sábado, 15 de julio de 2017

Primera serie de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós (y II)





Un estilo, un pensamiento un mester: Galdós (y España) en sus textos.


Galdós es él en su tinta y en unos modos narrativos que crean adicción. En eso es extremadamente cervantino, aunque sin complicarse tanto la vida con los narradores, pero sí haciendo mil protestas sobre el carácter verídico de la narración de su personaje, Gabriel Araceli: Mi relato no será tan bello como debiera, pero haré todo lo posible para que sea verdadero. Como son muchas las intervenciones del narrador en la historia, me he permitido escoger una de ellas que resume a la perfección  ese juego de verosimilitudes que pretende establecer Galdós a lo largo del relato. Hela aquí: [Gabriel le habla a su enamorada, Inés] Tú eres muy buena; pero es preciso confesar que tienes pocos alcances. Al fin eres mujer, y las mujeres… como no sea hacer calceta, y de poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa.  Inmediatamente después, como si le hubiera sobrevenido un arrepentimiento súbito, vuelve a dirigirse a los lectores: Lector: cuando leas esto te suplico que te despojes de toda benevolencia para conmigo. Sé justiciera e implacable, y ya que no me tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga en el libro tu ira, arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo… ¡ay!, pero no: él es inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene la culpa de nada: su único crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas lo que yo he querido poner en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y lo irrisorio, lo patético y lo tonto que al escribir esta historia he ido sacando, escarbador infatigable, de los escombros de la vida. Si algo encuentras que me desfavorezca, tan mío es como lo que te parezca laudable. Ya habrás conocido que no quiero ser héroe de novela:  si hubiera querido idealizarme, fácil me habría sido conseguirlo, cuidando de encerrar con cien llaves todas mis flaquezas y necedades, para que solo quedasen a la vista del públic0 los hechos lisonjeros, adicionados con lindísimas invenciones, que en caso de apuro no me habrían de faltar. (…) Como prueba de mi modestia, no he vacilado en copiar el diálogo con Inés, que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar que si el lector no me adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos, pues, las paces y continuaré la narración en el mismo punto en que la dejé. ¿Funciona o no funciona, el método? ¡Impecable!, y más en aquellos albores del realismo novelística en España. Como los problemas dinásticos entre Fernando VII y sus padres, Carlos IV y María Luisa, son una de las principales causas tanto de la necesidad surgida del pueblo de luchar contra el supuesto “aliado” francés, devenido enseguida “invasor” -algo que desde el pueblo llano se vio con preclara lucidez, como la de Pacorro Chinitas: creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá ganitas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es España, cuando vea que los Reyes y los príncipes que la gobiernan andan a la greña como mozas del partido? Él dirá, y con razón: “Pues a esta gente me la como yo con tres regimientos”. Ya ha metido en España más de veinte mil hombres. Ya verás, ya verás, Gabrielillo, lo que te digo. Aquí vamos a ver cosas gordas y es preciso que estemos preparados, porque de nuestros Reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer nosotros-, como, por otro lado, redactar una Constitución que hiciera algo tan revolucionario como decretar que la soberanía nacional reside en el pueblo y no en la monarquía, es evidente que las alusiones a la realidad política de aquellos años convulsos son constantes a lo largo de la novela. A este respecto, quiero recordar la existencia de un libro muy estimable del escritor francés de origen español, Michel de Catilla, Las lobas del Escorial, en el que los intelectores encontrarán una historia pormenorizada y con rasgos novelísticos, pero no una novela histórica, que conste, que les satisfará enormemente, me imagino. [Sobre ella escribí una breve semblanza aquí] Así, no es infrecuente encontrar quejas incluso de la aristocracia, crítica con el libertinaje de la reina y Godoy:  Parece que por su linda cara le han hecho primer ministro. Así andan las cosas de España: luego, hambre y más hambre… todo tan caro… la fiebre amarilla asolando a Andalucía. Está esto bonito, sí señor… ; pero un sencillo marinero saca esta desoladora conclusión de la aventura de Trafalgar: no quiero más batallas en la mar. El Rey paga mal, y después, si queda uno cojo o baldado, le dan las buenas noches, y si te he visto no me acuerdo. Parece mentira que el Rey trate tan mal a los que le sirven.  