viernes, 15 de diciembre de 2017

“La pell de brau”, de Salvador Espriu, la lírica de la postración.


Poemario del pueblo escogido en el solar compartido: La pell de brau o la reflexión noventayochista sobre una Sepharad entre mítica, yerma y madrastra.


Por unas u otras razones, todas de oscuro fondo, claro, aún no había considerado oportuno acercarme a La pell de brau, de Espriu. Son esas decisiones probablemente absurdas que uno toma no tanto desde el prejuicio -mis ignorancias son incompatibles con ellos- cuanto desde una vaga intuición del don de la oportunidad, porque toda lectura tiene su lugar y su momento, y no respetarlos vale tanto como no acertar, de lo que se deriva, después, un desasosiego íntimo bastante molesto. Recuerdo haber esperado hasta mi cincuentena para leer Platero y yo, de JRJ, y me pareció justa y necesaria esa tardanza par descubrir una tenebrosa autobiografía que poco o nada tenía que ver con la imagen de libro para niños con que se suele caracterizar una obra tan solanesca y nihilista. Claro que he leído y oído hasta la saciedad acerca de este poemario de tipo cívico que reivindicaba algo así como la “coexistencia pacífica” entre dos pueblos llamados a respetarse y entenderse desde dos supuestas soberanías implícitas, aunque, como es evidente, esta es una lectura “moderna” de algo que el poemario en modo alguno explicita, aunque está implícita. De hecho, la identificación de Cataluña y los catalanes con el pueblo judío empujado a la diáspora, a resultas de la cual acaba instalándose en lo que ellos denominan Sepharad, los romanos Hispania y nosotros España, es tan marcada que ello marca indeleblemente el tono elegiaco, profético y bíblico del texto, y acentúa esa condición de los catalanes como pueblo “aparte” del pueblo español y, en consecuencia, “sometido” a un poder con el que Espriu establece un diálogo desde una posición de resignada sumisión altiva. El poeta definió su poemario como un intento de plasmar cómo un hombre de la periferia ibérica intentó comprender tiempo atrás el complejo enigma peninsular. Podríamos encuadrar el poemario, por lo tanto, en la estela de aquella preocupación sobre el ser de España que alimentó tantas páginas de los también escritores periféricos de la generación del 98, quienes, desde esa posición, reflexionaron desde muy diversos géneros sobre ese enigma al que Espriu se acerca desde una posición intelectual que no excluye ni la emoción ni la sátira ni la autocrítica, porque la pertenencia a una minoría no le ciega ante la evidencia de las perversiones ideológicas que alimenta el espíritu grupal, de facción. Que hubiera una edición bilingüe y en una editorial como “Cuadernos para el diálogo”, lo saludó el autor como una esperanza cierta sobre el cambio de las relaciones entre las diversas culturas españolas. Eso sí, sobre la traducción de Santos Fernández, mejor correr el tópico tupido velo, aun a pesar de la ayuda de Carme Serrallonga y Maria Aurèlia Capmany, la verdad. La técnica que emplea el poeta en todo el poemario es la de la anadiplosis: el final de un poema constituye el principio del siguiente. Hay, pues, una concatenación, una cadena que nos lleva desde el primer poema hasta el último como si estuviéramos en el seno de un texto que narra el destino de las generaciones sucesivas del pueblo escogido. La identificación con los judíos, como pueblo “escogido por Yahvé” entre todos los pueblos, bien podría considerarse, en nuestros días, como parte del supremacismo que ahora se manifiesta políticamente con tanta agresividad retórica y práctica. La visión que Espriu nos ofrece de Sepharad es la de un espacio físico y político agreste, hosco, terrible, mísero, y así lo prueban las reiteradas descripciones que pueblan el poemario: Parrac espesseït per l’or/ del sol; Els febles llums (…) l’home perdut (…) pensament angoixosos…; Dura claror; Àrids camps (…) fred esglai…; Llàgrimes de sang; Peus cansats; Negra nuvolada (...) la collita pobra de l’eixut dels camps...; La quieta, freda, solitària, fosca llum (...) I ens sentim pensats supremament en la por… De hecho, y a pesar de esa realidad adversa, el poeta reconoce que es el único lugar donde poder realizar su sueño de ser los dueños del lugar: Per què us quedeu aquí,/en aquest país aspre i sec,/ple de sang?/ No és certament aquesta/ la millor terra que trobàreu/(…) -En el nostre somni, sí. El árido tono bíblico de la obra, que lo tiñe de una religiosidad patriótica muy del gusto del catalanismo político tradicional, no se enfrenta, sin embargo, abiertamente a la Sepharad donde se ha refugiado el pueblo escogido, sino que aspira a la famosa conllevanza orteguiana desde el respeto a la pluralidad propia de un país plurilingüe. Recordemos que el libro se publica en 1959, en esa eterna posguerra que aún pesa sobre el afán creador de nuestros escritores: El gran crim de Sepharad:/la infinita tristesa del pecat/ de la guerra sense victòria entre germans; de ahí que fuera más urgente entonces el diálogo entre las culturas peninsulares que propiamente reivindicaciones