lunes, 13 de noviembre de 2017

Las *“Sátiras” de Aulo Persio Flaco en la Fundació Bernat Metge o “los catalanes hacen cosas”...



La oportuna actualidad de un clásico que escribió desde el margen : Persio o la muerte prematura que truncó una obra prometedora.
                                                                     *Traducción y notas a cargo de Miquel Dolç

Para el intelector no catalán, la Fundació Bernat Metge puede sonarle a una sociedad dedicada al estudio y promoción de la obra del notario Bernat Metge, funcionario, humanista y autor de un hermoso libro titulado Lo Somni, un clásico de las letras catalanas. Bajo su nombre, sin embargo, se ampara una obra cultural de vastísimo calado auspiciada por el paisano de Lluís Llach, Francesc Cambó, nacido también en Verges, político, abogado y mecenas cultural a quien se debe este empeño cultural extraordinario, y en una época en la que, en efecto, Barcelona podía y debía ser considerada la única capital española de proyección europea. El deseo de crear una biblioteca de autores clásicos, griegos y latinos, ofreciéndolos en ediciones depuradas supuso, en 1922 una iniciativa capital para la vida cultural catalana, pero también para la española. Piénsese que hasta 1977 no se inaugura la Biblioteca Clásica de la Editorial Gredos, una imitación descarada del proyecto editorial de la Fundació Bernat Metge. Así pues, nos movemos en terreno de humanistas y filólogos, rigurosos estudiosos de los autores fundamentales de nuestra cultura europea, de quienes nos ofrecen sus obras en ediciones depuradísimas y, además, en edición bilingüe, con lo que ello tiene de ventajoso para quien quiera hacer ciertos cotejos o valorar ciertas traducciones. El primer título de la colección fue, en abril de 1923, el libro de Lucrecio, De rerum Natura,  De la naturaleza de las cosas, traducido por Joaquim Balcells. Los primeros directores fueron Joan Estelrich y Carles Riba, quienes se preocuparon, sobre todo, por fijar la lengua culta de las traducciones, señal de identidad de la colección, y crear una escuela de traductores que permitieran estar a la altura de las dos grandes colecciones europeas de clásicos, la francesa Budé y la alemana Teubner. Esta entrada de mi Diario me gustaría convertirla, siquiera sea parcialmente, en un homenaje a todos aquellos estudiosos que, en tiempos difíciles, lograron aislarse del contexto y seguir trabajando en una empresa cultural que llega ya a las 400 obras editadas y todas ellas con un nivel de calidad insuperable. No quiero dejar de mencionar, sin embargo,  que el modelo de lengua culta catalana, inmerso en aquella ideación del catalán y "lo" catalán que fue el Noucentisme, es, hoy en día, casi un catalán de museo, respecto del catalán vivo de nuestros días, el de autores modernos como Monzó o Pàmies, por ejemplo. Hay ahí, en ese contencioso entre los niveles cultos del catalán y los niveles estándar modernos un conflicto aún no resuelto que lastra, en cierta forma, el desarrollo, sobre todo, de la literatura catalana, siempre moviéndose entre el rechazo de los cultos y no llegando a tener la dimensión popular que se esperaría de un uso sin las tendencias arcaizantes del modelo noucentista. Pero eso sería tema de otra entrada en la que por nada del mundo me voy a meter. Ya se metieron Pericay y Toutain, El malentès del Noucentisme, y salieron más que escaldados…

