domingo, 5 de noviembre de 2017

Moguer, Juan Ramón, el origen...




Una visita a la cuna del horror de la perfección...

Entré en tu Moguer de calles largas, estrechos espejos de hiriente blancura, con el respeto de quien entra en la cueva donde se conjuró la caza de la imagen y la metáfora en noches de miedo y tormenta. No te buscaba en asno alguno, ni en niños harapientos ni en los destellos de sombra húmeda de un alma que fue mapa del desasosiego y bitácora de la melancolía, ni en el compás quebrado de un cante jondo que acompañe la fragua, el vareo de la oliva o los vinos de una venta de cabales. Estaba maravillado por el milagro de la ubicación, que tú, alma poética del mundo en lengua castellana, hubieras nacido en ese lugar andaluz y remoto de cuyo nombre siempre te acordaste porque tocaba la misteriosa cuerda musical del acorde áureo de la existencia, y del dolor, y de la distancia suspendida de los puentes vertiginosos que traza la poesía desde un humilde pueblo andaluz a todos los confines intelectores del mundo. Tuya ha sido siempre la poesía, tú la secuestraste y con ella convivías a duras penas y a recias voces de punta de diamante. Tú y ella. Ella y tú. Y Zenobia, hermosa y materna y fraternal, compañera del destierro eterno que es la poesía por esos mundos del dios deseante. A ese pueblo, a esa casa, a ese patio..., Juan Ramón, he ido como al santuario imposible del hombre ateo para rendirte el homenaje emocionado de quien abrió un día Eternidades y ya nunca salió de tu voz, de tu mirada, de tu corrosivo humor, de tu despiadada individualidad sin consuelo... Estuviste allí, en Moguer, de paso, sin raíces en nada que no fueran los versos y sus versiones eternas e imperfectas; ni rastro hallé de ti en los enseres -¡qué ironía, Juan Ramon, los "enseres"...!- tuyos que no tenían más que enojoso uso acumulado y el orden mortecino y formolesco de los museos. Había una guía eficaz y trabajadora, había sorprendidos visitantes de tus vicisitudes complejas, orgánicas y espirituales...; pero yo entré en tu casa flotando sobre el algodón sólido del calor de la devoción crítica y anduve errante por esas salas de tu infancia y adolescencia dejándome empapar de una vida antigua y un deseo siempre nuevo de inmensidad y lógica y sentimiento razonado y razonable entre buganvillas y jazmines, junto al brocal del pozo. Yo me reconozco hijo de tus versos, y siempre tu poesía ha sido fuente cordial de las voces que, al amparo de las tuyas, fui descubriendo desde que abrí "lo que no tiene fin" para embarcarme, enseguida, en ese otro Diario, el del poeta en tránsito perpetuo y el mar especular de la vastedad del espacio interior, el del poeta recién casado, donde se me clavó el verso más diabólico que jamás había leído ni nunca después he vuelto a leer: ¡Qué trabajo me cuesta llegar, contigo, a mí! Aún vuelvo a sentir la réplica del terremoto emocional que aquel verso lancinante que, solo muchos años más tardes, sabiéndolo todo de ti, y de Ella -mayúscula inicial del amor pro-nominal de la A a la Z-, comprendí del todo. Estaba allí, en tu casa, rodeado de tus cosas, de recuerdos, de objetos "personales" en los que no había ni rastro de tu persona, ese ser acezante e insatisfecho, cautivo en la mazmorra de la perfección imposible, ese manojo de nervios en conflicto consigo mismos y con el mundo hostil, agresivo, por el que tantísimo te costó transitar y en el que residías como una antigua e inexplicable maldición de los dioses. Recorrí tu pueblo, tu casa y los ecos de tu ser pasmado con la emoción creciente de quien se sabe en el centro del mundo, esa réplica poética del pesebre de Cristo de quien fuera dios de sí mismo sin elección posible, sino como poeta tocado por la locura poética capaz de revelar el exacto latido de la realidad toda y su significado. Nadie me comprende, Juan Ramón, cuando digo que me siento estrechamente unido a tu corrosivo sentido del humor, escudo y daga, y que, a mi entender, brotó en ti al contacto con la esencial paradoja de la realidad: estar construida con el único material de la ficción.  He tardado mucho en ir a visitarte, a Moguer, porque siempre he estado en el patio en el que se quedaron los pájaros cantando, y porque tu Leyenda ha sido mi Lectura por excelencia. Nunca quise ir a Collioure, a la tumba "del poeta", porque lo visitaba en la palabra viva de su poesía, pero un día lo hice, y como iba acompañando a alumnos, hasta me atreví a sacar unas cuartillas y rendir aquella otra obligada pleitesía a la cordialidad humilde del escéptico Juan de Mairena. Y acabé mi visita a Moguer junto a vuestra tumba, Juan Ramón, Zenobia, maciza lápida de piedra sin ornamento: materia esencial, vida radical. Me recogí ante ella como quien se acerca a la flor, al agua o se tumba en la tierra para contemplar el paso caprichoso de las nubes. Moguer os atesora. Yo osé perturbar vuestro sueño poblado de amor, de rencor, de egoísmo y de generosidad. Moguer no es la "cuna" de la poesia; pero allí se encarnó la poesía más exigente, la que nunca encuentra la forma perfecta ni la voz última ni la imagen definitiva..., porque la poesía es tortura expresiva y solo es patrimonio de seres fuertes que, como tú, Juan Ramón, extrae su poder genesíaco de su infinita debilidad. Me cuesta entender qué fui a hacer a Moguer, por qué fui a tu casa, pero cuando salí de ella estaba a punto de llorar, emocionado y embriagado por el eco deslumbrante de aquella epifanía que en mi vida fue el descubrimiento de tus versos. Entré sexagenario y salí con quince años recién cumplidos. 

Mientras, en la realidad prescindida, desde la televisión de una casa llegó hasta la calle asolada y desierta por la que nos desplazábamos hacia el cementerio, la noticia de un atentado terrorista en Barcelona...

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Confío en que del desengaño que rompa el hechizo algo de este grafómano quede a salvo..., la buena intención, por ejemplo, que empiedra el infierno...

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  2. Ibas por tu dios deseante a su dios deseado, con lo infinito dentro. Y a fe que está contigo siempre como el mejor amigo, porque no se lo puede querer y conocer mejor que tú. Un abrazo, Juan.

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  3. Tu respuesta me ha puesto de nuevo en la lectura de la entrada y he renovado la emoción intensa del momento en que fluyó como brota el agua del hontanar. Gracias, Manolo.

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