políticas que aún tardarían muchos años en aparecer, en formas parecidas a las actuales. El tono cívico del poemario, así pues, se impone, claramente, al político, y los llamamientos a ese respeto y reconocimiento asumen una intensidad poética notable y loable: Diversos són els homes,/diverses les raons,/ens va vivint el somni/ d’un únic amor/ i ens madura de pressa/per a la mort. O, más adelante: Diversos són el homes i diverses les parles,/i han convingut molts noms a un sol amor. (…) Sí, comprèn-la i fes-la teva també,/des de les oliveres,/l’alta i senzilla veritat de la presa veu del vent:/ “Diverses són les parles i diversos els homes,/i convindran molts noms a un sol amor”. Desde la singularidad de la propia cultura como única fuente suprema de la propia definición como ciudadanos de España y del mundo, el poeta adopta una actitud reivindicativa que trasparenta afanes políticos con los que hoy lidiamos desde la justicia: De vegades és necessari i forçós/que un home mori per un poble, /però mai no ha de morir tot un poble/per un home sol:/recorda sempre això, Sepharad./Fes que siguin segurs els ponts del diàleg/i mira de comprendre i estimar/les raons i les parles diverses dels teus fills. (...) Que Sepharad visqui eternament/en l’ordre i en la pau, en el treball,/en la difícil i merescuda/llibertat. El espíritu cívico, pacífico y cooperativo del autor bien puede decirse que está en las antípodas de lo que ahora estamos viviendo como amenaza de seria ruptura del orden constitucional. Más que nunca se nos ha hecho evidente que han desaparecido esos “puentes del diálogo” y no es necesario señalar quiénes los han dinamitado, porque es caro y meridiano para cualquier observador ni siquiera excesivamente avezado a la contemplación de la escena política. Una mala lectura, sin duda de los propios versos de Espriu, bien pueden estar en la raíz de cuanto estamos padeciendo: Escolta, Sepharad: els homes no poden ser/ si no són lliures./Que sàpiga Sepharad que no podrem mai ser/si no som lliures,/ I cridi la veu de tot el poble: “Amén.”  El tono del poemario no apela a la épica, sino a la crónica lírica de una constatación del sufrimiento, del victimismo como eje cardinal del ser nacional, y a la crítica no exenta de crueldad de las propias debilidades, como la de la “intelectualidad” endogámica: Sota la branca del penjat,/lletraferits, a Sepharad,/paràvem taula de sopar,/car ens escau de celebrar/com ens trobem -dringa l’or fals-/ els uns als altres genials. Esta vessant crítica de Espriu, la gran esperanza nacional del Nobel para la lengua catalana -ahora transferida a Gimferrer, acaso con menos méritos- , es, acaso, de lo más atractivo del poemario, porque le permite situarse en un plano crítico inobjetable, dada su adhesión inquebrantable a la libertad nacional catalana. Espriu, persona de salud quebradiza, frágil, tímido de carácter y de no fácil convivencia, de vida reglada y oscura, trabajó durante 20 años como ayudante en una notaría -por lo que podría ser el reverso del personaje de Javier Gutiérrez en El autor, de Martín Cuenca-, no puede decirse que sea un autor con “suerte” en el extraño panorama literario catalán: pasó sin pena ni gloria su centenario, presumo que son escasas las reediciones de sus obras e ignoro qué número de lectores puede tener su obra, pero intuyo que no es, propiamente, lo que se dice un autor de masas… Una obra suya, Primera història d’Esther, que la mayoría de los lectores habituales en catalán necesitarían leer “traducida”, constituye, sin embargo, un homenaje a la lengua catalana de una riqueza extraordinaria. Estaba Espriu convencido de escribir las exequias de la lengua catalana, acaso con el recuerdo de las de Forner sobre  la castellana en mente, y, sin embargo, construyó una obra singularísima cuya lectura recomiendo encarecidamente, porque para quien tenga la pasión del léxico pocos placeres como el de sumergirse en esa mezcla de esperpento, ópera bufa a lo Jarry, comedia costumbrista e incluso escritura automática surrealista, que de todo hay en una obra llena de un peculiar y casi arnicheano o pitarresco sentido del humor, no exento de los latigazo de rigor: En la pausa rumiaríem, si més no, la pedregada de tirosos vocables que l’autor ens ha etzibat amb mandrons d’una parla moribunda, ja gairebé inintel·ligible per a molts de nosaltres. Y para prueba definitiva, el programa político del visir del rey de Persia: ordre públic com a clau de volta, prestidigitacions de clemència i tralla, intangibilitat de l’os bertran dels funcionairs, pa a betzef (en el paper), foments calents d’indústria i cultura, forces vives al bany maria, extermini dels jueus. La autocrítica, sin embargo, nunca deja de estar presente: Tots navegàrem una mica més cap al remolí de la mort, cadascú dalt de la barca de la inalterable estupidesa propia. Un día de estos, a poco que el tiempo me dé de sí lo que me niega, trataré de acceder a su primer libro, Israel, escrito en castellano en 1929, en plena época de las vanguardias. Intuyo, no sé por qué, alguna sorpresa significativa.

