martes, 15 de diciembre de 2015

Títulos de crédito, ¿bocado exquisito solo para paladares cinéfilos?



                                                                                                 

El alma de la película en un corto de tres minutos: los títulos de crédito. Un género en miniatura que exige el reconocimiento de un Oscar específico y en España de un Goya.


Los títulos de crédito son esa parte de la película en la que la información debería primar sobre cualesquiera otras virtudes cinematográficas, pero desde que aparecieron especialistas en diseñarlos y directores que intuyeron sus posibilidades expresivas, la creación de los títulos de crédito se ha convertido en un arte autónomo que ha establecido su propia tradición y su propia jerarquía artística, por más que sea discutible la presencia de estos o aquellos en ella, como pasa, por ejemplo, cuando se intenta establecer el decálogo de las mejores películas de la Historia del Cine: imposible ponerse de acuerdo, y menos aún en si Ciudadano Kane o Intolerancia, de Welles y Griffith respectivamente, han de encabezarlo.
No recuerdo cuándo comencé a aficionarme a degustar los títulos de crédito como uno de los momentos estelares de las películas, pero desde ese lejano día no hay película en la que desde el comienzo –porque cuando aparecen al final suelen ser bastante más de trámite, aunque hay excepciones notables, como en Wall.E, por ejemplo– no pueda formarme un pre-juicio bastante aproximado sobre la calidad de lo que estoy a punto de ver. Una vez generalizado el arte del diseño de títulos, es más fácil que se nos dé gato por liebre, sin duda, pero hace no pocos años el minicorto con los títulos de crédito rara vez engañaba y sí conseguía reafirmar algo así como la huella estética del director. Hoy en día, el auge de las magníficas series televisivas ha contribuido poderosamente a la relevancia social de los títulos de crédito para los espectadores: la suma de imágenes y música que preceden a cada capítulo, a fuerza de repetición, se ha convertido en una suerte de “marca” cuyo recuerdo nos trae a la memoria la calidad total de la serie. Nadie que haya visto Mad Men, pongamos por caso, puede no rendirse a la evidencia del magnífico trabajo de Mark Gardner, Steve Fuller y la productora Cara McKenney, una suerte de sinopsis condensadísima  en la que el tema musical, un extracto de la composición instrumental A beautiful mine, de RJD2 (cuyo nombre artístico procede de las siglas de su nombre real: Ramble John (RJ) seguido del añadido D2 en homenaje al robot de La guerra de las galaxias: R2D2), de clara resonancia clásica, casi händeliana, logra una fusión con el texto raramente alcanzada en otros títulos de crédito.

          La disparidad de opciones para elaborar los títulos de crédito es inagotable y nos permite, en su enumeración, ir recordando algunos de los más famosos títulos de la Historia del Cine. Antes de empezar he de decir que me parece una soberana injusticia que la Academia americana de cine no haya considerado oportuno establecer un Oscar para premiar esta labor específica que cada vez ha ido adquiriendo un mayor rango en la industria cinematográfica. De hecho, como acabamos de referir, son estudios como Imaginary Forces, para quien han trabajado los creadores de los títulos de Mad Men, una especialización tan definida en la industria que bien merecerían, los creadores, un reconocimiento a su tarea. Cuando en el franquismo, en los cines llamados “De Arte y Ensayo”, un título con el que no puede competir el vulgar “En versión Original” que vendría a sustituir en democracia a aquellas excepciones gracias a las cuales podían verse películas tan auténticamente inclasificables como La Bestia o Goto, La isla del amor, ambas de Borowczyk,  llegaba con exquisita puntualidad al comienzo del pase, ello se debía a que la proyección solía ir siempre precedida por un corto, una especialidad en la que se “fogueaban” futuros directores que a partir del 75, tras la muerte del dictador, llenarían las salas españolas con sus largos. A su manera, los títulos de crédito creativos –la antítesis serían las películas de Woody Allen, en las que contra un fondo negro aparecen los títulos de crédito en letras blancas a la rapidez del rayo, siempre acompañados por música de jazz– son hoy, para mí al menos, una depuración de aquellos cortos en los que podía verse absolutamente de todo, desde luego, desde auténticas joyas, como el mítico de Drove, ¿Qué se puede hacer con una chica?, hasta absolutos bodrios hoy por suerte perdidos en el más absoluto y misericordioso de los olvidos. Decía que son muchas las posibilidades que ofrece la creación de títulos, y van desde el aprovechamiento que de ellos hace el director para meternos en materia con escenas que adelantan bien la presentación de los personajes bien el desarrollo del argumento, como sucede en dos absolutamente geniales, Sed de mal, de Welles, con el famosísimo plano-secuencia inicial:

                                                           
                             
hasta esa maravilla de sincronización narrativa que es Una mujer atrapada, una película demasiado olvidada, quizás, pero cuyos títulos de crédito, obra del genio de la especialidad, Saul Bass, son tan impactantes como cuantos ideó para otras películas de mayor éxito que la presente:
                                  
