sábado, 26 de diciembre de 2015

Los frutos bordes 1: Lucha de fantasmas.


                    

El artista desencajado y la estantigua politiquera.

El artista desencajado mira en redor y se resiste a dejarse arrastrar por la vorágine de la pseudodialéctica política, por la efervescencia maligna de unas pasiones irracionales dispuestas a sacrificar ante el perverso altar de la patria la convivencia y aun hasta la sangre en aras de una superstición, de una mitología de baratillo y, por supuesto, de sólidos intereses económicos y una pretendida, y escandalosa, impunidad  judicial. El artista vive en sociedad, pero no se funde en ella. Derruidas las decimonónicas torres de marfil, el artista se abisma en su mundo y construye, desde él, otra realidad menos agreste, aunque más dura, porque desde ella se denuncia la redundancia de la ignorancia y la vulgaridad. Las cosas de la polis son, también, sus cosas, desde luego, pero se niega a dejarse untar por la viscosidad de una realidad habitada, sobre todo, por la alienación, la sumisión, cierta indiferencia y unos orgullos de gallos de corral. Nada más deprimente que intentar entender la demagogia politiquil y la pseudodialéctica que todo lo fía al eslogan, la frase de almanaque y algún que otro retruécano al estilo de los que tanto le gustaban al político débil de pensamiento débil que fue Zapatero. Cuando se ama la palabra como la ama el artista desencajado es del todo insufrible asistir a la deturpación constante con que el pseudodiscurso de los politiquillos pretende domesticarla y endulzarla con el remedo de la persuasión.
Es cierto que lo externo interpela al artista con su agitación de rabo de lagartija mutilada, pero el artista desencajado sabe rehuir la provocación. No se deja atrapar por el griterío de quienes todo lo colocan al borde del abismo y se quejan, después, de que podemos caer en él. Nada humano le es ajeno, pero sabe no dejarse imponer ni las maneras ni las distancias ni los tonos, y mucho menos la oportunidad de la ocasión. No contempla la realidad desde un espacio confortable, ¡terrorífico sí mismo lleno de quiebras, laberintos y desconciertos!, ni a través de la ventana en una torre exenta, como la morada de un estilita; la mira, perplejo,  desde la altura del ser humano, de frente, a los ojos, con desquiciada paciencia y con pacífica ira, dispuesto a conmoverse, a com-padecerse, pero también a desenmascarar las imposturas y los simulacros con que le acechan los viejos saludadores y los ignaros lectores de Maquiavelo.
          Aquí y allá va cosechando el artista desencajado los frutos de la sabiduría que nunca empachan a nadie, el vademécum que nos entretiene el camino hacia la muerte y que, solo ilusoriamente, nos hace más libres, menos esclavos, más yo y menos todos. No hay aprendizaje del dolor, aunque lo sostuviera Gadda; pero tampoco lo hay de la sabiduría, como lo demuestra la incapacidad de los nobles y leales aforismos llenos de razón a la hora de cambiar el atavismo de la mayoría de nuestros conciudadanos. Vivimos en lucha permanente contra el conocimiento y en derrota constante de la razón: única posibilidad de huida del dolor inmenso de la lucidez.
Hay aforismos para todo, para cada ocasión, para cada mentalidad, para cada indigencia intelectual, incluso; pero ninguno de ellos nos permite afrontar con confianza el presente de los tiempos revueltos de la demagogia y el verbo incendiario de los mistagogos.
          He aquí algunas migajas envenenadas:
      1.     El orden es la pesadilla del azar; el azar, el sueño del orden.
2.     La intolerancia no tiene patria; pero todas nacen de ella.
3.     Los exacerbados amores al terruño suelen devenir cuarteados terrones de la sequía de la razón.
4.     Si la política es cosa de ideas y no de personas, estamos perdidos; y si fuera al revés, aún más
5.     Quienes no tienen ideas pretenden gobernar la lengua con la que no piensan.
6.     La democracia es una cura de humildad para la inteligencia.
7.     La ley es el fracaso de la especie.
8.     Cuesta admitirlo, pero los perros de dos países limítrofes se entienden mejor que sus dueños.
9.     Very often the course of History means the curse of History, as everybody knows.
10. La mayoría absoluta, en democracia, no le da la razón a todo el mundo, sino el poder a uno solo.
11. No hay fechas electorales, sino fechorías electorales.
12.  La idiosincrasia es la mancomunidad de los lugares comunes.
13. No siempre la libertad de expresión implica la expresión de la libertad.
14. El sueño de la razón: madre patria.
15. El discurso político puede ser político, pero en modo alguno discurre…
16. Las utopías son el catecismo de los desnortados.

17. No prevalecen contra el sol nuestro de cada día los colores de ninguna bandera.

5 comentarios:

  1. La bandera es un trapo diseñado para oscurecer y entorpecer la verdad, la verdad es que podemos vivir perfectamente sin símbolos ni patrias.

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    1. Se puede vivir así, en efecto, pero en soledad. Hurtarse a según qué realidades masivas conlleva un sacrificado ejercicio de dignidad y resistencia que a veces desemboca en la condición de chivo expiatorio, como nos lo enseña la Historia. No es fácil construirse extramuros del laberinto social.