martes, 5 de diciembre de 2017

Un reto: “La crisis económica” en España, de Josep Oliver.


A la búsqueda de la vida perdida bajo el bosque líquido de los números implacables…, y a la sombra de los datos en flor.

Digamos, en primer lugar, que la amistad no “obliga”, sino que invita cordialmente a cometer actos tan insólitos como que el Artista Desencajado se pierda en los densísimos capítulos de un libro de economía escrito sin concesión alguna al profano, excepto la de añadir un índice de siglas ¡utilísimo! que este desconocedor de los más mínimos rudimentos de tan compleja disciplina ha mirado una y otra vez para tener la sensación reconfortante de no haberse perdido ni haber perdido información sustancial. He ido alegre hacia la lectura como van los lebreles a la sierra a recoger las piezas abatidas por sus amos; pero apenas entra uno en la árida y rigurosa materia y terminología de los economistas, tiene la sensación de haberlo hecho en un western en el que silban a nuestro alrededor los índices y las siglas como las balas en O.K. Corral. El autor es muy consciente del desamparo del profano:  Si el lector ha resistido esta avalancha de cifras, entenderá por qué el margen de maniobra al inicio de la crisis era, prácticamente, inexistente. No promete que luego no vengan más, pero estoy convencido de que el autor está convencido de que el carácter apodíctico de las mismas compensará con creces el esfuerzo del lector por asimilarlas. Visto desde fuera, en secuencia rápida, acelerando la imagen como en las películas de los keystone cops, de ese western inicial no tardamos en pasar a un thriller que se hace cargo de la estructura del libro prácticamente hasta su conclusión. El asesino, la deuda soberana, lo conocemos desde el principio, pero a sus lugartenientes y al resto de la banda los vamos a ir descubriendo poco a poco, capítulo a capítulo de una historia tenebrosa que estuvo a punto de mandar todo un país al garete…. Como literato en cierne y estudioso diletante de cuanto se mueve por las imprentas, está claro que mi preparación humanística no me ha preparado para seguir una “narrativa” de la que nos dice el autor:  La visión que aquí se ofrece dibuja una narrativa coherente de lo sucedido antes, durante y después de la crisis más severa jamás contemplada por la economía española. ¡Y es cierto, doy fe! Me apresuro a constatarlo, porque nada tan evidente como el esfuerzo hecho por el catedrático Oliver, siempre tan riguroso y con un banco de datos tan potente, para que nos quede claro que tras la década expansiva del 97 al 07, la catástrofe económica universal que nos pilló desprevenidos, a punto estuvo, por, entre otras cosas, como el repite como un leit motiv a lo largo del libro, El disfuncional sistema político español; a punto estuvo, nos dice Oliver, de llevar a España a la quiebra, ¡si es que, en el fondo, no es lo que en realidad ocurrió!, porque las medidas arbitradas para “rescatar” al país a través de la solidaridad europea y la decisiva intervención del BCE nos salvaron y, al tiempo, nos condenaron a nuestro nada halagüeño presente que algunos, desde la macroeconomía y los balances empresariales ven con esperanza, y otros, desde la microeconomía mileurista, sufren con indignación. Un literato no pierde la esperanza de hallar alguna compensación en la lectura de una obra tan árida y tan técnica, ¡pero tan elocuente y apodíctica!, de ahí que reciba alborozado ciertas expresiones, por más que sean de mera transición, tópicos habituales del lenguaje corriente que parecen acercar al lector ese magma de datos para recordarle que siempre hay un nexo vital entre las cifras y las vidas individuales y colectivas. Cuando en la narración de las secuencias escalofriantes del desmoronamiento de un sistema de burbujas múltiples, pero jerarquizadas, que condicionaron nuestra entrada en barrena en la crisis: la crediticia, la de la deuda, la ocupacional y la demográfica; cuando bajo esa lluvia de realidades contundentes e irrefutables, un lector apasionado se encuentra con una especie de “andamiaje” literario que busca volverse cercano al lector a través de ciertos usos retóricos”, si así podemos llamarlos, con que el autor quiere hacernos cercano un material