Lo que a mí me toca es acercar a los intelectores la obra de un autor, Aulo Persio Flaco, de corta vida, murió a los 28 años, que se educó en una casa entre mujeres y que escribió unas Sátiras que encantaron a Quevedo, quien se sintió enormemente afín a aquel estudiante delicado y marginal que escribió más “de oídas” que "de vida", aunque con una perspicacia, una claridad mental y un rigor moral que se aprecian apenas uno abre su obra y se deja llevar por la estructura dialógica que la recorre toda y que la convierte en algo así como un ágora en la que las voces se mezclan y se quitan unas a otras la palabra para representar, con viveza y certeza, una sociedad en un momento dado, el primer siglo de la era cristiana, en un sitio concreto: el centro del mundo: Roma. Arranca, poderosamente, Persio sus Sátiras con una pieza metaliteraria en la que reflexiona sobre su obra , aún en sus comienzos, y defiende su “derecho” a burlarse de lo divino y de lo humano, en lo que a sus reputaciones y gustos literarios se refiere: Oh neguits humans! Que és buida la realitat del mon! “¿Qui llegirà això?” ¿És a mi que ho preguntes? Ningú, per Hèrcules! “¿Ningú?” Potser dues persones, potser ni una. “¡Quina vergonya i quina misèria!” (…) Què hi farem! Però tinc la melsa agressiva: em planto a riure.  Defiende Persio, sobre todo, su propia obra como algo singular, más allá de las complacencias propias de los reputados, como un intento de situarse a la altura del canon, consciente de la mordacidad de su planteamiento y de los ataques con que se abre paso, al nacer como escritor, en un mundillo literario lleno de patums y también falsas o exageradas reputaciones. Tiene todo el empuje transgresor de un joven acomodado e insatisfecho que descubre en los filos de la sátira el poder tajante del verso que escuece: Oh costums! ¿Fins a tal punt no és res el teu saber, si un altre no sap que saps? “Però fa goig que t’assenyalin amb el dit i diguin: És ell! Haver estat un tema de dictat per a cent minyons rinxoladets, ¿et sembla que no és res?! [Nota: Se llamaba dictata a los pasajes prácticos escogidos que los maestros hacían leer y aprendérselos de memoria a los pequeños alumnos](…) ¿No és ara feliç la cendra il·lustre del poeta? ¿No pesa més lleugerament la llosa damunt dels seus ossos? (...) ¿Hi haurà ningú que es refusi a merèixer que el poble parli d’ell, i a deixar, en un estil digne de l'oli de cedre, uns poemes que no temen ni els verats ni l’encens?. La  sátira II comienza con un ataque a la doble moral, a la hipocresía de los sepulcros blanqueados. El culto a los dioses y la ebriedad inculta de quienes los burlan con sus actos. Es patente el desprecio con que habla Persio de sus conciudadanos, quienes poco a ningún respeto le merecen, dadas las bajas pasiones que los gobiernan: “Bon seny, reputació, lleialtat!: això amb veu clara i de manera que un foraster ho senti. Però vet aquí el que mormola cor endins i per sota la llengua: “Oh, si rebenta el meu oncle patern, quin enterrament tan esplèndid!” [A Hèrcules le eran atribuidos los casos de fortuna inesperada; Mercurio era, en cambio, el dios de las ganancias y del comercio]. Hay un evidente impulso moralista, un si es no es justiciero, que anuncia al joven Persio, henchido de virtud un tanto sobreactuada, todo se ha de decir, pero que se corresponde con su limitad experiencia vital. La sátira III  arranca contra la pereza de los jóvenes estudiantes a los que les dan las onceen la cama: “Doncs, ¿sempre així? Ja el matí entra per les finestres i la seva llum eixampla les estretes escletxes; encara ronquem, fins que n’hi hagi prou per a esbromar el falern indòmit, mentre l’ombra toca la línia per cinquena vegada..” Como en las dos sátiras anteriores, la técnica dialógica de Persio, sin especificación alguna que precise quién interviene ni dónde ni cuándo ni por qué, crea un espacio muy moderno de voces que tejen y destejen breves coloquios que saltan de una a otro tema y desde muy diferentes perspectivas, lo que enriquece el planteamiento del tema sujeto a controversia. El mundo de las comparaciones, construidas sobre lo cotidiano, como la de la jarra de arcilla, es uno de los principales requisitos del género satírico, porque se trata de un género deliberadamente popular. Poco sentido tiene una sátira exquisita, poco menos que en clave, accesible a un grupo reducido de lectores, como algunas de las que se pusieron de moda en el siglo XVIII. Del conjunto de las sátiras, dado su carácter deseadamente popular, emerge, como