lunes, 3 de julio de 2017

"Telón de boca", de Juan Goytisolo: Las penúltimas palabras antes del mutis definitivo:















Entre la autoficción sin máscara y la autobiografía sin pulso, Goytisolo se planta tembloroso ante el umbral del no ser con un texto emocionado que nada añade a su obra: Telón de boca o la última identificación heterodoxa del huyente: Tolstoi, y su muerte en fuga.

Incitado por un amigo y por la lectura de una crítica elogiosa de Senabre, quise honrar la memoria de Juan Goytisolo con la lectura de una obra, Telón de boca, que, sin añadir nada a su obra, ni a la de ficción ni a la autobiográfica, supone sin embargo, una reflexión del escritor ante su deterioro personal y ante la inminencia de su final que recoge algunos de los temas principales de su obra, con el añadido de su relación con Monique Lange, levemente radiografiada en estas páginas como un retrato trazado en imágenes por Eric Rohmer. Se trata de una despedida escrita desde el desengaño y sabiéndose ya, como se define en el propio libro -un texto breve, casi un esbozo de lo que una despedida así hubiera podido dar de si escrita en mejores condiciones físicas y mentales-, un ser sin existencia, una ficción, una sombra. La visión apocalíptica de nuestro mundo, de todos los mundos que hay en este, va de la mano de la asunción del deterioro físico propio y de la renuncia a seguir contribuyendo a la edificación del absurdo, de la nada, del horror. Telón de boca es el libro del pasmo, de la admiración ante el misterio profundo al que esta dispuesto a llegar inmediatamente el autor. Leído el libro tras haber leído el artículo de El País sobre las penurias de sus postrimerías se entiende mejor esa pulsación suicida que habita en sus páginas, ese querer emular al Tolstói que buscando un idealizado Cáucaso, pereció en una solitaria estación de tren; del mismo modo que él sueña con perderse en el alto Atlas, solo, inerme, desnudo, indefenso, entregado: abandonado a una naturaleza de la que su dedicación intelectual lo apartó. Esa herida late en el libro desde el epígrafe, de Tolstói, con el que lo abre: El cardo magullado que vi en medio del campo me trajo a la memoria esta muerte. El recuerdo de sus lecturas, de su convivencia familiar, de su matrimonio con Monique y de su separación... lo llevan a una evocación que se pierde en el desengaño radical ante el rumbo torcido del universo mundo: "Convéncete de una vez: no hay persona, familia, linaje, nación, doctrina ni Estado que no funden sus pretensiones de legitimidad en una flagrante impostura. Quienes incendian bibliotecas a fin de borrar huellas molestas ignoran que los manuscritos quemados eran también espurios. El mayor enemigo de la mentira no es la verdad: es otra mentira". Por ello, sin duda, es por lo que se lanza a ese diálogo puro de postrimerías que mantiene con el Supremo Hacedor, un recurso habitual en este tipo de textos en los que quien escribe ve dibujarse en el aire la caída de la flecha de la vida que se dispara, al decir de Heráclito, cuando nacemos, merced a aquella deliberada confusión etimológica del de Éfeso entre el arco y la vida. Recuerdo, sin ir más lejos, un texto estremecido de Eugene Ionesco, Dios mío, haz que crea en ti, que bien podemos poner en relación con este ejercicio último de ficción funambulesca de Goytisolo. Pero de la misma manera podríamos referirnos a El Cristo de Velázquez de Unamuno, por ejemplo, o a Ángel fieramente humano, de Blas de Otero. Sorprende en un autor hipercrítico, heterodoxo y de tanto pretendido vuelo conceptual que aparezca el Gran Demiurgo manejando tópicos y poniendo del revés una imagen superada de lo divino sin apenas un ápice del reconocido espíritu transgresor, del que ha hecho más gala que obra, aunque algunas de las suyas lo alcanzan en grado sumo, como la Reivindicación del conde don Julián y, sobre el resto de su obra, y con diferencia, en sus dos volúmenes de memorias: Coto vedado y En los reinos de Taifa. Como es habitual en la mayoría de su obra, y dejando al lado su incapacidad para la ironía crítica al estilo barroco, apenas hay ni un rastro de humor ni cordialidad en esta presencia ante la ausencia, en esta comparecencia ante el telón de boca que, abierto, lo absorberá en una obra, la del más allá, en la que parece que haya de entrar con ciertos resortes de la maquinaria barroca de los autos sacramentales, a juzgar por el diálogo con el Ser de Seres. Como son varias las evocaciones de su vida que acoge en este librito, desde la ausencia de la madre hasta su responsabilidad como padre adoptivo, pasando por su matrimonio o su labor como debelador de la injusticia, la explotación y la marginación, cada cual se quedará con la parte que más de cerca le toque, me imagino. En mi caso he seguido con notable interés la descripción de su unión con Monique Lange y de su distanciamiento, hasta la separación final; porque su vida de pareja se asemeja, en sus hábitos, en sus costumbres, en sus aficiones, a la de cuantos hemos hecho de la dedicación intelectora un pilar de nuestras vidas. Juan Goytisolo no es un autor por quien se sienta ni admiración ni empatía, antes bien lo contrario, aunque reconozco su fecundo magisterio en mis años de formación, y él ha dado muestras sobradas a lo largo del tiempo de jugar siempre a la contra, sin importarle que alguna vez se le pudieran volver en su contra las diatribas con que nos ha relegado desde la privilegiada tribuna de Opinión de El País, por ejemplo. Desde esa perspectiva es desde la que me pregunto: ¿qué sentido tiene este librito compuesto de retales?, ¿qué añade a su obra, para convertirlo en una lectura imprescindible?, ¿qué nos descubre, al margen de su fragilidad, su convicción de la desaparición inmediata y su desengaño sin paliativo alguno?, ¿qué añade estilísticamente a su consolidado estilo? "Nada" es la respuesta que cuadra a cada una de las preguntas, a esas y a otras que nos podríamos legítimamente formular, como lectores habituales de su obra. Y, sin embargo, tras haber leído el libro dos veces consecutivas, confieso que hay en él un pálpito de vida estremecida, una "debilidad", como quizás nunca antes haya manifestado Goytisolo en sus obras, perdido como ha estado en la conceptualización del deseo, del cuerpo, de la marginación, de esa microfísica del poder que él analizó con tanto detalle; hay, ya digo, una "flaqueza", un cierto "temor", que lo humaniza en lo que de común tiene con todos los mortales: el respeto al momento de franquear el umbral de lo desconocido, la pérdida de confianza en el propio cuerpo y lo que el corazón, con sus sobresaltos de madrugada, nos permita vivir. Al final, emerge la persona frente al personaje -¡ese maldito tan pacientemente elaborado, con tanto mimo!-, y, como dice en el medio del camino de su agonía: Su escritura no sembraba pistas sino que borraba huellas: él no era la suma de sus libros sino la resta de ellos. Faltaba únicamente el finiquito y no tardaría en llegar. Larache, Genet, Goytisolo. Estación término.

2 comentarios:

  1. Espero a comentar a haber leído Telón de boca. Admito que reconoces que, pese a no añadir nada nuevo a su obra, en este libro emerge la persona frente al personaje, de modo que queda humanizado Goytisolo en este periodo amargo de la vida.

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  2. Vale, cuento con ese compromiso. A ver cómo lo lees tú.

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