                                               
Suyos son, recuérdese, títulos de crédito tan famosos como los imaginativos de El rapto de Bunny Lake:

                             
O los no tan originales como se pretende de West Side Story, en 1961, pues en 1947 Charles Crichton ya lo utilizó para su película Clamor de Indignación. si bien en esta abrian la película y en aquella la cerraban:
                                
Aunque en Anatomía de un asesinato se observa con total nitidez su muy particular estilo:
                                
Íbamos diciendo, sin embargo, que son muchas las posibilidades que se les ofrecen a los creadores de los títulos de crédito para inventar la presentación de las películas, y puede que en esa originalidad a todo trance se halle la seña de identidad del “género” que es esta miniatura. No podemos olvidar, junto a grafismos e imágenes animadas, la aparición de los dibujos animados, que tan excelentes créditos nos han deparado, como en el, acaso, más famoso de ellos: los de Fritz Freleng, creador asimismo del inmortal gato Silvestre, para La pantera rosa, la excelente comedia de Blake Edwards:
                            
Aunque no podemos olvidar que la animación más estilizada, de tipo casi geométrico, nos ha brindado ejemplos tan llenos de ingenio y humor como los de una película en la que estos acaso valgan más que ella, me refiero a Atrápame si puedes, de Spielberg:
                             
Si bien Saul Bass fue el primer genio indiscutible de este arte en miniatura, ya digo, de los títulos de crédito, pero no podemos olvidar creadores de tanta inventiva e ingenio como Maurice Binder, autor de unos ingeniosísimos y divertidos títulos para Página en blanco, de Stanley Donen
                             
Si bien la fama de Binder proviene de ser el artífice de los más que estimados títulos de crédito de las películas de James Bond, que han contribuido lo suyo para establecer la estética de dichas películas. De estas películas bien puede decirse que muchos seguidores esperan con idéntica ansiedad los nuevos títulos como las propias tramas.
                             
A medio camino entre el dibujo y la imagen animada podríamos mencionar, por ejemplo, una película sobre el dibujante de American Splendor, Harvey Pekar, interpretado por Paul Giamati, y cuya presentación mezcla con estupenda habilidad la presentación del personaje y las imágenes del comic. En unos títulos creados por John Kuramoto:
                           
          Lo cierto es que podría seguir añadiendo uno tras otro ejemplos de un arte por cuyo reconocimiento en la industria abogo al mismo nivel que se reconoce el maquillaje, el vestuario, la banda sonora o los efectos especiales. Nadie que haya reparado en estas delicadas joyas puede no desear que tanto fruto del ingenio quede sin la recompensa artística que se les reconoce a otras parcelas de la misma industria. De hecho, aunque he dicho que los títulos de crédito permiten intuir enseguida la calidad de las películas que preceden, no es menos cierto que no son pocas las películas en que las imágenes de esa titulación se nos graban en la memoria como momentos casi culminantes de la película, como ocurre con los creados por Don Perry para Toro Salvaje, de Scorsese con el baile del protagonista haciendo “sombra” en un ring vacío envuelto entre la niela:
                  
o la preciosa descripción con que Steve Frankfurt  abre Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan
               
  Me podría extender durante decenas de películas, cuyas virtudes “titulares” harán las delicias de los aficionados a este arte singular y cuya potencia visual tan asociada está a las grandes obras del séptimo arte. No siempre, sin embargo, e incomprensiblemente, los creadores de estas obras de arte dentro de la gran obra de arte que puede ser la película que introducen, aparecen en esos títulos de crédito como diseñadores de los mismos, como sucede en un caso tan llamativo como el de 2001 Una odisea del espacio.
Aún no había mencionado ninguna película española, pero, por empezar por el final, ¿a quién no le dejaron clavado en la butaca los títulos de crédito de La isla mínima, por ejemplo, propios de Alberto Rodríguez, a partir de las fotografías fractales de Héctor Garrido, quien, sin embargo, no recuerdo que apareciera en los títulos de crédito?
                                            
Y algo antes, ¿a quién no le sucedió lo mismo con esa maravilla de ágil montaje de los títulos de Balada triste de trompeta, de cuya autoría, salvo error u omisión por mi parte, de David Guaita, no se nos informa debidamente tampoco en los propios títulos?:
                                           
Y, ya puestos, nadie ignora que autores como Pedro Almodóvar han hecho del grafismo de sus títulos de crédito y de sus carteles una auténtica marca artística, como los excelentes de Mujeres al borde de un ataque de nervios, creados por Juan Gatti:
                                    
Que recuerdan, a su lejana manera, a los estilizados de Una cara con ángel, de Stanley Donen:
                  
          Muy lejos, de aquellos inicios, están los títulos de crédito de una de las diez maravillas del cine español de todos los tiempos, Plácido, de Luis García Berlanga, cuyos títulos de crédito, inspirados en un humor gráfico cercano a La Codorniz, fueron creados por  Pablo Núñez, por más que en su biografía de la página de la Academia de las artes y las ciencias cinematográficas de España ni siquiera aparezcan reseñados como el mérito que yo ahora le reconozco y que me gustaría que en un futuro inmediato fuera capaz de reconocer la propia Academia a través de un Goya ad hoc.
                   
