lunes, 28 de diciembre de 2015

Los frutos bordes 2: Entorno y vidas.

  

                                     

La sala de máquinas.


Cualquier escritor tiene una sala de máquinas, un atelier, un estudio, un despacho, una cámara, un reservado, una buhardilla…, la habitación propia wolfiana donde tejer –y sobre todo destejer… – a conciencia las obras que lo acrediten, que lo encajen, que lo eternicen o que, sencillamente, le permitan sobrevivir con un mínimo de placer y un máximo de riesgo. A lo mío, a mi espacio, desde siempre me he referido como la “Sala de máquinas”, aunque ignoro, más allá de las imágenes eróticas de los émbolos de los motores de vapor, cuál fue la razón por la que opté por esa denominación y no por otra. Como se advierte en la fotografía, ni siquiera se trata de la famosa habitación propia –sólo la tuve durante dos años en un colegio mayor universitario en el que estaba por deportista, no por estudiante, y jamás la he vuelto a tener-, sino de una parte de una sala enorme que sirve de estudio también para mi conjunta y de dormitorio para ambos. Iniciaré una descripción de lo que se ve de izquierda a derecha, aunque trataré de no ser exhaustivo. Perdóneseme la prolijidad si ello redunda en la complacencia del lector.
Anticipo que no es empresa fácil meterse en un espacio compartido por tres heterónimos, porque, aun teniendo vidas propias, ¡son siempre tan escurridizas las fronteras de las materias exclusivas de cada cual! Como no pretendo avivar polémica alguna, y como soy de mi natural respetuoso, hasta que me provocan, adoptaré una actitud notarial, objetiva, para, sea de quien sea, informar de lo que se ve o entrevé.