no podía ser de otra manera, un retrato vivo y colorista de la vida romana del siglo primero según la cronología cristiana. Como la evocación de la escuela u los ejercicios retóricos en los que se formó, con insólito provecho, el joven Persio; aunque él, según confiesa,  prefería juegos comunes como los dados, la peonza o llenar de nueces el cuello estrecho de una jarra, en vez de la aridez del estudio. Con todo, Persio no renuncia, a pesar de su juventud, a dar los consejos aleccionadores a esos jóvenes dormilones a quienes exige que se despierten y se encuentren a sí mismos a través del estudio, de la reflexión: Instruïu-vos, desventurats, i adoneu-vos de les causes de les coses: què som, i per a quina existència hem nascut; quin lloc se’ns ha fixat i per on i des d’on es fa dolça la volta a la meta; quina és la mida justa dels diners, quina mena de súpliques ens permeten els déus, de què pot servir una moneda aspra al tacte, quines liberalitats convindria fer a la pàtria i al éssers estimats, qui et mana la divinitat que siguis i quin lloc ocupes en la humanitat. La sátira IV se dirige a quienes quieren participar activamente en la gestión de la “cosa pública”, es decir, ese afán político al que se sienten llamados no precisamente los mejores: “¿Vols consagrar-te als afers de l’Estat?” -pensa que diu això el Mestre barbut, víctima de l’absorció terrible de la cicuta. “¿I en què confies? Digues-ho, pupil del gran Pericles. Sens dubte el talent i la coneixença de les coses t’han vingut corrent abans del pèl, saps perfectament el que cal dir o callar; així, quan, amb la bilis remoguda, la farfutalla s’inflama, et sembla bé d’imposar silenci a la turba escalfada amb un gest majestuós de la mà. Hay una descripción bien cruda, vía metafórica, de lo que significa ser algo si como un petimetre de la política, quien se hace acreedor de las impertinencias de quien te “desnuda” en esos placeres tempestuosos de la carne…:  Però si després d’haver-te untat d’oli et quedes sense fer res i et claves el sol dins la pell, hi ha al teu costat un desconegut per tocar-te amb el colze i escopir-te agrament: “¿Quins costums, això de rasclar-se el membre i els secrets del llom i obrir al públic unes afraus marcides! Quan et pentines damunt les barres un vellutàs perfumat amb mirabolà, ¿per què se’t dreça dels engonals un corcó esquilat? Encara que cinc minyons de la palestra intentin arrencar aquest boscatge i batzeguin amb la pinça ganxuda les teves natges reblanides per l’aigua calenta, tanmateix tens allí un falguerar que no es doma amb cap arada.” Marca, la sátira, la diferencia entre los jerarcas blandengues y la tropa expuesta a las flechas mortíferas del enemigo. La sátira V apea el tono recriminatorio y lo sustituye por el elogio sincero del maestreo que le marca el camino en la vida, en este caso el pedagogo Cornut. Persio se diferencia de quienes buscan la satisfacción del gran público. Escoge el camino del foro y el discurso, no el de las tablas y los monólogos. La finura de sus comparaciones e imágenes son potentes y muy barrocas, de ahí que Quevedo fuera persiano por naturaleza…: No m’afanyo perquè se m’infli de futilitats endolades una pàgina capaç de donar pes al mateix fum. El marcado carácter autobiográfico de la sátira V se convierte en un sincero elogio de un proyecto de vida guiado por el magisterio de Carnut. De su caso particular enseguida pasa a consideraciones generales, con carácter didáctico y sentencioso, que pretende tenga alcance universal. El elogio del “estudioso” es algo así como una señal de identidad del poeta: Així que em vaig veure, no pas sense angunia, alliberat de la salvaguarda de la porpra, i la meva bolla va quedar penjada en ofrena als lars d’arromangada túnica, així que vaig tenir companys obsequiosos i el feix de plecs ja aleshores blanc de la meva toga em va permetre d’espargir impunement les mirades per tota la Subura [El barrio “chino” de Roma], quan el camí es bifurca