El hecho de que el narrador evoque su “salida” al mundo a los catorce años permite, no solo que hable de sí mismo como “un filósofo de catorce años”, sino que, desde su vejez, destaque, sobre todo, algo así como los momentos “fundacionales” de su personalidad, como cuando, antes de la batalla naval, se dice: en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra [Patria] significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, y saca de la obscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; o como cuando, enterado de la existencia de un rival con quien quieren desposar a su “amita” y compañera de juegos, se descubre: la parte perversa de mi individuo me dominó un instante; en un instante también supe acallarla, acorralándola en el fondo de mi ser. ¿Podrán todos decir lo mismo?  Lo que le permite “encajar” la boda inevitable con un estoicismo impropio de la edad:  La resignación, renunciando a toda esperanza, es un consuelo parecido a la muerte, y por eso es un gran consuelo. Cada volumen tiene sus centros de interés que suponen un aliciente para diferentes clases de lectores. Después de Trafalgar, me encantó encontrarme con el mundo del teatro, o mejor deberíamos decir, con las miserias del teatro ( Llevar por las tardes una olla con restos de puchero. Mendrugos de pan y otros despojos de comida a don Luciano Francisco Comella, autor de comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una cada de la calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada y le ayudaba en los trabajos dramáticos), aunque también se hable de actores y actrices de éxito, como la pareja que, adelantándose a no pocas películas, representa en escena el Otelo con la insana intención de acabar con la adúltera en la vida real, por ejemplo. Cuando por su gracia y luces naturales Gabriel va relacionándose con los grandes del mundo y se le encomia que él puede llegar muy lejos, a pesar de ser de tan baja cuna, se deja llevar por los delirios de grandeza y no duda en proclamar: lo primero que voy a disponer es que no haya pobres, que España no vuelva a unirse con Francia, y que en todas las plazuelas de España se fije el precio de los comestibles, para que los pobres compren todo muy barato; un “endiosamiento” transitorio y hasta cómico que deriva en una reflexión muy oportuna, entonces y ahora: ya habrá  observado el lector que, al suponerme amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron sobre mi engrandecimiento personal, y el ansia de adquirir honores y destinos. En esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los mismos. Lo que remacha, más adelante con otro juicio inapelable: cuantos llevamos la generosa sangre española en nuestras venas somos propensos a la fatuidad. Como prueba inequívoca de esa labor de rastreo documental, no quiero dejar de reflejar este fragmento del libro en el que se nos habla de las labores literarias de Fernando VII, de las que ni tenía noticia: - Quizás el pobre Fernandito no piensa más que en traducir sus libros… - Parece que el que tradujo hace poco no gustó a los papás, porque hablaba de no sé que revoluciones, y ahora está con otro: como no sea alguna endiablada tramoya para pescar el trono… Se refieren a la Historia de las Revoluciones de la República Romana, del abad René de Vertot que tradujo del francés el futuro Fernando VII. A lo largo de los episodios va dejando caer Galdós ciertas convicciones que conviene destacar, porque se refieren a hechos, como los motines, que se sabe cómo empiezan pero no los lodos que traen consigo: Un motín no es ni más ni menos que salirse todos a la calle gritando viva esto o muera lo otro, y romper alguna vidriera y hasta si se ofrece golpear a algún desgraciado. (…) La turba siempre es valiente en presencia de estos ídolos indefensos, para quienes ha sonado la hora de la caída [Godoy]. (…) Sintiendo el auxilio de la ingratitud, la turba se envalentona, se cree omnipotente e inspirada por un astro