          No pretendo no ser injusto, porque los olvidos siempre serán más llamativos que las presencias, pero concluyo con una breve enumeración de titulistas reconocidos cuyas obras sería bueno que vieran los aficionados para poder establecer su propio canon. Así en desorden amable, sin atender a una escrupulosa tasación de los méritos artísticos de unos y otros, deléitese el aficionado con obras incomparables como los títulos de crédito de Seven, de Kyle Cooper
                             
De El caso de Thomas Crown, de Pablo Ferro, autor también de los de Dr. Strangelove de Kubrick o los de Harold y Maude, de  Hal Ashby:
                             
o los inspiradísimos de Michael Riey para Gatacca, con música de Michael Nyman:
                             
Los ingeniosos y narrativos de Nic Benns y Miki Kato para An education de  Lone Scherfig
                            
Los de Jim Capobianco para  Wall.E, que aparecen al final de la película, convirtiéndose en brillante epílogo de la misma:
                             
A mí particularmente me parecen un alarde espectacular los títulos de crédito creados por William Lebeda para la película Panic Room, de David Fincher, que exploran la inacabable fotogenia de la arquitectura incomparable de la ciudad de Nueva York, quizás la ciudad cinematográfica por excelencia:
                             
No menos brillantes me parecen otros títulos como los de Randall Balsmeyer y Mimi Everett para Fargo; los de Robert Dawson para Sospechosos habituales; los de Nina Saxon para Glengarry Glen Ross; los estilizadísimos de Richard Greenberg para Alien; o los imaginaticos de Wayne Fitzgerald para El graduado, con la incomparable música de Paul Simon y las voces de Simon and Garfunkel.  Todos ellos y muchos más encontrará el complacido intelector de esta entrada en la página web donde he ido a buscar la mayoría de ellos.
          Y quiero cerrar ese breve homenaje a un género por el que siento debilidad, con los títulos de una película, Los paraguas de Cherburgo, de Jacques Demy, a la que le dediqué una entrada entusiasta
(http://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com.es/2015/08/la-emocion-genuina-o-el-poder-catartico.html) y cuyos títulos diseñó con una compenetración incomparable con el resto de la película Jean Fouchet. No imagino cómo dejar mejor sabor de boca a los amantes de este noble género cinematográfico que con estos títulos y la inspiradísima  música de Michel Legrand que los guían:

                  
      No cierro sin antes remitir a los intelectores con quienes pueda compartir esta afición a la página donde hallarán los aquí reproducidos y decenas de ellos más que, a buen seguro, les entretendrá durante muchos buenos ratos: Art of the title.

2 comentarios:

  1. Así es: la película comienza con los títulos de crédito, es parte de ella. Sin embargo, tengo la impresión de que como nuevo estilo en las películas de últimas generaciones se suelen obviar y se pasa directamente a la acción. Así pasa al menos en muchos casos. Y los echo en falta. No sé si es un arte complementario como sostienes o es parte de la película como opino yo. Lo que sí que es verdad es que anuncia la calidad de la película. Desperdiciar esos breves minutos crediticios es aventar lastimosamente parte de la película. En ellos se ve la mano ya del director como bien muestran estos ejemplos bien traídos que has enlazado. No he visto todos porque no tengo tiempo, pero he visto algunos. Alguno me resultaba conocido porque lo recordaba.

    Algún día alguien tendría que asesorar a nuestros políticos sobre el arte del debate como tal. La sobreactuación es lastimosa y pierde al que cae en ella. ¿Quién puede confiar en alguien que actúan sin ningún escrúpulo y sin contención? ¿Quién pondría el maletín nuclear en alguien que es pura impaciencia y pura precipitación? Rajoy es un mentiroso compulsivo pero Sánchez es un mozalbete incapaz de hincarle el diente si no es agrediendo o gritando. ¿Quién asesora a este chaval?

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    1. Recuerda que suelen ser obra de un artista independiente, en colaboración con el Director de la película, pero no obra de éste, aunque el "miniaturista" suele, con un don muy particular, reflejar a la perfección el corazón del estilo del Director.
      Respecto del debate -ya veo que te has metido de coz y hoz en la campaña-, tengo la sensación de que la actitud temperamental de Sánchez estaba forzada por la pugna con Podemos, que se trataba no tanto de ganar a Rajoy cuanto de no ceder a Iglesias. Ahora bien, pugnar por llevar el insulto cantante no parece muy acorde con la socialdemocracia que incluso ha gobernado. DE hecho, Zapatero se aupó a la presidencia -aparte de por lo del 11-M- por su política de pactos con el gobierno, incluida la dura Ley de partidos políticos, cuyo equivalente, si es posible establecerlo sin faltar a toda la verdad, sería la Ley mordaza.

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