i la inexperiència esgarriadora de la vida s’enduu els esperits trepidants cap a les cruïlles on els camins ss’embranquen, aleshores em vaig reservar per a tu: tu aculls els meus anys tendres, Cornut, sobre el teu pit socràtic. Llavors el regle, hàbil a dissimular-se, redreça ben aplicat, uns costums entorcillats, la meva ànima sent damunt seu el pes de la raó, s’afanya a deixar-se vèncer i sota el teu polze va prenent figura d’obra d’art. Quevediana total es su percepción de que quienes nada hacen y todo lo postergan nunca encuentran el presente que siempre huye: Quan a tu, t’és grat d’empal·lidir a les nits damunt dels papers, perquè, bon conreador dels jovent, sembres dins les seves orelles ben rasclades el blat de Cleantes. Veniu a cercar-hi, infants i vells, un fi determinat per a la vostra ànima i un viàtic per a la misèria dels vostres cabells blancs. “Ja ho farem demà”. El mateix diràs demà. “I ara! ¿És que et sembla massa d’atorgar-me un dia més?” Però quan ha arribat el dia següent, ja hem esgotat el demà d’ahir; i vet aquí un altre demà que exhaureix aquests anys i n’hi haurà sempre un altre una mica més enllà; perquè, encara que estigui prop de tu i giri sota el mateix timó, en va voldràs aconseguir la llanta, si en el camí que corres ets la roda de darrera i estàs al segon fusell. La ingenuidad perversa de sus conciudadanos la ejemplifica Persio con la imagen de esa costumbre romana de la manumisión, cuando el amo coge de la mano al esclavo, le hace girar sobre sí y luego acaba diciéndose que ya es libre para ir a donde quiera. Pero la definición es otra: “¿És que l’home lliure no és exclusivament aquell a qui lleu de passar la vida como vol?” Las normas de sentido común las fija Persio en sus sátiras con el rango de leyes inviolables: La llei comuna dels homes i la natura inclouen aquesta norma sagrada: que la ignorància impotent es retingui de les accions que li son prohibides. Como si se tratase de un examen de ingenios propio del futuro  Huarte de San Juan, Persio establece con toda claridad cuáles deben ser los requisitos de quien ha de reputarse como sabio: ¿Has aconseguit de la filosofia poder viure dret sobre els teus talons i tens la pràctica per a distingit la veritat de l’aparença, per tal que cap aparença no acusi pel dring la falsedat del coure daurat? I les coses a què cal atenir-se i les que, contrariament, cal evitar, ¿les has marcades, abans aquelles amb guix, després les altres amb carbó? ¿Ets moderat en les teves aspiracions, tens una llar cenyida, ets dols [dolç, imagino] amb els amics? ¿Et sentiries dispost tan viat a tenir tancats com a obrir els teus graners, i passar per damunt d’una moneda clavada en el fang sense empassar-te d’un cop de coll la saliva que Mercuri t’ha fet venir a la boca? Quan puguis dir veritablement: “Tinc aquestes virtuts, les posseeixo”, aleshores sigues lliure i assenyat amb l’assentiment dels pretors i de Júpiter. Però si tu, que eres fins fa poc de la mateixa farina que nosaltres, retens la teva antiga pelleta i, polit només del front, conserves dins la teva ànima l’astúcia de la guineu, retiro el que havia atorgat més Amunt i torno a estirar la corda. La raó no t0ha concedit res; allarga només un dit, ja delinqueixes. La sátira VI es un canto elogioso al poeta Cesi Bassus; un canto al apartamiento del “mundanal ruido”. El poeta marca el ideal de vida en ajustarse escrupulosamente a sus bienes, sin pecar de pródigo rayano en liberal, ni escatimador que peque de avaro. Como remate de esta obra temprana, y tan prometedora de lo que podía haber sido una obra suya de madurez, Persio, con elegancia y no escasa habilidad, se despide de sus lectores lamentando no tener de poeta “la gracia que no quiso darle el cielo”.  Leído después de haber leído a sus imitadores, está claro que la obra de Persio había de tener un entusiasta recibimiento en nuestro Barroco esplendoroso y moralizante.

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