divino, y después se atribuye orgullosamente la victoria. La verdad es que todas las caídas repentinas, así como las elevaciones de la misma clase, tienen un manubrio interior, manejado por manos más expertas que las del vulgo. (…) Era la primera vez que veía al pueblo haciendo justicia por sí mismo, y desde entonces le aborrezco como juez. Del lado de lo anecdótico, sin embargo, caen datos como el que Araceli asistiera a una tertulia en el café Pombo, donde tendría su sede la tertulia plutónica de Ramón o la existencia de una calle, Tentenecios -en plural en el texto, en singular en la realidad- donde ubica una de las primeras logias masónicas que se crearon en España En realidad, la calle Tentenecio, en singular, cuenta la tradición que  debe su nombre a un milagro de Juan de Sahagún, quien con la expresion “¡Tente, necio!”, paró en seco a un toro que se había escapado…. Nada, pues, de nombre alusivo a la posible condición de los frecuentadores de la logia, como podría pensarse, dado el uso frecuente que hace Galdós de los nombres simbólicos. Muchos ejemplos, tras esta primera serie podrían aducirse del arte narrativo de don Benito, pero he escogido este en el que la sátira se prodiga con ese arte suyo tan especial para construirla. Se centra en la casa de los familiares de Inés, los Requejo, dos tenderos que la acogen para sacar un beneficio cuando la devuelvan a la aristócrata de quien ya saben ellos que es hija, y son representados como lo que son: el emblema de la avaricia: Allí no había perros ni gatos, ni animal alguno, si se exceptúan los ratones, para cuya persecución don Mauro tenía un gato de hierro, es decir, una ratonera. Los infelices que caían en ella eran tan flacos, que bien se conocía estaban alimentados con perfumes. Un perro hubiera comido mucho: un jilguero habría necesitado más rentas que un obispo: una codorniz hubiera echado la casa por la ventana: las flores cuestan caras, y además el agua… La fauna y la flora fueron por estas razones proscritas, y para admirar las obras del Ser Supremo, los Requejos se recreaban en sí mismos. Tampoco faltan en esta Primera serie los “excéntricos”, cuando no perturbados mentales, en diferente grado. En este caso, sin salir del negocio de los Requejo, su empleado cubre a satisfacción esa cuota galdosiana que nos ha dado personajes tan entrañables como Mauricia la dura o Ido del Sagrario, por ejemplo:  Juan de Dios era sin género de duda un excéntrico, pues también en aquella época había excéntricos. Un hombre que no habla, que ignora lo que es risa, que no da un paso más de los necesarios para trasladarse al punto donde están la pieza de tela que ha de vender, la vara con que la ha de medir, y la hortera en que ha de guardar el dinero; un hombre que en todas las ocasiones de la vida parece una máquina cubierta con  la humana piel para remedar mejor nuestra libre, móvil e impresionable naturaleza, ha de llevar dentro de sí algo ignorado y excepcional. Este Juan de Dios se enamora locamente de Inés y se convertirá en rival de Gabriel, por más que acabe siendo una rivalidad con algo más de cómica que de dramática. Son pocas las erratas que se han deslizado en el texto, aunque haylas. Dos de ellas quiero traerlas a colación, para desayunarnos tan ricamente dos preciosos gazapos: El Vierzo, tal cual, por El Bierzo y una expresión: “traje ligero y abigamado”, con una palabra que no logré encontrar en diccionario alguno de los muchos que atesoro, hasta que descubrí que se trataba de una errata, abigamado por ‘abigarrado’, cuyo uso escrupuloso me recordó un significado de abigarrado que había olvidado: “de varios colores y especialmente si están mal combinados”. Una errata corregida es una ignorancia vencida. El texto Galdosiano está lleno de usos lingüísticos cuya novedad sorprenderá a los intelectores en cuanto estos indaguen sobre su significado o su contexto. Tal es el caso del uso de tunantes en este contexto: al llegar al pueblo, la mayor parte de los prisioneros fueron distribuidos en varias casas. Los considerados tunantes que era preciso exterminar, fuimos conducidos a la parte alta de la casa del Ayuntamiento y encerrados separadamente. Si uno ve la definición de tunante en la RAE se queda a dos velas, pero si sigue el rastro de la etimología y  se va a tunar: “andar vagando en vida libre”, comienza a atar cabos del uso. Esos tunantes era a los que los franceses llamaron brigands, “bandoleros”, que luego volveríamos a adoptar, ‘brigante’, un concepto muy usado en el sainete, por ejemplo. De todo el volumen dedicado a las guerrillas, que daban para algo más que para aquella famosísima serie de bandoleros, en su tiempo, Curro Jiménez, un auténtico microcosmos en el que hasta por rencillas personales algunos cabecillas iluminados eran capaces de pasarse al enemigo, recojo este lúcido análisis que hace Galdós de aquel fenómeno: tres tipos ofrece el caudillaje en España, que son: el guerrillero, el contrabandista, el ladrón de caminos.