                  A la izquierda lo primero que aparece es un libro sobre un atril y ambos encima de un archivador de color verde que contiene unas 1000 fichas en fino papel de folio, de letra apretadísima, donde se almacena la investigación biográfica sobre un psiquiatra alemán del que uno de esos heterónimos quiere escribir, al parecer, una biografía novelada. Sobre el atril descansa La intepretación de los sueños, de Sigmund Freud. Detrás hay un estuche con las gafas para ver de lejos. Al lado del archivador aparece este ordenador donde se fraguan tantas quimeras y no pocos tropiezos. Detrás del ordenador hay dos botes con utensilios de escribir y material de escritorio. Entre ellos, una caja de bolas chinas relajantes. Delante de ellos un dispensador de cinta adhesiva, el reloj de Al Qaeda, un Casio F-91W, y una linterna con pinza para leer en la cama. Detrás de uno de los botes, se apoyan en los dos tomos del Diccionario de uso del español, de María Moliner, un fajo de folios con idéntica letra a la de las fichas en los que se recoge más información para la biografía novelada. Sobre los dos tomos de María Moliner descansa, esperando su turno para ser extractado, un ensayo titulado Jacob Leví Moreno. Psicología del encuentro, escrito por Eugenio Garrido Martín. Al lado de María Moliner hay un Diccionari Castellà-Català de la Enciclopèdia catalana. Enfrente de él, contenidos por un reposa libros metálico en forma de B, se ubica una hilera de diarios, cuadernos, libros y revistas de varia naturaleza: 20 diarios donde se sigue al día la actividad maratoniana del yo disparatado que nos acoge, ignoro si para negarse o para afirmarse por triplicado, y algunos cuadernos con proyectos hibernados. Entre ellos están también el Dicccionario de lingüística de Georges Mounin y el Dicccionario del diablo de Ambrose Bierce. Al final de esta hilera arrimada a la pared hay una Guía de los árboles de España, una Breve historia de la pintura moderna, un Manual de maquetación electrónica y dos números de Historia y vida, uno de 1969 y otro de 1973. Sobre esta hilera de cuadernos y libros están los rimeros de folios más recientes de otra investigación: la de la tesis doctoral sobre los aforismos, un material que aguarda aún ser llevado a los archivos de Word correspondientes. Estas hojas, prendidas con pinzas metálicas, ocultan un viejo walkman aún en uso. Delante de esta hilera hay otra, pegadísima a ella, en la que refrenados por un reposa libros estilo art decó, aparecen: un conjunto de puntos de libros no especialmente elegidos, el Diccionario de la mitología clásica en dos volúmenes de Alianza Editorial, un volumen diminuto de Alonso de Castillo Solórzano: Aventuras del bachiller trapaza, el Manual del español urgente, de la Agencia EFE, el Diccionario de palabras y frases extranjeras de Arturo del Hoyo,  el Glosario de voces anotadas en los 100 primeros volúmenes de Clásicos Castalia, un paquete de barras de incienso de sándalo, un conjunto de hojas con anotaciones anecdóticas y batiburrilleras, seis libretas de diccionarios personales de inglés, castellano y catalán, un cuaderno con la crónica de un tratamiento psicoanalítico, tituladoD. los jueves, otro cuaderno titulado Diario Oreado/Aireado, con escasísimas entradas que van desde 1990 hasta 2012, un libro titulado Palabras locales, comarcales y regionales de la provincia de Teruel, escrito por José Altaba Escorihuela (sacerdote y maestro, se especifica). Sirviendo de reposa libros a esas dos hileras de cuadernos y libros aparecen cuatro gavetas. La primera, arriba del todo, contiene una edición de la ópera de Gluck Orfeo ed Euridice, tras ella un cuaderno con la sala de maquinas de la novela biográfica, una carpeta voluminosa con un contenido heterogéneo, como una poliantea, desde buena parte de mi colección de aforismos ajenos hasta resúmenes de libros, pasando por una extensísima selección manuscrita del Diccionario Etimológico de Juan Corominas, justo detrás hay un volumen ttulado Those who come after, escrito por la hija del futuro biografiado y The Upstart Spring. Esalen and the Human Potential movement: the first twenty years, también relacionado con lo mismo. Prendidas en la parte superior de la gaveta aparecen cuatro pinzas. Junto a ellas, una bolsa de Salinos, regaliz. Sobre ella, los auriculares del viejo walkman. Al lado de la bolsa de regalices, aparecen las libretas pequeñas en las que voy escribiendo mis aforismos, algunos de los cuales ya se han leído aquí, los que no son míos ni siquiera los toco. Detrás de las libretas, oculto por ellas, está Nací. Textos de la memoria y el olvido, de Georges Perec, y tras él un cuaderno de notas comprado en la Casa de Fernando Pessoa, en Lisboa. En las gavetas inferiores están los paquetes de incienso, pañuelos, una grabadora de mano Olympus, los bonos de la subscripción a  El País y un cartucho de recambios de tinta para la pluma Parker modelo 45, el único usado en esta Sala de máquinas desde hace 40 años. En la mesa, detrás del ordenador, aparecen dos pisapapeles: una piedra de playa escogida en la Playa de los Muertos, de Carboneras; otro pisapapeles de hierro de Edhasa, un tintero de los que se ponían en los antiguos pupitres escolares, otro pisapapeles en forma de búho y un suerte de cenicero en la que se almacenan piedras redondas, una pelota de golf y un cascabel unipieza, patentado por el padre de una amiga. A la derecha del ordenador se ve una foto de un enchufe de posguerra, una pajarita de metacrilato, un tintero Waterman más moderno,  papeles de notas, las gafas de leer y el bolígrafo Pilot, el móvil, el pebetero del incienso y, al extremo de la mesa, el encendedor, el cortaúñas y un libro, Glosas de Sabiduría, de Sem Tob de Carrión, en celebérrima edición de Agustín García Calvo para Alianza Editorial. En la pared de enfrente hay un calendario, un horario académico, un dibujo infantil familiar de Homer y en el lateral de las estanterías privadas, una foto del muro al que se abría la ventana por donde se descolgó Juan de la Cruz y los 26 dorsales de las correspondientes maratones hechas y derechas. Y aquí se acaba el entorno. Y aquí comienzan las vidas.

1 comentario:

  1. ¡Qué envidia tu rigor! La mesa de trabajo y los anaqueles revelan quién es cada uno. Espero esa novela biográfica que se se forjará en esa habitación de artista y de científico de la lengua.

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