que nos rodea y amenaza con un potentísimo espíritu de intimidación: todos son hechos, todos son contantes y sonantes, y poco margen queda para la especulación, el lector respira mejor y entiende que del lado de la autoría no hay un robot jugando con algoritmos, sino un ser sensible que se manifiesta a través de esas pequeñas piezas del lenguaje común con los lectores que asisten estupefactos a la contundente capacidad suasoria de los datos. No es este un libro de suposiciones, sino una terrible historia de certezas incontrovertibles. De hecho, desde el punto de vista literario, único en el que se me podría considerar “algo”  competente, aunque no mucho, son breves las satisfacciones que uno recibe con la lectura de esta precisa, rigurosa, contundente, quirúrgica e inapelable historia económica de España de los últimos 20 años, desde 1997 hasta 2017. Casi todas ellas caen del lado de los adjetivos y de las paráfrasis que adornan el texto con un afán entre didáctico y estilístico que no hacen justicia al profundo saber humanístico del autor, que no ha tenido a bien, en este texto, sino meramente insinuarlo en la alegría expresiva, de honda raigambre periodística, con que  titula los capítulos o en la licencia de ciertas expansiones estilísticas. Esos sintagmas que nos permiten reconocer el vínculo estrecho entre los datos fríos y la realidad a la que aluden adquieren formas tan conocidas, y hasta clásicas, como la tempestad financiera,  optimismo exuberante, boom de precios, milagro económico, [las burbujas] que atizaron el proceso, alegres años de principios del siglo XXI, la explosión de la deuda de los hogares, aprender una durísima lección, efecto llamada, vivir de prestado, rumbo de colisión, emerger un ‘cisne negro, que, como algunos otros extremos técnicos del libro me han dado pie para hacer eso que tanto me gusta, subirme a la digresión y excursionear por rutas que el autor, experto ciclista y descubridor incansable de hermosísimas carreteras secundarias, nos abre con sus expresiones o citas: Al parecer, en 2008, el matemático Nassim Nicholas Taleb desarrolló una teoría llamada de los ‘cisnes negros’ en su libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, en el que explica cómo acontecimientos altamente improbables para los expertos en los mercados pueden tener lugar y ocasionar consecuencias devastadoras para las bolsas. Dicho de otra manera, los inversores no están preparados para protegerse de situaciones poco relevantes (subestimadas) e inesperadas, por lo que cuando éstas ocurren, sus efectos son mucho mayores], se oteaban graves problemas en el horizonte, economía sobrecalentada, mancha de aceite, secuencia a cámara lenta, los brotes verdes -¡tan habituales en los discursos políticos!, junto con una expresión que aquí, por delicadeza del autor, no figura: la luz al final del túnel…-, dramáticos acontecimientos, déjà vu de los enfermedades de la economía española, el mejor ingrediente para calmar las aguas, en esta tesitura, un juego peligroso, tintes de estampida, acercarse al precipicio, una tempestad perfecta, trágico tiovivo de 2012, turbulencias políticas o económicas o, finalmente, por no ser cansino, el impagable y galdosiano: en el ínterin… He de agradecer a esos oasis que me relajaran la tensión insufrible de asistir a un desarrollo narrativo que le pone al lector, como decimos en catalán, amb l’ai al cor, a medida que repasamos momentos que, aun leídos en este libro de historia económica, todos podemos asociar con nuestra autobiografía, porque han sido momentos en que muchos de esos debates nos exigían incluso una respuesta: la ley laboral, la reforma del sistema de pensiones con la extensión de la vida laboral, los desahucios, la contención salarial, la carestía de la vida, en definitiva, repasamos la macroeconomía, pero todos esos datos tienen una traducción humana que forman parte de lo que hemos estado viviendo. Choca, he de reconocerlo, leer con  este dramatismo guarismal nuestra propia vida, saber que todos esos movimientos económicos no se hacían en el vacío, sino en la hacienda y el patrimonio de todos y cada uno de nosotros. Desde este punto de vista, el autor ha realizado un formidable ensayo de clarificación de las