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  2. La vida social siempre es confusa, más en estos tiempos dominados por los mass media en que todo es diseñado para el nivel más elemental de los espectadores. Y es cierto que hay una amplia capa de la sociedad que se deja llevar por ello. Los especialistas en marketing conocen nuestros resortes psicológicos, que no son en general muy complejos, y saben cómo inducirno estados de ánimo. Cabe, no obstante, la resistencia y hay muchos que lo hacen, más de los que creemos. Hoy en una comida familiar a la que iba sin mucho entusiasmo me he encontrado con una mujer ya jubilada que con sus años había llegado a un estado anhelado durante mucho tiempo: la vida contemplativa, ya liberada de sus hijas y sin maromo a quien aguantar. La conversación ha sido fluida y he visto que esta mujer sabía de qué hablaba. Apenas ve la televisión, hace tai chi, y no sale de casa leyendo, estudiando y viendo florecer el tilo que tiene frente a su casa. No le interesan las patrias ni las banderas. Se definía como escéptica radical. Ha sido una conversación confortante y llena de valor humano. Me pregunto cuántas personas hay en el mundo que viven su atisbo de sabiduría en soledad, al margen de esa porquería que nos arrojan como carnaza. Pienso que el artista desencajado tiene un campo amplio porque puede que sea un uno por ciento, dos, tres, cinco, diez por ciento. No sé. Si el artista desencajado es capaz de urdir un lenguaje accesible, claro como el de los humanistas renacentistas, entre los que estaba el extraordinario Fray Luis de León, y es capaz de expresar con sencillez lo que piensa, tendría un porcentaje de población a que podría llegar con sus textos. Sin embargo, cuando lo leo observo que hay una distancia con el lector, la distancia de un nivel retórico ampuloso que no concita a la simpatía con el escritor magnífico que hay detrás. Es un buen problema. Entre los "eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa" y "lo que pasa en la calle" Machado escogía la segunda versión. El artista desencajado no se encuentra a gusto entre la plebe, entre la masa, entre las soflamas, entre los eslóganes. Yo tampoco. Pero hay un porcentaje de población que estaría de acuerdo con él y que está dispuesto a apostar por la inteligencia pero hay que darle la cualidad máxima del estilo: la sencillez. Lo sencillo es muy difícil. Lo complicado es más fácil. Cuando apostamos por un grado mayor o menor de retórica corremos un grave peligro: el quedarnos solos. Hay textos maravillosos que no poseen retórica o esta es tan indistinguible que no se siente al leerla. Son transparentes. Eso es muy difícil. La prosa de Samuel Beckett es transparente pero ¡ostras! dos frases suyas te dejan clavado en el asiento. ¿Por qué el artista desencajado tiene esa contumacia en un estilo que no tiene lectores siendo como es él capaz de escribir con sencillez y claridad cuando lo desea?

    Siempre me lo he preguntado.

    No hace falta hablar de la inteligencia, hay que utilizarla. No hace falta atacar la vulgaridad ¿para qué? ¿Cómo exabrupto? ¿Para qué? El que se sale de ella existe y no necesita que le hablen de ella. Hay que hablarle a la inteligencia directamente, con sencillez. Sin que el estilo se note. Cuando se te lee en un artículo como este la retórica oscurece el fondo del tema, se pone como protagonista y no se trata de eso.

    Un admirador desde siempre.

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    1. Me temo, Joselu, que mi sencillez es lo que has leído... Admito, ¡faltaba más!, la discrepancia y el rechazo, pero lo que no puedo aceptar es que en esa manera de expresión haya artificio alguno, porque son textos que emergen "de corrido", sobre los que no vuelvo (si volviera los borraría..., pero por su trivialidad, por su condición de bazofia, de quiero y no puedo) y en los que no me recreo. Observar los manuscritos de Góngora y ver los ímprobos esfuerzos de sus tachaduras para escribir sus romances y letrillas, por ejemplo, frente al límpido original de Las soledades y sus poemas mayores siempre me reconfortó, salvando todas las distancias habidas y por haber, claro está, no se juzgue petulante la comparación, sino ajustada, cada uno en su nivel, Góngora en la gloria, yo en el Hades, a un modo "natural" de hacer.En cualquier caso, nunca desespero, Joselu, de escribir algún día algo que me depare tus bendiciones críticas. "La manzana de Poz" te gustó, si no recuerdo mal. Ya veremos lo próximo...

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  3. Recuerdo algunos de los aforismos por haberlos leído en este Diario. Recordaba el 5 (que me gusta mucho, y me parece importante), el 7 (con inexactitud: La ley es el fracaso de la palabra). Algunos de estos aforismos valen como crítica acertada, y necesaria en mi opinión, a la democracia numérica y su propaganda electoralista, y enlazan con la denigración de sus primos la prensa y la demoscopia tal como las presentas, Juan Poz, en La España vulgar. Pasado el astringente, los aforismos siguen ahí.

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