
    Este tema que has dado en llamar "El jardín de las hipérboles" me hizo mucha gracia y he hallado que las hipérboles, justamente, me hacen reir.
    Me mueve a reflexión tu comentario es reconfortante viajar, leyendo, en el tiempo para descubrir.... En esta época de la posverdad el tema "viajar" - que ha sido siempre para mi un placer - se ha convertido en una especie de conjunto de disparates al estilo de "Jardín de flores curiosas". Los relatos más inverosimiles y las experiencias mas disparatadas las he visto y escuchado de viajeros que, lejos de tomarse unos días para disfrutar o conocer o vacacionar, viven escapando al modo en que yo escapaba leyendo cuando tenía 8 ó 10 años. Está la señora que tenía sacados los pasajes a Brasil y se fracturó un brazo, pero para no perderse el viaje se fue con el brazo fracturado y sin habérselo atendido, y es médica. Está el joven que de paseo por Barcelona se "durmío" en un balcón y terminó arrojándose al vacío de cabeza de un tercer piso, sobrevivió y estuvo un año completo en recuperación, sus padres, argentinos se mudaron a Barcelona por todo el año a cuidarlo, tengo parvas de esas historias. No te pondré aquí una ristra de autoridades que den fe de la verdad, pero lo he visto con mis propios ojos. Es que Juan, no hay que ser un virtuoso de la invención para tomar la realidad, inflarla un poco y lograr esas maravillas del disparate que tanto nos asombran y finalmente nos provocan la risa.

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    1. Esas historias, Ana, se encuentran cada día en la letra menuda de los diarios y, por supuesto, incluso entre los círculos próximos a uno, a poco que no sea como yo un ermitaño grafómano... o un socialista poco sociable, que también, aunque políiticamente ando ya, a estas alturas descendentes de mi vida, más que desorientado. Por cierto, estando en Tenerife, me caí en una excursión a un bosque e laurisilvas y me rompí la muñeca. Me vendaron en el hospital y seguí conduciendo el resto del viaje -el único, entonces, en mi Sociedad Limitada que tenía carnet...-, aunque luego me enteré de que el código de la circulación lo prohíbe y me podrían haber retirado el carnet... Lo de la risa, Ana, no es cosa de risa, y ya de pequeño, no sé si lo conté en el artículo sobre Bergson, a mí se me escapaba la risa cuando me echaban la bronca mis padres u otros adultos. La risa "floja" o "tonta" que decimos acá. En mi memoria guardo, como un tesoro, la competición con un amigo del bachillerato para ver quién se resistía durante más tiempo al disco de la risa, un LP de solo risas que nunca jamás he vuelto a encontrar en ninguna tienda.Aquello fue en la Calle del Arenal, junto a la Puerta del Sol, en Madrid, y tenía yo 15 años...Perdí, naturalmente...

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