responsabilidades de todos los agentes económicos y sociales, aunque este lector echa de menos algún que otro ajuste de cuentas con nombres y apellidos y razón social, léase financiera o política o empresarial. Opta por el rigor, cierto, pero al lector común algo de sangre nunca le desagrada. El libro propiamente se expone en las estanterías de la sección política, más que en las de economía, y ahí me hubiera gustado a mí, al menos, más concreción. Hay, a mi siempre ignaro y modesto entender, una cierta visión que, sin llegar a ser neutral, actúa con una ecuanimidad extraordinaria y muy puesta en razón que es lo más parecido a dicha neutralidad. Supongo que cuando lanza algunas pullas a la Academia, a ciertos estudios aludidos y a ciertas posiciones poco rigurosas habrá quienes se den por aludidos, como esos policy makers tan desfiguraditos ellos tras el tecnicismo. Por ejemplo, cuando el autor señala el gran error del euro, la inexistencia, de hecho prohibición, de mecanismos de transferencia de recursos entre países,  concluye que tal política había obligado a aplicar políticas de austeridad, cuando lo que el ciclo demandaba era justamente lo contrario. Y esa puede considerarse una de las pocas ocasiones en las que el autor se “moja” expresamente, por decirlo coloquialmente, en los muchos debates que el libro abre. Es cierto, que está más cerca de la posición alemana que de otra en todo el asunto de la deuda, pero para los profanos no hubiera estado de más una “traducción” política de los fenómenos.  De hecho, ¡cómo me hubiera gustado una reflexión, aunque hubiera sido en nota a pie de página o en apéndice al final del libro, sobre El disfuncional sistema político español…! Se aclararía entonces que resulta extraño hablar de disfuncionalidad, porque, de hecho, funcionar, funciona, aunque tan mal que parece negar su propia funcionalidad, pero es lo que tenemos, el popular “es lo que hay”, y ese “hay” no es sino el miedo al castigo electoral, la cobardía decisoria, el actuar a destiempo y mal, etc. O sea, que algo de chacinería respetuosa no hubiera sido leída de más…Oli en un llum, hubiera sido Pero sigamos con los aciertos expresivos del libro, que se manifiestan en la facilidad y felicidad con que Oliver sabe condensar en un título atractivo los diferentes capítulos. Aquí va una pequeña muestra:  La década prodigiosa 1997-2007; La madre de todas las burbujas; La respuesta española: ¿Esperando a Godot?; Semanas de pasión y cambio de rumbo; Y Merkel tomo su fusil: los acuerdos con Sarkozy en Deaville; Del verano de 2011 al verano de 2012: el año en que vivimos peligrosamente; Mayo de 2012: Unas semanas que conmovieron España (y Europa); El “bazuka” de Draghi y el final de la escapada; Vientos cola exteriores y refomas internas… Un libro técnico implica que ha de usar tecnicismos que, para el ignorante, suponen el esfuerzo añadido de visitar la Wikipedia, al hilo de la lectura, para cubrir esas lagunas sobrecogedoras, producto de una educación deficiente y una vida intelectual pobrísima. Con todo, he de reconocer que entre esos policy makers; global imbalances, equivalencia ricardiana a la inversa, sudden stops, reversals,  suele aparecer de tanto en tanto alguna joya como ese  Minsky moment , así bautizado en honor de  Hyman Minsky, economista que se opuso a la desregulación de la actividad financiera en los 80, bailing in, default  o el simpático eufemismo redenomination risk (Draghi dixit e inventat), cuya terrible realidad se traducía en la posibilidad de que se conformara la Europa de dos velocidades e incluso de dos monedas, porque todo indicaba, en un primer momento de la crisis, que el euro del sur parecía tener un valor distinto al del centro: si un inversor colocaba recursos en España exigía más rentabilidad que si lo hacía en Alemania u Holanda … En fin, todo un panorama. Lo cierto es que la lectura del libro le deja a uno sin aliento porcentual… Cabalgamos por una pradera de siglas inevitables que exigen, en no pocas ocasiones, al menos a este lector, consultas que me garanticen que sé qué estoy leyendo, y sí, puedo dar fe de que, con un mínimo esfuerzo y perseverancia, no solo el libro es inteligible, sino que, sobre todo, es deslumbrantemente inteligente.