(…) La guerra de la Independencia fue la gran academia del desorden. Nadie le quita su gloria, no señor: es posible que sin los guerrilleros la dinastía intrusa se hubiera afianzado en España, por lo menos hasta la Restauración. A ellos se debe la permanencia nacional, el respeto que todavía infunde a los extraños el nombre de España, y esta seguridad vanagloriosa , pero justa que durante medio siglo hemos tenido de que nadie se atreverá a meterse con nosotros. (…) Los guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional. Ellos son nuestro cuerpo y nuestra alma, son el espíritu, el genio, la historia de España; ellos son todo, grandeza y miseria, un conjunto informe de cualidades contrarias, la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada al pillaje. Al mismo tiempo que daban en tierra con el poder de Napoleón, y nos dejaron esta lepra del caudillaje que nos devora todavía. Pero donde Galdós se muestra más él mismo es en la sorprendente facilidad que exhibe para la creación de personajes de variadísimos caracteres y con sorprendes existencias. Así, la creación de un personaje como Lord Gray, del que tan excelente partido narrativo saca a través de la ambigüedad, nos deja el retrato de un inglés a través de quien creemos oír al propio Galdos, retratándose a sí mismo por vía de extrañamiento en otro ‘insular’ como él mismo lo es por nacimiento:  -No es lo mismo -dijo el inglés-. Yo conceptúo más compatriota mío a cualquier español, italiano, griego o francés que muestre aficiones iguales a las mías, sepa interpretar mis sentimientos y corresponder a ellos, que a un inglés áspero, seco y con un alma sorda a todo rumor que no sea el son del oro contra la plata, y de la plata contra el cobre. ¿Qué me importa que ese hombre hable mi lengua, si por más que charlemos él y yo no podemos comprendernos? ¿Qué me importa que hayamos nacido en un mismo suelo, quizás en una misma calle, si entre los dos hay distancias más enormes que las que separan un polo de otro? Un personaje vitalista, aventurero y racionalista de quien llaman la atención estas dos afirmaciones: La materia vivificada por el amor es sin duda lo mejor que existe después del espíritu, que es una suerte de romanticismo materialista, y  ¡Viva lo imposible! El placer de acometerlo es el único placer real, que parece un eslogan del Mayo del 68 del siglo pasado. Cerremos, en todo caso, esta recopilación de highlights de esta Primera serie con un elogio de la que parece haber querido destacar con su escritura don Benito: Lo que no ha pasado ni pasará es la idea de nacionalidad que España defendía contra el derecho de conquista y la usurpación. Cuando otros pueblos sucumbían, ella mantiene su derecho, lo defiende, y sacrificando su propia sangre y vida, lo consagra, como consagraban los mártires en el circo la idea cristiana (…) Hombres de poco seso, o sin ninguno en ocasiones, los españoles darán mil caídas hoy como siempre, tropezando y levantándose, en la lucha de sus vicios ingénitos, de las cualidades eminentes que aún conservan, y de las que adquieren lentamente con las ideas que les envía la Europa central. Grandes subidas y bajadas, grandes asombros y sorpresas, aparentes muertes y resurrecciones prodigiosas, reserva la Providencia a esta gente, porque su destino es poder vivir en la agitación como la salamandra en el fuego; pero su permanencia nacional está y estará siempre asegurada. Con todo, la guerra contra el francés no fue sino el preludio de una guerra civil que se libraría entre absolutistas y liberales, que ya se anunciaba incluso en el lema de El Semanario Patriótico: La opinión pública es mucho más fuerte que la autoridad malquista y los ejércitos armados.

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